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Chile y la historia de la cocaína: entrevista

con Paul Gootenberg


por ANDRÉS ESTEFANE  edición de  May 29, 2012  •  11:57

A pesar de su popularidad, la cocaína es un tema del

que se sabe relativamente poco. Los prejuicios abundan porque ignoramos un

aspecto fundamental: los intereses que han conectado y conectan las geografías de

producción, circulación y consumo. Ese es el diagnóstico de Paul Gootenberg,

profesor de historia latinoamericana en la Universidad Estatal de Nueva York en

Stony Brook, quien hace diecisiete años inició una investigación en archivos

estadounidenses, ingleses y latinoamericanos con la idea de escribir una historia

global de la cocaína que sirviera como insumo para un debate informado. Su

libro Andean Cocaine: The Making of a Global Drug (UNC Press, 2008) es el

resultado de esa apuesta.

El libro comprende casi 150 años de historia, desde las primeras investigaciones

científicas sobre cocaína realizadas a mediados del siglo XIX por el químico Alfredo

Bignon en Lima, hasta la formación de las redes latinoamericanas de narcotráfico

que dominaron la segunda mitad del siglo XX y lo que va del presente. Con similar

atención se analiza el problemático protagonismo de Estados Unidos, errático líder


de una larga y estéril “guerra global” contra un producto del que sus ciudadanos

son los principales consumidores del mundo.

Chile es parte importante de esa historia. En rigor ocupa un lugar ilustre, pues

antes que el negocio fuera controlado por los carteles colombianos y mexicanos,

Chile operó como base del grupo de traficantes que encabezó las redes de

circulación de cocaína durante las décadas claves de 1950 y 1960. Eran los años en

que Santiago figuraba como un reputado centro de consumo. Las operaciones de

ese grupo, los nexos entre el Golpe de Estado de 1973 y la aparición de los carteles

colombianos y las polémicas acusaciones que vinculan a Augusto Pinochet con el

tráfico de drogas son algunos de los temas abordados por Gootenberg en esta

entrevista concedida entre junio y julio de 2009. Fragmentos de esta conversación

aparecieron en el semanario The Clinic, en la edición nº 346 de 3 de junio de 2010.

Red Seca la publica hoy de manera íntegra.

LA FIESTA CHILENA DE LAS DROGAS

Uno de los hallazgos de esta investigación tiene que ver con el papel que

juega Chile en la historia de la cocaína. ¿Se puede hablar de una especie

de eslabón olvidado en esa historia?

Algo así. El libro muestra cómo un activo grupo de contrabandistas y empresarios

sudamericanos establecieron las bases, durante las décadas de 1950 y 1960, del

inmenso negocio de tráfico de cocaína de las dos décadas siguientes. Varias

nacionalidades y regiones estuvieron involucradas, Perú, Bolivia, Brasil, Argentina,

Cuba, Panamá, siendo los colombianos la notoria excepción en este comienzo. Esto

puede sorprender a muchos en Chile, pero los reales innovadores, los que
dominaron el tráfico de cocaína a larga distancia durante los años 50 y 60 fueron

los chilenos. Eran los “colombianos” de su época. Numerosos documentos

contemporáneos reconocen este protagonismo, una memoria que se perdió durante

el boom colombiano del narcotráfico.

¿Cómo se explica ese protagonismo?

El consumo de cocaína en Chile es más temprano. Se dice que en los años 30 la

cocaína era uno de los tantos placeres que se ofrecían a los marinos en bares y

clubes de puertos como Valparaíso y Antofagasta, donde muchas compañías

navieras del Pacífico, como Grace Line, se detenían en ruta hacia el norte. Hacia

fines de los 40 los peruanos articularon los primeros anillos de contrabando

marítimo de cocaína en respuesta a las restricciones impuestas por las leyes

estadounidenses sobre drogas. Pero la represión que cayó sobre estos circuitos en

los años 1948-49 por parte de las autoridades militares no hizo más que desplazar

las rutas hacia el norte de Chile, que llegó así a convertirse en la principal base de

organización de los expansivos mercados de cocaína durante los 50’s.

¿Pero no habían competidores?

La única competencia seria para los chilenos en esa década eran los mafiosos

cubanos, que habían formado sus propios círculos de consumo y contrabando con

base en La Habana. Fidel Castro clausuró esa ruta en 1959 y los traficantes

expulsados -muchos de los cuales terminaron en Miami- constituyeron la primera

clase internacional de traficantes profesionales en la década de 1960.

¿Quiénes controlaban las rutas en el norte de Chile?


El negocio de la cocaína en Chile fue manejado por un extenso clan empresarial

turco, la familia Huasaff-Harb (el apellido aparece de distintas formas en los

archivos policiales). César y Amanda Huasaff formaron el núcleo junto a cuatro

hijos y otros parientes dedicados al negocio: llegaron a manejar importantes

clubes, prostíbulos y laboratorios de cocaína en Arica y mantuvieron estrechas

conexiones en Bolivia con los pequeños productores de pasta base de cocaína que

emergieron durante la caótica década que siguió a la Revolución Boliviana de 1952.

Supuestamente este grupo disfrutó de complicidad y protección policial en Chile. El

vínculo en Bolivia fue a través de uno de los hermanos, Ramis Harb, quien a su vez

era cercano al chileno Luis Gayán Contador, líder de varias e importantes unidades

policiales bolivianas del período post-revolucionario. Los Huasaff-Harb también se

aventuraron hacia las tierras bajas del este de Bolivia, a espacios fronterizos como

el Chapare, para fomentar la producción ilícita de coca-cocaína. Eludiendo los

nexos cubanos, la familia forjó rutas de trasiego a través de México, donde también

se sirvió de las conexiones locales. Aparte de este creciente negocio de exportación,

Santiago en sí mismo se convirtió en un famoso centro de consumo de cocaína en

los años 50. Era la fiesta chilena de las drogas.

¿Y cuándo se acabó la fiesta?

Como decía, después de la Revolución Cubana los chilenos quedaron como los

mayores protagonistas del negocio y los regímenes represivos en Brasil y Argentina

limitaron cualquier posibilidad de competencia. Con el tiempo, sin embargo, la

estadounidense BNDD (Bureau of Narcotics and Dangerous Drugs) y la Interpol

advirtieron lo que sucedía. La presión policial sobre los Huasaff-Harb condujo a


sucesivos arrestos de los miembros del clan durante los años 60. No obstante,

iterando un patrón que recuerda el posterior quiebre de los carteles colombianos

en la década de los 90, estas operaciones llevaron a que el negocio de la cocaína en

Chile se tornara mucho más competitivo, descentralizado e incontrolable. Cientos

de nuevas figuras emergieron, incluyendo mafiosos extranjeros que movían más de

100 kilos al año. Son los años de apogeo, cuando el gusto y la demanda

internacional por cocaína se dispara después de 1969, y que coinciden con los

gobiernos de Frei y Allende. Sin embargo, a pesar de algunos “escándalos”

relacionados con la cocaína, nadie acusó seriamente a estos gobiernos

democráticos de promover actividades ilícitas. Lo que sucedió luego con la cocaína

es todavía más significativo, pero en estos patrones ya puedes ver una clara huella

de la geografía y la política de la post-guerra y la Guerra Fría.

EL GOLPE Y LOS CARTELES COLOMBIANOS

En el libro sugieres que el Golpe de Estado y el inicio de la dictadura de

Pinochet  marcan un vuelco en esta historia, ¿cuál es el vínculo?

Este es un hecho sorprendente y completamente olvidado en la memoria histórica.

El golpe de Pinochet, aparte de generar numerosas calamidades humanas y

políticas y ser un evento de repercusiones globales, fue el principal motivo del

repentino auge de los carteles colombianos de cocaína, liderados por hombres de

negocios como Pablo Escobar y Carlos Lehder. Todo esto está vinculado, por cierto,

con el boom de la cocaína en Norteamérica en los 80. Algunos reportes

periodísticos de la época repararon en este reacomodo, pero en tanto punto de


inflexión ha tendido a ser ignorado por historiadores y analistas de políticas en

drogas.

¿Qué sucedía en los gobiernos anteriores, con Frei y Allende por

ejemplo?

Allende, al igual que Frei, tuvo notorios problemas lidiando con los traficantes

nacionales. El negocio creció durante su inestable presidencia, tal como lo hizo la

demanda de los consumidores estadounidenses mientras la “campaña” antidrogas

de Richard Nixon se ponía en marcha (hay varias y paradójicas razones por las

cuales la represiva “guerra contra las drogas” de Nixon y algunos políticos

conservadores fomentaron la cocaína). Nuevas células y anillos emergieron una vez

que los Huasaff-Harb fueron desarticulados. Estos son los años de otra figura

femenina, Ruth Galdames, “la Yuyiyo” y de importantes mafiosos extranjeros,

como el uruguayo Adolfo Sobosky. Pero los reportes de los oficiales

estadounidenses fueron ambivalentes en este punto: la brigada chilena

antinarcóticos era admirada y el mismo Allende era oficialmente visto como una

agente cooperador con las campañas estadounidenses en drogas, incluso en el

período en que las relaciones en otros frentes se volvían más tensas. No obstante,

algunos miembros anticomunistas del congreso estadounidense trataron de

instrumentalizar el tema como parte de su campaña contra Chile. Así sucedió, por

ejemplo, a propósito del affair Squella-Avendaño en 1972, cuando un alto oficial del

ejército chileno simpatizante de Allende fue sorprendido en Miami

contrabandeando millones en cocaína.

¿Y qué pasa tras el golpe?


Después del sangriento golpe del 11 septiembre todo cambió. Un influyente oficial

de la DEA (Drug Enforcement Administration), la recién formada superburocracia

anti-drogas de Nixon, se aproximó directamente a Pinochet para convencerlo de

que una eficiente campaña antidrogas le ganaría el favor de los Estados Unidos

(Pinochet ya estaba enfrentando problemas en el exterior por el tema de los

derechos humanos) y de paso evitaría que los grupos de izquierda usaran las

ganancias del tráfico para financiar actividades subversivas. Valiéndose de su poder

militar y su draconiana policía, Pinochet se movió con rapidez y eficacia. Luis

Fontaine, su nuevo jefe de Carabineros, encarceló o expulsó a los 19 traficantes

chilenos más importantes. Algunos fueron enviados a juicio a Estados Unidos y

otros huyeron a Argentina. El principal laboratorio del país, de los hermanos

Álamos en el resort Mirasol, fue desmantelado. La Junta acusó infundadamente a

todo el gobierno de Allende, e incluso a simpatizantes en el extranjero, de

complicidad con el negocio de las drogas, arrestando y proscribiendo, y en un caso

asesinando, a un importante número de oficiales antinarcóticos y de aduanas del

régimen, incluyendo la dramática expulsión del jefe anti-drogas de Allende, Rafael

Alarcón.

¿Cómo se rearticulan las rutas tras la represión?

La represión de Pinochet es el evento clave que desplaza el flujo de cocaína hacia

Colombia, una dirección más lógica en la activa ruta hacia Miami. Autos, camiones

y pequeñas avionetas comenzaron así a penetrar las regiones del Chapare en

Bolivia y Huallaga en Perú para reorientar el abastecimiento de pasta base. Algunas

fuentes indican que los traficantes chilenos ya habían comenzado a reclutar


colombianos como mulas, pues estos eran todavía desconocidos para los oficiales

encargados de reprimir el flujo de la sustancia. Aunque esta es otra historia, habría

que decir que los traficantes y grupos empresariales colombianos probaron ser

tremendamente eficaces reemplazando a los chilenos, renovando y robusteciendo

el negocio justo cuando la demanda desde el norte se disparaba.

¿Es la represión el error frecuente en la política estadounidense sobre

drogas?

Un historiador que siguió la pista de este cambio me indicó que algunos

funcionarios de la DEA posteriormente se arrepintieron de haber usado a Pinochet

de esa forma, pues en vez de aplastar el emergente negocio de la cocaína, tarea que

todavía creían posible a inicios de la década, terminaron dispersándolo y

poniéndolo fuera de control. Y bueno, la “guerra” contra los colombianos sigue

hasta estos días. Hay muchas ironías históricas en este caso: una de ellas es cómo la

intervención de Estados Unidos contra la democracia chilena se volvió contra ellos

a través de los narcotraficantes colombianos; la otra tiene que ver con los presuntos

nexos posteriores entre Pinochet y el tráfico de drogas.

NARCODICTADOR

Hace algunos años circularon antecedentes que vinculaban a la

dictadura de Pinochet con el tráfico de drogas. ¿Hay pistas de ese nexo

en tu investigación?

En 2006, después de que el caso Riggs demostrara que Pinochet no era el patriota

incorruptible y desinteresado que sus adherentes creían, comenzaron a circular


varias historias en la prensa internacional respecto a sus vínculos con el negocio de

la cocaína hacia finales de los años 70. Incluso el sobrio New York Times, en su

edición del 11 de julio de 2006, publicó un artículo al respecto; días antes la noticia

había aparecido en La Nación de Santiago. La idea es que hacia el fin de la década,

cuando se encontraba aislado internacionalmente y sus energías estaban

concentradas en sus propias actividades terroristas, siendo la más notoria la

Operación Cóndor, Pinochet se volcó a la producción de drogas como una manera

de financiar ilícitamente sus redes clandestinas. Aunque no he encontrado

documentación al respecto, he conversado con algunos expertos como John

Dinges, periodista especializado en las operaciones de inteligencia de Pinochet, y

Peter Kornbluh, quien conoce los trabajos de inteligencia de Estados Unidos bajo la

dictadura. Kornbluh no ha visto nada sobre drogas en las fuentes estadounidenses,

pero Dinges sugirió hace algunos años que los grupos cubanos derechistas que la

DINA contrató para el asesinato de Orlando Letelier en Washington eran conocidos

traficantes de cocaína.

Pero también están los rumores respecto a una planta en Talagante…

Es cierto. Se viene a la memoria un artículo titulado “Narcodictador” publicado por

la revista política mexicana Proceso, algo lejos de mi idea de periodismo confiable,

en julio de 2006. Allí se reproducen fantásticos detalles sobre los circuitos

internacionales de drogas vinculados a Pinochet y sobre el uso de la planta química

del Ejército ubicada en Talagante para refinar el producto. Supuestamente el

general Manuel Contreras, entonces a la cabeza de la DINA, estuvo directamente

involucrado. Es de esperar que los periodistas e historiadores chilenos se animen a


buscar pruebas concluyentes. De confirmarse, esto marcaría un sorprendente giro

en los complejos y olvidados nexos de Chile con la historia de la cocaína y sobre el

legado de Pinochet, por cierto.

LA COCAÍNA Y LA GUERRA FRÍA

En algún punto hablaste de patrones que dan cuenta de las huellas de la

Guerra Fría en esta historia. ¿Cómo se entiende ese vínculo desde

Latinoamérica?

La Guerra Fría en América Latina tiene mucho que ver con la producción e

incremento de la cocaína, como el libro muestra en detalle: hablo de eventos como

la represión anti-comunista de fines de los años 40, la Revolución Cubana en 1959

y las intervenciones del régimen de Nixon a inicios de los 70, sentidas de manera

palpable en Chile. Por esa razón considero a la cocaína un bien de la Guerra Fría.

Sin embargo, pensando bien esta pregunta, es probable que tenga sentido

considerar la larga historia de la cocaína como la de una droga principalmente

americana o del hemisferio occidental. En este marco, como mercancía, la cocaína

ilustra los complejos y crecientes vínculos de Estados Unidos con la región andina.

Vínculos antiguos…

Hacia fines del siglo XIX, con el “descubrimiento” de la cocaína (1860) y su

comercialización como un bien lícito desde los Andes (entre 1880 y la década

siguiente), Estados Unidos era solo uno entre muchos competidores interesados en

el producto, figurando también Alemania, Francia e intereses del mismo Perú.

Después de 1914, durante el declive de la cocaína como una mercancía lícita, la


influencia estadounidense comenzó a crecer rápidamente en Sudamérica. También

hay que considerar el alza de la influencia de Estados Unidos en la nueva cruzada

global contra los narcóticos, inaugurada con las Convenciones de la Haya de 1912-

13, cuando este país lideró una campaña contra la cocaína. Después de 1945,

Estados Unidos emerge como poder hegemónico indiscutido tanto en América

Latina como en el nuevo régimen global anti-drogas de las Naciones Unidas. La era

post-guerra vino a convertirse así en el período más significativo de la política de

drogas “imperialista”, si tu quieres, cuando los oficiales estadounidenses fueron

capaces de imponer sus ideales prohibicionistas sobre Perú y Bolivia, países que

habían resistido largamente la medida.

¿Pero cuál es el efecto central de la Guerra Fría?

La Guerra Fría simplemente facilitó la criminalización de las drogas, como cuando

los oficiales vincularon el tráfico de drogas con la izquierda en los años 40 y 50,

durante la Revolución Boliviana. Pero más complejo todavía, la Guerra Fría facilitó

la diseminación de la cocaína como droga ilícita al definir y cambiar los sitios en los

cuales el negocio de la droga podía o no florecer. Por ejemplo, la Revolución

Cubana a inicios de los años 60 exilió a los gangsters vinculados al tráfico de

cocaína a todo el continente, creando la primera clase de narcotraficantes

propiamente hemisférica. La caída de Allende, instigada por Nixon, condujo a un

hasta hoy poco conocido proceso que significó el desplazamiento de las funciones

de trasiego desde Chile hacia Colombia. Y si avanzas hacia 1989, luego del “triunfo”

global de Estados Unidos sobre el orbe comunista, advertirás una inmediata,

intensa y militarizada presión contra las drogas en los Andes. Estas intervenciones

contra los “carteles” del mal (empresarios de la cocaína e incluso humildes


cocaleros) a menudo parecían tan de fantasía y tan ideológicas como las

intervenciones previas contra los pequeños partidos comunistas latinoamericanos

o los movimientos campesinos después de la Segunda Guerra Mundial.

¿Hay un cambio tras el 11 de septiembre de 2001?

Esto ha continuado incluso después del 11/9, a pesar de que hemisferio occidental

ha pasado a un segundo plano en la política internacional estadounidense. Sin

embargo, las drogas todavía son relevantes y ahora entran en la categoría de

amenazas “terroristas” a la seguridad, algo visto en los cambiantes objetivos y

estrategias del militarizado Plan Colombia desde el año 2000. En el libro no soy

muy explícito sobre esta periodización en particular, pero el devenir histórico de la

cocaína puede ser visto como una larga hebra al interior de la creciente y expansiva

red del imperialismo informal estadounidense. Como en todos los imperios hay

siempre un efecto compensatorio y en este caso, como he señalado, desembocó en

el masivo boom de la cocaína de los años 1970 y 1980 liderado por sudamericanos

emprendedores.

EXCELENCIA CIENTÍFICA EN LA PERIFERIA

Esta historia de la cocaína también recupera episodios olvidados en la

historia del conocimiento científico latinoamericano, particularmente

las investigaciones del químico Alfredo Bignon, cuya historia definiste

en otra parte como un caso de “excelencia científica en la periferia”.

¿Estaba solo Bignon en esta empresa?     

“Excelencia científica en el periferia” es un término acuñado por el brillante

historiador peruano de la medicina, Marcos Cueto, para aludir a nodos relevantes


de investigación e innovación científica en los supuestamente atrasados países de

Latinoamérica. Yo encontré, bajo su nariz, un caso que él no conocía y que resultó

ser un importante episodio de innovación local. Me gusta pensar en el desconocido

químico limeño Alfredo Bignon como la respuesta de Perú a Sigmund Freud, quien

exactamente en los mismos años, en Viena, estaba experimentando frenéticamente

con la recién descubierta y publicitada “droga maravilla”, la cocaína. Bignon era de

una familia de farmacéuticos franceses que se establecieron en Lima a mediados

del siglo XIX (de hecho, su padre se mudó a Chile brevemente por razones de

negocios) y Alfredo tuvo una buena instrucción formal y práctica en química.

¿En qué dirección se movieron sus investigaciones?

En 1884-87, años de avance para la investigación científica y médica internacional

sobre la cocaína (su poder anestésico había sido recién confirmado), Bignon realizó

una increíble serie de experimentos con la sustancia. Cuando lees sobre la

excitación por esta droga en Lima, es claro que se trataba de un estallido

nacionalista de curiosidad, de un producto que los peruanos querían desarrollar

para sí. El rango de temas de investigación de Bignon, publicadas mensualmente en

las revistas médicas de Lima, fue realmente notable: métodos de refinado, nuevos

compuestos, toxicidad en animales, dosis, efectos en el sistema nervioso, especies

regionales de coca (erythroxylum), e incluso aplicaciones terapéuticas. Sin

embargo, su trabajo más importante tuvo lugar en 1885: un procedimiento local

para producir cocaína de modo más fácil y barato, usando ingredientes nativos y

hoja de coca fresca proveniente de fuentes de suministro cercanas en Perú. Era algo

así como un sulfato impuro de cocaína (60%). El producto fue estudiado y


aprobado por una “Comisión de Cocaína” en Lima, integrada por las más

prominentes autoridades médicas del país.

¿Es ese el punto de inflexión de la producción industrial?

El descubrimiento o aplicación de esta fórmula tuvo un enorme impacto,

revolucionando en pocos años la emergente industria global de cocaína que Perú

dominaría en el ámbito de la exportación hasta el fin de la década de 1910. ¿Por

qué? Hasta 1887 predominaba un método altamente ineficiente: hojas de coca seca,

perdiendo ya su potencia, eran enviadas a Alemania para ser refinadas en los

laboratorios Merck, en Darmstadt, en clorhidrato de cocaína. Era una droga escasa

y cara; de hecho, Freud apenas podía costearla. El trabajo de Bignon redujo el costo

de cocaína en algo así como 100 veces en un plazo de 10 años. Hacia 1888, un

grupo farmacéutico alemán en Perú comenzó a producir su sulfato, llamado

cocaína bruta o cocaína cruda, enviándola a bajo costo a Alemania para su

purificación en laboratorios. Luego, hacia 1892, la producción de cocaína cruda se

había expandido directamente a las regiones orientales de la selva—primero a

Pozuzo, una colonia alemana en el Amazonas, y luego a Huánuco, en la Amazonía

central—donde florecía la hoja de coca, reduciendo radicalmente los costos de

transporte. Era una tecnología muy adecuada y adaptable. Hacia 1895, los capitales

peruanos habían creado un exitoso monopolio mundial de producción, aunque

eran firmas europeas las encargadas del procesamiento final y la distribución

medicinal mundial. En 1900, la cocaína era una respetada industria de exportación

en Perú y formaba parte del boom global de drogas, incluyendo también, debido a

su abundancia, un incipiente uso recreacional.


¿Y qué pasa después?

La historia sigue y avanza hasta las décadas de 1950 y 60, cuando los campesinos

del Amazonas comienzan a satisfacer la incipiente demanda por cocaína ilícita.

Ellos usaban versiones dictadas de las fórmulas de Bignon, conservadas en la vieja

industria de cocaína de Huánuco, para hacer lo que lo hoy llamamos pasta base de

cocaína, todavía el principal insumo en mano de obra intensiva del comercio global

de cocaína. Esos pozos de cal cubiertos de plástico, kerosene y otros químicos

simples, y la hoja de coca molida, son todos descendientes de la farmacia itinerante

de Bignon de 1885.

¿Y entonces por qué Bignon cayó en el olvido?    

Encontré que Bignon despertó mucho interés local. Publicó algunos ensayos en

Francia, Alemania y los Estados Unidos y fue una reconocida autoridad en temas

de cocaína. Existieron otros investigadores locales y un temprano pionero de la

cocaína en París, el Dr. Tomás Maíz y Moreno, además de dos comisiones oficiales

peruanas para promover los usos de la droga. Ellos se veían a sí mismos como parte

de un extenso linaje de descubridores de la coca y la cocaína, remontándose al

“Inca” Garcilaso de la Vega e Hipólito de Unanué, un patriota y científico ilustrado

clave en Perú. Este interés incluso sobrepasó las fronteras peruanas. Encontré tesis

y artículos en revistas médicas sobre coca y cocaína en Argentina, México e incluso

en Chile, para el mismo marco temporal. ¿Entonces por qué Bignon fue olvidado?

Porque no era germánico, como Freud, la nación que dominaba la producción y la

investigación farmacológica avanzada en la época, y porque cuando el prestigio de

la cocaína cayó de manera estrepitosa a lo largo del siglo XX, como una droga
amenazante, los peruanos se olvidaron de todo este nacionalismo temprano con la

cocaína. Parecía contaminada.

LA INVESTIGACIÓN, EL HISTORIADOR Y EL ARCHIVO

¿Varió en algo tu proyecto y el libro mismo con los cambios en la

política anti-drogas de Estados Unidos?

El libro tomó cerca de 15 de años de trabajo, considerando su concepción en 1994,

los seis años de investigación en archivos internacionales y el período de escritura

desde 2000 en adelante. Andean Cocaine es producto de un trabajo

eminentemente académico, pero, como dices, también se vio afectado, sin duda,

por los debates contemporáneos respecto a las drogas. A inicios de los años 90 la

cocaína estaba en el centro de la “guerra contra las drogas”, todavía en curso, en el

este de Perú y Bolivia, dos de las principales regiones analizadas en el libro. Hoy,

esa misma “guerra” está focalizada en el sudeste de Colombia y a lo largo de la

frontera entre México y Estados Unidos, un indicador de los violentos cambios en

las rutas de circulación, cambios que por supuesto están también relacionados con

los efectos de la política estadounidense. El comienzo de los años noventa fue

también el período peak del consumo de drogas en Estados Unidos, con el crack a

bajo precio y el crecimiento “epidémico” del mercado al menudeo. En 2009 el

consumo de cocaína en Estados Unidos parece algo más bajo (aunque seguimos

siendo el consumidor más grande de droga del mundo, seguidos por Brasil), más

controlado y más distanciado del pánico, la discriminación racial y la alta

politización que caracterizó el debate en los años ochenta. Estoy convencido que

estas condiciones abren nuevas posibilidades para pensar en la cocaína. Por último,
debido a varias razones, entre ellas la elección de un pragmático y reflexivo Barack

Obama, quien a diferencia de Bush admite haber consumido en su juventud, y el

reciente y crítico informe de los presidentes latinoamericanos reunidos en la

Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, se ha abierto un espacio

para un debate genuino y a nivel hemisférico sobre los fracasos y las consecuencias

no previstas de la política de drogas estadounidense en América Latina. En ese

sentido Andean Cocaine, que explora los profundos orígenes de dicha política, llega

en un momento oportuno.

¿Tuviste problemas con el acceso a fuentes orales?

Entrevisté cerca de una docena de personas en total, siendo los más relevantes

unos veteranos de Huánuco, incluyendo un doctor local de 90 años que había

publicado panfletos sobre coca en Francia en los años 30, que me ayudaron a situar

la industria regional en su contexto real. También revisé documentos y memorias

de los miembros de las familias Soberón y Durand, los principales clanes en el

sector de la cocaína legal a inicios del siglo XX, cuyos descendientes incluyen

notables académicos peruanos y activistas tanto de derechos humanos como de

políticas en drogas. Tuve una o dos experiencias raras en las entrevistas, por

ejemplo, con el líder de la “Sociedad de Croatas” peruana, cuyos compatriotas

fueron bastante activos en la siembra de coca hacia finales del siglo XIX. Parecía

ser un abierto simpatizante nazi (le aseguré, falsamente, que yo era de “extracción”

germana), pero al final estaba deseoso de que lo ayudara a publicar un enorme

manuscrito sobre la historia de los croatas en Perú.


Este debe ser uno de esos casos en que el objeto de estudio guarda

sorpresas ¿Algún episodio interesante tras recorrer esta adictiva línea

de investigación?

Volar sobre los Andes en obsoletos aviones rusos de paracaidistas, no presurizados,

fue una experiencia interesante. En cierto momento, y esto me puso todavía más

nervioso, estos aviones fueron misteriosamente reemplazados por flamantes y

elegantes jets de negocios repletos de hombres de aspecto serio que llevaban

maletines abultados; una expresión más moderna, supuse, de comercio regional de

cocaína. Hay otra buena anécdota. En un archivo inglés que no voy a nombrar

encontré muestras reales de cocaína archivadas en pequeñas bolsas de papel.

Tenían más de cien años y habían sido enviadas desde una estación botánica en

India. Enfrenté un tremendo dilema: el historiador en mí quería proteger la

integridad del “archivo”, pero el científico quería arrancarse al baño para testear si

la centenaria muestra seguía activa.

¿Quién ganó?

El historiador…

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