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Todo lo que hacemos educa.

Debemos cuidar cómo decimos las cosas, cómo comunicamos lo


que queremos decir a nuestros alumnos. A veces a nuestros alumnos les cuesta entender que
les queremos ayudar cuando nos dirigimos a ellos por las formas que utilizamos. Debemos ser
capaces de acertar con nuestras palabras y nuestros gestos. El alumno debe ser bien recibido
en el aula, el alumno debe sentir que queremos estar con ellos y que cada uno de ellos nos
importa. Que nos alegramos de verlos y de poder disfrutar de la magia del aprendizaje. Una
buena ambientación de la sesión nos facilita el trabajo. Debemos recibir a los alumnos en el
aula como un grupo de invitados a los que les queremos enseñar contenidos muy interesantes.
Debemos transmitir pasión en cada sesión. Nos tiene que emocionar transmitir lo que los
alumnos deben aprender. Queremos que cada alumno sienta que eso que queremos enseñarle
merece la pena saberlo. Debemos reconocer el progreso de cada alumno. Debemos tratar a
cada alumno como una persona única y diferente que basará su progreso en el aprendizaje
tomándose como referencia él mismo.

Nuestro trabajo, como todo lo que se hace con tanta frecuencia, corre el riesgo de convertirse
en rutina y perder la frescura y la magia que debe tener cada sesión de trabajo en el colegio.
Tened en cuenta que en el instituto tenemos entre todos más de 25.000 sesiones con los
alumnos. Es difícil que valores el agua, cuando sólo tenemos que abrir el grifo. Es difícil
emocionarnos cada vez que tenemos un vaso de agua que llevarnos a la boca. Si fuéramos
capaces de hacerlo, la sensación de beber nos produciría mucho más placer. Igual nos ocurre
con la enseñanza. Debemos esforzarnos en convertir cada clase en un momento especial,
único y contagiar de este entusiasmo a nuestros alumnos. ¡Qué bien suena!, nuestros alumnos
y queremos que aprendan. Una vez que hemos preparado el ambiente de clase que nos
permite enseñar y aprender, trabajamos teniendo en cuenta las diferencias de cada alumno.
Qué importante es sentirse reconocido individualmente, que nos valoren lo que cada uno
progresamos, sin compararnos con los demás. Lo que nos gusta que cuenten con nosotros,
que nos valoren, que nos reconozcan cómo somos y lo que vamos avanzando. Demos la
oportunidad a cada alumno de que se sienta importante en nuestra clase. El alumno, como
todas las personas, necesita sentirse respetado y valorado. Encontremos un momento para
hablar particularmente con el alumno, alabémoslo en público e intentemos corregirlo en
privado. Todos estos comportamientos harán de nuestros alumnos mejores estudiantes y
mejores personas.

La magia de la escuela nos tiene que contagiar a todos. Preparar la jornada en casa para esa
actividad tan especial que cada mañana tiene nuestro hijo. Saquemos un rato a primera hora
para hacerle ver la suerte de levantarse para aprender, compartamos esta magia con ellos, la
inmensa suerte de tener un espacio y unos maestros para aprender. Debemos compartir con
nuestros hijos lo que aprenden, debemos valorarlo, para eso tenemos que hablar con
normalidad de las cosas que se aprenden en la escuela. Nuestros hijos deben sentir que lo
aprenden es importante también para sus padres. Debemos reconocer sus progresos y
estimular el estudio…

Publicado por Manuel José http://manueljosediaz.blogspot.com/

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