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SEPTIEMBRE 21 de 2019
EDICION 1951
PORTADA
Elecciones bajo fuego
Tres candidatos a alcaldías asesinados, siete a concejos, más de 40 amenazados y 402
municipios en riesgo de sufrir episodios de violencia política forman la antesala de las
elecciones de octubre. ¿Qué está pasando?
Las visitas de los presidentes colombianos a la Asamblea General de la ONU, en el otoño del
hemisferio norte, son un rito trascendental para presentarle a la comunidad internacional
las claves de la política exterior. Generalmente, los mandatarios entregan en la sede de
Nueva York su visión sobre las relaciones entre el país y la comunidad de naciones. La
próxima semana el presidente Iván Duque viajará a esa ciudad y, aunque lo hace con el
propósito de atender compromisos multilaterales en la ONU, llevará mensajes claves para
la Casa Blanca de Donald Trump. La cita en septiembre es una rutina anual, pero en esta
ocasión todo es diferente. Si bien conserva la costumbre de presentar en sociedad la
posición diplomática del país, ahora hay elementos políticos que concentran la atención de
los medios diplomáticos y periodísticos. A simple vista, la fotografía de Iván Duque y Donald
Trump indica un giro frente a lo que significaron los años de Juan Manuel Santos y Barack
Obama. En el último año y medio, con la llegada de ambos a la presidencia de sus países, se
produjo un cambio ideológico notable. Santos y Obama, los dos premios Nobel de Paz, se
jugaron por el proceso de negociación para superar el conflicto interno. Duque y Trump son
escépticos y valoran la mano dura frente a la guerrilla. Curiosamente, Santos-Obama y
Duque-Trump coincidieron en sus respectivas presidencias con posiciones que convergían
con las de su contraparte. La relación Duque-Trump se facilita por coincidencias políticas e
ideológicas, de la misma manera que fluyó la de Santos y Obama en el proceso de paz. No
importa que haya momentos políticos diferentes en cada país, ni que la negociación entre
los Gobiernos colombianos y la guerrilla de las Farc haya tenido rumbos tan diferentes bajo
los mandatos de Santos y Duque. La aproximación ideológica de los Gobiernos determina,
con otros factores, cómo el conflicto interno puede afectar la relación bilateral. El otro
tema es Venezuela. La triangulación en las relaciones entre Bogotá, Caracas y Washington
no es un fenómeno nuevo. Siempre ha habido algún tipo de vaso comunicante. Pero en los
últimos tiempos, esa realidad ha asumido nuevas dimensiones. Los Gobiernos de Hugo
Chávez y Nicolás Maduro aportaron a los diálogos del Gobierno de Juan Manuel Santos con
las Farc. Probablemente, sin la presencia de Chávez, nunca habría sido posible dialogar en
La Habana. Al presidente Duque le ha tocado enfrentar un escenario más complejo, en el
que es evidente la cercanía entre el Gobierno de Cuba y la disidencia de las Farc. Si en la era
de Santos los diálogos con la guerrilla aplacaban las relaciones bilaterales, en la de Duque
las dificultades en el proceso de paz –agravadas por la disidencia de Iván Márquez–
dificultan una relación diplomática bilateral como la que hubo en los últimos años. Los
desafíos no solo surgen de Bogotá y Caracas. La presencia de Donald Trump en la Casa
Blanca implica una política exterior de mano dura que retoma elementos de la Guerra Fría
y revive el discurso de los años sesenta, y por lo tanto contribuye a complicar las relaciones
en la subregión. La semana pasada salió del Gobierno John Bolton, el consejero de
Seguridad Nacional, quien dejó su cargo en medio de críticas a la política exterior de su jefe.
Se cuidó, eso sí, de respaldar la posición crítica de Trump hacia el Gobierno de Caracas. Sin
embargo, desde hace mucho tiempo –¿o acaso por primera vez?– no se veía un panorama
de tanta tensión simultánea entre Caracas, Bogotá y La Habana. Ni siquiera en los años de
la Guerra Fría, cuando la gran mayoría de los países de la región estaban alineados con
Washington en la batalla anticomunista. El contexto hemisférico tampoco favorece la
cooperación. Hay divisiones profundas sobre los temas de mayor importancia y respecto a
la manera de construir mecanismos de trabajo conjunto. Ninguna de las instituciones que
han ejercido liderazgo en la época de la Guerra Fría tiene un nivel de actividad y credibilidad
como en los años sesenta y setenta. Para tratar el tema de Venezuela, el lunes próximo está
agendada una reunión del Tiar (Tratado Interamericano de Asistencia Mutua), un órgano
asociado a la Guerra Fría y a la competencia contra la expansión comunista, y en desuso
desde hace tiempo. Ya se perciben las dificultades para generar consensos y puntos de
convergencia. Estados Unidos, Colombia, Canadá y Brasil mantienen su esperanza en ese
instrumento, pero otros países –Uruguay, Panamá, Perú, Trinidad y Tobago– tienen
posiciones críticas. El consenso pinta esquivo. Y está, nuevamente, el poder destructivo
del narcotráfico. Incluso entre Colombia y Estados Unidos –aliados naturales frente al
tema– se han presentado rencillas y tensiones por manifestaciones duras del Gobierno
Trump sobre la falta de cooperación de su colega Iván Duque en la lucha contra las drogas.
Que se debilite el eje Bogotá-Washington en la política contra el narcotráfico pone en tela
de juicio la cooperación multilateral en los grandes asuntos de la región. El momento es
complejo. El viernes presentó sus credenciales en Bogotá el nuevo embajador, Philip S.
Goldberg, quien tuvo que esperar dos años para lograr que el senado de su país lo
confirmara. No tiene una tarea fácil: debe coordinar posiciones sobre Venezuela, disminuir
la exportación de cocaína a Estados Unidos –en un punto récord–, mantener el apoyo de su
país al proceso de paz con las Farc a pesar de su desprestigio, y sostener tendencias
positivas en el comercio y en la inversión. Demostrar, en una palabra, que a pesar de los
problemas que vienen enfrentando, Bogotá y Washington pueden todavía ser grandes
aliados en la región.
País escoltado: los costos de la violencia política en Colombia
Con un costo de más de 2.500 millones de pesos diarios, cerca de 7.400 colombianos
tienen escoltas. Entre ellos, más
de 500 candidatos a las próximas
elecciones.
Tenemos que dejar al día, en las
próximas 72 horas, todas las
solicitudes de protección
recibidas hasta la fecha”. Esta fue
la orden y el plazo que el lunes 16
de septiembre le dio el
presidente Iván Duque a la
Unidad Nacional de Protección
(UNP) para que esa entidad entregue esquemas de protección, vehículos y escoltas a más
de 500 candidatos a Gobernaciones y Alcaldías. El primer mandatario hizo su anuncio en
medio de la zozobra generada en las últimas semanas por el asesinato de siete candidatos
en varias regiones del país y por el incremento de amenazas contra decenas de aspirantes
a cargos de elección popular para las elecciones de octubre. El día señalado por Duque la
UNP había cumplido con la entrega de esquemas para 565 candidatos de 130 partidos
diferentes. “Entonces ya habían llegado otras 1.100 peticiones nuevas de candidatos para
solicitar esquemas, por lo que en primer lugar debemos pedirle ayuda a los partidos para
que nos digan ellos mismos –que conocen sus candidatos y regiones– cuáles son los más
relevantes y urgentes. Hay 117.000 candidatos, y obviamente no podemos protegerlos a
todos”, explicó a SEMANA el director de la UNP, Pablo Elías González.
F.S.: ¿Por qué después de suficiente evidencia científica sigue habiendo tabús sobre el uso
del cannabis medicinal?
M.O.: En Colombia, debido a nuestra historia y a intereses económicos y políticos, hay
mucha resistencia desde diferentes sectores. El tema final de discusión es cómo podemos
trabajar en conjunto para que no existan esas barreras y que las personas puedan
beneficiarse de una alternativa terapéutica como esta. Es clave que el cannabis sea prescrito
por especialistas que hayan recibido educación de alta calidad, que puedan hacer
seguimiento y administrar las dosis de sus pacientes. Pero al final la discusión es ética: si es
claro que hay personas que necesitan esta alternativa terapéutica y en muchos países ya se
está usando, ¿por qué no puede suceder lo mismo en Colombia? ¿Cómo lograr que
pacientes que padecen enfermedades cuyos síntomas deterioran su calidad de vida puedan
aliviarse? Los detractores del cannabis medicinal pueden poner a la gente en contra
mencionando mitos. Hay que desmitificar con argumentos médico-científicos y medicina
basada en la evidencia. Existen situaciones tan complicadas como la epilepsia refractaria en
niños que convulsionan muchas veces al día, que pueden ser tratados con cannabis como
coadyuvante.
F.S.: ¿Cómo asegurarse de que el uso del cannabis medicinal no genere una crisis como la
que se vive con el uso de opioides en Estados Unidos?
M.O.: Lo primero que hay que trabajar en torno a cualquier alternativa terapéutica es la
educación. Es fundamental en todos los profesionales de la salud, en las personas que lo
van a recibir, en las familias que acompañan a los pacientes y en la comunidad en general.
Existe, además, un tema de responsabilidad ética desde la industria, de hacer seguimiento
a los pacientes y a los médicos prescriptores para lograr un uso seguro. En relación con el
uso de opioides, el cannabis medicinal es una alternativa contra el dolor crónico, con
menores efectos secundarios, más segura y menos costosa.
F.S.: Después de varios años de aprobar la Ley para el uso del cannabis medicinal en el país,
¿por qué no se ha logrado que esta industria despegue?
M.O.: La industria ha despegado y ha crecido. Lo que no hemos logrado es conseguir su
propósito superior: que las personas que lo necesiten lo puedan usar. Necesitamos mucha
voluntad política y trabajo mancomunado, principalmente desde el Gobierno y el Ministerio
de Salud, para articular los diferentes intereses teniendo presente que hay muchas
personas que necesitan esta opción. Adicionalmente, que genere puntos de control en toda
su ruta para asegurar un uso seguro. El compromiso se evidenciará el día que tengamos el
primer paciente en Colombia que pueda beneficiarse.
ENTREVISTA
“Las noticias falsas son hoy un grave riesgo electoral”: Juan Carlos Galindo
"La gente comparte las noticias falsas un 70 por ciento más que las reales".
SEMANA: Tristemente en el país persisten riesgos muy grandes para estas elecciones. La
Misión de Observación Electoral registró 53 candidatos víctimas de violencia política: 39
amenazados, 2 secuestrados, 5 víctimas de atentados y 7 asesinados. ¿Cómo enfrentar
esto?
J.C.G.: Sí, es muy triste constatar los problemas de violencia que estamos viviendo. Las
elecciones son un proceso de Estado, en el que participan todas las autoridades públicas.
La labor de la Registraduría es logística: disponer los medios para que los ciudadanos
puedan sufragar, para que los votos puedan consolidarse, y para divulgar los resultados.
Pero la Policía Nacional y las Fuerzas Militares deben atender la seguridad y la protección
de las personas. El presidente ha dado las instrucciones a todas las autoridades
gubernamentales y a los organismos de seguridad para que permanentemente estén
atentos y protejan a candidatos, campañas e infraestructura electoral. De otro lado,
obviamente un proceso electoral de autoridades territoriales genera mucha discusión
política,pero hago un llamado para que aceptemos esta invitación electoral y participemos
con todo respeto y consideración.
SEMANA: Cada elección debe implicar enormes desafíos. ¿Cómo siente que ha cambiado la
política en estos años?
J.C.G.: No quisiera hablar de la política, pero sí le puedo contar cómo han cambiado los
procesos electorales, porque trabajo en estos temas desde mucho antes de ser registrador.
En las elecciones de 2002, yo era procurador delegado ante el Consejo de Estado y
presentamos una demanda de nulidad de la elección de Senado de la República, y se
anularon miles de votos. Lo cuento para explicarle que desde esa época y hasta hoy ha
habido un giro total. Antes las elecciones no se controlaban porque no existía ni la
conciencia sobre la importancia del control por parte de las autoridades, ni tampoco la
tecnología para combatir los carruseles, los votos cantados y todas esas maniobras para
alterar fraudulentamente los resultados. Eso ya no pasa. Hoy hay muchísimos ojos en el
proceso, muchos mecanismos de control y una gran cantidad de información en manos de
las campañas y de los ciudadanos.
SEMANA: La tecnología es un arma de doble filo. Por un lado, son entendibles esas mejoras
en el proceso, por el otro las redes sociales hoy también impactan de manera negativa la
democracia. ¿Lo siente así?
J.C.G.: Sí, desde este punto de vista el cambio ha sido muy grande. Hoy la desinformación y
las noticias falsas constituyen un verdadero riesgo electoral. Una información errada puede
poner en riesgo el proceso, porque en muchos casos lo que se busca es crear pánico y
desconfianza en las instituciones. Entonces, una alerta falsa en redes sociales puede
conducir a que en la vida real exista el riesgo de que, por ejemplo, la gente termine
quemando los tarjetones, las mesas de votaciones, los tarjetones, que no vote, etcétera.
Nosotros nos tomamos muy en serio esas noticias falsas, por eso tenemos un programa
#verdadelecciones2019, que entre otras cosas utiliza un sistema de inteligencia artificial
para monitorear las conversaciones de redes que pueden tener este tipo de
desinformación, y que nos permitirá corregir los falsos contenidos y difundirlos nuevamente
por las redes. En la propia página web de la Registraduría se podrán verificar las noticias
falsas y la información verdadera del proceso electoral.
"En octubre habrá 117.830 candidatos y 108.300 mesas, el mayor número hasta el
momento".
SEMANA: Las autoridades y en especial la justicia tiene hoy cómo identificar a quienes
promueven este tipo de información para afectar las elecciones de manera fraudulenta?
J.C.G.: Combatir esa amenaza no es un trabajo solo de las autoridades electorales. También
es una responsabilidad de los mismos protagonistas de la política, de cómo desde las
campañas se lucha contra la manipulación fraudulenta de los electores. Nosotros, a su vez,
trabajamos de manera coordinada con la Fiscalía y la Policía para alertar sobre estos hechos,
y para que en forma inmediata se adelanten las pesquisas respectivas y se castigue a los
responsables. Y tenemos un trabajo muy sólido para atacar los riesgos de ciberataques. La
registraduría tiene sus propios sistemas de seguridad y defensa, pero también coordinamos
un Puesto de Mando Unificado con las autoridades de inteligencia y de seguridad del
Estado, para neutralizar cualquier amenaza en este frente.
SEMANA: Las plataformas tecnológicas, Facebook y Twitter, han anunciado que también
hacen acciones para proteger el proceso. ¿De qué se tratan?
J.C.G.: Logramos la firma de unos memorandos de entendimiento para este proceso con las
plataformas de redes sociales. Facebook, Twitter y Google firmaron un código de buenas
prácticas con la Comisión Europea que busca evitar que esas plataformas terminen siendo
vehículos para diseminar falsedades, en especial en elecciones. A propósito de esa
experiencia tendremos un trabajo coordinado con ellas para combatir este flagelo, que hoy
constituye un verdadero riesgo electoral.
SEMANA: Algunas voces de la política suelen decir siempre antes de elecciones que se
cierne un fraude. ¿Usted está tranquilo con eso?
J.C.G.: Sí. la Registraduría Nacional del Estado Civil ha venido fortaleciendo el proceso
electoral en sus diferentes fases y acciones, lo que ha permitido brindar escenarios
democráticos. En las pasadas elecciones, algunos partidos y grupos de ciudadanos pidieron
que existiera una auditoría internacional de los software que utiliza la Registraduría.
Recordemos que no es un software, que son 15 software y aplicativos que se usan. Para
estas elecciones territoriales trabajamos con el Instituto Interamericano de Derechos
Humanos con sede en Costa Rica y su Centro de Asesoría y Promoción Electoral IIDH/Capel.
Ellos conformaron un equipo de ingenieros de sistemas de las principales autoridades
electorales de América Latina, que están evaluando la funcionalidad y seguridad de los
sistemas. Han venido dos veces al país, para examinar el desarrollo de los programas, sus
pruebas, asistirán a los simulacros preparatorios y estarán presentes en las votaciones. Se
reunirán con la MOE, con los auditores de los partidos y movimientos políticos. Por otro
lado, voy a cerrar mi paso por la Registraduría dejando las certificaciones de calidad de los
procesos electorales, respecto de la norma de calidad ISO 9001/2015 y la TS 54001/2019,
con Icontec y con el Organismo Internacional de Acreditación Electoral (IAB).
SEMANA: Ya que hablamos del fin de su periodo, cuéntenos qué sabe de su reemplazo?
J.C.G.: Yo respeto el proceso que están llevando a cabo las altas cortes para esta designación
y por esa misma razón, no me pronuncio ni participo en ese procedimiento. Espero que
elijan a la persona más apropiada, que siga liderando los destinos de la Registraduría
Nacional del Estado Civil y fortaleciendo la institución que es pilar de la democracia en
Colombia.
OPINION
Daniel Coronell
Abogánster
–Yo te digo que tengo varias profesiones. De día abogado, de noche abogánster –afirma
el apoderado del senador Uribe.
Este lunes la sala de instrucción de la Corte Suprema de Justicia recibirá el testimonio de
Diego Javier Cadena Ramírez. Cadena ha sido abogado de varios narcotraficantes como alias
Don Diego, alias Don Mario y Diego Rastrojo. Es conocido por su habilidad para conseguir
en las cárceles –de Colombia o de Estados Unidos– videos y cartas para beneficiar a sus
clientes o perjudicar a sus detractores. Fue él quien trajo desde la prisión una carta de Víctor
Patiño Fómeque a favor de la actual gobernadora del Valle Dilian Francisca Toro. También
patinó otra misiva de alias Gordo Lindo para amparar a Santiago Uribe Vélez.
Cadena es abogado de Álvaro Uribe y ha sido el hombre clave para el reclutamiento de
testigos, a su favor, en el caso que la Corte sigue contra el senador por los presuntos delitos
de soborno y fraude procesal.
En una de las interceptaciones, legalmente ejecutada por funcionarios judiciales, el
abogado Cadena habla de sí mismo con una amiga. En la llamada señala que tiene varias
ocupaciones:
–Yo te digo que tengo varias profesiones. De día abogado, de noche abogánster –afirma el
apoderado del senador Uribe–. Un día a la semana, dos días a la semana, agrónomo.
El auto de la Corte Suprema que fija la fecha de indagatoria al senador Uribe también señala
que existen tres procesos en marcha contra el abogado Cadena: el primero, en la Fiscalía
segunda delegada ante el Tribunal de Bogotá por el presunto delito de tráfico de influencias.
El segundo, en la Fiscalía tercera ante el Tribunal de Bogotá por el presunto delito de
simulación de investidura o cargo. Y el último, en la Fiscalía séptima delegada ante ese
tribunal por presuntos delitos contra la recta y eficaz administración de justicia.
El senador Uribe ha desatado una intensa campaña mediática y política llena de entrevistas
favorables y anunciadas manifestaciones para tratar de atemorizar a los magistrados que
deben tomar una decisión en derecho y libre de presiones. Su febril actividad no ha podido
borrar las razones por las cuales debe responder y que quedaron escritas en el llamamiento
a indagatoria de la Corte Suprema:
“En la actualidad, el senador Uribe Vélez continúa utilizando los servicios del abogado Diego
Javier Cadena Ramírez, quien, con la colaboración de otras personas, ha contactado en
diferentes cárceles –y por fuera de ellas– a exmiembros de grupos paramilitares para que –
a cambio de favores jurídicos y al parecer dinero– elaboren escritos y videos a favor del
senador Álvaro Uribe Vélez y de su hermano Santiago”.
Uno de esos exparamilitares es Carlos Enrique Vélez, quien ya le dijo a la Corte que había
recibido pagos de Diego Cadena. El abogado no niega que le haya dado plata al testigo, pero
sostiene que lo hizo como un “acto humanitario”.
Este hombre de buen corazón también le ofreció a Juan Guillermo Monsalve, el testigo
contra Uribe preso en la cárcel La Picota, que le elaboraría –sin ningún costo– un recurso
de revisión de su condena. La oferta generosa tuvo lugar el mismo día en que le decía que
no quería presionarlo:
–Una pregunta, Juan Guillermo, que se acaba el tiempo. Entiendo todo lo que usted dice y
no quiero que tenga el mínimo grado de presión –dice Cadena grabado por el testigo–.
Entonces le hago una pregunta a usted. En el tiempo, mañana por la mañana, tendríamos
que hacerlo ahora. Al menos para abrir un poquito la puerta, algo cortico: Yo, Juan
Monsalve, estoy dispuesto a esclarecer unos hechos…
–No, doctor, ¿después de que yo firme eso qué? –cuestiona Monsalve–. No… le pregunto
al doctor.
La paciencia del doctor Cadena se agotó unos minutos después y estalló con esta
afirmación, también grabada y disponible en el expediente:
“Lo que yo digo es… redactemos el hijueputa documento. Si no, yo vengo mañana. Mañana
a primera hora presento el recurso. Eso es importante. La más importante de todas las
declaraciones que hizo falta. Llevo cuatro… Las tengo ahí afuera en la camioneta”.
Esta es la clase de persona, y de abogado, que el lunes presentará su testimonio ante la
Corte Suprema de Justicia. Los magistrados deben determinar si incurrió en esas conductas
solamente por su propia iniciativa.
Vicky Dávila
Soy decente
Quiero dejar constancia de que he recibido noticias creíbles que dicen que se avecina una
gran campaña de desprestigio en mi contra. Sé de dónde viene, pero no temo; no tengo
nada que esconder.
Aunque me dicen Vicky, me llamo Victoria Eugenia Dávila Hoyos. Tengo 46 años, soy de
Buga, católica –no fanática–, respetuosa de otras creencias, confío en que Dios no me
abandona. No quiero convencerlos de que soy la mejor periodista; son ustedes los que
deben juzgar la calidad de mi trabajo. Decidí escribir esta columna porque ahora en
Colombia los periodistas estamos permanentemente bajo sospecha. Sé que la corrupción
también ha tocado el periodismo, pero estoy segura de que la mayoría de colegas actúa con
rectitud, muchos exponiendo sus vidas, siendo injustamente perseguidos, difamados y
amenazados; otros jamás serán tocados por autoridad alguna porque están blindados por
el poder. En lo que a mí corresponde, me han dicho que estoy al servicio de las mafias; que
soy guerrillera o paramilitar, corrupta, prepago; que estoy al servicio del petrismo; que mi
patrón es Uribe; que soy una tibia solapada, y muchas cosas más. Permítanme, pero vengo
a hacer una defensa de mi decencia. Sí, soy decente y me he empeñado en ello desde que
tengo recuerdos.
No tengo precio, jamás lo he tenido ni lo tendré. Eso sí, tengo mis convicciones y las
defiendo limpiamente. No creo tener la verdad revelada, ni saco del llavero o descalifico al
que no piensa como yo. No hago cálculos, soy frentera. Siempre he vivido de mi salario
como periodista. Aunque no creo que hacer empresa sea malo, quiero que sepan que no
soy accionista de ningún medio ni tengo oficina de asesorías o de producción, tal vez eso
hable mal de mí y me obligue a decir que soy una fracasada, sin ideas. No lo sé.
No les debo a los políticos, puedo mirar a los ojos a los presidentes y expresidentes de este
país porque solo he recibido de ellos entrevistas, lo propio de mi trabajo, y eso que en
Gobiernos como este, el presidente no me ha dado ni una sola desde que se posesionó;
llevo un año pidiéndola.
Creo en la autoridad. No apoyo ni justifico la lucha armada, sea de izquierda o de derecha.
No pertenezco a ningún circulito social ni periodístico, no soy coctelera ni compinchera; soy
respetuosa de mis colegas y tengo cariño sincero, en especial por los que han estado a mi
lado en los momentos más difíciles. Soy grata con ellos y lo seré siempre.
No he hecho comerciales; aunque me han ofrecido sumas millonarias durante mi carrera,
uno de mis jefes me enseñó que eso podría darme plata pero quitarme credibilidad. Pagué
la casa en la que vivo a cuotas y cuando me quedé sin trabajo, tuve que extender el crédito
por dos años más. He sido cautelosa en el manejo del dinero y lo he compartido con mi
familia; he tenido la fortuna de que me paguen bien por hacer lo que más me apasiona y
me gusta, por eso me sorprendo cuando veo funcionarios “emprendedores” que están
millonarios con salarios que ni en sueños les permitirían amasar tales fortunas.
Quiero dejar constancia de que he recibido noticias creíbles que dicen que se avecina una
gran campaña de desprestigio en mi contra. Sé de dónde viene, pero no temo; no tengo
nada que esconder.
No tengo contratos, puestos o cuotas burocráticas. Mi mamá es ama de casa, tengo cuatro
hermanos: un periodista, un músico y dos psicólogos, y hasta hoy ninguno de ellos ha
trabajado con el Estado.
Tengo fama de brava. No soy lagarta y aunque algunos no me pasan, siento que son muchos
más lo que me aprecian. Soy malhablada, apasionada, aguda en mis entrevistas,
persistente, popular; valoro el cariño de la gente sencilla, amo a los soldados y policías más
humildes de mi país. No tengo apellidos rimbombantes ni represento a una familia de
alcurnia. No tengo amante, nunca me acosté con el jefe para ascender, jamás probé las
drogas ni el cigarrillo y es muy extraño que me tome una copa. No soy mojigata, pero en la
casa me enseñaron el valor de llevar una vida sana y eso les inculco a mis hijos con ahínco.
No juzgo a quienes disfrutan de ese tipo de actividades, pero como periodista me siento
obligada a advertirles, especialmente a los jóvenes, sobre los riesgos que corren.
He entrevistado ladrones, corruptos, matones, violadores, secuestradores y demás, nunca
he hecho pactos con ellos. No he vendido o comprado una noticia, por reveladora que esta
sea. No odio, aunque me señalen de tener ese sentimiento horrendo de los corruptos que
denuncio. Tampoco creo que estemos condenados a amar sin reparo a los poderosos de
este país, solo por ser poderosos.
Mis hijos son mi vida; mi madre y mis hermanos, mis otros amores. Estoy casada con José
Amiro Gnecco Martínez, un hombre bueno que ha soportado los peores ataques por culpa
de mi trabajo y que sin embargo ha guardado un estoico silencio. José estudió Medicina
desde los 16 años; es un gran cirujano, no hace política, no ha cometido delito alguno y
jamás ha sido investigado. Eso me basta. José, usted sabe cuánto lo amo.
Esta soy yo: una mujer normal, con errores y defectos. He sido muy feliz como periodista y
también he llorado como un niño chiquito por el sufrimiento de mi gente, ante las
amenazas, las calumnias y las jugadas del poder para dejarme fuera de combate. Por esta
razón, hoy quiero dejar constancia de que he recibido noticias creíbles que dicen que se
avecina una gran campaña de desprestigio en mi contra, planeada en lujosos restaurantes
bogotanos. Sé de dónde viene, pero no temo; no tengo nada que esconder. A los que piden
mi cabeza les digo que mejor respondan por sus fechorías, pongan la cara y déjenme en
paz. Y por favor, a las esposas histéricas que llaman a hacerles reclamos a mis superiores
por mis publicaciones, les digo que se abstengan; lucen poco democráticas y hacen quedar
pésimo a sus maridos. Disimulen.
Mi respeto siempre a los periodistas decentes, por más sencillos que sean. Mi admiración a
los que no tienen intereses raros o amistades poderosas que los obliguen a guardar silencio.
Malos o buenos periodistas, equívocos o acertados, pero decentes. Seguiré publicando, no
me dejaré silenciar.
Alfonso Cuéllar
Duque en la ONU
Duque tiene un gran reto: multiplicar el apoyo a la difícil situación con Venezuela.
La próxima semana el presidente Iván Duque hablará ante la Asamblea General de las
Naciones Unidas en Nueva York. Es una oportunidad para expresar sus preocupaciones y
oportunidades en política exterior. Es una cita obligatoria para un jefe de Estado.
En el pasado los mandatarios colombianos se dedicaron a temas internos, con un afán de
defender al Gobierno de turno; la política internacional pasó a un segundo lugar. Unos más
que otros. Por ejemplo, en los ocho años de Álvaro Uribe Vélez, la ONU fue un tribunal
nacional, más orientado a los aplausos de los medios criollos. Es explicable el atractivo de
lo doméstico; es territorio conocido para el mandatario. Y en Colombia, que nos creemos el
ombligo del mundo, eso también genera votos a favor.
Es asimismo un espacio para identificar a los aliados y enemigos. En la era de Juan Manuel
Santos, todos los países eran amigos del proceso de paz. Para la ONU, no había un acuerdo
similar y por eso tenía adeptos. Más aún con el papel que le pusieron al Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas en el proceso.
Duque tiene un gran reto: multiplicar el apoyo a la difícil situación con Venezuela. Ese es el
tema central de la política exterior colombiana, que hoy no tiene respaldo unánime en la
comunidad internacional. Lejos de unir, divide a América Latina. La intervención militar
tiene pocos adeptos en la región. Y si bien 12 países votaron por la activación del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar), dos de ellos –Chile y República Dominicana–
fueron claros contra el uso de armas.
Es irónico haber acudido al Tiar, un tratado de escaso uso y con el cual Colombia tiene un
historial conflictivo. En 1982, el país se abstuvo de invocar el Tiar para Argentina en la guerra
de las Malvinas. Con esa posición se ganó el apodo Caín de América Latina. No es claro que
este tratado de más de 70 años sirva para algo, en particular frente a Venezuela.
Parece tener otro fin: satisfacer a Estados Unidos, porque el Tiar incluye múltiples
alternativas, entre ellas la militar.
El papel de ese país es crítico para la política internacional colombiana.
Desde el presidente Julio César Turbay no se había visto una influencia similar. Durante la
administración de Turbay, Colombia actuó como comodín para obstruir el ingreso de Cuba
al Consejo de Seguridad de la ONU. Fue tan eficaz que terminó elegido México.
En 1981 fue capturada una lancha con armas que iban para el M-19. Las armas venían desde
Cuba; de inmediato Turbay rompió relaciones diplomáticas. Lo comparó con Pearl Harbor:
“Es como enviar ministros a Washington cuando al mismo tiempo van a bombardear buques
en Hawái”. El Gobierno de Turbay, como el de Duque, era anticomunista.
En Nicaragua encontraron una feliz coincidencia, a causa de los sandinistas. A pocos meses
de asumir el poder, los sandinistas dijeron que tenían un libro blanco que justificaba su
soberanía sobre San Andrés y Providencia. La reacción de Turbay: viajó con casi todo el
gabinete a las islas para ejercer soberanía e hizo pública su posición anticomunista. En 1982,
la prensa reveló un convenio secreto militar que le hubiera otorgado a Estados Unidos el
derecho a estar presente en la isla. Era un acto agresivo contra Nicaragua.
Afortunadamente, el convenio no fue firmado, pero dejó al descubierto la tendencia política
del Gobierno.
Casi 40 años después nos encontramos en una situación similar: naciones latinoamericanas
en conflicto (Venezuela, Cuba, Nicaragua) con Estados Unidos y Colombia. El saliente asesor
de Seguridad, John Bolton, los apodaba como la troika del mal. Colombia comparte esa
visión: a Nicolás Maduro no lo trata –su interlocutor es Juan Guaidó–, Ortega vota siempre
contra Colombia y con Cuba se acabó la luna de miel.
Esto último es preocupante, aunque alegre a los halcones en Washington. La diferencia con
Cuba nace de no extraditar a los jefes del ELN. Los requiere la justicia colombiana por su
participación en el atentado a la escuela de oficiales en enero. Cuba se ha rehusado al
pedido porque se violaría el protocolo. Algunos conocedores comparten la negativa cubana
–por el acuerdo existente entre los dos países– de permitir a los guerrilleros el libre tránsito
en la isla durante las negociaciones. Al romperse el diálogo, tienen el derecho de salir de la
isla, posición a la que se opone el Gobierno colombiano. El presidente Duque mantiene su
preocupación. Una señal de que en la Casa de Nariño no hay asesores en diplomacia.
El asunto puede agravarse en las Naciones Unidas, donde las solicitudes se hacen con tacto.
Si Duque toca el tema en la Asamblea, podría haber consecuencias infortunadas para las
relaciones diplomáticas de los dos países.
Lo que no puede olvidar Duque es la crisis venezolana. Ese debe ser el foco del discurso,
porque Colombia es víctima. Allí se pueden recoger aliados y buenas motivaciones. Nada
de la disidencia de las Farc. No merecen ser mencionados.
Es, entonces, una demostración de poder, de querer mostrar que Colombia va adelante.
Antonio Caballero
Correrá mucha sangre
“La palabra imprudente –decía Lleras Camargo– del gobernante o de la oposición se
vuelve un garrote en el villorrio, un duelo a machete en el camino rural".
“Correrá mucha sangre”, advierte el violentólogo Ariel Ávila, de Paz y Reconciliación, en una
entrevista con Cecilia Orozco publicada en El Espectador. Habla de la campaña en curso
para las elecciones del 27 de octubre y resume las informaciones escalofriantes que da su
organización en su Tercer informe de violencia y mecánica electoral. De acuerdo con ellas,
todos matan. Los unos y los otros, que son numerosos y variables no solo a escala nacional,
sino en cada región y en cada pueblo. La “mecánica electoral” es la violencia.
“La violencia es otro mecanismo de competencia política en Colombia”, explica Ávila, y
afirma que las docenas de asesinatos de candidatos a concejales, alcaldes y senadores
cometidos en las últimas semanas han sido “instigados y pagados por alguien”: por rivales
de campaña. Porque en la Colombia política casi unánime corrupta de hoy, todos esos
cargos constituyen un botín de piratas. Un jugoso, precioso, pero costoso botín. Señala Ávila
que el costo de las campañas electorales es de tal magnitud que hace casi obligatorio el
saqueo de los dineros públicos por quien resulta elegido para manejarlos. “La (campaña
para la) gobernación en La Guajira o Sucre puede costar dos o tres millones de dólares”,
dice (y añado yo: tanto para quien la gana como para quienes la pierden por quedar de
segundos o de terceros), que equivalen al triple de lo que legalmente gana un gobernador
en sus cuatro años de poder regional. Y eso mismo se repite, guardadas las escalas, en las
alcaldías de pueblos pequeños y de ciudades grandes. Así, un candidato a la alcaldía de
Bogotá tiene derecho a gastar en los tres meses de su campaña la descomunal suma de
4.172 millones de pesos. Entre los cuatro candidatos que cuentan van a echar por el caño
de la publicidad casi 17 mil millones. Como mínimo, si no violan los topes. No creo que en
Bogotá se vayan a mandar a matar los unos a los otros, pero por las sumas
proporcionalmente equivalentes de los 107 municipios que señala como “peligrosos” el
informe de Paz y Reconciliación es muy posible que sí lo hagan los respectivos candidatos
locales, sin temor. La impunidad de los asesinos es casi uno de los derechos humanos que
contempla el desatinado funcionamiento de la justicia en Colombia.Ahora bien, la matanza
puede ser peor si se fomenta desde las alturas.
En 1945, cuando empezaba a desatarse la tremenda violencia liberal-conservadora, el
entonces presidente encargado Alberto Lleras Camargo advertía en un discurso que lo que
en el Parlamento de Bogotá o en los periódicos de las ciudades grandes eran meras
palabras, en los pueblos de Colombia se convertía en balazos. El caudillo conservador
Laureano Gómez amenazaba con “hacer invivible la República” hasta que cayeran los ateos
gobiernos liberales. Hoy, Juan Esteban Constaín, en su libro sobre Álvaro Gómez, minimiza
esa amenaza convirtiéndola en simple charla de pasillos sin consecuencias. ¿Sin
consecuencias? Trescientos mil muertos.
Hoy, el senador Álvaro Uribe Vélez (que ha revelado encontrar inspiración ideológica en los
textos de Laureano Gómez), le grita en el Congreso a su colega parlamentario y adversario
político Gustavo Petro “¡Sicario! ¡Sicario! ¡Sicario!”.
Porque no eran mera “imprudencia”, como cauta o generosamente calificaba Lleras
Camargo las incitaciones a la violencia de los jefes políticos de entonces, de uno u otro
partido. “La palabra imprudente –decía– del gobernante o de la oposición se vuelve un
garrote en el villorrio, un duelo a machete en el camino rural”. Eran deliberada intención
política: incitaban a la violencia para ganar las elecciones.
Como ahora.
Correrá mucha sangre.
–Hoy me amarré una pancarta a la cintura y me fui a la calle a recoger firmas, ¿y tú?
–¿Yo? Yo me amarré una pancarta y me fui a recoger firmas a la calle…
–¿Quién dejó acá esta camiseta verde y este arnés para amarrarse carteles a la cintura?
Y, pese a todo, se rescata el amor: el de Miguelito por su esposa; el de Uribe por Clarita
López. El de Petro por sí mismo.
Me cambio de nacionalidad
Y, claro, el de Fajardo por María Ángela, la pareja del momento. La conquistó en Nuquí,
cuando la llevó a ver ballenas en un paseo familiar.
–Esas son mis tías Maruja y Marta –le advirtió Sergio–; para ver las ballenas hay que arrancar
en la lancha.
Desde entonces han vivido un romance más caliente que tibio que, permítanme soñar, a lo
mejor acabe en nuevas nupcias.
Imagino una boda por todo lo alto. Los novios entrarán a la iglesia pisando la alfombra roja
que el Gobierno desplegó en la frontera, previa lavada en Classic. La novia irá vestida del
color del voto de él: de blanco, en un hermoso vestido comprado en una boutique de Silvia
Tcherassi atendida por el presidente Duque en persona. Él se pondrá sus bicicleteros
negros. Petro se quejará por Twitter de que no lo invitaron. El cura lanzará la pregunta
solemne:
–#SePuede.
Y sellarán una unión tan larga como la balada que Miguelito le compuso a su esposa.
CONFIDENCIALES
Chávez, ¿narcopresidente?
Por primera vez la justicia norteamericana acusó al fallecido Hugo Chávez de narcotráfico.
Un juez de Nueva York, en una solicitud de extradición, presentó pruebas de que Chávez se
habría reunido tanto con Diosdado Cabello como con Iván Márquez entre 2005 y 2008 para
coordinar operaciones conjuntas de narcotráfico. El documento curiosamente alega que el
presidente venezolano no tenía el propósito de enriquecerse sino de “envenenar” al pueblo
de Estados Unidos, país que consideraba su mayor enemigo. A pesar de eso, acordaron que
las utilidades se dividirían por mitad entre los militares venezolanos y las Farc. También
habrían acordado en esa misma reunión que Chávez financiaría las armas de las Farc.
Tan pronto Trump destituyó a su asesor de seguridad John Bolton, muchos interpretaron la
movida como un cambio de estrategia frente a los excesos de la política guerrerista del
funcionario. Dijeron que esa política no había funcionado y que se requería un enfoque más
pragmático para muchos países incluyendo Venezuela. Un trino de Trump de esta semana
desvirtuó esa interpretación. Esta fue la frase que publicó el presidente en su cuenta de
Twitter: “En realidad mi posición frente a Venezuela y especialmente frente a Cuba es
mucho más radical que la de John Bolton. Él me estaba trancando.”
Picodi publicó un estudio sobre cuántos días de trabajo se requieren para que una persona,
con un sueldo promedio, pueda comprar el último iPhone, que vale 4.439.900 pesos. Hizo
la medición en 45 países y Colombia quedó en el último lugar. Los 5 que requieren el menor
número de días de trabajo para obtener ese celular son Suiza, con 4,8 días; Estados Unidos,
5,2; Luxemburgo, 6,7; Australia, 7,1 y Noruega 7,7 días. En los últimos puestos quedaron
Montenegro,con 48,5; México, 54,2; India,66,7; Tailandia,67,8 y Colombia, 89,7 días. Por lo
general, Venezuela tenía ese lamentable puesto, pero la excluyeron porque, dada su
situación, tomaría no días, sino años comprar ese teléfono.
CARICATURAS