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Primera parte.

El caballo y el hombre.

El Caballo.

Nosotros no domamos más que caballos de pura sangre, si bien


estamos lejos de pretender que los de tres cuartos ó los de media
sangre no puedan hacerse buenos caballos de silla. No hacemos
más que indicar sencillamente nuestra preferencia.
No buscamos la gran alzada: la de un metro cincuenta y seis
centímetros á un metro cincuenta y ocho centímetros, nos parece
la mejor: sin embargo, para no aparecer exclusivos, señalaremos la
de un metro cincuenta y cinco centímetros á un metro sesenta
centímetros.
Para la elección del caballo es preciso empezar examinando el
conjunto y, para esto, hay que colocarse á algunos metros de
distancia, del animal. Si la primera impresión es buena,
examinamos los detalles y estamos bastante dispuestos á dispensar
algunas imperfecciones. Si, por el contrario, esta primera
impresión general no es favorable, miramos al caballo mucho más
de cerca y estamos menos dispuestos á hacer concesiones. Desde
luego reconocemos que la perfección no existe. Es preciso, ante
todo, considerar en este primer examen del conjunto, el modo
cómo el caballo se sirve de sus remos al paso, al trote y al galope;
primero á la mano y después montado.
Tal caballo que parado parece mal conformado, resulta
armonioso, ligero y diestro tan pronto como se le pone en
movimiento. El que parece casi perfecto estando parado, es torpe y
mal adiestrado en sus aires. Preferimos el primero, porque se sirve
bien de lo que tiene.
14 PRIMERA PARTE

La cabeza bonita, el cuello largo y delgado, la cruz bien


saliente, el lomo y los riñones cortos y anchos, la grupa larga, la
espalda larga y oblicua, los riñones bien ceñidos hácia la última
costilla, los muslos y las piernas largas hasta las corvas, las cañas
cortas; y lo mismo para los remos delanteros: los antebrazos
largos (1), las cañas cortas y las cuartillas mas bien un poco largas
que muy cortas; tales son las cualidades que buscamos en las
formas, aun cuando rara vez se reúnen todas en el mismo caballo.
Rechazamos en absoluto el caballo, cuando la coyuntura que
une el casco á la cuartilla es rígida, pues en este caso el animal
tiene falta de elasticidad, arrastra los piés y forzosamente comete
faltas.
Examinamos con cuidado si los talones no están cerrados. Para
evitar que este defecto llegue á producirse mas adelante, no
hacemos herrar nuestros caballos en tanto que trabajan en un
terreno blando. Los caballos marchan entonces sobre la cuartilla y
de esto resulta la separación del talón.
Hacemos herrar siempre á nuestros caballos en forma de media
luna prolongada, y los extremos de las herraduras engastados á los
talones. De este modo conseguimos que no tengan escarzos ni
otras enfermedades de los piés.
Empezamos siempre la doma de los caballos cuando aún son
jóvenes, es decir, cuando tienen de 2 á 3 años á lo sumo.
Siempre que es posible, los compramos hácia el mes de
Septiembre. Y esto, porque como los caballos nacen en la
primavera, tienen dos años y medio para dicha época.
El motivo que nos hace preferir los caballos jóvenes, es el de
que casi nunca han estado sometidos al tiro, ó por lo menos lo han
estado muy poco tiempo, y están, por consiguiente bien
conservados.
Además es fácil procurárselos, porque al lado de los caballos de
pura sangre que tienen algunas probabilidades de alcanzar éxitos
en los hipódromos, hay gran número de ellos á los cuales se
considera sin valor, desde el punto de vista de las carreras, y que
pueden sin embargo llegar á ser al mismo tiempo excelentes
caballos de alta escuela y de servicio. Además, y poruña multitud
de razones, hay siempre gran facilidad de procurarse muchos
caballos de pura sangre de esa edad.
Nunca compramos yeguas. Nuestra razón está fundada en que
casi siempre se vuelven caprichosas ó meonas á la espuela.
Sometemos siempre nuestros caballos á la operación de la
castración, y esto por varias razones, y entre ellas: primera, porque
el caballo entero de pura sangre tiene la costumbre de echarse
encima de todos los caballos que encuentra, lo cual es poco
agradable para el ginete que lo monta: y segunda, porque se
encabrita con gran facilidad. Y como muchos de los caballos que
domamos están destinados á Señoras, no se debe permitir nunca
que éstas monten caballos que emplean dicha defensa.
Los caballos árabes enteros, y los caballos alemanes llamados
Irakenes, no tienen generalmente estos defectos, pues como vivpn
al lado de las yeguas, casi nunca las hacen caso.
Por último, entrado en años el caballo entero de pura sangre,
engorda sobro todo del tercio delantero. En tanto que
esta parte se embastece y se pone pesada, el tercio posterior
peligra, la grupa adelgaza y las nalgas se ponen puntiagudas, lo
cual constituye un gran defecto en el caballo de silla. Este debe
tener, por el contrario, la parte trasera desarrollada y el tercio
delantero fino.
Por lo demás, todo el mundo sabe que el caballo castrado es
mucho más manso que el entero.
Para la castración enviamos nuestros caballos á la Escuela de
Alfort, después de los calores, en donde permanecen 15 días. Los
llevamos después al campo, al aire libre, á un establecimiento
grande en donde reciben todos los cuidados que les son
indispensables, y allí los dejamos durante tres meses y medio.
Durante estos cuatro primeros meses evitamos ponerles sobre
el lomo ni siquiera el peso de una silla. Pasado ese tiempo,
empezamos su doma, lo mas despacio posible.
Cuando saben marchar al paso, al trote y al galope, volverse
con facilidad, recular y hacer algunos pasos de costado; cuando,
en fin, hemos obtenido la puesta en la mano, empezamos á
sacarlos, y ya no es cuestión mas que de algunos días el hacerlos
dóciles á que se los monte al aire libre. Hacemos por consiguiente
desde, luego, caballos de paseo, ó sea lo que los ingleses llaman
hack?-
En los dos ó tres meses siguientes confirmamos al aire libre el
trabajo enseñado en el picadero, para hacer de este modo á
nuestros caballos, ligeros y suaves en sus aires naturales.
De este modo, de Septiembre á fin de Diciembre, no tienen más
que cuidados v descanso; de Enero á Marzo, doma en el picadero;
y de Abril á Junio, confirmación al aira libre del trabajo aprendido
en el picadero en los meses anteriores.

(1)—A pesar de engordar mucho los caballos de pura sangre que tienen en las
yeguadas como sementales, y nada más que para este servicio, conservan mejor sus
proporciones.
EL CABALLO Y EL HOMBRE. 17

En Julio, enviamos nuestros caballos al campo, los dejamos en


libertad completa por los prados y les damos avena. Este es para
ellos el mes de las vacaciones.
En Agosto, emprendemos de nuevo el trabajo al aire libre, y al
mismo tiempo, como los animales han tenido descanso y han
adquirido fuerzas, empezamos la equitación inteligente. Estando
ya nuestros caballos mas fuertes, mas ágiles y bien equilibrados, el
progreso es bastante rápido, y generalmente terminamos su
educación de caballos de alta escuela hácia el fin de Diciembre,
algunas veces dos meses más pronto, ó más tarde, según las
dificultades que hemos encontrado y también según el trabajo mas
ó menos inteligente á que los destinamos. Les damos entonces un
nuevo descanso de 15 días, y después, si es posible los hacemos
cazar.
Solamente después de estas diferentes pruebas, es cuando
consideramos su educación completamente terminada.
En efecto, entonces tenemos en el mismo animal, un excelente
caballo de paseo para la primavera y el verano; un caballo
resistente de caza para el otoño; y un caballo de alta escuela,
agradable para montar en el invierno.

II.Alimento del Caballo.

Nosotros alimentamos abundantemente nuestros caballos y les


damos sobre tcdo mucha avena: 12 litros al día. Eso los hace
enérgicos, y nunca creemos que lo son en demasía.
Damos poca avena por la mañana, para no cargar el estómago
del animal, y lo alimentamos mucho por la noche, porque es el
momento en que está mas tranquilo. No estando hostigado, come
despacio, masca mejor los alimentos y, por consiguiente, le
aprovechan más.
Distribuimos los 12 litros de avena, de la manera siguiente: 2
litros por la mañana, 4 al medio día y 6 por la noche. La avena de
la mañana se debe dar por lo menos 2 horas
18 PBIMERA PARTE

antes de todo trabajo, á fin de que en este momento el ca- .ballo


tenga el estómago vacío. Con el mismo objeto tomamos siempre la
precaución de hacerle atar alto, para que no pueda comerse su
cama.
Media hora después del trabajo, mandamos repartir la cuarta
parte de un haz de heno por caballo; después, al medio día, se les
dá de beber (tres cuartos de un cubo de agua, poco más ó menos) y
después se les da la avena. A las cuatro, cada caballo recibe un haz
de paja como cama; y á las cinco, un cuarto de haz de heno. Para
terminar, á las 7 se les dá de beber nuevamente (la misma cantidad
de agua, que á las 12) y se reparte la i ación de avena de la noche
Dos veces por semana sustituimos esta última ración de avena, por
la yerba llamada de canónigos.

III.
Inteligencia del Caballo.

La dificultad durante todo el tiempo que dura la doma dal


caballo, es la de hacerle comprender lo que se quiere de él y lo que
de él se espera.
La dificultad es grande, porque el caballo, al contrario de lo que
creen muchas personas, tiene una inteligencia muy limitada.
La única facultad que posée, y que por lo tanto la posée en alto
grado, es la memoria. Por consiguiente á la memoria únicamente
es á la que es preciso dirigirse, la que hay que cultivar.
El caballo no es susceptible de tener ningún afecto. No tiene
más que costumbres. Pero, estas costumbres, las adquiere
fácilmente, demasiado fácilmente y á veces con exceso. Éste es
por tanto un punto que hay que tener en cuenta.
Sobre este particular, nosotros tenemos hechas mil
experiencias.
Un amigo nuestro tenía un caballo que iba hácia él cuando lo
llamaba, relinchaba cuando lo sentía entrar en la
EL CABALLO Y EL HOMBRE 19

cuadra, etc. Pretendía que ese caballc le tenía paiticular- mente tal
cariño, que se pondría malo si él lo dejaba.
Le pedimos entonces que nos prestaia el caballo, y después de
habernos hecho detallar cuales eran sus costumbres, lo llevamos á
nuestra casa, no cambiándole en nada esas costumbres. Desde el
día siguiente lo hicimos trabajará sus horas, le recompensábamos
con zanahorias siguiendo la costumbre establecida, é imitando la
voz de su amo, íbamos nosotros mismos á llevarle el pienso á la
hora que tenía costumbre de que se lo dieran.
Al día siguiente le hablábamos sin imitar, como la víspera, la
voz de su amo, y apesar de eso, no se habían pasado aún 48 horas,
y ya nos hacía las mismas demostraciones de afecto que á su amo,
sin darse cuenta de que éste había cambiado.
Después de la lección de la mañana, distribuimos nosotros
mismos á nuestros caballos, una gran ración de zanahorias.
En cuanto entramos en la cuadra y levantamos la voz todos
relinchan; y si por acaso una persona extraña se encuentra presente,
no deja nunca de decir: "¡Cómo le conocen sus caballos! ¡cómo le
quieren!,, Éste es un error. Si otra persona cualquiera distribuyese
las zanahorias en nuestro lugar y á la misma hora, no hay duda que
nuestros caballos ni aun se darían cuenta de que habíamos faltado.
La prueba es que, algunos instantes después, si entramos y han
acabado de comer, no nos prestan la menor atención.
Podríamos citar otros infinitos ejemplos de la indiferencia de los
caballos para con los que los cuidan ó los montan.
IV.

Influencia de la mirada del hombre


sobre el caballo.
A pesar de las numerosas controversias suscitadas respecto de
este punto, tenemos la íntima convicción de que la mirada del
hombre no tiene ninguna influencia sobre el caballo.
Que la mirada sea dura, colérica, dulce ó simpática, el caballo
no la presta ninguna atención. Tenemos hechas múltiples
experiencias sobre este particular lo mismo en caballos jóvenes
que viejos; pero aseguramos que si solo los ojos y los músculos de
la cara se mueven, no haciendo el domador ningún movimiento,
bien sea con el cuerpo, bien sea con los brazos, el caballo
permanecerá por completo indiferente.
Hemos ensayado cien veces la cólera con la mirada, y la
sonrisa con los labios: el resultado ha sido nulo. Hacedlas muecas
mas horribles á vuestros caballos, enseñadlos la lengua, y jamás
manifestará ninguno la mas pequeña señal de que eso tenga una
influencia cualquiera sobre ellos.
Ocurrirá todo lo contrario si hacéis el más pequeño movimiento
con el cuerpo y sobre .todo con los brazos.

V.

Influencia de la voz del hombre sobre


el caballo.

La voz del hombre tiene grande influencia sobre el caballo,


pero, naturalmente, es solo la entonación la que se graba en su
memoria. Decidle las mas dulces palabras en tono seco y fuerte,
tendrá miedo: hacedle, por el contrario, las amenazas mas
terribles, pero con voz dulce, y entonces con - servará una
completa tranquilidad.
En la doma en libertad es cuando la voz llega á ser el auxiliar
mas precioso.
De este modo para enseñar al caballo domado en libertad á
marchar al paso, al trote ó al galope, sa dice: al paso, con voz
relativamente débil: al trote, elevando la voz: y al galope con el
tono de mando. Podriais decir al galope con voz dulce y el caballo
quedaría al paso; y si por el contrario, decíais al paso, con voz
fuerte, inmediatamente galoparía.
La voz es también de gran utilidad cuando se educa al caballo
montándole.
Cuando cocea, por ejemplo, se encabrita ó hace una defensa
cualquiera, la corregimos con la fusta ó con las espuelas, y al
mismo tiempo le reprendemos. En poco tiempo el caballo presta
atención á nuestra voz, y cuando comete una falta ó intenta una
defensa, nos basta muchas veces con levantar la voz para hacerle
recordar el castigo, y se torna dócil. Procediendo así, evitamos al
animal nuevas correcciones.
La voz no debe servir solamente para castigar, sino que debe
servir también para dar valor y confianza al caballo. En este caso,
se acompañará útilmente la voz con la caricia.
Su acción es tanto mas útil, cuanto que podéis usarla en todas
las circunstancias y hacerla, á vuestra elección, brusca ó cariñosa,
mientras que no siempre teneis la libre disposición de vuestras
manos y de vuestras piernas.
Suponed que, montados sobre un caballo fogoso, impaciente y
hasta violento, os encontráis cogido entre varios cocher. El animal
se asusta, enloquece, y si no podéis abriros paso inmediatamente,
no son las riendas, ni las piernas, las que le tranquilizarán. La voz,
si lo habéis acostumbrado á ella y si en ella tiene confianza, le
tranquilizará.
La acción de la voz nos ha servido con frecuencia de gran
auxiliar y nos ha sacado de más de un apuro.
Preferimos los caballos fogosos y no montamos otros casi
nunca. Los volvemos muy tranquilos para hacerlos montar por
Señoras, pero siempre después de habernos asegurado que se
tranquilizan á nuestra voz. De este modo es como siempre hemos
sido afortunados para evitar los accidentes.
VL
Las Caricias.
Las caricias, como se verá en el curso de esta obra, son un
medio de acción que no debe despreciarse. Alternando con las
correcciones, son la base de la doma del caballo. Ellas lo
tranquilizan y lo calman, poniéndolo en contacto directo con su
ginete por otro medio distinto del de la impulsión.
Todos los caballos, aún los más susceptibles, aceptan la caricia
sobre el cuello. Por consiguiente, es en el cuello donde el ginete
debe acariciar. Debe hacer la caricia espontáneamente bastante
fuerte para llamar la atención del caballo y distraerlo, pero sin
brutalidad. Igualmente debe evitar la suavidad demasiado grande
de la mano, pues en este caso no se conseguirá otra cosa más que
hacer cosquillas al animal.
En la doma la caricia debe hacerse en el momento oportuno.
Debe seguir INMEDIATAMENTE á la concesión conseguida del
caballo, de igual modo que lá correción debe seguir á la falta. Tan
pronto como se ha obtenido la concesión, es preciso acariciar al
animal y dejarle en libertad sin pedirle nada durante un instante.
He aquí su verdadera recompensa. Esta práctica facilita mucho la
doma.
Para que la caricia produzca su efecto completo, debe ir
acompañada de la voz. Estas dos acciones combinadas, producen
en el caballo el máximun de apacigüamiento que es dable obtener.
Ea la mayor parte de los casos, el efecto es decisivo.

VII.

Las Correcciones.

Como ya hemos dicho, la doma del caballo descansa enteramente


en dos modos de acción del ginete: la caricia y la corrección.
Es de toda necesidad que se empleen una y otra á tiempo.
Particularmente en la corrección, esta advertencia es mas
necesaria.
Ante todo, recomendamos al ginete que monte un caballo difícil
no dejarse llevar nunca de un arrebato de cólera. Cuando una
corrección es merecida, hay que administrarla con un rigor que
pueda parecerse al de la cólera, pero que debe ser ordenada y
medida exactamente. En suma, es preciso proceder con los
caballos como con los niñ03. Todo el mundo sabe que nada hay
peor como corregir á un niño cuando está encolerizado. El caballo
no comprende en ningún caso el sentimiento que 03 anima; no se
acuerda más que del dolor que ha sentido y de la circunstancia en
que se ha manifestado. Su inteligencia puede establecer la
coincidencia entre un movimiento que ha hecho y un golpe que ha
recibido, pero no vá mas allá.
Por esta razón es como la corrección pierde todo su provecho y
llega á ser un elemento de confusión en la memoria del caballo,
sinó está administrada EN EL MOMENTO PRECISO en que se comete la
falta. La correción debe seguir tan de cerca á la falta, como la
caricia á la concesión Para los caballos que cocean, por ejemplo, si
la corrección llega precisamente en el momento en que la grupa
está en el aire, el caballo recuerda que ese movimiento le ha valido
un castigo. Si, por el contrario, la corrección no llega mas que
cuando el caballo tiene ya sus piés en el suelo, el animal no
percibe ya la correlación entre los dos actos; procura entonces,
dando nuevas coces, librarse de lo que le ha hecho daño.
Hemos dicho que toda falta voluntaria, premeditada por el
caballo, debe ser corregida; pero no necesitamos añadir que sería
preferible dejarla sin castigo, antes que castigar demasiado tarde.
Los dos procedimientos son malos, pero entre dos males es
necesario escoger el menor.
Importa también distinguir atentamente, cual es el motivo que
ha determinado al caballo á cometer una falta ó
á hacer una defensa, á fin de darse cuenta de si tiene un vicio, ó de
si tiene algún sufrimiento. De este modo, especialmente, si el
caballo cocea porque sufre en los riñones ó en los corvejones, la
corrección no está justificada; es preciso en este caso, aliviar al
caballo en cuanto sea posible. Si las coces, por el contrario, son
una verdadera defensa ó un vicio, lo cual es muy frecuente, hay
que castigar severamente en el momento preciso en que se efeetíía,
y prevenirlas levantando fuertemente el cuello y la cabeza, para
cambiar el equilibrio recargando el tercio posterior.

VIII

Embocadura de los caballos.

Acerca del filete nada de particular tenemos que decir, Salvo


que debe ser un poco grueso (para que sea más sua- ve) y que debe
estar colocado detrás del bocado, á igual distancia de él que de la
comisura de los labios.
La elección del bocado, por el contrario, tiene una grande
importancia. La manera de colocarlo en la boca del caballo, no la
tiene menor: esto es lo que se llama la embocadura.
Es imposible decidir á simple vista con qué bocado y de qué
manera conviene embocar un caballo nuevo.
BAUCHER afirma que él aplicaba indistintamente el mismo
bocado á todos los caballos, lo cual es consecuencia forzosa de su
personalísima teoría, es á saber, que todos los caballos tienen la
boca igual. Discutiremos esta teoría en otro lugar de este libro.
Nos limitamos á decir aquí, que no hay caballista, por inex*
perto que sea, que no haya comprobado que un caballo se entrega
mejor con un bocado que con otro; que tal caballo que se porta
bien con un sencillo bridón, resiste y se defiende con un bocado un
poco duro. Este hecho probado es conocido de todos. Solo la
experiencia y el tanteo harán
encontrar el bocado que mejor convenga á un caballo. Pero existen
siempre algunas reglas generales para proceder á esta experiencia.
Se pueden resumir dichas reglas como sigue:
Es preciso siempre, al principio de la doma, que el bocado tenga
los cañones gruesos, una soltura de lengua moderada, y las ramas
cortas; éste es el que se llama bocado suave. Su anchura debe ser
proporcionada á la de la boca del caballo: si es demasiado estrecho,
los labios están comprimidos de cada lado por las ramas; si es
demasiado ancho el caballo para jugar ó para aliviarse, lo muda de
sitio llevándolo de un lado para otro, de suerte que uno solo de los
cañones descansa en una sola barra de la boca, y el otro sobresale y
está sustituido en la barra de la boca por el extremo de la soltura
de lengua• Resultando de esta posición del bocado una desigualdad
notable en el efecto producido por la mano del ginete y casi
siempre el caballo lleva la cabeza de lado.
Para que el bocado se adapte bien, es preciso que I 03 cañones
sobresalgan de cada lado de la boca algunos milímetros, de manera
tal que las ramas no toquen los labios. Los cañones deben
descansar sobre las barras de la boca, de una manera igual en cada
lado, á igual distancia de los colmillos y de la comisura de los
labios, es decir un poco mas bajo que el filete. Mas adelante
diremos cuales son las excepciones que puede permitir este
principio. La extremidad inferior de las ramas, cediendo á la acción
de las riendas que las echan h*cia atrás, hice bajar y subir la
extremidad superior hácia adelante y produce la presión de los
cañones sobre las barras de la boca. El bocado, bajando y
subiendo, estira la cadenilla de barbada, lo cual aumenta aún más
la presión de los cañones sobre las barras de la boca del animal.
Cuanto mas apretada está la cadenilla de barbada, tanto mas rápida
y fuerte es esta presión. Por consiguiente la tensión de la cadenilla
de barbada debe ser proporcionada al grado de sensibilidad de las
barras de la boca sobre las cuales se quiere actuar.
Este grado de sensibilidad, no se conoce cuando uno se halla en
presencia de un caballo completamente nuevo. En
este caso, recomendamos proceder siempre, al principio, como si
la sensibilidad de las barras de la boca del animal fuera grande, y
por consiguiente, tener la cadenilla de barbada muy floja. Siempre
se estará á tiempo de apretarla.
Por el contrario, sería inexacto decir que, si se empieza con la
cadenilla de barbada apretada, se estaría siempre á tiempo de
aflojarla, por que el efecto producido sobre las barras muy
sensibles de la boca de un caballo por una cadenilla demasiado
apretada, provoca un dolor que subsiste después que ésta ha sido
aflojada. Mientras que empezando con una cadenilla muy floja y
apretándola progresivamente hasta el punto necesario, se evita
producir dolor en las barras de la boca, que se exaspere el caballo,
y por lo tanto provocar las defensas. Además, se gana tiempo. En
efecto, si, al principio del trabajo, se han lastimado las barras de la
boca del animal, ó simplemente se han recalentado éstas por una
presión no proporcionada á la sensibilidad, no se ha obtenido
ninguna de las indicaciones de las cuales se tiene necesidad según
el grado de sensibilidad de la boca del caballo. Antes por el
contrario, habiéndola exagerado, se aprecia falsamente y se
encuentra uno, desde el principio, metido en un mal camino. El
magullamiento, ó el simple recalentamiento de las barras de la
boca no desaparece tan pronto como se acaba el trabajo y se quita
el bocado; subsisten al día siguiente y á veces hasta más tiempo. El
caballo volverá por lo tanto á la lección siguiente con las barras
congestionadas, doloridas, y por consecuencia, echadas á perder.
El ginete entonces no se dará cuenta de los efectos que producirá
ignorando que la boca está mala; aumentará el mal; se alejará cada
vez más de la apreciación de la boca, de su estado sano y normal.
En una palabra, hará, sin dudarlo, exactamente lo contrario de lo
que es necesario.
He aquí por qué es preciso, al principio de la doma, una
cadenilla de barbada muy floja. A decir verdad, es mejor no
emplear ninguna.
El conocimiento de la boca de un caballo nuevo es tan
importante como delicado. Para probar la boca con un bocado, sin
deteriorarla, es necesario proceder gradualmente; se empieza
con una gran suavidad, no aumentando la presión más que muy
despacio, y hasta el momento en que sea perceptible para el
caballo: este punto varía en cada animal. Si el caballo cede bajo la
ligera presión de un bocado desprovisto de cadenilla de barbada
¿de qué servirá esta cadenilla?
¿Á qué buscar un medio mas poderoso? Siempre se estará á
tiempo de recurrir á él más tarde.
Nosotros hemos domado por completo caballos, sin haberles
puesto nunca cadenilla de barbada, no solamente en el picadero,
sinó fuera de él. La cadenilla, además, debe de estar enganchada á
una de las ramas del bocado para que pueda emplearse
inmediatamente en caso de necesidad. Pero como regla general
decimos, que no es preciso recurrir á ella más que cuando su
necesidad se haga sentir.
Agregamos á esto que, cuando haya necesidad de servirse de la
cadenilla, es preciso proceder con las mayores precauciones, es
decir, no darla más que la tensión estrictamente necesaria. Se debe
adquirir el máximo de los efectos que del bocado se deseen
obtener, no apretando la cadenilla mas que lo preciso para permitir
á ásta hacer, con la mandíbula inferior, un ángulo de 45 grados.
Por lo mismo que la tensión de la cadenilla de barbada debe ser
proporcionada al grado de sensibilidad de las barras de la boca del
caballo, la intensidad del esfuerzo ejercido sobre la mandíbula por
la acción de las riendas, debe ser proporcionada á la resistencia que
encuentra. Si esta resistencia es pequeña, el esfuerzo hecho para
anularla debe ser ligero; y lo será tanto más, cuanto que la acción
del bocado se hará sentir más alto sobre la mandíbula. Si, por el
contrario, la resistencia es grande, el esfuerzo para vencerla debe
ser más enérgico, y esta energía sera tanto más fuerte, cuanto que
la presión se hará sentir en -una parte más baja de la mandíbula.
He aquí por qué, sin apartarse mucho del lugar medio que hemos
indicado para el bocado, es decir, á igual distancia de los colmillos
y de la comisura de los labios, se puede y se debe levantarlo ó
bajarlo ligeramente, según que la mandíbula del caballo ceda y se
descontraiga bajo un esfuerzo suave ó enérgico. En otros términos
cuanto más blanda es la boca del caballo, más alto colocamos
nosotros el bocado; y por el contrario, si la boca es dura nosotros
colocamos el bocado más bajo. En ningún caso, sin embargo, los
cañones, deben tocar ni aún rozar, bien la comisura de los labios,
bien los colmillos del animal.
Resulta de estas explicaciones la indicación esencial de que la
mejor embocadura para un caballo nuevo, es decir, el grado de
tensión de la cadenilla de barbada y la - colocación alta, media, ó
baja, del bocado, no puede determinarse más que por experiencia;
y que para hacer esta experiencia, es preciso proceder por los
efectos más suaves, cuya ener- gia se aumentará gradualmente y á
medida que la necesidad los haga sentir.

IX.
La Gamarra.
La gamarra impide al caballo despapar, dificúlta los cabezazos
y sirve al ginete para dirijir mejor al animal que monta. Una buena
doma hace inútil la gamarra. Además, no aconsejamos usarla más
que cuando no se tenga todo el tiempo ó la ciencia suficiente para
domar al caballo. De este modo, podrá emplearse cuando, á simple
vista, se haya reconocido que el animal que se debe montar, bien
para paseo, bien para caza, bate la mano ó despapa demasiado.
Hay tres clases de gamarra: la llamada testera, la de casa y la
gamarra fija.
La única que recomendamos es la gamarra testera: 1o. porque su
efecto, llevado sobre la frente del caballo no tiene ninguna acción
sobre la boca del mismo; y 2 o. porque no correspondiendo con la
mano del ginete; no tiene, por consiguiente, peligro. Debe estar
bastante floja para que el caballo pueda llevar la cabeza alta, no
permitiéndole sin embargo la libertad bastante para que la nariz
alcance la línea horizontal; porque, en este caso, el bocado
balancearía de abajo hácia arriba y no tendría ninguna acción
sobre la boca. Si la gamarra es muy corta, el caballo vá molesto en
sus movimientos y en sus marchas: entonces puede llegar á ser
peligrosa, sobre todo si el caballo no vá francamente hácia
adelante, porque en esta situación, para escapar á la acción de la
gamarra, se encapota.
La gamarra de caza tiene dos anillas por las cuales se pasan las
riendas del filete (1). Corresponde por consiguiente á la vez con la
mano del ginete y con la boca del caballo. Esta gamarra puede
prestar grandes servicios á los ginetes hábiles; pero, en razón de su
potencia, es singularmente peligrosa para los demás ginetes. La
gamarra fija se ata á las anillas del filete, no cede nunca y es
siempre peligrosa, sobre todo si el caballo recula, porque en este
caso, aquella continúa tirando. Si el caballo se pone de manos ó se
encabrita, como tiene necesariamente tendencia á hacerlo para
forzar la mano, la gamarra ayuda á derribarlo.
(1). Se pasan por ellas, algunas veces, las riendas del bocado. Pero esto es muy
peligroso.

X.

La Silla.

No aconsejamos nunca el empleo de una silla nueva; pocas


veces ésta satisfará.
El cuero nuevo es duro y tieso; se está, por consiguiente,
incómodo. Mas vale ensayar muchas sillas que hayan sido usadas;
por lo general se termina encontrando una que plazca.
La silla debe ser recta; si fuera muy alta por delante, el ginete
sería echado hácia atrás; y por el contrario, sería echado hácia
adelante, si la silla fuese muy alta de la parte de atrás.
Debemos advertir que la silla debe estar muy poco rellena á fin
de que el ginete esté más cerca de su caballo.
30 PRIMERA PARTE.

Los costados ó faldones serán más ó menos largos, según la


longitud de los muslos del ginete. Si los costados fueran muy
cortos, el ginete podría lastimarse en las pantorrillas; si muy
largos, no podría sentir los flancos del caballo con las pantorrillas.
El ginete podrá, á su elección, hacer uso de los costados lisos ó
de los costados rellenos; es cuestión de costumbre y de solidez.
Nosotros creemos haber empleado, lo primero, la silla lisa para
domar y para los trabajos á la alta escuela.
Empezamos siempre por hacer montar á nuestros discípulos en
silla francesa, con preferencia á la silla inglesa cubierta.
Con la silla francesa, se está, por decirlo así, como encajado; no
tiene, por consiguiente ni mortificación, ni por qué tener miedo.
Solamente cuando el principiante esté seguro en la silla
francesa, es cuando podrá montar sobre una silla inglesa cubierta
de gamuza; y solamente cuando trote, galope y vuelva en todos
sentidos sin resbalarse, es cuando deberá montar sobre una silla
inglesa sin cubrir.

XI.
Los Estribos.
Nosotros no permitimos nunca al alumno servirse de los
estribos antes de que adquiera una excelente posición á todos los
aires del caballo.
Ved los antiguos maestros, (y no hablamos solamente de los de
la escuela francesa) nunca autorizaban, el uso del estribo más que
cuando el discípulo estaba en la silla bien seguro y muy flexible.
Además, preciso es convenir que los ginetes tenían, en aquella
época, una seguridad distinta de la de nuestros días. Actualmente,
la rigidez ha reemplazado á la flexibilidad, á la soltura y á la gracia
de otro tiempo. Y esto, porque el alumno ha adquirido malas
costumbres
EL CABALLO Y EL HOMBRE 31

al principio, bien porque haya comprendido mal, ó bien porque


haya sido mal enseñado.
Un uso, no solamente prematuro, sino excesivo de los estribos,
tieae además otros inconvenientes.
Es opinión nuestra que la mayor parte de las caídas peligrosas
provienen del abuso que se hace de los estribo?.
Citemos un ejemplo: el Sr. X.............., desbocado su caballo,
es llevado por éste al bosque de Saint-Gfimain; se asegura bien en
la silla, acaba por parar el caballo, y vuelve al trote sobre los
estribos En este momento, desgraciadamente, la
correa de un e«tribo se rompe y el Sr. X............................cae de
cabeza y se mata. Ahora bien, nosotros preguntamos á todo ginete
¿cómo puede ser que se caiga de cabeza porque la correa de un
estribo se rompa? Evidentemente ese caso no paede llegar más que
si estáis puestos de pió sobre los estribos y si, por consiguiente, no
estáis ya en contacto con la silla. De otro modo, sin duda alguna,
podéis resbalar y aún caer á tierra; pero en este caso la caída será
amortiguada por el hecho de tener apretadas las rodillas. Nosotros
vamos todavía mas allá, y afirmamos que, si el ginete no se
confiara tanto en los estribos, no caería casi nunca cuando la
correa de un estribo se rompiera.
Otro ejemDlo: el Fr. Z. ,. .. en Tolouse, sale de la cuadra: su
caballo, yendo al paso, se cae, y he aquí al desgraciado, arrojado
hácia adelante; se abre la cabeza y queda muerto del golpe.
En verdad, es preciso no tener ningún conocimiento de la
equitación para no comprender que, si hubiera estado sentado en la
silla, no hubiera podido ser lanzado con tal violencia.
Nos apresuramos á añadir que no es por espíritu de crítica por
lo que recordamos estos dos accidentes que están todavía presentes
en la memoria de todos, sinó solamente para hacer, comprender
los peligrosos efectos del abuso de los estribos y con la esperanza
de que nuestros modestos consejos hagan cada vez mas raro?, en
e) porvenir, los accidentes de este género.
Colocado de pió sobre los estribos, se está, por decirlo
32 PRIMERA PARTE

así, sobre un trampolín. Basta por consiguiente con que


determinados movimientos violentos se produzcan, para que uno
sea lanzado hácia adelante como por una catapulta (1); y, en este
caso, es siempre la cabeza la que primero dá en el suelo.
Entonces aun cuando el caballo se bote, si estáis bien sentados,
todo el peso de vuestro cuerpo reposando sobre las nalgas, es muy
raro que seáis desarzonados. En todo caso, lo peor que pudiera
suceder, es rodar á la largo del cuello dei caballo y, entonce«, la
caída no tiene gravedad ninguna.
Por el contrario, si estáis puestos d6 pié sobre los estribos, nada
le será tan fácil al caballo como lanzaros por encima de sus orejas.
En esta posición, el cuerpo se lleva forzosamente hácia
adelante, lo cual constituye una primera falta; y además, no
teniendo el caballo ningim peso sobre los riñones, puede botar á su
gusto y con fuerza.
Colocados de pió sobre los estribos, se está casi en la misma
posición de un gimnasta colocado en las manos de un compañero
que está encargado de dar el inpulso necesario para realizar un
salto mortal. Para ser lanzado muy lejos, es preciso que se tengan
el cuerpo y las piernas en tensión; si se doblan las rodillas,
inevitablemente caerá de nuevo en el mismo sitio. Los estribos
juegan el papel de las manos del gimnasta que debe dar el impulso
al otro, y si dobláis las rodillas, caeréis de nuevo sentados en la
silla.
Es, de observar desde luego, que cuando se permite al discípulo
el uso de los estribos antes que su pierna esté bien caída y fija, no
puede conservarlos en el pié. Hace entonces toda clase de
movimientos para tratar de retenerlos; y en este caso, no
solamente son las piernas, sino todo el cuerpo y la posición las que
se contraen.

(1)—Catapults: especie de cañón que usaban los antiguos para lanzar piedras. N.
del T.
EL CABALLO Y ELTHOMBRE &

El'cuello y los hombros particularmente, 'toman una rigidez


completamente característica.
Muy raramente, el alumno llegará á deshacerse de esos defectos,
á pesar de todo el cuidado que pueda poner más tarde para
combatirlos; por que cuando se adquiere una mala costumbre, es
muy difícil, si no imposible, hacerla desaparecer.'

XII.

£1 látigo.
Nosotros no m»s servimos del látigo más que en el trabajo á pié
para enseñar al caballo á ir hácia adelante y á ceder á la espuela.
Una vez á caballo, dejamos el látigo. Á los verdaderos ginetes les
bastan las piernas y las manos; los débiles, los que carecen de
fuerzas, necesitan del látigo.

XIII.

Las Espuelas.

No admitimos otra clase de espuela más que el espolín, porque


es el único que queda fijo en su sitio; se está por con-, siguiente
seguro de la forma en que se emplea. Todas las otras, suben ó
bajan y se apartan del sitio qúe deben ocupar, de forma tal, que con
ellas no se está nunca seguro do tocar exactamente al caballo en el
sitio que se quiere.
Debe emplearse el guarda-barros todo el tiempo que sea
necesario; después se sustituye por las espuelas de estrellas muy
suaves, y no se aumenta su potencia más que cuando la necesidad
se haga sentir; por ejemplo, cuando el caballo no responda cuando
se lo'hostiga, ó como áe dice vulgarmente, permanezca inmóvil á la
señal de las piernas. •
Es bastante difícil determinar anticipadamente la longitud
P. 3.
34 PRIMERA PARTE

que debe tener la espuela. Si el ginete tiene las piernas cortas, la


espiga de la espuela deberá ser corta, por que en este caso, el talón
se encuentra siempre muy cerca de los flancos. Si, por el contrario,
el ginete tiene las piernas largas y tiene, por consiguiente,
necesidad de levantar el talón para tocar el flanco de su caballo,
deberá llevar las espigas de las espuelas largas, con el fin de
encojer la pierna lo menos posible.

XIV.

rosiclón del ginete.

Regla general: todo hombre puede estar bien colocado y firme á


caballo. Pero, por el contrario, si se nos pregunta: ¿todo hombre
puede llegar á ser un buen y elegante ginete? sin dudar,
responderemos: ¡nó!
El alumno que ha empezado á montar bajo la dirección de un
buen profesor, que ha trabajado concienzudamente, que so ha
sometido á trotar sin estribos durante algunos meses, y el que haya
montado caballos vigorosos y algunas vece« difíciles, sin que sea
para él peligroso, ese llegará forzosamente á estar bien colocado y
seguro á caballo.
Tendrá la cabeza en libertad y natural, de manera que pueda
moverla constantemente sin mortificación y en todos sentidos; la
llevará erguida en las marchas ordinarios y en los saltos; un poco
baja, y la barba aproximándose ligeramente á la parte superior del
esternón, en las marchas rápidas.
Su mirada será movible y jamás se fijará en un punto
determinado, de manera que abarque todos los objetos que le
rodean. El ginete podrá, por consiguiente, darse cuenta de todos
los estorbos y obstáculos que pueden presentarse.
Tendrá el cuello libre, las espaldas bien caídas y evitará
contraerías, como se hace muy frecuentemente.
Sus brazos caerán naturalmente hasta los codos, los cuales se
apoyarán en el cuerpo. Tendrá sumo cuidado de tener
IL CABALLO Y EL HOMBRE 33

siempre los codos cerca del cuerpo y no separarlos de él bajo


ningún pretexto. Solo con esta condición la mano podrá ser ligera.
Pues la ligereza de la mano es absolutamente indispensable para
guiar su caballo con seguridad y ¡sin sofrenazos. Estando el codo
sólidamente apoyado al cuerpo, no falta más que impedir que se
mueva el antebrazo, lo cual es muy fácil.
El ginete bien colocado tendrá los codos á la altura de la cintura,
las muñecas frente á frente y los dedos hácia adentro. Nunca
doblará las muñecas, bajo pena de determinar una separación de los
codos, y de perder la comunicación en línea directa con la boca de
su caballo.
La acción sobre la boca del caballo no debe ser producida má3
que por la presión ó el aflojamiento de los dedos que tienen las
riendas. Hácense grandes movimientos con las manos, á causa de
que no se las tiene en la posición indicada, puesto que, bien
colosadas, es suficiente un sencillo movimiento de muñeca y de los
dedos para producir toda la acción necesaria.
El ginete tendrá el cuerpo derecho sin ponerlo nunca rígido (1).
En ningún caso, hundirá los riñones, lo cual provocaría esta rigidez
que debe siempre evitarse. Los riñones estarán más bien doblados
ligeramente hácia adelante, de manera que conserven toda su
elasticidad. Entiéndase bien que decimos los riñones, pero no las
espaldas. El pecho estará igualmente derecho, sin esfuerzo, y nunca
encorvado; y flojos los músculos de las asentaderas, único medio de
estar cómodo.
Todo el cuerpo caerá sobre las nalga3, las cuales son el único
punto de apoyo. Las piernas estarán bien caidas, y muy bajas, los
muslos sobre su parte plana, las rodillas adheridas y la punta del pió
vuelta más bien un poco hácia afue*

(1) La flexibilidad asegura la in lependencia de las ayudas. Coa la rigidez la


contracción de una parte del cuerpo lleva la contracción muscular al conjunto; lo cual
hace toda equitación imposible.
ra que hácia dentro, lo cual permitirá
PRIMEÉÀ PARTE servirse de la pantorrilla,
untes de llegar á hacer sentir la espuela.
Cu mdo la punta del pié está muy vuelta hácia adentro, las
pantorrillas se separan forzosamente, y por consiguiente,' no piifde
emplearse la espuela más que á golpes.
Las rodillas, formando una especie de eje fijo, dejarán una gran
movilidad á la parte inferior de las ]tiernas, la cual debe caer
naturalmente y no apretar constantemente los flancos. Para que el
ginete esté con comodidad, es preciso que llegue á quedar bien
sentado sin la ayuda de las manos ni de las piernas, y esta» últimas
no deben apretarse más que en dt terminados’ momentos y solo en
caso de necesidad. Diciendo siempre á los alumnos que aprieten
las piernas, es como adquieren la postura de estar ahorquillar- dos
en el caballo, Deben sostenerse, por consiguiente, en la si'la, por el
equilibrio y no por la fuerza. Cuando se haga un efecto con las
piernas, es preciso apretar desde la rodilla al talón. Cuando se
siente fatiga encima de la rodilla se debe á la rigidez y éste es el
signo de estar mal colocado á caballo (!)•
Pareceríase no menos ahorquillado sobre el caballo si los
muslos no estuvieran bastante bajos, y por consecuencia las
rodillas estuvieran muy altas. Muchas veces, los muslos muy
caídos presentan otro inconveniente: el de no descansar el ginete
sobre las nalgas sino sobre la parte delantera de los muslos. Es
verdad que en esta posición se está más seguro, puesto que las
piernas abrazan.al caballo en toda su extensión; también
convendría tomar esta posición en el galope de carga, pero
solamente en el momento do acometer al enemigo, para evitar de
este modo ser desmontado por el choque. Es presiso decir todavía
que, en esta posición, hay dificultades para ceñirse al caballo
cuando se pasa del galope al trote.

(1) Cansancio en los brazos, las manos ó los muslos, mal ginete, cansancio en las
piernas, buen ginete.
EL CABALLO Y EL HOMBRE 37

* En suma, para estar bien colocado á caballo el ginete deberá


estar sentado sobre su silla como sobre un asiento cualquiera.
Cuando el ginete se sirve de los estribos, la punta del pió debe
estar más alta que el talón. Sin estribos, el pié debe caer
naturalmente, y por consiguiente, la punta se encuentra más baja
que el talón. Se observará que es imposible, sin estribos tener
levantada la punta del pié á menos que se contraigan los músculos
de la pierna y por consiguiente el muslo. Ahora bien, quien dice
contracción dice rigidez (1) La longitud de los estribos debe ser
proporcionada á la longitud de las piernas. La medida tradicional
del brazo, no dá más que* una aproximación cuya utilidad no
discutimos. Pero, una vez en la silla, no falta más que rectificar
dicha medida. Para eso, es preciso sacar el estribo del pió y dejar
caer la pierna. Las acciones de los estribos tendrán la longitud
exacta cuando el hondón de los estribos llegue debajo del tobillo.
Generalmente se recomienda mantener el pió en. contacto con la
rama interna del estribo. Por lo que á nosotros respecta, colocamos
el pió á igual distancia de las dos ramas, es decir en el centro del
estribo.
• Dirigiendo frecuentemente los tobillos en todos sentidos se llega
á darlos una gran flexibilidad, y se llegará á po 1er soltar y volverá
cojer los estribos con grandísima facilidad (2).

(1).— En Alemania se enseña á montar sin estribos, y coi la paita del pié mis alta
que el talón. La contracción causada por esta posición es la que da á los ginetes
alemanes la rigidez que les caracteriza. Bien sabemos que los alemanes son rígidos,
tiesos, por naturaleza. Pero hacer montar á un francés en esas condiciones y
forzosamente se haría rígido á caballo.
* (2).— Nosotros montamos siempre con los estribos un punto más cortos fuera del
picadero, que en el picadero. Obtenemos de este modo, un punto mejor de apoyo para
todas las marchas rápidas, especialmente para el trote ála inglesa* En el picadero, por
el contrario, se tiene necesidad de tener las piernas más caídas para abrazar mejor al
caballo. Y es igualmente necesario estar completamente sobre las nalgas para
apreciar mejor los movimientos del caballo. Se sabe que el tacto del asiento es muy
raro y que es necesaria una educación prolongada.
38 PRIMERA PARTE

Para estar y parecer bien en la silla, es necesario además un


determinado número de cualidades físicas. Así, pues, es «vidente
que un hombre gordo y pequeño es menos apto para montar bien á
caballo, que un hombre bastante alto y delgado.
Hemos dicho intencionadamente bastante alto, porque es un
error generalmente extendido el de creer que es necesario ser alto
para montar bien á caballo. Cuanto más alto es el ginete más
dificultades encuentra. Desde luego, cuanto más largo •es el busto,
más fácilmente pierde su posición, en razón de la elevación del
centro de gravedad, y es más difícil reponer el equilibrio. Pero éste
es el menor inconveniente. Las piernas largas no se adaptan á los
costados tan bien como las piornas de una regular longitud, porque
los rebasan; de suerte que, para servirse de la espuela, el ginete
está obligado á doblar las rodillas para acortar las piernas, lo cual
es feo y nada seguro.
Sin embargo reconocemos que todo hombre puede con
aplicación, llegar á estar muy seguro en la silla. (1).
La comodidad, la seguridad y la confianza del ginete, depende
generalmente de las primeras lecciones que ha recibido; y, como
ya lo hemos dicho, una buena posición á caballo no se adquiere
más que con la condición de haber trotado mucho tiempo sin
estribos.
Es preciso no permitir que los principiantes monten otros
caballos que aquellos que sean suaves de movimientos y nobles.

(1).— Hablamos constantemente de la rigidez alemana. Generalmente se puede


dirigir el mismo reproche á los ingleses. Los pueblos de origen germánico tienen la
reputación de ser los mejores ginetes, y de hecho es preciso confesar que lo son. Pero
ese don, lo deben únicamente á su perseverancia, á su obstinación en el trabajo. Los
de raza latina, de talla regular, son más aptos por su flexibilidad, por su agilidad, para
armonizarse con el caballo, y .si fueran capaces de asiduidad para el trabajo, serian
sin duda alguna los primeros ginetes del mundo. Pero se contentan con poco muy
fácilmente. No necesitamos decir que ésta es una observación de orden general y que
existen buenos y malos ginetes.
EL CABALLO Y EL HOMBRE 39

Todas las precauciones serían pocas para dar confianza al ginete


novicio. La confianza que adquiere durante las primeras lecciones
puede facilitarle que pierda todo temor, y por consiguiente que se
abandono al ciballo, lo cual le permitirá más tarde toda
descontracción.
Durante el tiempo que el ginete tenga rigidez en sus
movimientos, so podrá decir que vá á caballo, pero no que monta.
(1).
Estar ahorquillado en la silla no es montar á caballo. Además,
esta posición defectuosa no desaparece generalmente más que á
proporción y á medida que el alumno adquiere confianza.
Entiéndase bien que queremos hablar de la confianza que queda
tener en su seguridad, porque es muy cierto que se puede ser muy
valiente y sin embargo faltar la confianza una vez que se está en la
silla del caballo.
Se escojerán, para las primeras lecciones, caballos delgados,
mas estrechos que anchos, sobre todo si se dedican para niñ03 ó
para hombres que tengan las piernas cortas. Una gran separación
de las piernas podría tener graves inconvenientes: cansan las ingles
sin provecho para el alumno y nosotros hemos visto desviaciones
de las caderas provenientes nada más que de este abuso. No
sucederá lo mismo cuando más tarde, el ginete esté ducho en esta
gimnasia Poco á poco, llegará á montar todos lo? caballos sin
fatiga física, cualquiera que sea su construcción.
No somos del parecer de los que dejan á los principiantes
servirse de las cuatro riendas: un sencillo bridón, el cual hace tener
una rienda en cada uno, nos parece preferible. Si se permite
inmediatamente el uso de la brida,

(1). La rigidez de los brazos, de las piernas y del cuerpo impiden experimentar
ninguna impresión ¿Cómo los miembros crispados, ó simplemente- rígidos,
percibirían lo que le pasa al caballo mientras están ocupados en sostener el cuerpo en
la silla? Cuando se vuelvan flexibles, y el cuerpo se tenga por el solo equilibrio de la
posición, tendrán una libertad de percepción que desde luego les falta. La flexibilidad
de los miembros y la buena posición, son por consiguiente la primera condición del
tacto ecuestre.
40 PRIMERA. PARTE

tiene grandes riesgos, porque el cuerpo , sigue el movimiento de


las manos: y porque, al principio, 'no son solamente las manos,
sino también los brazos, los que el alumno llevará casi
infaliblemente, bien á la derecha, bien á la izquierda. Con el
bridón, estando separado cada efecto, queda evitado este
inconveniente.
Es preciso tener presente que es más fácil dar una buena
posición al alumno que empieza, que rectificar más tarde la
posición defectuosa que adquiera.
En resúmen, la primera cualidad dol ginete es la seguridad, y la
seguridad no resulta más que de una buena posición y de la
práctica. Añadimos que el ginete debe poseer igualmente, no una
valentía imprevista, si no la confianza en sí mismo, la cual le
permita conservar toda su sangre fría, sin la que no tendría la libre
y adsoluta disposición de sus medios y de los conocimientos
previamente adquiridos.
Para terminar, no es necesario ser un (ginete muy inteligente
para montar bien á caballo. Al hombre más fuerte en teoría, pero
poco hábil en la práctica, preferimos aquel que, no perdiéndose en
sábias disertaciones pueda sin embargo montar sobre poco más ó
menos todos los caballos montables. El simplemente teórico, llega
casi siempre á volver rehacios loscab allos que pretende domar.
Tiene en efecto, bastante seguridad para pedir un movimiento al
caballo: pero su seguridad, falta de práctica, no es suficiente y no
le permite persistir cuando el caballo se defiende abiertamente,
Nada hay peor como provocar las defensas, si no se , tiene la
valentía de luchar hasta, el fin y dominarlas,
EL CABALLO, Y EL HOMBRE 41

XV.

Posición de la amazona.

La amazona debe estar colocada, abstracción hecha de las


piernas, exactamente lo mismo que el ginete á partir de las
asentaderas (1).
Sus hombros á todos los aires del caballo deben estar paralelos á
las orejas del animal. Esto no es posible más que si las caderas
ocupan una posición absolutamente igual. Es por consiguiente, de
la manera como las caderas están colocadas, de lo que depende
toda la posición de la amazona.
Estando las dos piernas á la izquierda, (2) la pierna derecha
abraza la horquilla de la silla y está más adelante y más alta que la.
pierna izquierda. Ésta está apoyada un poco más arriba de la rodilla
contra la horca izquierda; y el pié descansa en el estribo.
Resulta de esta colocación de las piernas, que la amazona tiene
natural tendencia á cargar casi todo el peso de su

(1) .—Después de algún tiempo, es cuestión en las Señoras montar á horcajadas’


Además de que la amazona pierde de este modo toda la gracia femenina, no tiene esa
posición nada de práctica. ¿Qué falta en general á los ginetes? El asiento, es decir la
seguridad. Pues ésta faltará todavía más á las mujeres que tienen el muslo redondo y
mucho menos enérgico que el hombre. Es inútil discutir, largamente sobre esto. Los
caballos, que no son cortesanos, harán, dar tale« cai- das á los que quieren practicar
este nuevo género de equitación, que no tardarían en renunciar á él,
(2) .—Otra opinión. Se ha propuesto hacer sentar á la amazona á la derecha. Los
periódicos ingleses y americanos especialmente, han discutido mucho sobre el
inconveniente que puede tener el no hacer montar á las niñas más que de un solo
lado. Se ha pretendido que ese hecho desvía la espina dorsal. Como nosotros no
juzgamos las cosas más que después de la práctica de las mismas, no podemos decir
lo que sucedería con las niñas de 5 ó 8 años que montasen ¿ caballo. Pero nosotros
hemos hecho frecuentemente empezar la equitación á niñas de 12 á 13 años y
42 PRIMERA PARTE

cuerpo sobre el lado derecho, no soportando el izquierdo casi


ninguno. De este modo se consigue que la cadera izquierda, más
libre, se desvíe más hácia atrás que la derecha: lo cual es preciso
evitar.
El peso del cuerpo debe repartirse igualmente entra los dos
lados—y repetimos para la amazona lo que tenemos dicho para el
caballero — y debe estar completamente sentada en la silla del
caballo, como en una silla común, teniendo las caderas y los
hombros paralelos á las orejas del animal.
Hay en ello una cuestión, no solamente de corrección si no
también una cuestión capital de seguridad.
Raramente la amazona es lanzada fuera de la silla por el lado
izquierdo, pues está sostenida de este lado por las horcas, y en caso
de necesidad por el estribo. Todo el riesgo de una caída estará por
consiguiente del lado derecho y este peligro existirá tanto más,
cuánto que el hombro izquierdo esté más hácia atrás.
Es fácil comprender, en efecto, que en un movimiento
desordenado, ó por consecuencia de una huida del caballo hecha
de derecha á izquierda, la posición del cuerpo se cambia y
forzosamente es echado á la derecha.

afirmamos muy alto que, para ellas, la desviación del talle nunca es de temer.
Sabemos muy bien que en Inglaterra y en América, la primera educación ecuestre
de los niños está entregada á los cocheros y desbrabadores. Cualquiera que sea el
mérito de estos, pueden llegar á darles un mal consejo, y no ver lo que conviene
hacer para corregir ese defecto, ó lo que es lo mismo, lo arraigan en el alumno. Eso
sucede todos los días con muchos profesores que han estudiado en ellos mismos la
teoría y la práctica; pero que no llegan á darse cuenta de pequeños defectos
(destinados á hacerse grandes con el tiempo) más que después de una larga
enseñanza.
Nosotros sostenemos que con un buen maestro, la educación de la amazona
sentada á la izquierda, lejos de hacer desviar su talle, no hará otra cosa más que
acrecentar la gracia y la flexibilidad.
Continuemos, por consiguiente, no haciendo montar á las amazonas mas que de
un solo lado, y sobre todo continuemos haciéndolas montar á la izquierda. De otro
modo, será menester colocar el látigo en la mano izquierda, la cual es más tardía y
menos hábil; grave inconveniente, porque el látigo debe remplazar á la pierna.
EL CABALLO Y EL HOMBRE 43

Este cambio de la posición del cuerpo es poco importante y será


fácilmente corregido si la posición de la amazona es correcta, es
decir, si sus dos hombros están colocados como hemos dicho
anteriormente. Si, por el contrario, sus hombros están de través, el
izquierdo se queda hácia atrás, y el equilibrio, > a malo, se
encuentra completamente roto y por consiguiente hay peligro de
caer á la derecha. ¿’ero hay que librarse de esta caída porque es
peligrosa. En este caso, en efecto, la amazona, cae de cabeza,
siempre, claro es, que se haya desembarazado de las horcas y del
estribo. Pero si, en el momento de la caída, el pié continúa
enganchado en el estribo, ó si el vestido se engancha en las horcas
de la silla, la amazona puede ser arrastrada sin que tenga ningún
medio de librarse.
Lo que dá la seguridad á la amazona la dá al mismo tiempo la
elegancia; no tiene, por consiguiente, por qué preocuparse de
sacrificar la una á la otra. Para ello es nece- 3aiio: Io. qu» las
rodillas estén tan aproximadas como sea posible; la derecha
abrazando fuertemente la horca de la silla y haciendo fuerza de
adelante hácia atrás; y la izquierda por el contrario, en razón del
punto de apoyo que tiene en el estribo, haciendo fuerza de atrás
hácia adelante; 2o. que el hombro izquierdo se lleve bien hácia
adelante y que el cuerpo esté ligeramente doblado hácia adelante
para que tenga toda su flexibilidad.
Cuando el caballo marcha al paso, es decir, cuando el cuerpo
descansa constantemente sobre la silla, si el hombro izquierdo
queda echado hácia atrás, la posición de la amazona es por esta
razón mala, y singularmente muy poco graciosa.
En el trote llamado á la inglesa, es todavía peor la posición: el
hombro izquierdo se lleva enérgicamente hácia adelante cuando la
amazona se eleva, y vuelve hácia atrás cuando el cuerpo cae
nuevamente sobre la silla. Es éste un movimiento poco gracioso y
al cual se denomina el sacacorchos.
Cuando la amazona está bien sentada marchando el caballo al
paso, y cuando descansa de los dos lados igualmen
44 PRIMERA PARTE

te sobre la silla, las caderas, y por consiguiente, los hombros,


quedan cómodamente colocados aunque el caballo marche al trote,
El trote á la Inglesa debe cojerse, por decirlo así, en el
movimiento del caballo. El cuerpo, no haciendo ningún esfuerzo,
no se eleva; se deja elevar él mismo por el movimiento del caballo,
descansando* el pié sin rigidez en el estribo y no haciendo el
tobillo y las rodillas más oficio que el de visagras. La menor
contracción, el menor esfuerzo en el tobillo, eñ las rodillas ó en los
riñones, dá á la amazona un aspecto rígido, poco gracioso y vuelve
fatigoso el ejercicio del caballo.
Si la amazona se ajusta á estas reglas, marca un tiempo sobre la
silla y un tiempo en el aire. De otro modo, vuelve á caer muy
pronto y marca dos tiempos sobre la silla por lo cual sufre una
sacudida inútil y se fatiga. Desarrollaremos más extensamente esta
observación, á propósito del ginete, en el capítulo que trata del
trote.
La flexibilidad, es la cualidad indispensable en la amazona; y se
adquiere por la costumbre de montar á caballo y también por
algunos ejercicios próvios, de los cuales el mejor es el bailo.
* Con frecuencia también, la comodidad de la amazona sobre la
silla del caballo, está comprometida por pequeños detalles de la
toilette, cuyo fin necesita algunos buenos consejos, y esto es por lo
que nos detenemos aquí un momento-
La mujer á caballo se lastima muy fácilmente. La menor arruga
de sus vestidos determina una desolladura. Para un paseo largo á
cabado, y con mayor razón para la caza, es preferible que no se
ponga camisa, pero sí una camisa de tejido muy. fino, .sujeta á la
cintura. El cuello y los puños deben estar pegados á esta camiseta
y no sujetos por .alfileres, los • cuales nunca están en su sitio
porque se caen ó pinchan.
Nosotros aconsejamos encarecidamente que no se pongan nada
debajo por que la liga es un estorbo siempre, y con frecuencia
causa de verdadero sufrimiento y puede ocasionar heridas grandes
y dolorosas. En atención á esto, es pre
EL CABALLO Y EL HOMBRE 45

ferible el calcetín, se completa el traje interior con un calzón


ceñido hecho de tejido flexible y elástico, de punto ó jersey, de
seda doble; ó mejor todavía de gamuza muy fina. El pantalón que
está puesto encima, tiene trabillas de goma elástica, y es poco
ancho á fin de evitar que haga arrugas. La bota será de elásticos y
no de botones, para evitar las heridas y las contusiones de la
garganta del pié. No nos gustan las botas de montar, porque son
muy duras, pueden herir bajo la rodilla, é impedir á la amazona,
que sienta al caballo con la pierna.
El corsé debe ser muy corto y bajo; una ballena larga es no
solamente incómoda, si no que es verdaderamenta peligrosa.
Estuvimos tentados de escusarnos de entrar en estos detalles
íntimos y para los cuales nuestra competencia pudiera muy
justamente ser puesta en duda, pero no se trata solamente de una
cuestión de elegancia, si no que cuanto se refiere á la toilette de la
amazona, concierne á su seguridad y á su comodidad á caballo.
Hemos visto tantas mujeres volver de un paseo dado á caballo
que se quejaban de dolores y sufrimientos en todo el cuerpo, hasta
el punto de estar condenadas á la chciise-longue por muchos días,
que hemos llegado á considerar que todos los detalles más arriba
dados no dejan de tener importancia.
En fin, no creemos extendernos en detalles inútiles
recomendando sujetar el tocado de la cabeza muy sólidamente. La
mujer que está preocupada con sujetar, ó volver á colocar en su
sitio el sombrero ó el velo, piensa poco en su caballo y se puede
decir que si pierde el sombrero, está muy cerca* de perder la
cabeza.
La elección de la silla tiene igualmente una importancia muy
grande, tanto para la amazona como para el caballo.
Debe ser muy recta, para que las rodillas no estén más altas que
el asiento, poco rellena, porque de este modo abarca mejor al
caballo y corre menos riesgo de moverse, ó sencillamente de
cambiar la posición: el menor cambio lastima al caballo en la cruz.
46 PRIMERA PARTE

Si la silla es muy corta del borrén, lastimará con seguridad á la


amazona; y si es muy larga, es el caballo el que será lastimado en
los riñones.
Es necesario que el caballo que monte la amazona, tenga la cruz
bien saliente, con el fin de impedir que la silla se mueva.
Y por último es preciso tener mucho cuidado que la crin de la
cruz, no este cogida bajo el extremo de la silla, poique de ello
resulta una molestia para el caballo, que le determina con
frecuencia á emplear defensas para librarse de ellas.
Diremos ahora algunas palabras de la manera de colocar á una
mujer en la silla del caballo. Pensamos que esto puede ser útil no
solamente á las amazonas, si no también y sobre todo para los
hombres que tienen el honor, un poco temido algunas veces, de
cogerlas el pié.
Aunque bien á pesar nuestro, estamos obligados á decir que la
mujer para montar á caballo, hace generalmente lo contrario de lo
que la convendría hacer. Pone el pié izquierdo en las manos que se
la presenta para elevarla, y salta con el pió derecho sobre el
izquierdo llevando el cuarpo hácia adelante. Resulta de ello, que
todo su peso cae bruscamente sobre las manos que sirven para
comunicar el impulso al pió y que el movimiento que hace hácia
adelante echa inevitablemente al hombre hácia atrás y separa de la
espalda del caballo.
La mujer debe, por el contrario, estando su pió izquierdo sobre
las manos del hombre, no servirse de la pierna derecha más que
para tomar un ligero impulso que permita la extensión de la rodilla
izquierda, y tener el cuerpo bien derecho, más bien un poco hácia
atrás. Este movimiento es de los más sencillos; es exactamente
igual que el que se hace para subir un escalón un poco alto. La
amazona no debe procurar elevarse por un brinco; todo su esfuerzo
debe reducirse á extender la rodilla izquierda de tal forma, que la
pierna vuelva á ponerse y quede completamente derecha,
permaneciendo inclinada la parte superior del cuerpo. Debe en fin
servirse de los brazos, apoyando la mano izquierda en el hombro
del caballero y la mano-
EL CABALLO T EL HOMBRE 47

derecha en la horca izquierda de la silla. Procediendo de este modo,


montará completamente derecha bajo la impulsión de las manos
que la sostendrán y volverá á descender naturalmente sobre la silla
del caballo colocando las asentaderas un poco hácia atrás. No debe
la mujer procurar montar por sí sola; es el hombre el que debe
colocarla encima de la silla para que ella no tenga más que
sentarse. Cuando la amazona quiere saltar por sí sola sobre el
caballo, tropieza generalmente antes de estar encima y es rechazada
sobre el hombre.
No podemos dt jar de añadir que la costumbre que tienen las
amazonas de dar el pié izquierdo en el momento de ir á montar en
el caballo, es muy mala; es ésta una antigua rutina de la cual no nos
explicamos ni el origen ni la persistencia en que continúe. En
efecto, para ser colocada á caballo dando el pié izquierdo, la mujer
debe, una vez que es elevada, llevar las asentaderas de ade ante
hácia atrás y de izquierda á derecha, mientras que el hombre hace
un movimiento de atrás' hácia adelante y de derecha á izquierda.
Hay por consiguiente un doble cambio de posición. Si, por el
contrario, la mujer dá su pió derecho, que es el que esté más cerca
del caballo, la es suficiente dar una pequeña impulsión al pié
izquierdo y poner rígida la rodilla derecha para montar
naturalmente en toda la extensión de la silla y encontrarse sentada
sin tener que hacer la menor mutación.
No tenemos el mérito de haber descubierto una cosa tan sencilla;
hace ya mucho tiempo que este medio es empleado por muchos, y
de los mejores, profesores. Nosotros hemos tenido el honor de
enseñar á montar á Reinas, las cuales no aprendieron nunca de otro
modo.
Ensayad, señoras, durante ocho días, y estamos seguros de que
adoptareis esta manera de montar á caballo.
Una vez á caballo la amazona debe, enseguida y sin detenerse en
arreglar la falda, pasar su pierna derecha por la horca de la silla;
ésto es el único medio de evitar una caída si el caballo se lanza de
costado. Añadimos asimismo, que las manos del hombre no deben
dejar los piés de la amazona más que cuando la pierna derecha esté
bien en su sitio.
48 PRIMERÀ PARTE

Para bajar del caballo, la amazona suelia el estribo y da la


muñeca izquierda; saca enseguida la pierna derecha “de la horca
dé la silla, da la muñeca derecha, y hallándose sentada de este
modo sobre la silla, se deja deslizar á tierra sin saltar y estirando
un poco los brazos. Debe caer sobre la punta de los piés y
doblando las rodillas para evitar to* da sacudida. Esta
recomendación no es supèrflua, por que después de un paseo un
poco prolongado, las piernas es- tan tiesas y adormecidas.
Repetimos que la mujer debe dar sus muñecas y que no debe
nunca saltar, sino dejarse resbalar. Ved lo que sucede con
frecuencia: la mujer se lanza de la silla, el caballero la recibe
cogiéndola por la cintura, y, no pudiendo sostenerla con el brazo
extendido, la deja resbalar á lo largo de su cuerpo. Esto es
desagradable, poco airoso y poco decente.
Se pregunta frecuentemente si el caballero que acompaña á una
amazona debe ir á la derecha ó á la ¡izquierda de ésta. No creemos
que el ti ato social imponga con respecto á esto una regla absoluta.
En las condiciones ordinarias, estimamos que el caballero debe
estar á la derecha por que la amazona, para volverse hácia él, se
verá obligada á echar el hombro derecho há- cia atrás, lo cual es,
como ya lo hemos dicho Ja posición deseable.
Además, el caballo encontrándose á la derecha, puede en caso
de turbación ó de peligro, acudir en ayuda de la amazona. Si
estuviera á la izquierda de ésta, no podría aproximarse á ello
suficientemente por impedírselo las piernas de la misma. Si sucede
que hay á la izquierda peligro para la amazona, por consecuencia
de obstruir el paso caballos ó carruajes, el caballero deberá
entonces colocarse 3 á ese lado, precisamente para protejer las
piernas de la amazona.

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