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Se entiende por Comunidad Eclesial de Base (C.E.Bs) un grupo pequeño en el cual sus
integrantes se conocen, comparten su vida, celebran su fe y se ayudan mutuamente a
vivir plenamente su compromiso en la construcción del Reino. La Iglesia es el Pueblo
de Dios y en cada momento histórico va descubriendo e implementando nuevas formas
de organización que ayuden a interiorizar los valores evangélicos, ofreciendo una
respuesta a los signos de los tiempos. Las Comunidades Eclesiales de Base reproducen,
en cierto modo, la estrategia pastoral de la Iglesia primitiva y algunos rasgos de la
primera evangelización latinoamericana. Ellas quieren ser la expresión actualizada más
parecida a las primeras comunidades cristianas descritas en los Hechos de los
Apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la
fracción del pan y a la oración… Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo
cuanto tenían. Vendían sus bienes y propiedades y se repartían de acuerdo a lo que cada
uno de ellos necesitaba” (Hch. 2, 42-46). “La multitud de los fieles tenía un solo
corazón y una sola alma. Nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que todo lo
tenían en común. Dios confirmaba con su poder el testimonio de los apóstoles respecto
de la resurrección del Señor Jesús, y todos ellos vivían algo maravilloso. No había entre
ellos ningún necesitado, porque todo lo que tenían, campos o casas los vendían y ponían
el dinero a los pies de los apóstoles, quienes repartían a cada uno según sus
necesidades”. (Hch. 4, 32-36). La experiencia latinoamericana de las Comunidades
Eclesiales de Base brota de la renovada eclesiología del Concilio Vaticano II. Dice el
Concilio: “La Iglesia avanza con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del
mundo y su razón de ser es actuar como fermento y alma de la sociedad” (GS. nº 40).
Las Comunidades de base “surgen y se desarrollan en el interior de la Iglesia,
permaneciendo solidarias con su vida, alimentadas con sus enseñanzas, unidas a sus
pastores. Nacen de la necesidad de vivir todavía con más intensidad la vida de la Iglesia
o del deseo de una dimensión más humana que difícilmente pueden ofrecer la
comunidad eclesial, sobre todo en las grandes ciudades contemporáneas que favorecen
el anonimato y la masificación… Se quieren reunir para escuchar la Palabra de Dios,
para los sacramentos, el ágape fraternal de las personas que la vida misma encuentra ya
unidas en la lucha por la justicia, la ayuda fraterna a los pobres, la promoción
humana”… (Pablo VI. E.N. n. 58)
“En el corazón del anuncio está Jesucristo, en el cual se cree y del cual se da testimonio.
Transmitir la fe significa esencialmente transmitir las Escrituras, principalmente el
Evangelio, que permiten conocer a Jesús, el Señor”. (Lineamenta 10). “Este primer
anuncio tiene la finalidad de proclamar el Evangelio y la conversión, en general, a
quienes todavía no conocen a Jesucristo. La catequesis, distinta del primer anuncio del
Evangelio, promueve y hace madurar esa conversión inicial, educando en la fe al
convertido e incorporándolo en la comunidad cristiana”.
Formación del trabajo en equipo lo que implica en quienes lo emprenden a tener una
actitud de justicia que impone el ofrecer y dar nuestro trabajo como algo debido a los
demás.
Que el hombre aprenda a vivir bajo la gracia de Dios. Esta gracia y verdad nos ha
llegado por Jesucristo. San Juan 1:17. Ejercitar las virtudes teologales de la fe, la
esperanza y la caridad por medio de la vida de oración, como parte fundamental de la
vida. Catecismo de la Iglesia Católica, N. 2559. Que el hombre busque a Dios en las
Escrituras y sepa reconocer en ella la llamada de Dios. Esta respuesta implica el espíritu
de sacrificio para dominar las tendencias del pecado por amor a Dios. La devoción a
María mediante la imitación de sus virtudes. Que el alumno busque establecer una
relación íntima con Dios, que le permita llenar sus necesidades espirituales.
Ser Católico es más que pertenecer a una religión. Consiste en ser discípulo de
Cristo en constante formación. La formación espiritual sobre cuales todo Cristiano
debería de edificar su fe.
La confesión es el Sacramento mediante el cual Dios nos perdona los pecados
cometidos después del Bautismo y recuperamos la vida de gracia, es decir, la amistad
con Dios. Es la gran oportunidad que tenemos para acercarnos de nuevo a Dios que es
nuestra verdadera felicidad. La oración es a la vez algo fácil y difícil. Fácil porque
hablar con Dios es algo que podemos hacer en cualquier momento, prácticamente en
cualquier circunstancia, y es difícil porque a veces sabemos exactamente que es hacer
oración, porque las ocupaciones diarias nos absorben simplemente porque hay una gran
resistencia a sentarse un rato para hablar con Dios.
Las escrituras es tan importante como Dios pues es palabra de Dios. Hoy día en
muchas familias católicas encontramos la Biblia como el libro sagrado de la casa. Ojalá
que pronto llegue el día que cada católico sea un asiduo lector de la Escritura Sagrada.
Lectura espiritual. Ayunar significa empobrecer el alma, rehusar su subsistencia por
medio de abstenerse de alimento. El ayuno en las escrituras descansa sobre la verdadera
auto-humillación y penitencia. El ayuno es el método de Dios para subyugar el alma
carnal bajo la soberanía de Su Espíritu. El ayuno es un acto de expresar y demostrar
pena por el pecado, es una expresión externa de la pena y dolor interno por el pecado. El
Rosario ¡Cuántas personas han logrado verse libres de pecados y de malas costumbres
el dedicarse a rezar con devoción el santo Rosario! ¡Cuántos hay que desde que están
rezando el Rosario a la Virgen María han notado como su vida ha mejorado
notoriamente en virtudes y en buenas obras! Son muchísimos los que por haber rezado
con toda fe su Rosario lograron obtener una buena y santa muerte y ahora gozan para
siempre en el cielo. La lectura espiritual nos fortalece el espíritu de iglesia así como la
voluntad de siempre buscar la santidad. A veces con ver testimonio de otros
hermanos nos motive a replantear muchas cosas en nuestra vida y nos ayuda a
profundizar en el autoconocimiento.
Incluso [...] puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en
él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos» (San Cipriano de
Cartago, De dominica Oratione, 13). Esta petición es el Marana Tha, el grito del
Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor Jesús”:
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la
meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor
con grandes gritos: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia
por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?” (Ap 6, 10). En efecto, los mártires
deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu
Reino!» (Tertuliano, De oratione, 5, 2-4). En la Oración del Señor, se trata
principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo
(cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más
bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu
del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo”
(cf Plegaria eucarística IV, 118: Misal Romano). “El Reino de Dios [...] [es] justicia y
paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos
son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate
decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25): «Solo un corazón puro puede
decir con seguridad: “¡Venga a nosotros tu Reino!” Es necesario haber estado en la
escuela de Pablo para decir: “Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal”
(Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras,
puede decir a Dios: “¡Venga tu Reino!”» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses
mystagogicae 5, 13). Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir
entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la
sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación
del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica
las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y
a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).Esta petición está sostenida y escuchada en la
oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida
nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los
primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros.
Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su
misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta
el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su Resurrección (cf. Jn 20, 7),
todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de sus gestos, sus milagros y
sus palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la Divinidad
corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el "sacramento", es decir, el
signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había
de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su
misión redentora.
Nuestra comunión en los misterios de Jesús Toda la riqueza de Cristo "es para todo
hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí
mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por
nuestra salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en su
Resurrección "para nuestra justificación" (Rm 4,25). Todavía ahora, es "nuestro
abogado cerca del Padre" (1 Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro
favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas,
permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,
24).
Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en
nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo
hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace
comulgar, en cuanto miembros de su Cuerpo, en lo que Él vivió en su carne por
nosotros y como modelo nuestro:
Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37;
cf Lc 10, 27: “...y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la
llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez
palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el
hombre está llamado a dar a su Dios. La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la
obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer
mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a
causa de Él (cf Dt 6, 4-5). Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios.
La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su
acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la
caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o negligencia
en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de
la caridad. La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a
sentir horror por el bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al
amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige
penas.“Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se
realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra
adoración a Dios: oración de alabanza y de acción de gracias, de intercesión y de
súplica. La oración es una condición indispensable para poder obedecer los
mandamientos de Dios. “Es preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18, 1).
Jesús dice a sus discípulos: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»
(Jn 13, 34). En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los
mandamientos, Jesús responde: «El primero es: “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios,
es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. No existe otro mandamiento mayor que éstos» (Mc 12, 29-31).El apóstol san
Pablo lo recuerda: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no
adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se
resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal
al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 8-10). Jesús es
interpelado, sobre cual eran los más grandes mandamientos y él responde
diciendo Mateo 22:37 al 39: “ Y Jesús le dijo al interprete de la ley , ... Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente, este es el primero y
grande mandamiento y el segundo es semejante,ama rás a tu prójimo como a ti
mismo” Y note que interesante ¡ Enfatiza en el verso 40 de estos dos mandamientos
depende toda la ley y los profetas. El Ministerio hombres en la brecha, está impartiendo
en Grupos de Oración, Congregaciones, en Grupos de Estudio de la palabra, principios
y valores cristianos para afirmar la fe del creyente y desarrollar en el pueblo de Dios, el
amor entre los hermanos, para que podamos fraternizar, motivarnos, alentarnos, y
ayudarnos los unos con los otros, hoy el tema es: El amor al prójimo como evidencia el
orar por tu hermano. Señor te damos gracias en este día por podernos acercar a ti, a
nuestro Dios Bueno, a nuestro Dios de amor. Venimos, Señor tratando de comprender
más las profundidades de tu Palabra, así que te suplicamos hoy que una vez más tu
gracia se derrame sobre nosotros, tu familia , tu pueblo, que así lo hagas, en el nombre
del Señor te lo pedimos.