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Descartes, quien es considerado el padre del racionalismo por sus pensamientos

revolucionarios en choque con los dogmas de la Iglesia, escribió las meditaciones


metafísicas con sus experiencias personales en 1642. Además de estar presente en su
trabajo el método cartesiano, influido por la razón y las matemáticas, su instrumento
principal fue la duda metódica, que consistía en la búsqueda de un fundamento sólido,
claro y evidente, sometiendo todos los principios en los que se fundan los
conocimientos, y por ende los conocimientos mismos, a una serie de argumentaciones
(demostraciones) y a la eliminación si fuese necesario; de esta manera, todo
conocimiento que generase incertidumbre, al menos algunas veces, sería dado por falso
(sin intención de perdurabilidad), y de forma contraria todo aquel que diera garantías
absolutas de su certeza sería dado por verdadero.
De esta manera Descartes se propone como meta desentrañar lo que solo eran verdades
en evidencia, dudando de los principios en que se fundan los conocimientos o
“principios supuestos”, porque se le presentan como inciertos, además aclara el autor,
que son innumerables los pensamientos y conocimientos supuestos que se pueden poner
en duda, por eso considera que si estos fundamentos sobre los que se sustentan los
demás conocimientos generan incertidumbre, todo lo que parta o sea transmitido por
ellos será de la misma naturaleza.
La Primera Meditación comienza poniendo bajo la duda metódica a los sentidos,
pudiéndose señalar dos argumentaciones contra éstos:
- El primer argumento, “los sentidos a veces engañan”, consiste en que todo lo que ha
sido admitido como verdadero para el autor hasta ese momento, se había tomado con
seguridad de los sentidos o por medio de éstos. De manera que la sensibilidad, al
haberlo engañado al menos alguna vez, como cuando se mete una vara al agua y parece
quebrada, genera la incertidumbre suficiente como para dejar el testimonio de los
sentidos como un falso supuesto, y por ende también a todo lo que se relaciona con el
conocimiento que transmiten (actitud natural).
- A raíz de este argumento nace el segundo, “todo lo percibido puede ser un sueño”,
por la generalidad e insuficiencia del primero. Este consiste en que Descartes no
encuentra una demostración clara que le permita distinguir el sueño de la vigilia;
refiriéndose el autor a que, algunas veces, en los sueños se percibe y siente con la
misma claridad que cuando se está despierto, de manera que la certeza de la existencia
del mundo exterior tal como lo percibimos, puede ser el contenido de un sueño.
De esta manera la sensibilidad genera la incertidumbre necesaria como para eliminar
este principio supuesto por el momento.
Descartes prosigue poniendo bajo la duda metódica al pensamiento, que lo considera un
don universal que engloba a todas las personas, pudiéndose señalar dos
argumentaciones:
- El primer argumento, “la razón no es infalible”, consiste en que confiamos en lo que
pensamos, como que el todo es mayor que la suma de las partes, o que dos más tres es
cinco, pero sin embargo, algunas veces las personas se equivocan con los
procedimientos más sencillos; por lo que la razón genera incertidumbre suficiente para
eliminarla como fuente de conocimiento.
- A raíz de éste argumento nace el segundo, “la hipótesis del genio maligno”, por la
generalidad e insuficiencia del primero. Este consiste en que la verdad en el
razonamiento cuando es correcto, es garantizada por un “Dios” perfecto, que ha dado
entendimiento de ello. Pero como algunas veces las personas se equivocan en los
procedimientos más sencillos (primer argumento), y además los sentidos fueron
eliminados como supuestos (argumentos contra los sentidos), el autor genera la
hipótesis de un “genio todopoderoso”. Esto se debe a que el conocimiento de Dios es
dado por los sentidos, porque sus escrituras lo muestran como verdadero (circularidad
del pensamiento dogmático), pero los sentidos son falsos, por lo se puede dejar de lado
el supuesto de Dios, y generar una hipótesis diferente. De esta manera Descartes
argumenta que con la existencia de un genio maligno todopoderoso, todo lo que piensa
podría estar introducido en su mente o estar siendo manipulado por éste, de manera que
al generar incertidumbre la razón, al menos en algún sentido, elimina también este
principio supuesto.
En la segunda meditación, Descartes se propone descubrir “si queda algo certero en el
mundo o si es certero que no hay nada cierto en el mundo”, por eso prosigue poniendo
bajo la duda metódica al único supuesto que queda por analizar, la facultad de producir
pensamientos (diferente a “lo pensado”).
Pero para llegar al análisis del acto de pensar, Descartes primero se plantea algunas
cuestiones: parte de que si no puede afirmar nada sensible o corporal, si es posible
desprenderse de lo que el cuerpo representa, planteándose el valor de la existencia del
cuerpo, y lo que queda de éste cuando es eliminado como supuesto. De esta manera
llega a cuestionarse si realmente sigue existiendo, ya no como hombre sino como algo
más; Así llega a concebir la afirmación de una primer evidencia, la idea de que si es
posible utilizar la facultad de pensar, de producir pensamientos, es porque se “es” algo.
Estas reflexiones culminan con la elaboración de la famosa frase “pienso, luego existo”
(cogito ergo sum), que representa justamente la idea de que si es posible pensar, tener
entendimiento de la existencia de uno mismo, es porque se existe indudablemente; de
hecho la frase se podría reelaborar como “si puedo pensar, es porque existo”.
Descartes descubre en este sentido que él es una sustancia cuya esencia y naturaleza es
pensar, y que no necesita para ser, de un lugar o cosa material alguna, encontrando un
supuesto que se muestra a si mismo como verdadero, “yo soy, yo existo” en la medida
que pronuncia o concibe la idea. Así, la facultad de producir pensamientos demuestra no
necesitar de otros supuestos, siendo evidencia misma del espíritu, por el cual él es lo
que es, enteramente distinto al cuerpo, que aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría
de ser cuanto es.
En la Tercera y Cuarta Meditación, Descartes se propone a demostrar la
imposibilidad de la existencia de un genio maligno, y el camino para demostrarla,
sino quedaría extremadamente condicionado el alcance de lo que se “es” y lo que se es
capaz de concebir, estando restringido el ser solo a la facultad de pensar como lo único
verdadero y diferente. Además es necesario demostrarlo para garantizar la verdad de
nuestros pensamientos.
De esta manera, de acuerdo a la duda metódica que emplea Descartes, el camino para
demostrar la imposibilidad de la existencia de un genio maligno es evidenciar la
existencia de Dios, como un ser omnipotente, perfecto y veraz; no pudiéndose permitir
de ésta manera la existencia de un genio engañador. Si esto es demostrado (que de
hecho lo es en las dos últimas meditaciones), dado que Dios es el creador tanto de la
realidad sensible como de la razón, entonces es imposible que cuando se utilizan las
facultades que el otorga no sean correctas, o no correspondan con la realidad. Así, todo
lo que se conciba con la razón de manera clara y distinta será verdadero, porque Dios es
la garantía última y definitiva de la certeza de nuestros pensamientos.

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