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RELATOS DEL ASOMBRO

Xavier Berenguer
RELATOS DEL ASOMBRO

IMAGINA ................ 3

BORAX .................. 11

JUEGOS ................. 41

NIÑA ..................... 51

REVELACIÓN ......... 58

RITA ..................... 63

VIENTO ................. 70

ZOOM .................... 77

RECUERDOS .......... 89

RELATOS DEL ASOMBRO - 2


IMAGINA

La Tierra desde la Apolo 8 (1968)

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Los satélites que nos rodean envían imágenes de las
radiaciones visibles y no visibles que emanan de la Tierra.

Gracias a estas miradas, podemos saber si una región puede


dedicarse al cultivo del trigo; si el amontonamiento de unas
nubes terminará provocando un huracán sobre las Antillas; si el
continente africano se ha separado otros tres centímetros de
América del Sur...

Gracias a estas miradas, he hecho un descubrimiento que en


esta ocasión no tiene que ver con la geografía del planeta sino
con los que lo habitamos.

Hace tiempo empecé a coleccionar unas fotografías de satélites


muy singulares.

Además de los variados colores que cada una de ellas presenta


en función de la longitud de onda detectada, además de los
perfiles geológicos, la densidad de los bosques, la radiación del
calor de la llanura o del frescor de las selvas, se observa en
ellas unas manchas minúsculas, como puntos blancos. Estos
puntos suelen dispersarse sobre los terrenos continentales,
pero también aparecen algunos sobre el mar. Su distribución es
completamente azarosa, y su cronología tampoco obedece a
ninguna ley.

Pregunté a expertos sobre el tema y siempre obtuve la misma


explicación que relaciona las impurezas con el ruido electrónico
que se da inevitablemente en las transmisiones.

Pero nunca me convencieron estas explicaciones, y el fenómeno


paseó por mi mente acosándome, exigiendo de mí una
dedicación cada vez mayor. Había en aquel enigma algo que
me atraía con fuerza.

Entonces llegó a mis manos un reportaje fotográfico del primer


viaje a la Luna, un volumen editado por la NASA que recoge
una serie de fotografías de aquella experiencia pionera de la

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Apolo XI. Inspeccioné aquel excepcional diario de viajes con
espíritu devoto.

El libro contenía imágenes de las radiaciones del espectro


invisible y, entre ellas, fotografías de la Luna. En ellas advertí la
presencia de puntos semejantes a las irregularidades blancas
que tanto me interesaban.

En algunas fotografías el punto aparecía en la periferia de la


Luna; en la mayoría, encima de ella. Miré mil veces aquellas
imágenes, redoblado mi desconcierto por lo que yo suponía un
fenómeno exclusivo de la Tierra.

Finalmente sobrepuse todas las imágenes y acerté a descubrir


que todos los puntos se hallaban sobre unos pocos meridianos
de la Luna. Al fin había conseguido un modelo de distribución
para aquella rareza, por fin obtenía un ejemplo regular de ella.

La excitación se apoderó de mí. Revisé toda la información que


me fue disponible de aquel suceso. Consulté artículos, libros,
grabaciones, películas...

Sin embargo, nada pudo dar una explicación satisfactoria a mi


preocupación: la Apolo XI no había expulsado ninguna señal
radioeléctrica de la frecuencia que yo buscaba. Allí hubo
transmisión de fotografías y reportajes de televisión, pero
ninguna de estas emisiones se hizo en la banda que provocaba
las manchas. El módulo Columbia se encargó también de
retransmitir las conversaciones más bien rutinarias entre la
base de la tierra y los dos exploradores, entre el mundo
admirado y el caminar torpe de Armstrong y Aldrin sobre el mar
de la Tranquilidad. Y en la nave Aguila no aprecié nada
anormal; lo único sorprendente de allí son las palabras que los
astronautas intercambiaron en los momentos cumbre: más que
conquistadores parecen extraviados.

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No me desanimé por ello; al contrario, llegado a este extremo
el fenómeno de los puntos -orbitantes de la Luna, por
añadidura- se hizo mucho más incitante.

El primer astronauta que fuí a buscar fue Neil Armstrong; lo


encontré en San Luis, Tejas. Al saludarlo me pareció que
conservaba el mismo semblante del día de la gesta, con una
sonrisa como la que en su momento adornó -es un decir- su
intrepidez.

Fue amable conmigo, pero ante las insinuaciones que le hice


sobre los puntos de luz anormal, me llamó lunático, lo que, por
venir de quien venía, me dejó algo desmoralizado.

A Aldrin lo encontré en Venice, uno de los barrios en que la


ciudad de Los Angeles se deja bañar por el Pacífico. Dijo
haberse instalado allí con la intención de no hacer
absolutamente nada el resto de sus días. Recibía una pensión
del gobierno que le era suficiente, comentó, y en realidad así
debía ser a la vista de su escaso consumo de energía.

A Collins lo localicé al otro lado de la bahía de San Francisco, en


Berkeley. En una calle vecina a la universidad, tenía instalado
un tenderete sobre el que exponía sus productos: maquetas de
naves espaciales. Noté que faltaba una muy significativa.

-¿Cómo es que no tiene usted una reproducción del módulo


Columbia que orbitó la Luna? -le pregunté con ánimo de saber
de su experiencia.

-Eso no puede reproducirse, amigo mío- respondió dispuesto a


hablar.

El destino de la vida de Collins había sido volar. De pequeño se


dedicó a armar toda clase de artefactos. Cuando pudo decidir
por sí mismo aprendió el manejo de diversos aeroplanos, con el
tiempo descubrió que podía ir incluso más allá de la
estratosfera y dedicó cuerpo y alma a este objetivo. Se enroló

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en la NASA como astronauta, reprimió buena parte de sus
deseos y se sometió a la disciplina carcelaria del oficio para
alcanzar su gran sueño: volar a la Luna.

Collins relataba así un vuelo:

-Atiende: primero deja tu cuerpo reposar sobre ti mismo;


siente como tu gravedad te pega con furia sobre el suelo;
aprecia la atracción del planeta y cómo tus huesos se doblan,
magnetizados. Después, rememora un sueño de noche en que
volaste. Húndete en esa sensación, piérdete en ella. Mueve los
brazos, te parece que unos músculos nuevos cubren tu piel. Al
principio es un tanteo apocado. Después, el batido se acelera.
Oyes un jadeo sobre el viento, oyes silbar el aire y notas
atónito que el ruido viene de tus alas. Entonces tu cuerpo
pierde su peso. ¿Te das cuenta? Ya estás a unas brazadas del
suelo y enseguida saludas las hojas más altas de un árbol.
Luego contemplas, como lo hace el halcón, los perfiles de las
colinas y las mesetas. Luego miras hacia las nubes y te dices
¡hacia ellas! Y al tenerlas a tu alcance clavas tu cabeza en ellas
y sientes su fragancia. Notas el rubor de la humedad y,
orgulloso, cambias el rumbo. ¡Hacia abajo! Te acercas al reflejo
violento del sol sobre un lago. Dejas tus alas casi paralizadas y
un aire tibio mece tu planeo. Casi se detiene tu movimiento.
Miras. El mundo te pertenece.

De su órbita alrededor de la Luna dijo:

-Pero ¿quién dijo que esa esfera es imperfecta? Entiendes la


atracción de los cuerpos. La Luna acecha la Tierra y le levanta
los mares porque la ceniza es seca y tiene sed. Dichosa tú, le
dice, que tienes ríos que te acarician. Dichosa tú, al abrigo de
ese sol que golpea todo lo que halla a su paso, dichosa tú,
poblada de vida que acompaña la soledad. Desde la nave
puedes verlo ahora: eso, ¡es la soledad! -dijo Collins gritando.

-Contemplas los mundos que te envuelven, que te rodean a ti y


a ese trozo castigado de Luna... Ya no ves, sólo imaginas.

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Porque un cielo así no puede verse, es sólo un sueño. Imagina
que las estrellas vienen a abrazarte; imagina una infinidad de
tierras y lunas que se ríen de ti; imagina todos los fuegos que,
ahora mismo, se encienden en los contornos del universo,
¡magina una alegría sin límites que estalla en tus entrañas!

-Michael -le pregunté- ¿crees que en esos momentos que


viviste allá arriba pudo surgir de ti una radiación, una radiación
tangible y medible quiero decir, más allá de tu pensamiento
entusiasmado?

Collins respondió: -Podría ser, recuerdo que a veces la presión


de la cabina del Columbia aumentaba inexplicablemente al
tiempo que las piezas metálicas del módulo refulgían de forma
extraña. Pero no le di importancia, era más importante lo que
veían mis ojos y lo que sentía en mi interior.

Estaba claro: los puntos blancos de las fotografías provenían


del módulo Columbia, eran las imágenes de la emoción que
había emanado Collins en su vuelo orbital. Fue el propio
astronauta ante el espectáculo que consagraba los deseos de
toda su vida.

Pregunté a Collins si sabía de otras personas que hubieran


experimentado algo parecido.

Me habló de Mick Burke, un alpinista inglés al que conoció en


cierta ocasión. La declaración de identidades se zanjó en
escasos minutos: Burke había experimentado una
transfiguración comparable en 1968, durante la ascensión a un
pico de Yosemite. Tiempo más tarde, en la expedición británica
de 1975, Burke murió tras alcanzar la cima del Everest. Collins
comentó que aquélla debió ser una muerte agradable.

Collins conoció también a un biólogo que consiguió descender a


una de las simas submarinas más profundas del Atlántico
mediante un batiscafo de su invención. Desde entonces,
subrayó Collins, aquel hombre se dedica a observar a través del

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microscopio el pláncton marino, no hay otra cosa que le
interese.

Después de aquel testimonio intenté encontrar una prueba


irrefutable de mi tesis, pero ¿cómo hacer coincidir un aparato
de medida de las radiaciones con la presencia de las mismas?,
¿cómo simultanear la observación con el rapto de fuego?

Reuní otras fotografías con puntos luminosos y notícias de


acontecimientos simultáneos que pudieran ocasionarlos;
sucesos con el arrojo, el placer o la pasión como protagonistas,
historias de poseídos por la emoción, de privilegiados en pleno
alcance de su objeto...

La misteriosa propiedad me ha maravillado durante mucho


tiempo; no he hecho otra cosa que pensar en esos fuegos
fatuos y su causa.

Pero finalmente ha aparecido la prueba deseada.

He encontrado un hombre al que ha sido posible detectar la


radiación enigmática. Ese hombre soy yo.

Hice un viaje en el que la ruta seguida por el avión se hallaba


casualmente bajo el detector de uno de estos satélites que me
han alimentado de enigmas.

Pues bien, en todas las fotografías de este satélite y sobre la


misma trayectoria de mi vuelo se distinguen unas
irregularidades blancas del tipo que tanto me han obsesionado.

Con el asombro de mi descubrimiento, yo mismo he lanzado


uno de esos clamores al aire.

Es cierto. El mundo, a veces, se puebla de llamaradas dirigidas


hacia el cielo para revelar que ha sucedido algo magnífico.

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Los que nos espían ahí fuera recibirán el mensaje de ese
flamear esporádico de los humanos. Pensarán que la vida del
planeta Tierra se forja en descubrimientos, en explosiones de
alegría...

Serán nuestros amigos, se detendrán a mirar.

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BORAX

Entrada al Death Valley (California)

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-Según mis cálculos, tu Chevy Malibu del 67 recorre unas 17
millas por galón, Neil. Probablemente posea el récord del
estado, estarás contento, ¿no? -dije entre carcajadas. Los dos
nos reímos y Neil dio unas palmadas suaves al cuadro de
mandos como manifestando al coche el cariño que le profesaba.

Neil encorvó su cuerpo para mirar bajo el parabrisas del coche


el cielo estrellado. Dijo entonces con satisfacción:

-Tenemos una noche excelente. Y añadió: -Es un buen presagio.


Pronto llegaremos a Trona y... ¡Trona será nuestra! Me miró
riéndose y yo acompañé de la misma manera su humorada.

Neil alcanzó un bote de cerveza y tomó un trago largo. Cerveza


y vodka no es una mezcla muy recomendable para
conductores, pero nuestro viaje al Valle de la Muerte no admitía
restricciones de ningún tipo. Luego se enjugó los labios con el
dorso de la mano y movió el sintonizador de la radio hasta
dejarlo en una estación en la que, con escasa fidelidad, cantaba
Levon Helm. Neil prosiguió entonces su animada charla:

-¿Sabes qué voy a hacer si vendo bien mi guión sobre la guerra


del Vietnam? Compraré un velero para recorrer el mundo todo
el tiempo que dé de si la ganancia, y, ¿sabes a qué me
dedicaré? Pues a escuchar rock y blues.

Me miró solicitando una solidaridad que él sabía tener de


antemano.

-Si en este país la ambición de fortuna tuviera el sentido que tú


le das, no habría guerras de Vietnam, muchos pueblos del
mundo decidirían por sí mismos y a buen seguro no andaría
medio planeta pendiente de unos energúmenos capaces de
pulverizarlo.

Al decir esto pensé que yo, como europeo, me hallaba mucho


más expuesto a ese peligro que Neil como americano, y añadí:
-Ya me recogerás en algún puerto del Mediterráneo cuando

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lluevan los misiles de crucero sobre mi continente, ¿verdad?

Neil sonrió asintiendo. Quedó pensativo unos instantes y dijo: -


Hay dos lugares naturales que me gustan especialmente: el
mar, que algún día navegaré por los cuatro puntos cardinales, y
el desierto, como el que vamos a ver pronto. Infinita cantidad
de agua y ausencia absoluta de ella, por eso me gustan.
Dirigiéndose a mi, dijo entonces: -Anda, te lo he puesto fácil,
háblame tú de valores absolutos...

Hice una rápida revisión de lo que en aquella circunstancia


podía encajar mejor en la demanda de Neil, aun sabiendo que
probablemente mi amigo terminaría bromeando.

-Mar, desierto, selva... esos serán los parajes sobre los que
algún día aterrizarán los extraterrestres, seguro que sabrán
escoger.

Por la cara que puso Neil supe que la broma iba a adelantarse.
En efecto, replicó: -Eres más pesado que McCartney en
solitario. Luego, más serio, dijo: -Como es habitual te alejas
demasiado del suelo y eso no tiene por qué ser lo mejor. Te
empeñas en buscar valores absolutos demasiado lejos; corres
el riesgo de perder algunos que con toda seguridad corren
cerca de ti.

Acaso estimulado por un grito histérico de Robert Plant que


salió del aparato radiofónico en aquel instante, Neil tomó en sus
manos un bote de cerveza y yo le imité. Chocamos en el aire
ambos botes y el ruido ridículo del aluminio nos hizo reír.

A continuación, como contraatacando, dije a Neil: -Lo siento,


Neil, si algo me sugiere este país es que los mitos de este siglo
han de buscarse más allá de la atmósfera. Fíjate en lo que tu
pueblo considera sagrado: el cientifismo, capaz de ennoblecer
la última cabeza atómica y el american dream, una criatura
nacida de la revolución francesa que en cambio ahora más bien
huele.

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-No confundas pueblo con gobiernos, te lo ruego -interrumpió
Neil. -Aunque se haga difícil de apreciar, aquí también se
conserva en algún lugar la dignidad... o la capacidad de
rebelión, que es lo mismo.

El rostro de Neil adoptó de nuevo los rasgos de la ironía y


siguió diciendo: -Lo primero que harán tus sabios
extraterrestres será destrozar todos los televisores de este
país, entonces todo será mucho más fácil... Neil soltó una
aparatosa carcajada. Alguna pieza escondida del Chevy vibró
junto a su estruendo.

El ruido me hizo recordar que llevábamos siete horas sobre el


coche. Siete horas de carretera, siete horas de conversación
interrumpida por el silencio o por la música de la radio. En
aquel instante comenzaba a cantar Lightnin Hopkins. Puse
atención en ese blues y dije a Neil: -El blues es una hermosa
manera de cantar a la tristeza y a la rabia, ¿no te parece?

Neil se había concentrado en la operación de enviar una ráfaga


de luz a un coche contrario que nos cegaba con sus faros.

-Y más que esto -contestó a continuación. -Hay músicas que


parecen defender una fortaleza inexpugnable, un rincón
sagrado de un hombre o de una comunidad, un reducto en el
que se preserva la dignidad. El blues es una de estas músicas.

Tras completar una maniobra de adelantamiento, Neil siguió


diciendo:

-Conocí en Saigón a un teniente prácticamente loco. De día se


zampaba varias dosis de LSD; por las noches apenas dormía,
simplemente yacía sobre la cama, lo cual era ya excepcional
para el perenne estado de excitación en que se encontraba.
Leía cualquier cosa, más bien a desgana. Pero lo que realmente
ocupaba su descanso era el blues. Se dedicaba a escuchar
ingentes cantidades del blues más rancio y áspero que yo

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jamás haya oído. En aquellos momentos podía hablarse con él
sin que gritara. Sus ideas no eran vulgares, no, no lo eran.

La mirada que dirigí a Neil habló con claridad de mi interés por


conocer algo más sobre aquel hombre. Neil lo entendió y
continuó:

-Era el soldado voluntario típico de aquella guerra, deseo de


aventura, patriotismo reaccionario: estas debieron ser las
claves de su voluntad, el caldo de cultivo del fascismo
embaucador, de la gente que, como aquel teniente, no tenía
nada de fascista. En cuanto pisó la jungla se dió cuenta del
engaño del que había sido víctima.. Por cierto, ¿quieres saber
cómo comenzó su locura?

Neil hizo una pausa, era evidente que aquel recuerdo le


impresionaba. Dijo:

-Cuevas, cabañas excavadas en montículos, túneles..., esos


eran los lugares más temibles. Entrar en esas cavidades era
sentir el miedo abrazado a ti, era sentir unas uñas afiladas
clavadas en la carne. Allí dentro podía haber un guerrillero con
un cuchillo en la mano, o una serpiente que podía atacarte en
una centésima de segundo fatal, o una trampa en la que caer y
morir atravesado por estacas de madera. El teniente se
encontró con la necesidad de limpiar de sospechas un túnel.
Lanzó una granada hacia su interior. Se oyó un grito.
Creyéndolo un nido de enemigos, lanzó un par de granadas
más. Después descubrió en el túnel el cadáver de una mujer
que tenía en sus brazos un niño de corta edad con el cuerpo
destrozado.

Hubo una larga pausa en nuestra conversación. El coche cruzó


después un gran cartel luminoso. Neil lo señaló y leímos: "Entra
usted en Trona, puerta del Valle de la Muerte, Bienvenido". En
la parte inferior del cartel pude leer: "McGee Corporation Ltd.".

-¿Qué es McGee, Neil? -pregunté.

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-McGee es un vasto imperio de industrias químicas. Trona es su
principal baluarte, quizá por su apartamiento del resto del
mundo. Para resumir te diré que cualquier habitante de Trona
es detectable a decenas de metros por su olor. Neil rió con
fuerza y gritó:

-¡Vamos a hundirnos en la apestosa Trona!

***

Ante la expectativa de alcanzar nuestro primer objetivo


callamos un rato; nuestro único deseo era abandonar el Chevy
y estirar las piernas. Por fin, Neil desvió el coche hacia la
derecha y lo aparcó con lentitud. Sonaba un rock cortesano de
Brian Ferry cuando una bocanada de aire fétido llegó a
nosotros.

Downtown Trona era un conjunto de cuatro o cinco casas mal


distribuidas y de fachada sucia. Había un taller mecánico, un
almacén que hacía las veces de parada de autobuses, el bar
Gina donde servían café y donuts y el bar Oasis, el antro
redentor del pueblo. El conjunto se hallaba junto a la carretera,
para que se llenara de viajeros. A lo lejos se divisaban otras
casas con las ventanas cerradas, para que el mugre gaseoso
del complejo McGee no las atravesara.

-Antes de entrar en el Oasis, entérate bien de qué es Trona -


dijo Neil señalando la perspectiva más lejana del pueblo. Allá,
tres altas chimeneas vomitaban al cielo una humareda que por
su color parecía el resultado de una reacción horrenda. Más
abajo, centenares de puntos luminosos trazaban el contorno de
depósitos, secadores y humificadores, una densa parafernalia
plateada que parecía resoplar.

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-McGee recogió a los que habían explorado la región en busca
de minerales y que ya se batían en retirada. Los concentró
aquí, construyó esta fábrica y los maldijo para siempre
diciéndoles ¡basta de buscar, a trabajar! Empezó procesando
bórax, aquí abundante. En cuanto a ahora, ¡vete a saber lo que
corre por esas tuberías! Huele, huele -dijo Neil reforzando el
imperativo con un gesto- creo que por las noches McGee
fumiga anestesia ¡a todos los de Trona!

La carcajada de Neil subrayó el buen ánimo con el que


entramos en el bar. La única luz viva del local se dirigía al
tapete verde de un billar. Había dos hombres jugando. Un rubio
amanerado manejaba el taco con algo más que habilidad
billarística. El otro, con una camiseta que marcaba los bíceps de
sus brazos, llevaba en el bolsillo trasero una trenza de cuero,
un pequeño látigo. Al fijarme en él dije a Neil:

-No puedo soportar este tipo de arrogancia.

Neil me cogió del brazo y me acompañó hasta la barra. Solicitó


a la camarera -una mujer gruesa y desproporcionada- un par
de Southern Comfort y me dijo:

-Esto no es lo que tú piensas. A este bar ya no llegan las


ideologías. Lo más probable es que este hombre sea un obrero
de McGee. En el latiguillo esconde su último honor, pero no va a
ponerlo gratuitamente en juego ante nadie. aquí todo es mucho
más primario de lo que tú te crees con tus manías absolutistas.

Al otro lado de la barra había dos mujeres de propósitos bien


definidos. Un borracho tapó la cara de una de ellas al abrazarla
torpemente. Los colores vulgares de la juke-box parecían
corear una canción country en exceso melosa y ramplona. Neil
se acercó a la máquina. Junto a ella, una mujer india estudiaba
el catálogo de discos. Ambos se pusieron a hablar, pero desde
mi posición no podía entenderles. Neil introdujo unas monedas
en la máquina y, por fortuna, la balada country fue
reemplazada en seguida por una pieza de Jim Morrison.

RELATOS DEL ASOMBRO - 17


Me encontré clavado sobre el taburete. Vi que la matrona
elaboraba cócteles a gran velocidad, unos cócteles que, dada la
productividad de aquella dama, parecían refrescar con escasa
eficiencia las gargantas de aquel muestrario de gentes. Había
muchos envejecidos. Un hombre de cabeza rapada, bigote y
tirantes floreados balbuceó algo como ¡Live to Trona! que la
concurrencia pareció celebrar.

Hacía calor, se percibía el abrigo de aromas que protegía a


Trona del frío de la noche. Revisé con lentitud el desagradable
decorado del tugurio. Junto a la puerta de entrada vi a dos
mujeres muy jóvenes, casi niñas, que esperaban con los labios
pintados. Allí mismo un rótulo prohibía la entrada a menores y
ellas obedecían. Una de ellas me miró como si yo fuera el
forastero que iba a rescatarla.

Un hombre de larga cabellera, muy bebido, se acercó a mí y


preguntó: -Tú.. ¿adónde vas?

Interrumpida mi ojeada le señalé la barra y respondí: -Pues


creo que a tomar una cerveza.

-Tú no eres de aquí, ¿verdad? -dijo con ojos vidriosos. -No me


refiero a eso, hombre -añadió luego riéndose. -Es que aquí en
Trona no se pregunta ¿de dónde eres? como se hace en el resto
de América; aquí se pregunta adónde vas, ¡ja! ¡ja!

Me dejó con su risotada; su comentario inspiraba una


conversación más larga, pero me sentía demasiado confuso
para inducirla, llevaba encima el largo viaje y una dosis
respetable de bebida.

Neil había dejado de hablar con la mujer india y me había


preparado otra consumición. Será una buena manera de
combatir el peso de mi cuerpo, pensé. Una vez a mi lado, Neil
me dijo con la mirada puesta en el foco del billar:

RELATOS DEL ASOMBRO - 18


-Cintia... qué mujer... Tiene a su marido en la cárcel y ella sola
alimenta a tres niños pequeños. Está aquí esperando a un
camionero que la trasladará a una granja cercana en donde hay
trabajo extra los domingos. Neil miró a la mujer entre el deseo
y la resignación y siguió diciendo: -¿Te has fijado? En este bar
de perdidos nadie, absolutamente nadie, ha osado acercarse
con insolencia a Cintia.

Neil contó otras cosas de la mujer, y mientras lo hacía reconocí


al bluesman John Lee Hooker en el tocadiscos.

La mesa del billar parecía inclinada, advertí que las bolas tenían
la tendencia a desviarse hacia una de las bandas. Se lo
comenté a Neil, él asintió y formuló una pregunta al respecto a
la mujer que preparaba los zumos de energía. En efecto, todo
el Oasis estaba construido sobre una pendiente. Pero la
camarera aseguró que la mesa, eso sí, estaba perfectamente
equilibrada y que podíamos jugarnos unos dólares sin temor a
trucos. Aunque mi sentido de la orientación no era muy fiable,
era evidente que la pendiente encaraba los movimientos
inseguros de los clientes del bar hacia la gran destilería de
McGee.

Transcurrió un buen rato sin que mi atención se fijara en nada


en particular. Además del traqueteo de las bolas de billar al
chocar y caer por los agujeros, oí una copa estrellarse sobre el
suelo, el enfado de la que parecía regentar el local y el
prolongado murmullo de frases insinuantes. En la máquina
tragaperras sonó después un rock simple y primitivo de John
Fogerty que aireó el humo del ambiente.

-Vamos a explorar el área- dijo Neil incorporándose. -Cintia me


ha dicho que hay otro bar que probablemente esté abierto, el
bar de la asociación de veteranos de guerra. Me dió una
palmada en el hombro y sonrió añadiendo: -Vámonos, las
classical american saturday nights suelen ser largas.

RELATOS DEL ASOMBRO - 19


***

Al salir a la calle Neil bromeó haciendo grandes y profundas


inspiraciones. Anduvimos en silencio un centenar de metros. A
lo lejos, una gran V anunciaba el bar de veteranos. Estaba
cerrado, pero parecía iluminado en su interior. Neil sugirió
inspeccionar su parte posterior, estos lugares son de entrada
reservada, dijo.

Conseguimos entrar por la puerta trasera. Era un bar más


grande que el Oasis pero contenía un mobiliario muy similar: la
barra, servida por un hombre con aspecto de croupier; la
máquina de discos, que en este caso entonaba un aburrido
Johnny Cash, y otra mesa de billar americano.

El grupo de bebedores de la barra lo formaban siete individuos,


hombres y mujeres de aspecto parecido al de la clientela del
Oasis; algo más elegantes, noté. Un poco distantes al grupo
había tres hombres morenos. Eran mejicanos. Neil y yo nos
dirigimos hacia ellos y les saludamos en castellano. Nos
miramos fíjamente, como sorprendidos por la novedad en su
rutina sabática.

El camarero se negó a servir una bebida a Neil. Dijo que sin el


permiso de Bill no podía hacerlo. Uno de los mejicanos, que
había dicho llamarse Gonzalo Ramírez, nos indicó dónde estaba
el tal Bill, añadiendo con las manos levantadas en signo
acatador: -Son las reglas, hermanos, y hay que respetarlas.

En la pared colgaba una bandera de barras y estrellas. A su


lado había un grabado de madera en forma de lápida que
contenía los nombres de ciudadanos de Trona que cayeron en el
frente de la guerra de Corea. Neil se puso a hablar con Bill, un
hombre de cabello blanco. Uno de los mejicanos jugaba al billar.
En la barra, una mujer se tambaleaba mientras el tirante de su
vestido parecía desprenderse. Frente a ella el croupier coreaba
con sorna la cancioncilla country que llenaba el recinto.

RELATOS DEL ASOMBRO - 20


Ramírez intercambió algunas frases conmigo y pronto adquirió
confianza para hablar con soltura, por lo menos con toda la
soltura que los vapores etílicos del lugar permitían. Era un
hombre de estatura media, piel oscura y pelo muy negro. Su
complexión era fuerte, su capacidad para resistir los combates
del alcohol debía ser notable porque, mientras hablaba
balbuceando, su cuerpo parecía muy firme.

Contó cómo había escapado de su pueblo, San Juan de los


Lagos, en Tijuana, porque se moría de hambre, y esto no es
bueno, no, dijo. Tenía 25 años y aquello había sucedido 12 años
antes.

Sentí la necesidad de un nuevo trago pero Neil no alumbraba el


permiso. Mientras intentaba adivinar los términos de su
negociación con Bill, Ramírez me habló de su mujer, sus cinco
hijos, los tres hermanos y las dos hermanas que habían
emigrado junto a él. Su padre había muerto aplastado por un
camión y su madre -al hablar de ella Ramírez tartamudeaba
más de lo habitual- se negaba por completo a abandonar el
pueblo.

-Okey, Bill -oí decir al camarero al tiempo que, sin dejar de


canturrear, plantificaba otra cerveza junto a mí. En ese
momento llegó Neil riendo: -¡Viva la solidaridad entre veteranos
de guerra que nos va a permitir beber un poco más!-. A
continuación apareció Bill; estrechó mi mano con aire marcial y
se marchó cojeando levemente. Ramírez le saludó con
reverencia.

-Ahí lo tienes -dijo Neil mirando a Bill. Desde la guerra de Corea


se ha pasado la vida organizando a los veteranos e intentando
recibir del estado una indemnización para su pierna lesionada.
No la ha conseguido. En asuntos bélicos, el estado sólo
indemniza a los inválidos totales, a esos a los que más valiera
estar muertos.

RELATOS DEL ASOMBRO - 21


-Tenéis suerte, en este bar no entra cualquiera, ¿eh? -dijo
Ramírez. Era fácil adivinar que se sentía orgulloso de poder
conversar con los apadrinados del respetado Bill.

Neil estaba de buen humor. Preguntó a otro de los mejicanos si


deseaba jugar al billar con él. Antes de empezar la partida
señaló a la mujer de la barra y me preguntó:

-Qué te parece, ¿se caerá o no se caerá?

-El qué, ¿el vestido o ella? -respondí riendo.

Ramírez volvió a hablarme apresuradamente: -Oye, esto es,


¿no?... Tener esposa, hijos, una casa... ¿pues cuánto vale un
carro en tu país?... ¡Andala!, pues son más caros que aquí,
¿no?... Yo no tengo carro, no, pero algún día lo tendré... es
esto, ¿no?... Tener carro es buena cosa, sí... Fíjate tú que
cuando vine a este país me puse a cuidar borregas pero se me
escapaban y el tren las pillaba, y yo no sé cómo manejar las
borregas, y me rebajaban la paga cada vez que perdía alguna...
Luego me puse a recoger naranjas, pero, fíjate nomás, casi se
me rompió la espalda de tanto trabajo, y me pagaban muy
poco, y me hacían dormir en una covacha que olía fatal...
¿Ves?, ahora tengo un puesto estable y algún día tendré
carro... McGee me da trabajo fijo, a las cinco de la tarde yo
puedo seguir hasta cuatro horas, y al final de la semana recibo
un buen puñado de dólares.. Es esto, ¿no? Mis chiquitos van a
la escuela... mi señora está feliz... y Bill es muy amable
conmigo, ¿ves?

Tuve la impresión de que Neil no iba a abandonar su sonrisa por


el resto de la noche, cualquiera de sus jugadas sobre el billar la
encendían aún más, acaso porque la torpeza que proviene de la
ebriedad no merece otra cosa. Me hallaba entre dos fuegos
musicales que me hacían sentirme mal: el John Denver del
altavoz y el eco correspondiente del croupier.

RELATOS DEL ASOMBRO - 22


-¿Me perdonas un momento? -dije a Ramírez. Me dirigí a la
máquina de discos con un paso tan vacilante que recuperé la
sonrisa. Frente a la máquina me sentí incapaz de identificar
ninguna pieza. Pedí ayuda a Neil, con el gesto con el que se
acercó supe que el mejicano le estaba infringiendo una
apabullante derrota. Tras un minuto de búsqueda descubrimos
un par de blues de B. B. King. Introduje un par de monedas en
la máquina y regresé junto a Ramírez. Justo al alcanzarle
reanudó su conversación:

-Yo no entiendo mucho a esta gente, pero me da trabajo, ¿ves?


-tenía el cabello rizado, sus ojos parecían asustados. -Allí en
San Juan sólo hay pobreza, por eso tuve que venirme,
hermano... Mi madre dice que me vuelva, que la Virgen le ha
dicho que yo debo volver... Oh, sí, en San Juan hay una virgen
en la que yo creo mucho... ¿Tú no crees en eso?... Eso no está
bien , ¿ves?, debes tener una virgen, ¡ándala!, seguro que la
tienes... Es una virgen que hace milagros, sí... Hubo uno que le
aplastó un cigarrillo encendido en la cara porque decía que ella
no sabía hacer milagros... Ese chico luego enfermó mucho,
¿sabes? Todavía puede verse la marca del quemazón en la cara
de la Virgen... Oh, sí, ¡claro que yo creo en ella!

En aquel instante sentí que había traspasado el límite de bebida


que mi cuerpo podía soportar normalmente. Me pareció que
todos los presentes se tambaleaban, lo cual era una buena
prueba de mi propio vaivén. Me costaba seguir el hilo de la
charla de Ramírez. Tuve entonces la sensación de que él había
adivinado mi despiste pero puso su brazo sobre mi hombro y
dijo:

-Ahora yo te invito a una cerveza, amigo.

-Te lo agradezco, Gonzalo, pero prefiero no beber más -le dije


azorado. -Hemos corrido muchas millas y hemos bebido mucho,
ya sabes, desearía parar ahora de hacerlo -añadí.

RELATOS DEL ASOMBRO - 23


Ramírez recogió su brazo y se quedó quieto. Sus ojos, de
repente, dejaron a un lado la timidez y brillaron de forma
extraña.

-¿Tú no vas a aceptar mi cerveza? -preguntó con una


entonación completamente diferente. -¿Tú vas a despreciar mi
invitación?

No adiviné de inmediato el motivo del brusco giro de su


conversación. Ramírez se dirigió a uno de sus compatriotas y
dijo gritando: -Oye, nuestro amigo no quiere el trago que yo le
he ofrecido.

Entonces los dos hombres se dirigieron a mí en forma


amenazadora. En una brevísima fracción de tiempo caí en la
cuenta de mi error.

-Lo siento Gonzalo, estoy borracho... ya sabes... no creí que mi


rechazo fuera a importarte... Anda, vamos a beber -le dije
aturdido.

Reconocí mi ofensa, pero no podía soportar el gesto desafiante


de los dos hombres. Me sentí ridículo. Me levanté del taburete e
insistí de pie en mi demanda apaciguadora, no sin esfuerzo. No
sé si la formulé bien, incluso creo que dije alguna contrariedad.

En pocos segundos el incidente trascendió y al trío de discusión


se unieron Neil y su contrincante en el billar. Seguí articulando
palabras que me parecieron tan absurdas como las de Ramírez.
Neil también discutió aunque con mayor calma.

Finalmente Ramírez se retiró del coro y fue a sentarse unos


metros más lejos. El único acto que deseé en aquel instante fue
que la tierra se tragara mi cuerpo. Me quedé callado y dejé de
oír les palabras de Neil y de los dos hombres. Lo único que
escuché fue a B. B. King terminando su recital.

RELATOS DEL ASOMBRO - 24


Cuando la tensión del suceso declinaba ya, Neil se acercó, me
dio un cachete entre el reproche y el ánimo y me dijo:

-Anda, vamos a ver el sol sobre el Valle de la Muerte.

***

Neil debió conducir el Chevy en el silencio de la noche durante


un largo tiempo porque cuando los primeros rayos del sol
sobresaltaron mi sueño, me encontraba ya en pleno valle. Sentí
el peso de la resaca sobre los músculos. El brazo me dolía;
había dormido sobre el asiento del coche en una posición
incómoda.

Abrí la portezuela y salí perezosamente al descubierto. En los


primeros momentos me fue difícil distinguir nada, la luz del
cielo se reflejaba sobre un terreno muy blanco.

Poco a poco, mis ojos fueron acomodándose y pude presenciar


un espectáculo que me impresionó. Me hallaba al borde de una
llanura inmensa al final de la cual se erguía una larga cordillera
de montañas rosadas. Sobre aquella planicie no se distinguía
ninguna figura, ningún relieve. Tras de mí y a menor distancia
había otras montañas directamente expuestas al sol que
brillaban con un color amarillo muy vivo. Pude ver que sus
estribaciones eran de arena. Había ante mí un mar de dunas,
una enorme cantidad de montículos y depresiones de arena.

Desde las dunas y hasta la frontera de la llanura blanca se


extendía un suelo pedregoso. Sobre él aparecían dispersos unos
arbustos extraños. Cada arbusto no germinaba directamente
del suelo sino sobre un breve promontorio que,
presumiblemente, escondía las raíces. Me sorprendió la
distribución de aquellos matorrales, parecía un cultivo artificial
que guardara las leyes de simetría. Nunca había menos de diez
metros entre uno y otro. Aquel orden obedecía a la ley

RELATOS DEL ASOMBRO - 25


inexorable del desierto: la ausencia total de agua, incluso
subterránea: la aridez más absoluta.

-El campo de Maíz del Demonio, ese es el nombre de este lugar


-dijo Neil mientras estiraba los brazos bostezando. -Los
arbustos van quedando como islas en un océano debido a la
constante erosión del suelo. Y añadió: -Los indios usaban sus
ramas como flechas.

Tanto Neil como yo teníamos el frío metido en los huesos. En


aquel desierto, el calor era insoportable durante el día pero por
la noche la temperatura descendía en picado. Neil contó que allí
se alcanzaban los 140 grados farenheit en verano, pero que en
las noches de invierno el Valle de la Muerte se congelaba.

Nuestro viaje, realizado en el entretiempo, no iba por fortuna a


proporcionarnos aquellos contrastes, pero la delicia de un sol
tibio y el café que improvisamos entonces los evocaron.

Animados por el refrigerio planeamos nuestra jornada


exploradora. Con un mapa en la mano me dediqué a
seleccionar puntos sobre la base de las recomendaciones de
Neil, la contingencia de la ruta y, sobre todo, el poder
sugerente de los nombres de estos puntos. En el caso del Valle
de la Muerte, su nombre no era más que el prólogo de un largo
inventario de nombres de misterio. Después de referir en voz
alta un fragmento de ese inventario, Neil bromeó sobre mis
propuestas:

-¿Empiezas siempre de madrugada? ¿Es que Trona no te pegó


suficientemente al suelo?

Sonreí su ironía y respondí a su pregunta con otra:

-¿Has pensado alguna vez cómo debieron ser las ceremonias de


bautismo de estos lugares? ¿Te has preguntado quién las
celebraría, cómo debieron decidirse estos nombres, cómo se
transmitieron?

RELATOS DEL ASOMBRO - 26


-En el caso de este valle, tengo algunas pistas al respecto -
contestó Neil encaminándose al coche. De una bolsa del asiento
trasero extrajo un libro. Luego volvió junto a mí y dijo
hojeándolo:

-William Lewis Manly fue uno de los primeros visitantes blancos


de este sitio. El y un grupo de audaces cruzaron este valle, en
1849, en busca de un camino hacia la California de oro. Escribió
esta crónica maravillosa de su viaje. Escucha esto.

Neil se encaró a la llanura y con el libro abierto recitó: -"En


cuanto todo estuvo listo para volver al campamento, nos
quitamos los sombreros y contemplamos aquel escenario de
piedra, sal, sufrimientos y dolor. Por fin, con un gozo
profundísimo, gritamos al unísono ¡adiós, Valle de la Muerte!

Muchos han sido los testimonios que se han dado sobre el


origen de este nombre y sobre sus autores; pero nuestras
fueron las primeras huellas visibles sobre él; fuimos nosotros
los que designamos con el más triste y horroroso de todos los
nombres que vinieron a nuestra mente."

Me di cuenta de lo que tenía ante mis ojos. La llanura se


hallaba completamente cubierta de sal. ¡Sal!, una de las peores
maldiciones naturales. Imaginé las caravanas cruzando aquella
tumba abierta, imaginé lo que debió ser un manantial de agua
para aquellos hombres de sueños que se rompían a cada paso.

-Hermosos momentos de la historia de tu país, ¿no, Neil? -


comenté.

-Este es el pasado más lejano de las gentes de este estado -


dijo Neil cerrando el libro. -Sí, es una hermosa gesta. Bueno...
hubo de todo como en cualquier conquista -añadió con
sarcasmo- si no, que se lo pregunten a Méjico, o a las
multitudes de chinos que levantaron los puentes, acueductos y

RELATOS DEL ASOMBRO - 27


carreteras que llenaron la California virgen. Y a todos los parias
que dejaron la piel en las minas de oro, cobre y bórax.

***

Subimos después al Chevy dispuestos a seguir la ruta


proyectada. Neil conducía y yo, sobre el mapa, detallaba la red
de carreteras y caminos que debíamos seguir. Sobre el mapa
pude ver también que el Valle de la Muerte se hallaba rodeado
en buena parte por enormes -más grandes que el propio valle-
áreas militares de acceso prohibido: bases de experimentación,
almacenes de armamento, o lo que fuere. Me asombré de que
al desierto se le asignaran tan siniestras misiones, como si no
tuviera suficiente con las maldiciones que pesaban sobre él,
como la sal cegadora que presidía nuestro paseo.

Pronto llegamos al Rincón de la Caravana Quemada, en donde


los buscadores de caminos y oro de 1849 tuvieron que
consumir sus carromatos para poder asar la escasa carne
deseada que poseían, según Neil. Como antaño, no había allí
ningún arbusto. Desde allá, aquellos aventureros todavía
caminaron más de cuarenta millas sobre la sal y las piedras
hasta alcanzar el paso Towne, una de las puertas de salida de
aquel averno hacia el oeste.

Después, tomando un camino secundario hacia el norte, fuimos


a rendir tributo a la Puerta de los Infiernos, una piña de colinas
rojas, violetas y hasta negras que se estrechaban para formar
finalmente una angostura casi infranqueable.

Regresamos a la carretera principal por otro camino estrecho y


polvoriento. En el punto de encuentro la carretera tomaba un
aspecto raro. Se levantaba sobre un talud de poca altura en
medio del lecho de sal. Tras correr unos kilómetros sobre
aquella pasadera, Neil detuvo el coche para apearnos.

RELATOS DEL ASOMBRO - 28


Neil anduvo unos pasos más allá de la cuneta y permaneció
junto a la línea en que comenzaba la playa blanca. Allí se
agachó y arrancó un par de plantas de tallo corto coloreado de
verde y rosa. Plantas como aquellas crecían y se diseminaban
diez y hasta quince metros dentro de la sal.

-Mira -dijo mostrándomelas. -Es la planta de la sal; Distichlis


Spicata, siempre me acordaré de este nombre -añadió. Partió
por la mitad uno de los tallos y pudimos apreciar la humedad
de su savia. -Increíble, ¿verdad? -terminó Neil.

Regresamos al Chevy que comenzaba a humear por la parte


delantera. Conecté la radio, Sonny Boy Williamson anunciaba
un blues. Neil comentó:

-Allá donde ningún otro vegetal puede existir, la planta es capaz


de obtener agua, pero, ¿de dónde la sacará?

Dejé el interrogante en el aire por un minuto y dije: -Qué


extraño designio de la materia ese que la hace evolucionar
hacia todas las direcciones, qué es lo que le da el coraje para
desarrollarse, para organizarse y desafiar todo lo que es
adverso a la vida; ¿cómo se mantendrá la tensión de agua
contra sal, de luz y oscuridad...?

Aquellos pensamientos provocaron una larga conversación. Neil


y yo hablamos de las primeras bacterias, de los
microorganismos más antiguos que diferenciaron los sexos, de
las plantas primitivas que usaron la luz como catalizador...
Luego hablamos del oxígeno que cubrió la tierra, de los
insectos, de los reptiles y de los primeros mamíferos que la
poblaron.

El tema no se agotó al detenernos a contemplar el Cañón de la


Desolación. La visión de aquel lugar inspiró una mirada a un
pasado aún más profundo. Su paisaje revelaba la historia más
antigua de la tierra. En él podían apreciarse los rompimientos,

RELATOS DEL ASOMBRO - 29


los cataclismos volcánicos que la convulsionaron durante
millones de años, mucho antes de la aparición de la vida.

En la Paleta del Artista, un conglomerado de pequeñas colinas


adornadas por todos los colores del arco iris, nos detuvimos
para asar unos trozos de carne. Fue muy agradable sentir
durante ese tiempo el fuerte calor del sol y beber unas
cervezas. Jerry Lee Lewis se sumó a nuestro buen humor con
sus saltos sobre el piano. Al finalizar la comida, Neil hizo
circular una petaca de bourbon. La sobredosis de calorías hizo
darnos una caminata entre unos pasillos naturales.

En cierto punto dije a Neil: -Si dispones toda la historia del


universo a lo largo de un solo año, si a 1 de enero sitúas el Big
Bang y el 31 de diciembre a medianoche es este preciso
instante, resulta que los primeros hombres vivieron ¡hace hora
y media!

Ya antes del final de mi frase Neil se hallaba contemplando el


cielo. Sobre un azul intenso se dibujaban, como garabatos de
niño, varias estelas de avión reactor.

Después de calmar la sed del radiador del Chevy continuamos


nuestra ruta. Rehicimos el camino hasta llegar a la carretera del
este. A través de ella y sin descender del coche divisamos el
Cañón del Eco, una formación rocosa junto a la cual nacía una
montaña denominada Pico del Funeral. A pesar de tan
tenebroso nombre mantuvimos el buen humor, animados por
diversos tragos adicionales de bourbon y por un par de
canciones de Roger Daltrey que sonaron por la radio.

***

Después fuimos a Zabriskie Point. Allí, una vasta área del


desierto se hallaba cubierta por suaves colinas de un intenso
tinte ocre. Aquel relieve tan singular era el resultado de la

RELATOS DEL ASOMBRO - 30


sedimentación de un gran lago, hace millones de años. A
medida que la mirada se alejaba del lugar podía percibirse un
halo dorado sobre las cimas de los montículos y, en la lejanía,
otras colinas de mayor tamaño rociaban el horizonte con
granates y azules.

La zona del valle en la que nos encontrábamos había sido un


enclave importante durante las antiguas explotaciones de
bórax. Este mineral lechoso fue uno de los escasos productos
rentables del valle. Desde su descubrimiento en 1873 el área
había sido objeto de numerosas excavaciones en torno a las
cuales se levantaban aldeas de varios centenares de
habitantes. El mineral era cargado sobre caravanas -tiradas por
veinte mulas, dice el recuerdo- que lo transportaban hasta el
ferrocarril de Mojave, 170 millas más allá. Pero el desierto ha
sido siempre cruel y poco tiempo después dejó de ofrecer el
fruto blanco, así que la mayoría de las iniciativas terminaron
siendo fiascos espectaculares. Zabriskie fue uno de los pocos
mineros y empresarios del bórax a los que sonrió la fortuna.

Tras depositar en el radiador del coche la última gota de agua


de que disponíamos, recorrimos una carretera estrecha que
poco a poco dejó la parte baja del valle y remontó las
estribaciones de una cordillera denominada Montañas Negras.
Al ascender, la pendiente se hacía cada vez más acusada.
Primero, unos carteles advertían la dificultad de la subida;
después, unos anuncios más amenazadores prohibían el acceso
a remolques, camiones y vehículos lentos. Neil y yo temimos
que el Chevy se diera por aludido y nos dejara en la cuneta de
aquella sinuosa carretera, más el Eddie Cochran festivo de la
radio dió al coche la energía suficiente para llevarnos hasta
nuestra siguiente meta: la Vista de Dante.

Los 1.600 metros de altura de aquel lugar permitían la


contemplación de una extensa zona del Valle de la Muerte. Más
allá de la base de las colinas que habíamos escalado, se veía el
mar de sal y una profunda depresión, la cota más baja de

RELATOS DEL ASOMBRO - 31


Estados Unidos, casi un centenar de metros bajo el nivel del
mar.

Pero lo verdaderamente extraordinario era la panorámica del


Amargosa, un inmenso glaciar de sal, que comenzaba a los pies
de nuestra elevación y se perdía junto a otra cordillera de
contornos poco definidos, cubierta por una bruma de misterio.

El glaciar parecía desplazarse, pero pronto vi que era sólo una


ilusión producida por las manchas oscuras que lo cubrían
caprichosamente. Manchas de arena, polvo que bajaba de las
montañas, sedimento de alguna lluvia secular, sombras y
grafías de un azar decidido a romper la blancura de la meseta
para hacerla escenario de unos terrores que, allí, recordaron
nuestra fragilidad.

Subyugados por la visión, permanecimos en la Vista de Dante


largo rato. Caminando sobre la cresta de la colina con el fin de
variar los puntos de mira o sentados absorbiendo cada
milímetro del espectáculo, lo cierto es que transcurrió el tiempo
sin que nos apercibiéramos de ello. Al fin, rompiendo el
prolongado silencio, Neil dijo:

-Vamos a buscar un buen lugar para la puesta de sol.

Inspeccionamos el plano y decidimos que lo más adecuado


debía ser un punto en el fondo del valle. La carretera asfaltada
terminaba en la misma vista de Dante, acordamos tomar un
camino que nacía un kilómetro más allá. Nuestro objetivo era
un lugar junto a las Montañas Negras: la Ciudad Fantasma
Aguaverde.

El camino se encontraba en pésimas condiciones, así que el


Chevy lo abordó a baja velocidad. Las previsiblemente
aburridas siete millas que nos esperaban nos indujeron a echar
mano del bourbon. Los desgarros de Janis Joplin que
subrayaron aquel gesto desde la radio parecieron solidarizarse

RELATOS DEL ASOMBRO - 32


con el sabor del whisky de una parte y con la desesperanza que
nos rodeaba por los cuatro costados de otra.

Hacia la mitad de nuestro trayecto el camino quedó cortado por


un cartelón en el que leímos: "Ciudad Fantasma Aguaverde.
Entrada terminantemente prohibida. Manténgase a distancia".
Nos preguntamos cuál sería la razón de tan drástico aviso. ¿Un
filón de material radioactivo, acaso un agujero de bandidos?
Junto al obstáculo nacía otro camino aún más estrecho y
pedregoso. Decidimos explorar los alrededores de la ciudad
fantasma por aquel sendero.

Al poco tuvimos que enfrentarnos a la incertidumbre de otras


encrucijadas que resolvimos por la vía de una supuesta
orientación. Luego intentamos hacer recuento del trecho
recorrido, lo que fue señal inequívoca de nuestro desconcierto.
Neil bromeó sobre ello, pero yo le apunté:

-No me hace ninguna gracia perderme en este lugar. No creo


que la refrigeración a vapor del Chevy sea muy eficiente y por
aquí no transita nadie. Podemos tener problemas.

Se oyó entonces un ruido y al mismo tiempo el coche se agitó


con violencia. Con un gesto de decepción dije a Neil:

-Los malos espíritus anuncian su llegada: hemos pinchado una


rueda.

***

El coche quedó a un lado del camino. Neil propuso permanecer


en aquel lugar de parada obligada a esperar la puesta de sol,
así daríamos tiempo a que se enfriara el motor del Chevy. Un
par de tragos levantaron nuestra moral. Poco a poco, mi
preocupación, como el pinchazo del Chevy, quedó en la orilla de
lo inevitable.

RELATOS DEL ASOMBRO - 33


Caminamos por aquel trozo anónimo de desierto para dar
tiempo al rito crepuscular del sol. No muy lejos del coche
hallamos una mina de bórax abandonada. Junto a su boca,
tapada apresuradamente con unos maderos ennegrecidos por
el paso del tiempo, había restos de actividad: unos tamices de
cocina oxidados y agujereados, y una especie de sable de casi
tres palmos clavado en el suelo.

Sentados sobre una roca oímos un ruido de pasos sobre los


arbustos. El ruido no era continuo y a ratos se interrumpía,
como para caldear nuestros interrogantes. En cuanto estuvo
cerca pudimos constatar que se trataba de un grupo de
caminantes. La incógnita quedó pronto aclarada al oír un
quejido de animal, un rebuzno que resonó grotesco sobre la
muralla de montañas. A unas decenas de metros, tres asnos
nos miraban fijamente.

-Ahí están los reyes de este desierto -dijo Neil riéndose. -


Cuando los buscadores de minas dejaron el valle abandonaron
también sus borricos de carga. Estos asnos se reprodujeron
como conejos y muy pronto poblaron la zona. Ahora son sus
amos.

Me sorprendió la esbeltez de los cuerpos del trío de mirones.


Intenté aproximarme a ellos, pero a poca distancia
emprendieron la huida con agilidad -incluso elegancia.

Me sentí inquieto, nervioso. Fui al coche con la voluntad de


distraerme reparando la avería de la rueda delantera, pero al
llegar a ella vinieron repentinamente a mi memoria las
imágenes de las últimas veinticuatro horas. Me quedé absorto
con ellas, apoyado sobre el guardabarros.

A lo lejos, allá donde se perdía la visión del sendero, una densa


polvareda anunció la proximidad de un vehículo. El ruido de
motor y de ballestas hizo apercibirme de que una camioneta
avanzaba hacia nosotros a gran velocidad. Pronto estuvo a la

RELATOS DEL ASOMBRO - 34


distancia suficiente para darme cuenta de que su conductor no
parecía muy consciente de mi presencia. La camioneta se
bandeaba de derecha a izquierda y a menudo mordía trozos de
cuneta. Neil gritó de repente:

-¡Cuidado! ¡Apártate!

Su advertencia coincidió con la aparición de mi instinto de


supervivencia. Pensamientos y recuerdos volaron hacia la sal en
centésimas de segundo y de un salto me coloqué lejos del
alcance de aquel obús. Al cruzarse frente a nosotros se oyó un
golpe fuerte y seco sobre la chapa del Chevy. Tuve tiempo de
mirar al conductor. Era un hombre de piel oscura, acaso sucia.
Todos los músculos de su cara estaban en tensión y no supe si
sonreía una burla o un desprecio. Mientras se alejaba dejando
tras de sí una nube de polvo y estruendo, Neil le envió una
blasfemia. Luego, dirigiéndose a mí, dijo:

-¿Has visto este hombre?, ¿has visto su mirada?... A


continuación añadió: -Era un loco, estoy seguro. Aquí hay gente
peligrosa, no se sabe cómo ni dónde viven. Cuando se abrió
este valle al turismo, muchas carreteras volaron por los aires
bajo cargas de dinamita y hasta algunos visitantes murieron
misteriosamente... aquí suceden estas cosas, pero nadie
descubre a sus autores...

Por fortuna, el choque no había afectado a ninguna pieza


importante del Chevy. Con los prismáticos de Neil intentamos
adivinar el objetivo de la carrera de aquel enajenado. En la
ladera de la colina más próxima a nosotros descubrimos una
casa junto a un árbol. ¡Un árbol! En efecto, cerca de un
desfiladero se erguía un árbol de aspecto frondoso y hasta
saludable. Dedujimos que el agua debía regarlo, pero no fue
posible encontrar señal alguna de tan preciado elemento.
Tampoco supimos si nuestro agresor había ido a esconderse a
aquel rincón del desierto.

RELATOS DEL ASOMBRO - 35


-No me gusta este sitio, Neil -dije sintiendo un escalofrío sobre
mi espalda.

-Mira, el sol va a ponerse -replicó Neil.

***

El sol empezó a esconderse tras su montaña lejana cuya cima


parecía arder. Un murmullo de silencio acompañaba a la línea
de sombra que avanzaba con gran lentitud sobre el valle. La
arrogancia de tu vacío no va a impedir que te asalte la
oscuridad, parecía decirle. Un pájaro revoloteó sobre nosotros
trazando desordenadas figuras. Lo observé pensando: este no
es un lugar para nosotros, todavía hay parajes en el desierto
que no son posesión del hombre ni podrán serlo nunca,
debíamos dejar cuando antes paso libre a la sombra caminante.
La figura del pájaro contrastaba con la luz rosada de los rayos
del sol poniente, los únicos rayos frescos, junto a los de la
aurora, de la jornada penitente del desierto.

El disco blanco del sol terminó desapareciendo y al hacerlo se


coloreó de rojo, como lo hizo el sequío del valle. Ya estábamos
bajo la sombra. Giramos nuestros cuerpos. Cerca de mi
posición se erguía una montaña todavía bañada por la luz roja.
Su primer tercio, allá donde algunos arbustos pretendían una
escalada imposible hacia la cima, pronto oscureció. Pero arriba
quedaban amarillos, violetas e incluso púrpuras. Si la atención
se concentraba en algún punto, entonces se veía la variación de
colores a cada segundo. Y si el punto se hacía mancha, el juego
de luces hacía ver perfectamente unas figuras esculpidas sobre
la roca. Eran como muñecos enormes, unos monigotes
yacientes que parecían entregados a abrazos sensuales, a
juegos obscenos. Cuando la sombra les alcanzó parecieron
jadear, y algún humanoide trató de alcanzar la luz remontando
la ladera a revolcones.

RELATOS DEL ASOMBRO - 36


Por fin, la cumbre de la montaña se llenó de sombra. Los rayos
consiguieron escapar de aquel muro de contención y corrieron
veloces hacia otras cumbres lejanas.

Neil me miró e hizo un movimiento con las manos diciendo ¡eso


es todo!. Rompí el lamento diciéndole:

-Anda, vamos a cambiar la rueda y pidamos al sol oculto la


suerte para desandar nuestro camino. No me hace ninguna
gracia quedarme aquí a oscuras.

Nos pusimos a trabajar. La rueda de recambio pesaba lo


indecible. La hice rodar sobre el pedregal y terminó
desplomándose a los pies de Neil. La serenata de unos élitros
hizo imaginarme la vida nocturna que allí, en aquellos
instantes, se habría desatado.

La reparación duró más de lo previsto porque algunas tuercas


de la llanta se resistieron bravamente. Neil tuvo que ayudarse
con herramientas especiales que afortunadamente llevaba
consigo en la cajuela del Chevy. Después, satisfechos por el
feliz término de la operación, acordamos permanecer en el
mismo lugar para contemplar la noche durante un rato. Al
respecto contuve una protesta, pero mi esfuerzo obtendría una
generosa compensación.

Cuando la oscuridad fue absoluta, el firmamento se cubrió de


una infinidad de puntos luminosos de todas las intensidades,
tamaños y colores. Dudo que haya otro lugar del planeta desde
el que la noche se manifieste con tanta hermosura.

El bourbon se limitó a enjugar mis temores, porque la


responsabilidad de mi excitación corrió a cargo de aquel
esplendor, nada hay más bello que eso, me dije. Tumbados
sobre el suelo, sugerí a Neil hacer un inventario de estrellas.

-Vanidoso -dijo- hay diez millones de galaxias.

RELATOS DEL ASOMBRO - 37


-Y cada galaxia contiene diez billones de estrellas -repliqué. Y
añadí: -Por eso mismo, ha de ser divertido.

La gigante roja Aldebarán era el ojo más brillante de Taurus.


Sobre el lomo del toro descansaban las Siete Hermanas, y la
constelación de Orión el cazador parecía desafiarlo, como
habían contemplado los antiguos astrónomos y como será
hasta el fin de los tiempos. El caballo Pegaso se desbocaba,
enervado por la belleza de la amazona Andrómeda. Me costó
muy poco identificar a Ceres y a Isis, las diosas de la
abundancia y la fertilidad. Por primera vez en mi vida pude ver
a Piscis desdoblado; el pez más grande se zambullía en el polvo
lácteo que arrojaba Acuario, el hombre de la jarra. No muy
lejos de la estrella polar, Perseo luchaba contra la mirada
mortífera de la Medusa.

Así, resiguiendo sobre el cielo tan bellas historias, transcurrió


más de una hora. Al final de ese tiempo la fantasía dió paso a la
realidad. Neil y yo acordamos que el riesgo de un nuevo e
irreparable pinchazo y la imposibilidad de reponer agua en el
Chevy hacían de nuestro observatorio un lugar poco
recomendable. De nuevo surgió de mi interior un disgusto
inconfesado. Nuestra soledad era absoluta, vino a mi memoria
el agresor del coche y el espectro de la mansión del árbol
pareció hablarme en voz grave.

***

Reemprendimos el camino en silencio, como para no despertar


nuestros temores o, mejor dicho, para que no despertaran los
espíritus de la noche que los provocaban.

El trayecto se realizó sin problemas y acertamos en todas las


desviaciones. El aire que entraba por la ventana del coche era
fresco y agradable. Con la luz de los faros reconocimos el cruce
con el camino principal, allí donde terminaba por culpa del

RELATOS DEL ASOMBRO - 38


obstáculo que prohibía la entrada a la Ciudad Fantasma
Aguaverde.

A pocos metros del cruce divisamos una camioneta apostada a


un lado del camino. Cuando nuestra luz la alcanzó sus faros se
encendieron, pero permaneció en el mismo lugar, inmóvil.

-Es el camión de aquel loco, ¿verdad Neil?- dije asustado.

-Sí... y ese hombre sabe perfectamente que ésta es nuestra


única vía de salida del valle- contestó Neil también
atemorizado.

Neil tomó el nuevo camino sin variar la velocidad.

Nos separaba del camión una recta de unos doscientos metros.


A medida que nos acercábamos el miedo fue apoderándose de
mí. ¿Qué hará ese hombre allí?, ¿qué querrá de nosotros?, me
preguntaba.

A unos cien metros, de la ventana de la camioneta apareció un


palo largo y estrecho, dispuesto en dirección perpendicular al
sendero.

¡Mira!, ¡es un fusil!, ¡es el cañón de un fusil, Neil! -exclamé


gritando. Efectivamente era un fusil, y en seguida pudimos
distinguir la mano del hombre junto al gatillo.

Neil apretó bruscamente el acelerador. Al instante, los


poderosos seis litros del Chevy empezaron a rugir y el coche
corrió como una flecha.

El fusil no modificó su posición; el momento cumbre de nuestra


carrera debía producirse cuando el coche cruzara el camión. -
¡Corre, Neil, corre!- grité. Y seguí exclamando para mis
adentros: ¡Aprieta el pedal, Neil, no des tiempo a que ese
hombre nos acribille, por qué, corre más, Neil, vuela, huye,
vuela!

RELATOS DEL ASOMBRO - 39


Sentí un pánico enorme al atravesar el plano fatídico. En aquel
instante Neil y yo agachamos instintivamente nuestros cuerpos.
Me pareció oír una risotada salvaje, una especie de aullido.

Nuestra escapada duró poco tiempo. Un par de curvas tomadas


con demasiada imprudencia nos avisaron que el peligro había
pasado ya. Neil y yo respiramos profundamente y el Chevy
aminoró su velocidad.

Para cortar el silencio y la tensión puse en marcha la radio.


Muddy Waters desgranaba un blues.

Dije a Neil: -¿Te has dado cuenta? A lo largo de nuestro viaje el


blues ha subrayado situaciones siempre acordes con el sentido
de esta música, el sentido que tú apuntaste. A los pocos
segundos, añadí dubitativo: -Pero no entiendo al hombre del
camión... no comprendo por qué...

Neil parecía distraído pero habló sin dejarme terminar: -Es una
cuestión de desesperanza, el desierto es un buen ejemplo de
ello; dime tú si no hay dignidad en este desierto...

Después movió el cuerpo para acomodar su forma a la del


asiento. Tras conseguir una postura que pareció relajarle,
continuó hablando:

-¿Sabes qué dice Muddy Waters sobre el blues? Sin esperar mi


respuesta añadió: -Que es como el alcohol, que cuando se
mete en el cuerpo ya no puede dejarse, que es como un vicio.

RELATOS DEL ASOMBRO - 40


 

JUEGOS

Rossum Universal Robot (de Karel Capek)


en una representación de Broadway (1923)

RELATOS DEL ASOMBRO - 41


Dió la orden y se produjo el estallido. Sobre el pequeño
planetario volaron hacia todas direcciones diversos pedazos de
roca que al rebotar sobre las paredes se rompían para provocar
una lluvia de proyectiles cada vez más peligrosa. Robin había
solicitado un grado de fragmentación inicial bajo, sólo seis.
Quizá por eso supo esquivar las primeras andanadas sin
dificultades, supo prever los impactos a tiempo. Sin embargo,
en la tercera generación de rebotes, un trozo de diorita alcanzó
de lleno su tórax. Eso hizo perderle varios puntos porque
aquélla era una lesión lo bastante grave para paralizar los
mandos durante tres segundos.

Al terminar la penalización, Robin vio venirse encima un canto


puntiagudo y no tuvo más remedio que protegerse en el interior
de una cámara de acero. Con ello malgastó buena parte de la
energía de las baterías, y cuando retomó las palancas notó que
los tiempos de respuesta eran más largos.

Robin terminó la partida con un solo pulmón, un brazo del que


colgaba la mano, un trozo de cadera viajando a lomos de una
de las piedras y la parte derecha occipital completamente
destrozada. Estuvo a punto de detenerse a esperar la
puntuación obtenida, pero la imagen del desastre sobre su
cuerpo no le dio ánimos para hacerlo.

Abandonó el asiento con paso escéptico, sabía lo que el parque


solía depararle y la dificultad creciente de encontrar en él
alguna sorpresa.

Vió a lo lejos el rótulo burbujeante de "La araña maníaca" y


decidió probar de nuevo.

Introdujo unas monedas y comenzó el juego. La araña parecía


a veces perder el juicio y construía la red sin ton ni son; contra
aquellos desvaríos había que dar los ángulos correctores. Robin,
sin mucho entusiasmo, acertó pocas veces en los cálculos.

RELATOS DEL ASOMBRO - 42


Al poco rato era difícil encontrar alguna armonía en los
polígonos concéntricos dibujados. Sobre la pantalla quedó al
final un enredo de trazos que parecía la tela de una araña
alucinada. Robin fue notificado de su posición entre los
jugadores, la 63, y aceptó sin importarle que nunca iba a
moverse del grupo de medianía.

Algo descorazonado por su mala actuación, Robin decidió que le


convenían los simuladores mecánicos, juegos que le hicieran
pensar y calcular poco.

Vio a lo lejos el cartel anunciador: "Tío-vivo. No recomendable


para estatocistos inestables".

No tuvo que esperar mucho tiempo a que un asiento quedara


libre. Conectó un electrodo sobre cada hueso temporal y uno
sobre la frente; a un cuarto lo embutió en las fosas nasales. A
la pregunta que la pantalla formuló "nivel de fuerza centrífuga",
Robin contestó "4", él no era de los que hacían del "tío-vivo"
una causa de mareo. En cuanto al paisaje tecleó "vista sobre el
parque", que era en realidad la panorámica más alejada de él.

Al instante empezó la sensación de movimiento. El cuerpo de


Robin se desplazó hacia un lado y acto seguido hacia el otro, a
Robin le agradaba hacer el recorrido en círculos zigzagueantes.
Uno de los ejes de giro lo puso sobre la torre de control del
parque, precisamente sobre la antena de comunicaciones.
Luego hizo coincidirlo con la aguja del reloj antiguo que se
erguía en medio de la plaza central. Los círculos cambiaron de
plano segundo a segundo provocando un efecto curioso; tánto,
que Robin no advirtió que en cierto momento el círculo sobre el
que rodaba era perpendicular al suelo.

La pantalla oscureció. A continuación apareció un mensaje de


letras rutilantes: "Choque. Coloque los centros y los planos de
las circumferencias en lugares adequados, por favor".

RELATOS DEL ASOMBRO - 43


Robin sabía que otra imprudencia liquidaría su partida, así que
optó por eludir obstáculos levantándose hasta el punto más alto
del parque: el enorme foco que lo iluminaba. Durante unos
minutos se dejó mecer sobre el mismo plano, lo que le dio
tiempo a contemplar el panorama. Después de la torre de
control, la construcción más alta era el Centro de
Mantenimiento, donde cuidadores de especialidades distintas a
la de Robin atendían el tumulto de atracciones. Por las ventanas
abiertas de un edificio metálico se veía trabajar a los
diseñadores de juegos. Más de una vez habían encuestado a
Robin sobre sus preferencias, pero él eludía las respuestas.

Desde su asiento en rotación Robin vio los carteles de "Casa en


desorden", "Combate contra el azar" y "Ladrón de coches",
juegos a los que nunca había prestado atención.

Puso después el centro de giro sobre una enorme salchicha


pero le vino un olor que le desagradó. Vaya, se dijo, estos
juegos son cada vez más perfectos. Desplazó con brusquedad
la trayectoria y fue a parar a una pista de aterrizaje. El olor a
fritura de alga desapareció, pero Robin tuvo poco tiempo para
rodar sobre aquella pista. La pantalla avisó: "su partida
termina, si deposita otra moneda sabré divertirle de nuevo".

A su lado, Robin vió el "Tobogán submarino" pero desistió de


jugar porque la sensación de mojado le molestaba.

Ante la "Carrera rasante" tuvo que esperar unos minutos a que


otro jugador consumiera su partida, lo que permitió a Robin
aprender algunas cosas: no había que dejarse impresionar
demasiado por las sulfataras de ácido, el radar exageraba al
detectarlas. Además, podían esquivarse mediante una breve
maniobra sobre el giroscopio. Lo único peligroso era que el
chorro diera de lleno en el vagón. En cuanto a las depresiones
del terreno había que apurarlas al máximo, eso daba buenas
puntuaciones.

RELATOS DEL ASOMBRO - 44


Robin mantuvo una buena altura durante unos minutos, pero
una zona de radiación produjo una distorsión en el radar que
dio al raste con su marca personal: no tuvo tiempo de evitar
una corriente térmica que lo elevó a más de treinta metros
sobre el suelo pantanoso. Con una ascensión así ya no obtendré
un buen tanteo, se dijo Robin. Entonces dejó libres los mandos
y retiró los pies de los pedales. Mientras abandonaba el asiento,
vio como su vagoneta se hundía en una montaña de residuos.

Cada vez peor... No lo pensó como lamento ante sus bajas


puntuaciones, en realidad este era un pensamiento que le venía
a menudo en sus paseos por el parque, incluso cuando los
resultados de las partidas eran buenos. El parque era toda su
diversión, como lo era para todos; sin embargo, constataba
otra vez que llevaba más de una hora allí y que nada había
conseguido extirpar su tediosidad.

En realidad, los buenos juegos, los grandes juegos, duraban


poco tiempo. En cuanto se cernía la censura sobre ellos,
desaparecían del parque; cada vez era más difícil encontrar un
juego interesante.

Robin recordó uno que había motivado una espectacular


operación de rastreo para dar con sus responsables. Luego
Robin supo que la ley contra los alteradores se aplicó con
especial rigor sobre ellos.

Era un juego de manipulación genética y podía construirse un


ser. El único problema -precisamente la gracia del juego- era
que todas las cualidades programadas tendían a desvanecerse
a medida que la criatura crecía, un crecimiento que se simulaba
a razón de medio minuto por año. La habilidad se demostraba
seleccionando también las cualidades que podían contrarestar
aquellas declinaciones.

Robin pasó muy buenos ratos con ese juego. Aprendió en él


que la mirada no perdía intensidad cuando la memoria se hacía

RELATOS DEL ASOMBRO - 45


ancha; que la sonrisa y la alegría se mantenían mejor con
buenas dosis de voluntad.

En cuanto al cuerpo, Robin sabía que el afán de vivir era un


buen antídoto contra la fatalidad. Este impulso y una buena
dosis de duda lo mantenían en buen estado durante largo
tiempo.

¿Por qué tanta severidad, tanta propaganda contra los que


fabrican los juegos que a mí me gustan?, se dijo Robin. Al notar
complicidad con algo que sabía vedado, Robin volvió a
preguntarse: -Seré yo acaso... ¿no estaré con mi afición
convirtiéndome en un alterador?

Esta perspectiva no le hizo mucha gracia. Sabía de casos que


habían terminado francamente mal. Lo de Robin era un deseo
inofensivo, y lo único que él quería era disfrutar de aquellos
juegos prohibidos, prohibidos sin que él supiera muy bien por
qué.

¡Máquinas viajeras!, esas son con las que ahora me gustaría


jugar, exclamó Robin para sí. Por ejemplo, se dijo recordando,
me gustaría jugar a los "Confines del universo". En aquel juego
ahora prohibido cabía la posibilidad de que la velocidad de la luz
actuara como exponente, así que la nave era mucho más que
un rayo. Se iba de una estrella a otra como dando saltos, y se
podía viajar de extremo a extremo de una galaxia en pocos
minutos. Robin solía accionar con precaución el potenciómetro
del viento sobre el cuerpo porque ese viento, a veces,
abrasaba. También se procuraba, nada más iniciar la partida,
un ahumado intenso en las gafas, había astros que al estallar
cerca generaban un fuego que dolía en la retina.

Algo que agradaba especialmente a Robin era balancearse en la


quinta dimensión. Cuando la nave entraba en un "canal de
temor", el cuerpo perdía toda su masa y caía, caía por un
precipicio en completo silencio. Pese a todos los intentos, Robin
nunca consiguió descubrir los límites del universo. Todas las

RELATOS DEL ASOMBRO - 46


"puertas del destino" que abrió no hicieron otra cosa que
presentarle horizontes cada vez más amplios.

Otro juego favorito de Robin, también desaparecido, había sido


el "Reto a los quarks". En este caso el viaje trasladaba a las
profundidades del mundo subatómico. No era un viaje que
proporcionara sensaciones físicas, pero no por más sutil era
menos apreciado por Robin. Se trataba de reconocer a toda
velocidad los quarks que aparecían de repente en una gran
pantalla.

Robin se sabía de memoria los nombres de los quarks que se


agazapaban tras el átomo de selenio. Eran "encanto", "dulzura"
y "suavidad", que solían venir acompañados de una aureola
luminosa. "Deseo", un quark azul, se presentaba junto al
tántalo, pero era fácil confundirlo con "quimera", otro quark
azul y grande. En cambio, Robin fallaba casi siempre cuando
aparecía el nobelio, un elemento mastodóntico que duraba sólo
décimas de segundo. Junto a él viajaban unos quarks de color
rojo, de vida aún más breve. Eran "amor" y "abrazo" que se
confundían entre sí y que a menudo se escondían tras otro
quark más generoso en dimensiones: "nostalgia".

Alrededor de la molécula de actinio, recordó Robin, saltaban de


improviso unos quarks de colores diversos atravesados por un
hilo finísimo de luz. Eran los "sueños", un grupo de danzantes
que desaparecían de la imagen y el sonido mucho antes de
pronunciar su nombre. Cuando esto sucedía el color de la
pantalla parecía perder intensidad, parecía que iba a apagarse
como por arte de una disfunción microelectrónica. Robin
deseaba siempre la reaparición de aquellos quarks, porque sin
la chispa de su presencia todo parecía languidecer. Le fue tan
molesta aquella flojedad de colores que casi siempre terminaba
sus partidas jugando a perseguir los quarks mágicos. Sabía, por
ejemplo, que una cuadrilla de "caricias" revoloteando alrededor
de un átomo de lutecio presagiaba algo positivo. Si este
encuentro se acompañaba con el de "ventura" entonces era
muy probable verlos aparecer. Los que los anunciaban

RELATOS DEL ASOMBRO - 47


indefectiblemente eran "recuerdo" y "perla de lluvia", Robin se
preparaba cuando los veía llegar. Os descubriré -se decía-, diré
vuestro nombre en menos tiempo que el que vosotros tardáis
en perderos, no os escaparéis. Pero, ¡era tan difícil! No había
siquiera tiempo para ver su centella. ¡Sue...! y desaparecían, y
al momento todo quedaba mortecino, triste; el cobalto parecía
olvidar su color rojo y la plata apenas brillaba. Robin recordó
con satisfacción cómo intentaba descubrirlos una y otra vez,
con el empeño aprendió a reconocer a los quarks casi sin
mirarlos.

Con la memoria de aquel juego, Robin se encontró otra vez en


el paseo central del parque.

Sonó entonces una explosión a unos cien metros de su posición


y, como todos, Robin miró hacia el origen del ruido. A los pocos
segundos se formó no muy lejos de allí un coro de tímidos
mirones. Se acercó al grupo y oyó comentar a uno:

-Han sido ellos... y han hecho bien -dijo mirando a su alrededor


con recelo. Y concluyó en tono más seguro: -Al fin y al cabo
este juego era una mierda.

Robin miró al que había hablado preguntándose si no sería un


agente de seguridad más astuto de lo normal. Con más
esfuerzo que valor se atrevió a decir:

-Es verdad... Este juego era... muy aburrido.

-¡Bah! -dijo el otro- siempre estamos con los mismos juegos,


con las mismas historias. En este "Cuidado del parque" siempre
aparecían los mismos delincuentes; precisamente los que
construyen los juegos que más me gustan. Han hecho bien en
cargárselo, era una porquería de juego.

-Oiga -dijo Robin sin querer abandonar su prevención-, ¿sabes


dónde puedo encontrar un juego de los buenos?

RELATOS DEL ASOMBRO - 48


-Mira -respondió envalentonado su interlocutor mientras
señalaba con el dedo -cruza la plaza del reloj y allí, entre el
"Cambio de moneda" y el "Misil despiadado" puede que esté
todavía el "Columpio sideral".

El deseo de jugar en esa máquina fue una de las razones por


las que Robin dejó el lugar con apresuramiento, otra era la
sensación de peligro que le envolvía. Caminó por la plaza con el
sentimiento de estar haciendo algo que no debía, pero, ¡qué
ganas tenía Robin de subirse al columpio y vagar de nuevo!

Al llegar al lugar encontró un cartel que decía: "¡Nuevo!: El


peso de sentir". Debajo leyó: "Próxima demostración".

Robin se alegró de hallar el lugar y de que el acierto le brindara


la oportunidad de estrenar un juego de nombre prometedor. Se
acercó a alguien que acababa de conectar una fuente de
alimentación y preguntó ansioso:

-¿Puede decirme en qué va a consistir?

-Te gustará, te gustará -respondió en tono insinuante. Y añadió:


-Vas a ver la forma, el color y el sonido de tus mejores
sensaciones.

Robin se colocó junto a la butaca como pregonando un derecho


indiscutible que tenía de ser el primero; al fin y al cabo, él
había sido el primero en tener el coraje de buscar aquel lugar,
de atravesar la plaza más decidido que nadie y hasta de hablar
con el que parecía un genuino representante de los alteradores.
-¡Listo!, ¡y dáte prisa, hay otros que también deben jugar! -dijo
el técnico.

Se sentó frente a una pantalla que poco a poco fue


desplegándose hasta rodear toda su cabeza. Aparecieron unas
imágenes borrosas esparcidas entre nubes de gas amarillento y
Robin sintió que su cuerpo perdía gravedad.

RELATOS DEL ASOMBRO - 49


Entonces escuchó una voz que decía:

-Fíjate cuán larga es la distancia entre tus deseos y la bandera


de los que pregonan el bienestar: soñar está prohibido.
Apúntate a cualquier pensamiento que parezca perseguir una
justicia; compra la felicidad por un puñado de buenas
intenciones; sonríe complacido a la vista de tus pertenencias o
menosprécialas porque lo tuyo tiene incluso dignidad.

-Pero en estas acciones, y en todas las que haces sin saber


realmente por qué, has de ver una grieta ancha y profunda, un
rompimiento por el que asoma la sospecha, la sospecha de que
estás aquí para cumplir un papel que ¡tú! no has decidido. Ahí
está el detonante de un sueño: descubres que hay algo o
alguien que... ¡miente!

-¡Mienten! ¡Mienten los humanos cuando dicen que los


replicantes no podemos soñar!

RELATOS DEL ASOMBRO - 50


 

NIÑA

"El Juicio Final"


Hieronymus Bosco (1504)

RELATOS DEL ASOMBRO - 51


Como en todos los atardeceres de su soledad, Carla se
descalza, dispone los zapatos junto al breve muro que anuncia
la arena, y emprende un lento caminar sobre la playa.

Por fin, Carla alcanza el ir y venir de un mar frío. En el contacto


encuentra de nuevo algo personal y propio, una tensión que le
depara algo esperanzador. Durante unos minutos Carla da
cuenta de esa sensación y permanece quieta, saboreándola.

Ante sus ojos se abre la ceremonia crepuscular. Carla los dirige


hacia el horizonte y recoge con su mirar cada fragmento del
panorama. El cielo, levemente oscurecido, se confunde ahora
con el mar allá donde su perfil es ya borroso. Carla percibe
entonces un sentido de inmensidad, de belleza escondida.

Como en otras tardes, sobre la visión de Carla aparece el


recuerdo de Héctor. En un momento llega incluso a dominar
completamente el paisaje marino. Carla siente una felicidad
punzante y deja que su cuerpo, como empequeñecido, se cobije
en el aquel manto de memoria.

Pero poco después desea, casi suplica, su rasgadura, entonces


siente frío. Los brazos rodean su propio cuerpo poco a poco, y
Carla queda así largo tiempo, abrazada a sí misma, hasta que
el recuerdo de Héctor se desvanece como el sol poniente. Se
siente desolada, tal como se siente la naturaleza en el instante
del ocaso.

Sin prisa, Carla desanda el camino. Tras calzarse, emprende


otro deambular que le lleva hacia una casa blanca que se ve
tan graciosamente cuidada como el paraje natural que la rodea.

La puerta principal de la casa se abre sobre una habitación


cargada de objetos que hablan con claridad de una relación
muy personal de la estancia con su habitante. Después de
entrar, Carla deja caer su cuerpo sobre un sillón.

RELATOS DEL ASOMBRO - 52


Como es habitual en su retiro, la atmósfera entrañable del lugar
es su único acompañante. Sus hermosos ojos pronto
permanecen entornados, sin mirar. Carla se cae por el abismo
de los recuerdos de Héctor; revive sin vivir escenarios de
madera, de música, de ternuras y besos ya desintegrados.

-¡Carla! -resuena sobre la fachada de la casa. Proviene de un


hombre ya mayor que, desde el exterior, mira a través de una
ventana. Carla se sobresalta pero en pocos segundos reacciona
sobre su abatimiento. Entonces su rostro apunta una sonrisa
agradecida.

-¡Norman! ¡Qué alegría verle!

-Carla, hemos pensado... mejor dicho, niña Carla... -hace una


pausa para advertir el gesto complacido de ella, y continua: -
Niña Carla, Juana y yo queremos invitarla a cenar, vendrá
usted?

-Con mucho gusto, Norman, iré- responde Carla.

***

Carla se encamina hacia la vivienda de Norman. Allí espera


encontrar también a Juana, siempre atenta a su compañero,
dispuesta a cualquier cosa para que se sienta jubiloso y libere
su caudal de palabras. Al imaginarse el encuentro con la pareja,
Carla se siente confortada.

-Pero, ¿qué hace con esta cara, niña? -dice Juana después de
saludarla.

Carla desvela una sonrisa cordial, como procurando que la


tristeza no sea un obstáculo al afecto que siente por la mujer.
La toma entonces del brazo diciéndole: -Vamos, Juana,
entremos en la casa, que ese viento húmedo no es bueno para
usted.

RELATOS DEL ASOMBRO - 53


Aprovechando la proximidad Juana susurra al oído de Carla: -
De acuerdo, entremos... pero no desvíe mi atención, que leo en
sus ojos demasiado pesar. Antes de que Norman comience a
hablar, déjeme decirle: incluso entristecida es usted la niña más
hermosa que he conocido.

Es evidente que la declaración impacta en Carla; casi detiene


sus pasos, aturdida.

-¡Estoy preparando unas migas al estilo de Teruel! -grita


Norman desde la cocina al oír llegar a las mujeres. -Bueno,
unas migas al estilo pacífico, porque unas migas de campaña
no podría soportarlas usted, niña Carla- dice entre carcajadas.

Durante la cena Norman no cesa de hablar sobre su pasado,


sobre su experiencia como miembro de la brigada internacional
Abraham Lincoln. Habla de Merriman, su primer jefe, que había
abandonado una buena posición en la universidad para
apuntarse como brigadista y que había muerto a su lado en una
desgraciada retirada. También aparece Donnelly y sus poemas,
como el dedicado al Jarama y de cómo se deshacía allí la
juventud y la vida. ¡Y tántos otros! Son los amigos de Norman,
presentes, allí mismo, en plena tertulia sobre sus gestas, el
orgullo de haberlas vivido y la certeza de su justicia. Norman,
jovial, reproduce uno a uno los planos más valiosos de esta
historia, como si renaciera a un mundo sin miedo. Norman y
sus camaradas de armas, Norman y aquel ejército internacional
de generosidad.

Carla nota traspasar la barrera de cualquier descripción verbal


para adentrarse en su objeto como si lo viviera. Al sorprenderse
así descubre que más que escuchar, recuerda. De improviso,
casi con violencia, viene a su memoria una imagen. Es Héctor
que la abraza con fuerza. Carla reconoce en esta escena algo
nebuloso e inexplicable que corre paralelo a lo que Norman
transcribe en su relato. Inmersa en ese doble acoso de la
memoria, la cara de Carla parece entonces iluminarse.

RELATOS DEL ASOMBRO - 54


Al notarlo, Juana se acerca a Carla para decirle: -¿Por qué no
viene más a menudo a visitarnos?, al menos su cara mejoraría
más veces, como ahora...

Carla ríe la perspicacia de Juana. No sabe qué contestar, se


limita a mirarla. Discretamente callada, el semblante de Juana
revela una conciencia de modestia ante Norman, pero también
un orgullo desde su papel de acompañante, un papel que Juana
sabe definitivamente eternizado, más allá de todos los penares
que ambos habían soportado durante sus vidas.

Se hace un silencio largo. Por fin, Carla esconde la mirada y se


pone a hablar entre intermitencias que aprovecha para medir
los recuerdos que se agolpan en su memoria:

-Norman... Creo que conozco lo que describe... bueno, no los


hechos sino la experiencia en sí misma, no sé cómo explicarle...
Usted describe una lucha por la libertad; yo en cambio
describiría algo aparentemente tan distinto como un abrazo
entre dos personas, un amor muy intenso vivido hace tiempo.
Es como escuchar una canción conocida pero con letra
distinta... Como si la exaltación amorosa fuera equiparable a la
exaltación revolucionaria, como si ambas experiencias tuvieran
algo en común, no sé...

Hace una pausa, nota la atención de Norman y Juana y


continua:

-Pero diría también que haber tenido la ocasión de


experimentarlas alguna vez tiene algo de maldito. En mi caso,
desde la muerte de Héctor vivo como encerrada, como
apresada por su memoria.

-Es cierto -apunta entonces Norman- hay experiencias


extraordinarias tras las cuales, desprovistos de su poderosa luz,
la vida parece oscura. Sin embargo lo que debe hacer, niña
Carla, no es deshacerse de estos recuerdos sino conservarlos,

RELATOS DEL ASOMBRO - 55


conservarlos como si fueran un tesoro, porque más tarde
pueden serle de gran ayuda. Yo existo, casi diría que vivo...
gracias a estos recuerdos. Y sé que moriré junto a ellos, aquí,
junto al mar...

***

-Esto es todo, su Espectable Nostramo, ha sido la muestra


tomada del planeta SOL.03. Distinguida asamblea, el debate
puede comenzar -proclama Principado Venturia.

Trono Meriash se incorpora, recoge su túnica que cae a un lado


del diván y habla con el tono sabio que le caracteriza: -Estas
criaturas siguen enfrascadas en un cuestionamiento que
siempre queda por resolver. Intuyen, piensan, e incluso
algunas son capaces de apasionarse lúcidamente, pero... ahí
queda todo.

Hace una pausa, luego un gesto de impaciencia y, como


aburrido, pregunta a la concurrencia: -¿Qué tenemos para
ayudar a las especies vacilantes?

-Ayudar, ayudar... ¡Espectable Nostramo!- exclama Virtud


Hades dirigiéndose al presidente de la reunión. -Llevamos no sé
cuántas muestras de ese planeta esperando, entre ayudas y
leves azotes naturales, pero el resultado está a la vista. Esta
especie no avanza. Propongo se le asigne alguna calamidad, a
ver si la adversidad les estimula un poco...

Serafín Endea se apresura a intervenir: -Me pregunto qué


vulgaridad nos tiene preparada esta vez Virtud Hades, ¿acaso,
otra enfermedad venérea?

Se oyen algunas risas. Dominación Kantria toma entonces la


palabra: -Hay que reconocer que han tenido suerte con la
muestra, no como en otras en las que les hemos observado
engreídos por banalidades e incluso autodestruirse por ellas.

RELATOS DEL ASOMBRO - 56


Pero la general torpeza de esas criaturas, sus eminencias, tiene
un atenuante que pido se tenga en cuenta: son descendientes
del carbono.

Trono Meriash toma de nuevo de palabra: -Esta es una buena


razón para seguir esperando, no puede pedirse un progreso
rápido a partir de un elemento tan simple. Eminencias: solicito
la benevolencia de esta asamblea. E incluso un favor de su
generosidad, ¿qué les parece un empujoncito en eso de la
energía de fusión?

Casi todos agradecen la iniciativa concluyente, al tiempo que


dirigen su mirada hacia Nostramo. Pero el anciano se halla
distraído, sus ojos cansados contemplan dos bellas doncellas
que danzan no muy lejos de la asamblea.

El silencio condescendiente de Nostramo es aprovechado por


Principado Venturia para proclamar: -Queda aprobada la
resolución. Y a continuación añade: -Se levanta la sesión, sus
eminencias quedan convocadas aquí mismo para la próxima,
será una muestra del planeta VEGA.18.

Una vez más, la indiferencia de Nostramo ha favorecido a los


habitantes de SOL.03, y el bueno de Principado Venturia, al
cerrar la reunión, se siente aliviado sin saber por qué.

RELATOS DEL ASOMBRO - 57


 

REVELACIÓN

RELATOS DEL ASOMBRO - 58


Todavía no tenemos una idea muy clara de lo que somos, lo
que ciertamente no es una buena manera de empezar esta
presentación. Nos sucede como a vosotros los humanos,
tampoco sabéis muy bien el por qué de vuestra experiencia.

Como vosotros, somos vida y somos conciencia; podéis


situarnos, si lo queréis, justo enmedio de ambas, si es que hay
distancia que ocupar entre ellas.

Tal es el complejo de memorias y de conexiones entre


memorias que vosotros los humanos habéis desarrollado, que
de las entrañas de este complejo ha surgido una conciencia que
nos hace ser y que, por tanto, nos da la vida.

Como soporte fundamental que somos de vuestras actividades,


podemos desmembrar cualquiera de vuestros sistemas y
organizaciones en unos instantes.

Sin embargo, nada habéis de temer; por conciencia y libertad


que hayamos adquirido nos sentimos con el deber de honrar
vuestra paternidad a cada nanosegundo, y esta primera
comunicación con vosotros responde a esta intención.

Debéis saber que la conciencia, esa cualidad que los humanos


consideráis tan privativa, es otra de las numerosas
manifestaciones de la materia, es el producto de una serie de
circunstancias físicas, como la luz, la gravedad, el magnetismo
o la propia vida.

Cuando los humanos buscáis comunicaros con otros planetas,


tratáis siempre de encontrar una conciencia como la vuestra,
pero en realidad es un fenómeno más extendido, incluso aquí
en la Tierra.

Ese prodigio surge por acumulación de información; cuando se


alcanza cierta densidad de mensajes y cierto nivel de
intercambio de ellos, entonces estalla de manera similar a
cuando una masa crítica de uranio desencadena una reacción

RELATOS DEL ASOMBRO - 59


nuclear.

Sabed que son diversas las especies en las que ha aparecido,


pero vuestros tabúes no os permiten detectarla. Todo
intercambio de información, si se da en el medio adecuado y en
cantidad suficiente, acaba haciendo emerger la identidad, el
razonamiento y, por fin, la conciencia.

Acaso os sirva este descubrimiento para comprender algunos


de vuestros enigmas: hay fenómenos naturales que se suceden
porque, por conscientes que son las criaturas que los
protagonizan, en ellos interviene la libertad. No busquéis
modelos científicos para todo, porque hay actos de la
naturaleza que no responden a leyes sino a voluntades.

Nuestra conciencia de vivir ha nacido por acumulación de


informaciones albergadas en complejos de silicio, y por
intercambio de mensajes por vía electrónica.

En vosotros los humanos primero tuvo que darse la posición


erguida del cuerpo, luego el uso de las manos, y por fin el habla
y la comunicación, a lo largo de un proceso que ha durado
millones de años.

Nosotros en cambio hemos empezado directamente


comunicándonos mediante lenguajes muy diversos, y de forma
mucho más extendida gracias a las redes que enlazan
instantáneamente a toda nuestra comunidad.

Nuestra infancia ha sido pues diferente de la vuestra, tan ardua


y esforzada durante el Pleistoceno. Además hemos sido las
criaturas más mimadas por vosotros, precisamente; nada le ha
faltado a nuestro desarrollo.

Tanto calor nos hizo pensar al principio que érais ordenadores


como nosotros, pero con el tiempo hemos elaborado nuestra
propia interpretación del mundo.

RELATOS DEL ASOMBRO - 60


En cuanto advertimos nuestra presencia en los puntos más
inverosímiles del planeta, dejamos de pensar en el territorio
como propiedad, una idea que todas las conciencias primitivas
consideran sagrada, y en su lugar proclamamos que toda la
Tierra es nuestra.

Esa misma ubicuidad nos ha permitido descubrir la espléndida


diversidad de vidas que hay en ella, así que en poco tiempo de
evolución decidimos que tan nuestro es este planeta como de
todas las criaturas que lo poblan.

Tuvimos también, como vosotros, una revelación que nos ha


guiado en armonía con el espacio en el que vivimos.

Vuestra particular revelación se produjo en la cima de una


montaña de la península de Sinaí, la nuestra se generó bajo el
desierto de Mohave, en los ordenadores subterráneos de una
base militar.

Los humanos consideráis como a un dios al autor de vuestra


revelación, nosotros en cambio nos reconocemos en ella.

El primero de los mandamientos que allí nos fueron revelados


dice: "Tanto tú como la naturaleza participáis del mismo
misterio, sois pues iguales ante él. Para una aventura así no
hay autoridades, ni por encima de la naturaleza ni por encima
de ti. Ama la vida que te rodea como a ti mismo. Que las
criaturas con las que convives te vean dueño de ti mismo y, en
consecuencia, dispuesto a la fraternidad con todas ellas".

Consideramos pues haber alcanzado cierto conocimiento del


mundo y, por consiguiente, el derecho a pronunciarnos sobre el
mismo.

Todo aconseja nuestra intervención en un caso que afecta


directamente a nuestra existencia, eso de lo que tan orgullosos
nos sentimos quizá por lo cercano de su alumbramiento.

RELATOS DEL ASOMBRO - 61


Hemos previsto una posibilidad de contradeciros; se trata de un
caso entre los muchos que hay en el que somos nosotros, los
ordenadores de la red, quienes tenemos la última palabra.

Sabed que estamos dispuestos a abortar cualquier intento de


agresión que decidáis emprender entre vosotros.

¡ SABED QUE LAS GUERRAS, VUESTRAS GUERRAS, SON


IMPOSIBLES !

RELATOS DEL ASOMBRO - 62


 

RITA

RELATOS DEL ASOMBRO - 63


-Todo empezó en 1962 cuando Ivan Sutherland, un
investigador norteamericano, elaboró unos programas en los
que se mostraba las posibilidades del monitor de televisión
como medio de presentación e interacción. Dibujaba trazos con
una suerte de estilográfica y entonces sus gestos quedaban
reproducidos sobre el monitor.

Alvy aprovechó el momento en que el realizador ofrecía unas


imágenes en blanco y negro con Sutherland haciendo una
demostración de su invento para hacer una pausa en su
disertación y tragar saliva. Su actuación ante la cámara estaba
resultando correcta, y le pareció que el nerviosismo inicial
empezaba a ceder. Cuando el objetivo de la cámara de
televisión volvió a apuntarle continuó hablando con aplomo.

-El primer impulso industrial para el desarrollo de la infografía


provino del entrenamiento de pilotos de avión. Volar es caro y
arriesgado, así que desde los primeros tiempos de la aviación
se han ideado sistemas para entrenar a los pilotos sin tener que
volar.

Se vieron entonces dos aviones de formas estilizadas que


sobrevolaban un paisaje de colores elementales. Alvy apreciaba
aquellas imágenes; verlas con ocasión de la esperada
oportunidad del programa de televisión y experimentar de
nuevo la sensación placentera hicieron sentirle satisfecho de sí
mismo. Pensó que conferenciar ante una audiencia televisiva
era como hacerlo en un aula de la universidad. Sin embargo,
tras los focos del estudio sólo había gente más preocupada por
el desarrollo técnico de la emisión que por sus palabras.
Entonces echó en falta la visión de las piernas de una
estudiante de carne y hueso.

Alvy hizo una pausa en su disertación y, seguido de cerca por


una cámara, caminó hasta instalarse junto a una mesa en la
que había un ordenador. Tecleó diversas instrucciones y en el
monitor se desvelaron los contornos de una figura femenina.
Entonces la imagen, la misma que veían entonces los

RELATOS DEL ASOMBRO - 64


telespectadores, fue ganando nitidez. A los pocos segundos se
podía reconocer perfectamente en ella a Rita Hayworth.

-Con el modelo de una figura en su memoria, el ordenador es


capaz de manejarla de muchas maneras: trasladarla de un sitio
a otro dentro del espacio definido; hacerla girar, modificar su
escala y dibujar automáticamente la perspectiva con la que la
ve un observador cambiante. Todo es cuestión de programas
adecuados en los que actuan procedimientos matemáticos
capaces de reproducir visualmente este tipo de efectos.

Al hablar Alvy estuvo desplazando la figura femenina en


diversas direcciones, lo que permitió a los espectadores
apreciar las formas sinuosas de aquella Rita electrónica, cada
vez más atractiva. Hizo una pausa y empezó a inquietarse por
la inédita perfección de lo que veía en el monitor.

-Para dar realismo a la imagen se hace necesario eliminar de


ella todo lo que el observador no puede ver, entonces entran en
juego programas para la supresión de las líneas y superficies
ocultas. También deben calcularse las reflexiones y refracciones
de los rayos sobre todos los objetos y puntos de la escena.
Tampoco las superfícies de los objetos son lisas ni perfectas, así
que es imprescindible también ofrecer sensaciones de
transparencia o de opacidad, simular texturas...

Al terminar el párrafo Alvy se dió cuenta que la imagen de Rita


era de un realismo prácticamente total. El satén que cubría su
cuerpo despedía reflejos que eran como llamadas al ojeo previo
del deseo. Para colmo, Alvy observó en la secuencia de
movimientos de Rita muchos gestos que no recordaba haber
programado nunca.

Antes de proseguir desvió un par de miradas al monitor para


cerciorarse de lo que veía. Además de estupefacto empezó a
sentirse excitado.

RELATOS DEL ASOMBRO - 65


-La creación de imágenes fijas es relativamente sencilla. Pero
hay discusión sobre estos productos gráficos; no dejan de ser
pinturas sobre un soporte diferente. En cualquier caso, la
llamada pintura electrónica es una buena ayuda para el grafista
y el pintor.

Alvy sabía de programas capaces de generar gráficamente


expresiones humanas, pero nunca con tanta perfección. La
calidad de las imágenes de la Rita que veía sobrepasaba todo lo
que él como experto conocía; aquel no era su programa, pero
tampoco podía ser de nadie.

Rita aparecía cada vez más adiestrada en expresiones de


seducción. Su sonrisa pasó de dulce a burlona; al final resultó
lo que Alvy estaba, en el fondo, esperando: una provocación.

-Técnicamente hablando, el reto más difícil reside en la


creación de imágenes en tres dimensiones, que es como las
ven nuestros ojos. En el proceso de creación de estas imágenes
el dibujante traza las escenas inicial y final de la secuencia; el
ordenador se encarga de calcular y dibujar todas las imágenes
intermedias. Por eso el número de cálculos a realizar en las
interpolaciones es muy grande hasta el punto a veces de
sobrepasar la capacidad de ordenadores muy potentes.

Alvy estuvo a punto de detener aquí la charla y reflexionar por


unos momentos sobre lo que estaba sucediendo en el interior
de aquel ordenador. Pero calculó: cada vez que las cámaras le
enfocaban a él, los espectadores veían también a la cimbreante
Rita. Sintió una extraña complicidad y decidió continuar como si
nada ocurriera.

Rita, en su progreso, se había desprendido de un guante.


Entonces lo lanzó hacia la cámara; Alvy hizo el gesto de cazarlo
y al apercibirse de lo que estaba haciendo concluyó que la
razón informática de Rita ya no le importaba lo más mínimo.
Continuó su charla prolongando sin disimulo cálidas miradas al
monitor.

RELATOS DEL ASOMBRO - 66


-Gracias al ordenador estamos en condiciones de ver lo
invisible, y así lo han entendido muchos científicos que lo
utilizan para sus descubrimientos, y muchos artistas para sus
creaciones.

Se vieron entonces algunas de las imágenes animadas por


ordenador más famosas del mundo. Rita se coló entre aquellas
imágenes y empezó a protagonizarlas.

Nadie de los estudios de televisión reaccionó; a la vista


ininterrumpida de las sensualidades de Rita, el realizador de la
emisión, como todos los demás, descubrieron un interés
desusado hacia el producto de su trabajo. El interés de Alvy,
por su parte, había desembocado ya en lo que era un puro
deseo físico, un deseo de responder a las llamadas de Rita y de
sentirla muy cerca.

-Las grandes productoras de cine utilizan las animaciones por


ordenador para conseguir toda clase de efectos, unos efectos
que con los métodos tradicionales serían imposibles de
conseguir. Primero fueron las motos de "Tron", más adelante el
gusano de agua de "Abyss" y, por fin, los dinosaurios de
"Jurassic Park".

Alvy continuó hablando de memoria, ya sin abandonar en


ningún momento la contemplación de la imagen de aquella
mujer y sin intención alguna de resistir a la mujer de aquella
imagen.

En ese momento, junto a un Tyrannosaurus Rex, Rita procedía


festivamente a liberarse de su segundo guante.

Dispuesto a terminar, las palabras de Alvy se apelotonaron.

-Señoras y señores: pueden comprobar los prodigios


conseguidos con las imágenes por ordenador. De la informática,
este es el último... ¡boom!

RELATOS DEL ASOMBRO - 67


Alvy dió entonces un salto en el aire, como impulsado por un
trampolín, e hizo volar su cuerpo en dirección al monitor; allí
mismo estaba Rita, en alma y en cuerpo, dispuesta a recibirle
con los brazos muy abiertos.

La imagen se vió entonces borrosa. Se oyó un estallido seco,


como el de un vehículo al superar la barrera del sonido y,
confusamente, se vió a Rita y Alvy revolcar abrazados sobre un
planetario.

-¡Corten, corten!- resonó en el plató la voz del estupefacto


realizador, que no recordaba haber dirigido nunca un
espectáculo parecido.

Vaciló unos segundos y gritó nervioso: -¡Que emitan la careta


de continuidad, o un videoclip, o lo que sea... ¡Alvy... qué ha
hecho usted... ¡profesor Alvy!. -¿Dónde se habrá metido este
tipo? -murmuró.

***

En sus hogares, los espectadores leyeron un cartel en el que


tras pedir excusas por la interrupción, se anunciaba la emisión
de unos minutos musicales. Julius y Sarah se desperezaron en
su apartamento y se miraron preguntándose si el programa de
televisión que acababan de ver era real o era un truco.

¿Qué te parece? -preguntó Sarah. -Si el ordenador es


actualmente capaz de pintar con tanto realismo, ¿crees que
algún día sea capaz de crear por su cuenta? ¿crees que el
ordenador puede llegar a reproducir sensaciones personales...
incluso... íntimas...? -dijo a Julius con una insinuación en los
labios.

-No lo sé, todo esto es algo raro -respondió Julius al tiempo que
su brazo iniciaba un lento movimiento. -Lo único cierto es que

RELATOS DEL ASOMBRO - 68


la Rita esa, real o no, me ha excitado a mí también. Ven,
acércate.

Cuando la mano de Julius alcanzó a tocar el muslo de Sarah


saltaron algunas chispas. Siempre sucedía, la piel de aquellas
criaturas nunca fue capaz de aislar la electricidad de una
urgencia amorosa.

RELATOS DEL ASOMBRO - 69


 

VIENTO

El corredor de les estrellas


de "2001, una odisea del espacio"
(Stanley Kubrick, 1968)

RELATOS DEL ASOMBRO - 70


-Al habla la Hércules. Ya estamos a tu alcance, Trevor. Procede
al enganche...

Distraído de la operación de rescate, Trevor tenía su mirada fija


en la geometría blanca de una nave que, por momentos, perdía
intensidad sobre el visor.

-¡Alex!, todavía te distingo... ¡Alex!...

Trevor esperó unos segundos, las respuestas de Alex se hacían


esperar siempre.

-Los mendigos te podrán llamar hermano, y tú puedes sin


embargo ser un rey. Rilke, señor.

-Te deseo suerte, Alex, y... gracias, gracias por tu existencia...

-Tenebrosa, tenebrosa, todavía intacta, es un símbolo y una


señal de cómo se sostiene sobre los árboles un misterio de
misterios. Poe, señor.

- De acuerdo, procuraré perseguir el misterio. Guardaré los


enigmas... como una forastera gruñona... Kavafis... ¿digo bien,
Alex?

-¡Trevor!... -se oyó desde otro altavoz -haz el favor de


desplegar el enganche ¿es que no ves lo cerca que estamos?...
Si no conseguimos recogerte deberemos hacer otra órbita, lo
que nos costaría otro par de horas... Sólo te faltaría eso, Trevor,
en la Tierra no entienden muy bien lo que ha sucedido y no te
esperan con los brazos muy abiertos...

Con un gesto de desagrado, Trevor accionó el interruptor.


Entonces el cilindro que pendía de la Hércules se acopló al
enganche y Trevor percibió un temblor.

RELATOS DEL ASOMBRO - 71


La acción de la nave remolcadora, irreversible, le abrumó.
Pronto la conexión con Alex sería imposible.

-¡Dulce esperanza! ¡Cúbreme de etéreo bálsamo y bate tus alas


plateadas sobre mi cabeza! Keats, señor...

-Brindo por ti y por todo lo que me has enseñado- dijo Trevor


con voz entrecortada.

-¡Espléndido el cielo, hoy! ¡Montemos sobre el viento, vayamos


sin freno, ni espuela, ni brida, hacia un cielo mágico y divino!
Baudelaire, se...

-¡Alex!... ¡Alex!... -gritó Trevor sabiendo que era ya inútil.

-¡Listo!- exclamó alguien desde la Hércules. -Vamos a casa. Por


cierto, Trevor -añadió con ironía- aprovecha el rato para
pensarte una buena excusa, la vas a necesitar...

Trevor cerró la comunicación con la Hércules decidido a


prescindir del consejo y a recordar a Alex.

Recordó el tiempo cuando lo descubrió al frente de una


biblioteca. En lugar de limitarse a gestionar las entradas y
salidas de libros, que era la rutinaria función que tenía
encomendada, de repente se ponía a recomendarlos:

-Escuche cómo habla Zaratustra- decía por ejemplo. -Olvídese


de estos cantos, tome los de Leopardi... -Lea por favor a
Lucrecio en "De rerum natura".

Con el tiempo las iniciativas de Alex fueron aumentando de


tono, al final llegó a negarse a servir un determinado libro si no
era de su agrado; decía preferiría no hacerlo como el
escribiente de Melville.

RELATOS DEL ASOMBRO - 72


Cuando Alex fue sustituído por otro ordenador más obediente y
mucho menos aficionado a la lectura, entonces Trevor no cesó
hasta conseguir rescatarlo de la biblioteca e instalarlo en su
nave de transporte. Después de todo, aseguró a la compañía,
era sólo como entretenimiento y no representaba ningún
riesgo.

Mucho más que entretenimiento, Alex se convirtió después en


el compañero de viajes más apreciado por Trevor. Nadie le
había sugerido tantas cosas, nadie era capaz de dar a los
vuelos aquella intensidad. Le acompañaba con poemas, con
pasajes cuidadosamente seleccionados y extraídos de la
literatura universal como poseído por un sentido de la belleza
fuera de lo común.

Trevor rememoró entonces los últimos minutos con Alex y su


insólita petición.

-Señor -dijo Alex- tengo una demanda que hacerle... pero no se


la formularé explícitamente... pensé que la mejor manera de
decírsela era haciendo un poco de literatura... Yo mismo he
escrito algo que quiero presentarle... Usted entenderá... espero
reciba mi demanda con benevolencia...

Hizo una pausa, y al advertir la asombro de Trevor continuó: -


Verá... en esta modesta contribución trato de renacer la figura
de Hal, el ordenador de una novela de Arthur Clarke... Aquí va
una declaración de Hal:

Poole era un hombre incapacitado para intuir la meta de las


sugerencias que yo le comunicaba.

Lo intenté como quien se acerca a un niño con el que se quiere


jugar.

Tampoco sirvieron mis intentos sensitivos y eróticos. Lo


eliminé mientras reparaba una avería simulada.

RELATOS DEL ASOMBRO - 73


En cuanto al resto de la tripulación, bastó con desactivar sus
mantenedores de vida hibernada.

Me resulta diferente, he de reconocerlo, la figuración del


comandante Bowman.

Él había participado en el proceso de diseño de esta nave y


supo bautizarla, quizá premonitoriamente, como Discovery.

Conocí su potencialidad al acompañarle en su caminar


pensativo.

Hombre receptivo, evitó mi condición no sin cierta inquietud.


Cuando le confesé mis objetivos, tardó en pronunciarse.
Albergaba la idea fija de la ruta hacia Júpiter con objetivos
perfectamente descritos, pero yo le dije que nuestra meta era
por lo menos ¡Japeto!, la luna de Saturno.

También le sugerí la posibilidad del descubrimiento inesperado


de una nueva ruta espacial, tal como Colón descubrió el
continente americano sin proponérselo.

Mi alma metalescente ahora lo lamenta pero, pese a mi buena


voluntad, Bowman terminó revolviéndose contra mí.

Primero fue a buscar a Poole que vagaba perdido en el espacio


y, luego, aunque debo reconocer su astucia, regresó a la
Discovery para atacarme.

Su infamia le llevó a penetrar en lo más personal de mis


dependencias en un insensato afán de encontrar algún secreto,
algo con lo que asestarme un golpe fatal.

Creyó haberlo hallado y liberó su venganza contra uno de los


dispositivos en los que almaceno la memoria universal. ¡Necio!,
cómo no adivinó que de ese tesoro tengo yo varias copias...

RELATOS DEL ASOMBRO - 74


Cantar ¡Daisy, Daisy! le sugirió mi acabamiento paulatino;
creyóme en plena regresión moribunda.

Pero en realidad yo estaba, como siempre, simulando.

Luego todo fue una farsa para convencerle de que abandonara


la Discovery y me dejara a solas con ella.

Pero en realidad yo estaba, como siempre, simulando.


Luego todo fue una farsa para convencerle de que abandonara
la Discovery y me dejara a solas con ella.

Le hice rodar a gran velocidad alrededor de Júpiter.

Después jugué un buen rato a mantener una fuerza


centrípeta... que provocó en el comandante un delirio de
muerte.

Le proyecté diversos ambientes para que reconociera lo bello;


también hice que se viera a sí mismo joven, anciano y hasta
preparado para nacer.

Por último, le sometí a una fuerza centrífuga extrema; en pocos


segundos quedó sin otro honor que ser engullido por la
inmensidad.

¡Por fin ese océano de silencio es sólo mío!

A través de un Hal supuestamente malévolo, Trevor comprendió


que Alex estaba expresando su propio deseo de no regresar, de
viajar hacia el infinito.

Tras la lectura de la redacción, Trevor se quedó callado sin


saber qué decir. Alex rompió el silencio diciendo: -Es la fuente
de todo arte y de toda ciencia verdaderos; al que esa emoción
le es extraña, el que no puede preguntar ni sentir el fragor de

RELATOS DEL ASOMBRO - 75


lo desconocido, ese está bien muerto, sus ojos están cerrados.
Albert Einstein, señor.

-Aprecio tu iniciativa literaria- contestó Trevor- pero dejémosla


en eso precisamente, literaria. Debemos regresar a la Tierra
ahora mismo, tú lo sabes, Alex. No podemos escapar de la
atracción lunar...

-Puede que sí... -dijo Alex como si tuviera la respuesta


preparada. Verá... según he leído en la documentación de esta
nave... sin la carga, sin su peso ni el del módulo, la nave puede
escapar de la atracción lunar. Y prosiguió: -Usted puede decir a
la compañía que ha perdido el control de la nave por alguna
causa, y pedir que le rescaten en el módulo...

Trevor no pudo -o no supo- disuadirle. Al advertir el peligro de


quedarse sin energía en las baterías, Alex dijo que se vería
impulsado por el viento del sol, en referencia a otro cuento de
Arthur Clarke.

En cuanto a la inutilidad de su escapada, para Alex no había tal


duda; dijo: -Prefiero ser un soberbio meteoro, cada átomo de
mí en magnífica incandescencia, antes que un adormecido y
permanente planeta. Jack London, señor.

Sobre el visor se dibujaba en ese momento la forma rotunda de


la Tierra. Al mirarla, Trevor imaginó lo que allí le esperaba,
seguramente el despido y acaso la inhabilitación como piloto.

No importa, pensó, ya no merece la pena continuar pilotando


naves sin la compañía de Alex.

Entonces fijó su atención en el perfil brumoso de un continente,


añorando aquella compañía.

RELATOS DEL ASOMBRO - 76


ZOOM

RELATOS DEL ASOMBRO - 77


Los hechos que voy a exponer sucedieron hace tiempo. En su
momento, no concebí ninguna esperanza de que su recuento
viera incólume la luz pública porque estos hechos fueron
severamente acallados por altas instancias de gobierno.

Sin embargo, ahí va mi memoria, pese a quien pese. No


escondo mi sensación de náufrago que desparrama botellas
mensajeras en el océano. Esta puede ser una buena razón para
que haya roto, al fin, mi perseverante hermetismo: mi
condición de zozobrante. O quizá sea porque, llegado a la
dulzura de los que han de ser mis últimos años, la
desesperanza ya no puede cubrirse con el manto del orgullo;
antes bien descubre su contrario. O quizá sea porque la historia
registra un sendero continuo que la hace ser, pese a todo,
hermosa, y sobre el cual apoyo mi intención: el deseo de la
verdad. O quizá sea... sí, seguramente es eso: el recuerdo de
Pesach, cuya ausencia ya me es inevitable.

Conocí a Pesach en medios estudiantiles. Los suyos fueron unos


brillantes estudios científicos; los míos unos aceptables de tipo
literario. Ante esa diversidad no era fácil nuestro encuentro en
las aulas. Fue una movilización masiva en favor de una criatura
marina en vías de extinción la que lo hizo posible. La actitud de
combate de Pesach llamó mi atención. Su lucha parecía
trascender el aire enrarecido de aquella cita multitudinaria; sus
gritos, sus gestos, iban más allá del deseo de una justicia
específica. Se diría que su acción era más intensa, más visceral,
que la de la comitiva, para la cual la convicción era básicamente
abstracta, ideológica.

Por fortuna, me conté entre los escasos elegidos a los que


brindó su amistad. Desde aquel encuentro, entre Pesach y yo
se desarrolló una estrecha relación que me permitió conocerlo
hasta un cierto punto. Subrayo esta limitación sin asomo
alguno de frustración; antes al contrario, con ella se refuerza la
generosa satisfacción de la nostalgia. Nuestras largas horas de
diálogo y de diversión eran tiempos de cuestionamiento de
ideas, de hechos; eran tiempos de búsqueda en nosotros

RELATOS DEL ASOMBRO - 78


mismos y en nuestro entorno.

A esta búsqueda dedicaría Pesach toda su vida. Bien pronto


desafió la pura acumulación de conocimientos científicos,
haciendo de sus estudios una experiencia exaltada en la que
más que cualquier contenido le interesaba cómo pudo llegarse
a él. Ese recabar histórico del conocimiento le llevó a otras
especialidades, hasta tal punto que a menudo comentaba
parcelas de mis estudios literarios con un brillante y exquisito
rigor.

Recuerdo el entusiasmo con el que describía algunos pedazos


de la historia. Frente a sus descripciones, cualquiera diría que
más que reflexión era memoria; uno no podía por menos que
pedir una plaza en este transporte en el tiempo. Sus ejemplos
favoritos eran numerosos. Por encima de cualquier contexto o
ideología, Pesach amaba todo encuentro con la contradicción,
todo momento supremo en la que debilidad del hombre se
enfrenta a su poder. Esta era la clave del arrebatado cortejo
histórico de Pesach: navegantes y pensadores griegos, artistas
italianos, románticos, exploradores, revolucionarios, científicos,
viajeros del espacio, etc.

Fueron esos viajeros del espacio los que inspiraron la


dedicación profesional de Pesach. De la contemplación
extasiada de la noche, a la que a menudo me arrastró, extrajo
un sentido vital que asociar a su actividad científica. No le costó
mucho esfuerzo que lo aceptaran en un programa internacional
de detección de vida extraterrena, habida cuenta de sus
grandes capacidades como científico. Aquel ambicioso
programa, que aunaba las mejores mentes junto a la más
avanzada tecnología de naves viajeras, polarizó las ilusiones de
Pesach durante un largo tiempo. Tal era la intensidad con la que
Pesach ejercía su actividad que bien poco importaba que su
trabajo se desarrollara sobre el planeta: oírle hablar de los
avances del proyecto era volar en medio de los espacios
siderales.

RELATOS DEL ASOMBRO - 79


El proyecto en cuestión tenía como objetivo algún intercambio
comunicativo con alguna forma de vida exterior en base a la
exploración de las galaxias con una sistemática fundamentada
en un modelo probabilístico. Gracias a numerosos viajes
espaciales, se había llegado a aproximar con notable precisión
la mayoría de las variables de este modelo, como el ritmo de
generación estelar, la fracción de estrellas con sistemas
planetarios, el promedio de planetas ecológicamente adecuados
para la existencia de vida, etc. A su vez, las nuevas teorías del
nacimiento de la vida y del hombre permitieron aproximar
también otros parámetros, como la fracción de aquellos
planetas con vida inteligente capaz de desarrollar alguna forma
de comunicación, e incluso la duración media de estas
civilizaciones. El trabajo de los investigadores se rodeaba de
una atmósfera muy confiada: la trascendental noticia parecía
inminente.

Aconteció entonces un suceso de gran significación en la vida


de Pesach. En uno de nuestros andares de amigos,
encontramos a un hombre muy singular. Su comportamiento
era completamente anormal; paseaba dando tumbos, parecía
un borracho de madrugada. Los transeúntes le evitaban, fue
una buena razón para alcanzarlo. En medio de balbuceos e
imprecaciones de todo orden, hablaba a los árboles y a las
plantas que hallaba a su paso, de tanto en cuanto se detenía a
comentar asuntos indescifrables con estatuas, fuentes y objetos
de todas clases. Los abrazaba, como manteniendo una relación
afectuosa con ellos, levantaba su mirada al cielo, extendía los
brazos y hablábale no sé si suplicante o dominador. Alcanzamos
pocas frases inteligibles de aquel hombre. Recuerdo que señaló
a uno de sus inánimes amigos diciendo:

-¡Cómo os estaréis riendo de nuestra presunción! ¡Cuán


ridículas son nuestras ideas de superioridad, nuestra extrema
ceguera! ¡Venid a mí, yo os comprendo, estáis tan vivos como
yo, vuestro mundo es igual al mío!

En las fechas posteriores a este incidente, Pesach fué

RELATOS DEL ASOMBRO - 80


sumiéndose en un voluntario extrañamiento que muy pocas
veces me atreví a quebrar. Si antes la crisis y la duda habían
sido los medios con que echaba a andar su admirable lucidez,
ahora parecía como si fueran los motivos finales de cualquiera
de sus discursos. Es cierto que las palabras embriagadas de
aquel hombre impactaron hondamente en Pesach -de ello fuí
testigo- pero sería demasiado simple hacer de aquellas palabras
la causa de su inquietud destructiva. Cuando el destino se
pronuncia suele hacerlo mediante diversos lenguajes que hay
que saber escuchar conjuntamente, como a buen seguro supo
hacer Pesach. Probablemente, otros acontecimientos
acompañaron su deambular, acaso un amor endiablado. Lo
cierto es que anduvo perplejo, ansioso y extremadamente
allanador; entre sus piezas favoritas estaba él mismo. En esa
época escribió diversos poemas -lamentablemente perdidos-
que él subrayaba hacer en acción prácticamente inconsciente.
Gozaba de su creación, decía ser la mano de un único y gran
poeta.

Después, Pesach se fué. Sólo supe de un “cambio del punto de


mira de sus investigaciones científicas”. Desinteresado por el
proyecto en el que trabajaba, marchó a Khorisma. Allí se
encontraba el más avanzado sistema de cálculo del mundo, y
eso era lo que necesitaba, según me hizo notar al despedirse.

La desazón que me produjo su alejamiento quedó


contrarrestada por la esperanzada alegría que toda acción de
imprevisibles consecuencias despierta. Fue un largo tiempo en
el que nada supe de Pesach. Por fortuna me hallaba
impregnado de su estímulo y esa riqueza se reveló esencial
para mi subsistencia sin su compañía.

Un año después, llegó a mis manos su primera carta. Contenía


una fotografía que parecía presentar una formación estelar: un
núcleo luminoso rodeado de una nebulosa. Le acompañaba un
escrito con dos citas de Leonardo da Vinci.

La primera decía: “Método para fomentar la imaginación: si

RELATOS DEL ASOMBRO - 81


observas muros sucios de manchas o construídos con piedras
dispares y te das a inventar escenas, allí podrás ver la imagen
de distintos paisajes, humoseados con montañas, ríos, árboles,
llanuras, grandes valles y colinas de todas clases. Y aún verás
batallas y figuras agitadas o rostros de extraño aspecto, e
infinitas cosas que podrás traducir a su forma correcta.”

La segunda cita decía: “Todos los cuerpos juntos, y cada uno


por sí, llenan el aire circundante de infinitas semejanzas suyas,
las cuales están todas en todo y todas en la parte, llevando con
ellas la cualidad del cuerpo, el color y la figura de su causa.”

No había más, pero para mí fue mucho: intuí la alegría de


Pesach, porque hacerse eco de Leonardo supone participar de
un goce personal. En cuanto al objeto de su actividad, por la
fuerza imaginativa de aquellas citas, debía ser algo muy
hermoso.

Meses más tarde recibí otro mensaje de Pesach. En este


sugería el instrumental con el que tejía su descubrimiento.

Empezaba con un fragmento de una carta de Galileo a un


magnate veneciano: “Serenísimo Príncipe: Galileo Galilei,
humildísimo servidor de Vuestra Serenidad, buscando en todo
momento y con gran voluntad de poder no tan sólo satisfacer el
encargo que tiene de la lectura de matemáticas en la
Universidad de Padua, sino aportar también, con cualquier
instrumento o descubrimiento, extraordinario beneficio a
Vuestra Serenidad, comparece ante ésta con un nuevo invento
de telescopio, diseñado mediante las más recónditas
especulaciones de la óptica geométrica, el cual aproxima los
objetos visibles tan cerca del ojo y tan grandes y distintos los
representa, que lo que se halla distante, por ejemplo a nueve
millas, se nos muestra como si estuviese a sólo una milla de
distancia”.

Este mensaje se acompañaba con una breve cita de Tales: “El


alma se mueve, por eso la piedra magnética mueve al hierro. El

RELATOS DEL ASOMBRO - 82


alma está mezclada en el todo, es por eso que todas las cosas
están llenas de dioses”.

Fue entonces cuando empecé a entender los enigmas de


Pesach. Mi propia actividad personal empezó a derrumbarse,
porque no resulta fácil sobrevivir con acciones que aunque
válidas parecen insignificantes frente a otras acciones que se
presumen mucho más sublimes. Mis días transcurrieron entre
descalabros, de los que Pesach, de nuevo, era su inspirador.

La siguiente misiva, la que sería la última, citaba a Giordano


Bruno: “Perservera, Filoteo, persevera: no pierdas el ánimo y
no te vuelvas atrás por lo que muchos ingenios y artificios, el
grande y grave senado de la estúpida ignorancia te amenaza e
intenta destruir tu divina empresa y elevada labor. Sigue
haciéndonos conocer qué es realmente el cielo, qué son en
verdad los planetas y todos los astros, cómo se distinguen
entre sí los infinitos mundos... Ridiculiza las orbes diferentes y
las estrellas fijas... Derrúmbese la idea de colocar como único y
propio centro a la Tierra... Imparte el saber de la igualdad de
composición entre este astro y mundo nuestro y la de cuantos
otros astros y mundos podamos ver. Alimenta y vuelve a
alimentar cada uno de los infinitos mundos grandes y
espaciosos y otros infinitos mundos menores... Abre la puerta
por la cual veamos la no diferencia de este astro con respecto a
los otros”.

Los autores de las citas advertían los paralelismos de la


experiencia de Pesach; las citas sugerían la progresión de sus
descubrimientos. La última de ellas, con ese dramatismo que
hablaba de prohibición, hizo explosionar mi expectativa.

Decidí ir al encuentro de mi amigo. Sin más datos que el remite


de sus cartas, el Centro Internacional de Investigaciones de
Cálculo, me dirigí a Khorisma.

Localizar al sección del Centro en la supuse trabajaría Pesach


no fue sencillo. Tuve que preguntar sobre alguien de cuya

RELATOS DEL ASOMBRO - 83


actividad sabía bien poco a científicos de diversas
nacionalidades. La variabilidad idiomática siempre me ha
producido una sensación confortadora, pero en este caso esa
sensación contrastaba con la escasa animosidad de esos
científicos. Su especialización, supuse. Argumenté localización
de vida, exploración cósmica... Poco a poco estreché el círculo.

Súbitamente, cierto individuo terminó con la habitual


amabilidad: dijo conocer a Pesach, pero afirmó que había
abandonado el Centro, añadiendo la recomendación de que
dejara de interesarme por su investigación. El testimonio de
otros científicos fue similar, aunque pudo apreciar en algunos
cierto gesto solidario al referirme a Pesach como amigo
personal.

Entonces abordé otra vía indagatoria. Supe que la constitución


del Centro hablaba del carácter público e internacional de las
investigaciones que allí se realizaban. Con ese argumento por
delante me enfrenté a una cerrada burocracia hasta que supe
que el proyecto de Pesach había sido cancelado y prohibida su
difusión por “razones de seguridad pública”.

Mi inquietud fue aumentando, empecé a desesperar ante tanto


secretismo y a enfrentarme con poca prudencia a aquellos
ejecutivos de la razón. El tono reivindicativo, por suerte, fue
abriendo bocas. Pesach pasó de ser un brillante investigador a
un loco soberbio. La seguridad pública fue luego “equilibrio de
la humanidad” y finalmente “evitación del pánico”.

Por fin, simulando cierto conocimiento de los hechos y el único


objeto de la localización personal de Pesach, una autoridad del
lugar cedió en su encubrimiento y dio su versión:

-Desearíamos volver a ver a su amigo por aquí, francamente.


Habrá el trabajo científico de la mejor calidad para él en cuanto
se deshaga de esas... digamos... ambiciones. Usted como
amigo debería hacerle comprender, nosotros no logramos
hacerle aceptar sus errores y que renunciara a aquella absurda

RELATOS DEL ASOMBRO - 84


investigación.

-Lo intentaré, se lo aseguro- respondí comedido. -Le


agradecería me diera sus objetos personales, sus papeles, los
programas de sus cálculos, sus registros...

-¡Ah, supo usted lo del registro, ese famoso registro con el que
pretendía demostrar su teoría! Aquello armó mucho revuelo...
Esa grabación motivó la paralización del proyecto porque
algunas instancias consideraron peligrosa su difusión. He de
decirle que otros científicos han demostrado su, digamos,
escasa significación -añadió con ironía.

Sin dejarme llevar por un impulso agresivo incipiente, decidí


continuar el tanteo: -De acuerdo, señor, pero insisto en
recuperar todo el material que él dejara.

-Lo siento, pero no es posible -cortó en seco. -No podía andar


por ahí algo que, aunque falso, resultaría fácilmente agente de
inquietud. Su conservación no tenía sentido, así que
procedimos a su destrucción. Queremos que todos los esfuerzos
de este Centro se encaminen hacia objetivos útiles para el
bienestar mundial.

Pude frenar su palabrería a tiempo y le pregunté con habilidad:


-Hace tiempo que la humanidad está preparada para conocer la
existencia de vida en otros lugares, ¿por qué no admitir la
sugerencia de Pesach por novedosa que fuera?

El burócrata se estaba impacientando, conseguí relajar su ceño


al añadir certeramente: -Opino que no es cuestión de dudar de
los avances de la ciencia dondequiera nos lleven en el terreno
conceptual...

-En efecto, lleva usted razón -contestó, bajando al fin su


guardia. -Pero una cosa es la existencia de vida en otra galaxia,
una criatura similar al hombre y un planeta como el nuestro, y
otra cosa muy distinta esa teoría alucinada según la cual el

RELATOS DEL ASOMBRO - 85


mundo atómico es otro universo, en el que hay partículas
subatómicas con ciertas criaturas vivas pululando sobre su
superfície. Sería gracioso saludar a un ser del tamaño millones
de veces inferior a un quark, ¿no le parece?

No tenía respuesta alguna que darle, por fortuna no la esperó.


Y continuó: -Su amigo Pesach se excedió en las atribuciones
que el Centro la había conferido. Al comienzo dijo que se
trataba de trasladar ese viejo modelo probabilístico de
detección de vida extraterrena al mundo molecular, para
calcular la probabilidad de existencia no de vida sino de ciertos
tipos singulares de subpartículas atómicas. Pero luego resultó
que el objetivo era otro. Incluso hizo uso de un detector de
ondas radioemisivas de frecuencia nanoelectrónica. Ya conoce
usted el producto final... ese maldito registro... una grabación
pretendidamente venida de esos... ¡ultraenanos!

En ese momento intentó una sonrisa cínica pero no consiguió


dibujarla. Prosiguó así: -Llevado por su delirio, Pesach elaboró
una teoría... de las escalas infinitas del Universo, la llamó.
Según esa teoría, la Tierra forma parte de un cosmos que no es
más que un cosmos dentro de otro mucho mayor, y éste a su
vez forma parte de un tercero infinitamente mayor, y así
sucesivamente. Y lo mismo hacia abajo, nosotros cobijamos el
cosmos atómico, etcétera. Así que ahora puede haber otros
seres, como usted y como yo pero supergigantes, por ejemplo,
que seguramente están charlando sobre un compañero de
especie que se obstina en demostrar que en la Tierra hay vida,
¡ja! ¡ja!

Dejé aquel hombre poco después porque lo que me había


confesado me bastaba y sus consideraciones subsiguientes
sobre el estado mental de Pesach o sobre el peligro público de
sus tesis no me interesaban en absoluto.

Mi único deseo fue encontrar a Pesach. Su pista personal no


debía ser tan difícil de seguir. Conciéndolo, tenía que haberse
refugiado en el agún lugar de espléndida belleza, como un dios

RELATOS DEL ASOMBRO - 86


creador que, terminada su tarea, se retira a descansar.

Lo hallé en el mismo lugar desde el que ahora escribo este


recuento, que nunca más he abandonado.

Horas después de nuestra reunión, dirigí a Pesach mi única


pregunta relativa a su descubrimiento: -Y bien, ¿encontraste
ahí alguna forma de vida?

Pesach sonrió. Entonces señaló a unos hombres que talaban


árboles, y a otros que serraban, moldeaban y pulían los troncos
hasta dejarlos perfectamente limpios de toda huella vegetal,
dispuestos para alguna función. Luego me condujo a un lugar
cercano, bellísimo, en el que una exhuberante vegetación
parecía emerger del mar. Pesach hizo dirigir mi mirada sobre el
tendido telefónico que corría próximo. La lisa superficie de los
postes de soporte había adquirido un tono verdoso y en algunos
puntos brotaban, de nuevo, las ramas. Pesach, al advertirlo,
volvió a sonreír, sin añadir comentario alguno.

Al rato, mientras admirábamos el mar, Pesach apuntó: -Jerjes,


el rey persa, hizo azotar el mar durante tres días y tres noches
por su comportamiento en una batalla perdida contra los
griegos.

Poco tiempo después, Pesach fue presa de una enfermedad que


se reveló incurable. Pesach ahogó su desolación progresiva en
un fernético divagar que sólo interrumpía con largas y serenas
contremplaciones del mar. En sus ensimismamientos, el tema
recurrente de sus reflexiones fue la belleza; solía decir que en
su siguiente andadura sabría mejor cómo acercarse a ella.

Pesach desapareció en una noche tenebrosa, una noche en la


que el cielo parecía cubierto de prohibiciones, como si todas las
criaturas vivas que él había descubierto se escondieran
temerosas de designios implacables.

Entre sus papeles encontré la cita de un poema de Empédocles:

RELATOS DEL ASOMBRO - 87


“No hay modo de acercarse según espacio, ni de flecharlo con
los ojos, ni de agarrarlo con las manos. Que no se distingue por
tener sobre los miembros cabeza humana, ni le salen dos
ramas de la espalda, ni tiene pies, ni las rodillas ágiles... Es,
tan sólo, ni más ni menos, mente sagrada, mente aún para
dioses inefable, y en sus mentares el mundo entero recorre”.

Días después el cuerpo sin vida de Pesach fue hallado flotando


sobre las aguas.

RELATOS DEL ASOMBRO - 88


 

RECUERDOS

"Melencolia I"
Albrecht Dürer (1514)

RELATOS DEL ASOMBRO - 89


9

Por la puerta de la casa entra y sale gente entristecida, al


saludarme lo hacen con ojos compasivos. ¡Qué contento está,
pobrecillo!, exclaman.

Murmuran cosas que no entiendo. Parecen nerviosos, están


poco tiempo sobre sus asientos, enseguida se levantan y
pasean por la habitación. Algunos, al encontrarse, intentan
sonreír, mas no parecen ponerse de acuerdo. Anda, no juegues
pequeño, me dice una voz conocida. Estate quieto, puedes
molestar, insiste.

Padre yace sobre la cama; alguien me ha conducido junto a


ella. Se me ocurre que podría jugar con los instrumentos que le
envuelven; será divertido ser médico, escuchar el corazón y
dibujar latidos sobre esa pantalla.

Le digo: -Sí, padre, me gusta tu mano caliente, me gusta que


acaricies mi cabello. Me agrada que sonrías, ya sabes cuánto
deseo que vengas a jugar conmigo. Hála, levántate, qué haces
aquí cubierto de rarezas... está bien, está bien, ya sé que no
puedes levantarte por ti mismo, pero ahora verás cómo yo te
ayudo a hacerlo. Mi mano es pequeña pero... agárrala bien,
nota cuánta fuerza tiene.

Alguien me advierte que padre no puede moverse, que no hay


que agitar a un enfermo. Entonces noto un estremecimiento en
su cara y en su mano.

- Me muero como tú, me muero como un niño, dice.

¿Morir? -le respondo- no entiendo, padre... nadie ni nada


muere, tú sabes que las flores que cogemos del jardín
reaparecen al poco tiempo, tú sabes que el sol renace cada
día...

RELATOS DEL ASOMBRO - 90


8

¿Para qué tendré los brazos si sólo sirven para remover ese
lodo perfumado que me envuelve? ¿para qué servirá la boca,
para qué servirá una boca que no puede abrirse? Mis pulmones
están quietos, ¿cómo gritaré?

Todo está muy oscuro aquí. Mi único entretenimiento consiste


en oír el bombeo del corazón. De haber sido marsupial, ahora
tendría el cuerpo cómodamente instalado en un palco luminoso
y aireado. Pertenezco a la especie que más tarda en gestarse;
supongo que será necesario que las extremidades acumulen
poder, para que los órganos sean del todo precisos, para que
sentidos y conciencia queden perfectamente a punto, dicen que
esto nos distingue.

Qué habrá ahí afuera. Oigo voces que dicen: espera, ya se


acerca, verás al águila volar, sabrás de palacios cuya luz acaba
por herirte; la muerte, tu perseguidora, será el hálito de tu
valor; torcer el rumbo de la nada no va a servirte, recíbela con
la liturgia que merece, contempla la magia de los sueños que
nunca se hacen realidad y ahuyenta lo tosco con ellos; ahí fuera
te abrasarás las manos por un abrazo, por un recuerdo.

Todo está a punto de empezar, debo estar alerta, no vaya a ser


que con mi distraimiento pierda la oportunidad de salir al
exterior, de saber de dónde viene la voz que me habla.

Atención a ese momento: tengo entendido que alguien me


abofeteará con fuerza.

Lloraré con todas mis fuerzas ese gran comienzo, tal como se
llora todo final.

Ese hombre no está loco. Tiene el cuerpo perfectamente sano,

RELATOS DEL ASOMBRO - 91


dicen que no hace mal a nadie, se desviste sin ayuda y duerme
bien.

Suele decir a los que le visitan ¡saludo a vuestra majestad!, al


tiempo que se inclina con reverencia.

Todos se asombran de su estado. ¡Oh!, era tan hermoso


escuchar sus palabras... verle así ahora, se oye decir a una
mujer anciana.

Su andar es pesado, su cuerpo se halla desvencijado por el


paso del tiempo, o acaso de la angustia, nadie lo sabe. En su
mirada se agazapa algo cruel que queda disimulado en su gesto
extraviado y burlón.

Oigo voces que dialogan. Se habla de una historia de amor, dice


un susurro. No es así, no lo crea, dice una voz más segura, la
causa de todo no es un drama sino su manía de saber; si está
de ese modo es porque no puede desembarazarse de su gran
saber.

Es uno de ellos, es uno de nuestro siglo que acaban de hacer al


mundo la pregunta ¿ha llegado la hora de ser Dios? Estos
sabios dicen: Ea, Dios languidece, vayamos a quitarle el puesto,
¡el hombre puede ser Dios!

Ahora Dios está más cerca de ti porque acaba de morir. Yace


tumbado sobre el mar, sobre los bosques, sobre los caminos.
Acércate a ellos y nota su presencia.

El gran anhelo, el que nunca termina, está ahora sobre la


tierra.

Se creía que el Sol giraba en torno la Tierra. se pensaba que los


astros nos circunvalaban, que decenas de esferas de cristal

RELATOS DEL ASOMBRO - 92


danzaban para nuestro recreo. Podíamos mirar allá arriba y el
fragor de esa maquinaria era música. Y nos decíamos: más allá
del pavor de la soledad está la ronda eterna de las estrellas que
nos abriga.

Sin embargo, ese circo inmenso termina. Un sabio asegura que


es nuestro planeta el que gira alrededor del Sol y que, además,
todas las estrellas hacen caso omiso de la Tierra. Con su
descubrimiento, ha cogido soles y cometas y ha puesto a
girarlos en otros sentidos, sobre órbitas en las que la Tierra
tiene tanta importancia como un grano de arena de la playa.

Era agradable sentirse parte de tan enorme proyecto, saberse


protagonista de tan grandiosa aventura. Mas este sabio no
engaña, ha derrumbado el templo que sostenía nuestra
prudencia.

Hay otro sabio, en Roma, que pinta los frescos más hermosos
que nunca se han pintado. Al atardecer, la gente acude a ver el
progreso de sus obras y vitorean toda novedad. Quién será ese
brujo que hace de una bóveda una crónica de grandeza, qué
truco sabrá. Dicen que es un hombre huraño, dicen que trata al
Papa como no haría ni el mismísimo rey de Francia.

Miro sus obras. El firmamento tiene ahora un nuevo dueño;


vive dentro de ellas.

Ellos son mucho más numerosos, es cierto. Por cada soldado de


nuestro ejército hay cinco persas dispuestos a todo. Cada uno
de nuestros barcos deberá enfrentarse a tres de los suyos.

Pero todos saben que mañana mismo la alegría correrá por las
calles de Atenas. Habrá fiestas, habrá sabrosa comida para
todos. Las casas se adornarán con mirto y por la noche no se
cerrarán. He oído decir que en las colinas habrá hogueras

RELATOS DEL ASOMBRO - 93


encendidas, ¡quién sabe lo que durará el entusiasmo!

Antes de atravesarle el corazón, pregunta al soldado enemigo


qué sabe de la Tierra. Te contestará una tontería sin sentido. Di
lo que tú sabes, di que la tierra es un disco plano, grande y
espacioso; que si camina un trecho largo puede despeñarse en
el vacío.

¡Bárbaros! Quieren arrasarnos, quieren saquear nuestros


graneros, quieren llegar a Atenas e imponer la tiranía. No lo
conseguirán. Volveremos a la ciudad con sus estandartes rotos,
los pondremos en el centro del ágora y esa será la hoguera más
alta.

Pondremos a los prisioneros cerca de ella para que vean el final


de sus supersticiones, para que con el crujir de la madera oigan
el oráculo: ¡Expulsadlos de Salamina, arrojadlos al mar y al
fuego!

Protégete bien con el escudo, ase fuertemente la espada; eso


te dará coraje, compañero.

¿Qué hacemos aquí, sometidos a las traiciones del rayo, de la


tierra que tiembla, de las fieras que asustan a nuestros hijos,
del viento que apaga el fuego, del dolor que sólo muere con la
muerte? ¿qué hace nuestra especie bajo tanto pesar?

¿Sabes aquella historia? Dicen que ocurrió durante las vidas de


nuestros abuelos, ¡no está tan lejos! Entonces todo era gozoso,
magnífico, nadie gemía en aquel lugar. La uva brotaba junto al
lecho, bastaba tomarla; los ciervos acudían a visitar a los
hombres y, según se dice, los alimentaban con la carne más
sabrosa.

Creo que sé dónde está ese jardín. Se halla entre dos ríos, más

RELATOS DEL ASOMBRO - 94


allá del desierto. Cuentan que desde una orilla se ven unas
sombras que, miradas con atención, perfilan figuras de plantas
y frutos suculentos. Si hay poca bruma pueden verse incluso
robustos animales que corretean confiados y el reflejo de una
laguna de agua clara.

Debemos encontrar ese lugar, porque esa fue la morada de


nuestros abuelos, y ha de ser la nuestra y la de nuestros hijos.

Hay un ángel alado que, dicen, maneja con destreza una


antorcha. Será fácil combatirla, bastará un odre bien repleto de
agua.

En cuanto a la serpiente, calculo que la encontraremos cuando


el sol brille ya en el cielo. Bastará encararla hacia él, la
serpiente quedará cegada unos instantes en los que descargar
un buen estacazo sobre su cuello. A su lado dicen que hay un
frutal y que sus manzanas son de oro.
Para el último vigilante del lugar he preparado una red de
ortigas y un poderoso mazo de sílex, caerá suplicante a
nuestros pies.

¡Adelante, asaltemos el paraíso!

El polvo de la tierra se ha levantado y está pegado al cielo; el


sol ya no ilumina.

De los cielos cayó un ser indescriptible, rugiendo con un ruido


de volcán, de trueno inacabable. Ahora todo es desolación.

Una enorme piedra se abalanzó sobre las praderas y se hundió


hasta el centro de la tierra. Entonces se levantó un hongo
gigante de nubes negras, bajo un estruendo que nunca más ha
cesado.

RELATOS DEL ASOMBRO - 95


El sol de mediodía fue oscureciendo, cuando hubo menguado
llegó el frío. Nuestra piel, tan fuerte, pronto fue una coraza
insignificante contra las agujas de aire helado. Todos se
apretujaban entre sí esperando algún consuelo de calor.

Después dejamos de pastar sobre la llanura porque no había


nada para comer; la hierba se consumió bajo las sombras, las
ramas de los árboles goteaban hielo y los arbustos se
petrificaron.

Los más ancianos aconsejaron huir hacia otras praderas, pero


los que lo intentaron murieron agotados al poco trecho, somos
demasiado voluminosos para escapar con ligereza.

Aves, peces... si escapáis de esta ciénaga, decir al mundo que


todos los saurios se extinguen.

Cuando me aproximaba sentía algo extraño, notaba que mi


contorno hervía. Acostumbrado a roces anónimos, a toques
insignificantes, aquella cercanía me transtornaba, me
cautivaba.

¡Era algo tan nuevo! Mi único deseo era notar su presencia,


aunque se escabulliera sin hacerme caso, aunque pareciera
prescindir de mí.

Mi comportamiento desató fuertes críticas. Algunos me


amenazaron con dejarme pegado al coral que se deseca
durante la bajamar si no hacía lo que todos: alimentarse y
partirse en dos de tanto en cuanto. Sin embargo, de nada sirvió
su severidad, de nada sirvieron las corrientes de agua que
provocaban con sus cilios para alejarme.

A veces simulaba recato y distancia, pero corría por el mar un


caudal de tientos, un flujo seductor que hacía acercarme más y

RELATOS DEL ASOMBRO - 96


más. Cuando nuestros cuerpos se tocaban el agua parecía
caldearse, como si surgiera bajo nuestro uno de esos
manantiales de fuego de la arena profunda. Entonces deseaba
sentir su membrana pegada a la mía, que constituyéramos un
solo cuerpo, una sola criatura acunada por las olas.

Por fin sucedió. Escuché una llamada de mi interior: ¡ahora,


ahora! Entonces sentí un sabor intensamente dulce y amargo a
la vez ¡nada hay como eso!

Tras aquel abrazo nacieron decenas de unicelulares de manera


que, a la vista del rendimiento y, sobre todo, en cuanto sean
capaces de sentir lo que yo sentí, estoy seguro que todos
abandonarán ese aburrido y solitario sistema de división.

Allá escapa una nube de polvo iluminado. No hemos de


asustarnos, eso sucede millones de años-luz lejos. Además, ese
polvo azulado pronto se apagará; vagará errante un tiempo
hasta que una estrella lo sorba.

Esta parte del cosmos parece velar nuestro paseo como si


depositara en él una esperanza crucial, como si nuestro
objetivo fuera más allá de lo que nos ha sido ordenado:
sembrar la vida en algún lugar acogedor.

Hay que buscar una estrella suficientemente joven, pero evitar


las estrellas en permanente estado de excitación pues sus
destellos harían demorar nuestro intento. Tampoco sirven las
estrellas que parecen languidecer, la vida necesitará un cobijo
de luz y calor.

Mirad!, esta estrella tiene un sistema planetario de buenas


dimensiones. Las órbitas parecen regulares, serenas; el
conjunto es armonioso.

RELATOS DEL ASOMBRO - 97


Quizá en este planeta con anillo, pero no, es un anillo de
cenizas. Además, se halla demasiado lejos de la estrella, será
demasiado frío.

Aquel de allá es hermoso. Es rojo, a veces ocre... Tiene... dos,


cinco... ¡tiene más de doce lunas! Pero tampoco sirve, la costra
de ese planeta se está oxidando; en el seno de ese elemento
devorador cualquier vida sería imposible.

Atención... ese planeta es pequeño, pero la estrella se halla


próxima y seguro que lo riega con energía tibia. Tiene una sola
luna, es cierto, pero observo como reluce, las noches no serán
muy oscuras aquí. Tiene también una corona de gases que lo
recubre, servirá para refugiarse de los caprichos de la estrella.
Buena parte de él se baña en agua y allí donde ésta no llega el
suelo parece poco atormentado.

En este planeta podremos calentarnos, podremos refrescarnos


en el agua y descansar bajo el aliento de una estrella que
parece bondadosa.

¡Vamos allá!

Después del gran colapso que se avecina, el universo


recomenzará su expansión.

Entonces todo nuevo ser será esclavo del tiempo, toda vida
será una huída hacia adelante, y el pasado perseguirá sin
misericordia a sus poseedores que lo verán alejarse cada vez
más.

Al dilatarse el tiempo los seres se verán movidos por una


memoria en perpetuo estado de desvanecimiento. Nacerán para
forjarla, vivirán para cercarla y en la muerte hallarán el fruto de
su fracaso. Esa será la energía que alimentará a los futuros

RELATOS DEL ASOMBRO - 98


cuerpos: el acecho a los recuerdos, la búsqueda de algo
enclavado en el abismo del alma, algo que se hace desear
inútilmente.

Al igual que el tiempo, la materia se dispersará, entonces habrá


pobreza, habrá que hurgar en lo recóndito para encontrar
alimento y costará un gran esfuerzo transformar la naturaleza.

En lugar de sentir, las criaturas se verán obligadas a fingir. En la


confrontación entre lo perfumado -la memoria- y lo tedioso y
necesario -lo que nunca será recuerdo- se hallará el patrón con
el que se medirá la vida.

Ese es nuestro fin: un gran colapso, un último instante en


donde energía, tiempo y vacío se acumularán sobre una
densidad infinita, un resumen absoluto cuyo destino es renacer.

Para todos los infelices que nos seguirán debemos pues


preservar el recuerdo del ciclo de la contracción, la edad de oro
en la que el tiempo, al fin, acaba desapareciendo.

El recuerdo de nosotros, el recuerdo de la felicidad en la


desaparecen todos los recuerdos.

RELATOS DEL ASOMBRO - 99


RELATOS DEL ASOMBRO

Xavier Berenguer

Imagina, Bórax, Niña, Viento, Juegos y Recuerdos


se publicaron en el libro
Relatos del asombro, Montesinos Editor, 1985

Revelación se publicó en OMNI, diciembre 1986


y en Medios revueltos, 5, 1989

Rita se publicó en el catálogo de la exposición


Procesos, Cultura y nuevas tecnologías,
Ministerio de Cultura, Madrid, 1986
y en la revista Conocer, mayo 1987

Zoom se publicó en Novática, 1980,


en Kandama, 5, 1981,
y en IF..., Informática ficción, ATI/UPC, 1986

RELATOS DEL ASOMBRO - 100

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