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Capítulo IV.
La conciliación de los partidos.
Desde 1873, la provincia estaba en manos del grupo avellanedista local. A las
elecciones del año 1877 se presentaron dos fórmulas: el binomio Felipe Díaz-
Gerónimo del Barco, representando los restos del Partido Nacionalista que había
respondido en su oportunidad al presidente Mitre, y la fórmula oficial constituida
por Clímaco de la Peña y Antonio del Viso. El primero era amigo personal del
presidente Avellaneda, y del Viso venía perfilándose como el próximo líder del
partido oficialista local. Una estrecha amistad lo unía con Juárez Celman,
concuñado de Roca.
El resultado de los comicios dio el triunfo a esta última fórmula; pero la repentina
y aún no aclarada muerte de De la Peña planteó un serio problema al Colegio
Electoral. Las dos opciones posibles eran que los electores practicaran una nueva
elección o que asumiera del Viso. El gobernador Rodríguez se decidió por lo
primero, y ordenó al presidente del Colegio, Natal Crespo, que volviera a
convocar al cuerpo. Este funcionario, que además de ser pariente de del Viso
pertenecía al mismo grupo político, demoró lo más que pudo la orden impartida
por el Gobernador. Rodríguez sorteó elegantemente la situación delegando el
mando en el vicegobernador Zavalía. Éste, compartiendo los planes del
candidato, le trasmitió el mando de la provincia el 17 de mayo de 1877. Juárez
Celman ocupó la cartera del ministerio de Gobierno en el nuevo Gabinete. No
creemos que haga falta aclarar que Córdoba se convirtió así, y como lo
denunciaran los contemporáneos de estos hechos, en el “campamento político del
general Roca”, desde donde se empezaba a trabajarla eficiente Liga de los
Gobernadores, que tan buenos resultados diera tres años después.
Buenos Aires no era ajena a estos hábiles manejos en las demás provincias.
Tampoco ignoraba la creciente popularidad del general Roca, y ya se rumoreaba
que el Presidente se apoyaría en él para contrarrestar el decidido liderazgo de
Alsina dentro del ejército. Lo cierto es que el Ministro de Guerra y el Comandante
de frontera mantenían un permanente y amable diálogo respecto del problema
aparejado por las continuas invasiones de los indios. Aunque disentían en las
tácticas a emplear, Roca era lo suficientemente hábil como para respetarlos
lineamientos que imponía su superior.
El año 1877 se iniciaba en la provincia de Buenos Aires con las elecciones para
renovar la Legislatura local, que se llevarían a cabo en marzo, y a fines de año
tendrían lugar las elecciones de gobernador. Estas últimas tenían una importancia
fundamental, dada la influencia que la primera provincia argentina mantenía en
el escenario político nacional.
“En los primeros días de mayo de 1877 debía estallar la nueva revolución o
conspiración del Partido Nacionalista, que era como la trepidación final de la
revolución de 1874.
A las doce de la noche, antela madrugada del día del estallido, fue convocada la
junta Revolucionaria a sesión especial... El doctor don Daniel María Cazón, en
medio del más profundo silencio, declaró abierta la asamblea y convocó la
comparecencia ele la persona del jefe militar de la revolución...”.(3)
Acto seguido le fue preguntado al general Ignacio Rivas si juraba por los Santos
Evangelios y sobre el puño de su espada desempeñar fiel e irrevocablemente el
cargo para el que había sido designado. Después de la respuesta afirmativa, que
fue saludada con los acostumbrados vítores al general Mitre y a la Patria, pidió la
palabra el doctor don Norberto Quirno Costa, secretario general del Comité,
quien traía el encargo del Jefe Supremo de invitar a los presentes a una reunión
esa misma noche en su casa particular.(4)
Una vez reunidos con el jefe nacionalista en uno de los salones de la casa de la
calle San Martín (hoy, Museo Mitre), éste expuso detalladamente la conferencia
que había tenido con el presidente Avellaneda, por la cual había decidido
aceptarla conciliación, claro está, si la junta Revolucionaria, no disponía lo
contrario. Sin demasiado esfuerzo, la junta se avino a la voluntad del jefe, y se
guardaron los fusiles para otra oportunidad. “La política del acuerdo, o de
conciliación de los partidos, es la gran política argentina, de antiguo linaje..., no
ha sido sino un método empírico y eficaz para dar ejecutivamente participación
en el gobierno a las minorías...”.(5)
El hombre clave que había programado el encuentro entre Mitre y Avellaneda era
José María Moreno: “alejado de la lucha activa de los partidos políticos, pero con
vinculaciones personales en la oposición, y ligado al doctor Avellaneda por una
estrecha amistad”,(6) era el personaje neutro más indicado para este tipo de
quehaceres.
Sin embargo, hay que destacar que tanto Mitre como Avellaneda tuvieron que
trabajar mucho entre sus filas, para lograr el apoyo de sus hombres al convenio.
En cuanto al Presidente, “su primera batalla fue con su ministro de Guerra,
doctor Alsina, que con sus hondas pasiones de hombre de partido y sus
tendencias nativas a la lucha, no había visto con simpatía el proyecto”.(10) Pero,
una vez aceptada, la conciliación vino a reforzarse cuando la noticia del
fallecimiento de Rosas en la lejana Southampton revitalizó la opinión liberal en la
execración de su memoria, y en Buenos Aires se prohibió una misa en sufragio del
extinto, realizándose, en cambio, y por cuenta de los poderes públicos de la
Nación y de la provincia de Buenos Aires, un funeral “por el eterno reposo de las
almas de los que fueron sacrificados durante la bárbara tiranía de don Juan
Manuel de Rosas”.(11)
1º) ¿Cuál sería la suerte que correría el devallismo republicano, ante la eventual
coalición del autonomismo y el mitrismo?
2º) ¿Qué cambios de fisonomía dentro del Pardo Nacional podrían surgir ante una
alianza incierta con los núcleos liberales mitristas en el Interior, o sea qué
destino tendría la conciliación fuera de los círculos porteños y bonaerenses que la
habían forjado?(12)
Sarmiento, desde las columnas de El Nacional, convertido en órgano del Partido
Republicano, la fustigaba en estos términos: “las ideas no se concilian..., las
conciliaciones al derredor del poder público no tienen más resultado que
suprimirla voluntad del pueblo para substituirla por la voluntad de los que
mandan”.(13)
Una nueva conferencia ahora, entre Mitre y Alsina fue el principio de largas
conversaciones tendientes a acordar un candidato común para las elecciones de
gobernador de la provincia. Los alsinistas tuvieron que sacrificar la candidatura
de Antonio Cambaceres, y la fórmula de los conciliados quedó formada por Carlos
Tejedor para la gobernación, y Félix Frías para la vicegobernación. Los
republicanos mantuvieron la candidatura de Aristóbulo del Valle.
Con todos los elementos oficiales en su favor, los conciliados obtuvieron un fácil
triunfo. Sus candidatos fueron proclamados por el Colegio Electoral el 15 de
febrero de 1878. Félix Frías prefirió una banca en el Congreso antes que la
vicegobernación, por lo cual se. eligió en su lugar a José María Moreno. Después
de todo, la conciliación había sido, en gran parta, obra suya. “El proceso porteño
se había solucionada tranquilamente; pero quienes conocían el temperamento
político del gobernante elegido, en su pasión localista y fanática, presintieron
graves amenazas para la conciliación nacional”.(15)
La muerte de Alsina
Con fecha 28 de diciembre leemos entre los escritos personales del presidente
Avellaneda el siguiente párrafo: “Adolfo Alsina está agonizando. Delira y da voces
de mando a las fuerzas de la frontera. Esta mañana tuvo un momento lúcido y
pronunció dos veces mi nombre, llamándome con palabras de cariño. No ha
recordado a ninguna otra persona... Cuando más se desespera de las afecciones
humanas, la voz de un moribundo puede darnos aliento y esperanzas... estos son
los misterios de la vida”.(16)
Una parte del rol estaba cubierta: quizá, la que más le interesaba al Presidente,
decidido a proseguir con su objetivo de afirmar su autoridad más allá de
conflictos localistas o de revoluciones de entre casa.
Pero había otro aspecto fundamental que Alsina jugaba dentro del Gabinete, y
era el de aglutinar las fuerzas del autonomismo, regulando de esta forma su
participación política en el poder. Es aquí donde Avellaneda no encontraría
sustituto. De aquí en más, las crisis ministeriales se sucederán violentamente, y
como reflejo directo de los avatares políticos que precedieron a la ruptura de la
conciliación. El Partido Autonomista terminaría por anarquizarse a tal punto, que
sus miembros se verían enfrentados en las trincheras de la revolución del 80.
Deterioro de la conciliación.
La intervención a Corrientes
En febrero y marzo de 1878 tuvieron lugar las elecciones de diputados nacionales
y de legisladores bonaerenses, respectivamente. En ambos casos, las
convenciones partidarias del autonomismo y del mitrismo se reunieron y
confeccionaron listas comunes: las listas de los conciliados triunfaron en Buenos
Aires en ambas elecciones.
Derqui se avino a permitir que la gente de Cabral entrara en su Gabinete; pero los
liberales, no conformes con esto, decidieron levantarse en armas, y el
Gobernador pidió la intervención federal, Como el Congreso estaba en receso,
ésta fue conferida por decreto del Presidente en la persona de Victorino de la
Plaza. Éste dio amplias facultades al coronel Hilario Lagos para reprimir a los
sublevados, lo que disgustó a los ministros Elizalde y Gutiérrez, quienes
presentaron la renuncia a sus respectivas carteras.
Del texto de las mismas se desprende que Avellaneda había convenido con sus
ministros evitar la acción directa de Lagos, por cuanto apoyaría decididamente a
la fracción de Derqui, prefiriéndose dejar los aspectos militares de la
intervención a cargo del coronel Arias. El nombramiento de Lagos, según
explicara luego el Presidente, se había hecho sin su injerencia. Pero ya era tarde
para remediar malentendidos. A las renuncias antes mencionadas se agregaba
ahora la del ministro del Interior, don Bernardo de Irigoyen, también envuelto en
las consecuencias de estos hechos.
“El coronel Arias, destacado un mes antes por Avellaneda para hacer más
efectivo el desarme, no compartía el criterio del Interventor. El vencedor de La
Verde había comprendido, finalmente, que desde antes del 74 estaba en juego la
gravitación de Buenos Aires, amenazada por la acción concertada de los
gobiernos provinciales, estimulada y aprovechada por el Presidente. De ahí su
evolución hacia el Partido Liberal, a cuyo desplazamiento había contribuido tan
decisivamente cuatro años antes. Él era fundamentalmente porteño. No disimuló
en Corrientes sus propósitos de procurar una solución favorable a los
rebeldes...”.(22)
Con las manos libres para actuar una vez retirada la intervención, los liberales
sitiaron la capital correntina, depusieron al Gobernador y llamaron a nuevas
elecciones, que por supuesto ganaron. El 27 de octubre asumía Felipe Cabral.
Avellaneda no había podido hacer nada para impedirlo. Corrientes quedaba como
un firme baluarte mitrista.
Notas
1. Diario La Nación, Buenos Aires, 10.IX.1878.
2. C. Heras, Presidencia..., p. 157.
3. J. A. Costa, Roca y Tejedor, Segunda Parte de Entre dos batallas.
4. Ibidem, p. 77.
5. Ibidem, pp. 70-71.
6. M. M. Zorrilla, Recuerdos..., t. I, p. 203.
7. P. Groussac, Los que pasaban, p. 218.
8. Ibidem, p. 218.
9. J. A. Noble, Cien años..., tomo I, p. 307.
10. M. M. Zorrilla, Recuerdos..., pp. 206-207.
11. D. Peña, La materia religiosa..., p. 295. La cita encomillada corresponde al
decreto suscrito por Avellaneda, casi en los mismos términos que el
producido por el gobernador Casares. La transcripción es textual, y se cita
íntegra en el libro de Peña.
12. Cf. H. Zorraquín Becú, Tiempo y vida..., p. 272.
13. A. Saldías, Un siglo de instituciones..., tomo II, p. 252-253.
14. C. Heras, Presidencia..., p. 166.
15. J. Aramburu, Historia..., tomo III, p. 136.
16. N. Avellaneda, “Notas y fragmentos inéditos”, publicados en La Biblioteca,
año I, tomo II, p. 332.
17. A. Alsina, Folleto en su homenaje.
18. Ibidem.
19. M. Zorrilla, Recuerdos..., t. I, p. 242.
20. N. Avellaneda, Escritos..., tomo VI, p. 227-28.
21. C. Tejedor, La defensa..., p. 43.
22. J. A. Noble, Cien años..., tomo I, p. 302.
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