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UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA

RECTORADO

DIRECCIÓN DE INVESTIGACIONES Y POSTGRADO

CURSO DE INDUCCIÓN DE POSTGRADO

CENTRO LOCAL FALCÓN

ENSAYO NRO. 2

LA ETICA PROFESIONAL ENFOCADA AL QUEHACER DOCENTE

AUTOR (A): Licda. Nayret Navarro

CI 13901036

Programa: Maestría en Ciencias de la Educación mención Administración


Educativa.

Santa Ana de Coro, julio 2019


La ética profesional no es absolutamente un estudio o un conjunto de
normas para regir la conducta de quien ejerce una labor profesional; es la
responsabilidad que va más allá de la norma escrita y debe hacerse efectivo
teórica y prácticamente. Mientras que en el ámbito de la educación, para cumplir
con ese compromiso el o la docente tienen que ser conscientes de sus tenencias
prácticas, intelectivas y morales. Por lo tanto la ética de un profesional debe estar
presente desde la formación del mismo, por ello el docente debe actuar en esta
etapa, para realizar esta labor tiene que conocer los códigos éticos y plantearse
cómo debe ser su comportamiento como educador.

Es necesario mencionar que el profesional de la docencia posee ciertos


principios éticos que embellecen su quehacer de modo tal que haga de su acción
docente una virtud, se puede decir que la actuación profesional esté amparada en
unos valores y deberes que surgen de dos fuentes básicas: lo que requiere la
sociedad y lo que se demanda el propio individuo en su poder de decisión y desde
la sociedad que emanan los valores morales y desde el individuo en su capacidad
reflexiva racional y los principios éticos, es conveniente mencionar que la ética y la
moral se diferencian, pero no se excluyen sino que se complementan en un
diálogo fructífero para el cuerpo social y para el individuo.

Es preciso decir que la profesión docente no es una vocación de servicio,


sino un bien que ofrece un profesional acreditado para ello y por el cual devenga
un salario que es en principio su medio de sustento. El docente es un profesional
como cualquier otro y como tal está llamado a hacer bien el servicio que ofrece a
la sociedad, por este motivo en el profesional docente debe unificar las normas
dadas socialmente a toda profesión y los principios éticos que brotan de la
reflexión durante la acción docente.
Hay que hacer mención que dentro de esta dedicación entre las normas
sociales y los principios personales hay cuatro postulados para la ética del
docente que es bueno compartir: primero “que la acción educativa esté bien hecha
y que establezca un bien para los alumnos”; segundo “que el trabajo educativo
respete y estimule la complejidad en los aprendizajes”; tercero “que la labor
educativa ofrezca las posibilidades de aprendizaje y de mejora a los alumnos
según sean sus capacidades” y cuarto, “que el quehacer educativo no represente
obstáculo alguno para el desarrollo de las capacidades de los alumnos”.

Es preciso mencionar que estos cuatro postulados provienen de una


armonía entre los principios de toda profesión y el fin de la acción educativa que
es la mejora de las capacidades y aprendizajes de los educandos, pero estos
postulados no tienen sentido si no hay un trasfondo que se entrelace entre las
normas morales y los deberes éticos como lo son la autorreflexión como cuidado
de sí, que es el conocimiento de sí mismo, no del yo que no existe. Sólo llegamos
a nosotros mismos por mediación del lenguaje y los otros. Por lo tanto el docente
debe describir en su acción educativa para cobrarle sentido al quehacer propio. Ya
que narrarse a sí mismo significa ver su identidad como constituida por el lenguaje
y por la acción propia.

La vida no es una serie de episodios experimentados de modo aislados,


sino la significación que le damos a esta serie de acontecimientos en el marco de
una totalidad significante. Sócrates decía “que una vida no reflexionada es una
vida no vivida, contar la propia vida no sólo trae ventajas sorprendentes en el
descubrimiento de quiénes somos, sino que nos permite mejorar el curso diario de
nuestras acciones”. De este modo vivir, contar y reflexionar constituyen una
unidad elemental antropológica y psicológica, en la medida en que reflexionamos
sobre nosotros mismos y damos una unidad significativa a los sucesos cotidianos
que nos ocurren, a las acciones cotidianas que realizamos, es que podemos
hablar de una vida vivida.

Si la ética docente es la reflexión metodología y racional sobre la acción


educativa, el modo de comprenderse del docente es narrando su propia actividad
pedagógica, contar aquí no solo se reduce a describir una historia, sino a
comprender en una totalidad significante el curso temporal de una serie de
acontecimientos constituidos por la acción pedagógica, es decir en la medida en
que comprendo la acción educativa y su intencionalidad en el marco de una
totalidad, en este sentido un docente ético será aquel que se reconoce y
comprende a sí mismo haciendo un bien a otros bien hecho.

Sin duda alguna uno de los aspectos relevantes que contribuyen a pensar
el proceso de profesionalización del rol docente lo establece el concepto de
identidad profesional. López acota que “los caminos que conducen a la identidad
de la profesión académica, pasan necesariamente por un debate de la dimensión
ética: al menos en dos ejes centrales, que transversalmente cruzan todo el
espectro de los profesionales de este campo: primero la naturaleza de la relación
entre docentes y estudiantes supera el plano de lo técnico, incluso en aquellas
disciplinas que por las características de sus contenidos pudiera pensarse que son
excepcionales, sin serlo; segundo se trata de una profesión que posee una natural
intencionalidad de intervenir entre seres humanos e influye en la constitución del
humanismo de los integrantes del grupo escolar, dependiendo de sus
convicciones y las prácticas en la institución educativa”.

Hoy en día los agentes educativos (docentes, formadores, intelectuales)


viven los efectos de una sociedad del conocimiento, incertidumbres ante los
cambios en los saberes de enseñanza, disminución del compromiso social,
obsesión por la técnica, la preponderancia de los valores económicos e
instrumentales e incorporación como moda de paradigmas pedagógicos; los
valores los sitúan además como sujetos necesitados de establecer lazos afectivos
y políticos durante el proceso educacional, es decir en esta dimensión se ubica el
debate de la profesión académica desde la perspectiva ética.

Ahora bien, se debe tomar en cuenta que la docencia es concebida como el


ejercicio profesional de la enseñanza no está fuera de las alternativas entre
fundamentalismos y relativismos, entre profesión asistencial y profesión
competitiva de logro individual y entre acción ética y evitación, y va más allá de lo
señalado, es lo especifico de la profesión docente que se manifiesta más
compleja aún, desde la orígenes mismos de nuestro sistema escolar. Hay que
recordar que el rol que se le atribuyó en los períodos más claros de la ordenación
histórica de la nación y el impacto de las ideas de la educación en sus diversos
esfuerzos de definición de sentido, reformas implicadas e influencias de
tendencias y movimientos filosóficos, políticos y económicos.

La ética Profesional se inicia en la necesidad de mantener un trabajo, esto


obliga al compromiso por parte de las personas para lograr ese fin, que se ira
distinguiendo en función del oficio y ámbito donde se realiza, en otras palabras se
debe tomar en cuenta que el comportamiento este acorde con el trabajo que se
tenga y que el ámbito lo permita. Se puede decir que el docente, debe observar
las costumbres del medio y respetarlas, pero su responsabilidad va más allá de lo
de las normas morales de la sociedad donde enseña, por lo tanto él debe asumir
un compromiso personal bajo un concepto moral denominado conciencia
individual y para eso necesita orientarse desde un marco ético profesional.
Alguno de esos factores conceptuales establecidos en códigos escritos son
principios que debe obedecer el docente, como: ser responsable y modelo
ejemplar; ser justo, veraz y objetivo; respetar y procurar la empatía; ser solidario y
tener responsabilidad social; espíritu crítico; desapego a lo exclusivamente
monetario; entender que el estudio es por siempre; y para siempre.

A modo de conclusión, debo remitirme a la expresión de Cardona, cuando


sostiene que «lo primero que debe hacer el educador, como profesional de la
enseñanza, es conseguir que su propia tarea sea un acto ético: debe actuar
éticamente, como persona que se dirige a personas, y dar a esa relación recíproca
que se establece un sentido moralmente bueno: ha de ser un acto personal bueno,
en sí y en sus consecuencias. Ha de ser un buen profesor, siendo un profesor
bueno». Sin dudas, acordar en algún contenido concreto de dicha definición es
una tarea harto compleja, pero puede servirnos para trazar un horizonte a la
reflexión precedente.

Ya que en la práctica social la educación consiste en la formación del ser


humano dentro y fuera del ámbito escolar; educar es un hecho y como tal, implica,
responsabilidad y compromiso con lo que se hace. No obstante en la extensión y
responsabilidad del término docencia, su énfasis predominante es la enseñanza;
por tal motivo hablar de ejercicio docente es limitado y más bien ha de concebirse
como ser y hacer, que amplifica un concepto eficaz cómo lo es la calidad,
efectividad y eficiencia de la enseñanza en el aula.

Se puede decir que desde un aspecto general se define como profesor


competente aquél que demuestra virtud en el logro de los objetivos que son
propios de su trabajo en lo que concierne a docencia, como lo es investigación y
servicio a la comunidad, en tal sentido, debo señalar que la educación es un
proceso social a través del cual el individuo se integra a la sociedad y participa
responsablemente en su transformación; es por ello, que en cada época la
sociedad determina los roles de la escuela y de los docentes.

Desde el ámbito nacional, puedo decir que en la República Bolivariana de


Venezuela se viven momentos de profundas transformaciones, orientadas hacia la
consolidación de una sociedad humanista, democrática, protagónica, participativa,
multiétnica, pluricultural e intercultural, por tanto, es anhelada que la escuela y los
docentes, ayuden a la formación de un nuevo tipo de ciudadano y de una sociedad
más justa, equitativa y democrática, a preparar individuos críticos, creativos,
reformadores, capaces de transformar sus esquemas de vida.

Por el contrario, si la función docente no cambia, el rol de la escuela


tampoco lo hará y difícilmente podremos ser agentes de transformación social.
Insistiendo en la situación de nuestro país, considero urgente la reorientación de la
práctica educadora en vista de los retos que el momento impone: por una parte la
transformación que el mundo y la sociedad viven en lo económico, político, social
y cultural; por otra la situación concreta de transformación que experimenta el
sistema educativo en el cual se establecen nuevas relaciones escuela-comunidad.

Por ejemplo Ríos (2005), propone tres ámbitos de acción; el primero,


relativo a la conducción del aprendizaje, entre cuyas ideas destacan como
atributos deseables del educador fortalecer vínculos entre teoría y realidad
escolar-social, dominar suficientes conocimientos para confrontar diferentes
posturas teóricas en su propia práctica docente de acuerdo con el currículo,
promover en los estudiantes el desarrollo de habilidades intelectuales que le
permitan construir sus propios aprendizajes y transformarlos, pedagógicamente en
función de su práctica educativa, adquiriendo una sólida formación científica,
socio-histórica, ética y humanista y asumir frente a estudiantes y semejantes los
más altos valores de justicia, libertad, democracia, honradez y veracidad.

Respecto a estos postulados es importante mencionar el orden de los


elementos asignados por el autor, en donde lo funcional y cognitivo se sitúa con
prioridad sobre lo ético-moral, mientras que en las relaciones humanas, pienso
que es necesario destacar que los educadores cumplimos una tarea apasionante:
que es la de buscar un equilibrio armonioso entre la formación racional y la
liberación de la sensibilidad de los seres humanos a nuestro cargo; en
consecuencia, la formación del hombre para una socialización auténtica debe
contemplar la tolerancia, la solidaridad y el respeto a las ideas del otro y por ello
la escuela debe superar el concepto de ser sólo una institución y aspirar a
convertirse en escuela-ámbito como un sistema abierto, dinámico y humano.
BIBLIOGRAFIA

Cardona, C. Ética del quehacer educativo, Madrid, 1990, Rialp, p.19

López Zavala, R. Ética de la profesión académica en la época global. En


Hirsch, A. & López Zavala, R. Ética profesional e identidad institucional UAS:
México, 2003, p. 11.

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