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El otro totalitarismo

Antonio Lorca Siero


Rebelión

Respondiendo a una apreciación realista, en los últimos tiempos


se nos ha presentado una imagen de totalitarismo, duro,
intolerante, violento en extremo, dirigido por un líder temporal y
asociado a un determinado Estado, que arrasa, entre otros
valores, con las libertades individuales y ha venido a
representar el modelo clásico. También, ocasionalmente se ha
etiquetado con el mismo nombre a cualquier régimen político
que no viene dando cuerda a la democracia, caminando por
sendas no convencionales, en cuanto no sigue las pautas
generales. En sentido excluyente, como se ha
dicho, totalitarismoha pasado a ser la palabra maldita, dispuesta
para ser aplicada a cualquier Estado que no juegue siguiendo las
reglas de la mayoría de estados declarados capitalistas. Sin
embargo se ha pasado por alto intencionadamente la evidencia
de ese otro totalitarismo suave y hasta complaciente que, sin
líder ocasional conocido y saltándose los patrones políticos del
totalitarismo clásico, marcha globalmente en la misma dirección
que aquel desde el monopolio del frente económico. Defensor de
las políticas liberales, de la democracia representativa y las
libertades personales en el plano político, aunque
amordazándolas en cuanto contravienen su doctrina dominante,
y ya en su terreno, sometiendo incondicionalmente a las
personas a los dictados consumistas. 
Las arriesgadas experiencias del pasado siglo, que sin
contemplaciones arrasaron ocasionalmente con la libertad de las
personas e impusieron una forma única de vivir con
pretensiones expansionistas, han pasado a ser ese modelo
clásico de totalitarismo recogido en la historia. Agotado su
tiempo, no por ello ha de entenderse que la vieja idea que
iluminó el totalitarismo haya desaparecido. El totalitarismo es
camaleónico, se ha adaptado a las circunstancias, cambiando su
estrategia de dominación, pero dejando intacto el principio
excluyente y opresor con la finalidad de hacer dóciles a las
masas para que sigan su ideología, que postula el dominio total
sobre las personas conducidas por elites eventuales. En contra
de lo tradicional, no necesariamente hay que observarlo como
un producto político, resultado de la aventura ocasional de
cualquier grupo arropado tras la pantalla de un Estado, porque
puede ser manifestación de cualquier otro poder con capacidad
para controlar la vida de las personas, con la suficiente energía
como para no dejar espacio que permita ni tan siquiera
plantearse que es posible otra forma de vida que la obligada a
sobrellevarse. Este es el caso del capitalismo, que ha cegado
todas las salidas que pudieran permitir al individuo visionar
otras opciones vitales y, ya en su recinto, arremeter contra la
pluralidad más allá de su expresión comercial, imponiendo sus
condiciones de pensamiento y vida unidireccionales. Ante esta
situación, la postura de las personas, al igual que en los otros
totalitarismo, es de simple resignación, reconociendo su propia
incapacidad para hacerle frente, entregándose al conformismo y
a la sumisión. 
Característica común de los totalitarismos históricos es el
pensamiento único impositivo para con las personas que caen
bajo su dominio, llevándolo a la práctica incluso de forma
violenta, con la eliminación de cuantos se oponen a sus
principios. Hoy, pese a que no se hable abiertamente de
totalitarismo, cabe destacar esa ideología que avanza dirigiendo
el plano real de la existencia, establecida a nivel global sin
apenas contradicción y frente a cuyos dictados no hay
escapatoria. No tiene rival, no hay alternativa, y a la postre
todos acaban asumiendo esa realidad, sometiéndose a ella
acatando su pensamiento dirigido y los preceptos que establece
como forma de vida, realizándose de manera contundente a
través de la operativa de las empresas capitalistas. Observada
en un plano superficial parecería situada en el extremo opuesto
del pensamiento totalitario, pero en el fondo su control lo
abarca prácticamente todo. Se actúa siguiendo sus dictados que
tienen un trasfondo comercial, es, en definitiva, total.
Políticamente no tiene Estado, porque no lo necesita al disponer
del arma del dinero y operar desde el dominio económico global
que carece de fronteras. Para mayor efectividad, la ideología
capitalista puede interpretarse como una especie de creencia
que, sin violencia explícita, se impone casi por convicción entre
las personas, atraídas por el dogma del consumo a nivel
mundial. La falacia que postula es identificar consumo con
bienestar, y lo hace sin disimulos. Y es aquí donde reside su
fuerza de convicción suave, frente a la que solo cabe la sumisión
generalizada. Lo que no es óbice para que, al amparo de la
suavidad, el conformismo y la tolerancia, se mantenga intacta la
opresión de tipo totalitario, porque se niega a las masas su
libertad de pensar y obrar en sentido eficaz al margen de las
reglas que rigen el consumo. 
En el totalitarismo en sentido clásico la ideología se imponía por
la fuerza, entendida esta última desde las variadas formas en
las que interviene la violencia física o psíquica, y siempre
directamente proporcionada a la resistencia en la aceptación de
sus principios, mientras que en el nuevo totalitarismo se ejerce
la coacción basándose en la simple persuasión desde el atractivo
personal del consumo. Con lo que aparenta surgir de la voluntad
de uno mismo. Ese sentido de totalitarismo suave, muy
discreto, porque no se aprecia a primera vista una fuerza
material externa que condicione la toma de decisiones de las
personas, pero sí subliminal, arranca desde la explotación a
nivel comercial del sentimiento de bienestar material innato en
la condición humana. Lograr el ansiado bienestar —aunque al
final de la carrera resulte que es inalcanzable—se ofrece a los
creyentes de forma sencilla, porque todo viene hecho, basta con
entregarse a comprar vida, bajo la forma de los productos
facturados por las empresas capitalistas. Luego, cuando se
entra en la dinámica del consumo, el bienestar simplemente se
hace depender del nivel alcanzado en esa escala que exige
tomar una carrera sin fin, hasta entregarse al simple
consumismo, donde se diluyen los últimos restos de la auténtica
voluntad individual. 
El totalitarismo discreto, que ha construido el capitalismo a
través de una variedad de empresas dirigidas a procurar una
vida mejor, no solamente se soporta en su realidad ideológica
excluyente e impuesta que se ha asumido como forma de vivir,
una cultura de la que no es posible escapar, sino poniendo a su
servicio a las organizaciones estatales e internacionales con sus
respectivos aparatos de coacción. Todo se mueve dirigido por la
batuta capitalista, de tal manera que aquello que afecta a sus
intereses se coloca en primera línea, manteniéndose lo restante
en posición de subordinación. No solo la cultura y la
organización política se adaptan a sus intereses, incluso la ley y
la autoridad resultan sometidas en el fondo, aunque
respetándose las formas. Con el capitalismo el totalitarismo se
ha perfeccionado. De manera que el totalitarismo de Estado,
propio de otra época, ha acabado por ser un simple ensayo de
este totalitarismo general capitalista, que ha surgido para
superar el modelo de los totalitarismos clásicos. Un totalitarismo
que ya no responde solamente a su tradicional sentido político,
sino que, desde la palanca económica mueve totalmente la
sociedad y su modelo de organización, poniéndolos a su
exclusivo servicio. 
Hablando del hombre, es positivamente libre en cuanto nadie le
obliga a moverse en los dominios del mercado capitalista,
tampoco a consumir, pero es tal el sentimiento de culpa por
permanecer al margen de lo convencional que hay sensación de
alivio cuando se entra en él. A partir de ese momento solo
queda el hombre-masa. Ya dentro de la libertad de elección de
la mercancía, el influjo de las modas y el espíritu mimético que
impone la cultura le arrastran en la línea dominante del
mercado si quiere sentirse vivo. Negativamente considerada la
libertad tampoco existe, porque el pensamiento aparece dirigido
por los fuertes convencionalismo de una sociedad entregada al
capitalismo, sujeta a la leyenda del bienestar. Podría llegar a
entenderse que la libertad se ha refugiado en internet, pero allí
la está esperando el hombre-red —un paso adelante en el
avance del totalitarismo capitalista—, que es todavía menos
libre, controlado permanentemente por las multinacionales
capitalistas del sector, lo que conduce en cualquier terreno a
una libertad vigilada, tal y como sucede en cualquier
totalitarismo. En este panorama de libertad de cuento no se
desaprovecha la ocasión para imponer la fuerza del dinero como
conductora de voluntades en una misma dirección y fiel reflejo
del mandato del capital. Si no se cumple con el dinero,
generando más dinero para cederlo a las empresas, tampoco
hay vida, puesto que se limita la opción del consumo y se rebaja
el bienestar creado. Irremediablemente la libertad pasa por
someterse al dominio del dinero, la dignidad de la persona sigue
el mismo camino y la pluralidad se vive dentro del cercado. 
Si la tendencia expansionista de la doctrina de los viejos
regímenes totalitarios se desarrollaba en términos bélicos, dada
su incapacidad de avanzar como doctrina más allá de sus
fronteras de opresión, el totalitarismo del capitalismo ha
conquistado el mundo de forma relativamente pacífica.
Característica innovadora del nuevo totalitarismo ha sido tanto
su capacidad para satisfacer necesidades materiales a través de
sus empresas, como su envoltorio tolerante, en cuanto a lo que
no afecta en sus intereses, ambos le han permitido ganar
adeptos en ese plan expansionista, propio de los sistemas
totalitarismos. Así resulta que lo ha conquistado todo sin
oposición, ya casi no queda mundo libre de su dominio
ideológico y material. El méritoreside en que lo ha hecho
suavemente, echando mano de la convicción. A salvo, se dice,
ha quedado la libertad individual, aunque solo sea para comprar
y seguir comprando, lo que permitiría entenderle como
un totalitarismo paradójico, puesto que por un lado excluye la
divergencia y por otro viene a proponer la libertad, aunque sea
condicional y limitada a moverse en el mercado. Pese a todas
sus falsas virtudes, no hay nadie más total en el plano de la
dominación de las masas que el capitalismo, del que los
llamados Estados democráticos son simples peones en el gran
tablero de sus operaciones mundiales. 

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