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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

Carlos PÁEZ DE LA TORRE.


Nicolás Avellaneda.
Editorial Planeta, Buenos Aires, 2001, pp. 201-217.

Capítulo XIII
El primer año

Presidente a los 38
Sofocada la rebelión, Nicolás Avellaneda empieza realmente su presidencia. No
sospecha que estará “comprendida entre dos sediciones, como un día sin sol entre
una aurora de borrasca y una tarde de temporal”.(1) En ese momento, tiene 38
años. Nadie había llevado sobre los hombros, a esa edad, la conducción de la
República. Urquiza asumió a los 54, Derqui a los 50, Mitre a los 41 y Sarmiento a
los 57.

La facción porteñista vencida no puede creer que se haya sentado, al fin, en la


Casa Rosada este provinciano de larga barba negra y tan módica estatura. Hay
testimonios que añaden datos al retrato físico que traza Groussac. Notaría Pedro
Goyena su porte “nada arrogante” y sus “maneras suavísimas”. Leopoldo Díaz
evoca que, cuando hablaba, imprimía al busto “aquel balanceo que le era
característico”: llevaba en el rostro, además, cierta “expresión de dolor” que
“esparcía sobre su frente una como ligera sombra”. A Groussac le había llamado
la atención el demasiado esmero de su vestimenta: pero Arévalo afirma que “polo
tentó ni el rancio criollismo ni el dandysmo en boga, confiando su indumentaria a
la tutela discreta del viejo Fabre”.(2)

En realidad, hay muy escasas fotografías de Nicolás Avellaneda. Uno de sus


descendientes ha publicado la mayoría de esas pocas que se conocían.(3) Extraña
que se trate siempre de retratos individuales y que no haya aparecido todavía
ninguna en grupo, en alguna ceremonia oficial, o con familiares o amigos. ¿Sería
coquetería del tucumano martirizado por los caricaturistas, que no quena que
otros personajes en la placa permitieran la comparación de tallas?

Trajines del verano


Enero de 1875 empieza a transcurrir, entre un bochornoso calor. Hay unos pocos
decretos significativos ese mes, como el que dispone que se reempadronará la
Guardia Nacional en todo el país. O el que designa a Paul Groussac “comisionado
de educación ante los gobiernos del norte”: su cometido es activar la estadística
escolar, gestionar el acogimiento a la ley de subvenciones e informar al Ministerio
sobre facilidades y obstáculos.(4) Ha respondido así a la angustiosa solicitud que
el joven francés le hiciera desde Tucumán, meses atrás: “Sáqueme de este teatro
de provincia, donde silban al cantor que da notas de pecho y no de falsete, y es
siempre un hombre de independencia y delicadeza, víctima de sus escrúpulos: lo
más delgado del hilo”.(5)

Entrado febrero, Avellaneda dispone que se requiera a los gobiernos provinciales


todas sus leyes sobre inmigración, así como planos y datos completos de las
tierras que ofrezcan para colonizar. Resuelto firmemente atraer brazos
extranjeros al país, quiere difundirlas facilidades que les proponen.(6)

El último día del mes, una turba incendia nada menos que el colegio jesuita de El
Salvador: brutal derivación del mítin estudiantil de protesta por las medidas del
arzobispo y diputado León Federico Aneiros (modificar jurisdicciones
parroquiales y entregar a la Compañía el templo de San Ignacio), en un contexto
de perturbaciones en otros puntos de la ciudad, incluyendo un ataque al Palacio
Arzobispal. El Ejecutivo se vio forzado a decretar nuevamente el estado de sitio,
y poner a disposición del gobierno porteño las fuerzas de línea para reprimir.
Había aparecido el extremismo, como lo reveló el descubrimiento de una
organización de foráneos franceses sobre todo supuestamente vinculados a la
Internacional.(7)

Poco después, agitará el ambiente la renovación del gobierno de Buenos Aires.


Alsina parecía el candidato obvio, pero Avellaneda no quena dejarlo ir del
gabinete, por el respaldo que su persona representaba, siempre que pudiese
quedar al frente de la Provincia “un gobierno de cierta autoridad”.(8) El ministro
arreglará las cosas para calmar la interna autonomista que se complicaba con
intransigentes como Dardo Rocha, Aristóbulo del Valle o Leandro Alein y el
moderado Carlos Casares pudo finalmente salir electo gobernador.

Fin de la era Taboada


Varias medidas toma, en marzo, relativas a las fuerzas armadas. Desde la
revolución del año anterior, se ha propuesto no descuidar ese terreno. Nombra
una comisión redactora del proyecto de Código Militar y otra para que busque el
terreno, levante el plano y presupueste un Hospital Militar. Aprueba un nuevo
programa de estudios para la Escuela Naval. Ordena el alistamiento voluntario y
enganche para remontar el ejército de línea, y divide a ese efecto la república en
ocho intendencias.(9)

Militares son las soluciones que se dan a un viejo asunto. Suena la hora final para
la dinastía de los Taboada, en Santiago del Estero, tras un cuarto de siglo de
ejercer o controlar el gobierno. Con el pretexto de garantizarla pureza de la
elección de diputados nacionales, y ante el pedido del juez federal, Avellaneda y
Alsina resuelven reventar ese bastión mitrista. Envían a la provincia dos
batallones del 9 de Infantería y el 6 de Caballería de Línea, al mando del coronel
Octavio Olascoaga: una “verdadera intervención militar”, sin “decreto legal ni
sanción legislativa”, la califica Alén Lascano. El 28 de marzo, los soldados entran
en Santiago y estallan los enconos acumulados durante décadas contra los
Taboada. El general Antonino debe refugiarse en Tucumán, donde permanecerá
hasta su muerte, en tanto su hermano Felipe escapa a Catamarca. Las
propiedades de los Taboada son invadidas y saqueadas, entre otras tropelías, y se
reprimen violentamente los levantamientos rurales que intentan apoyarlos. Bajo
el gobierno de Gregorio Santillán, en adelante Santiago del Estero queda alineada
con la conducción nacional.(10)

A cerrar divisiones
Entretanto, los dos Consejos de Guerra seguían el juicio a los cabecillas de la
rebelión de 1874. En Buenos Aires, los abogados bordaban sobre las
contradicciones que rodearon la capitulación de Mitre, en Junín, y sobre la
naturaleza jurídica de la revuelta: sostenían que era delito político, y por tanto
debía juzgarlo la justicia civil. En el Consejo de Guerra de Mendoza, el general
Arredondo afrontaba el riesgo de ser fusilado, porque no tenía capitulación y se lo
responsabilizaba de la muerte de Ivanowsky. La posibilidad de que terminase ante
el pelotón el antiguo camarada que derrotó en Santa Rosa amargaba a Roca:
primero intercedió por su vida ante Avellaneda y después prefirió dejarlo escapar
de la prisión, en febrero. De cualquier manera, era evidente que algo habría que
hacer con estos juicios, si se buscaba pacificar el país. Arrestado en el cuartel de
Retiro, el general Mitre era constantemente visitado, y tenía a La Nación para
hacerse oír.

Cuando concluía marzo, hubo un duelo nacional. El 30 murió el doctor Dalmacio


Vélez Sársfield, a los 75 años. Avellaneda dictó un decreto de honores exaltando
los “importantes servicios” que el formidable viejo había “rendido a la Nación,
con ilustración y patriotismo”. El presidente habla en las solemnes exequias y
aprovecha para mentar el presente, dirigiéndose a la sombra del autor del Código
Civil. “Los últimos días que habéis presenciado han sido agitados y turbulentos.
Pero esta es, señor, siempre vuestra patria. Lo que irrita, lo que enemista, lo que
divide, debe ser siempre efímero y transitorio... Señor: los vínculos no están aún
rotos, puesto que sabemos todavía reunirnos todos, para enterrar con honor a
nuestros grandes muertos”.(11) Era un llamado a terminar con las divisiones, que
pronto tendría concreta expresión.
El mismo sentido dio al cierre de su arenga en la inauguración del panteón del
doctor Valentín Alsina. Recordó al antiguo partido unitario, y afirmó que, aunque
sus teorías políticas acaso “brillaban con falsos oropeles”, y sus soluciones
“abortaron ante el colosal intento de fundar una Nación, su gobierno y su
libertad”, había hecho mucho y grande. Pero ya las viejas denominaciones de
facción habían desaparecido del vocabulario político y de los corazones. “La
intolerancia ciega no es sino una fatuidad de la ignorancia, y apenas ha avanzado
la razón política, cuando todos sabemos que no puede haber proscriptos por
opiniones dentro de la misma patria. Las religiones han dejado de hacer mártires
después de mucho tiempo; y llega ya el día, para todos los pueblos libres, en el
que la política debe dejar de hacer víctimas”.(12)

Entretanto, en el terreno de la economía empezaban a manifestarse los síntomas


de la crisis que complicaría gravemente la presidencia Avellaneda. “Las quiebras,
las suspensiones de pagos, continúan en grado ascendente”, informaba
sombriamente La República en abril de ese año.(13)

Deja al frente del Ejecutivo, entre el 7 y el 26 de abril, al vicepresidente Mariano


Acosta, y parte a Entre Ríos y Corrientes, para inaugurar el ferrocarril de
Concordia a Monte Caseros. Viajó en el rápido pero nada cómodo vapor Pavón,
con una reducida comitiva. Hacía calor. Por la noche, la mesa se tendía en
cubierta, sobre el fondo de las piezas que tocaba la Banda de Música y las
carcajadas que saludaban cada chispeante intervención de Eduardo Wilde o de
Lucio V. Mansilla.

Avellaneda aprovechaba los intervalos. Cierta ocasión arrebata a uno de los


contertulios un tomo de Lamartine y acomete de inmediato, apoyado en la borda,
la traducción de Le premier regret. En Concepción del Uruguay los recibieron con
entusiasmo, y el gobernador Leónidas Echagüe los alojó en “el gran edificio que
en otro tiempo ocupó el general Urquiza”. Visitaron el famoso Colegio, en un
recorrido doblemente ameno por los recuerdos que iba desgranando el ex alumno
Wilde.

Visitó también el puerto. En Concordia inaugura la biblioteca y en Monte Caseros


deja librada al público la línea férrea, en una ceremonia que culmina con gran
banquete. Al regreso, se detiene unas horas en Gualeguaychú y otras tantas en
Colón. El último puerto que tocaron, antes de que el Pavón enfilara a Buenos
Aires, fue la isla Martín García.(14)

Sobre su viaje, el presidente diría semanas después al Congreso que había querido
“dar testimonio” de la pacificación del país, “atravesando la provincia ayer tan
conmovida de Entre Ríos, y trasladándome sin un soldado hasta el extremo límite
de nuestras fronteras del Este, sin que haya encontrado sino pueblos y hombres
penetrados de adhesión a la Nación y a su gobierno, y sólo agitados por miras de
progreso”.(15)

El último día de abril, Avellaneda, en acuerdo de ministros, dictó resolución en la


sentencia del Consejo de Guerra sobre los vencidos en Santa Rosa. Aprobó y
confirmó la pena de muerte al fugado general Arredondo, pero la cambió por
prisiones que oscilaban entre 2 y 6 años para los otros nueve sentenciados al
patíbulo.(16) Era otro gesto de esa “infatigable benevolencia” que caracterizaba
la personalidad del presidente.

“Nada hay superior a la Nación”


El 5, pronuncia su primer mensaje de apertura de sesiones del Congreso. Sobre la
revuelta sofocada, condensa la lección en una sentencia que quedará célebre:
nada hay dentro de la Nación superior a la Nación misma. Tras revisar las
alternativas del alzamiento, su derrota y consecuencias, ahonda en las señales
lanzadas en el entierro de Vélez Sársfield y en el homenaje a Valentín Alsina.
Sugiere la amnistía, como “un acto de confianza en las fuerzas morales y
conservadoras de la sociedad”, y una “verdadera base para la pacificación”.

En cuanto a las finanzas analizaba el presupuesto, y concluía que “la causa única
del déficit” era la disminución de la importación, mientras la cifra de ventas al
exterior permanecía casi idéntica. “Un país vale, en el lenguaje del economista y
antela verdad severa de los hechos, lo que produce; y mientras que su poder
productivo no haya disminuido, conserva su aptitud para recobrar
inmediatamente su anterior situación económica, aunque haya soportado
transitorias perturbaciones en sus cambios, en la circulación de sus valores o en
sus consumos”.

Era consciente de la crisis. En los últimos años, hubo abundante dinero para
crédito, a causa de los empréstitos contraídos en Londres por la Nación y la
Provincia. Sobrevino entonces la especulación, en lugar del “trabajo
reproductivo”, y a “la hora inevitable de los reembolsos, ha sobrevenido la crisis
que principia ya a encontrar su principal remedio en la disminución de los gastos
privados y público”, decía optimista el presidente. Eso sí, se había mantenido
celosamente el servicio de las obligaciones en Europa.

No lo preocupaba que disminuyera la inmigración. Eso se explicaba por “los


hechos políticos y comerciales” que había sufrido el país. La tarea inmediata era
distribuirla mejor, extendiéndola por todo el país, y ofrecerle “un incentivo con
la adquisición de la propiedad territorial”.

Sobre los ferrocarriles, estaban próximas a abrirse las dos primeras secciones
delde Córdoba a Tucumán, que se construía aceleradamente. También quedaría
lista este año la sección Río IV-Mercedes, del Ferrocarril Andino. Pedía al
Congreso una ley que autorizase, en el Ferrocarril del Este, el ramal de Monte
Caseros, Corrientes, a Paso de los Libres. Ya estaban listos los estudios para que
esa línea se internase en Entre Ríos, en los 258 kilómetros que iban de Concordia
a Gualeguaychú.

El censo escolar se había retrasado por la guerra. Pero tenía datos alentadores:
por ejemplo, que en Mendoza había un alumno sobre cada cinco habitantes.
Sobre la formación de maestros, la Escuela Normal de Paraná había doblado su
matricula, y la de Tucumán se abría en pocos días más. También era inminente el
comienzo del edificio de la Normal de Mujeres de Buenos Aires. Ya estaban
francas las puertas del Nacional de Rosario.

Recomendaba al Congreso, como asuntos clave, los proyectos pendientes sobre la


construcción del Puerto de Buenos Aires y la mensura, división y enajenación de
los territorios nacionales. En el balance final, decía Avellaneda: “busco dónde
puedan sobrevenir nuevas perturbaciones y no lo encuentro. Nuestra política
interior es de tolerancia, de reparación, y asume cada vez más un carácter casi
exclusivamente administrativo. Nuestra política en la América es de paz”.(17)

Los presos, libres


Mariano Escalada recordaba vívidamente a Avellaneda atravesando “muchas veces
solo” la Plaza de la Victoria rumbo a su despacho. Solía pasarse las manos por las
mejillas, “como quien necesita una ayuda para pulirlo pulido”. Con “su paso
diminuto y sostenido en sus altos taquitos, se dina que ponía coquetería en lucir
sus pequeños pies como su vigoroso talento”. Caminaba “con visible esfuerzo,
pero su aire era tan noble y mesurado, que a pesar de lo discreto de su mirar se
adivinaba, tras de aquella figurita, un alto carácter”.(18)

Pone, en mayo, un grueso palo en la rueda de pretensiones de Chile sobre la


Patagonia. Envía al Congreso un proyecto de ley, pidiendo autorización para que
el Tesoro Nacional subvencione “la comunicación marítima entre el puerto de
Buenos Aires y las costas de la Patagonia, tocando necesariamente en los
establecimientos de Chubut y al sur del Río Santa Cruz”.(19) Esto último suscita la
airada protesta del ministro chileno, Alberto Blest Gana, a la que el Congreso
responde sancionando unánimemente la iniciativa. Se trataba de la solicitud de
Rooke, Parry y Compañía: requería la subvención y un área de tierra para
colonizar, con el compromiso de establecer un buque de vela que hiciese aquel
recorrido.

El 25 de mayo, Avellaneda representado por el comisionado nacional Paul


Groussac tenía la satisfacción de inaugurar la Escuela Normal de Tucumán. Había
sido creada en 1869, por ley promulgada en su época de ministro de Sarmiento: la
falta de edificio la había demorado seis años y significaba un enorme adelanto
para su provincia natal.

El mismo día, el presidente resolvía una cuestión más grave. Se había expedido el
Consejo de Guerra, que entendía en la causa a Mitre, Rivas y demás vencidos en
la revolución de 1874. Aprobaba su fallo, pero modificaba sustancialmente la
forma en que se ejecutaría. No podía olvidar, subrayaba, que los jefes procesados
habían servido al país en “la guerra extranjera” y que algunos, como el ex
brigadier Bartolomé Mitre, habían tenido “una parte principal en los
acontecimientos que prepararon y consolidaron la unidad nacional”; pero
entendía que, a pesar de todo, en “honor a las tradiciones” del Ejército, debía
“hacer sentir alguna represión” sobre estos jefes. Por todo eso, y queriendo
asociar a la fecha patria “un acto de conciliación y de clemencia”, disponía que
Mitre y los ex coroneles Jacinto González, Emilio Vidal y Martiniano Charras,
fueran puestos en libertad, compensándose con la prisión sufrida la pena de
destierro que les imponía el Consejo. En cuanto al ex general Ignacio Rivas, y los
ex coroneles Nicolás Ocampo y Julián Murga, rebajaba su destierro de 8 años a 18
meses. Perdonaba igualmente su delito militar al ex coronel Benito Machado, sin
perjuicio de ponerlo a disposición de la Justicia Nacional por el fusilamiento de
dos ciudadanos.(20)

Promulga otra ley que encrespará a los chilenos. Es la que dispone subvencionar
las comunicaciones maritimas entre el puerto de Buenos Aires y las costas
patagónicas, “tocando necesariamente en los establecimientos del Chubut y al
sur del Río Negro”; podían concederse, además, hasta diez leguas de tierras a las
empresas que hicieran ese trayecto. De acuerdo con la ley, se aceptará luego la
propuesta de la empresa Gallés y Compañía, para cubrir el tramo, “en vapores de
primera clase en combinación con otro de vela”. La situación se pone tensa
antela aspereza del reclamo chileno, tan amenazante que el canciller del Perú
ofrece sus buenos oficios, para alejar la posibilidad de guerra. El canciller
Irigoyen lo tranquiliza: todavía se puede conversar.(21)

El apretón de la crisis deja cada vez menos respiro. El presidente propone al


Congreso venderlas 17.000 acciones que tiene la Nación en el Ferrocarril Central,
lo que representaría “cerca de 2 millones de pesos fuertes”.(22)

Amnistía y una conspiración


Entretanto, el diputado por San Juan, Rafael de Igarzábal, ha presentado un
proyecto de ley de amnistía, para cerrar definitivamente las represalias por la
rebelión de 1874. La iniciativa llega en julio al Senado. A pesar de la violenta
oposición de Sarmiento, la ley se aprueba. Concede “amnistía general” por los
delitos políticos y militares: si bien se exceptúa a los jefes con mando superior, el
Poder Ejecutivo está autorizado a extenderles el beneficio. Avellaneda la
promulga rápidamente.(23)

Pero, si por el momento no tiene problemas con el ejército, hay otros hombres
armados cuya actividad preocupará al gobierno. En julio, se desbaratan dos
conspiraciones. Una, cuyos miembros sesionaban en la calle San José quería
buscar como jefe al general Arredondo, exiliado en Montevideo, y planeaba
eliminaren primer lugar, en una emboscada, al ministro Adolfo Alsina. El otro
grupo de conspiradores se reunía en la calle México. En un momento dado
aunaron esfuerzos y hasta buscaron el concurso de Mitre, quien contestó con una
rotunda negativa. Por su parte Arredondo, cauteloso, dijo que actuaran primero y
luego él se presentaría. De todos modos, algunos resolvieron lanzarse solos, pero
alguien los delata y se dispersan. Fue la primera conspiración del año, y no seria
la última.(24)

Ese mismo mes promulga la ley que destina 100.000 pesos para las obras en el
puerto de Santa Fe. También, gira al Congreso la convención sobre el Sistema
Métrico Decimal firmada en París, y a la cual debe adherirla República.
Representa, dice, obtener “un nuevo vínculo entre las naciones: la unidad general
de pesas y medidas”.

Por esos días, el gabinete sufre la primera baja, a la que seguirá otra a comienzos
de agosto. La estrategia del ministro de Hacienda, Santiago Cortínez centrada
sobretodo en la supresión de puestos y recorte de sueldos, no logra modificar el
panorama económico, cuya creciente aflicción se expresa en todas partes. El
Banco Nacional eleva en julio su tasa de interés del 12 al 18 por ciento, y en
agosto empezará a retirar oro de las sucursales del interior que se ponen así al
borde del colapso para evitarla caída de la casa central. Todo esto es demasiado
para Cortínez. Avellaneda acepta su renuncia el 14 de julio: lo reemplazará Lucas
González, en ese momento cónsul general en Londres, quien se embarca rumbo a
Buenos Aires. Entretanto, queda a cargo el titular de Justicia, doctor Onésimo
Leguizamón. Semanas después, la cartera de Relaciones Exteriores, para la que
estaba nombrado y nunca asumió Félix Frías y desempeñaba interinamente
Pedro Pardo, es cubierta en propiedad por una prestigiosa figura: el doctor
Bernardo de Irigoyen.(25)

La frontera interior
Pero estas preocupaciones no apartan a Avellaneda de ciertos asuntostroncales
que tiene muy claros, como que los ha expuesto en su mensaje inaugural. Uno, y
clave, es el de las fronteras interiores. Quiere escribe al coronel Álvaro Barros,
someter al indio, pero a la vez suprimir “el desierto que lo engendra”, y
reemplazarlo por pobladores y civilización. Las fronteras desaparecerían, cuando
dejemos de ser dueños del suelo por herencia de España, “y lo seamos por la
población que lo fecunda y por el trabajo que lo apropia”. Tal era, decía, “el
programa de administración, y lo será todavía de las que vengan a completar
nuestra obra”.(26)

Su preocupación era lógica. El poder nacional y de las provincias se ejercían en


ese momento sobre “apenada mitad” del territorio de la república. Los indios
señoreaban el resto: casi todo Chaco y Formosa, norte de Santa Fe, sur de
Córdoba, norte de Santiago del Estero y este de Salta. “En el sur, la línea de
fortines de la frontera describía una inmensa curva de más de 300 leguas, que
partiendo de Nueva Roma, en las cercanías de Bahía Blanca, se internaba en la
provincia (de Buenos Aires) hasta los actuales partidos de Tapalqué y 9 de Julio;
hacia el oeste, al llegar casi al límite con Santa Fe, recorría el sur de Córdoba y
atravesaba la provincia de San Luis para rematar en San Rafael, provincia de
Mendoza”.(27)

No había pasado una semana de su carta a Barros, cuando Avellaneda hace


ingresar dos proyectos de ley en el Congreso. Uno acompañaba plano y
presupuesto de tres líneas telegráficas para unir Buenos Aires con las cinco
comandancias de frontera de la provincia. Era un programa caro, pero la
comunicación representaba la “base de todo procedimiento ulterior que tenga
por propósito un plan serio de ocupación, ganando sobre el desierto zonas
dilatadas de terreno”. El otro proyecto, que también importaba 200.000 pesos, lo
autorizaba a “fundar pueblos, establecer sementeras, formar plantaciones de
árboles y levantar fortines fuera de la línea actual de fronteras”.(28)

En este último, machacaba en la necesidad de ganar 2.000 leguas de terrenos


para la industria pastoril y la producción. Buscaba “ir ganando zonas por medio de
líneas sucesivas” y formar “pueblos sobre la línea de fronteras y al amparo de las
fuerzas que las guarnecen”: era la estrategia del ministro Alsina que por entonces
se iba imponiendo.

Inmigración y colonización
Ese mes de agosto, en el Congreso, hombres como Vicente López, Miguel Cané,
Carlos Pellegrini y Dardo Rocha empiezan a definirse por el proteccionismo, en
debates donde se filia un tema básico de la historia económica nacional. También
se funda el Club Industrial. Mientras, Avellaneda va elevando iniciativas de mucho
vuelo al Poder Legislativo.

Setenta y ocho artículos, divididos en 11 capítulos, tiene su proyecto de Ley de


Inmigración y Colonización. Quiere prevenir el mal de la inmigración espontánea:
aunque no la excluye, propone elegirla, “en el norte de Europa y otros países del
sur”. Busca dar “la mejor colocación posible” al extranjero, y no limitarlo a los
territorios nacionales, ya que los de las provincias son más adecuados para la
agricultura y cuentan con mejores medios de comunicación. Crea un Fondo de
Tierras y Colonias, “exclusivamente destinado al fomento de la inmigración y su
establecimiento en la República”.(29)

También es de agosto de 1875 el proyecto de Avellaneda sobre colonización del


Chubut. Divide en secciones de 40.000 hectáreas los territorios de ambas
márgenes del río de ese nombre, con la traza aproximada de un cuadrado de 20
kilómetros de lado. Cada sección se parcelará en lotes de 100 hectáreas: cuatro
lotes para pueblo y el resto para distribuirlo entre los ocupantes actuales o
futuros, de acuerdo con breves y precisos requisitos.(30)

Siguen las medidas de adecuamiento del ejército. Reorganiza los cuerpos de línea
que participaron en la rebelión de 1874, y en otro decreto crea un “Depósito
Correccional de Menores” en un buque del Estado, para “formar marineros”, que
irán “oportuna y gradualmente a buques de guerra o mercantes”.(31)

“Usted sabe hacerlas cosas”


A todo esto, ¿qué es de Roca? Quisieron procesarlo ante la justicia federal de
Mendoza por la fuga de Arredondo, pero la Corte de la Nación terminó
confirmando que aquélla era incompetente. En julio, ha sido nombrado
Comandante General de Fronteras: la sede está en Río Cuarto y su jurisdicción
abarca Córdoba, San Luis y Mendoza. En setiembre, Miguel Juárez Celman le
transmite comentarios “mitristas” que lo dan como futuro jefe de la política
nacional. El dato sirve para apreciar lo temprano que iniciaba su recorrido
triunfal la estrella del vencedor de Santa Rosa. Claro que, por ahora, Roca se
hace el desentendido. Asegura que esos rumores son obra de gente que le tiene
“simpatía personal”, y que ya los ha oído repetir, “Un serio o en broma”, a otras
personas. “El mismo Avellaneda está entre ellas: pero yo no hago caso y sé a lo
que me he de atener. No he de dar el fiasco de ambiciones prematuras. Me
contentaré con influir una buena parte en la elección del presidente que viene”,
dice a Juárez Celman.(32)

Por su parte, Avellaneda escribe al comprovinciano. Inquiere qué pasa en


Mendoza, donde hay rumores de disturbios. Deben evitarse a todo trance, por el
daño que harían a “este gran espectáculo de la República en paz”. Encarece que
“se ponga en buenos términos con Civit: usted sabe hacer estas cosas”. Le confía
que “las dificultades financieras son grandes. No podemos marchar con un déficit
que aumenta. Es necesario someternos a un régimen de estricta economía y
principiar a hacer algo en ese sentido”.(33)

En la penúltima semana de setiembre, inaugura el “telégrafo subfluvial” de


Buenos Aires a Martín García. La isla es la portada de la Argentina para quienes
vienen de Europa y Estados Unidos: el telégrafo servirá para transmitir “saludos
que ofrecen una nueva patria a los que la buscan por el mundo”.(34)

Leyes en tropel
Pocos días después, el Congreso sanciona la ley sobre moneda metálica nacional.
Avellaneda se apresura a promulgarla, pero será inaplicable por la crisis.(35)

Lo complace poner el cúmplase a la ley que subvenciona a Germán Burmeister


para imprimir el segundo tomo de su Descripción física de la República
Argentina.(36) Avellaneda tiene fundadas esperanzasen este científico, y lo
considera una formidable adquisición para el país.

Octubre será un mes abundante en legislación sobre comunicaciones. Promulga,


en el mismo día, la ley que autoriza a contratar con Adolfo Carranza la
construcción del telégrafo de Jujuy a La Quiaca, y la de inversión de 200.000
pesos en la creación de pueblos, fortines y “construcciones adecuadas” en la
nueva línea de fronteras que se establezca en la provincia de Buenos Aires y otras
de la república.(37) Simultáneamente, ordena delinear dos pueblos y dos colonias
sobre la margen occidental del río Paraguay, en el territorio comprendido entre
el Bermejo y el Pilcomayo. Además, promulga su proyecto de agosto ya hecho
ley sobre las líneas telegráficas desde Buenos Aires a las comandancias. Pocos
días después, hará igual cosa con los 163 artículos de la Ley General de Telégrafos
Nacionales.(38)

Esa primera quincena de octubre, las leyes importantes salen en tropel: la


relativa a las obras del Puerto de Buenos Aires (forma de contratación de las
obras, pautas del precio y explotación, contrato del ingeniero hidráulico); la que
autoriza a establecer una Escuela Normal en cada provincia que lo pida y ofrezca
el local, con una “escuela graduada” que sirva “para los estudios normales y al
mismo tiempo de curso práctico para las institutrices”; la que crea y organiza el
Departamento de Ingenieros Civiles de la Nación.(39)

Como el Senado no acaba de despacharla Ley de Inmigración y Colonización,


Avellaneda envía el proyecto de otra que lo faculta, entretanto, a fomentar la
inmigración y colonización de tierras nacionales o cedidas por las provincias, por
medio de concesiones de lotes y adelantos para pasajes y establecimiento. La
iniciativa se sanciona sobre tablas.(40)

En Santa Fe y Córdoba
El 16 de octubre, el presidente parte a inaugurar el ferrocarril de Río Cuarto a
Villa Mercedes.(41) Es un viaje que se prolongará hasta comienzos del mes
siguiente, y donde pasa días en Rosario, en Santa Fe y en Córdoba.

En Santa Fe, uno de los actos del programa es la visita al colegio jesuita de la
Inmaculada. El adolescente Celestino Le Pera pudo ver al presidente, rodeado de
comitiva y público, recorriendo el viejo edificio: “con ese aire indiferente que le
caracterizaba, marchaba lentamente, mirando al suelo y peinando suavemente
entre el pulgar y el índice las hebras negras de su pera ensortijada”. Emocionó a
Avellaneda que, entre el homenaje de los chicos, estuvieran unos versos
pergeñados y declamados por Le Pera a la memoria del “Mártir de Metán”.
Sacó su cartera, anotó el nombre y aseguró ver en el jovencito “condiciones de
orador”, que debía desarrollar leyendo a los clásicos y a Lacordaire, entre
otros.(42) En Rosario, la recepción sería “cordial y digna” a la ida y a la vuelta,
narraba Federico de la Barra a Roca, no sin deplorar la “falta de costumbres en
estos actos oficiales, y luego esa hambruna de secuestrar al personaje para
explotar en favor propio el aura presidencial”.(43)

Roca hizo los honores en su comandancia, pero no acompañó a Avellaneda a


Córdoba. Su concuñado Miguel Juárez Celman lo felicitaba por la actitud, en una
carta de larga y mordaz crónica sobre los días cordobeses del presidente.
“Empezando por los avellanedistas, todos se han portado mal”, aseguraba. El
recibimiento no fue tan escaso de concurrencia, como la oposición decía, pero
“cuando se supo que iba a parar a la quinta de Rodríguez [el gobernador, doctor
Enrique Rodríguez], se hizo humo toda ella, llegando solo a su alojamiento”. En el
baile, hubo tropelías en el guardarropa: “le mearon el sombrero de Avellaneda y
le rompieron el de Laspiur y varios otros”.

Según Juárez, “los avellanedistas dicen que Avellaneda ha cambiado


completamente hasta la manera de hablar y que se ha hecho lo más seco y terco,
al revés de lo que era cuando vino a ésta como candidato”. Hubo un paseo a
Jesús María con almuerzo. En el brindis, el ministro de España ponderó la armonía
entre las fracciones políticas de Córdoba, en tanto Ángel de Estrada, a
continuación, afirmó que, aunque no estaba de acuerdo con los “situacionistas”,
brindaba “por su amigo Avellaneda”. Entonces, “en el acto se paró Avellaneda y
declaró no aceptaba el brindis de Estrada, por cuanto él era el Presidente de la
República y el Presidente lo era en todas partes, a despecho de la buena o mala
voluntad de los descontentos”.

Juárez Celman sentía no poder referir en ese momento a Roca “tanta


minuciosidad, tanto incidente ocurrido en estos días; pero le puedo asegurar que
si Avellaneda volviera a ésta, se deshace del todo el partido que lleva su nombre,
unos porque no les da el Ferrocarril, otros porque no los propone para diputados,
otros porque diz que no se acuerda de ellos y otros porque ha parado en casa de
Rodríguez...”.(44) Roca se entera de esas cosas y también, por Juárez, de que
Avellaneda “ha dejado entrever” que lo apoyaría como “presidenciable” para
1880.(45) Sigue prefiriendo quitar importancia a la especie. “Eso que ha dicho
Avellaneda de mí, no ha de ser porque tenga en vista ni piense en su sucesor, sino
por el interés de realzar en el interior a los hombres que le pertenecen y lo
acompañan, no solamente para oponerles a los mitristas sino, también, a los
mismos alpinistas”, contesta a su concuñado.(46)

Por otro lado, el general no está de buen humor por esos meses. Entre octubre y
diciembre intercambia minuciosas cartas con Adolfo Alsina sobre la estrategia
para luchar con el indio. El ministro es partidario de ir conquistando el desierto
en base a fortines y poblaciones que permitan ir ensanchando la línea: es la
política que expone Avellaneda en sus mensajes al Congreso. Roca opina todo lo
contrario. “Para mí, el mayor fuerte, la mejor muralla para guerrear contra los
indios de la pampa, y reducirlos de una vez, es un regimiento o una fracción de
tropas de las dos armas, bien montadas, y que anden constantemente recorriendo
las guaridas de los indios y apareciéndoseles por donde menos lo piensen... yo
pienso que se debe avanzar hasta los últimos confines habitados por los indios, en
Salinas y en territorio Ranquelino, no por fuertes fijos sino por fuertes
ambulantes, movibles como los enemigos que se combaten”. A todo eso, ofrece
hacerlo en dos años, “uno para prepararme y otro para efectuarlo”. Alsina no
estará para nada de acuerdo con esa tesitura, que Roca expone con viva
franqueza, a pesar de su condición de subordinado del ministro de la Guerra.(47)

El Parque 3 de Febrero
Entretanto, Avellaneda ha regresado de su viaje y reasume la presidencia el 2 de
noviembre. Una semana más tarde, promulga el presupuesto para 1876: son
20.259.205 pesos fuertes.(48)

El 11 es la gran fiesta de inauguración del Parque Tres de Febrero, en los terrenos


que hasta hace cinco lustros rodeaban Palermo de San Benito, la residencia del
todopoderoso Juan Manuel de Rosas. El presidente de la Comisión, Domingo
Faustino Sarmiento, no ha ahorrado esfuerzo ni gasto para diseñar allí los jardines
“a la inglesa”, aguantando los garrotazos de la prensa mitrista, escandalizada por
el dispendio. Entre las contrariedades del irascible sanjuanino, está el hecho de
que Avellaneda haya resuelto que el árbol que plantará el presidente ha de ser
una magnolia y no un pino, como Sarmiento tenía planeado por considerarlo más
perdurable. La elección de la magnolia, comentará Groussac, era literaria:
“planta chateaubrianesca que fue siempre la de sus amores y vuelve como un leit
motiv en sus páginas descriptivas”.(49)
La ceremonia empieza a las 10 de la mañana. Pudiera haberse congregado más
gente, pero el punto está lejos de la ciudad: hay pocos carruajes y las señoras y
niñas no montan a caballo. De cualquier modo, “todo contribuía al esplendor de
la fiesta: el día primaveral, el sitio pintoresco e histórico, ayer sombrío, hoy tan
ameno; la elegante concurrencia femenina, las bandas atronando los aires y las
banderas flotando en los follajes”.(50)

Sarmiento abre los discursos. Un parque es un acto de civilización. Un índice


promisorio de “sentimiento artístico”, y bien merece “la primera ciudad de la
República y de Sud América” mostrar un aire que no sea “el pulverulento de sus
estrechas calles”. Luego, Avellaneda planta su magnolia a la cual Sarmiento no
ahorraba miradas rencorosas, y habla al público. Es, dice Groussac, “el orador
brioso, relativamente fuerte, presidente joven de la República recién pacificada,
seguro de sí e impaciente por derramar sobre la entusiasta concurrencia su
retórica triunfal, más sonora que la música y más vistosa que los trofeos”. El
maestro francés hará reservas sobre esa pieza oratoria del presidente que, si bien
“digna del teatro” al que se “adaptaba a la perfección”, se enviciaba con “la
adjetivación parásita de la frase y el excesivo esmero del ritmo cantante y
monótono”.(51)

Avellaneda proclamó que todo lo que contribuyese a ataviara Buenos Aires “en
sus galas de pueblo civilizado y libre, da tono y grandeza al orgullo, al
sentimiento, a la dignidad Argentina”. Había que apresurarse. Rosas, en su
destierro, había cumplido ya ochenta años, “y puesto que le ha sido acordada una
vida tan larga, era necesario que no continuara arrojándonos al rostro una ironía
sangrienta, al mostrar en su Palermo de San Benito el paseo favorito de Buenos
Aires”.

Acababa de inaugurar el ferrocarril a Villa Mercedes y pronto llegaría al norte del


país el silbato de la locomotora. Había quienes citaban eso como “signo de
decadencia”. Quería contestarles con Dante (en realidad, con Musset, corregirá
Groussac la cita): “Tomáis por una noche profunda vuestra sombra que pasa llena
de vanidad”. Tras elogiar a Sarmiento por su obra que unía “el pensamiento a la
acción”, miraba poéticamente al paseo. “Horas melancólicas del crepúsculo de
las tardes, rayos primeros del sol naciente, murmullos de los vientos que formáis
sobre las aguas y en los bosques las voces incomprensibles de las noches: coloco
bajo vuestros inefables misterios, que os ligan con los movimientos más secretos
del corazón humano, las avenidas, los lagos, los jardines del Parque Tres de
Febrero”.(52)

Conspiración y una muestra. El Paraguay


Nada romántico es lo que ocurre una semana más tarde. La policía, que venía
vigilando el asunto desde hace meses, conjura la ambiciosa conspiración criminal
dirigida por un tal Juan Bookart, masón y ex rebelde mitrista en 1874, se había
separado, disgustado, de los conspiradores de julio. Italianos, españoles y otros
extranjeros, unidos por el estrambótico juramento que prestaban sobre un puñal,
estaban implicados. Con el arresto del cabecilla y su plana mayor, además de
centenares de otras detenciones, se revelan detalles de grand guignol. Planeaban
tomarla Casa de Gobierno, asesinar al presidente y los ministros, asaltarlos
bancos, “adormecer” las tropas que no se dejasen sobornar, incendiar conventos,
no dejar vivo clérigo ni monja en Buenos Aires. Contaban, dijeron, con más de un
millar de adherentes, y de las declaraciones del proceso puede inferirse que los
jefes mitristas y acaso el mismo general conocían la conspiración: si no
participaron, estaban dispuestos a aprovechar sus resultados.(53)

Inaugura la modesta Exposición Preliminar de Productos para la muestra de


Filadelfia. Aprovecha la ocasión para analizarla crisis económica, cada vez más
inquietante. Insiste en lo que ha dicho ya: “estas alteraciones no provienen sino
de causas accidentales”, pues “la vitalidad de la Nación se encuentra intacta, su
poder productivo íntegro si no acrecentado, su población siempre en aumento, al
mismo tiempo que desenvuelve mayor capacidad para el trabajo, como lo
demuestran cien industrias nacientes que comienzan su laboriosa existencia por
medio de tímidos ensayos”.(54)

En ese último mes del año, también van dando frutos las gestiones del canciller
Irigoyen para arreglarla cuestión pendiente con el Paraguay, donde desde el mes
de setiembre existe una legación argentina. El encargado de negocios, doctor
Manuel Derqui, ha trabajado concienzudamente, de acuerdo con las instrucciones
de Avellaneda. Hace saber al gobierno paraguayo que las dificultades en las
relaciones empezaron cuando ese país firmó, unilateralmente, tratados
definitivos con el Brasil: la Argentina ha demostrado su tesitura generosa hacia el
Paraguay y se ha impuesto la norma de no intervenir en sus cuestiones internas,
lo que constituye, escribe Luis Santiago Sanz, una firme resolución política”.
Tampoco quiere obrar a las apuradas y, lo que es muy importante, hay resolución
de terminarla cuestión limítrofe prescindiendo del Brasil. El enviado Derqui se
maneja bien. Logra que se fije a Buenos Aires como asiento de las negociaciones
de fondo, y el 4 de diciembre, en Asunción, firma con el paraguayo Manuel
Machain un protocolo que establece que desde el Pilcomayo al Norte, incluida
Villa Occidental, se someterá al arbitraje.(55)

El año se cerrará con problemas serios en la frontera. Caciques y capitanejos de


la tribu de Juan José Catrielno había quedado satisfechos con el convenio que
aquel firmó, meses atrás, con el coronel Nicolás Levalle, comandante de la
Frontera Sur, y que los equiparaba a guardias nacionales movilizados, con ración y
organizados en escuadrones. El ministro Alsina había debido trasladarse a Azul
para modificar algunas cláusulas. Pero entretanto, Namuncurá había organizado
con todo sigilo una “confederación general” de los pampas. A fines de diciembre,
la gente de Catriel se sublevó, y se les incorporó rápidamente la considerable
cifra de 4.000 indios de pelea, ranqueles de Baigorrita, la tribu de Pincén y cerca
de un millar de chilenos. Era, dice Carlos Heras, “la respuesta de los indios al
proyecto de avance” de la frontera: la llamada “gran invasión”, que entró 12
leguas al interior de la línea, devastando los partidos de Alvear, Tapalqué, Azul y
Tandil.(56)
NOTAS
1. Paul Groussac, los que pasaban (Bs. As., 1972), pp. 154-155.
2. Pedro Goyena, “Avellaneda y su época” y Leopoldo Díaz, “Avellaneda”, en:
Círculo Nicolás Avellaneda, Avellaneda. XX aniversario de su muerte.
Homenaje a su memoria del... 28ed (Bs. As., 1906), pp. 39-186.
3. Julio Avellaneda, el baúl de Avellaneda. Correspondencia y documentos,
1861-1885. compilados y comentados por... (Bs. AS, 1977), pp. 30-34. Creo
equivocada la fecha de los epígrafes, en casi todas.
4. Dtos. N. AvellanedaA. Alsina y N. AvellanedaO. Leguizamón, 1 y 22-I-
1875, en: Registro Nacional de la República Argentina, VII, 1874 a 1877 (Bs.
As., 1895), pp. 171, 174-175. Salvo aclaración, todo decreto se entiende
fechado en Buenos Aires.
5. De Paul Groussac a Nicolás Avellaneda, Tucumán, 19-IV-1874, en: Julio
Avellaneda, el baúl..., op. cit., pp. 52-55.
6. Dto. N. AvellanedaS. Iriondo, 4-II-1875, en: Registro..., op. cit., p. 176.
7. Carlos Heras, “Presidencia de Avellaneda”, en: Academia Nacional de la
Historia, Historia Argentina Contemporánea, 1862-1930, vol. 1, Primera
Sección (Bs. As., 1964), p. 153; dtos. N. Avellaneda en acuerdo de
ministros, 1-III-1875, en: Registro..., op. cit., p. 181.
8. “Una consulta”, de Nicolás Avellaneda a Adolfo Alsina, Bs. As., 3-IV-1875,
en: Nicolás Avellaneda, escritos y discursos, vols. I-XII (Bs. As.,1910), VI,
pp. 185-187 (en adelante, se cita: ed. y fecha, número de tomo y página;
salvo aclaración, el texto debe entenderse fechado en Buenos Aires).
9. Dtos. N. AvellanedaA. Alsina, 6, 7, 20 y 22-III-1875, en: Registro..., op.
cit., pp. 185, 187, 188.
10. Luis Lascano, Historia de Santiago del Estero (Bs. As., 1992), pp. 382-385;
“mensaje al abrirlas sesiones del Congreso Argentino”, 5-V-1875, en: ed.
XII, p. 33.
11. Dto. N. AvellanedaS. Iriondo, 30-III-1875, en: Registro..., op. cit., p. 190;
“en la tumba del Dr. Dalmacio Vélez Sársfield”, 31-III-1875, en: ed. II, pp.
131-135.
12. “Al inaugurar el mausoleo de don Valentín Alsina”, 5-IV-1875, en: Ibídem,
pp. 139-143, el subrayado es nuestro.
13. Eduardo Martiré, La crisis argentina de 1873-1876 (Bs. As., 1965), p. 16.
14. Manuel Marcos Zorrilla, Al lado de Sarmiento y Avellaneda (recuerdos de un
Secretario) (Bs. As., 1943), pp. 60-73.
15. “Mensaje al abrir...”, op. cit., pp. 25, 26.
16. Resolución n. avellaneda,en acuerdo de ministros, 30-IV-1875, en:
registro... cit., p. 200.
17. “Mensaje al abrir...”, op. cit., pp. 21-57.
18. Mariano V. Escalada, “Recuerdos”, en: Círculo Avellaneda..., op. cit.,
p.117.
19. “Reclamación diplomática”, 22-V-1875, en: ed. VI, 171-173 y nota.
20. Dto. N. Avellaneda en Acuerdo de Ministros, 24-V-1875, en: Registro..., op.
cit., p. 203.
21. Ley Prom. N. AvellanedaS. Iriondo, 26-VI-1875; dto. N. Avellaneda en
acuerdo de ministros, 11-VIII-1875, en: Ibídem..., pp. 209, 221; Luis
Santiago Salaz, La política exterior durante la presidencia de Avellaneda
(Bs. As., 1987), pp. 24-26.
22. “Enajenación de acciones”, mensaje, junio de 1875, en: ed. IX, pp. 315-
317.
23. Ley prom. N. AvellanedaS. Iriondo, 26-VI-1875, en: Registro..., op. cit., p.
218.
24. Andrés R. Allende, “1875: un año de conspiraciones políticas y de
perturbaciones sociales de la presidencia de Avellaneda”, en: Academia
Nacional de la Historia, Tercer Congreso de Historia Argentina y Regional,
tomo I (Bs. As., 1977), pp. 40-42.
25. Horacio J. Cuccorese, “El Banco Nacional en tiempo de crisis”, en: ibídem,
pp. 140-143; dtos. N. AvellanedaS. Iriondo, 14-VII y 2-VIII-1875, en:
Registro..., op. cit., pp. 214, 219. 26. “Sobre fronteras”, de N. Avellaneda
a Alvaro Barros, 20-VIII-1875, en: ed. VI, pp. 181-184.
26. Heras..., op. cit., pp. 256-257.
27. “Mensaje”, 25-VIII-1875 y “mensaje”, sin fecha, en: ed. VI, pp. 189-206.
28. “Inmigración y colonización”, mensaje y proyecto de Ley, 4-VIII-1875, en:
ibídem, pp. 149-169.
29. “Colonización del Chubut, mensaje, 12-VIII-1875, en: ibídem, pp. 175-177.
30. Dtos. N. AvellanedaA. Alsina,17 y 31-VIII-1875, en: Registro..., op. cit.,
pp. 223-224, 227.
31. Agustín Rivero Astengo, Juárez Celman. 1844-1909. Estudio histórico y
documental (Bs. As., 1944), p. 80.
32. De Nicolás Avellaneda a Julio A. Roca, 24-IX-1875, en: Julio Avellaneda, el
baúl..., op. cit., pp. 190, 191.
33. “En la inauguración del telégrafo a Martín García”, 22-IX-1875, en: ed. IV,
pp. 203-204. 35. Ley prom. N. AvellanedaO. Leguizamón, 29-IX-1875, en:
Registro..., op. cit., pp. 235-238.
34. Ley prom. N. AvellanedaO. Leguizamón, 29-IX-1875, en: Registro..., op.
cit., p. 238.
35. Leyes prom. N. AvellanedaS. Iriondo y N. AvellanedaA. Alsina, ambas del
4-X-1875, en: ibídem, pp. 245-246.
36. Dtos. N. AvellanedaS. Iriondo; Ley promulgada por los mismos; Ley prom.
N. Avellaneda, 4, 5 y 7-X-1 875, en: ibídem, pp. 245, 246, 247-256.
37. Leyes prom. N. AvellanedaL. González; N. AvellanedaO. Leguizamón y N.
AvellanedaS. Iriondo, 11, 13 y 14-X-1875, en: ibídem, pp. 258-259, 260-
263.
38. Ley prom. N. AvellanedaS. Iriondo, 15-X-1875, en: ibídem, pp. 264-265.
39. Dto. N. AvellanedaS. Iriondo, 10-X-1875, en: ibídem, p. 265.
40. Celestino. “El Dr. Avellaneda y el colegio de la inmaculada concepción de
Santa Fe”, en: Círculo Avellaneda..., op. cit., pp. 140-144.
41. De Federico de la Barra a Julio A. Roca, Rosario, 30-X-1875, en: Archivo
General de la Nación, Archivo Roca, Leg. 2.
42. De Miguel Juárez Celman a Julio A. Roca, Córdoba, 30-X-1875, en: ibídem.
43. De Miguel Juárez Celman a Julio A. Roca, Córdoba, 2-XI-1875, en: ibídem.
44. Rivero Astengo..., op. cit., p. 56.
45. Las misivas en: Francisco M. Vélez, ante la posteridad. Personalidad marcial
del Teniente General Julio A. Roca, 11 (Bs. As., 1938).
46. Ley prom. N. AvellanedaL. González, 9-XI-1875, en: Registro..., op. cit.,
pp. 288-290.
47. Zorrilla..., op. cit., pp. 31-32.
48. Groussac..., op. cit., p.18.
49. Manuel Gálvez, vida de Sarmiento (Bs. As., 1952), p. 382.
50. Groussac..., op. cit., pp. 179-180.
51. Groussac..., op. cit., p. 180.
52. “En la inauguración del parque 3 de febrero”, 11-XI-1875, en ed. IV, pp.
213-217; Groussac..., op. cit., nota en p. 181.
53. Allende... y Hugo Raúl Galmarini y Trinidad Della Chianelli, “La
conspiración bookart y sus implicancias”, en: Academia..., Tercer
Congreso..., op. cit., pp. 43-47 y 225-242, respectivamente.
54. “Al inaugurar las exposición preliminar de productos para Filadelfia”, 12-
XII-1875, en: ed. IV, pp. 221-226.
55. Salaz..., op. cit., pp. 21-23.
56. Heras...; op. cit., pp. 259-260.

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