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Oseas

(Variación hacia el amor)


I
Hay muchas formas de amar. Pienso que incluso las formas del amor escapan a sus
adjetivos. Pienso que el amor escapa también, a sus formas. Escapa a sus
representaciones sin poder prescindir de ellas. Pienso que hay muchas formas de amar,
y que, aún –y aunque hubiera infinitos de infinitas de formas de amar, formas
pulverizadas, aun siendo irreducible (es decir: aunque dejara rastros e indícios), aún
así- el amor no está en sus formas, y sin embargo está ligado –como casi todo lo
humano- a sus representaciones. No puede darse sin ellas. ¿Es al amor inaccesible a
describirse por el amor? El amor es social y transferible. Uno y difusión. Sólo tú
puedes sentir este amor que no es en propiedad, aunque está en la propiedad de alguien,
en su haber y en su saber, en su lugar, en una superficie - superficie de encuentro entre
aquello que nos constituye y destituye- una membrana sensible1, una posición habitada,
un instrumento de visión, un haber, una máscara. La distancia que se le añade al deseo
para hacerlo transitable.
II
Cuando Oseas enfermó me dijo: he descubierto abruptamente, lo perturbador que
resulta para mí sentir dolor y estar solo. Con que tú estés aquí, ya me siento mucho
mejor. Le pregunté qué me había traído de sus vacaciones, esperaba algún recuerdo,
algún regalo. Oseas contestó: te he traído las ganas de continuar. Dije ¡gracias!, y pensé
en continuar, empezando. Me propuse no empezar por una repetición. Enseguida me di
cuenta de que hay asuntos que es mejor no proponérselos. Cuando llegué a casa Oseas
me miraba en línea recta. Una línea recta discontinua, interrumpida por el pudor que
hace posible la conversación. Te quiero mucho –dijo y pensé en continuar, empezando.
Empezando a amarle de nuevas. Cada vez, de una vez; doble o nada a cada momento.
De esta apuesta nace la cotidianidad dulce e imperfecta. Si fuera otro quien hubiera
escrito esto y yo lo leyera, pensaría que tiene mérito, que es elevado pensar así,
refinado, deseable. Oseas sonríe: vete a la cama, estás muerta de sueño. La noche
anterior no pude dormir. El día anterior a su regreso –hace dos días- sentía un nudo en
la parte de arriba del estómago, y pensé que algo familiar se acercaba peligrosamente,
pensé que iba a retroceder, a darme la vuelta, a despertar de un sueño a una pesadilla.
Pensé que todo se volvería espeso, brutal, incomprensible. Es curioso lo que ocurre con
este sentimiento de amenaza: lo espero en tiempo futuro, cuando sé que es un temor
arraigado en el pasado. Pensé que el peso de la gravedad volvería a sepultar mi voz. La
gravedad y la gracia2 en el mismo balancín. Pero la multiplicidad insostenible de la
gracia –su levedad- es voz, sin más, sin mensajes. Le da por ganar siempre, siempre
eleva su contrapeso y esta paradoja tiene efectos. El mundo entero se vuelve
contemplable; como una novela por escribir, como un escenario poblado de personajes,
como una historia que me mira para darme la vez: ¡narrador, es tu turno! El mundo
entero parece una ficción, sutil, una textura transparente en sus partes más próximas: los
amigos, la panadería, el parque, el trabajo, el misterio…Y más opaca en los rincones del
miedo – en las esquinas recónditas abiertas ante mis ojos como una pornografía de la
brutalidad: amenazas, a plena luz del día, atrincheradas en esa libertad de expresión tan
usurpada por los caraduras, en la instancia del desamparo, a plena luz del día. La
crueldad, de la que nadie puede protegernos, se vuelve enjambre de moscas en los ojos
de un niño etíope, bala, bomba, palabra de muerte. El mundo entero parece una ficción.
1
Txaro Fontalba
2
Simon Weill
Es el efecto de la distancia necesaria para sentarme a escribir o a dibujar, que es muy
parecido, casi lo mismo, distinto el modo. No sé escribir con los muertos sentados sobre
mis hombros –aunque me rondan y la compañía de algunos me inspira. Comparto su
mismo destino y su misma suerte: la muerte. Miguel Angel, Caravaggio, Leonardo…
esto me calma. Digo ¡gracias! y pienso en continuar, empezando. Me propongo no
empezar por una repetición. Oseas dice: ya estas cansada de cuidarme. Lo dice porque
lo teme. Yo temo la repetición. El sofá en la misma posición que ayer, con la huella de
su cuerpo marcada en los almohadones. La manta en el mismo rincón en el que cayó
ayer, el mismo rincón en el que cayó el día anterior. Las motas de polvo almacenándose
en los mismos lugares. Las pelusas arrebujándose en los mismos rincones. Hay quien
llama a esto desorden, a mí me parece un orden absoluto. Las frases dichas de la misma
manera, a las mismas horas: ¿qué te apetece comer hoy?, ¿te apetece comer hoy…?
Hay que sacar al perro, ¿bajarás la basura?, ¿cómo te encuentras?, ¿has tomado las
pastillas? ¿Qué es lo que se repite? ¿La enfermedad? ¿Ecos de otro pasado? Es curioso
lo que ocurre con la imaginación de la amenaza: la situamos en tiempo futuro cuando
suele tratarse de un temor arraigado en el pasado. Así evitamos habitar el presente con
todo el cuerpo y toda el alma. Ese orden absoluto es morirse. Esa repetición. Reiteración
sin avance. Acumulación, estanque de circunstancias, estanque de frases que en realidad
no viajan. ¿Rutina? La rutina es otra cosa. Rutina significa una ruta, un camino abierto,
una rompedura. Rutina significa una relectura de los días, esos bosques que se cierran
al dormir, y se abren al soñar. Rutina significa un camino conocido por el que avanzar,
una relectura de la cotidianidad. Releer no es repetirse, es ofrecer una prueba siempre
nueva de un amor infatigable3. Repetir es el recordatorio de la muerte. No, la
repetición no es la enfermedad. Hasta el dolor es contingente, variable e incluso a veces
representable. A veces se lo puede suspender, a veces ignorar, distraer, a veces traer a la
presencia –como el dolor de un narrador, en un diálogo de enamorados que no se
quieren. El dolor no siempre viene acompañado de la muerte. La repetición sí viene
siempre acompañada de la muerte. La repetición está en el pulso cardiaco: cada latido es
un paso más hacia la muerte, certificando que estoy viva. La repetición es el riesgo en el
que abrimos camino cada día. De esta apuesta nace esta cotidianidad dulce e imperfecta,
rutinaria. La rutina rompe – o al menos distrae - ese orden absoluto de las
acumulaciones -gestos acumulados, circunstancias acumuladas, frases acumuladas,
miradas acumuladas, dinero acumulado- que tienden a repetirse como un pulso.
Acumular, amontonar, exceder, colmar es morir. Acumular, amontonar todo aquello que
uno quiere, colmarse, morirse. La pequeña muerte, se dice. Seduce. La repetición está
en la pincelada, un gesto rítmico –como un pulso- en la carne del cuadro: la pintura.
Mientras pinto ¿persigo lo que quiero…? ¡no! ¡No! ¿No es ese el camino de la muerte?
Seguir su rastro no significa invocarla, precipitarse hacia ella, atraerla, anticiparse a su
tiempo feroz. Y ¿entonces? Entonces, se puede elegir: Quiero lo que persigo ¿Qué es
saber lo que se quiere? Este avance no significa –ni siempre, ni necesariamente,
progresión. No significa un camino sin escalas que se corta en la muerte. Saberse en lo
que se quiere, en lo que se tiene. Y ¿en qué consiste este haber? Oseas se acerca para
saludarme, besa mi cuello, ha escrito una carta para mí: Tú eres singular, particular,
individual y no encarnas nada ni nadie fuera de ti misma. De algún modo por haber
sujetado mi obra en la tuya, por haberme sujetado en ti, accedo a una conciencia más
certera de mi ser individual. ¿Esto es el amor?4 Cotidiano, tenue, diferido. Cada vez, de
una vez, en el riesgo de la contingencia: puede hacerse, allí, algo, el amor. Puede que
no se haga, allí, esa vez, otra cosa que un repetir.
3
Daniel Pennac
4
Txaro Fontalba
III
¿Qué me traes? –pregunta Oseas sonriente, como si esperara un regalo, algún recuerdo,
algún fragmento de mi vida, de las horas que paso fuera de aquellas cuatro paredes.
Oigo mi voz antes de tiempo. Sin hacer lugar para el misterio que encierra mi respuesta,
precipito en la voz: un proyector de transparencias. Para ampliar imágenes
transparentes, para verlas en un tamaño mayor, hacerlas visibles, mejorar la posibilidad
de ser apreciadas, estudiarlas con detenimiento. Mis imágenes transparentes. Es un
trabajo esforzado el de producir imágenes, y más esforzado aún es el trabajo de
convertirlas en transparencias. El trabajo de pintarlas de nuevo, continuar, empezando,
empezar a amarlas de nuevas, cada vez, de una vez; doble o nada a cada momento, tiene
tanto de trabajo como de juego. Y de esta relectura nace la cotidianidad dulce e
imperfecta del arte: acceder a una conciencia más certera sobre la índole de las
imágenes transparentes. ¿Cuál es su condición propia?, su naturaleza, su disposición,
sus propiedades. ¿Cuáles son las mías? Puesto que yo las invento, yo debo conocer todo
sobre esto. Y señalo en el espacio de la pared de la habitación de Oseas, el tamaño que
ocupará mi estudio: un proyector de transparencias sirve para hacer que cosas así de
pequeñas, se vean ¡así! de grandes. Señalo, sobre un espacio de pared desnuda,
enorme, mucho mayor que mi propio tamaño. Señalo la magnitud de mi estudio, su
alcance, su profundidad. La superficie es el resultado de mi altura –mi cuerpo erguido-,
multiplicada por la distancia entre mis brazos extendidos. En una pared grande,
desnuda, recorto mi tamaño. El tamaño de mi esfuerzo. El tamaño de un abrazo. Ya,
hasta ahí ya llego, ya sé lo que es un proyector de transparencias – dice Oseas. Entonces
me doy cuenta de que estoy cansada de que esté enfermo, si, tan insuficiente, tan
desacertado. Discúlpame, Oseas, por resistirme a la repetición de ese orden absoluto
con el que el polvo se posa en los rincones, con el que las pelusas se arrebujan en las
esquinas, con el que los dolores se amontonan en los huesos. Discúlpame por sacudir
constantemente la inercia del desorden, por no ser condescendiente con tus quejas, por
no guardar el molde de tu cuerpo en los almohadones del sofá. Por no hacer de ti una
estatua adorable. Discúlpame por no amarte tanto, así. Y, como no es posible que
disculpes mi propio agravio - al menos, perdóname. Me quieres sano, siempre dispuesto
a lo que sea, a satisfacerte, en buenas condiciones, a punto, como un hombre debe
estar… ¿para una mujer? Oseas, titán doméstico, piensa que él es su aflicción –estoy
hecho un inválido, un tullido, un viejo- . Pienso que no cuido de esta aflicción –es
cierto, quiero que se extinga- sino de él. Pienso que es por eso que la enfermedad me
cansa, porque cuando se interpone, ocupa ese lugar vacío donde se tensan las cuerdas
de nuestro deseo. Pienso que me daría igual si le faltaran las dos piernas, me daría igual
si tuviera ochenta años. Pienso que la enfermedad puede llegar a constituir un estado de
ánimo (como la vejez, la profesión, el género) Pienso que se olvida de que está enfermo
y cree que es enfermo. Pienso que una circunstancia no es un ser. Pienso que es a su ser
a quien espero, a quien presto atención, para quien soy solícita. Pienso que esto no
puede resultar más cruel que su dolor. Pienso que así se olvidará de él . Con que tú estés
aquí, ya me siento mucho mejor –dice Oseas. Y yo me pregunto: si fuera que yo le
quisiera sano, siempre dispuesto a lo que sea, a satisfacerme, en buenas condiciones, a
punto, como un hombre debe estar -¿para una mujer?- ¿funcionaría este bálsamo?
Puede ser que otro –cien veces más amable que yo- le mimara, le animara, le
alimentara, le cuidara, le empujara hacia delante, le sujetara. Otro cuerpo con otra voz y
otro pulso, entonaría para él todo este poema árabe. No sería lo mismo, no serías tú –
contesta Oseas. Hay muchas formas de amar. Pienso que incluso las formas del amor
escapan a sus adjetivos. Pienso que hay muchas formas de amar, y que, aún –y aunque
hubiera infinitos de infinitas de formas de amar, formas pulverizadas, aun siendo
irreducible, aún así- el amor no está en sus formas y sin embargo, está ligado a sus
representaciones, no puede darse sin ellas. En las máscaras. Esto llamado amor, me
recuerda a eso llamado estilo. El amor funciona como un proyector de transparencias
durante el proceso de una pintura. Tú dibujas personajes con instrumentos de visión,
catalejos… La mirada no niega el deseo, pero añade al deseo una distancia, una dilación
y un espacio. Una conciencia del punto de vista, de la posición, de uno mismo como
lugar, como membrana sensible, superficie de encuentro entre aquello que nos
constituye y destituye. Pero no es tanto tomar distancia como estar o habitar en esa
distancia5 –dice Oseas. Situada en la distancia entre la imagen que viaja desde el
proyector hasta la superficie donde esta se revela, se muestra y en ocasiones hasta se
rebela. Solo la vida de mi cuerpo, solo el pulso en mi mano puede detener un momento
de todo esto. Ese es mi regalo fundamental. Saber mostrarlo, mostrárselo a quien lo
originó. Origen y destino se encuentran. ¿No son estos, el aquel y el allí con los que
sueña el amor?

IV
Oseas me habla de su sufrimiento. Vuelve a trabajar por las tardes, las tardes en las que
se dedicaba a la ensoñación de sus invenciones. No quiere que le deje solo la semana de
las fiestas del pueblo. No quiere pensar en la posibilidad de sentirse mal y estar solo. No
quiere dar lugar a esa posibilidad. Me pide que me quede. Su última nota causa en mí el
efecto de una carta de amor. Escribo una carta de amor. Los paisajes que describen las
palabras son amplios, múltiples, mágicos, incompletos. Los gestos, las palabras, las
miradas de Oseas no tienen ultimidad. Ni son los últimos, ni ultiman nada. Ahora está
dormido. Este ahora es una casualidad entre Oseas y yo. Ahora –imagino- sus miradas,
sus palabras, sus gestos en mí. Innumerables, memorables, o no, inatrapables. Como el
oxígeno que entra en mis pulmones, el aire transformado. Como señales de una sonda
en las que puedo interpretar la topografía de las profundidades de mi vida. Esta
dimensión espacial amplia, múltiple y mágica que existe solo gracias a Oseas. Son los
recorridos de Oseas por la superficie de mis sentidos, los que viajan y resuenan como
ecos, dibujando los mapas de mi experiencia. Sus miradas, sus gestos, sus palabras se
filtran hacia el interior de la máscara, penetran el umbral de mi apariencia –más allá de
esa que dice yo, cuando alguien me nombra. Las miradas, los gestos, las palabras. Una
alquimia a la que solo podemos acercarnos por medio de vastos remedos: la piedra
filosofal, la vida eterna, la mitología sexual… Sustitutos, ideas, metáforas,
representaciones de esta experiencia de profundidad. Profundidad sin tercera dimensión.
La originalidad de la dimensión humana. Esa profundidad que la existencia va cavando
en la vida.

V
Oseas representa mi rutina. Oseas es el lugar de mis rutinas, ese espacio conocido que
voy transitando. Allí donde se posa mi decisión de abrir un claro en la espesura de los
acontecimientos. Ese es Oseas. Allí donde se calma la agitación del movimiento de este
ejercicio de desbrozar un camino conocido en medio de la opinión común. Llego a un
lugar llamado Oseas. Allí me acojo. Oseas hace un hueco para mí en su imaginación:
una de mis fantasías es que llegue el momento en el que podamos trabajar juntas, otra
vez, como entonces. Fue muy agradable, fue bueno. No podremos repetir aquello jamás.
La idea de no repetir hace avanzar el deseo de coincidir de nuevo. Querido Oseas: ¿Por
5
Txaro Fontalba
qué te cuento tantas cosas de mi vida? ¿Por qué me parece que lo que diga siempre será
poco? ¿Por qué hay un decir imposible? ¿Hay un decir: imposible? Hay
imposibilidades que matan. Si no matan la vida que la lápida representa, matan el
ánimo, las ganas de la vida. Cuando las ganas de la vida están enfermas, el sufrimiento
se multiplica. Es el sufrimiento de la víctima, más el sufrimiento de saberse verdugo
también. A veces me resisto -con dificultades- a la tiranía, a la arbitrariedad a la que
un dictador tirano quiere someterme para que no quiera nada. A veces me resisto a una
moral tirana, oculta en los repliegues de mi ser, tatuada en sus profundidades. Una vez
le dije a Oseas: Creo que soy como un árbol al que alguien ha colgado plomos muy
pesados en las puntas de sus ramas para evitar que crezca. El peso de ese plomo se va
incrementando con el tiempo, sin que nadie lo toque. Es como si el peso creciera
también con el árbol, como si ambos formaran parte de la misma unidad. El árbol crece,
las ramas se curvan… Creo que si no viene alguien pronto y corta los hilos que sujetan
estos pesos, las ramas se irán rompiendo, el árbol morirá. Oseas dijo: lo que yo veo es
un árbol, frondoso y fuerte, del que cuelgan unos graciosos adornos, cuyo brillo hace
resaltar la hermosura de su copa. Dije: ¡gracias! Y pensé que detrás de lo imposible hay
más. Fuerza, vigor, pujanza, capacidad, potencia, brío, florecimiento, autoría. He
escrito detrás, podía haber escrito después. En algunos lugares el tiempo y el espacio
parecen tener la misma sustancia. El Otro después de lo imposible es la autoría. La
autoría está en el después de lo imposible. Así que la flor azul del pensar -eso que te
pido- es el después del imposible: la causa original, el motivo, el móvil, la razón, el
principio, el fundamento… todo esto es el después del imposible, un después que me
antecede. Siempre Oseas.

VI
La gracia aparece cuando el plomo parece levedad, pero los árboles no levantan pesos.
Oseas se alegra de verme: quiero estar contigo ¿Cuándo empezamos? He encontrado
unas cartas que le escribí cuando estábamos separados:
Hello love!
Es verdad que te tengo abandonado. Aquí he pasado unos días entre estupendos y
horribles: como en una montaña rusa. Serge se acaba de marchar hace media hora.
El nuevo inquilino todavía no ha llegado y todos estamos en vilo. No sabemos
quien vendrá. Max y Serge han estado en casa, sin pagar renta, una semana más.
La sala esta llena de ropa, el pasillo de maletas y la escalera de zapatillas... En lo
que llevamos de semana nos hemos cogido tres borracheras monumentales para
olvidarnos de todo. Cada uno de lo suyo. Pero no se puede. Algunos no pueden. El
narcótico –para bien y para mal- sólo funciona unas horas. Los cuatro borrachos:
Serge, Max, servidora...y Hege –la más seria y responsable, o con menos que
olvidar - que se ha ido siempre a dormir la primera. Maxime está hecho polvo. Ha
estado brindando por nuestras mujeres, y por los hombres que se las follan.
Cuanto más borracho está, más presente se hace el recuerdo de su ex-novia y el
recuerdo de su traición. Es muy triste verle así. Se vuelve oscuro e inconsolable.
Se va definitivamente a Portsmouth. Empieza a trabajar en día quince. Yo firmé
mi evaluación el lunes: si no fuera por los problemas con el inglés, estarías
tocando las estrellas con la mano -dijo la señora tutora. Voy a clases de ingles las
tardes de los martes y los miércoles tres horas. El resultado del test inicial fue de
un ochenta sobre cien. El señor evaluador no se explica estos problemas con la
redacción que le cuento: tu redacción es una de las mejores que he visto – ha
dicho. A pesar de todas estas maravillas (léase con ironía) yo también estoy
hecha polvo. Me siento incapaz de ver las dimensiones de los obstáculos que
tengo que sortear. Un día se pone en cuestión mi comprensión de los contenidos
del curso, y al día siguiente me felicitan por lo interesantísimo de mis
comentarios. No entiendo nada. Seguramente no hay nada que entender. No he
encontrado el momento ni el humor para contestar a nadie, y esperaba al sábado
para hablar contigo. En este momento voy a intentar acabar el informe para la
beca. Vuelvo a tener problemas con la tarjeta de crédito y todavía no he pagado la
renta. Pensar en el dinero me atormenta. El training group también ha cambiado:
han dejado de escarnecerme a reproches (por coger un vuelo que me llevó de
vuelta al curso un día más tarde que a los demás, por no hacerme cargo de sus
sentimientos al respecto, por decir que me encontraba bien allí, por no tener
problemas en hablar de mis sentimientos francamente…) pienso que les han leído
la cartilla, o algo así. O ellas mismas se han dado cuenta de que llega un punto en
el que la crueldad no sale gratis. O yo lo he dado a entender. No lo sé. Voy a
intentar concentrarme y no pensar en nada de esto. Será más fácil cuando Max y
sus sombras, no estén. No puedo verle así, es como permanecer en las
proximidades de un sombrío agujero negro donde alguien se ahoga sin auxilio
posible. Busca consuelo y nada es suficiente. Por cierto que como se va a
Portsmouth y le he hablado del ferry, me ha dicho que te va a llamar por teléfono
para que vayas allí, para emborracharos juntos y a mí que me den dos duros... Ten
amigos... Serge se ha dejado la gorra en casa. Eso quiere decir que volverá. La
psicoterapia: tocando puntos difíciles. Te llamo el sábado. Maxime ha puesto
todas sus camisas de cuadros en mi habitación y cada vez que entro siento una
especie de alivio raro: como si fueran las tuyas. Te llamo el sábado .Un beso.
Oseas me estaba esperando, te veo muy guapa. Oseas no cree en árboles, ni en ramas
con pesos colgantes, cree en el consuelo. Frases suyas son: Animo, termina, y cuando
apruebes y vuelvas, lo celebraremos con una botella de champagne. ¿Y si no apruebo?
Pues también lo celebraremos. Otras frases: No te preocupes. Tenemos muchas cosas
que compartir en la vida y el dinero no es una de ellas. Y pagó mis gastos. Otras frases:
En ese caos donde trabajas, lo mejor que puedes hacer es fabricarte tu pequeño mundo y
disfrutarlo con quienes te apetezca. Y se va dormir. Quiero a Oseas. Le quiero tanto que
prefiero no tener conciencia de ello. En la cúspide de esa conciencia siento terror:
imagino la posibilidad de que Oseas desaparezca. Pienso que no podría vivir sin Oseas.
Pienso que no sabría explicarme el mundo sin Oseas a mi lado. Pienso sus palabras
cotidianas, señales de una sonda en las que puedo interpretar la topografía de las
profundidades de mi vida. Esta dimensión espacial amplia, múltiple y mágica que existe
solo gracias a Oseas. ¿Maxime te ha regalado una estrella? No sabe que yo antes ya te
había regalado el cielo entero.

VII
Mientras he estado enfermo he perdido todo contacto con toda esa periferia de asuntos.
No me quiero enredar en los melodramas del deseo. ¿No es el deseo la ley hecha
intimidad? Oye ¿y qué tal está tu corazón?-pregunta Oseas. Reflexionar sobre el amor
siempre me duele. El dolor es el precio que pago por deshacerme de él, del dolor. No
encuentro otro camino. Un camino lleno de desmentidos: la pasión amorosoa no es el
amor; la dependencia simétrica no es el amor; el vampirismo afectivo no es el amor; el
secuestro del deseo no es el amor; el misticismo no es el amor; la simbiosis no es el
amor… Mi corazón está bien –respondo a Oseas- inquieto, como siempre. Tiene miedo
de que se lo coman, supongo. Oseas se tumba juanto a mí. Faltan unos minutos para que
se reanude el partido. Siempre es un placer hablar contigo –dice Oseas. Me pregunto si
la reciprocidad que siento es el amor. Me pregunto si ocultar esta inquietud acabará con
ella. La respuesta se representa en las imágenes que produzco y la admito como un
fracaso. Las miro y la inquietud sigue ahí, como una melodía de mis huellas en el
camino que voy abriendo sobre la nieve de este particular misterio. Un fracaso necesario
porque no hay respuesta. Solo hay desmentidos y preguntas. Oseas me acompaña y me
espera. ¿Es esto el amor? ¿No vas a cenar nada? Tengo miedo de que me partas el
corazón. ¿Quiénes eran esos…los vampiros ¿no?... les partían el corazón con una
estaca…? Oseas le da la vuelta a la tortilla. Segundo tiempo.

VIII

Hacer de ti mi doble no es amarte. Este que contesta cuando alguien pronuncia mi


nombre, este rostro, es mi disfraz, mi máscara.
¿Qué vas a pedirles a los Reyes Magos? Oseas se encoge de hombros y sonríe: tengo
todo lo que necesito para ser feliz. Miro la imagen de su mirada que me mira desde el
espejo, mientras se afeita. Yo también tengo todo lo que necesito para ser feliz. Observo
su imagen sobre la superficie del espejo, como sobre la superficie de un cuadro. Oseas y
yo compartimos el mismo espacio, dentro de un mismo marco. Oseas es mi
incertidumbre, es el espacio del espejo por el que atravesó Alicia.
La tía de Oseas ingresará el jueves en una residencia de ancianos. Al menos no estará
sola. Es necesario hablar con alguien para no morirse –dice Oseas. Para no morir antes
de tiempo. Me pregunto si bastará con un libro o con una sopa de letras, o con cualquier
conversación. Pienso en como seré a los noventa años ¿Cómo me gustaría ser? El pelo
blanco, muy largo, adornado; la ropa alegre; los labios pintados siempre de rojo vivo –
como mi abuela; la carne justa. Oseas cumplió ayer treinta y cinco años. No le gusta
esta edad: me hace pensar en la decrepitud y en la podredumbre. ¿Te sientes decrépito y
podrido? No- responde Oseas. Me pregunto ¿quien es Oseas? Oseas es aquel sobre
quien construyo mi fantasía del amor. El amor es una creación humana. La más humana
y seguramente la primera. Oseas es allí donde se representa la ceremonia de la vida. La
vida como ceremonia. Oseas –el amor- es la representación donde el sexo y el hambre
se asocian y dan lugar, hacen sítio. La ceremonia más cercana al cuerpo, la que más nos
aleja de él. La tela misma de la imaginación –la superficie del espejo- puede llamarse
amor, también. Hambre y sexo. Tú y yo. Adán y Eva. El lugar que convierte el
canibalismo en gastronomía y la muerte en deseo. Necesitamos el amor. Lo invocamos
constantemente – dice Oseas. Enamorarse es aceptar la separación del semejante. 6
Saberse distinto, separado, al comprar el pan, al tocar la bocina en un atasco, al subir al
autobús, al amar… Aceptar la separación es aceptar las leyes de la física: dos cuerpos
no pueden ocupar el mismo espacio; y aceptar las leyes de la simbólica: dos cuerpos
pueden ocupar el mismo espacio simbólico. El secreto del amor está en las formas en
las que cubrimos esta distancia, esta separación. Las máscaras. Construimos imágenes
posibles para lo realmente imposible, modificando así la realidad.

VIX

Dionisio murió esta Noche Buena. Después de cenar, de camino hacia su casa. Murió en
brazos de su nieto, que le acompañaba. No sé si se dieron cuenta de la muerte en los
instantes en los que sucedía, o si quizá solo la temían como una posibilidad o quizá ni
eso. Morir sin saber que se muere, es parte de mi laberinto. Dos horas antes, un señor
6
Txaro Fontalba
se movía, charlaba, cenaba, animado por la vida, la suya, única e intransferible. Dos
horas después era un cuerpo, como otra cosa cualquiera, como una piedra, en medio de
la acera. Un resto que ya no esperaba nada, ni deseaba, ni suspiraba, ni maldecía. Nada.
Un bulto bajo una sábana. La vida humana es eso: una estructura que se mantiene junta
durante un tiempo y que sabe de ese equilibrismo que cesará algún día. Aunque
procuremos no pensar en ello. Hay cosas que hacen que todo lo demás parezca muy
extraño, una de ellas es la muerte –dice Oseas. Es todo muy extraño, tan extraño. Las
rutinas hacen posible transitar esa extrañeza que a veces se desvela. Las rutinas, como
caminos en la nieve. La tarde del segundo día se celebró el funeral. Escuché al
sacerdote hablar de la gloria de Dios y de la vida eterna. Me dividí en dos. Una de mis
mitades pensaba que la fe sagrada viene muy bien en el momento de la muerte. Viene a
velar esa evidencia que el cadáver revela, la obscenidad cruel que representa, el abrupto
se acabó. Mi otra mitad prefería mil veces la evidencia sin velos, aún sintiendo ecos
imaginarios de un dolor extremo e insoportable. La marca de la muerte en cada caso,
aunque irreducible, dibuja el sufrimiento en los vivos de formas muy diversas. Intento
preguntarme sobre mi muerte. Imagino, sin éxito, cual será la diferencia entre morir sin
enterarse o morir sabiendo que se muere. Imagino cual sería mi preferencia: saberlo. Sé
que solo estoy imaginando. No quiero imaginar sobre la muerte de Oseas. Solo
imaginarlo es intolerable. Ni el amor ni nada puede modificar la muerte. El simple
cesar. Se acabó. Quizá sea a partir de esa experiencia cuando puede decidirse si lo que
la muerte despierta es una infinita piedad y respeto, porque cualquier logro cualquier
creación está sujeta a la precariedad de un tiempo de vida contingente –como la verdad;
o por el contrario decidir que ya que moriremos nada importa más que estorbar a la
vida.

XX

Después de la interrupción de la muerte. Muchos días. Después del punto, de ese punto.
Oseas dice: la vida es para vivirla como tú quieras, porque solo hay una, y se acaba. Me
pregunto ¿cuál es mi deseo en la vida? ¿como deseo vivirla? Me pregunto sobre esta
pregunta y encuentro otra mejor: ¿cómo es mi deseo en mi vida? Mi deseo mira. Las
miradas son efímeras, no viven más allá de su tiempo, el tiempo de una mirada. Sin
embargo parece que busco anidar en algunas miradas –tiernas, amorosas- y habitar en
ellas para siempre. Arrebujarme en esos nidos. Un imposible. Sabiendo algo de la
reversibilidad de las cosas me pregunto ¿qué miro yo, más allá –o más acá- de lo que
veo? Siento que busco una mirada perdida. Alguna que soñé o que estuvo cerca,
prestándose a velar por mí aquello que era mi desvelo: el desamparo radical que supone
saberse para la muerte. Busco anidar en esa mirada perdida –tierna, amorosa- y habitar
en ella para siempre, sin muertes ni dolores. Esa mirada fantaseada, esa que invento al
buscarla, la que me calma cuando pinto. La mirada –como el amor- escapa también, de
sus formas, escapa de sus representaciones sin poder prescindir de ellas. ¿Qué miro yo?
Yo miro mi mirada: la que he aprendido a inventar, aquella que vela para mí mi
desvelo, vela el desamparo radical que supone saberse ser para la muerte. Eso es el
amor, la flor azul del pensar ¿Qué miras tú?
XXI

Oseas me pregunta qué es hacer el amor. Realmente ya lo sabemos, sin romanticismos.


Dormir a tu lado ya es muy erótico y vivificante para mi –dice- ¿Soy yo el hombre de tu
vida? ¿Cómo podré saber eso antes del final de mi vida? Ahora no puedo responder sí o
no. Me planteo la clara ecuación del tiempo. Los rincones donde no hay transcurso son
los importantes. Los rincones donde la espera constituye una ramificación de un lienzo
en blanco, un espacio para dibujar esa novedad que tenía forma de regreso. Las llaves
de los oscuros rincones del jardín. Para hablar de los recorridos del alma inventamos
paisajes, escenarios, localizaciones. Necesitamos lugares, porque imaginamos tener
geografías interiores. Ese imaginario que constituye la realidad, en la que suceden
cosas tan abstractas como comprar el pan o las matemáticas. Esa es nuestra superficie:
una máscara en forma de cinta de Moebius. Entonces ¿qué es cualquier cosa? ¿Puede
ser que cualquier cosa sea una reducción o un despliegue imaginario de algo que nos
perturba? ¿Qué nos perturba tanto? Oseas comenzó a chupar mi pecho, de forma general
e imaginaria: como la boca de un submarino u otras algas que laman y se enreden.
Aquella agitación parecía simétrica a la ignición de algunas partes de mi cuerpo y los
pulsos de estas particulares ondas sísmicas comenzaban a viajar por mi piel. Entonces –
entonces, con precisión- llegaron también los fantasmas. Primero ví entrar sus
relucientes cabezas blancas. Resbalaban hacia el interior de la habitación deslizándose
entre los velos de la oscuridad. Después fueron sombras las que entraban en tropel por
el umbral de negrura. Advertí a Oseas: hay alguien más en la habitación. El terror no
distraía a mi cuerpo de su excitación, música con la que Oseas bailaba hozando en mi
cuerpo como un oso en un panal. El terror solo me despertó. Me desperté cuando las
sombras avanzaban sobre los objetos plateados por la tiniebla. Cuando el fondo se
espesó tanto que se convirtió en forma que se espesaba sobre todo el espacio del sueño.
Me desperté antes de ser parte de un todo indefinido, cuya satisfacción consistía en
devorarme en ese instante, entonces, con precisión. Me desperté asustada y abracé a
Oseas que dormía junto a mí. Había alguien detrás de la puerta del dormitorio. El
impulso de encender la luz fue tan brusco, que rompí el tirante del camisón. No había
nadie tras la puerta. Los fantasmas y las sombras tardaron un buen rato en
desvanecerse. Ese tiempo fue mayor que la duración del sueño. La duración del sueño
fue mayor que sus minutos. La clara ecuación del cuerpo. La clara ecuación del tiempo.
Lo que deseo es lo que se representa –con precisión simultánea- como lo que me hará
desaparecer. Hoy ha llamado mi madre. Se lo explico bien situada en la geografía de mi
posición, sin palabras: lo nuestro es imposible, prefiero los amores parciales, rotos,
indecisos, finitos, imperfectos, como Oseas.

XXII

Oseas hace de ama de casa, que consiste en ordenar–excepto la superficie de mi mesa de


trabajo y aledaños-, cambiar las sábanas, buscar ubicación para las cosas que otros se
dejan en nuestra casa: una C.P.U. para reparar, una cámara de video de alguien que ha
metido al niño dentro y no sabe cómo sacarlo de ahí para verlo en su ordenador, un
volante, unos libros con los que no sabemos qué hacer…Oseas guarda las facturas, tira
papeles, pisa al perro sin querer ¿Quedan toallitas de esas de limpiar? ¿Tienes un
rotulador más delgadito que este? Al venir para casa he intentado hacer el recado que
me había encargado Oseas esa mañana: ¿Puedes comprar un par de cd´s regrabables
cuando vengas hacia casa? He fallado la primera vez. Oseas me ha tirado desde el
balcón un billete de 20 euros sujeto con una pinza. Me he venido sin dinero. Pero yo iba
a cometer un error del que no tenía ninguna conciencia. Eso me pasa porque el sentido
común no me habita en absoluto. ¿Qué es el sentido común? Un saco lleno de gatos.
Depende de para quien, para qué, en qué situación… el sentido común es una cosa u
otra. Así que no es común, ni tampoco es sentido. Es nada. Una parte de la nada a la
que tantos se suscriben. No hay que entender todo. ¡Qué tontería! Entender viene del
latín intendere de tendere: tender. Lo peor es lo que no parece absurdo, porque sobre
lo que parece absurdo uno puede preguntarse si lo es, si no lo es… Lo peor es lo que
parece de sentido común. He entrado a la tienda de equipos informáticos y componentes
y todo lo necesario para su ordenador y todas sus colateralidades, he entrado y he
pedido un par de cd´s regrabables. La dependienta me ha dicho: De esos discos no
tengo. Hay pocos y son caros, así que no voy a traer. Claro ¿Cómo se me ocurre pedir
algo poco y caro en una tienda donde todo es mucho y barato y por eso siempre está
llena de gente? Si es que ¡¿a quien se le ocurre!? ¡A mí! Que carezco de sentido común.
La teoría de Oseas es distinta. En este momento Oseas está tocando el piano con los
auriculares puestos. Le digo que quiero oírle tocar. No quiere que le escuche ensayar.
Le gusta verme supurando admiración y envidia.

XXIII

No sé muy bien en qué consiste este éxito –digo a Oseas. ¿Cómo que no? Pues en esa
alegría que sientes –dice Oseas. ¡Ah, claro, si!-digo yo. Hoy le he dicho a Oseas que no
quiero volver allí, a esas cuatro paredes, a la reflexión sobre mi reflexión sobre mis
ocurrencias, sobre mis sueños y mis cosas. Creo que quiero algo de ti que es imposible
– le he dicho – que no sucederá nunca aquí y quizá en ninguna otra parte, ni con nadie.
Oseas me pregunta si tengo idea de qué algo es ese. Quiero desnmascararle. Sorprendo
ideas en mi mente. Pesco esta idea: quiero desenmascarar a la persona. No sé si a todas.
A alguna, a él. Arrancar su máscara y descubrir que el interior es un pulido espejo que
me refleja con perfección. Imposible lugar de reconocimiento imposible. Persona es
máscara, y la máscara es inarrancable: una invención, una construcción propia, radical,
original. Aunque fuera posible arrancar algo, detrás habría algo invisible, insignificante,
irrepresentable. Necesitamos una representación para ver. Necesitamos ver máscaras.
Persona: ‘máscara de actor’ A ella nos debemos, ella nos representa, ella somos, ella
inventamos. Es mi máscara lo que veo en los espejos, lo que otros ven, lo que otros
interpretan a su modo. Semblante, semejante, apariencia, aspecto de una cara. El
semblante es un rictus de la máscara, escogido, una pose, una apariencia de algo que se
elige para cada momento o para todos. Los semblantes no me interesan nada. Las
máscaras sí. Pero el amor escapa a sus formas. Escapa a sus representaciones sin poder
prescindir de ellas. Hay algo, una parte de mí, que no se deja impresionar por las
máscaras, ni se deja impresionar en las máscaras. Algo que pasa de largo de los
semblantes. Algo que no suspira por las imágenes (las atraviesa, porque es sin imagen);
ni se detiene demasiado tiempo en los objetos que lo testimonian, porque no le
entretiene, ni le gusta agotarse en los objetos. Algo asociado a una pregunta, a una duda
o a un no saber, a la invención de un saber sobre mí. Oseas dice que este final es
posible, que los finales requieren un tiempo, que le dé tiempo a este final. Que se puede
comenzar. Le digo adiós al imposible. Vuelvo a casa con mi página en blanco, para mí
sola. Vuelvo, pero solo vuelvo a casa, a Oseas, a las preguntas sobre el amor, a sus
representaciones cotidianas, a aquello que las atraviesa y sigue. Vuelvo, sobre el trazo
de vida que me toca, una y otra vez, nuevamente. Hay algo del amor que siempre queda
suelto, como un fleco que enlaza con otras cosas. Algo que se libera en las operaciones
del amor, como el metano en la descomposición de los cuerpos muertos, como el
perfume de las flores. Algo que circula y serpentea creando sus propios vericuetos en la
roca de la realidad, cuando esta se hace roca. Algo que no es accesible mediante una
única representación y al mismo tiempo es único. Algo que no está asociado a nadie
más que a mí. Algo que no puedes ser tú. Esa imposiblilidad lo hace posible. No hay
nada de mí en ti. De otra forma no podría amarte, ni escribirte estas líneas que es lo
mismo.

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