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Mientras escribo estas líneas escucho los viejos LP de mis padres con los que
aprendí a escuchar a la gran Celia. Y recuerdo también las grandes "rumbas" que
se armaban en mi barrio del Callao al son de Juancito Trucupey y Sopa en botella,
que interpretaba con voz inigualable la "Guarachera de Cuba". Era muy pequeño y
solía meterme entre las piernas de los bailadores.
Aquéllas fueron las fiestas más grandiosas que he conocido. Los bailadores
movían magistralmente caderas y hombros, con una envidiable sonrisa en sus
rostros, al compás de esa música mágica que llegaba de Cuba. Todos gozaban y
dejaban a sus cuerpos disfrutar libremente con las canciones de Celia y la Sonora
Matancera. El baile se prolongaba hasta el amanecer y horas después los niños
volvíamos al lugar del baile en busca de alguna moneda perdida.
Con el paso del tiempo me enteré que la Sonora Matancera se había disuelto hace
muchos años y que algunos de sus integrantes habían fallecido. Rogelio, Laíto y
Caíto, personajes míticos que sólo conocía por la voz de Celia, estaban ya
retirados de la música. ¡Cuánto hubiera dado por escucharlos tocar en vivo!
Afortunadamente, Celia siguió cantando y abandonó la vieja guaracha cubana
para incursionar en la "salsa", acorde con los nuevos tiempos.
Tocó con Willy Colón, Johnny Pacheco y la Sonora Ponceña de Puerto Rico. El
cambio fue notable, pero ella supo mantener el "sabor y la sandunga" de su Cuba
natal. El estilo fresco e irreverente de sus interpretaciones conquistó a una nueva
generación de latinoamericanos que quedó encandilado con la gracia espontánea
de la gran dama cubana. Su célebre grito ¡Azúcar! ha soportado el paso del
tiempo y es repetido por los jóvenes en este siglo XXI.
Hoy Celia descansa en paz. Con ella se marcha una de sus voces más
prominentes de América y del mundo. En estos momentos la "Reina del
guaguancó", junto con Benny Moré, Ismael Miranda, Héctor Lavoe y Compay
Segundo (fallecido hace dos días) están armando una gran rumba allá arriba. Para
deleite de Ochún, Yemanyá, Babalú ayé y otras divinidades, a quienes en vida
dedicaron sus canciones. Pero no hay que llorar, "porque la vida es un carnaval".