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El lenguaje político español

Emilio A. Núñez Cabezas y Susana Guerrero Salazar


Cátedra. Madrid, 2002. 555 págs, 17’50 euros
JUAN RAMÓN LODARES | 16/01/2003 |  Edición impresa

¿Qué es el lenguaje político? Consideraciones muy interesantes sobre este interrogante abren el
presente libro. Hablo de interrogante porque no hay acuerdo sobre lo que tal cosa sea, ni siquiera
sobre si existe algo que podamos denominar “lenguaje político” como tal.

Hay quienes consideran que existen usos retóricos, simples latiguillos y variada petulancia verbal -al
estilo de minoría mayoritaria, sensibilidad descentralizadora, tipificación alcista y mucho más- que
constituyen todo un género de lo que podemos llamar, con denominación servida por Amando de
Miguel, el politiqués, como quien dice inglés o francés; de la misma manera que hay quienes
consideran que lo que hacen los políticos no es crear una jerga especial, propiamente dicha, sino que
utilizan la lengua general en una forma particular de comunicación: la comunicación política. El
lenguaje político aparece, pues, como una forma de expresión destinada a desviar la atención de
determinados lugares o a fijarla en ellos, antes que como un lenguaje técnico profesional; que sea
altisonante, complicada y que bajo expresiones abstrusas se oculten verdaderos lugares comunes,
cuando no simple ignorancia, es otro asunto.

Sea como fuere, nadie puede negarle al lenguaje de nuestros políticos tres características notables,
cuyo peso es mayor o menor dependiendo de la situación o la oportunidad: ambiguo, polémico y
agitador. Es ambiguo por necesidad y sobre todo porque la ambigöedad es útil -ya saben: “no se han
interpretado correctamente mis palabras”, “esas declaraciones están sacadas fuera de contexto”-; es
polémico porque una parte notable del discurso político va dirigido contra un adversario que, de no
existir, hay que inventar; es agitador porque la retórica política persigue el movimiento de los
afectos, las simpatías o las antipatías. Estas tres características hacen que nos encontremos ante unos
usos lingöísticos que más que informativos son incitantes; más que intelectuales, afectivos; más que
instructivos, emocionantes. Ello no quiere decir que la retórica política sea, simplemente, la retórica
de la emoción. Hay mucho más en el camino del lenguaje político, o de la utilización de la lengua en
la comunicación política: creaciones léxicas particulares, recrea- ciones de otros lenguajes (el
deportivo, el científico, el taurino), utilización de siglas que pasan luego al lenguaje común, cruces
léxicos, incon- gruencias o perlas como esta: “No es bueno que no se haga lo que se dijo que se iba a
hacer; pero es peor no hacer ni siquiera lo que ahora se dice que se debe hacer”, laberinto verbal que
sólo las novelas de caballerías ridiculizadas por Cervantes pueden mejorar. 

De todo ello tratan Núñez y Guerrero en un libro que es, hoy por hoy, el compendio más actualizado
y completo del lenguaje político. Aparte del aparato teórico que lo acompaña, la obra tiene una muy
cuidad selección léxica de la que se citan, para bien y para mal, sus autoridades (casi todas se sientan
en los bancos del Congreso o del Senado) y que se recoge en un muy útil “índice de términos”.
Nueve años ha durado la selección de datos extractados, básicamente, de fuentes periodísticas,
páginas web de partidos políticos así como actas y diarios de sesiones parlamentarias, lo que da idea
de la cuidada labor documental. 

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