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cambio histórico*
Publicado el 12 agosto, 2008 por Hernán Montecinos
INTRODUCCION:
Nos proponemos en este breve ensayo aludir a la figura del mercader medieval, cuyo
protagonismo suele no estar debidamente reflejado tanto en los manuales escolares
como en los textos más propiamente históricos, en donde se lo reduce a la categoría de
actor secundario dentro del proceso histórico que marca el tránsito del medioevo a la
modernidad, de la sociedad marcada por la impronta de lo religioso –con la
consiguiente hegemonía social de la Iglesia Católica- a la sociedad caracterizada por el
predominio de los valores materiales.
Por el contrario, nosotros creemos que el mercader medieval jugó un papel principal
dentro de este proceso, al punto que podríamos considerarlo como un factor del cambio
histórico en primer grado. En efecto, su acción e influencia se dejaron sentir
especialmente durante la Baja Edad Media (siglos XIV y XV), preparando así el
advenimiento de la modernidad que alcanzará su cenit con el Renacimiento
inmediatamente posterior.
Los avances del comercio medieval fueron consecuencia del desarrollo de las ciudades,
por lo que habría que ubicar el surgimiento del mercader en un marco urbano. Podemos
distinguir tres regiones en las que tendió a concentrarse la actividad comercial europea.
Por un lado, tenemos las ciudades comerciales italianas y su zona de influencia. Por el
otro, las ciudades hanseáticas en el norte de Alemania. Entre ambas, se yergue una
tercera región en el noroeste del continente (sur de Inglaterra, Flandes, norte de
Francia), en la que observamos un incipiente desarrollo de la industria textil, la cual
alimentará las ferias comerciales de Champagne y de Flandes.
En una primera etapa, el mercader medieval fue sobre todo un mercader itinerante, de
allí que el principal problema con el que debió enfrentarse sea el de las vías de
comunicación. En lo que respecta a las vías terrestres, en muchos casos no existieron
por lo que el mercader debió trazarlas de hecho. Las viejas vías romanas se encontraban
en estado ruinoso y poco se hacía para su conservación. Por último, debe tenerse en
cuenta la inseguridad que reinaba en los caminos como consecuencia de la acción de
bandidos y de los peajes y exacciones que impusieron las diversas autoridades
señoriales o municipales. Este segundo factor repercutió sensiblemente en el costo del
transporte, que representaba el 25% del precio inicial cuando se trataba de mercancías
de escaso volumen y alto valor, como por ejemplo las especias y, hasta un 150%,
cuando se trataba de mercancías de gran volumen y reducido precio, como ser los
granos.
Dadas las circunstancias descriptas, los mercaderes prefirieron las vías fluviales.
Existieron tres redes: la del Po y sus afluentes; la del Ródano y la compuesta por los ríos
Rihn y Danubio, las cuales se optimizaron mediante una importante obra de
canalización. El transporte marítimo, por su parte, fue el más económico (2% para la
seda, 15% para los granos y 33% para el alumbre), pero presentó problemas tales como
la seguridad y la escasa capacidad de carga de las naves. En efecto, sólo ciudades que
gozaron de un poderío militar importante, como Venecia, pudieron darse el lujo de
escoltar a sus convoyes comerciales por flotas de guerra. En cuanto a la capacidad de las
bodegas, la misma rara vez superó las 500 toneladas.
Durante el siglo XIII, el gran centro de atracción para los mercaderes itinerantes fueron
las ferias de Champagne. Sin embargo, estas ferias comenzaron a declinar a principios
del siglo XIV y, si bien se barajaron diversas causas para ello, lo concreto pasaría por la
transformación que experimentaron las estructuras comerciales, fenómeno que
originaba una nueva figura de mercader; es decir, el mercader sedentario.
Desde entonces, el problema del cambio pasó a un primer plano, en el que influyeron
fundamentalmente cuatro factores, a saber: a) la coexistencia de dos patrones
monetarios, oro y plata; b) el precio de los metales preciosos, en el que incidieron la
oferta y la demanda, tanto como la especulación de los proveedores; c) la actuación de
las autoridades políticas, quienes a través de reconversiones, devaluaciones, etc.,
generaron riesgos que los mercaderes no estaban en condiciones de prever y; d) las
variaciones estacionales del mercado de la plata.
Es indudable que el poderío económico logrado por los mercaderes está estrechamente
ligado al desarrollo de las ciudades. Por ello, hemos de analizar en las líneas que siguen,
con poder de síntesis, las relaciones que mantuvieron con los restantes estamentos
sociales y, fundamentalmente, con la Iglesia.
Comenzaremos por analizar sus relaciones con los nobles, adelantando la impresión de
que habría existido una coincidencia de intereses entre ambos estamentos. Los nobles
acudieron a los mercaderes en procura de recursos financieros, atento al debilitamiento
de la economía rural. Los mercaderes, embarcados en franco proceso de ascenso
económico, precisaron del prestigio y del lustre social que sólo se desprendía del status
nobiliario. Los medios de que se valieron para acceder al mismo fueron múltiples y
variados. Así, por ejemplo, a través de matrimonios, compras de tierras o ingreso a la
función pública. Esta coincidencia de intereses, habría traído como consecuencia un
ennoblecimiento de los mercaderes, simultáneo a un aburguesamiento de los nobles, lo
que habría derivado en un estamento diferenciado al que suele denominarse patriciado
urbano.
Las relaciones con los sectores populares urbanos, no habrían sido tan claras y
apacibles. En realidad, se trataba de dos mundos enfrentados. Uno, compuesto por los
pequeños comerciantes y los artesanos, celosamente regulado por las leyes morales de
la Iglesia y por las normas jurídicas de la ciudad. El otro, compuesto por los grandes
mercaderes y banqueros, orientados mayormente al comercio internacional y que,
sujetos teóricamente a idéntico ordenamiento jurídico que sus antagonistas, tuvieron no
obstante infinitas maneras de obviarlo cuando el mismo estorbaba el logro de sus
objetivos. Era común que los primeros se encontraran endeudados respecto de los
segundos, lo que generaba permanentes fricciones.
En lo que hace a las relaciones con los campesinos, primero se dio una fase de
coincidencia de intereses, dado a que los campesinos necesitaban de los mercaderes
para lograr emanciparse de la servidumbre de la gleba. Por su parte, los mercaderes, a la
par que debilitaban el poderío de la nobleza feudal, conseguían para sí mano de obra
barata. Evidentemente, éstos saldrán gananciosos mientras que aquéllos simplemente
cambiarán de amo, toda vez que a la libertad personal que han recuperado, sobreviene
una dependencia económica respecto de los mercaderes.
El patriciado urbano, al que nos hemos referido al comienzo de este apartado, pronto se
hizo con el control político de las ciudades, habiendo sido las notas distintivas de tal
dominio el fraude fiscal y la malversación del erario público. También se desataron las
luchas internas, por competencias de negocios o de prestigio y, en este contexto,
operaban las alianzas que algunos patricios realizaban con los sectores populares,
tendientes a desplazar a algún competidor. La lucha entre familias y clanes burgueses
ocupará un importante espacio durante la Baja Edad Media.
Por su parte, los cuantiosos ingresos que recibían las arcas vaticanas también daban
lugar a importantes negocios, en este caso por intermedio de la banca de los Médicis,
quienes actuaban como agentes financieros del papado y al mismo tiempo se valían de
sus recursos para impulsar el desarrollo de sus propias actividades comerciales. El
móvil de esta interacción con el poder político era, para el mercader, la búsqueda de
poder y de prestigio.
Por último, cabe analizar brevemente la actitud asumida por la Iglesia hacia los
mercaderes, la cual fue evolucionando desde una condena prácticamente absoluta,
pasando por la tolerancia hasta terminar en una virtual reivindicación de éstos. ¿A qué
obedecería este cambio de su postura inicial? No estamos en condiciones de responder
de modo unívoco y taxativo, sin embargo podemos adelantar algunas hipótesis. Así,
podría haber sido consecuencia de la adecuación eclesiástica a los cambios registrados
en el campo económico, o a la impotencia de la Iglesia para impedir el auge de la
actividad mercantil, sin que falten los que imputan a la institución una velada
complicidad con ellos.
La Iglesia también exteriorizó su ira contra los mercaderes, dado que éstos por lo
general no respetaban la prohibición eclesiástica de comerciar con los infieles. Ello
pudo apreciarse especialmente durante las Cruzadas. Por ejemplo, la Iglesia prohibía la
venta de esclavos al Islam y, sin embargo, era éste uno de los tráficos más lucrativos
para los mercaderes cristianos durante el Medioevo.
No hay que olvidar en el análisis de este período, que ya estaban presentes los primeros
síntomas de laicización que anunciaban el Renacimiento de los siglos XV y XVI,
gestándose así la transición a los tiempos modernos.
Sin perjuicio de lo dicho hasta aquí, los vaivenes de la economía empujaron a no pocos
burgueses enriquecidos a través del gran comercio y de la banca, a invertir sus
ganancias en bienes raíces, transformándose así de mercaderes activos a rentistas.
Durante la Alta Edad Media fue evidente el monopolio cultural que ejercía la Iglesia
medieval y, si bien durante la Baja Edad Media el mismo perdurará, junto a ella
comenzaron a aparecer las primeras manifestaciones de una cultura laica, es decir, no
eclesiástica, en cuya gestación mucho tuvieron que ver los mercaderes.
Se extendió el uso de las lenguas romances o vulgares, que sustituyeron al latín para los
usos cotidianos. Este quedó relegado a los ámbitos del foro, la religión y la cultura. Al
principio, el francés fue el idioma del comercio en Occidente, debido a la importancia
de las ferias de Champagne. Luego, el italiano ocupará un lugar preponderante y el bajo
alemán en la órbita de las ciudades hanseáticas. El estudio de la historia fue
revalorizado por la clase mercantil, la cual le servía tanto para enaltecer a su ciudad
como para resaltar el papel que en ella desempeñaba. También, le era útil para
comprender los acontecimientos que brindaban el marco contextual a su actividad en la
que ella misma era protagonista. Así, por ejemplo, la historiografía florentina en el siglo
XIV era monopolizada por los hombres de negocios, siendo que hasta ese momento los
cronistas medievales se habían ocupado mayormente de hechos políticos y sobre todo
religiosos; ahora, junto a ellos, aparecían historiadores interesados en los aspectos
económicos.
Naturalmente, a la par del progreso registrado por la ciencia secular ocurrió el adelanto
en la teoría comercial, cuya esencia podemos extraer de los manuales de comercio
publicados, que se ocupan de enumerar y describir las mercancías, los pesos y medidas,
las monedas, las tarifas aduaneras, los itinerarios, etc. También aportaban fórmulas de
cálculo y calendarios perpetuos; describían los procedimientos químicos que permitían
la constitución de aleaciones, de las materias tintóreas y medicinales; aconsejaban sobre
las mejores formas de evadir al fisco y otras recomendaciones por el estilo.
De esta manera, se fue perfilando nítidamente una divisoria de aguas entre el universo
cultural impuesto por la Iglesia y el nuevo modelo inducido por la revolución comercial
que iba, evidentemente, por caminos diferentes a los de la Iglesia. En efecto, mientras
ésta se interesaba en los conocimientos teóricos y generales, el nuevo esquema laico
priorizaba los conocimientos técnicos profesionales. También, a diferencia del mundo
religioso que ponía el acento en lo universal, el mercader estaba atento a la diversidad y
buscaba lo concreto, lo material, lo mensurable.
La acción del mecenazgo también se explicaría como una forma de reactivar a través del
turismo la economía de la ciudad, muchas veces deprimida por las crisis. Las artes
menores, tales como la orfebrería, la gastronomía y sobre todo la indumentaria,
adquirieron gran desarrollo debido a la búsqueda de lujo que animó a los nuevos ricos,
para horror de la Iglesia y de los moralistas de turno. Naturalmente, todo esto repercutió
fuertemente en el comercio.
Por último, cabe añadir que el gusto de los mercaderes no se caracterizó por ser muy
original. Consecuente con su condición de nuevos ricos, acabaron por copiar el gusto de
las clases dominantes tradicionales, con quienes se complacían en asimilarse. Así, el
arte les ofrecería un atajo para acortar las distancias que los separaban de la vieja
aristocracia, es decir, de la nobleza y de la Iglesia.
CONCLUSION:
Igual de azaroso fue el camino recorrido por el mercader medieval para posicionarse
socialmente, sin que quedara uno solo de los restantes estamentos que componían el
espectro social medieval sin involucrarse de una o de otra manera con él. No obstante, a
través de transacciones, de identificar coincidencias de intereses, de establecer alianzas
a través del matrimonio, la compra de tierras y otras por el estilo, el mercader logró
ascender en la pirámide social de su época, logrando asimismo que los principales
factores de poder vieran en él a un interlocutor digno de ser tenido en cuenta.
Así, llegamos al aspecto más importante que nos proponíamos resaltar que fue el
impulso y los aportes realizados por el mercader medieval al proceso de secularización
de la cultura, al punto de darnos pie para afirmar que terminó convirtiéndose en un
genuino agente del cambio histórico y, sin que ello signifique ignorar el legado cultural
dejado por la Iglesia medieval, nos ha importado poner de manifiesto aquel que ayudó a
formar la clase mercantil que no fue, indudablemente, nada desdeñable.
Bibliografía Consultada:
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