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IV
Oseas me habla de su sufrimiento. Vuelve a trabajar por las tardes, las tardes en las que
se dedicaba a la ensoñación de sus invenciones. No quiere que le deje solo la semana de
las fiestas del pueblo. No quiere pensar en la posibilidad de sentirse mal y estar solo. No
quiere dar lugar a esa posibilidad. Me pide que me quede. Su última nota causa en mí el
efecto de una carta de amor. Escribo una carta de amor. Los paisajes que describen las
palabras son amplios, múltiples, mágicos, incompletos. Los gestos, las palabras, las
miradas de Oseas no tienen ultimidad. Ni son los últimos, ni ultiman nada. Ahora está
dormido. Este ahora es una casualidad entre Oseas y yo. Ahora –imagino- sus miradas,
sus palabras, sus gestos en mí. Innumerables, memorables, o no, inatrapables. Como el
oxígeno que entra en mis pulmones, el aire transformado. Como señales de una sonda
en las que puedo interpretar la topografía de las profundidades de mi vida. Esta
dimensión espacial amplia, múltiple y mágica que existe solo gracias a Oseas. Son los
recorridos de Oseas por la superficie de mis sentidos, los que viajan y resuenan como
ecos, dibujando los mapas de mi experiencia. Sus miradas, sus gestos, sus palabras se
filtran hacia el interior de la máscara, penetran el umbral de mi apariencia –más allá de
esa que dice yo, cuando alguien me nombra. Las miradas, los gestos, las palabras. Una
alquimia a la que solo podemos acercarnos por medio de vastos remedos: la piedra
filosofal, la vida eterna, la mitología sexual… Sustitutos, ideas, metáforas,
representaciones de esta experiencia de profundidad. Profundidad sin tercera dimensión.
La originalidad de la dimensión humana. Esa profundidad que la existencia va cavando
en la vida.
V
Oseas representa mi rutina. Oseas es el lugar de mis rutinas, ese espacio conocido que
voy transitando. Allí donde se posa mi decisión de abrir un claro en la espesura de los
acontecimientos. Ese es Oseas. Allí donde se calma la agitación del movimiento de este
ejercicio de desbrozar un camino conocido en medio de la opinión común. Llego a un
lugar llamado Oseas. Allí me acojo. Oseas hace un hueco para mí en su imaginación:
una de mis fantasías es que llegue el momento en el que podamos trabajar juntas, otra
vez, como entonces. Fue muy agradable, fue bueno. No podremos repetir aquello jamás.
La idea de no repetir hace avanzar el deseo de coincidir de nuevo. Querido Oseas: ¿Por
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Txaro Fontalba
qué te cuento tantas cosas de mi vida? ¿Por qué me parece que lo que diga siempre será
poco? ¿Por qué hay un decir imposible? ¿Hay un decir: imposible? Hay
imposibilidades que matan. Si no matan la vida que la lápida representa, matan el
ánimo, las ganas de la vida. Cuando las ganas de la vida están enfermas, el sufrimiento
se multiplica. Es el sufrimiento de la víctima, más el sufrimiento de saberse verdugo
también. A veces me resisto -con dificultades- a la tiranía, a la arbitrariedad a la que
un dictador tirano quiere someterme para que no quiera nada. A veces me resisto a una
moral tirana, oculta en los repliegues de mi ser, tatuada en sus profundidades. Una vez
le dije a Oseas: Creo que soy como un árbol al que alguien ha colgado plomos muy
pesados en las puntas de sus ramas para evitar que crezca. El peso de ese plomo se va
incrementando con el tiempo, sin que nadie lo toque. Es como si el peso creciera
también con el árbol, como si ambos formaran parte de la misma unidad. El árbol crece,
las ramas se curvan… Creo que si no viene alguien pronto y corta los hilos que sujetan
estos pesos, las ramas se irán rompiendo, el árbol morirá. Oseas dijo: lo que yo veo es
un árbol, frondoso y fuerte, del que cuelgan unos graciosos adornos, cuyo brillo hace
resaltar la hermosura de su copa. Dije: ¡gracias! Y pensé que detrás de lo imposible hay
más. Fuerza, vigor, pujanza, capacidad, potencia, brío, florecimiento, autoría. He
escrito detrás, podía haber escrito después. En algunos lugares el tiempo y el espacio
parecen tener la misma sustancia. El Otro después de lo imposible es la autoría. La
autoría está en el después de lo imposible. Así que la flor azul del pensar -eso que te
pido- es el después del imposible: la causa original, el motivo, el móvil, la razón, el
principio, el fundamento… todo esto es el después del imposible, un después que me
antecede. Siempre Oseas.
VI
La gracia aparece cuando el plomo parece levedad, pero los árboles no levantan pesos.
Oseas se alegra de verme: quiero estar contigo ¿Cuándo empezamos? He encontrado
unas cartas que le escribí cuando estábamos separados:
Hello love!
Es verdad que te tengo abandonado. Aquí he pasado unos días entre estupendos y
horribles: como en una montaña rusa. Serge se acaba de marchar hace media hora.
El nuevo inquilino todavía no ha llegado y todos estamos en vilo. No sabemos
quien vendrá. Max y Serge han estado en casa, sin pagar renta, una semana más.
La sala esta llena de ropa, el pasillo de maletas y la escalera de zapatillas... En lo
que llevamos de semana nos hemos cogido tres borracheras monumentales para
olvidarnos de todo. Cada uno de lo suyo. Pero no se puede. Algunos no pueden. El
narcótico –para bien y para mal- sólo funciona unas horas. Los cuatro borrachos:
Serge, Max, servidora...y Hege –la más seria y responsable, o con menos que
olvidar - que se ha ido siempre a dormir la primera. Maxime está hecho polvo. Ha
estado brindando por nuestras mujeres, y por los hombres que se las follan.
Cuanto más borracho está, más presente se hace el recuerdo de su ex-novia y el
recuerdo de su traición. Es muy triste verle así. Se vuelve oscuro e inconsolable.
Se va definitivamente a Portsmouth. Empieza a trabajar en día quince. Yo firmé
mi evaluación el lunes: si no fuera por los problemas con el inglés, estarías
tocando las estrellas con la mano -dijo la señora tutora. Voy a clases de ingles las
tardes de los martes y los miércoles tres horas. El resultado del test inicial fue de
un ochenta sobre cien. El señor evaluador no se explica estos problemas con la
redacción que le cuento: tu redacción es una de las mejores que he visto – ha
dicho. A pesar de todas estas maravillas (léase con ironía) yo también estoy
hecha polvo. Me siento incapaz de ver las dimensiones de los obstáculos que
tengo que sortear. Un día se pone en cuestión mi comprensión de los contenidos
del curso, y al día siguiente me felicitan por lo interesantísimo de mis
comentarios. No entiendo nada. Seguramente no hay nada que entender. No he
encontrado el momento ni el humor para contestar a nadie, y esperaba al sábado
para hablar contigo. En este momento voy a intentar acabar el informe para la
beca. Vuelvo a tener problemas con la tarjeta de crédito y todavía no he pagado la
renta. Pensar en el dinero me atormenta. El training group también ha cambiado:
han dejado de escarnecerme a reproches (por coger un vuelo que me llevó de
vuelta al curso un día más tarde que a los demás, por no hacerme cargo de sus
sentimientos al respecto, por decir que me encontraba bien allí, por no tener
problemas en hablar de mis sentimientos francamente…) pienso que les han leído
la cartilla, o algo así. O ellas mismas se han dado cuenta de que llega un punto en
el que la crueldad no sale gratis. O yo lo he dado a entender. No lo sé. Voy a
intentar concentrarme y no pensar en nada de esto. Será más fácil cuando Max y
sus sombras, no estén. No puedo verle así, es como permanecer en las
proximidades de un sombrío agujero negro donde alguien se ahoga sin auxilio
posible. Busca consuelo y nada es suficiente. Por cierto que como se va a
Portsmouth y le he hablado del ferry, me ha dicho que te va a llamar por teléfono
para que vayas allí, para emborracharos juntos y a mí que me den dos duros... Ten
amigos... Serge se ha dejado la gorra en casa. Eso quiere decir que volverá. La
psicoterapia: tocando puntos difíciles. Te llamo el sábado. Maxime ha puesto
todas sus camisas de cuadros en mi habitación y cada vez que entro siento una
especie de alivio raro: como si fueran las tuyas. Te llamo el sábado .Un beso.
Oseas me estaba esperando, te veo muy guapa. Oseas no cree en árboles, ni en ramas
con pesos colgantes, cree en el consuelo. Frases suyas son: Animo, termina, y cuando
apruebes y vuelvas, lo celebraremos con una botella de champagne. ¿Y si no apruebo?
Pues también lo celebraremos. Otras frases: No te preocupes. Tenemos muchas cosas
que compartir en la vida y el dinero no es una de ellas. Y pagó mis gastos. Otras frases:
En ese caos donde trabajas, lo mejor que puedes hacer es fabricarte tu pequeño mundo y
disfrutarlo con quienes te apetezca. Y se va dormir. Quiero a Oseas. Le quiero tanto que
prefiero no tener conciencia de ello. En la cúspide de esa conciencia siento terror:
imagino la posibilidad de que Oseas desaparezca. Pienso que no podría vivir sin Oseas.
Pienso que no sabría explicarme el mundo sin Oseas a mi lado. Pienso sus palabras
cotidianas, señales de una sonda en las que puedo interpretar la topografía de las
profundidades de mi vida. Esta dimensión espacial amplia, múltiple y mágica que existe
solo gracias a Oseas. ¿Maxime te ha regalado una estrella? No sabe que yo antes ya te
había regalado el cielo entero.
VII
Mientras he estado enfermo he perdido todo contacto con toda esa periferia de asuntos.
No me quiero enredar en los melodramas del deseo. ¿No es el deseo la ley hecha
intimidad? Oye ¿y qué tal está tu corazón?-pregunta Oseas. Reflexionar sobre el amor
siempre me duele. El dolor es el precio que pago por deshacerme de él, del dolor. No
encuentro otro camino. Un camino lleno de desmentidos: la pasión amorosoa no es el
amor; la dependencia simétrica no es el amor; el vampirismo afectivo no es el amor; el
secuestro del deseo no es el amor; el misticismo no es el amor; la simbiosis no es el
amor… Mi corazón está bien –respondo a Oseas- inquieto, como siempre. Tiene miedo
de que se lo coman, supongo. Oseas se tumba juanto a mí. Faltan unos minutos para que
se reanude el partido. Siempre es un placer hablar contigo –dice Oseas. Me pregunto si
la reciprocidad que siento es el amor. Me pregunto si ocultar esta inquietud acabará con
ella. La respuesta se representa en las imágenes que produzco y la admito como un
fracaso. Las miro y la inquietud sigue ahí, como una melodía de mis huellas en el
camino que voy abriendo sobre la nieve de este particular misterio. Un fracaso necesario
porque no hay respuesta. Solo hay desmentidos y preguntas. Oseas me acompaña y me
espera. ¿Es esto el amor? ¿No vas a cenar nada? Tengo miedo de que me partas el
corazón. ¿Quiénes eran esos…los vampiros ¿no?... les partían el corazón con una
estaca…? Oseas le da la vuelta a la tortilla. Segundo tiempo.
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VIX
Dionisio murió esta Noche Buena. Después de cenar, de camino hacia su casa. Murió en
brazos de su nieto, que le acompañaba. No sé si se dieron cuenta de la muerte en los
instantes en los que sucedía, o si quizá solo la temían como una posibilidad o quizá ni
eso. Morir sin saber que se muere, es parte de mi laberinto. Dos horas antes, un señor
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Txaro Fontalba
se movía, charlaba, cenaba, animado por la vida, la suya, única e intransferible. Dos
horas después era un cuerpo, como otra cosa cualquiera, como una piedra, en medio de
la acera. Un resto que ya no esperaba nada, ni deseaba, ni suspiraba, ni maldecía. Nada.
Un bulto bajo una sábana. La vida humana es eso: una estructura que se mantiene junta
durante un tiempo y que sabe de ese equilibrismo que cesará algún día. Aunque
procuremos no pensar en ello. Hay cosas que hacen que todo lo demás parezca muy
extraño, una de ellas es la muerte –dice Oseas. Es todo muy extraño, tan extraño. Las
rutinas hacen posible transitar esa extrañeza que a veces se desvela. Las rutinas, como
caminos en la nieve. La tarde del segundo día se celebró el funeral. Escuché al
sacerdote hablar de la gloria de Dios y de la vida eterna. Me dividí en dos. Una de mis
mitades pensaba que la fe sagrada viene muy bien en el momento de la muerte. Viene a
velar esa evidencia que el cadáver revela, la obscenidad cruel que representa, el abrupto
se acabó. Mi otra mitad prefería mil veces la evidencia sin velos, aún sintiendo ecos
imaginarios de un dolor extremo e insoportable. La marca de la muerte en cada caso,
aunque irreducible, dibuja el sufrimiento en los vivos de formas muy diversas. Intento
preguntarme sobre mi muerte. Imagino, sin éxito, cual será la diferencia entre morir sin
enterarse o morir sabiendo que se muere. Imagino cual sería mi preferencia: saberlo. Sé
que solo estoy imaginando. No quiero imaginar sobre la muerte de Oseas. Solo
imaginarlo es intolerable. Ni el amor ni nada puede modificar la muerte. El simple
cesar. Se acabó. Quizá sea a partir de esa experiencia cuando puede decidirse si lo que
la muerte despierta es una infinita piedad y respeto, porque cualquier logro cualquier
creación está sujeta a la precariedad de un tiempo de vida contingente –como la verdad;
o por el contrario decidir que ya que moriremos nada importa más que estorbar a la
vida.
XX
Después de la interrupción de la muerte. Muchos días. Después del punto, de ese punto.
Oseas dice: la vida es para vivirla como tú quieras, porque solo hay una, y se acaba. Me
pregunto ¿cuál es mi deseo en la vida? ¿como deseo vivirla? Me pregunto sobre esta
pregunta y encuentro otra mejor: ¿cómo es mi deseo en mi vida? Mi deseo mira. Las
miradas son efímeras, no viven más allá de su tiempo, el tiempo de una mirada. Sin
embargo parece que busco anidar en algunas miradas –tiernas, amorosas- y habitar en
ellas para siempre. Arrebujarme en esos nidos. Un imposible. Sabiendo algo de la
reversibilidad de las cosas me pregunto ¿qué miro yo, más allá –o más acá- de lo que
veo? Siento que busco una mirada perdida. Alguna que soñé o que estuvo cerca,
prestándose a velar por mí aquello que era mi desvelo: el desamparo radical que supone
saberse para la muerte. Busco anidar en esa mirada perdida –tierna, amorosa- y habitar
en ella para siempre, sin muertes ni dolores. Esa mirada fantaseada, esa que invento al
buscarla, la que me calma cuando pinto. La mirada –como el amor- escapa también, de
sus formas, escapa de sus representaciones sin poder prescindir de ellas. ¿Qué miro yo?
Yo miro mi mirada: la que he aprendido a inventar, aquella que vela para mí mi
desvelo, vela el desamparo radical que supone saberse ser para la muerte. Eso es el
amor, la flor azul del pensar ¿Qué miras tú?
XXI
XXII
XXIII
No sé muy bien en qué consiste este éxito –digo a Oseas. ¿Cómo que no? Pues en esa
alegría que sientes –dice Oseas. ¡Ah, claro, si!-digo yo. Hoy le he dicho a Oseas que no
quiero volver allí, a esas cuatro paredes, a la reflexión sobre mi reflexión sobre mis
ocurrencias, sobre mis sueños y mis cosas. Creo que quiero algo de ti que es imposible
– le he dicho – que no sucederá nunca aquí y quizá en ninguna otra parte, ni con nadie.
Oseas me pregunta si tengo idea de qué algo es ese. Quiero desnmascararle. Sorprendo
ideas en mi mente. Pesco esta idea: quiero desenmascarar a la persona. No sé si a todas.
A alguna, a él. Arrancar su máscara y descubrir que el interior es un pulido espejo que
me refleja con perfección. Imposible lugar de reconocimiento imposible. Persona es
máscara, y la máscara es inarrancable: una invención, una construcción propia, radical,
original. Aunque fuera posible arrancar algo, detrás habría algo invisible, insignificante,
irrepresentable. Necesitamos una representación para ver. Necesitamos ver máscaras.
Persona: ‘máscara de actor’ A ella nos debemos, ella nos representa, ella somos, ella
inventamos. Es mi máscara lo que veo en los espejos, lo que otros ven, lo que otros
interpretan a su modo. Semblante, semejante, apariencia, aspecto de una cara. El
semblante es un rictus de la máscara, escogido, una pose, una apariencia de algo que se
elige para cada momento o para todos. Los semblantes no me interesan nada. Las
máscaras sí. Pero el amor escapa a sus formas. Escapa a sus representaciones sin poder
prescindir de ellas. Hay algo, una parte de mí, que no se deja impresionar por las
máscaras, ni se deja impresionar en las máscaras. Algo que pasa de largo de los
semblantes. Algo que no suspira por las imágenes (las atraviesa, porque es sin imagen);
ni se detiene demasiado tiempo en los objetos que lo testimonian, porque no le
entretiene, ni le gusta agotarse en los objetos. Algo asociado a una pregunta, a una duda
o a un no saber, a la invención de un saber sobre mí. Oseas dice que este final es
posible, que los finales requieren un tiempo, que le dé tiempo a este final. Que se puede
comenzar. Le digo adiós al imposible. Vuelvo a casa con mi página en blanco, para mí
sola. Vuelvo, pero solo vuelvo a casa, a Oseas, a las preguntas sobre el amor, a sus
representaciones cotidianas, a aquello que las atraviesa y sigue. Vuelvo, sobre el trazo
de vida que me toca, una y otra vez, nuevamente. Hay algo del amor que siempre queda
suelto, como un fleco que enlaza con otras cosas. Algo que se libera en las operaciones
del amor, como el metano en la descomposición de los cuerpos muertos, como el
perfume de las flores. Algo que circula y serpentea creando sus propios vericuetos en la
roca de la realidad, cuando esta se hace roca. Algo que no es accesible mediante una
única representación y al mismo tiempo es único. Algo que no está asociado a nadie
más que a mí. Algo que no puedes ser tú. Esa imposiblilidad lo hace posible. No hay
nada de mí en ti. De otra forma no podría amarte, ni escribirte estas líneas que es lo
mismo.