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LA INJUSTICIA LABORAL EN EL PERÚ

Manuel Cáceres Villagra

El trabajo es la actividad humana que va construyendo las condiciones para la


reproducción de las sociedades (Marx,1974). Busca sostener a las sociedades y su
desarrollo depende de estas. Sin embargo, dentro del capitalismo contemporáneo, el
nivel de complejidad de las sociedades ha aumentado exponencialmente. Las dinámicas
marcadas por fenómenos macrosociales (la globalización, el desarrollo tecnológico-
científico, la urbanización y las migraciones) han ocasionado un cambio radical en la
organización de la actividad laboral, diferente a otros periodos de la historia.

En el presente, nos encontramos en un capitalismo marcado por fenómenos que han


producido mutaciones en la actividad laboral y, por ende, en las estructuras de la
sociedad. Por un lado, se encuentra la transnacionalización de la producción, es decir, la
fragmentación de diversas partes del proceso productivo en diferentes áreas geográficas.
Por otro lado, la financiarización de la economía, proceso, por el cual, se redireccionan
excedentes económicos hacia las finanzas, en vez de la reinversión productiva
(Palazuelos, 2016).

Los dos procesos socioeconómicos, transnacionalización y financiarización, forjan un


cambio en la producción de trabajo y de condiciones laborales que estructuraran las
dinámicas sociales a lo largo del mundo (Breman, 2016). Por ello, por ejemplo, los
sectores industriales, durante la década de los ochenta y noventa, se relocalizaron dentro
del continente asiático, pero sin una ampliación de la producción. Estos procesos
ocasionaron que en los países de la periferia o llamados del sur global, aparecieran
poblaciones no absorbibles por la demanda laboral de las industrias. Por lo tanto, no se
produjo un aumento de empleos, acorde a la concentración urbana y cantidad de
habitantes. En consecuencia, se consolida una economía informal a lo largo del planeta
que absorbería a la población flotante. En estas circunstancias, la migración del campo a
la ciudad es intensificada por la aplicación de las políticas de Ajuste Estructural, las
cuales recortan las subvenciones al sector agrícola y generan el desplazamiento de
poblaciones hacia áreas urbanas en busca de trabajo (Berman, 2016). Según la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 60% de los trabajadores activos en el
mundo pertenecen a la economía informal (OIT, 2019).

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En este proceso global, el caso peruano se reafirmó en las mismas tendencias históricas,
pero con sus particularidades. La economía sufrió una serie de cambios que implicaban
la aplicación de las políticas de Ajuste Estructural, en la década de los noventa, para
insertar la economía nacional en la economía mundial. Uno de los ejemplos de las
políticas fue la desregulación del mercado laboral, es decir, el incremento su
flexibilidad. Además, como afirma Gonzales (2005), se redujo la cantidad de industrias
para consolidar una matriz productiva orientada a un modelo primario exportador y de
servicios. A su vez, durante la década de los ochentas y noventas, se produjo una ola
migratoria marcada por la reducción de subvenciones al sector agrícola y el conflicto
armado interno; esto aumentó la densidad poblacional en las ciudades y, en particular,
en la capital, Lima. Todos los cambios que atravesaba el país dieron origen a la
configuración de la economía informal, por la incapacidad de absorber a la población
que iba desarrollándose a finales del siglo XX.

En la ciudad de Lima existen, según el Instituto Nacional de Estadística (2019), 7


millones 658 mil 100 personas con edad para desempeñar una actividad económica, la
Población en Edad de Trabajar (PET) de 14 a más años, es decir, la población
potencialmente demandante de empleo. Ello se relaciona con la economía informal que
predomina en la ciudad. Según la Encuesta Nacional de Hogares (INEI, 2018), tres de
cada cuatro trabajadores de la PEA ocupada se desempeñan en el sector informal
(72,0%). En el año 2016, el sector informal estaba conformado por 6 millones 878 mil
unidades productivas. Para López (2017), los empleos informales en el Perú pueden ser
definidos como precarios y autoexplotadores.

Las personas que poseen un empleo informal pueden abarcar todas las áreas de la
economía peruana. Sin embargo, para motivos del presente trabajo, se busca analizar
este fenómeno a través de un caso: El incendio sucedido el 22 de junio del 2017 en el
sector comercial de Las Malvinas. En dicho incendio murieron dos jóvenes: Jovi
Herrera Alania y Jorge Luis Huamán Villalobos. Ellos estuvieron encerrados en un
contenedor, armando tubos fluorescentes. Esto pone en evidencia la precariedad y la
explotación en las relaciones laborales que no se plasman en las estadísticas. Las
Malvinas está ubicada en el Centro de la ciudad, alrededor de las seis primeras cuadras
de la Avenida Argentina, y se considera como un sector de comercio formal e informal.
Décadas atrás, la zona actualmente ocupada por Las Malvinas era un sector industrial;
para la década de los noventas, con la quiebra de la mayoría de las empresas, se fue

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repoblando por trabajadores ambulantes, almacenes mayoristas y, luego, se consolidaría
como un lugar de galerías. En zonas aledañas, en las partes altas de las galerías y ex
fábricas, se encuentran talleres de negocios informales que emplean a gente sin ninguna
restricción.

En esta situación, la informalidad se presenta como un conflicto latente. En el entorno


se configura un escenario de tensión latente que puede llevar a una conflictividad
directa entre los actores que están inmersos.

En la necesidad de comprender cómo se desarrolla el estadío de injusticia y conflicto


latente se necesita una serie de aproximaciones conceptuales para comprenderlo. En
primer lugar, para comprender las complejidades de las formas de relacionarse entre los
actores en el espacio de trabajo informal, se propone utilizar un enfoque que priorice las
micro relaciones de los sujetos. En este sentido, el concepto de biopoder, planteado por
Foucault (2008), remite al ejercicio del poder para la gestión de los vivos. El biopoder
tiene como objetivo el “disciplinamiento que se representa en un conjunto de técnicas y
procedimientos con los cuales se buscar producir cuerpos políticamente dóciles y
económicamente rentables” (Foucault 2008, p 160).

En segundo lugar, para vincular las relaciones de poder y la subjetividad con los
cambios socioeconómicos, el concepto de fetichismo de la mercancía, planteado por
Marx (2014), resulta pertinente. El fetichismo de la mercancía es un concepto expuesto
al final del capítulo 1 de su obra El capital, definiéndolo como:

el revestimiento que separa la conciencia de que las mercancías y el


dinero están organizadas por el trabajo humano y su existencia no sería
posible sin ella. Sin embargo, se presenta al trabajo humano como un
fenómeno que tiene características de un objeto y a las mercancías con
características humanas. Esto solo es posible en el momento en que
surgen las relaciones mercantiles mediadas por el dinero dentro de las
sociedades (Marx, 2014, p. 88).
Por último, para centrar la problemática en un análisis sobre la injusticia es necesario
recurrir al planteamiento de Honneth (2002) sobre la relación del reconocimiento de los
sujetos que han sido ofendidos en su condición humana. Dicho autor parte de que el
reconocimiento se puede dividir en tres esferas: reconocer la autoconfianza, el
autorrespeto y la autoestima. Esto permite enmarcar las ofensas morales en un tipo de
esfera de reconocimiento.

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Los tres autores expuestos presentan formas de abordar el caso de Las Malvinas desde
la noción de injusticia. Siguiendo a Foucault (2008), se puede comprender la gestión de
las condiciones de trabajo como una forma de injusticia, dado que estas condiciones se
pueden administrar para ejercer control sobre los trabajadores. Se puede decir que, para
Foucault, la injusticia se revela en el ejercicio del poder que busca controlar para
disciplinar a los sujetos. Desde otra perspectiva, Marx (2014) plantea que los sujetos
están imbricados en relaciones sociales de producción. En ellas, se va estableciendo la
dominación sobre otros mediante el lugar que ocupen en el proceso productivo de los
medios de vida. En una aproximación más directa, Honneth construye una manera de
reconocer la injusticia por una ofensa moral. Esta ofensa es entendida como una
vulneración a la condición humana que impide el reconocimiento como sujetos iguales
socialmente.

La precariedad y explotación que atraviesan los trabajadores informales se puede


apreciar desde dos aspectos. Por un lado, están las condiciones de salud precarias.
Diversos centros laborales carecen de condiciones de higiene para trabajar. Un ejemplo
de ello es el trabajo en contenedores metálicos, donde hacen y organizan las mercancías,
como lo realizaban los jóvenes que murieron en el incendio en Las Malvinas. En dichos
contenedores, no hay ninguna ventilación ni servicios higiénicos, lo que ocasiona que
utilicen botellas de plástico para orinar. También, la presencia de excremento de
roedores en estos espacios reducidos expone a enfermedades como Tenia o
Leptospirosis. La experiencia de trabajo, más allá del espacio físico, también puede
atentar contra la salud del trabajador al no usar equipamiento para trabajar con
materiales tóxicos ya que esto produce enfermedades, o al manipular exceso de peso
que causan lesiones en los cuerpos (Flores, 2017).

El experimentar este nivel de precariedad genera la degradación de las condiciones de


vida. Este problema de salubridad es permitido y estimado por otra persona; en este
caso, el dueño del negocio. La relación que se establece entre el empleador y el
empleado lleva a que uno ejerza poder y control sobre el otro. Esto se hace
disciplinando al empleado mediante la exposición a condiciones precarias. Este
ejercicio de la disciplina se ejerce contra los cuerpos de los trabajadores, por lo que la
dominación direccionada es hacia moldear los cuerpos. Ese sentido, Foucault (2008)
plantea que, para que se establezca un orden y un control, el que ejerce el poder tendrá

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diversas técnicas. Estas tienen por objetivo que el trabajador se centre en contribuir a
aumentar la productividad.

Además, por otro lado, existe otra forma de explotación laboral que estaría vinculada a
la privación de la libertad. El medio para poder garantizar que no se roben las
mercancías y se aumente la productividad del trabajo ha llevado a dueños de pequeñas
empresas y talleres a encerrar a sus trabajadores y no dejarlos salir hasta que sus
jornadas acaben. Es aquí donde se entrecruzan las representaciones de la explotación
mencionadas anteriormente vinculadas a las condiciones de salud. En el encierro se
hace necesario realizar funciones del cuerpo como orinar o defecar dentro del espacio,
el cual no posee un lugar para poder realizarlo en condiciones higiénicas. La privación
de la libertad no siempre está mediada por un encierro explícito, como los
encadenamientos en los contenedores, sino también por la vigilancia de los espacios
como talleres de confección textil, cocinas de restaurantes, entre otros. Estos están
supervisados para que los trabajadores no salgan de su espacio laboral; el
incumplimiento o resistencia se sanciona con la no retribución económica.

Aquí la disciplina se ha presentado como una semejanza a las prisiones. La privación de


la libertad lleva a que el sujeto se vea en necesidad de entrar en condiciones cada vez
más degradantes y sin más que aceptar. Esta privación permite que se acaten las
decisiones de los empleadores con mayor severidad. Según Foucualt (2008), la
explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo; digamos que la
coerción disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud
aumentada y una dominación. La conversión a cuerpos que no son relevantes dentro del
trabajo llevó a Fassin (2018) a denominar estas dinámicas como deshumanizantes. En
este escenario, se pierde los derechos humanos básicos, pasando a ser cuerpos
descartables en función de su resistencia.

Para Marx (2014), las relaciones sociales que se establecen en la cotidianidad están
mediadas por procesos económicos. Es decir, las interacciones que se establecen en la
sociedad están marcadas por nuestra producción, circulación, distribución y consumo. A
la vez, producto de la complejidad de la sociedad se ha perdido la conciencia de que las
mercancías y el dinero son un producto del ser humano y no algo autónomo.

Por ello, la informalidad en la sociedad, así como otros fenómenos, está atravesada por
lo que Marx (2014) denominó fetichismo de la mercancía, proceso que obstaculiza la

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percepción de que lo hay detrás de cada relación mediada por el dinero es una serie de
relaciones sociales. Detrás de la compra y venta de productos o servicios hay tiempo de
trabajo humano gastado, establecido por una relación salarial. Así, la explotación en la
informalidad es el origen de la producción y circulación de mercancías. Gracias a la
explotación, el dueño del negocio obtiene dinero que puede poner en circulación en la
economía; o, gracias a que son explotados los trabajadores, pueden existir productos con
precios bajos.

En el caso de los trabajos que se realizan en las zonas urbanas de Lima, hay algunos que
producen mercancías y otros que contribuyen a comerciarlos. En ambos, la explotación
es el soporte de la ganancia. Según Godelier (1974), en interpretación de Marx, la
realidad se nos presenta invertida, porque nos relacionamos con las mercancías como
entes autónomos que tienen cualidades y no podamos reconocer instintivamente que
esas cualidades las da el trabajo humano en sociedad y con una determinada forma de
producción. Esto se sintetiza en la idea de que “las mercancías se humanizan y los
humanos se objetivaban” (Marx, 2014, p. 89).

Los trabajadores, en la precariedad y vulneración, experimentan una falta de


reconocimiento. Según las esferas planteadas por Honneth (1997), se entiende que las
condiciones de vida que atraviesan son una ofensa moral por la privación de la
autoconfianza. Esto debido a que se ha privado a las personas de ser soberanos sobre su
propio bienestar psicológico y físico. Esto sucede en el momento en que son privados de
su libertad o son obligados a suprimir sus necesidades de salud e higiene para seguir
comprometiéndose con el trabajo; aquí se observa una clara falta de reconocimiento
como sujetos.

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