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PENSAR Y HABITAR LA CIUDAD

AFECTIVIDAD, MEMORIA Y SIGNIFICADO


EN EL ESPACIO URBANO CONTEMPORÁNEO

PATRICIA RAMÍREZ KURI


MIGUEL ÁNGEL AGUILAR DÍAZ
(Coords.)

Jorge Aceves Lozano Alicia Lindón


Catalina Arteaga Aguirre María Ana Portal
Xóchitl Cruz Patricia Safa Barraza
María Teresa Esquivel Hernández Sergio Tamayo
Daniel Hiernaux-Nicolas César Abilio Vergara Figueroa

UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA


Casa abierta al tiempo UNIDAD IZTAPALAPA División de Ciencias Sociales y Humanidades

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Introducción

Patricia Ramírez Kuri y Miguel Ángel Aguilar Díaz

Este libro se propone contribuir a la reflexión y al debate sobre la condición


urbana en la ciudad actual, en la que espacio, sociedad y cultura se interconectan
definiendo contextos histórico-geográficos específicos. El conjunto de los artículos
que componen el libro permite acercarse a diversos aspectos de la ciudad y de la
vida urbana contemporánea poniendo el énfasis en procesos culturales y simbólicos
que son parte fundamental de la vida social. Pensar y habitar la ciudad hoy en día no
es una tarea simple, desde la densa trama de lo que se hace y lo que se reflexiona
sobre ello, habitantes y analistas enfrentan nuevas facetas de la vida urbana para las
cuales no hay una experiencia suficiente que permita transitarla con la seguridad de
estar en un territorio conocido y previsible. Es desde la búsqueda por analizar y
reseñar estos aspectos cambiantes de la ciudad que se elaboraron los artículos que
aquí se presentan.
No es novedad afirmar que el análisis de procesos urbanos micro y macro sociales,
requiere no de una sola aproximación conceptual o metodológica, sino de la concu-
rrencia de múltiples enfoques disciplinarios. Es más, esto lo podemos tener ya como
imprescindible en el campo de los estudios urbanos. Los productos de tal diversidad
pueden apreciarse en los ámbitos espaciales y estrategias metodológicas empleadas en
este libro. Esto amplía decisivamente nuestra capacidad de comprensión de temas y
problemáticas urbanas al abordar fenómenos, acciones y significados, al tiempo que
nos acerca a la manera en que se inscribe la diferencia y la desigualdad en el entorno
construido de la ciudad.
Por otra parte, el énfasis en la dimensión cultural del fenómeno urbano y de su
espacialidad es necesario en la medida en que permite atisbar la esfera, a la vez persis-
tente y mutable, de la creación de sentidos sobre aquello que ocurre en relación con el
espacio vivido y representado. La ciudad es un incesante lugar de producción simbóli-
ca que es interpretado de manera rutinaria o inédita por aquellos que lo habitan. Desde
diferentes ubicaciones en el mundo social de la ciudad sus habitantes, transeúntes,
usuarios o ciudadanos participan en múltiples registros de lo urbano, haciendo posible
la coexistencia en ámbitos saturados de lo demasiado, en donde siempre hay lugar
para algo más.
Como bien afirman Low y Lawrence (2003) la relevancia que ha tomado el tema
del espacio en las ciencias sociales en la última década se puede entender a partir del
reconocimiento de que éste es un componente esencial de la teoría socio-cultural.
Así, el análisis de una sociedad espacializada admite pensar desde una óptica distin-
ta a la habitual temas recurrentes como el tránsito humano y de símbolos por la
ciudad y más allá de ella, la vivienda como eje articulador de relaciones sociales, el
género, las afectividades colectivas, el consumo, la memoria, apegos y pertenencias.
Esto desde la certeza de que al espacializar el pensamiento social es posible entender

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los flujos materiales, simbólicos y humanos, y las diversas maneras en que éstos se
insertan en contextos locales, no de una forma unidireccional sino por múltiples
caminos. También conduce a pensar la experiencia en la ciudad como un entramado
de percepciones y prácticas socio-culturales que se producen en el espacio urbano y
que a su vez lo producen y resignifican. Al hacerlo, revelan diferencias, coinciden-
cias, luchas y conflictos entre unos y otros por ocupar un lugar, por el acceso a recur-
sos y bienes públicos, por el uso y apropiación de espacios públicos y privados: la
calle, la plaza, el barrio, la colonia, los lugares de trabajo, consumo, entretenimiento
y placer. En este sentido, la experiencia urbana, como afirma Sennett (2001: 252),
«incluye numerosas referencias cruzadas entre fenómenos desconcertantes», lo que
genera relatos, narraciones, interpretaciones, identificaciones y vínculos de apego «a
la ciudad en sí».
Un rasgo significativo del conjunto de artículos que se presentan es la recupera-
ción de las narrativas, testimonios y ámbitos de acción de actores situados social y
espacialmente en la ciudad. Esto resulta interesante y necesario en la medida en que se
busca dotar a los procesos urbanos que se estudian de un referente empírico que
permita entender su ubicación dentro de temáticas conceptuales más amplias. Hace
algunos años estaba en boga la discusión sobre si se hacía antropología en la ciudad o
de la ciudad. Con la lectura de estos textos podría quedar claro que no se puede hacer
análisis social de la ciudad sin ubicarse en ella. Se ha rebasado una perspectiva mera-
mente descriptiva para ubicarse de manera clara en la construcción de un objeto de
investigación cruzado por múltiples líneas de tensión: la elaboración conceptual
de procesos locales, su inclusión en contextos de transformación metropolitana y en
algunos casos sus ramificaciones a nivel regional.
Desde esta perspectiva, los textos que aquí se presentan son diversos en cuanto a las
preocupaciones de orden conceptual y al tipo de ámbito espacial al cual hacen referen-
cia; con todo, es posible ubicar un conjunto de temas que tienen que ver con el signifi-
cado múltiple de la ciudad y que son consistentes entre ellos. Es sobre estas preocupa-
ciones comunes que quisiéramos abundar. De manera sintética las podríamos englobar
en los siguientes puntos:

• La ciudad como espacio de elaboración y expresión de afectividad colectiva.


• La ciudad como espacio de la memoria, del apego y de las apropiaciones en la
vivencia de lo urbano en referencia a lo local, barrial y público.
• La ciudad como lugar sensible.

La ciudad como espacio de elaboración y expresión


de la afectividad colectiva

A pesar de que en los artículos no se emplea de manera abierta la expresión de


afectividad colectiva pensamos que ésta es una buena manera de englobar todo aquello
que tiene que ver con la manera en que se elaboran sentidos y significados sobre el
mundo social a partir, en primera instancia, de la interpretación que sea realiza de
informaciones y prácticas circundantes. En la medida en que este tipo de interpreta-
ción no es individual sino que supone necesariamente un acuerdo tácito con los otros,
la creación de significados a partir de indicios dispersos pasa a ser tomada como una
expresión de lo real. La dimensión de la afectividad aparece en escena en la medida en

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que este conocimiento reposa más en lo sobreentendido, y por lo tanto impreciso, que
en lo comprobable e instrumental. Siguiendo la afortunada expresión de Pablo Fer-
nández Christlieb se trataría de un magma, de «una afectividad, general y difusa, que
constituye la otra parte de la realidad, aquella que no es alcanzada por el lenguaje»
(2000: 32). Esto que es muy cercano a la idea de una atmósfera, de una sensación
compartida, tiene una de sus expresiones más nítidas en el ámbito urbano en la expe-
riencia del miedo.
Si se piensa la vida social a partir de la acción de instituciones y la organización de
actores derivados de ellas está claro que la violencia en la ciudad se enfocará como
inseguridad, si se le piensa a partir de los ciudadanos y como experiencia social apare-
cerá entonces como miedo. Hay un temor amorfo, incierto, que se expresa en relación
a la ciudad y teje reflexiones volátiles sobre los lugares y tiempos para desarrollar una
actividad, pero la ciudad por sí sola no explica las sensaciones que se viven en ella.
Como queda bien documentado en el texto de Alicia Lindón, hay usualmente un algo
más en relación con el miedo en la ciudad, y es la sensación de desequilibrio en el
orden de lo cotidiano, donde las certezas proveedoras de seguridad han perdido su
estabilidad.
Siguiendo las imágenes propuestas en diversos textos por Rossana Reguillo se
podría hablar de las ciudades de los manuales rotos para señalar cómo se está en
aquellos espacios en donde hay un principio de inteligibilidad extraviado. Aquellos
aprendizajes de la ciudad que se han labrado en la convivencia con los otros: mi-
rando, desplazándose, escuchando, involucrándose sutilmente en los ritmos comu-
nes, parece ser que han perdido su poder para organizar un sentido del lugar y la
ciudad desde una perspectiva amplia y compartida. Los manuales que se escriben
mirando a los otros son difíciles ya de hacer en las ciudades en que no se arriesga
una mirada de más, y en donde lo experimentado en contextos no habituales es una
persistente inquietud.
Y si aquello que no es familiar produce temor entonces emerge la pregunta sobre
cuándo y cómo puede surgir el contacto con lo diferente, con lo otro, si las rutinas que
estructuran los días transitan sólo por lo habitual. La idea del encierro toma aquí el
sentido de no sólo estar acotado al espacio doméstico, remite también a la de un circui-
to de actividades que involucra espacios y personas fuera de los cuales se ubica a lo
incierto con diverso grado de intensidad. Tal vez en esta lógica valdría la pena explorar
qué hay dentro del miedo, cómo se combate el tedio que le es curiosamente correlativo,
cómo se reconfigura la idea del espacio doméstico y, por supuesto, quiénes son los
otros a los que se ha estigmatizado.

La relevancia del apego y las apropiaciones en la vivencia del espacio


local o barrial, enfatizando la centralidad de la memoria

Existe una amplia y probada tradición en los estudios sobre la ciudad que parten de
una matriz cultural o socio-simbólica en ubicar los procesos que estudian en algún
ámbito localizado del entorno urbano. En este tipo de trabajos el énfasis en el barrio, la
unidad habitacional o la colonia de residencia es persistente ya que forma parte de una
estrategia metodológica para abordar diversas facetas de la intensa vida social que se
gesta alrededor del espacio habitado y al mismo tiempo para dar cuenta de las trans-
formaciones del entorno metropolitano desde un lugar privilegiado.

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Hay una dinámica en la que aquello que ocurre en el espacio local es a su manera
una cámara de resonancia de procesos más amplios que ocurren en el resto de la
ciudad. Obreros que viven en la colindancia con su fuente de trabajo y que al cerrarse
ésta persisten en la evocación de un espacio que les dotaba de puntos de referencia
personales y colectivos; nuevos residentes de grandes proyectos habitacionales en
la periferia de la ciudad que, a partir de estrategias mayormente individuales, se
esfuerzan por transformar un espacio en principio extraño en un lugar apropiable; o
bien territorializar momentos significativos de la propia existencia, desde una ubica-
ción acotada por el género, para lograr la conquista de la libertad de movimiento en
una zona periférica; todas estas son formas de ubicarse en la cambiante realidad de
la ciudad donde su transformación obliga a modificar y crear nuevos puntos de refe-
rencia personales y sociales.
La ciudad requiere para ser experimentada y organizada cognitivamente de un punto
de partida desde el cual se elaboran rutinas cotidianas que permiten acceder a lo cerca-
no y a lo lejano. Este punto de partida no es sólo el de un cartógrafo que traza rutas y
destinos, posee también un valor afectivo indudable en la medida en que su carácter de
espacio cotidiano establece ritmos, tiempos y formas de contacto cruciales para la
elaboración de un sentido del lugar del cual forme parte el mismo habitante, sea pensa-
do en términos individuales o en relación con otros, y de aquí que pueda ser parte de
una colectividad. Éste es uno de los énfasis que permite hablar de la identidad en
relación tanto a la ciudad como al espacio habitado, ya que el conjunto de identifica-
ciones que se elaboran a través del tiempo, en contacto con los otros habitantes, dotan
al espacio de una perspectiva temporal que le da una densidad de sentido que no tiene
para el paseante ocasional.
Sabemos bien que la memoria no es sin más la recuperación del pasado, es su
compleja reconstrucción elaborada desde el presente, a partir de procesos de selec-
ción y omisión. Conmemoraciones, ritualizaciones, ciclos festivos, son todos ellos
procedimientos sociales para marcar el tiempo al remitirlo a otro tiempo, a un pasa-
do, y de ahí tener la seguridad de seguir siendo los mismos, reconocernos como
semejantes a una historia y una continuidad que proporciona valores a los cuales
adscribirse. En el artículo de Mariana Portal es un pasado espacializado en el barrio
lo que hace posible reconocer un origen obrero a pesar de que la fábrica ya cerró.
Aquí la memoria evoca continuamente la pérdida, lo que ya no está, como sinónimo
de transformación negativa; con todo, esa misma memoria mueve a acciones colecti-
vas para recuperar el pasado. En el artículo de Teresa Esquivel es el proceso de apro-
piación de la vivienda y de un centro urbano de proporciones masivas lo que mueve
a realizar preguntas sobre las distintas formas en que se asigna sentido a la vida en la
periferia, o puesto en otros términos, ¿cómo se gestan relaciones entre vecinos y una
identidad barrial ahí donde el proyecto de vivienda es nuevo? El texto plantea cómo
se elaboran los puntos de referencia sociales para los habitantes desde su experiencia
previa en otros espacios, y la manera en que la socialidad ejercida en el pasado pro-
porciona elementos para orientarse dentro de un mundo de relaciones interpersona-
les en un entorno físico recién creado.
En el caso de las agrupaciones juveniles analizado por Catalina Arteaga se seña-
la una dimensión relevante: la «banda» como posibilidad de acceder a recursos
simbólicos, materiales y afectivos que no están al alcance de los jóvenes en otras
esferas de su mundo social. Así, en un entorno marcado por agudas carencias eco-
nómicas las posibilidades de contar con satisfactores cotidianos se reduce al ámbi-

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to de lo informal, a aquello que las relaciones interpersonales puedan brindar, sea
contacto afectivo, apoyo con bienes materiales, oportunidad para acceder a dro-
gas. Con todo, el apoyo que estas agrupaciones prestan es intermitente, poco esta-
ble, y está marcado por una intensa diferenciación intergrupal, como si la condi-
ción de ser jóvenes en contextos populares urbanos más que funcionar como
mecanismo de agrupamiento y reconocimiento común pusiera en marcha disposi-
tivos de diferenciación.
En contraste, Patricia Safa y Jorge Aceves se aproximan a la manera en que los
pobres en las ciudades experimentan la condición de exclusión social en relación a
las formas desiguales de acceso a la vivienda. A partir de fragmentos de relatos de
familias recuperan memorias singulares enlazadas a procesos de segregación urba-
na que afectan diferentes esferas de la vida social y cultural. El artículo reflexiona
en torno a la reconstrucción presente de lo vivido por los protagonistas, inscrito en
situaciones de cambio social que tienden a reproducir las condiciones de pobreza y
de exclusión. ¿Cuáles son las tensiones que atraviesan los espacios públicos en las
grandes urbes? En el caso que analiza Patricia Ramírez, el del Centro Histórico de
Coyoacán, se conjunta el carácter histórico del lugar con la realización de activida-
des comerciales en él, lo cual da origen a múltiples desencuentros entre residentes,
comerciantes y autoridades locales. La acción de diversos actores sociales con inte-
reses encontrados hace emerger la imagen del espacio público como un recurso
económico y social que es apropiado a partir de estrategias excluyentes. En esta
espiral de conflictividad el deterioro del espacio común es recurrente, los acuerdos
escasos y privan las estrategias que, a partir de recursos de acción de diverso orden,
van de lo socialmente legítimo a medidas de fuerza, intentan hacer prevalecer su
visión sobre el sentido de lo público.

La ciudad como lugar sensible

Al preguntarse sobre la capacidad que tienen las imágenes de la ciudad traducidas


en fotografías para recrear trayectos y recorridos urbanos, el texto de Miguel Ángel
Aguilar busca indagar sobre las maneras en que la mirada es capaz de producir otros
referentes sobre el espacio urbano. Es el caso de miradas ubicadas desde posiciones
sociales particulares, sea por grupo etario, género o ubicación frente a un entorno
cualquiera, que resultan en imágenes parciales y expresivas de la ciudad. Tal vez de
cada mirada y situación podría emerger un mapa sensible particular, aunque sin duda
condenado al olvido, su fugacidad conspira contra la fijeza. Con todo, algo persiste: las
maneras de categorizar las percepciones sobre el entorno requieren de dimensiones a
las cuales adscribirse (amplio-estrecho; bajo-alto; vacío-lleno) y éstas suelen ser guías
para ordenar cognitivamente los estímulos sensoriales. De aquí que las sensaciones
tengan que ver con repertorios personales, sociales y culturales de categorización. Es
de esta forma que los mapas múltiples de la ciudad gestados desde un conjunto de
experiencias dispares en algún momento se encuentran entre sí y adquieren una di-
mensión comunicable.
Al ubicar su mirada en la figura del flâneur el texto de Daniel Hiernaux explora no
sólo las transformaciones en los espacios urbanos de consumo, sino también las muta-
ciones en las dimensiones sensibles de estos espacios. El flâneur en tanto que transeún-
te tiene un contacto particular con los lugares por los que pasa, en su andar lento está

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en contacto activo con un entorno pleno de otras personas, mercancías, sonidos, en
suma, sensaciones que recrean la atmósfera particular del consumo de una burguesía
que se muestra en el espacio público. El sentido de la vista resulta predominante en
este perderse por los espacios del consumo en la medida en que se está ahí para mirar
y ser mirado. No sólo se trata de mirar personas, sino también en su capacidad de
portar objetos, de ser maniquíes móviles, con lo cual estos espacios de consumo ad-
quieren con plenitud su carácter de espacios de exhibición. En los centros comerciales
actuales la racionalidad e instrumentalidad del consumo se realiza en un ambiente
sensorial ampliamente controlado, la sorpresa desde los sentidos es evitada a toda
costa para no desestabilizar las atmósferas cuidadosamente diseñadas. La vista pierde
su capacidad de toparse con lo diverso que se encuentra fuertemente enclaustrado en
el exterior.
Por otra parte, la gama de miradas sobre la ciudad que se expresan a través del
empleo de conceptos y estrategias de análisis es también relevante, dan cuenta de la
consolidación de líneas temáticas y de la exploración de nuevas rutas. Sea desde
la propuesta de deslindar «niveles, configuraciones y prácticas del espacio», como se
realiza en el texto de Abilio Vergara, o bien en proponer la pertinencia del análisis
situacional, como lo hacen Tamayo y Cruz, es patente que la ciudad es a un tiempo
dato e interpretación, de ahí que sea necesaria la reflexión continua no sólo sobre qué
sabemos de ella, sino también sobre la manera en que este conocimiento es producido
desde aproximaciones metodológicas particulares.
Por último, resalta el interés en diversos artículos del libro por situar a actores y
procesos a partir de su propio discurso. De manera central, o como parte de una estrate-
gia de investigación de corte etnográfico, la realización de entrevistas con el objetivo de
recuperar testimonios de personas situadas en un contexto urbano revelador se analizó
desde una óptica que enfatizaba su carácter narrativo. Esto es, las entrevistas no sólo
fueron consideradas como relato fluido de experiencias o puntos de vista. Se abordó su
papel para hacer emerger ubicaciones y visiones del mundo social, articuladas desde una
estructura narrativa que al ser comunicable apela a una modalidad de conocimiento
común desde una voz individual, en la que converge lo singular y lo social.

Bibliografía

FERNÁNDEZ CHRISTLIEB, Pablo (2001), La afectividad colectiva, México, Taurus.


LOW, Setha y Denise LAWRENCE (2003), «Locating culture», en The anthropology of space and
place, Oxford, Blackwell.
SENNETT, Richard (2001), «La calle y la oficina: dos fuentes de identidad», en Anthony Giddens
y Will Hutton (eds.), En el límite. La vida en el capitalismo global, Tusquets Editores, Bar-
celona.

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Territorialidad y género: una aproximación
desde la subjetividad espacial1
Alicia Lindón

El tema del habitar —dentro del cual se ubica este trabajo— se puede considerar
bajo la visión heideggeriana que lo plantea como una condición esencial del ser hu-
mano, la de estar siempre vinculado a un territorio. El vínculo con el territorio se
concreta en el arraigo, es decir que es un lazo de pertenencia respecto al territorio
(Heidegger, 1986). También es importante observar que este vínculo implica más la
inmovilidad espacial que la movilidad. La inmovilidad resulta de las raíces del indivi-
duo en un territorio y le da la esencia al habitar. Para Heidegger, se habita de manera
«enraizada». En cambio, se puede construir una casa en un territorio con el cual no
hay vínculo previo, ni raíces. Su visión nostálgica de las sociedades modernas preci-
samente se fundó en que en ellas el construir una casa sin arraigo sustituye al habitar
enraizado (Heidegger, 1982). Esta forma de entender el habitar está necesariamente
asociada al concepto de territorialidad. Es un lugar común en las diversas concep-
tuaciones de la territorialidad afirmar que ésta siempre implica la relación o el víncu-
lo del sujeto con el territorio. Es por esto que nuestro acercamiento al habitar será
por la vía de la territorialidad.
Así, en este trabajo se aborda el problema de la territorialidad en el contexto
metropolitano, entendida como la relación del individuo con el espacio que habita,
es decir como una forma de habitar. La heterogeneidad metropolitana permite hallar
muy diversas territorialidades. En esta ocasión se analiza la territorialidad a través
de un discurso femenino que habita la periferia oriental de la ciudad de México, más
concretamente Valle de Chalco. Un rasgo característico de este tipo de territorialidad
es que integra significados aparentemente contradictorios, como son la «agorafobia»
y el «confinamiento territorial», con el «control del territorio» y aun la forma arcaica
según la cual el territorio es el lugar del «encuentro festivo» con el otro. Las tres
primeras modalidades, en nuestro análisis vienen a representar formas «modernas»
del habitar. Aunque el carácter moderno no se debe a lo que ya observaba Heidegger
de la falta de pertenencia, sino a que en el vínculo con el territorio está tejido el poder.
De esta forma, en una primera parte discutimos el concepto de territorialidad a
partir de tres ángulos convergentes: la territorialidad como la relación del individuo
con el territorio, la territorialidad situada y la territorialidad multiescalar. En la se-
gunda parte presentamos la particular territorialidad de género hallada en una na-

1. Agradezco la colaboración de Raúl Romero Ruiz en el trabajo de campo y también los comentarios muy opor-
tunos de Daniel Hiernaux a la versión previa.

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rrativa femenina de esta periferia pauperizada del oriente de la ciudad de México.
Por último esbozamos unas reflexiones finales en torno al modelo de territorialidad
reconstruido y sus vínculos con las tendencias individualizantes que crecientemente
construyen la base de la vida metropolitana, aun en las periferias populares más
empobrecidas.
Frente al desafío de abordar una problemática de este tipo, nuestra forma de
acercamiento ha sido a través del discurso de los habitantes sobre sus propias expe-
riencias, sobre sus prácticas espaciales y sus formas de pensar el espacio. Detrás de
esta decisión está nuestro reconocimiento de que en los discursos, más específica-
mente en las narrativas de vida femeninas, está entretejido un fragmento de una
subjetividad colectiva sobre el territorio que han incorporado y resignificado estas
mujeres a partir de experiencias vividas. En el discurso aparecen retazos —casi siem-
pre dispersos, encapsulados, codificados— de esas formas de vincularse con el espa-
cio, que intentamos reconstruir a través de la interpretación.

1. Un acercamiento a la territorialidad

La territorialidad inicialmente fue estudiada en el campo de la etología, en


referencia a la marca que los animales imprimen sobre su territorio. Posterior-
mente ha sido objeto de reflexión en las ciencias sociales desde varios ángulos.
Como ejemplo de la multiplicidad de tratamientos disciplinarios de este concepto
—aun dentro de las ciencias sociales— se puede citar el interrogante que se plan-
tean Gonzague Pillet y Françoise Donner en la presentación de un conjunto de
trabajos sobre la territorialidad: ¿es un concepto inter o multidisciplinario, en el
sentido de constituir la intersección de conocimientos disciplinarios? Los autores
se inclinan por la respuesta negativa, sin que por ello ubiquen al concepto dentro
de una disciplina particular. Más bien encuentran que se trata de una «mezcla de
vecindades disciplinarias contingentes» en donde cada vecino deja traslucir a
qué vecino acaba de visitar y terminan ubicándola como un concepto «in-discipli-
nado» (1984: 360-361).
De todas estas vecindades disciplinarias en torno a la territorialidad, en particu-
lar nos interesa considerar para nuestro análisis el desarrollo que ha alcanzado este
concepto dentro del humanismo geográfico. En este ámbito, la territorialidad ha
adquirido crecientemente connotaciones fenomenológicas y existenciales. Conside-
rar la territorialidad desde la propuesta del humanismo geográfico supone abordarla
desde el punto de vista del sujeto y su experiencia del espacio (Buttimer, 1980; Tuan,
1977; Ley y Samuels, 1978). Raffestin, uno de los autores que más ha contribuido a
este concepto, ha llegado a plantear que se «está construyendo una geografía de la
territorialidad» (1977).
En esta perspectiva, la territorialidad es el conjunto de relaciones tejidas por el
individuo en tanto que miembro de una sociedad, con su entorno. Algunos autores
como Malmberg (1984) consideran importante tener en cuenta que la territorialidad
no sólo habla del vínculo de los grupos sociales con su entorno, sino que además
expresa que este vínculo también incluye un componente de tipo emocional entre los
individuos y su espacio. Recuperamos este matiz para el análisis empírico que desa-
rrollamos más adelante.

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Asimismo, de acuerdo a Raffestin, la proxemia y el significado cultural de las
distancias dan una primera aproximación a la territorialidad pero de manera insufi-
ciente. Este autor reconoce que hay tres formas de abordar la territorialidad: como
defensa de un territorio, como apropiación (el sentido de pertenencia)2 y como rela-
ción con la alteridad. En su propuesta, la tercera versión constituye el nodo central
de la territorialidad: la relación con el otro, el problema de la alteridad. En este caso,
se asume que la alteridad es todo lo que es externo a un individuo, tanto un «topos»,
un lugar, una comunidad, otro individuo o un espacio abstracto como puede ser un
sistema institucional (1977). Todas estas relaciones se inscriben en el espacio y se
desarrollan en el tiempo, además todas ellas están codificadas o reguladas. De estos
tres planteamientos, el primero —como defensa de un territorio— no resulta de ma-
yor interés en este trabajo por el tipo de sujeto social estudiado. Tal vez si se trabajara
con actores colectivos y organizados podría resultar más pertinente. La segunda
modalidad —como pertenencia y apropiación— la hemos utilizado en otras ocasio-
nes para interrogar la periferia en cuestión, sin embargo los resultados arrojan más
bien una falta de pertenencia. En cambio, la tercera modalidad señalada por Raffes-
tin nos parece más apropiada para explorar la relación que mantienen con el territo-
rio las mujeres habitantes de la periferia que hemos considerado, aunque agregándo-
le el matiz advertido por Malmberg: el componente emocional, así como también el
problema del poder que viene dado desde la alteridad.
Esta última modalidad de territorialidad, con relación a la alteridad, se puede
articular con un rasgo que a nuestro entender es fundamental, como es la dimensión
situacional. Dicho con otras palabras, no estamos asumiendo que la relación con el
territorio sea algo que el sujeto —las mujeres en este caso— establece de manera
estructural, sino en forma situacional, es decir que es una relación que se replantea
en las distintas experiencias prácticas, siempre situadas en un espacio, en un tiempo
y en una trama social.
Asimismo también nos interesa recuperar otro eje que ha planteado Di Meo res-
pecto a la territorialidad. Según este autor, la territorialidad es una estructura o es-
quema mental, una representación, de un tipo particular: es multiescalar (2000: 44).3
En otras palabras, la territorialidad para Di Meo reúne tres escalas: la primera es lo
que el autor denomina «nuestro ser en el mundo, en la tierra, nuestra geograficidad»,
el aquí y ahora, es el espacio inmediato en el que está el sujeto y en el cual se desarro-
llan su acciones presentes. La segunda es la red territorial integrada por los lugares
vividos por el sujeto en otros momentos de su vida. Y la tercera dimensión es el
conjunto de referentes mentales a los cuales remiten tanto las prácticas como el ima-
ginario del sujeto (2000: 47): esos territorios a los que remiten sus prácticas pueden
ser muy lejanos, muy cercanos, muy extensos, muy estrechos. En síntesis, esta visión
multiescalar de la territorialidad permite entender que el vínculo del individuo con
su espacio de vida inmediato está inserto mentalmente dentro de una red muy am-
plia de territorios que de una manera u otra están tejidos entre sí a través del «hilo»
que es la vida del propio sujeto.

2. Esto coincide con el sentido heideggeriano señalado al inicio.


3. El antecedente de esta propuesta se encuentra en Bachelard (1957: 33).

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2. Entre la agorafobia y el control territorial: la construcción
de las territorialidades femeninas

El tipo particular de territorialidad de género situada, multiescalar, teñida por lo


emocional y por relaciones de poder, que presentamos a continuación se organiza a
la luz de dos conceptos utilizados frecuentemente en la geografía urbana de género:
nos referimos a la agorafobia (Brooks Gardner, 1994) y el confinamiento (Rose, 2002).
Uno y otro son conceptos que dan cuenta de una forma de territorialidad que estable-
ce el sujeto —las mujeres— con el espacio marcada por la subordinación. Sin embar-
go, en nuestro análisis también incorporamos otros conceptos que operan de mane-
ra inversa a los anteriores: hallamos territorialidades de género que incluyen el control
del espacio por parte de la mujer —un empoderamiento territorial de la mujer— y
territorialidades en las cuales la mujer vive su relación con el espacio como un en-
cuentro comunitario de acercamiento al otro.
Los estudios sobre la agorafobia han mostrado que frecuentemente los espacios
públicos —sobre todo aquellos que son amplios y abiertos— llegan a ser vividos como
espacios peligrosos, en donde el actor se siente frágil y vulnerable. Entonces, la ago-
rafobia es el concepto con el cual incluimos el pánico, el sentido del peligro y vulne-
rabilidad que se experimenta en un cierto territorio. Este ángulo lo retomamos para
interrogar la narrativa femenina vallechalquense.
La agorafobia —igual que la territorialidad más genérica— también puede ser
tratada de manera situacional. En este sentido nos podemos apoyar en que distin-
tas investigaciones empíricas han mostrado que los espacios públicos casi nunca
son vividos como espacios de la inseguridad por todos o cualquier habitante, sino
que ese sentido se asocia con las «situaciones» de ciertos actores sociales, usual-
mente mujeres, pero más aún mujeres de ciertos grupos étnicos o bien otras mino-
rías: la agorafobia no plantea la exclusión radical de cualquier actor social de un
cierto espacio público. Más bien expresa que para ciertos grupos sociales algunos
espacios públicos representan la inseguridad y peligrosidad. Entonces, un aspecto
central es que estas representaciones y sentido de inseguridad corresponden a «si-
tuaciones» (posiciones) sociales y, aun para esas posiciones, la peligrosidad no su-
pone la radical exclusión, lo que implicaría tomar la visión más simple de la dicoto-
mía «inclusión/exclusión». La agorafobia expresa una relación más sutil y compleja
que la exclusión: es el sentido de vulnerabilidad y peligro, el «miedo», que no debe
ser remitido directamente a la exclusión. A veces, ese sentido de inseguridad, inclu-
so de pánico, llega a producir la auto-exclusión del sujeto de ciertos lugares, sin
embargo en muchas circunstancias, el sujeto no puede excluirse de ese lugar por-
que ese lugar está necesariamente incluido dentro de sus prácticas espaciales coti-
dianas, dentro de sus recorridos cotidianos, y por eso lo fragiliza aún más que si
fuera una exclusión radical.
Por lo anterior, también tomamos la agorafobia situacionalmente, entendiendo
que la «situación» en parte es de género: es un discurso femenino y esto supone que
está producido desde ciertas posiciones en el tejido social, casi siempre subordina-
das. También lo situacional se expresa como momentos particulares en una biogra-
fía, algunos de esos momentos agorafóbicos forman parte de la adolescencia, de la
juventud y otros están situados en la vida adulta. De igual forma el carácter situa-
cional de las experiencias femeninas incluye su condición de habitante de una colo-

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nia popular de Valle de Chalco. También lo situacional se refiere a la condición de
transeúnte de las calles de la colonia en tanto que fragmento específico del espacio
público que se ha integrado en la vida cotidiana. Por último, dentro de lo situa-
cional de las experiencias agorafóbicas aparecen los otros, la alteridad: desde los
vecinos, familiares hasta desconocidos —desconfiables, peligrosos, amenazadores—
con los cuales se producen encuentros fugaces dentro del espacio público pero
significativos.
En síntesis, la relación agorafóbica de estas mujeres con el territorio resulta de
situaciones particulares que casi siempre implican el cruce de varias condiciones: la
de género, la de clase, la edad y también otras más coyunturales, como transitar por
una calle particular, en un cierto momento del día.
La agorafobia también puede ser pensada en términos multiescalares: en parte
resulta de la geograficidad o la espacialidad del actor en un espacio dado en un
momento (el aquí), pero también se conforma a través de un juego de espejos
múltiples en los cuales el sujeto contrasta el lugar en el que está ahora (el aquí) con
otros lugares vividos anteriormente e incluso, imaginados. Esos otros lugares
—vividos e imaginados— son referencias indirectas a otras escalas espaciales, pero
se entrelazan en la conformación del sentido de la peligrosidad que se le atribuye
al lugar del presente. El sentido de peligro en un lugar apela a lo que percibe el
sujeto en ese aquí y ahora, pero también hace una comparación espontánea
con otros lugares en los que también sintió peligro y con otros en los que sin-
tió confianza y seguridad.
Si la territorialidad toma profundidad al entenderla en términos de agorafo-
bia, lo hace aún más cuando se incorpora otro concepto: el confinamiento. Los
estudios urbanos de confinamiento —sobre todo aquellos realizados a partir de
las geografías urbanas de género— han mostrado que el problema del confina-
miento es más complejo que la simple demarcación de ciertos espacios públicos o
la prohibición de que un actor acceda a un espacio, o bien la reclusión de un
sujeto en un lugar. Aun cuando los diferentes actores no tengan límites físicos
precisos para el uso y movilidad en los espacios públicos, el espacio los confina
en la forma en que deben presentarse, en las conductas y actuaciones que deben
seguir y en las que no deben realizar. El confinamiento se produce por medio de
la imposición de códigos siempre ajenos al actor o bien códigos que el actor no
puede adoptar.
Este fenómeno también nos interesa analizarlo con referencia a la «situación», es
decir, cómo son confinadas distintas minorías o grupos sociales en ciertos espacios,
a los códigos de otros. En nuestro caso: cómo son confinadas las mujeres de esta
periferia pauperizada. En el caso estudiado uno de los códigos sociales de confina-
miento que aparece es el que dice que una joven no debe transitar por las calles
durante la noche. Una vez más estamos frente a un fenómeno que se aproxima a la
exclusión pero que es más sutil y complejo.
El confinamiento también se puede comprender de manera más acabada en
términos multiescalares: el confinamiento no sólo se impone en un cierto recorte
espacial (el aquí y ahora) —por ejemplo, no circular en las calles— sino que el
sujeto que se siente confinado también está contrastando con su experiencia de
otros lugares. El sujeto siente que los códigos de comportamiento en ese lugar le
son ajenos e impuestos de manera forzada en contraste con experiencias de otros

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lugares en los cuales no se ha sentido confinado a códigos ajenos o imposibles de
seguir. Otros espacios vividos anteriormente o imaginados le permiten establecer
analogías,4 así el individuo reconoce los límites y códigos concretos que ese confi-
namiento actual le impone.
Todo esto muestra que el tipo de territorialidad de género que analizamos sólo se
comprende si se tiene en cuenta el componente fenomenológico y existencial: en el
caso estudiado esto implica que en el vínculo que actualmente construye la mujer
con el territorio inmediato que habita están entrelazadas experiencias pasadas vivi-
das en diferentes momentos: el pasado se hace presente a partir de lo que la mujer se
apropia, sedimenta y utiliza en su vida actual, en su vida práctica. En la territoriali-
dad actual se entrecruzan experiencias pasadas y experiencias más o menos actuales,
es decir, experiencias vividas en circunstancias distintas de su biografía.

3. Una estrategia analítica: los escenarios

En esta ocasión trabajamos con la narrativa de vida de una mujer habitante de


Valle de Chalco. No la consideramos desde lo único que posee como cualquier discur-
so, sino desde su singularidad social.5 En este último sentido nos resultó relevante
por la heterogeneidad social nada despreciable que en ella está contenida. En otras
palabras, el texto (producido por el individuo) no es más que un pretexto para entre-
ver un contexto social de sentido.
En la narrativa de esta mujer aparecen varios significados sociales sobre el te-
rritorio en el cual habita y varias formas de construirlo en un «lugar» a partir de un
conjunto de ideas y esquemas de pensamiento colectivo, que buscamos descifrar.
Nuestra estrategia analítica ha consistido en reconstruir escenarios dentro de
dicha narrativa, recogiendo en parte la metáfora dramatúrgica goffmaniana.6 Sin
embargo, intentamos ir más allá de la propuesta de Goffman en varios sentidos.
Uno para penetrar de lleno en el problema de la territorialidad. Otro, para cruzar
los escenarios —como expresión de lo situacional— con la biografía, como expre-
sión de lo que permanece. Otra forma de distanciamiento de la propuesta goffma-
niana radica en que nuestros escenarios tienen movimiento en sentido espacial. Y
aun otra perspectiva que nos aleja de los escenarios goffmanianos es que los nues-
tros no se limitan a lo interaccional, sino que también incluyen la subjetividad y

4. Esto entra dentro de lo que la fenomenología ha analizado como el ejercicio del «pareo». Con relación al pareo
conviene recordar que Husserl propuso un mecanismo de estructuración inherente a la conciencia que consiste en
la capacidad de conectar acontecimientos temporalmente con el objeto de crear secuencias temporales. Así, se
establecen conexiones continuas entre cosas que objetivamente están separadas. La mente construye unos ejes
espacio-temporales que permiten que el mundo cobre objetividad espacial y temporal. Este procedimiento de la
conciencia constituye el «pareo» y se sustenta en una suerte de analogía. En última instancia, los actores construyen
la sociedad a través de estos procedimientos que permiten conectar e integran un mundo inconexo.
5. Entendemos la singularidad como el cruce entre lo particular de una biografía y lo social, es decir, la forma que
toma lo social cuando es apropiado por un individuo.
6. Nos referimos a la propuesta de Goffman según la cual la sociedad puede entenderse como la representación de
una obra de teatro: esto implica pensar a la sociedad como infinitas situaciones definidas por una espacio-temporalidad
específica, en la cual los individuos son actores que representan papeles, construyen escenarios, utilizan recursos escénicos
para darle más fuerza a sus representaciones —a fin de convencer a los otros de su papel— como son las máscaras,
utilizan recursos complementarios, como el decorado, el propio trabajo facial y corporal. Y todas estas situaciones
siempre tienen varios frames que dictan el tono de lo que se debe hacer o cómo interpretar lo que hacen los otros.

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la experiencia interior (una vez más, la referencia fenomenológica es central en
nuestra visión).
Los escenarios que reconstruimos corresponden a distintos momentos biográfi-
cos en los que el espacio es vivido de diferentes formas y en los cuales participan
diferentes figuras de la alteridad que representan roles particulares para la narrado-
ra. En otras palabras, los escenarios son formas de presentar recortes espacio-tem-
porales específicos dentro de una trama biográfica extensa.
Asimismo, hay que tener en cuenta que cuando se trabaja con este tipo de mate-
riales biográficos nunca se busca la exhaustividad anecdótica, lo anecdótico siempre
será incompleto (Catani-Mazé, 1982). Por lo mismo, no es nuestra preocupación re-
construir todos los escenarios biográficos (lo que además, no sería posible de ningu-
na forma), sino algunos que nos resultan claves o iluminadores para entender las
formas de relación del sujeto con el espacio de vida que van más allá del escenario.
Así, en términos prácticos el escenario puede corresponder a una circunstancia en
apariencia banal, sin embargo su valor metodológico es que condensa elementos
claves para la construcción del sentido.
La particularidad de cada uno de estos escenarios es que en ellos se vive y da
sentido al lugar de maneras específicas. De igual forma, es importante señalar
que estos escenarios no sólo no son exhaustivos, sino que tampoco son continuos
en la biografía en el sentido de una secuencia cronológica. Algunos son próximos
entre sí y otros muy distantes. Esto se funda en que las experiencias vividas y el
conocimiento a la mano que dejan no opera cronológicamente, porque precisa-
mente en el nivel de la subjetividad y los procesos de la memoria las experiencias
no se organizan cronológicamente. Por lo tanto, dos experiencias vividas en mo-
mentos muy distantes uno de otro pueden entrelazarse en la construcción de un
sentido único.
En cuanto a la espacialidad, es importante subrayar que nuestros escenarios son
«móviles», unos más y otros menos. Esto quiere decir que no se trata de una repre-
sentación del narrador que está fijada en un espacio, como en general ocurre con los
escenarios goffmanianos. Son escenarios móviles porque el personaje principal está
en movimiento, está desplegando diferentes prácticas en varios «aquí», hay un desli-
zamiento de la espacialidad a partir de las prácticas.
Dentro de una trama biográfica extensa, estos escenarios que demarcamos y
recortamos analíticamente vienen a representar instantes, a veces fugaces, cuya
particularidad analítica es la de unir elementos y definir así configuraciones de
espacio-temporalidades y socialidades que operan como llaves de interpretación de
la narrativa biográfica. De esta forma, las configuraciones que integran cada esce-
nario son situacionales, y en consecuencia efímeras, sin embargo son decisivas
para la definición de territorialidades que perduran como sentidos más estables
que se le otorgan al espacio y que definen formas de relación del sujeto con el
espacio, que no son ajenas a un sistema de valores que acompaña a una biografía.
Analizando a Goffman, Isaac Joseph dice: «un caso [un escenario, una situación, un
encuentro, un momento] 7 funciona como una configuración puntual destinada a
ilustrar la lógica estructural» (1998: 8).

7. Las expresiones entre corchetes son nuestras.

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Por eso, en nuestro análisis los escenarios tienen la virtud de dar cuenta del
cruce de lo situacional con lo que permanece. Esto último nos permite reposicio-
nar este análisis particular bajo la temática más amplia de la vida cotidiana y su
subjetividad social, tema que hemos trabajado desde diferentes ángulos pero siem-
pre bajo la concepción de que ese binomio se construye y reconstruye permanente-
mente a través de la tensión entre la rutinización y la innovación, entre lo instituido
y lo instituyente, entre lo fosilizado y lo creativo, entre lo repetitivo y la invención
(Lindón, 1999, 2000 y 2001).
La selección de esta narrativa particular se debe a que en ella se expresan signos
inequívocos de formas muy diferentes, incluso opuestas, de territorialidades. Entre
estas formas que adopta la territorialidad se hallan la agorafobia y el confinamien-
to, en el sentido más conocido que restringe la exposición al espacio público. El
interés en esta narrativa también resulta de que contiene otras territorialidades, de
signo contrario, en las cuales la mujer vive el espacio como lugar de encuentro
enriquecedor o incluso como el territorio que controla pese a la adversidad.
Esas formas de vivir el espacio, y constituirlo en lugar, terminan conformando un
sentido de la territorialidad que trasciende a las situaciones (escenarios) puntuales y
sin llegar a fosilizarse, se constituye en un sentido «a la mano», es decir que puede ser
aplicado en otros escenarios y situaciones, incluso futuras. En otras palabras, toma
forma en situaciones puntuales pero las trasciende, va más allá de ellas, acompañan-
do al sujeto.

4. Figuras de la territorialidad en una narrativa femenina

La narrativa analizada corresponde a una mujer de 32 años, es la cuarta de siete


hermanos (seis mujeres y un hombre), tiene 21 años viviendo en Valle de Chalco y
llegó a la zona —con sus padres y hermanas— cuando tenía 11 años. Esto implica
que la narradora llegó al lugar a inicios de los años ochenta, cuando la ocupación
aún era débil ya que Valle de Chalco empezó a fraccionarse y ocuparse en la segun-
da mitad de los setenta.8 Esta mujer actualmente vive en el lugar con sus dos hijas
y con su esposo.
Para posicionar esta narrativa es importante tener en cuenta que se trata de una
mujer que es originaria de la ciudad de México, que ha vivido dos terceras partes de
su vida en Valle de Chalco. Asimismo, hay que considerar que para ella es muy im-
portante distinguir entre las personas originarias de la ciudad —como ella— y las
que proceden del interior del país, particularmente de pequeñas comunidades rura-
les. Las palabras siguientes ilustran esta concepción:

8. De manera muy escueta recordamos que Valle de Chalco constituye un territorio de unos 40 kilómetros cuadra-
dos que empezó a fraccionarse ilegalmente en la segunda mitad de los setenta y en sólo dos décadas (ochenta-
noventa) ha albergado a medio millón de habitantes en lo que fueron tierras rurales, siendo casi todos ellos
autoconstructores excluidos de los mecanismos formales de acceso a la vivienda. Sin duda, la magnitud del fenóme-
no junto con la velocidad del proceso de expansión urbanas fueron decisivas para su rápida incorporación al discurso
coloquial sobre la ciudad. Sus habitantes son sujetos con trayectorias biográficas de alta movilidad territorial. Algu-
nos de ellos han iniciado el desplazamiento de la residencia en áreas rurales, continuándolo en la ciudad de México.
Otros, hijos de migrantes de origen rural pero ellos mismos originarios de la ciudad, se han desplazado reiterada-
mente dentro de la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. Para más información sobre el contexto local:
Hiernaux, Lindón y Noyola, 2000.

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[…] hay mucha gente que es muy apática, no le importa vivir mal, porque viven como
en sus pueblos, no les importa que no haya agua, desgraciadamente la gente se ha
venido a emigrar de sus pueblos, quiere venir a imponer sus pequeños pueblos aquí, no
se adaptan a la comunidad, quieren venir a hacer sus pequeños pueblos aquí, a querer-
se matar, a querer hacer lo que hacen en sus pueblos, porque mucha gente viene huyen-
do de eso, de cosas que hacen en sus pueblos, se vienen a refugiar aquí, vienen a conti-
nuar sus fechorías...

En esta narrativa femenina reconstruimos tres escenarios que dan cuenta de dife-
rentes formas de significar el espacio y relacionarse con él: en el primero se presenta
la experiencia de vivir el espacio público, más concretamente las calles de la propia
colonia, en el sentido de lo que Sylvia Ostrowetsky (2001: 151) ha denominado el
«encuentro afuncional de la festividad». Conviene aclarar que lo afuncional se plan-
tea en el sentido de que no se trata de ninguna de las funciones que cierto urbanismo
«distante» reconoce como esenciales: residir, trabajar, circular. Aunque desde otro
punto de vista la fiesta cumple una importante función en términos del tejido social
y de la vida cotidiana.
En el segundo escenario la territorialidad aparece bajo la experiencia de la agora-
fobia y el confinamiento en la propia colonia y en el entorno de la misma. Y por
último, en el tercer escenario, que corresponde al momento más actual de la biogra-
fía, la experiencia del espacio toma el sentido del control, la mujer controla tanto el
territorio como a los otros que se mueven en ese espacio público.

Primer escenario. La territorialidad del encuentro festivo

Este escenario se montaba en distintas fechas festivas, como por ejemplo las
fiestas patrias o las fiestas navideñas: nuestra narradora, adolescente, acompaña-
da de sus hermanas, organizaba la fiesta e invitaba a los jóvenes vecinos y a sus
familias a participar en la convivencia comunitaria. La fiesta se iniciaba cuando
sacaban afuera de la casa de sus padres —a la calle— un amplificador que conec-
taban a una batería de automóvil, ya que no tenían corriente eléctrica. Algunos
vecinos se iban acercando y ofrecían otros equipos de música complementarios
con los cuales se iba armando el «decorado musical».9 Para completar el decora-
do festivo, nuestra narradora y sus hermanas sacaban a la calle una estufa y co-
menzaban a preparar comida que irían vendiendo a los asistentes. El decorado
festivo se completaba con fogatas que sustituían la falta de luz eléctrica, y una vez
así realizado todo este montaje escénico se iniciaba el baile, la convivencia, la
fiesta: se hacía «la lunada».
En este típico escenario de fiesta popular callejera se pueden distinguir los tres
elementos más fuertes del decorado: la estufa, la fogata y la música. Los dos prime-
ros se podrían entender como un desdoblamiento moderno del fogón o el «fuego»,
que ilumina y permite preparar los alimentos, al mismo tiempo que expresa la vida
privada. El tercer elemento, la música, parecería representar la parte que ritualiza el
encuentro y que introduce y da fuerza a lo comunitario dentro de la vida privada.

9. Usamos la palabra «decorado» en el sentido goffmaniano.

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En este escenario, la relación con el espacio gira en torno al encuentro festivo en
las calles. La experiencia del encuentro «afuncional» y festivo en el espacio público
muestra una asociación directa entre las calles y la fiesta. Seguramente, se trata de
una apropiación del espacio público que sólo en apariencia es afuncional ya que
cumple varias funciones, una de ellas es la de cohesionar socialmente. Otra función
es la de truncar por un breve tiempo la rutina y así revitalizar la cotidianidad. De
hecho es afuncional para el urbanista o el diseñador que adoptan una mirada exter-
na, pero no para quienes ahí habitan que siempre han buscado articular fiestas y
espacio público.10
Al asociar las calles con la fiesta, en la narrativa la alteridad se representa como el
vecindario con el cual hay un encuentro, se produce un acercamiento al otro que crea
solidaridades y complicidades. Los otros, los vecinos, son conocidos. Y las calles son
el territorio que permite ese acercamiento, que cobra vida con la experiencia festiva
comunitaria. Esto construye una forma de territorialidad, de relación con el territo-
rio inmediato, en la cual la joven vive el espacio público como experiencia enriquece-
dora de sí misma. El espacio público es asociado con lo colectivo, con compartir lo
festivo en un contexto de confianza (se sabe quién es el otro inmediato) y coopera-
ción (todos contribuyen de alguna forma a la fiesta): la reunión de esas pequeñas
contribuciones (el equipo de música, instrumentos varios, el conocimiento de cómo
hacer algo) es lo que permite alcanzar lo comunitario: la fiesta.
Cabe observar que cuando el espacio público es vivido de esta forma no se está
refiriendo a un espacio público de tránsito, como ocurre usualmente con las refe-
rencias a las calles, sino a un espacio público en el cual se instala un escenario que
permanece, al menos más que lo que permanece un transeúnte en el lugar.
En esta permanencia en el espacio público a través de la apropiación festiva, el
lugar es utilizado como si fuera una prolongación de la casa o la casa misma. En
cierta forma, la fiesta desplaza la vida privada a la calle por las limitaciones físicas
de las casas. Se sacan objetos de la casa y se colocan en la calle: desde equipos de
música, mesas, hasta instrumentos diversos para preparar alimentos y consumir-
los. Así, el interior de la casa se abre y se vuelca en la calle porque la casa no puede
albergar físicamente a la fiesta. Por eso se trata de una permanencia en el espacio
público —y no una simple circulación—, pero al mismo tiempo se impregna el
espacio público con lo privado.
En este cuadro espacio-temporal, los otros representan el vecino que se conoce,
tanto jóvenes con los cuales se está compartiendo una etapa de la vida como sus
familias. Evidentemente, se trata de una alteridad que toma el sentido de un «noso-
tros» por la «cercanía social y afectiva» que se impone.
En este escenario el lugar es construido por condensación, es decir es construido
simbólicamente por la condensación de ideas colectivas que son apropiadas y resig-
nificadas en una biografía particular y en estas situaciones biográficas concretas
(Debarbieux, 1995; Lindón, 2003).
La construcción del lugar como «condensación» es un proceso simbólico en
tanto supone la imbricación entre un sentido directo, convencionalmente atribui-

10. De aquí en adelante, se usará la expresión «afuncional» no para negar la funcionalidad social de la fiesta sino
precisamente para destacar que su función principal no debe entenderse bajo la lógica modernista y racional del
circular, trabajar y residir.

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do a las palabras, y una experiencia particular. Esto se asemeja a lo que Catani
llama la «fórmula personal», aunque en su caso no se refiere a la espacialidad sino
de manera más general a la apropiación y reconfiguración que hace un individuo
de valores sociales (1982: 41).11 A diferencia de los procesos en los cuales el lugar
se construye por adjudicarle un atributo que tiene un solo sentido, aquí no se trata
de una simple transferencia. Se da una resignificación del lugar a la luz de la
propia vida del sujeto, de modo que no se le atribuye al lugar un sentido estableci-
do, sino un sentido establecido y apropiado por el sujeto en una circunstancia
concreta. En esa apropiación y resignificación es donde se juega la idea de la con-
densación. Este proceso ocurre en el lenguaje, a través de figuras discursivas, so-
bre todo a través de tropos. La condensación incorpora el fenómeno de la conno-
tación a la construcción del lugar, es decir deja abiertos varios sentidos posibles.
Esto se debe a la específica resignificación de ese lugar en el contexto biográfico
particular del sujeto.
La particular construcción simbólica del lugar (el barrio o entorno de cercanía
residencial) que hallamos en este escenario introduce dentro de una situación particu-
lar la idea social de la «confianza en la cercanía». La idea colectiva que flota en este
escenario es «que se puede confiar en quienes están junto a nosotros». Cuando esa
idea colectiva es reapropiada en la biografía de la narradora y en este escenario par-
ticular, se la procesa y singulariza en estos términos: «Como éramos pocos en la
zona, nos interesábamos por conocernos, por conocer al vecino» y esto venía a cons-
tituir la base de la «confianza en la cercanía». De esta forma la idea de la «confianza
en la cercanía» se asocia al inicio de la ocupación urbana de la zona y a la baja
densidad de ese momento. Aparece la idea de que el conocimiento y el interés en el
vecino es posible mientras sean pocos, y sólo así se puede producir lo colectivo. Las
palabras de la narradora ilustran esto:

[...] por la misma gente que viene de otros lugares, uno no sabe con que mañas vienen,
entonces te vas cuidando, en vez de vivir más tranquilamente, porque se va poblando,
no, vive uno más a la defensiva porque uno no sabe que gente viene o de dónde viene,
entonces ahí se rompe la relación, entonces ahora el mismo medio de la pobreza, la
inseguridad, hace a uno ser más renuente a la convivencia.

Segundo escenario. La territorialidad de la agorafobia y el confinamiento

El segundo escenario es diametralmente opuesto al anterior. En el primero domi-


naba el componente comunitario, en éste lo hace el individual. La narradora introdu-
ce un antecedente clave para dar la entrada a este segundo escenario: a los 16 años
tuvo que empezar a trabajar. El primer trabajo formal que consiguió fue como vende-
dora fuera de Valle de Chalco y en el otro extremo de la ciudad. Explica que por no
contar con estudios de preparatoria no podía aspirar a algo mejor. Todo lo que va
señalando para darle contexto a su entrada al mundo del trabajo está marcado por
las dificultades y las experiencias dolorosas. Por ejemplo, dice:

11. Ésta es otra forma de referir a lo «singular» en el sentido más arriba señalado.

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Cuando necesitas el trabajo, se te ve la desesperación en la cara por conseguir un em-
pleo y cuando yo iba así, que ni con tacones sabía yo caminar, pero pues así tenías que
presentarte, nos íbamos sin comer todo el día y así regresábamos, ¿con qué vas a co-
mer? porque mis papás no nos daban dinero para comprar ni un taco ni nada, nada
más con lo del pasaje, y eso salía de las hermanas mayores, así, así nos íbamos...

Con este antecedente, que opera como una condición necesaria para el escenario
siguiente, la narrativa va montando el escenario en cuestión de la siguiente forma:

En una de esas ocasiones, cuando estaba yo ahí trabajando, el viejo ese se equivocó
de ruta, el del camión, decía que iba a entrar para la colonia Guadalupana, y no, se
fue por otro lado, se fue por atrás, nos fue a dejar al fondo de la colonia y yo tuve que
caminar desde allá hasta la casa, de polo a polo y ahí venía un viejo atrás de mí, no,
«¿pues, adónde vas?», esa vez fue en tiempo de lluvias, cuando brinco el charco, el
viejo me agarra por detrás, me tapa la boca y me jala hacia un lugar, el Valle estaba
sin luz, sin nada, y me jaló para atrás, me jaló ahí bien feo, me quitó mi bolsa, lo que
quería era robarme, pero en ese momento sí me dio mucho miedo, yo empecé a
gritar, pero a esas horas, eran como las doce de la noche, que yo venía de trabajar, y el
viejo me agarra así por atrás, en ese momento dices, «éste ya va a hacer algo aquí
conmigo, no nada más me va a...» y pues ni modo y ya me empecé a pelear con el
viejo, porque no era ni muy grande, estaba así como a mi nivel, me empecé a pelear
con el viejo ese y si, nos dimos de trancazos, entonces ya lo único fue que me arrebató
la bolsa y se echó a correr, y entonces sale por ahí un señor con un palo y un mucha-
cho: «¿qué pasó?», «no pues, ya me acaban de asaltar», «pues ¿adónde vives mu-
chacha?, ¿qué andas haciendo a esta hora aquí?»... como si la culpable fuera yo, si yo
venía de trabajar, ya pues, me fui a la casa... Llego, supuestamente mis papás estaban
preocupados, pero en vez de decir «hija», no, dicen: «Es bien tarde, ¿qué andas ha-
ciendo a estas horas?». Yo lo único que quería en ese momento es que me abrazaran
y dijeran..., cuando yo les dije «es que me acaban de asaltar y de jalar y espantar», que
me abrazaran y me dijeran «hija, pues ya no...». Pero, no, lo único que me dijeron «Es
bien tarde, qué andas haciendo a estas horas en la calle?». Son cosas bien feas, a lo
mejor no tuviera yo que pasar esto si mis padres me hubieran dado escuela, si hubie-
ra tenido un mejor empleo y no tuviera que andar a esas horas de la noche en un
trabajo. Duré semanas en que parecía muerta en vida, porque andaba toda pálida, me
empezó a dar miedo salir a la calle, son los riesgos... son los riesgos porque en otra
ocasión asaltaron el camión y el viejo ese, igual, con la pistola en mano, aquí me puso
la pistola y metiéndome la mano por todos lados, entonces es cuando te entra el
rencor y dices, ¿por qué tengo que pasar por este tipo de cosas?, porque es bien feo,
cierras los ojos y te acuerdas del viejo ese asaltando, manoseando...

Se trata de un escenario centrado en la experiencia espacial de la agorafobia y el


confinamiento, que resultan totalmente imbricadas: predomina el sentido del peli-
gro, la vulnerabilidad, la fragilidad, el temor en el espacio público. Este escenario
corresponde a la adolescencia de la narradora, aunque a lo largo de la narrativa
aparecen varias circunstancias semejantes que se ubican entre la adolescencia y la
juventud, incluso en la infancia, es decir en las etapas biográficas de mayor fragili-
dad, sobre todo en contextos de pobreza urbana en los cuales desde muy temprana
edad se realizan actividades para asegurar la supervivencia.
Este escenario se conforma en el espacio público restringido a las calles como
espacios de circulación obligada. Los estudios de agorafobia casi siempre asocian el
«pánico y el temor» con «espacios públicos amplios y abiertos». En esta narrativa, se

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asocian con calles estrechas y espacios encajonados, junto a espacios abiertos corres-
pondientes a baldíos. Es importante destacar la diferencia con el escenario anterior,
en ambos el cuadro espacial son las calles, pero en el anterior es una espacialidad del
«estar», de apropiarse de la calle para la fiesta, mientras que en este segundo escena-
rio tenemos una espacialidad de circulación necesaria.
La circulación obligada por las calles de la propia colonia de noche de regreso al
hogar enfrenta a nuestra narradora a la experiencia de la violencia, frente a esto
emergen tanto el sentido del confinamiento como la agorafobia, como situaciones
en las cuales se evidencia su vulnerabilidad frente a un espacio público poblado de
agresores.
El confinamiento resulta de la aceptación en el contexto local de un código so-
cial ampliamente extendido según el cual una mujer, más aún si es joven, no debe
circular por las calles después de ciertas horas, o bien en la noche. Sin embargo, la
vida cotidiana de algunas jóvenes del lugar —como la narradora— está regida por
la necesidad de trabajar —aun en lugares distantes— y eso implica transitar por las
calles, incluso en esas franjas temporales vedadas en los códigos sociales. Cuando
la narradora vive la experiencia de la violencia en las calles en esas franjas de tiem-
po marcadas por el peligro, la alteridad inmediata —lo que incluye a la familia
residencial, los padres— expresa que la joven mujer violó el código al circular por
un espacio público cuando no debía hacerlo, cuando estaba vedado. Así, emerge el
sentido del confinamiento, los otros le hacen saber que su movilidad en el espacio
público, en las calles, estaba confinada a respetar ciertas «barreras»: un horario en
el que no se «debe circular».
En el antecedente y condición necesaria de este escenario, es decir cuando la
narradora expresa su necesidad de trabajar desde muy joven, también aparece otra
expresión de confinamiento al señalar que en el trabajo se debía presentar con
cierto tipo de calzado formal. Para la narradora esto es otro mecanismo de confina-
miento porque también es opresivo, porque lo sentía un código ajeno a ella misma,
porque le dificultaba sus caminatas hasta la autopista donde encontraba el trans-
porte público necesario para desplazarse y más aún porque la tornaba más vulne-
rable en los largos trayectos que debía recorrer caminando de noche, cuando regre-
saba a la casa.
En este escenario también es importante considerar quiénes son los otros, los
personajes que intervienen. La alteridad se presenta de dos formas: por un lado
están los desconocidos, figuras masculinas que circulan por las calles, la agreden y
despojan. Por otro lado, también están los otros que son conocidos —cercanos
afectivamente, la familia— que la enjuician por no acatar lo establecido: los espa-
cios y horarios permitidos y prohibidos. Cabe subrayar que no aparece ningún
alter que represente cercanía protectora, confianza, afecto. Los padres son la ex-
presión más fuerte del enjuiciamiento que confina, mientras que las hermanas
—afectivamente cercanas a lo largo de la biografía— en este escenario están au-
sentes por las mismas carencias estructurales que las llevan a buscar cotidiana e
individualmente medios de sobrevivencia, y en consecuencia debilitan sus encuen-
tros e interacciones: «Con mis hermanas no nos veíamos por lo mismo que todas
teníamos que trabajar, y así no nos enterábamos de lo que le pasaba a la otra».
En estas experiencias se va construyendo una narrativa que deja asomar una te-
rritorialidad que confina a la mujer-narradora a respetar códigos que prácticamente

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no puede adoptar por razones de supervivencia, como es la necesidad de trabajar y
residir en sitios muy distantes y, en consecuencia, la necesidad de circular por ese
espacio público peligroso. El confinamiento se produce por el código social que dicta
lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer. Tanto lo permitido como lo prohibido
están demarcados en tiempos y espacios. La dimensión espacial son las calles o cier-
tas calles. La dimensión temporal son ciertas horas del día. El confinamiento se vive
como un consenso social —en sus diversos niveles, que van desde el vecindario, la
familia, la parentela, las autoridades— que recuerda a la joven que no ha respetado el
código establecido y por lo tanto no hay «protección social». Esto también expresa
que el confinamiento es claramente situacional, el código que veda socialmente la
circulación por las calles rige sobre todo para las mujeres jóvenes. También está
presente lo multiescalar como esa red de referencias espaciales con las cuales la na-
rradora compara su espacio de vida: en otras colonias conocidas o no conocidas pero
imaginadas es diferente.
Al mismo tiempo surge la agorafobia como el sentido de vulnerabilidad, de peli-
gro en las calles, que se despliega en una escala de distintas intensidades. Desde el
pánico inmediato a la agresión, que le impide totalmente a la narradora la circula-
ción o la exposición al espacio público por un tiempo —breve en la práctica— hasta
un sentido más profundo que no impide la circulación por las calles pero que perma-
nece en el tiempo como un sentido de constante inseguridad, fragilidad y amenaza.
El peligro se define en la narrativa sobre dos ángulos, uno es el de la fragilidad
ante la agresión externa, siempre masculina, y el otro es el despojo en sus diversas
dimensiones, también realizado por figuras masculinas. La fragilidad está directa-
mente ligada a lo corporal. El pánico ante la agresión corporal es el centro de la
agorafobia. Por eso, la fragilidad es la evidencia de la debilidad frente al otro, al
agresor. En cambio, el despojo implica que la agresión se ha concretado. El despojo
se despliega en varios planos que van desde las pérdidas accidentales de objetos y
pertenencias, el robo de pertenencias hasta el despojo corporal.
A su vez, la agorafobia se va alimentando de otras experiencias cotidianas, ocurri-
das en otros escenarios (la dimensión multiescalar), en las cuales la vulnerabilidad
no sólo aflora cuando se violan los límites temporales aceptados socialmente para la
circulación en las calles, sino en situaciones diversas pero siempre contextualizadas
en el espacio público de las calles. En otras experiencias, la agresión no siempre se
identifica con un otro directamente, sino que a veces la produce el fenómeno urbano
mismo, con la circulación, el tránsito, la velocidad, pero igual que en el otro caso se
vive como amenaza, peligro, riesgo.
Una de esas otras experiencias —en otro escenario, cuando la narradora tenía
12 años— en las cuales el espacio público y sus transeúntes también le representan
la agresión, aun cuando no sea a través de actos delictivos sino como la agresión de
la ciudad misma, o mejor aún de la periferia, nuestra narradora la relata en estos
términos:

Venía de la escuela, tenía que traer todo lo que me encargaban de allá, la leche, las
tortillas, todo..., venía bien cansada, recuerdo que ese día me tocó deportes, venía ren-
dida y cargando mi morral, un morral bien feo, con los útiles, las latas de leche, mis dos
kilos de tortillas bien calientes y el solazo, cuando ya venía yo a la subida del puente, ya
viene el camión, me echo a correr, se me atraviesa un viejo [nuevamente, la figura mas-
culina ligada a agresión], o sea chocamos, vuelan las latas por lo que ahora es la vía

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rápida, y esa vez me acuerdo que hasta me había comprado un kilo de peras, volaron
las latas, las peras, las tortillas, mis cuadernos y yo así, de bruces sobre todo, tenía las
rodillas bien sangrantes, los codos, las manos, pero la suerte me ayudó porque me
hubieran planchado, porque ahí no era de que... sigue siendo vía rápida porque es
entrada a la autopista, entonces es algo bien feo porque dices, ¿por qué nos tuvimos
que venir a vivir a un lugar así?, porque pues, donde vivíamos teníamos lo más necesa-
rio alrededor y a mi me entró un coraje, el por qué nos tuvimos que venir a un sitio así
y por qué yo tenía a mi edad que padecer con esas necesidades...

Esta experiencia y su espacialidad pasaron a integrar para nuestra narradora


esa red de referentes mentales de múltiples espacios vividos de los que habla Di
Meo, que emergen espontáneamente en otras experiencias y contribuyen a la cons-
trucción del significado de los espacios de manera multiescalar. Por ejemplo, cuan-
do tiempo después vive la experiencia del asalto (nuestro segundo escenario), expe-
riencias previas —como ésta— contribuyen a perfilar de manera más sólida el sentido
de la peligrosidad del lugar. Aunque, en esa red de referentes espaciales anteriores,
también entran otros de signo contrario. Por ejemplo, los lugares de residencia
previos a Valle de Chalco, que no fueron vividos como agresión y peligro, también
contribuyen a través del ejercicio analógico al significado de Valle de Chalco como
lugar peligroso.
En este escenario también se da una construcción simbólica del lugar por
condensación. Las ideas colectivas y las experiencias particulares que se conden-
san son diferentes a las del escenario anterior. Aquí, la idea colectivamente reco-
nocida que toma centralidad en la construcción del lugar es la que dice: «El en-
torno es un mundo desconocido y por lo mismo, es peligroso, es donde acechan
personas de las que se desconoce todo». Esa construcción social se entrecruza en
una biografía particular, la de la narradora, y en circunstancias específicas de
esa biografía y la condensación que se produce y con la cual se le otorga signifi-
cado al lugar, a la colonia en la cual se vive y a su entorno, es la siguiente: «El
entorno en el que se habita es adverso y la única forma de enfrentar esa adversi-
dad es construyendo la propia fortaleza»: el lugar es hostil y frente a eso el desa-
fío individual es la autoafirmación desde algún ángulo. Por instantes se sueña
fantasiosamente con el mito de la «huida mágica» a través de la educación, pero
como esa posibilidad no estuvo presente en su horizonte biográfico, entonces la
salida posible que toma es la autoafirmación, la propia fortaleza, que como for-
ma de protección requiere del distanciamiento de los otros. En otras palabras,
lejos de la posibilidad de que pueda haber una alteridad protectora. Aquí la pro-
tección resulta de la construcción de una «fortaleza» simbólica que separa y dis-
tancia tanto social como afectivamente del entorno adverso, y detrás de esa for-
taleza el desafío es reconstruir el yo.

Tercer escenario. La territorialidad del control del espacio y la alteridad

En la misma narrativa están las piezas para reconstruir este tercer escenario que
presentamos, y que resulta altamente significativo con relación a la territorialidad.
Este escenario corresponde a experiencias más actuales en la biografía de la narra-
dora y sobre todo posteriores a las de los escenarios anteriores. Igual que los dos

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escenarios anteriores, también éste se conforma en el espacio público, en las calles
de la colonia. En este caso, predomina la componente individualista, pero a diferen-
cia del anterior en el cual la narradora resulta sometida por el espacio y los otros,
aquí ella es la que controla al espacio y sus personajes. El fragmento siguiente mues-
tra los trazos básicos de este escenario:

[...] Pero como no me alcanzaba el dinero que me pagaban como secretaria en la Delega-
ción, me tenía que ir de vigilante en las noches... porque estaba dada de alta en la Corpo-
ración de aquí de Chalco, entonces como no había armas, porque aquí no te dan armas,
ni uniforme ni nada, mi única arma era un gas... Otra que nos dicen que ahí mismo atrás
de la colonia, donde está muy feo, porque aun en las colonias hay diferencia, las calles y
eso, dicen que allá atrás hay una casa adonde se juntan unos rateros, te dicen que por
allá hay una bandita de ladrones y ya sabemos donde están, entonces hablan por el
radio y dicen que ya los habían localizado y que nos tocaba ir ahí, yo, mis funciones
como secretaria terminaban a las siete de la noche, a partir de las siete empezaban mis
funciones de vigilante hasta el día siguiente a las ocho de la mañana, y ya nos dijeron
que teníamos que ir y ahí vamos y sí, sí dimos con la casa, con los delincuentes y salie-
ron, no hubo problema, ya los llevábamos asegurados, cuando se detienen a personas
hombres siempre los llevas del pantalón de atrás, cuando no llevan esposas, y los jalas
del pantalón, eso es porque si quieren correr, pues no, porque con el mismo pantalón se
les presionan las cuestiones ocultas y los inmovilizas, entonces, al darles el tirón del tiro
del pantalón los sacas porque pues, llevan la dolencia enfrente, entonces no, no hacen
nada. Eran tres y nosotros éramos tres también, dos hombres y yo, entonces nos tocaba
uno a cada quien llevarlo. Ellos iban así, muy sumisos, ya íbamos en la Avenida de las
Torres, en eso uno de ellos se voltea y lo descuenta al policía, se empiezan a pelear y
después el otro delincuente, se surte al otro y el tercero también, me descuenta. Enton-
ces, el único policía que en ese tiempo usaba arma y hasta se le trabó porque ya estaba
bien oxidada y fea, no teníamos ninguna instrucción de defensa, pero únicamente el
instinto es el que te hace reaccionar, pues ya el mugre viejo me tenía bien pescada, si ya
me tenía colgada, en ese momento reacciono, saco el gas y le arrojo el gas en la cara y
me suelta porque luego, luego, empieza a decirme un montón de maldiciones y a chillar
y eso arde pero, te arde como si te hubieran tallado con chile... Pues, sí, yo reacciono, a
lo mejor tengo más capacidad de reacción que los hombres, le rocié el gas en los ojos,
cae tirado y el otro malviviente estaba sobre los dos policías o sea así en bolita y voy, y
veo ¿a quién le doy?, ¡ah!, pues éste es el malo, no y le echo el gas también en los ojos y
empieza a gritar, y voy con el tercero y también el gas, y es un arrastradero de viejos ahí
de gas. Pues otra vez los agarramos, pues ya los sacamos de combate y ya los presenta-
mos y mis compañeros me decían, ahora si nos salvaste porque ya estaban sobre noso-
tros, pero te digo en ese momento lo único que sabes es que tu vida depende de lo que te
puedas defender porque nadie te va a defender...

El espacio público, las calles, se presenta como un territorio peligroso pero que
ya no genera pánico ni sentido de vulnerabilidad porque es controlado por la na-
rradora. Espacialmente, el escenario se ubica nuevamente en las calles de la propia
colonia; y temporalmente corresponde a las noches, precisamente ésa es la misma
temporalidad que anteriormente vivió con pánico y con conciencia de su fragili-
dad. En este escenario, la narradora aparece desarrollando actividades de vigilan-
cia nocturna y como parte de estas tareas se ve obligada a interactuar cotidiana-
mente con distintos delincuentes y sujetos peligrosos. En las diversas interacciones,
ella termina siempre controlando a los sujetos, en principio gracias a su astucia
para actuar de la manera más pertinente en cada situación. Incluso, se construye

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como la heroína que logra «salvar» a sus compañeros vigilantes hombres en cir-
cunstancias de alto riesgo.
En este escenario, los otros también se presentan de dos formas: por un lado, los
otros son los compañeros de la actividad, los hombres-policías, que muy escasamen-
te pueden representarle una ayuda a la narradora. Pero que sobre todo representan
el papel de los hombres que tienen que ser rescatados por la narradora de situaciones
de peligro, son figuras débiles frente a la fortaleza de la heroína e incluso, frente a los
sujetos peligrosos, a los delincuentes.
Por otro lado, tenemos las figuras fuertes de la alteridad de este escenario: los
otros también son los sujetos peligrosos, los delincuentes —una vez más, hom-
bres—12 que pululan en el espacio nocturno de las calles vallechalquenses, acechan-
do. Aun cuando la narradora en este escenario hace algunas menciones sobre el
miedo no hay elementos para plantear que esta alteridad sea vivida por ella a través
del miedo o del pánico (como ocurría en el escenario anterior). En todo caso, en
esta situación las referencias al miedo más bien parecen ser una forma de revalori-
zar su actuación de heroína que logra controlar los escenarios de alto riesgo. Una
expresión muy ilustrativa del control del peligro y de los otros es que la narradora-
heroína maneja estrategias con las cuales llega a controlar el cuerpo masculino, ese
cuerpo que anteriormente le había hecho sentir su fragilidad y que simbolizaba la
agresión en toda su expresión. Los cuerpos masculinos no sólo son controlados e
inmovilizados por ella, sino que en la imagen discursiva que utiliza aparecen en el
suelo, debatiéndose entre sí como una masa infrahumana y luchando por incorpo-
rarse y tomar la postura erguida, como si eso fuera lo único que pueden aspirar a
mantener de la condición de ser humano.
En cuanto a la construcción simbólica del lugar, en este escenario no hay ni
vestigios de agorafobia ni de confinamiento, más bien parecería que la narradora
se construye como la heroína que «ha conquistado el lugar», en el sentido de impo-
nerse a las adversidades que siempre están presentes en él. En este sentido, se pue-
de apreciar una construcción simbólica del lugar: el lugar —como espacio de vida—
representa un territorio invadido por otros diferentes, otros que tienen modos de
vida oscuros, que reproducen cotidianidades «provincianas» que para la narradora
sólo representan el atraso, cotidianidades que no incluyen los códigos de urbani-
dad, que no respetan al prójimo y que no asumen los ideales de progreso. Es un
territorio poblado de seres peligrosos, sobre todo figuras masculinas, aunque tam-
bién aparecen algunas mujeres pero que casi siempre han seguido el «mal camino»
marcado por los hombres. Es un territorio en donde lo que era conocido se ha
vuelto desconocido por la misma magnitud del fenómeno urbano que desbordó los
límites de lo que podía conocerse y reunió en un mismo territorio a sujetos muy
distintos. Ahí aparece una de las paradojas del discurso: por un lado se rechaza el
mundo provinciano, por no asumir los ideales de progreso, y al mismo tiempo, se
ve a la heterogeneidad de la ciudad que lleva consigo el mal, como una debilidad,
cuando eso es precisamente el reverso de ese mundo provinciano homogéneo y
estable que se rechaza.
Esta idea, al ser procesada en la experiencia biográfica particular de la narrado-
ra, lejos de producir pánico y confinamiento (como ocurrió en otros escenarios), a

12. También hay algunas referencias a mujeres delincuentes en otros escenarios, no analizados en esta ocasión.

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la narradora le permite construirse a sí misma como heroína, como una persona
diferente del entorno, como quien ha sido capaz de superarse e imponerse, incluso
a las figuras más oscuras. De esta forma el lugar toma sentido como la condensa-
ción de lo «adverso» con la «capacidad individual para superarlo». En esa supe-
ración de la adversidad, una estrategia central ha sido la demarcación de límites
con los otros y la construcción de la fortaleza que se esbozaba en el anterior escena-
rio. Es innegable que este hallazgo, aunque muy específico, discute la idea arraiga-
da de que la calle es la expresión canónica del espacio público y masculino, y por lo
tanto representa inseguridad para la mujer (Brooks Gardner, 1994). En ese escena-
rio, la fuerza y la seguridad de la mujer se constituye precisamente en el espacio
público, y particularmente en la calle.

5. Notas finales

En este trabajo nos orientamos a buscar territorialidades en una fragmento par-


ticular de la periferia metropolitana de la ciudad de México. Y como la territoriali-
dad incluye la subjetividad social —la forma de ver y darle sentido al espacio— pero
también incluye prácticas concretas, esto nos llevó a situar las acciones en espacios
concretos. En este sentido nos resultó de particular interés que el espacio concreto y
delimitado en el cual ubicamos las prácticas analizadas haya sido uno tan específico
como es la calle. Muchas veces cuando estudiamos la ciudad, diluimos la calle como
también diluimos la casa. La dilución de la calle en el análisis de la ciudad posible-
mente se relacione con el prejuicio «urbanístico» de que la calle es para circular. En
el análisis de esta narrativa precisamente se pone de manifiesto que todos los escena-
rios que se desarrollan en las calles van mucho más allá de la simple circulación. Y
esto nos recuerda la pertinencia de las palabras de Eric Dardel cuando decía que «La
ciudad como realidad geográfica es la calle» (1990: 38). De esta forma, en esta oca-
sión anclamos las prácticas exclusivamente en la «calle».
Sin embargo, las subjetividades espaciales por definición no se pueden anclar en
espacios tan demarcados y precisos, las subjetividades espaciales son más flotantes,
de pronto se refieren a la calle, de pronto se anclan en la casa, o lo hacen en la colonia
o en la periferia misma.
Los planteamientos tan frecuentes de «inclusión/exclusión» en diversos campos
sociales han dicotomizado problemáticas más sutiles y de esta forma hemos perdi-
do en comprensión de lo social. Algunos de los conceptos que hemos puesto en
movimiento en este trabajo para leer una narrativa particular, como son los de
confinamiento y agorafobia, son parte de las múltiples entradas con las cuales se
intenta actualmente salir del camino fácil de las dicotomías. Así, hemos intentado
poner de manifiesto que la agorafobia y el confinamiento de una mujer en una
colonia pobre de la periferia puede ser una experiencia más compleja que la exclu-
sión radical.
Asimismo, los conceptos de agorafobia y confinamiento —muy utilizados en las
geografías de género sin ser exclusivos de este campo— son parte de una geografía
que busca terminar con una de las dicotomías más fuertes de la disciplina: «Entre
espacio real y espacio metafórico. Los espacios están hechos a través de los significa-
dos y la interpretación de la experiencia» (Rose, 2002: 318). Por eso nos ha resultado

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fecundo pensar desde una visión constructivista como una forma de evitar la dicoto-
mía entre un espacio material y un espacio percibido/sentido: pensar el espacio en
términos constructivistas implica que la idea-representación sobre el espacio (la sub-
jetividad espacial) se construye en diálogo con lo externo al sujeto (el mundo mate-
rial) pero procesado por su forma de relacionarse con el mundo, sus esquemas de
pensamiento.
A su vez al pensar la subjetividad espacial con propuestas como la «multiescala-
ridad» de Di Meo, esto permite recuperar lo más fértil de las visiones fenomenoló-
gicas y constructivistas: preguntándonos cómo las experiencias espaciales pasadas
se entrecruzan en la experiencia actual del espacio, y no quedar en un aparente
presentismo.
De igual forma, a lo largo del texto hemos procurado mostrar que al pensar las
subjetividades espaciales de manera «situada», no corremos el riesgo de perder de
vista que las posiciones que ocupamos dentro de la trama social —tanto estructural
como circunstancialmente— son relevantes en las formas de relacionarnos con el
espacio. Y como la geografía ha construido su objeto en torno a la relación espacio/
sociedad, también cabe recordar que al analizar las formas de relación del sujeto con
el espacio, la territorialidad, esta disciplina ha marcado muchas directrices, pero
esas directrices no han escapado —hasta fechas muy recientes— de uno de los sesgos
fuertes de la geografía: la larga ausencia de la condición femenina como parte de la
relación espacio/sociedad.
En este sentido, en nuestro análisis mostramos que dentro del amplio espectro de
posibilidades que incluye lo situado es muy importante considerar que la «condición
de género» también hace a la definición de esas situaciones. Sin embargo, dentro de
las teorías de género han ocupado un lugar muy destacado aproximaciones como
«las feministas culturales y entre ellas la corriente popular feminista, [que] habla de
la identidad genérica de la mujer como una construcción esencial y universal en
donde las mujeres víctimas pasivas de las relaciones patriarcales de poder constru-
yen la identidad de la mujer desde la opresión como una identidad de víctima en
donde la mujer sufre pasivamente su destino a partir de un deber ser estereotipado»
(Dietiker Amsler, 2000: 45). Este tipo de aproximaciones, aunque abrió el camino en
el sentido de dar visibilidad social a la mujer, ha terminado cayendo en nuevas sim-
plificaciones que no permiten ver situaciones como la que hallamos en la narrativa
estudiada, en la que la mujer termina controlando el territorio que antes le generó
pánico y a los otros que en él van apareciendo.
De tal suerte que nos parece importante destacar que discursos como el analizado
nos están mostrando que ni el género se puede borrar de la trama social y del territo-
rio, ni tampoco se lo puede reducir a la posición enteramente subordinada. Encon-
tramos situaciones de género altamente empoderadas, lo que no debería hacernos
perder de vista que detrás de ese empoderamiento hay un fuerte recrudecimiento del
individualismo moderno. La narrativa analizada expresa reiteradamente que el for-
talecimiento del yo femenino es la única estrategia posible frente a un contexto exter-
no de alto riesgo (otra versión de las sociedades del riesgo), que agrede y en el cual no
hay ningún mecanismo de protección, de cohesión, de cooperación. El medio social
es hostil y la toma de conciencia de la condición de género se presenta como la única
alternativa. Sin embargo, creemos que no se puede olvidar que ese empoderamiento
femenino, cuando se da, lo hace en un medio hostil —en múltiples planos— y en un

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entramado cultural en el cual se está expandiendo un relato social sobre lo terrible,
sobre el miedo al otro, sobre la desconfianza (Reguillo, 2003: 39), que en última
instancia implica una profundización del individualismo moderno con el cual en la
periferia toman nuevas fuerzas las tendencias desintegradoras.

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Conformando un lugar: narrativas
desde la periferia metropolitana
María Teresa Esquivel Hernández

La dinámica urbana de la Ciudad de México se ha manifestado en un crecimiento


acelerado de su periferia desde los años cincuenta, década en la que la mancha urbana
rebasa los límites del Distrito Federal e incursiona sobre el territorio de los municipios
mexiquenses, iniciando con ello el proceso de conformación de la metrópoli.
El comportamiento de la economía, la posibilidad que tiene la población para acceder
al financiamiento habitacional, las políticas públicas implementadas y la intervención de
diversos agentes sociales que participan en la producción del espacio urbano han genera-
do a lo largo de las décadas diversas modalidades de expansión periférica entre las que
destacan, por un lado, la producción de fraccionamientos privados destinados básica-
mente a la población de sectores de medianos y altos ingresos; la creación de conjuntos
habitacionales de interés social y la que ha sido mayoritaria en la expansión física de la
ciudad: el surgimiento de colonias populares sobre tierras ejidales, comunales y privadas.1
La dinámica de crecimiento de colonias populares no ha sido homogénea en cuanto
a ritmo y magnitud. Así, se ha dado una mayor expansión cuando el crédito para la
construcción se escasea, se desploma el mercado inmobiliario y con ello se abre la oferta
de suelo a bajo costo que facilita la autoconstrucción de vivienda en asentamientos irre-
gulares. Por sus dimensiones e importancia como alternativa habitacional para los gran-
des contingentes de población de escasos recursos, las colonias populares han sido obje-
to de estudio de sociólogos, antropólogos, arquitectos, demógrafos y economistas, quienes
han proporcionado elementos para explicar desde su conformación los agentes que par-
ticipan en el proceso, hasta la forma de vida que se genera en este tipo de espacios.
En los años noventa, en el contexto de una planeación urbana que busca ejercer el
control sobre la forma anárquica que por décadas había caracterizado el crecimiento
de la ciudad, surgen los denominados centros urbanos, los cuales vienen a constituirse
en una modalidad de expansión periférica novedosa que cobra fuerza no sólo en la

1. Signorelli plantea que para el caso italiano, y nosotros podríamos añadir que sucede lo mismo en el caso mexica-
no, estas tres modalidades de asentamientos residenciales periféricos plantean diferencias no sólo con base a criterios
socioeconómicos, sino también de orden cultural vinculadas al diseño de los apartamentos, de los edificios y de las
propias colonias. Así, mientras que en el caso de las colonias para sectores medios y altos, arquitectos y habitantes
pertenecen al mismo sector social y cultural, y en las colonias populares de autoconstrucción los habitantes son
arquitectos de sí mismos; en el caso de las que denomina colonias de construcción social hay una distancia considera-
ble entre arquitectos y habitantes en términos tanto de pertenencia de clase como de referencias culturales. «No existe
por lo tanto ninguna mediación; en el momento en que el habitante entra en la que será su casa, encuentra incorporada
en ella (en la tipología, en la morfología, en los criterios de distribución, en los contactos con el exterior, y así sucesiva-
mente) una cultura que no es la suya». Esta realidad, señala la autora, ofrece al antropólogo (y podemos añadir al
investigador urbano en general) motivos de reflexión y de investigación de notable importancia (Signorelli, 1999: 58).

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metrópoli mexicana, sino también en otras grandes ciudades de México e inclusive de
otros países. Los centros urbanos son grandes unidades habitacionales en cuya cons-
trucción, desarrollo, financiamiento y promoción el sector inmobiliario privado se con-
vierte en el eje articulador de la producción de vivienda media y popular. Esta partici-
pación de las empresas privadas se enmarca dentro del proceso de transformación
global de la economía que, bajo el modelo de corte neoliberal, cuestiona el rol del
Estado y reivindica el papel protagónico de las fuerzas del mercado.
Las nuevas empresas inmobiliarias privadas2 fusionan un conjunto de prácticas
vinculadas a la producción de vivienda, concentrando y combinando varias formas o
tipos de capital, es decir, estas empresas se incorporan en proyectos completos que van
desde la adquisición del suelo, su urbanización, la construcción de viviendas, la pro-
moción e incluso, a través de los llamados «créditos puente»,3 el financiamiento para
facilitar el acceso a la población objetivo (Maya y Cervantes, 2000a).
Como señalamos antes, espacialmente, los centros urbanos son grandes unidades
habitacionales que se basan en modelos planificados de habitación urbana, generalmen-
te están organizados en retornos con vialidades secundarias de acceso, dando origen a
una serie de manzanas divididas en lotes condominales de tipo habitacional. Por sus
dimensiones, se trata de verdaderas ciudades que surgen a una gran velocidad y normal-
mente están emplazadas en los municipios mexiquenses, particularmente en los más
alejados de la periferia metropolitana, en donde hay abundante oferta de suelo barato.
A diferencia de los tradicionales conjuntos habitacionales en los que prevalecen de-
partamentos en edificio, estos centros urbanos se caracterizan por ofrecer tipologías de
vivienda unifamiliar, dúplex y cuádruplex. Es importante mencionar que se trata, todas
ellas, de viviendas sumamente pequeñas que van de los 45 a los 70 m2. No obstante, la
forma en que las diminutas casas están diseñadas oculta sus reales dimensiones y las
hace verse como viviendas más grandes. Además de dar la idea de un mayor tamaño, se
puede apreciar que en su diseño los arquitectos han sabido cristalizar los anhelos de una
vivienda de clase media: casas independientes de dos pisos con un pequeño jardín, con un
lugar para automóvil, emplazadas en espacios abiertos y algunas de ellas conformando
privadas cerradas con rejas en donde sólo circula el tráfico interno.4 A los destinatarios, a
través de este diseño se les vende la promesa de una mejora en sus condiciones de vida y
el sueño siempre acariciado de las familias por obtener una vivienda en propiedad, lo que
Hiernaux y Lindón denominan el ideario de modernidad o utopía del hábitat periférico.5

2. Por el tamaño de los conjuntos y el número de viviendas construidas, las empresas que han tenido mayor
participación en el Estado de México son Consorcio ARA, SARE Grupo Inmobiliario, Grupo SADASI y Corporación
GEO. Su actuación se dio en los años noventa básicamente en los municipios de Ixtapaluca, Cuautitlán, Ecatepec,
Coacalco, Atizapán de Zaragoza, entre otros. E. Maya y J. Cervantes (2002b).
3. Un elemento fundamental de estas nuevas empresas inmobiliarias privadas es el aspecto financiero, ya que este
modelo contempla la participación, además de la banca privada, de las distintas instituciones de vivienda tales como
FOVI, INFONAVIT, FOVISSSTE y las sociedades hipotecarias conocidas como SOFOLES (Sociedades Financieras
de Objeto Limitado).
4. Para Amalia Signorelli, la cultura de los usuarios y del proyectista son diferentes: «…se trata de dos concepcio-
nes diversas, de dos modos radicalmente diversos de concebir y valorar la casa, el barrio, el espacio; quizá el mundo»
(1999: 61). Por ello, añade Signorelli, la historia de la vivienda pública italiana ha sido la historia de un malestar social
transformado y transferido, pero jamás resuelto. Nosotros creemos que en el caso mexicano y particularmente en el
diseño de los llamados centros urbanos, los arquitectos han sabido interpretar las aspiraciones de los sectores popu-
lares y medios, ofreciendo un diseño que plasma valores de ascenso social y, por qué no, de ruptura con los estigmas
que ha tenido la vivienda de interés social.
5. Para estos autores el desarrollo acelerado de las periferias metropolitanas no es sólo resultado de fuerzas
económicas ni efecto único de los procesos especulativos, en él también intervienen los motivos personales y las
utopías individuales como es el ideal de vida suburbano (Hiernaux y Lindón, 2002).

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Por lo nuevo de este fenómeno, aún no se sabe a ciencia cierta qué sucede cotidia-
namente y qué pasará en el futuro con esas nuevas periferias, cómo se producen estas
nuevas espacialidades, cómo están siendo habitadas, quién llega a vivir a estos lugares
tan alejados de la ciudad, cómo llevan a cabo su vida diaria y cómo se inicia el proceso
de apropiación y significación del espacio habitacional. No hay duda de que estos
centros urbanos están generando nuevas formas de pensar, habitar, usar, apropiarse y
darle sentido a la vida cotidiana metropolitana. Por lo mismo, creemos que se trata de
maneras diferentes de imaginar el espacio urbano y conformar territorialidades, de
establecer lazos de amistad y de vecindad y por qué no, de construir identidades, así
como formas novedosas de insertarse y relacionarse con la metrópoli. En otras pala-
bras, estamos frente al proceso de conformación de un lugar, entendiendo por ello
«una construcción histórica-biográfica» en cuya constitución intervienen «los actores
y sus interpretaciones, el tiempo, los usos del espacio, sus narrativas y una terminolo-
gía particular que los nomina, cuyo valor precisamente recae en que le asignan ese
carácter diferencial» (Vergara, 2001: 14).
En este trabajo hemos estudiado el Centro Urbano San Buenaventura ubicado en el
municipio de Ixtapaluca,6 al sur-oriente de la ZMCM. San Buenaventura es el desarro-
llo habitacional más importante del Consorcio ARA,7 comprende la construcción de
poco menos de 20.000 viviendas distribuidas en seis secciones, lo que una vez que esté
habitado completamente se pronostica que albergará alrededor de 80.000 personas.
Es importante aclarar que en este trabajo tomamos como concepto central el espa-
cio residencial, el cual ubicamos en dos dimensiones: el ámbito privado de la vivienda y
el colectivo que se cristaliza en las calles, las áreas comunes y en general el territorio
comúnmente denominado barrio, el cual constituye el soporte fundamental en el que
las familias llevan a cabo buena parte de sus actividades cotidianas y por lo mismo es
un ámbito social y simbólico fundamental. En ese sentido, nos interesa rescatar la
experiencia urbana del habitar, es decir, la manera en que las familias no sólo usan y
transforman ese marco físico, sino que a través de ese uso se van apropiando de él, le
dan sentido, lo simbolizan, resemantizan los espacios y paulatinamente van tejiendo la
memoria de ese lugar.
Como señalamos arriba, en el proceso de conformación de un lugar, la relación
que se establece entre vecinos es fundamental, ya que el uso compartido del territo-
rio implica, además de la inversión afectiva, el establecimiento de acuerdos (y tam-
bién de desacuerdos), la elaboración de una normatividad que sanciona y significa
en colectivo la forma en que se utilizan los espacios comunes y las conductas con
ellos asociadas, abriendo la posibilidad de que surjan sentimientos de pertenencia a

6. Ixtapaluca, al igual que otros municipios periféricos a la ZMCM ha sido objeto por parte del mercado inmo-
biliario de fuertes inversiones destinadas a la producción de vivienda de interés social y popular. Para tener una
idea de la magnitud de la dinámica demográfica de Ixtapaluca, baste señalar que antes de 1995 este municipio
registraba tasas de crecimiento menores al 5 %, sin embargo entre 1995 y 2000 se da un boom poblacional cuando
crece, según los datos censales, a una tasa por encima del 10 %. No obstante que Ixtapaluca registró la tasa más
alta de crecimiento de todos los municipios metropolitanos, varios de los desarrollos habitacionales privados de
este municipio para el año 2000 aún no estaban terminados y empezaban a habitarse. Es el caso de San Buenaven-
tura, en el cual para esa fecha apenas estaba poblada la 1.ª de 6 secciones.
7. El Consorcio Ara es una de las empresas inmobiliarias más importantes, funciona desde hace más de 20 años y
ha desarrollado proyectos en el Distrito Federal, en los municipios metropolitanos del Estado de México, en Querétaro,
Veracruz, Puebla, Baja California, Ciudad Juárez, Quintana Roo y Guerrero. Los desarrollos del Consorcio Ara varían
en tamaño y se integran desde 50 hasta 20.000 viviendas de uno o dos niveles, con dos o tres recámaras, algunas de
ellas con posibilidad de crecimiento.

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su entorno y de diferencia al resto urbano;8 éste es precisamente el proceso de forma-
ción de la identidad barrial, el cual si bien no deja de estar ausente de conflictos y
pugnas, también establece redes y solidaridades.
Para el análisis de este lugar hemos intentado una suerte de triangulación metodo-
lógica: además de la observación, del levantamiento fotográfico y de elaboración de
planos, aplicamos una encuesta en 350 viviendas9 y 12 entrevistas a profundidad,10
distribuidas también en las diferentes secciones del conjunto. Las entrevistas constitu-
yeron un acercamiento fundamental para el estudio del espacio residencial, en la tarea
por indagar la manera en que los habitantes de San Buenaventura «construyen» coti-
dianamente ese espacio y la forma en que experimentan, imaginan, piensan, se vincu-
lan afectivamente y narran esta periferia metropolitana. A través de las entrevistas se
buscó rastrear el sentido que tiene para las personas su espacio habitacional, sus pro-
yecciones, fantasías y deseos, bajo la premisa de que la forma en que se narra la ciudad
da elementos para estudiarla y comprenderla.11
Si bien reconocemos que la conformación de un lugar es un proceso sumamente
complejo, en este trabajo delimitamos el análisis a sólo cuatro dimensiones: la primera
se refiere a cómo las familias, a partir de un espacio que se les entrega ya construido en
función de normas urbanísticas, transforman el espacio y conforman un lugar de acuerdo
a las necesidades que su vida cotidiana les impone, y en este proceso resignifican y dan
nuevo sentido a los diferentes ámbitos; una segunda dimensión se refiere al análisis de
las relaciones vecinales y las raíces de la identidad barrial; la tercera se relaciona con el
costo que para los habitantes de San Buenaventura tiene un emplazamiento periférico
en el desarrollo de su vida cotidiana y finalmente en el último apartado se analiza
cómo, a partir de sus propias narrativas, las personas le asignan un sentido a su vida en
esta periferia y reflexionan sobre la experiencia de ser habitante de este lugar.
De entrada y con base en los datos de la encuesta, detectamos que las familias que
viven en San Buenaventura son mayoritariamente jóvenes, ya que poco más de la mi-
tad de los jefes de familia son menores de 35 años. Se trata básicamente de hogares
nucleares (85 %) y hay un 8 % de parejas que aún no han tenido hijos. El tamaño
promedio del hogar es de 3,7 personas por vivienda. El 47 % de los jefes tiene un nivel
medio de escolaridad y hay incluso un 23 % que cuenta con una licenciatura o más. La
mitad de los jefes trabaja como empleado, el 17 % como obrero y el 10 % se dedica al
comercio. En promedio, el ingreso del jefe de hogar de $4.488 (pesos de 2002) y los
ingresos familiares están alrededor de los $5.437, es decir, podemos ubicarlos en el
sector poblacional de ingresos medio-bajo. El 90 % de las familias son propietarias de
su vivienda, de ellas el 89 % la está pagando aún y sólo el 8 % son inquilinos. Este perfil
es importante porque le da una particular dimensión al proceso de uso y construcción

8. Para Anderson (citado por Safa, 1998: 49) la identidad del lugar de residencia existe sobre todo en la mente de la
gente y no como una realidad geográfica claramente delimitada, aunque se objetive en edificios, calles, parques y en
instituciones públicas y privadas que regulan la vida social.
9. La encuesta se distribuyó en las seis secciones del conjunto bajo el método de cuotas. En el momento en que se
aplicó la encuesta, la Sección 6 se encontraba en proceso de ocupación. La encuesta fue levantada en el mes de abril
de 2002 por el equipo del Posgrado de Arquitectura de la UNAM.
10. La tradición cualitativa da prioridad a la narración y a la subjetividad, contextualizando las experiencias e inter-
pretándolas teóricamente. Así, a través de las entrevistas en profundidad, a manera de relatos de vida, se buscó conocer
la experiencia de las familias de San Buenaventura, los motivos por los que llegaron ahí, las características de su
residencia anterior, su vida cotidiana en los nuevos espacios, la identificación con el lugar y sus expectativas habitacionales.
11. Las narrativas se construyen a partir de una conversación que se crea conjuntamente en una relación cara a
cara. Con ella se busca reivindicar la experiencia humana, es decir, lo subjetivo como fuente de conocimiento y el
relato de los diferentes actores como punto de referencia para construir ese conocimiento social (Ascanio, 1995: 214).

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del espacio, ya que plantea necesidades específicas, significados diversos y permite
pronosticar dinámicas diferenciadas.

El proceso de transformación de San Buenaventura

A escasos tres años de iniciada su ocupación, cuando uno recorre las calles de San
Buenaventura, aprecia una transformación importante del espacio urbano. La cons-
titución del Régimen de Propiedad en Condominio señala que las viviendas estarán
destinadas exclusivamente al uso habitacional, por lo que queda prohibida cualquier
modificación o cambio de uso del suelo.12 El Manual del Propietario ARA apunta
claramente que modificar la vivienda equivale a violar lo dispuesto en el Código Civil,
y con ello, en caso de contar con financiamiento, éste podría incluso perderse (Con-
sorcio Ara, s/f.: 4). No obstante, a pesar de la normatividad, la vida cotidiana, las
necesidades que ésta tiene consigo, la situación económica y principalmente la for-
ma en que la gente usa y se apropia de los espacios, han incidido en una transforma-
ción muy importante de las viviendas y del paisaje urbano.13
Por un lado, es fácil observar cómo la gente, violando los reglamentos, ha ampliado
sus viviendas como respuesta al reducido tamaño de los espacios privados. En este
proceso, el ser propietarios de su casa, facilita a la familia invertir en adaptaciones y
modificaciones que le permitan una vida más cómoda; esto, sin duda alguna, es un
factor que propicia el arraigo de la población a su espacio habitacional.
Otro tipo de modificaciones muy frecuente es el instalar un negocio en la vivienda.
Esto es consecuencia de la falta de equipamiento comercial y de servicios, los cuales,
en el diseño original del centro urbano, no fueron contemplados. Como es de esperarse,
las primeras secciones, que son las que se poblaron primero, están mejor surtidas ya
que más viviendas han instalado comercios. En contraste, en las zonas de reciente
ocupación, no hay prácticamente dónde hacer las compras. Esto se traduce en que sólo
3 de cada 10 familias hace su mandado en San Buenaventura, y para proveerse de lo
cotidiano las mujeres tienen que realizar grandes desplazamientos hacia las zonas mejor
abastecidas. Así lo señala una señora de la 4.ª sección:

12. Es importante señalar que algunas viviendas, particularmente las del prototipo CX-18.00-3R y DX-9X15-3R
están diseñadas para «crecer», es decir para añadírseles una o dos recámaras, sin que el diseño original se vea
afectado y sin que pierda su seguridad, ni estabilidad. Para ello, las personas que adquirieron estos prototipos de
vivienda progresiva deben seguir una serie de pasos: desde asesorías con profesionales de la construcción, hasta la
solicitud del visto bueno de la Institución que otorgó el crédito y la licencia de ampliación ante el municipio.
13. Todas las viviendas de San Buenaventura se encuentran bajo el régimen de condominio, es decir, las personas
al ser propietarias de su casa tienen derecho exclusivo sobre ella y a su vez son copropietarios de las partes comunes
del conjunto urbano. El Reglamento de Condominio y Administración plantea entre sus objetivos el de regular el uso
de las viviendas y áreas comunes estableciendo los derechos y obligaciones de los propietarios. Así, el reglamento
señala que las viviendas, las áreas comunes, los jardines vecinales, los andadores y estacionamientos no se podrán
utilizar para abrir comercios fijos o semifijos, ni puestos ambulantes, oficinas, escuelas o cualquier otro fin diferente
al de casa-habitación o al uso dispuesto por la autoridad en las áreas comunes. El Reglamento del Condominio
también señala que no se podrán modificar las fachadas de las viviendas en cuestión de diseño, materiales, textura o
color, ni se podrá construir en el área de copropiedad (artículo 73). Tampoco se permite ningún tipo de construcción
ni ampliación en la parte del frente de las viviendas ya que es exclusivamente para estacionamiento, ni levantar
bardas y muros (artículo 80). Además para no modificar la imagen del condominio ni romper la armonía arquitectó-
nica de las casas, el reglamento señala que el condómino que instale protecciones en las viviendas, deberá apegarse
a los diseños de herrería propuestos por el Consorcio Ara, los cuales siempre serán en color negro (artículo 81).
(Consorcio Ara, s/f)

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Aquí no hay mercado, hay uno, pero en la segunda sección y aún está cerrado, los demás
servicios están muy lejos, es un poco incómodo porque tengo que caminar todo de aquel
lado para llegar a donde están las tiendas, ¡camino como 20 minutos para comprar un
jitomate! [Señora, 4.ª Sección].

No obstante, para las personas pareciera que el paisaje es lo que menos importa, lo
realmente relevante es estar bien aprovisionadas. Esta situación, como se aprecia en el
testimonio anterior, genera una segmentación no sólo imaginaria, sino también real
del territorio, propiciando un espacio fuertemente segregado:

Aquí hay más centros recreativos, hay casa de la cultura, hay canchas, la escuela está
aquí a la vuelta. Aparte, [en] el lugar donde me tocó vivir también venden, hay comercios,
a los de hasta atrás les queda todo más retirado [Señora, 3.ª Sección].

Destinar una parte del espacio habitacional para instalar un comercio sin duda
alguna agrava las ya de por sí pequeñas dimensiones de la vivienda y promueve el
hacinamiento. Generalmente esta actividad la llevan a cabo en la sala-comedor restán-
dole a la vivienda este ámbito de convivencia y rompiendo la intimidad de la familia:

Me levanto a las 7 de la mañana, me baño, me cambio de ropa, me visto y me vengo para


acá… a vender, abro la tienda, luego me subo, preparo el desayuno, bajo a despachar,
estoy arriba y abajo, arriba y abajo. Cuando me subo a preparar el desayuno o la comida,
ya me están tocando [Señora, 3.ª Sección, tiene una tienda en la planta baja de su casa].

Otro lugar preferido para instalar un negocio, a pesar de la normatividad que


prohíbe este tipo de transformaciones o de invasiones, es el estacionamiento, los
que así lo hacen, invaden la banqueta y generan tensiones con los vecinos. A esto se
añade que generalmente estas construcciones son improvisadas y utilizan materiales
de mala calidad, afectando el patrimonio de las familias más cercanas y el del propio
comerciante.
La presencia de estos comercios de oportunidad tiene varias causas: además de la
falta de opciones donde comprar los requerimientos básicos de la vida cotidiana, otro
factor es la gran escasez de normatividades y de control por parte de las autoridades, lo
que genera entre los vecinos la sensación de estar habitando una «tierra de nadie»
ya que aparentemente no hay control sobre el uso y apropiación de las áreas colectivas.
Aunque se sabe que está prohibido, los negocios siguen creciendo sin saber qué pasará
cuando la inmobiliaria entregue la unidad habitacional al municipio y éste intervenga
y ponga a todos en cintura.

[…] Yo más bien quiero abrir hacia la avenida mi tienda y poner una cortina, pero no he
podido, el municipio no está dando permisos. Para poner esta tienda no pedí permiso,
¡nadie pide permisos aquí! Hay mucha gente que va a tener buenas multas pues abrieron
aquí a la calle, hicieron modificaciones y ésta es una zona habitacional que no es para
negocio. Supuestamente la compañía está dejando unos espacios, no sé si son de ellos o
al construirlos los venden… [Señor, 6.ª Sección 5, tiene una tienda en su casa y un taller
en el patio trasero].

Finalmente, en estos negocios las familias encuentran la coyuntura para hacerse de


ingresos y enfrentar el alza del costo de la vida, hay incluso quienes aprovechan la falta de
equipamiento comercial para renunciar a su trabajo y dedicarse a atender el negocio.

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Así, se da una complejidad de procesos sociales en este espacio que se modifica14 y
que es apropiado de manera diferencial, un territorio que se limita, se marca y se
segrega, generando entre los habitantes resistencias, negociaciones, prohibiciones y
violaciones de acuerdos establecidos colectivamente. Entre la población, estas prácti-
cas de apoderarse del territorio se van legitimando, porque tienen un uso y una ventaja
pragmática, no así entre las autoridades, quienes por el momento no pueden intervenir
hasta que el centro urbano sea entregado formalmente al municipio.

Las relaciones de vecindad

Como ya señalamos, los vecinos y las relaciones de vecindad son elementos centra-
les del espacio habitacional y de la conformación de un lugar. El uso que las personas
hacen del espacio urbano, los recorridos cotidianos para ir a trabajar, para ir a la es-
cuela, para ir de compras o simplemente para jugar y pasear, y las relaciones que esta-
blecen con los demás habitantes, constituyen factores que cimientan la pertenencia a
su área residencial.
En general las familias de San Buenaventura califican de bueno el ambiente que
existe entre los vecinos. Aquí el problema reside en identificar a qué se refieren cuando
hablan de un «buen vecino» o qué significa un ambiente vecinal aceptable.15 Se sabe
que la vecindad no implica forzosamente el ser amigos y frecuentarse, sino que ésta se
teje a partir de la sensación de residir juntos y se manifiesta en diversos rituales como
los saludos, las miradas, los gestos. Para muchos, además, más que ser amigos, es más
importante mantener cierta distancia y respetar la vida privada de los demás y con ello
la propia intimidad.
En el tipo e intensidad de las relaciones vecinales, el diseño del espacio habitacional
constituye un elemento fundamental:

[…] No es lo mismo vivir en departamento que en casa ¿no?… Aquí tienes más espacio,
no tienes mucho que convivir con los vecinos [Señora, 3.ª Sección].

Así, la privacidad que implica la vivienda unifamiliar permite mantener «distancia»


de los vecinos, situación por cierto muy valorada por las personas. Pero no sólo este
factor es relevante, el tipo de actividad que la persona lleva a cabo dentro del barrio
influye en la cantidad de tiempo de que dispone para extender redes de relaciones con
los vecinos:

Las relaciones con los vecinos son buenas, aunque ni siquiera tenemos representante de
cuadra… cada quien está en su casa, como son individuales… es más privado. Yo tengo
contacto con ellas [mis vecinas] por la tienda, tengo que cobrar, y no tengo problemas
[Señora, 3.ª Sección, tiene una tienda].

14. Amalia Signorelli apunta que para el arquitecto la valoración de las construcciones se da en términos funciona-
les, para el usuario en términos relacionales: «si para el primero, el espacio construido es el espacio de las funcio-
nes, para el segundo es el espacio de las relaciones» (1999: 64). Nosotros añadiríamos que para el arquitecto es el espacio
de la estética y el color, mientras que para el usuario es el espacio que se requiere marcar, diferenciar y usar.
15. De acuerdo a los datos que arroja la encuesta, sólo 2 de cada 10 personas frecuenta a sus vecinos y 7 sólo
los saludan.

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En contraste, el compartir ciertos espacios, como las banquetas o las entradas de
autos, constituye una fuente importante de conflictos entre vecinos. Este problema,
común en otros espacios habitacionales, en San Buenaventura se exacerba por las
dimensiones del predio,16 en donde no es posible estacionar dos autos a la vez:

Un problema que he observado con los vecinos es el espacio de las banquetas, me ha


tocado ver que discuten porque estacionan un carro y no permiten que salga otro.
Gracias a Dios, nosotros no hemos tenido ningún problema con los vecinos [Señor,
1.ª Sección].

La residencia común, base fundamental del «ser vecinos», se afirma y se fortalece


con el paso del tiempo. San Buenaventura es un centro urbano que tiene apenas pocos
años de haber iniciado su poblamiento, hay incluso zonas que aún están ocupándose.
Por ello, sostenemos que la identidad barrial en el centro urbano es un proceso todavía
en gestación, no se ha conformado un contenedor histórico social, ni una historia local
que brinde elementos para la identidad. Además, muchas familias continúan arraiga-
das a su barrio anterior y no han empezado la construcción de nuevos arraigos:

Casi no convivimos nadie con nadie, porque todavía no está bien habitada y las
pocas veces que nos vemos, nada más son para las juntas: «buenos días», «buenas
tardes», o sea, no tenemos mucho contacto con ninguno, nadie se mete con nadie
[Señora, 4.ª Sección].

Se sabe que la manera en que se usa el espacio urbano varía también según la
edad, el género y el tipo de actividad que las personas llevan a cabo en él.17 Así, por
ejemplo, las mujeres y los niños son los que permanecen más tiempo en la unidad y
hacen un uso más intenso de estos espacios, ya que buena parte de su vida cotidiana
y de sus contactos sociales suceden ahí. En cambio, en el caso de los hombres o de los
jóvenes mayores, su vida social se encuentra en otra parte y prácticamente están sólo
los fines de semana, y por lo mismo, la idea que se forman de su espacio habitacional
es a través de las mujeres y los niños. La vida del barrio, en consecuencia, gira en
torno a las personas que están intensamente comprometidas en él y que participan
menos en otros dominios o ámbitos de la vida urbana (Hannerz, 1986: 295):

Mi papá se lleva bien con los vecinos, para evitarse problemas «buenos días». La que sí
anda ahí con las vecinas es mi mamá [Niño de 10 años, 6.ª Sección].

Es importante señalar que el uso que se le hace del territorio no es sólo diferente
por género y generación, sino de menor dimensión, es decir, la movilidad de las muje-

16. Aunque hay diferentes prototipos de vivienda, en general se trata de predios sumamente pequeños, por poner
unos ejemplos: el prototipo CX-12-2RM está desplantado en un lote tipo cuádruplex de 12 m de frente por 15 m de
fondo, con una superficie de 180 m2. Hay dos viviendas en la planta baja y dos en la planta alta, con una escalera
circular al frente para su acceso. Otro ejemplo: el prototipo DX-9X15-3R está desplantado en un lote tipo dúplex de 9
mts. de frente por 15 de fondo, con una superficie de 135 m2. En este prototipo, las viviendas están construidas en dos
plantas. Como puede observarse, los espacios para estacionar los automóviles son muy pequeños, generando fuertes
conflictos entre los vecinos por el uso de estos espacios.
17. Vemos la ciudad en general y al espacio habitacional en particular a través de lo que somos, cada quien otorga
al espacio su propio sentido. Es decir, la forma de dar significado al territorio tiene que ver con la experiencia perso-
nal, la trayectoria habitacional del individuo, los motivos por los que se eligió la vivienda y en general la forma en que
se le valora en función de esa carga personal.

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res y de los niños se reduce al espacio privado y familiar. Y esto es fundamental porque
estas diferencias atraviesan la forma en que se van a producir los sentidos, las cargas
afectivas y el significado que se le da al espacio urbano.

Lo que más me gusta de San Buenaventura son las chavas. Lo que no me gusta es que no
hay mucho espacio donde jugar. En las juntas que hacen los vecinos dicen que no pode-
mos jugar futbol aquí dentro de la cerrada, luego aquí cerca, no hay canchas, tienes que
ir hasta allá abajo. Ahorita estamos jugando aquí porque estamos de vacaciones y los
vecinos están trabajando [Niño de 12 años, 6.ª Sección].

Vemos, pues, cómo el territorio es multidimensional y se encuentra atravesado por


diferentes lógicas, de ahí la importancia de recoger, a través de las diversas narrativas,
estos múltiples sentidos que las personas le asignan al espacio habitacional. En este
testimonio podemos apreciar también cómo las relaciones entre vecinos implican el
establecimiento de normas y controles y la necesidad de aprenderlas y adaptar a ellas
las prácticas cotidianas, en la búsqueda de evitar conflictos y tensiones. Muchas veces,
principalmente para los niños, no se comprende el por qué de ciertas disposiciones ya
que normalmente no se les toma en cuenta en el establecimiento de la normatividad
que colectivamente se establece para el uso de los espacios comunes.
El diseño de San Buenaventura combina armónicamente prototipos de vivienda,
con vialidades continuas y con una gama cromática agradable, lo cual no sólo determi-
na el paisaje, sino también las formas de actuar sobre el territorio y de construir proce-
sos ciudadanos de participación. Así, es posible observar un mayor mantenimiento y
cuidado en las calles que son «retornos» o «cerradas», lo que es reflejo, sin duda de un
grado mayor de organización entre estas familias. Estas «privadas» normalmente es-
tán enrejadas y algunos han puesto puertas automáticas e interfón, al estilo de los
condominios horizontales de zonas medias y altas de la ciudad. El diseño original así
lo contempló y estas familias, como diría Safa (2002), en el anhelo de combinar «la
exclusividad, la seguridad y el buen gusto», terminan fortificando estos espacios y ge-
nerando nuevas formas de inclusión y exclusión social y urbanas.

Impacto de un emplazamiento periférico en la vida cotidiana

Para la mayoría de las familias, el mudarse a San Buenaventura18 implicó salir de la


«ciudad», aunque se observa que la gente cambia de domicilio siempre dentro de ver-
daderas micro-regiones. Así, más de la mitad de las familias a quienes se les aplicó la
encuesta proviene de alguna de las delegaciones del nororiente del Distrito Federal
(principalmente de Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Venustiano Carranza), y otras
incluso tenían como residencia anterior algunos de los municipios cercanos a Ixtapa-
luca como son Nezahualcóyotl, Chalco y del mismo Ixtapaluca.
Una de las características de estos grandes conjuntos periféricos es la de agudizar la
separación entre vivienda y lugar del trabajo, y afecta la forma en que la gente vive y

18. Es importante señalar que dentro de las últimas modificaciones en la manera de operar del INFONAVIT, está
el proporcionar los créditos para que los beneficiarios «seleccionen» la vivienda que deseen (y que por supuesto sea
accesible). Así podemos afirmar que San Buenaventura es una espacio escogido por sus habitantes para vivir, y esto
se relaciona con una serie de aspiraciones que las familias encuentran satisfechas en este espacio. El ser un espacio
seleccionado se va a vincular con la manera en que la gente se va a relacionar con el territorio y a construir arraigos.

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utiliza los espacios de la ciudad. De acuerdo con los datos de la encuesta, la persona
que principalmente se vincula con la ciudad (en el 76,4 % de los casos) es el jefe de
familia y el motivo fundamental del viaje es el trabajo. Para hacerlo sólo 2 de cada diez
lo hace en auto particular, los demás utilizan microbús y metro; los lugares de destino
principales son las delegaciones Cuauhtémoc e Iztapalapa y en el Estado de México, al
municipio de Nezahualcóyotl. Estos desplazamientos implican un gasto promedio de
traslado de 825,60 pesos19 mensuales por persona, lo que obviamente tiene un fuerte
impacto en el ingreso familiar:

En cuanto a transporte, ahí está el relajo. Para llegar al Aeropuerto, para irse por la
Zaragoza tienes que caminar un buen... como unas 8 cuadras, porque si los esperas aquí
en la esquina, ya vienen todos llenos. Pasan puras combis. De aquí al Aeropuerto te
cobran $10 por persona. Nosotros contamos con auto particular, esto nos ayuda un po-
quito, porque hay que pagar casetas, si se quiere uno ir rápido. Si se quiere uno ir dando
vueltas, pues no paga casetas pero pierde más tiempo [Señora, 4.ª Sección].
Mi esposo trabaja en Balderas, hace hora y media, se va en pesero… no se lleva la camio-
neta porque gasta mucho más en gasolina que en un peserito ¿no? De aquí para allá
donde está la base son $3,50, luego toma un pesero que va al metro Aeropuerto y son $10,
luego se mete al metro, $2, y ya sale al metro Balderas. $15,50 de ida y $15,50 de regre-
so... y a esto le sumamos el tiempo perdido [Señora, 4.ª Sección].

Pero esto no es igual para todos los miembros de la familia, como ya señalamos
antes, la mujer y los hijos se trasladan en menor medida a la ciudad ya sea para
trabajar o estudiar, y estos viajes son a distancias más cortas (básicamente a Izta-
palapa y en el Estado de México a Chalco o dentro del municipio de Ixtapaluca)
gastando un promedio por persona de 650 pesos mensuales (considerando sólo
cinco días de la semana).20
De esta forma, el emplazamiento de San Buenaventura y el alto costo del traslado
a la ciudad, genera un mayor aislamiento de las familias ya que sale muy caro viajar
padres e hijos los fines de semana para visitar a familiares y amigos, rompiendo o
debilitando con ello las redes de amistad y de parentesco que tenían en su vivienda
anterior. Por lo mismo, la salida a la ciudad se limita sólo a aquello que es necesario
como trabajar y estudiar, en este sentido son los hombres los que preferentemente lo
hacen, mientras que la mujer y los niños permanecen en casa todo el día:

Mi mamá trabaja en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, se va muy temprano


y regresa en la noche. A veces regresa mi papá enojado del tráfico. De por sí nada más veo
a mis papás sábado y domingo, porque yo voy a la escuela en la tarde. Ellos se van en la
mañana, llegan en la tarde y yo llego hasta en la noche cuando salgo de la escuela, ya na
más [sic] los veo y me acuesto y al otro día se van, nada más los veo los fines de semana
[Niño, 12 años, 6.ª Sección].

Al alto costo económico que implica vincularse con la ciudad hay que agregar el
tiempo que se necesita invertir en los traslados, el cual asciende en promedio a dos

19. Pesos de 2002.


20. El promedio de gasto diario en transporte por familia es de $60, lo que hace un total mensual de $1.200
considerando sólo los traslados entre semana. Así, las familias tienen que invertir en promedio, el 22 % del ingreso
familiar en transportarse a trabajar o a estudiar.

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horas y cuarto.21 De esta forma, los tiempos de descanso y convivencia familiar se ven
fuertemente afectados, además del desgaste físico que implica tantas horas de camino.
Estos elementos, para algunas personas constituyen el «costo» que tienen que pagar
por una vida más tranquila para su familia, como la que ofrece San Buenaventura:

Yo vivía hasta la salida a Cuernavaca, de hecho mi trabajo está allá, pero no importa… A
mi trabajo hago fácil dos horas, dos horas y media por la mañana, igual por la tarde.
Salgo a las 4 de la mañana de mi casa y regreso a las 5 de la tarde más o menos… La
desventaja para mí, es lo retirado. Las ventajas son para mi familia, pues que todo está
aquí y un poquito alejados del ruido y de todo eso [Señor, 6.ª Sección].

La experiencia de habitar en San Buenaventura

La evaluación que la gente hace de su vivienda y del conjunto depende de qué tanto
estos elementos se aproximan a sus anhelos y aspiraciones y al modo de vida que cifran
en ellos. Para muchas familias el cambio de residencia significó la oportunidad de
mejorar sus condiciones de vida al pasar de un departamento a una casa sola y ade-
más, lo más importante, a una vivienda propia:

Nosotros vivíamos en Villa Coapa, teníamos un departamento que era propio, nos veni-
mos para acá porque mi esposo se sacó la casa por el INFONAVIT… ¿que si mejoré?…
pues de vivir en un departamento, o sea aunque la zona está super bien, también estaba
super bien allá, pero pues no es lo mismo vivir en departamento que en casa [Señora, 3.ª
Sección].

Por lo mismo, para algunos no importan las reducidas dimensiones de las vivien-
das, sino el diseño y la posibilidad de llegar, a partir de ella, a alcanzar un estilo de vida
de «más categoría», es decir, un ascenso social:

Nosotros vivíamos en la colonia Pradera, en Aragón, rentábamos un departamento. An-


dábamos buscando una casa propia y de las opciones que vimos fue la más cerca…
Mejoramos en el aspecto social, donde vivíamos hay muchos problemas de adicciones,
drogadicción, más que nada lo hicimos por los niños… Aquí, afortunadamente podemos
andar con seguridad en la noche, hemos visto que, bueno, como la unidad va empezan-
do, es más tranquilo en cuanto el aspecto social… En el aspecto familiar hay más tran-
quilidad, los niños están seguros en el caso de que yo esté trabajando, están con su mamá
[Señor, 1.ª Sección].

La tranquilidad que San Buenaventura brinda a las familias es un aspecto invalua-


ble, particularmente cuando en la Ciudad de México se ha construido un imaginario de
violencia e inseguridad, de tráfico y contaminación:

Antes vivíamos en Neza, era la casa de mis papás… [nos cambiamos para acá] porque
nos otorgaron el crédito y no hay como tener algo propio. El nivel de vida aquí es mucho
mejor… En primera, porque el nivel económico es un poquito más elevado, o sea te das
cuenta en todo, el tipo de gente que vive aquí… Toda la gente es decente… hay un poquito

21. El 36 % hace menos de una hora y media, el 45 % invierte de una hora y media a tres horas, pero hay aun un
19 % que requiere más de tres horas para ir y regresar.

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más de educación. O sea, en eso te das cuenta que sí cambia el nivel de vida ¿no?... El
nivel económico es un poquito más alto, eso te da base a que tus hijos crezcan de diferen-
te manera. O sea, tú puedes ver, allá en Neza, hay niños por todos lados, en las calles y
aquí difícilmente puedes ver a un niño… y allá se oyen leperadas por todos lados, aquí
difícilmente se pueden oír. La tranquilidad de que puedes caminar a las 11 o 12 de la
noche y nadie te molesta, sin embargo, en Neza te tienes que andar cuidando hasta de tu
propia sombra [Señora 4.ª Sección].
Me gusta que está tranquila la zona, el fraccionamiento, me gusta que sea tranquilo, no
hay mucho tráfico, lo que no me gusta es el frío, hace mucho frío aquí [Señora, 3.ª
Sección].

De esta forma, paralelamente con la seguridad y la tranquilidad, los habitantes de


San Buenaventura valoran una zona sin riesgo para los jóvenes y niños. Salir de la
ciudad, donde hay delincuencia, donde hay tráfico, donde roban y no se puede circular
de noche, son anhelos que están detrás de esta selección habitacional.
El proceso de construcción del lugar implica que la gente viva y experimente el
espacio habitacional como territorio propio, como un ámbito en el que se sienta segu-
ra y además orgullosa de pertenecer a él. Con el paso del tiempo, las personas, podrán
ir construyendo elementos más sólidos de identidad, como el reconocerse parte de un
grupo, de una comunidad, y el poder establecer vínculos de solidaridad por el hecho de
compartir un territorio común. Hasta el momento, los une la aspiración de una vida
mejor, de una existencia pacífica y segura, de un ascenso social, y esto, sin duda puede
constituirse en cimientos de una identidad. No hay que olvidar, como señala Giglia,
que la construcción de sentido del espacio habitacional es un proceso constantemente
inacabado (Giglia, 2000).

Reflexiones finales

Las empresas inmobiliarias privadas que en la década de los noventa han planteado
una periferia diferente a la registrada en otros momentos, han sabido plasmar en el
diseño de los Centros Urbanos las aspiraciones y anhelos de la población, que en la
búsqueda no sólo de un mejor nivel de vida sino fundamentalmente de un patrimonio
para la familia busca estos espacios que le ofrecen los valores del habitar de clase
media y con ello el ascenso social siempre anhelado.
Sin embargo, el ritmo y las necesidades de la vida cotidiana han resignificado un
espacio que se caracterizó por ser planificado y ordenado, transformando no sólo la
fisonomía del lugar sino fundamentalmente la forma en que la población se apropia de
estos espacios, los usa y los simboliza. Así, el espacio habitacional de San Buenaventu-
ra se penetra del sentido y significado que le asignan sus habitantes, y en este proceso
de producción de nuevas espacialidades convergen diferentes racionalidades que no
siempre son las esperadas por los promotores y constructores de vivienda.
A nivel social, entre los efectos que tiene el diseño del conjunto que contempla
viviendas independientes está el propiciar relaciones vecinales con mayor distancia
tanto física como social. Para las familias, éste es un elemento que les permite más
privacidad e independencia y con ello relaciones vecinales menos tensas, lo que consti-
tuye un factor importante de satisfacción con su vivienda.
No obstante, por tratarse de una comunidad en plena gestación, sólo es posible
identificar ciertos espacios (como las calles cerradas) en donde los vecinos se están

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organizando para dar mantenimiento y cuidar las áreas comunes; de ahí que afirme-
mos que en el proceso de conformación de la identidad barrial el diseño juega un papel
importante ya que facilita el contacto entre las personas y con ello el establecimiento
colectivo de normatividades que regulan el uso de los espacios. Y si bien no hay aún
grupos fuertemente organizados que gestionen mejoras colectivas, el tiempo y los pro-
blemas que con él vayan surgiendo impondrán sin duda alguna la necesidad de buscar
un mayor nivel de organización.22
El emplazamiento periférico de este gran centro urbano nos hace reflexionar si se
trata de «ciudades dormitorio» o bien de un nuevo estilo de vida periférica. La respues-
ta es difícil ya que para unos (mujeres y niños) San Buenaventura constituye su espa-
cio cotidiano con el que establecen fuertes vínculos afectivos y depositan en él sentidos
y significados muy diferentes que los que pueden construir, por ejemplo, los hombres
adultos, cuya vida diaria transcurre fuera de este espacio. En ese sentido nos encontra-
mos con experiencias habitacionales diversas, que reflejan la dinámica compleja que
tienen las nuevas periferias metropolitanas.
No hay duda de que los grandes recorridos que los habitantes deben realizar para
vincularse con la ciudad tienen impacto no sólo económico sino fundamentalmente
social, ya que las familias requieren invertir tiempo de descanso y de convivencia
familiar. Sin embargo, parte importante del peso que implica la lejanía es compensa-
do por la tranquilidad, el aire puro y la seguridad que las familias han incorporado
como parte central de su imaginario. En ese sentido, coincidimos con Giglia (2000)
cuando señala que el «malestar de las periferias urbanas» es un discurso estereotipa-
do que merece ser comprendido desde la perspectiva de los propios habitantes y no
sólo desde el observador.
De esta forma, a través de las narrativas de los habitantes de San Buenaventura ha
sido posible rescatar los múltiples universos de sentido que ellos le asignan a su espa-
cio y a la vida cotidiana que en ese contexto llevan a cabo. No hay que olvidar que la
experiencia urbana está cruzada por emociones, afectos y sentimientos.
La coincidencia entre las aspiraciones de las familias y las condiciones en que se
desarrolla su vida diaria es un elemento que hasta el momento genera sentimientos
de satisfacción, apego e identificación con su entorno. No obstante, todo parece
indicar que se trata de vinculaciones frágiles ancladas a situaciones que con el paso
del tiempo tenderán a cambiar. Esto lo afirmamos ya que los imaginarios atados a
esa satisfacción, que son la seguridad y la tranquilidad, son precisamente los más
sensibles a transformarse cuando San Buenaventura se ocupe totalmente. Un as-
pecto que es importante resaltar es la dinámica demográfica del lugar, al principio
señalamos que se trata de familias jóvenes y con hijos pequeños, pero hay que
preguntarse qué pasará cuando, además de una mayor densidad, grandes genera-
ciones se conviertan en jóvenes que demanden no sólo más espacios, sino equipa-
miento más completo y se requieran más acuerdos concertados para el uso de los
espacios comunes.

22. Para Safa, en el análisis de las identidades vecinales se pueden identificar dos niveles: el primero como expe-
riencia del sujeto y como símbolo colectivo de identificación-diferenciación, es decir la identidad vecinal como es-
pacios con significado para las personas y los grupos, en los que se manifiestan no sólo acuerdos, sino fundamentalmente
tensiones generadas por los diferentes significados que las personas le otorgan. El segundo nivel es el que refiere a la
identidad vecinal como arena social donde se definen los diferentes actores que luchan y se organizan por la apropia-
ción del territorio, es decir, la manera como los vecinos se movilizan y negocian las condiciones de su área residencial
(Safa, 1998: 29).

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En el ámbito privado de la vivienda se pueden esperar también problemas, ya que
su reducido tamaño generará conflictos de independencia y privacidad entre los in-
tegrantes de la familia. A diferencia de otras periferias como las que se conforman
por colonias populares, en que las transformaciones económicas y demográficas de
las familias se plasman en un largo pero continuo proceso de ampliación y consolida-
ción de la vivienda, en las periferias de los noventa, el espacio urbano tiene un um-
bral físico que impide reabsorber los cambios que experimenta la población en gene-
ral y las familias en particular, a pesar de que algunas viviendas (las menos) fueron
diseñadas para crecer.
Sin embargo, es indudable que los habitantes de esta nueva periferia paulati-
namente han ido modelando el espacio y construyendo una vinculación afectiva
con él. No podemos negarle a los grandes conjuntos habitacionales la capacidad
que pueden tener para generar una intensa vida social y una identidad barrial. En
este proceso tendrán que ver los acuerdos concertados que desde ahora se esta-
blezcan para el uso de los espacios comunes, para resignificar el territorio y con
ello dar lugar a una apropiación afectiva en la tarea por la construcción de un
verdadero lugar.

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La experiencia de la exclusión social y urbana
en torno a la vivienda

Patricia Safa Barraza y Jorge Aceves Lozano

La exclusión social no es patrimonio exclusivo de los pobres urbanos, porque como


proceso social podemos observarla en la cuestión educativa, en el acceso a los servicios
de salud y de alimentación, en los niveles de seguridad y en las posibilidades de movi-
miento y transportación, en el mundo laboral y del trabajo en general, en el disfrute de
los bienes y servicios culturales, sin olvidar que la exclusión es también la característi-
ca de la experiencia vital de las minorías sociales en tanto a la disminución de sus
derechos y oportunidades. En nuestro país, pobreza y exclusión es una fórmula de vida
social inseparable, van juntas, se implican y se reproducen mutuamente. Pobres y ex-
cluidos que están, se piensan y se saben fuera de las fronteras del núcleo privilegiado al
que nunca han entrado, no fueron invitados, o que pertenecieron y fueron violenta o
sigilosamente expulsados. Al margen de algo, distantes de otros humanos, en desigual-
dad de circunstancias y oportunidades, fuera de los espacios del privilegio. Pobres sin
posibilidad de calificar para la inclusión en el mundo de la vida y los modos de vivir,
sentir y pensar de los sectores privilegiados. La pobreza1 configura el horizonte más
claro y crudo de la exclusión, es el límite negativo posible, tanto como proceso social y
como señal de identidad.
Se ha dicho que cada época histórica produce y difunde sus ideas y prototipos
de la vida confortable y privilegiada, que normaliza e impone una moral sobre la

1. Hoy en día, la definición de la pobreza forma parte de un debate. En los últimos meses de 2002 se ha discutido
en torno al tipo y número de pobres y miserables que sobreviven en el territorio mexicano. El aparato de Estado, sus
agencias e instituciones han construido un escenario y una medida adecuada a sus concepciones y a sus políticas
públicas; por su parte, académicos, organizaciones sociales y actores de la oposición política han confrontado y
contraargumentado los números, los pronósticos y las aplicaciones pragmáticas que resultan de las políticas de
gobierno. Las distintas estimaciones del orden de millones y que tienen que ver con muchos factores, entre otros: los
métodos de análisis y de medición, la pertinencia de viejas y nuevas políticas públicas, las agendas electorales regio-
nales y nacionales, los compromisos gubernamentales hacia entidades internacionales, o bien, las variadas
reinterpretaciones sobre la historia reciente y del supuesto desarrollo económico y social heredado por los regímenes
priístas. De la información que circula, de los debates generados y de las verdades inocultables, lo que queda claro es
que las condiciones de vida de la gran mayoría de la población mexicana, ya no sólo las que corresponden a los
habitantes mestizos del campo y a las poblaciones indígenas (los pobres en situación más crítica), sino también de la
mayor parte de los moradores de las ciudades son real y efectivamente de pobreza y que se manifiestan en las varias
dimensiones —y no sólo en lo económico— que esta categoría social comprende. La controversia y la disputa concep-
tual para delimitar la pobreza absoluta de la relativa, así como para ponerse de acuerdo en qué consisten las «nece-
sidades» vitales que se deben satisfacer para superar la línea de la pobreza es una cuestión no solucionada. La
definición de los contenidos de la canasta básica alimentaria está en debate permanente. Sin embargo, la masa de
pobres aumenta año con año y los grados de pobreza se agudizan, de modo tal que hoy alrededor de 57,3 millones de
mexicanos están pobres, y aproximadamente 1,3 millones de pobres han aumentado en los dos últimos años según
estimaciones de analistas y expertos (véase Boltvinik, 1998 y 2002).

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vida y condiciones de existencia, que configura los mundos reales y posibles a los
que cada individuo y sector social puede acceder y experimentar. La pobreza y la
exclusión que se le impone a sus portadores es así una orientación social que co-
rresponde a una etapa y a un contexto sociohistórico. Los factores de cambio, de
transformación de las nuevas utopías son también generados históricamente, por
lo que los pobres están siempre en esa vorágine de tensiones sociales y luchas de
proyectos. La experiencia de la pobreza es por lo tanto no sólo vivida, sino también
pensada en el contexto de los mundos posibles. Estar y sentirse en la exclusión
significa al mismo tiempo concebir el otro lado del puente, saber de la existencia
del otro extremo del camino, pensar en la existencia de los incluidos, de los no-
pobres, de los diferentes con suerte. La exclusión es por lo tanto una cara de la
separación social, un resultado de la fragmentación, una consecuencia de la divi-
sión y la lucha entre los seres humanos. Excluir es distanciar, es impedir, es retirar,
es reducir, es negar. El dar cuenta —mediante relatos testimoniales— de sus vidas
en la exclusión, en los campos de la pobreza, en los territorios de la iniquidad, la
violencia y la marginación, les permite significar y redimensionar su vivencia en
ese «mundo de los pobres». Los relatos de la experiencia de la exclusión social y
urbana es un camino para la comprensión de este horizonte social y de los necesa-
rios cambios por los que nuestra sociedad mexicana tiene que procurar transitar.
Pero, en su cotidianeidad, los pobres también evidencian atisbos de utopías por
venir con los que configuran fragmentos y piezas de un rompecabezas de mejores
mundos futuros y quizá posibles. En estas narrativas, los pobres aparecen como
actores sociales con movimiento y con recursos políticos y organizativos inadverti-
dos para quienes los excluyen, marginan o explotan.
La pobreza en las ciudades es un hecho histórico, estructural, de larga duración,
producto directo de las desigualdades sociales. La lucha por tener acceso a un techo
y la batalla por obtener y preservar una fuente de ingreso son dos de los frentes
vitales que nos permiten conocer la experiencia y los significados que los pobres le
asignan a su existencia y a los caminos y modos de enfrentar las adversidades que les
ha tocado vivir. Tener o no tener una vivienda es un principio vital, eje concreto a
partir del cual se da sentido a la existencia. No tenerla o tenerla en su mínima expre-
sión es un derecho postergado que no puede esperar. Obtenerla en condiciones mise-
rables es pasar a formar parte del conglomerado humano que experimenta la segre-
gación en la miseria urbana.
Para abordar el tema de la exclusión social y urbana se han escogido varios testimo-
nios aportados por familias de sectores populares, acervo que forma parte de un pro-
yecto de investigación más amplio que abarca el estudio de 22 familias en cinco ciuda-
des mexicanas: Chihuahua, Distrito Federal, Guadalajara, Mérida y Oaxaca.2

2. El proyecto de investigación «Crisis, malestar y proyectos de vida. Relatos de familia en México, 1980-2000»
es coordinado por la Dra. Patricia Safa B. y forma parte de un proyecto más amplio dirigido por el Dr. Germán
Pérez F. intitulado «Sociedad y Sistemas. Los efectos subjetivos de la modernización en México» (2002). En el
proyecto sobre relatos de vida de familias en situación de crisis participaron 8 entrevistadores que viven en las
cinco ciudades de estudio y que mantienen una relativa cercanía con las 22 familias estudiadas. En la ciudad de
Chihuahua participaron Elizabeth Herrera Martínez y Guadalupe Sapién Simental, Desarrollo Psicológico, Edu-
cativo y Social, S.C. (CRECER); en el Distrito Federal, Patricia Ramírez Kuri (FLACSO); en Guadalajara, Teresa
Cárdenas (antropóloga), Cintia Castro (alumna de la Maestría en Antropología Social del CIESAS en Occidente),
Renée de la Torre (CIESAS en Occidente) y Regina Martínez (CIESAS); en Oaxaca, Alejandra Safa (trabajadora
social) y en Mérida, Emilio Fierro Ferráez.

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Algunas notas sobre el proyecto de investigación «Trayectorias de familias
en situaciones de crisis»

El objetivo del proyecto fue recabar y analizar relatos de familia en situaciones de


crisis, así como también apreciar los efectos subjetivos de los procesos de moderni-
zación experimentados en México. Nos interesó conocer cómo las familias han vivi-
do estos cambios sociales, cómo se transformaron sus modos de ganarse la vida,
cómo se ha incrementado la pobreza a consecuencia de las sucesivas devaluaciones,
crisis económicas periódicas o la falta de oportunidades de empleo. Cómo estas si-
tuaciones impactaron sus formas de vivir en familia y las maneras de enfrentar los
conflictos del ámbito doméstico y privado, así como las posibilidades y expectativas
de realización de sus proyectos de vida. Partimos del supuesto de que sus relatos no
se refieren exclusivamente al ámbito personal sino que expresan situaciones y viven-
cias compartidas, que expresan condiciones de vida y trabajo como producto de rela-
ciones sociales concretas. Sin intención de sugerir generalizaciones, los relatos mues-
tran «ventanas» a los contenidos vivenciales del ser y pensarse como pobres, en
narrativas que relacionan el ámbito de lo individual con lo societal. Pero todo desde
la óptica del tiempo presente, que resignifica, revisa, reconstruye lo vivido. La me-
moria que se expresa y que se encarna en el cuerpo, en lo trabajado, en lo sufrido, en
lo deseado. Asomarse a estos relatos biográficos nos aporta indicios y rutas para la
reflexión y la valoración de los problemas que acarrea la exclusión social y la repro-
ducción de las condiciones de la pobreza.
La madre fue el actor central; sin embargo, nos interesó conocer los contrapuntos,
la diversidad de opiniones y, por lo mismo, se entrevistó al padre (en caso de que
existiera), a los hijos o a otros miembros de la familia más amplia como la abuela o
algún pariente.3 Para nosotros era importante conocer la mayor pluralidad de perspec-
tivas sobre una misma situación por diferencias de género, edad y origen social. Se
eligieron familias en situaciones de crisis4 por considerar que un momento o un proce-
so de conflicto afecta la vida diaria y trastoca dinámicas supuestamente inalterables.
Es un momento difícil para las personas y las familias porque rompe con lo cotidiano,
lo conocido, lo rutinario y anuncia o supone cambio y transformación. En la mayoría
de los casos una situación de crisis se identifica con un acontecimiento pero normal-
mente es detonador de problemas o dinámicas más o menos persistentes al interior de
la familia. Una situación de crisis muchas veces es la gota que derrama el vaso de un
conjunto de problemas que la familia viene enfrentando de tiempo atrás (véase Sha-
rim, 1999); si bien se identifica un conflicto como el que origina la «crisis», este proble-
ma afecta la mayoría de los ámbitos de la vida. Por ejemplo, una situación muy íntima
y particular como puede ser el divorcio o la viudez repercute en la manera de ganarse

3. De las 66 entrevistas, el 53 % se realizaron a las madres/esposas, el 23 % a los padres/esposos, el 23 % a los hijos


y el 4 % a un miembro de la familia extensa; el 61,54 % son mujeres y el 38,46 % hombres. Por edades: el 10 % era
menor de 20 años, el 46 % entre 20 y 39 años, el 38 % entre 40 y 59 años, y el 6 % mayor de 60 años. Para este ejercicio
que busca los contrastes y las diferencias, además, fue importante comparar el tipo de crisis familiar por sector
social. De las 22 familias estudiadas, el 41 % pertenecía a los sectores populares, el 32 % a los sectores medio-altos y
altos y el 27 % de los sectores medios. En este trabajo se analizarán los testimonios de los sectores populares, y el
resto sólo se mencionará con fines comparativos.
4. Se entiende por situaciones de crisis a un conflicto específico que modifica bruscamente el equilibrio al interior
de la familia y pone en tela de juicio valores y relaciones sociales; es un cambio notable de un proceso que causa
desconcierto respecto a las acciones a emprender (véase Sharim, 1999).

53

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la vida o de planear el futuro. Los efectos de las diversas crisis de coyuntura y las que
reproduce la estructura social vigente se expresan en los relatos y testimonios de los
pobres de modos diversos y con contenidos que manifiestan un malestar multifacético,
en el orden laboral, familiar, emocional y de la reproducción de la vida física misma.
¿Cuáles son las crisis —personales y familiares— que han afectado a estas familias?
Para el conjunto de los entrevistados, la principal preocupación o motivo de crisis inter-
na fue la economía familiar. Este rubro representó el 36 % de sus primeras opciones y el
34 % del conjunto. Le siguió en importancia los conflictos familiares (32 %) por separa-
ción o divorcio de la pareja, problemas con los hijos o la violencia intrafamiliar. Solamen-
te el 12 % señalaron a la vivienda como problemática pero en ningún caso se eligió como
primera opción, a pesar de que este bien es un eje tan estructurador como el trabajo.

CUADRO 1. Definición de situaciones de crisis por la madre/esposa

Crisis 1.ª 2.ª 3.ª Total %


Económica Pobreza 5 4 9
Empleo 2 1 3
Ingreso 1 2 1 4
Devaluaciones o crisis económica 2 2 4
Total 8 9 3 20 34.0
Vivienda 2 4 6 12.0
Salud Enfermedad 1 1 2
Accidente de trabajo 1 1
Discapacidades 2 2
Alcoholismo o drogadicción 5 5
Total 9 1 10 17.0
Familiares Viudez 2 2
Divorcio o separación 1 6 7
2.° matrimonio 2 2
Violencia intrafamiliar 2 2
Problemas con los hijos 1 5 6
Total 5 7 7 19 32.0
Culturales Integración 1 1 2
Religiosos 1 1
Total 1 2 3 5.0

Las nueve familias de los sectores populares hablaron de la vivienda como un pro-
blema difícil con el que han tenido que lidiar en el pasado, o una de las causas de sus
principales carencias y deseos en la actualidad. Fue un tema que se convertió en la
ocasión no sólo para recordar sino para ordenar por períodos y resignificar el ayer.
En las narrativas de seis5 de estas familias encontramos tres tipos de patrones habi-
tacionales:

5. Tres de las nueve familias se dejan de lado por: dos de ellas viven en poblados rurales. Una de ellas en la Sierra
Juárez en Oaxaca en una vivienda que se encuentra en o cerca de los terrenos de cultivo con base a un patrón disperso
de asentamiento; la tercera familia que vive en Progreso habita una casa que le prestan las personas que lo contrata-
ron para cuidar las casas de verano. En estos tres casos, la vivienda no es en este momento un problema.

54

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1) Familias que poseen una vivienda gracias a la invasión de terrenos y la autocons-
trucción de la vivienda y la colonia:

• Una familia que vive en el Distrito Federal. Por el ciclo vital, consolidada, ya que la
madre tiene casi 50 años. Inés, ahora viuda, tiene un terreno en Santo Domingo de los
Reyes, Coyoacán, que sus suegros invadieron a principios de los años setenta. Ella
llegó a vivir a la colonia de recién casada. Ahora, su hijo también construyó en ese
terreno que invadió su familia.
• La segunda familia vive en la ciudad de Oaxaca. Ella tiene 38 años y el esposo
40. Tienen dos hijos adolescentes. Construyeron una casa en un terreno que adquirie-
ron por invasión en los noventa. A partir de los ochenta, la alternativa de invasión de
terrenos fue cada vez más difícil en las grandes ciudades. Esto no ha sido así en las
ciudades medias.

2) Familias que compraron terrenos en colonias populares muy baratos. Éste es


el caso de dos familias en la ciudad de Guadalajara, las dos migrantes y una de origen
indígena.

• En Guadalajara, a diferencia de otros lugares, la principal estrategia para acceder


a una vivienda fue comprar un terreno en una colonia popular pero con grandes caren-
cias de servicios urbanos (Véase López Moreno, 1996).
• La familia indígena es extensa y los hijos viven en la casa de los padres.
• En el otro caso, el hijo construyó su casa al lado de la casa de los padres.

En estos casos de familias con vivienda, destaca que si bien los padres son migran-
tes, los hijos ya nacieron o llegaron muy pequeños a las metrópolis. Esta segunda gene-
ración, urbana desde pequeños, sólo pudo acceder a la vivienda porque vive o constru-
ye en el terreno de los padres. Es decir, cuando la invasión dejó de ser una alternativa
viable y ante la ausencia de programas de vivienda destinados a apoyar a los sectores
más desfavorecidos la estrategia adoptada por ellos ha sido el aumento de la densidad
demográfica por terreno o vivienda.

3) Familias sin vivienda:

• Éste es el caso de un matrimonio joven de Chihuahua: una familia nuclear con


una niña pequeña. Los dos tienen 23 años de edad. Ella estudia para educadora y él es
vigilante en una empresa maquiladora. A pesar de que él tiene un empleo relativamen-
te estable, su trayectoria laborar es corta para acceder a un crédito Infonavit; un sueño
que para ellos representa un mínimo de estabilidad y bienestar.
• La segunda familia, en expansión, vive en el D.F. En este caso concreto, poseer
una vivienda es uno de sus principales problemas. Él sufrió un accidente de trabajo
que interrumpió su carrera como obrero. Actualmente es velador en una empresa. Su
esposa trabaja en el servicio doméstico. La familia de origen del lado paterno vivía en
una vecindad en la Delegación Coyoacán. Fueron desalojados del lugar porque se iba a
vender la vecindad como terreno. Fue entonces cuando su padre intentó tomar pose-
sión de la vivienda pero fue detenido por la policía y pasó varios años en la cárcel.
Actualmente esta familia vive con los padres de la esposa pero no se les acepta porque
lo culpan a él de las dificultades económicas por las que pasa la familia. Es decir, se

55

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aprueba que los hijos construyan en el terreno que la primera generación adquirió por
invasión o compra, pero se ve con malos ojos que las hijas, que tienen esposo e hijos, se
«arrimen» y pasen a formar parte de la familia extensa. Lo mismo sucede con la hija de
la familia indígena en Guadalajara. Por el rechazo, este matrimonio considera que uno
de sus principales problemas es no tener recursos para adquirir una vivienda propia e
independiente.

Para todos ellos, tener o no una vivienda les sirve para valorar el bienestar fami-
liar. Por un lado, la vivienda forma parte de los procesos sociales más amplios y
objetiva la posición de las personas en la estructura social. Pero, también, es una
manifestación de la cultura que se usa para establecer las jerarquías y las normativi-
dades que definen, por ejemplo, quién sí y quién no puede pasar a formar parte de la
familia extensa y construir en el mismo terreno (véase Duncan, 1985: 136-137). Este
punto de partida —sujetos socialmente posicionados y culturalmente orientados—
fue central para el análisis de las experiencias y significados que la vivienda tiene
para ellos.

La lucha por la vivienda: una forma de vivir la pobreza


y la exclusión social

Aunque todas las familias existentes en México tienen necesariamente «algo» donde ha-
bitar, una proporción importante de la población lo hace en lugares insalubres y en con-
diciones de hacinamiento que en muchos casos se pueden considerar infrahumanas. Es
difícil definir qué se considera como insalubre o «indigno»; es un concepto que varía en
el espacio y en el tiempo —las viviendas insalubres de hoy podrían haber sido aceptables
el siglo pasado— por lo que las estimaciones de las necesidades presentes de vivienda
pueden ser tan variadas como variados sean los estándares mínimos considerados [Gar-
za y Schteingart 1978: 12].

Gustavo Garza y Martha Schteingart (1978) elaboraron un excelente diagnósti-


co de la problemática de la vivienda en 1970 en nuestro país. En esa época, consi-
deraban a la vivienda como «un problema casi irresoluble» por la imposibilidad
de satisfacer su demanda creciente pero también por las condiciones de hacina-
miento y el deterioro de las mismas. ¿Cuáles eran las condiciones de la vivienda en
esa época y cómo son sus características actuales?6 En 1970, el número de las
familias sin vivienda representaba el 8,95 % de los hogares, uno de los indicadores
más significativos para calcular el déficit de vivienda. Esta cifra ha cambiado en la
actualidad:

6. Cfr. M. Schteingart (2000), «Evolución reciente de la situación habitacional», Demos, n.º 13, Carta demográfica
sobre México 2000, UNAM, pp. 26-27.

56

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CUADRO 2. Hogares por vivienda (1970-2000)

1970 1990 2000


N.º de viviendas 8.268.369 16.035.233 21.513.235
Total de hogares 9.081.206 16.202.846 22.268.916
Hogares por vivienda 1,09 1,01 1,03
Hogares sin vivienda 812.837 167.613 755.681
% de hogares sin vivienda 8,95 % 1,03 % 3,9 %
FUENTE: IX Censo General de Población, 1970. Resumen General. Secretaría de Industria y Comercio.
Dirección General de Estadística: 95-97; INEGI, XI Censo General de Población y Vivienda, 1990.
Resumen General: 744-748; INEGI, XII Censo General de Población y Vivienda, 2000.

GRÁFICA 1. Porcentaje de familias sin vivienda en México (1970-2000)


10,00%

9,00%

8,00%

7,00%

6,00%

5,00%

4,00%

3,00%

2,00%

1,00%

0,00%
1965 1970 1975 1980 1985 1990 1995 2000 2005

En estos 30 años, la proporción de las familias sin vivienda ha disminuido significa-


tivamente (de 8,95 % a 3,39 %), es decir, se puede pensar que se ha logrado atender uno
de los problemas más apremiantes en esa década. Pero el déficit de vivienda también
se mide por la calidad de la construcción de la vivienda, por el número de habitantes
por vivienda y por cuarto y, por supuesto, la propiedad o no de la misma. ¿Cómo han
cambiado las condiciones de hacinamiento?

CUADRO 3. Ocupante por vivienda (1929-2000)

1929 1950 1960 1970 1980* 1990** 2000**


Población 16.552.722 25.791.017 34.923.129 48.225.238 66.846.833 81.249.645 97.483.412
Viviendas 3.178.452 5.529.208 6.409.096 8.286.369 12.074.609 16.035.233 21.513.235
Ocupantes
por 5,2 4,6 5,5 5,8 5,5 5,0 4,5
vivienda
FUENTE: Estadísticas Históricas de México, Tomo I, INEGI, 1990: 133.
* X Censo General de Población y Vivienda, 1980
** Anuario de Estadísticas por Entidad Federativa, 2002

57

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GRÁFICA 2. Ocupantes por vivienda (1929-2000)
6
5,8
5,6
5,4
5,2
5
4,8
4,6
4,4
4,2
4
1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010

GRÁFICA 3. Viviendas con uno o dos cuartos (1970-2000)


80,0%

70,0%

60,0%

50,0%

40,0%

30,0%

20,0%

10,0%

0,0%
1970 1980 1990 2000
69,1% 58,6% 34,0% 47,3%

En 1970, el promedio de habitantes por vivienda era de 5,8 y el 69,9 % de las


viviendas tenían uno o dos cuartos; en 2000, esta cifra disminuyó a 4,5 habitantes
por vivienda y el promedio de cuartos por vivienda pasó de 2,3 a 2,8. En 1970, el
material predominante para la construcción era el adobe. En la actualidad, es el
ladrillo o tabique.

CUADRO 4. Viviendas por material predominante en paredes (%)


(1929-2000)
1929 1950 1960 1970 1980 1990 2000
Adobe 45,6 41,7 49,7 30,1 21,3 14,6 9,9
Ladrillo o tabique 3,0 13,6 24,1 44,2 56,1 69,5 78,9
Madera 19,5 19,8 9,2 15,9 9,4 8,1 6,7
Embarro - lámina
10,7 7,5 7,7 5,0 10,0 6,4 4,0
carrizo - palma
Otros materiales 21,2 17,4 9,3 4,8 1,7 0,9 —
FUENTE: Estadísticas históricas de México, T.I, INEGI, 1990: 133; X Censo General de Población y Vivienda,
1980; Anuario de Estadísticas por Entidad Federativa, 2002.

58

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GRÁFICA 4. Viviendas por material predominante en paredes (1929-2000)

100%
90%
80%
70%
otros
60%
Embarro/lámina
50%
Madera
40% Ladrillo
30% Adobe
20%
10%
0%
1929 1950 1960 1970 1980 1990 2000

Los datos anteriores nos podrían permitir afirmar que las condiciones de vivienda en
México han mejorado cualitativamente en los últimos treinta años. Pero a pesar de que
haya disminuido el número de familias sin vivienda, todavía el 3,39 % de las familias no
la tienen, y de las que sí tienen, casi la mitad de las casas cuentan con uno o dos cuartos
y el 20,6 % se construyeron con materiales ligeros. Estos datos cambian por entidad
federativa. En Oaxaca, por ejemplo, casi la mitad de las viviendas están construidas con
materiales ligeros y casi el 30 % de las viviendas en Chihuahua son de adobe:

CUADRO 5. Viviendas particulares habitadas por Entidad Federativa


según materiales predominantes en paredes (%) (1990-2000)

Materiales ligeros,
EF naturales y precarios Materiales sólidos No especificó
1990 2000 1990 2000 1990 2000
País 29,9 20,6 69,5 78,9 0,6 0,5
Chihuahua 48,4 32,0 51,1 67,5 0,5 0,5
DF 3,1 1,8 96,0 97,5 0,9 0,7
Jalisco 20,2 12,1 79,2 87,3 0,6 0,6
Oaxaca 62,0 47,5 37,5 52,1 0,5 0,4
Yucatán 22,0 15,1 77,6 84,5 0,4 0,4
FUENTE: Anuario de Estadísticas por Entidad Federativa, INEGI, 2002: 83 y 84.

GRÁFICA 5. Viviendas por material predominante en paredes (2000)

100,0%

80,0%

60,0% Lámina
Embarro
40,0%
Madera
20,0% Adobe
Ladrillo
Madera Ladrillo
0,0%
País

Chih.

Lámina
DF.

Jal.

Oax.

Yuc.

59

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Es decir, el problema de la vivienda es un problema no resuelto en nuestro país, a
pesar de ser un derecho social básico. Además, como lo indica el cuadro anterior, estas
cifras se matizan cuando se analizan las diferencias entre las regiones del país que se
distinguen no sólo por sus características ambientales, económicas, políticas o cultu-
rales sino también por los niveles de bienestar. La posesión o no de bienes es un indica-
dor de estas desigualdades:

CUADRO 6. Viviendas particulares que disponen


de bienes por Entidad Federativa (%) (2000)

Distrito
Chihuahua Federal Jalisco Oaxaca Yucatán
Radio o
radiograbadora 88,1 94,2 90,4 71,7 78,8
Televisión 90,2 96,8 93,9 57,0 82,9
Videocasetera 49,2 61,1 49,5 17,5 28,2
Licuadora 83,1 95,0 90,1 55,4 62,0
Refrigerador 85,2 85,6 84,0 37,6 58,1
Lavadora 72,7 69,3 70,8 17,8 52,0
Teléfono 42,0 66,0 47,7 12,1 28,3
Calentador de agua 68,0 73,7 59,4 12,2 20,2
Automóvil 59,9 38,8 42,4 11,7 23,4
Computadora 9,9 21,5 11,9 2,8 7,7
FUENTE: INEGI, Anuario Estadístico, 2001: Chihuahua: 115; Distrito Federal: 107; Jalisco: 126;
Oaxaca: 210; Yucatán: 88.

Si bien la radio y la televisión son bienes que se han generalizado, en Oaxaca sola-
mente el 57 % de la población tiene televisión y el 72 % radio. Casi el 60 % de las familias
de Chihuahua poseen un coche y en Oaxaca solamente el 12 %. El Distrito Federal es la
zona donde más hogares tienen teléfono, licuadora, refrigerador o calentador de agua. El
porcentaje de viviendas que tienen una computadora es mayor en la ciudad de México
que en Oaxaca o Yucatán. También sería importante analizar las diferencias al interior
de las mismas Entidades Federativas o en las mismas ciudades. Esto es especialmente
relevante para comparar la accesibilidad y/o calidad de los servicios urbanos:

GRÁFICA 6. Viviendas con agua entubada dentro


de la vivienda y con drenaje (1960-2000)
Agua entubada drenaje
90,0%
80,0%
70,0%
60,0%
50,0%
40,0%
30,0%
20,0%
1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010

60

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GRÁFICA 7. Viviendas con agua entubada dentro
de la vivienda y drenaje por Entidad Federativa (2000)

Agua entubada Drenaje


110,0%
100,0%
90,0%
80,0%
70,0%
60,0%
50,0%
40,0%
30,0%
20,0%
Chih. DF Jal. Oax. Yuc.

En México, todavía el 42,3 % de los hogares no tiene agua entubada en el interior de


las viviendas, y el 21 % algún tipo de drenaje. Es decir, gran parte de la población no
cuenta con estos servicios básicos. Por Entidad Federativa, las desigualdades en la
distribución del bienestar se incrementa. Por ejemplo, en el Estado de Oaxaca, que
ocupa el lugar 31 en el índice de desarrollo humano de CONAPO, solamente el 31 % de
las viviendas cuentan con agua entubada interna y el 46,1 % con drenaje. Oaxaca es un
estado donde la mayor parte de la población es rural (55,4 %), y el 39 % de la población
vive en las casi mil localidades de menos de mil habitantes; además, el 37,4 % de la
población es hablante indígena y el 7,2 % no habla español. Lo anterior no sólo expresa
los contrastes en formas de vida sino también la inequidad en los niveles y oportunida-
des de bienestar.
Otro aspecto que hay que destacar es el deterioro de las condiciones de la vivien-
da en la última década. Por ejemplo, en 1990 solamente el 1,03 % de las familias no
tenían vivienda y en 2000 este porcentaje aumentó al 3,39 %. Las viviendas con uno
o dos cuartos aumentó del 34 % al 47,3 % en este período. Lo anterior nos hace
pensar que comienza a manifestarse el deterioro en los niveles de bienestar de la
población generado por la crisis económica y el adelgazamiento del presupuesto en
programas sociales como el de la vivienda por las políticas de austeridad (véase
Huttman, 1985).

GRÁFICA 8. Inversión ejercida en vivienda en México


(millones de pesos corrientes) (1985-2000)
60.000
50.000
40.000
30.000
20.000
10.000
0
1984 1986 1988 1990 1992 1994 1996 1998 2000 2002

FUENTE: INEGI, Anuario Estadístico 2001: 74.

61

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GRÁFICA 9. Inversión ejercida en vivienda en México
(millones de pesos contantes, precios 1995)
(1985-2000)
60.000
50.000
40.000
30.000
20.000
10.000
0
1984 1986 1988 1990 1992 1994 1996 1998 2000 2002

GRÁFICA 10. Inversión ejercida por la Banca Comercial, Infonavit


y Sedesol (millones de pesos corrientes)
(1985-2000)
Infonavit Banca Comercial Sedesol
45000
40000
35000
30000
25000
20000
15000
10000
5000
0
1980 1985 1990 1995 2000 2005

FUENTE: INEGI, Anuario Estadístico 2001: 74.

GRÁFICA 11. Inversión ejercida por la Banca Comercial,


Infonavit y Sedesol (millones de pesos contantes a precios de 1995)
(1985-2000)

Infonavit Banca Comercial Sedesol


40000
35000
30000
25000
20000
15000
10000
5000
0
1980 1985 1990 1995 2000 2005

FUENTE: INEGI, Anuario Estadístico 2001: 74.

62

Pensar y habitar la ciudad.pmd 62 20/01/2006, 13:38


En 1992, los créditos bancarios aumentaron sustantivamente: en 1985, la banca
comercial invertía 256,8 millones de pesos, y en 1992, 20.991. La crisis del 95 no sólo
afectó de manera directa a los deudores de la banca sino que los bancos dejaron de
prestar para comprar una vivienda: la inversión en vivienda de la banca bajó a 1.198,9
en 1996 y a 576,2 en 2000; a partir de esta fecha, obtener un crédito comercial para
vivienda se convirtió en una aventura personal muy complicada para las clases me-
dias. En este mismo período, el Infonavit no sólo continuó como el organismo que
más dinero destina a la vivienda sino que comenzó a jugar un papel muy importante
como financiador de la vivienda; mucho más importante que hace 20 años: en 1985
esta institución invertía 244,1 millones de pesos, en el 95, 8.291,1 y, en 2000, 39.235,4.
Sin embargo, muy pocos son los que pueden resultar beneficiados. Para obtener un
crédito del Infonavit se tiene que demostrar que la persona tiene un empleo estable y
reunir una serie de «puntos» que se determinan por el monto del salario, la edad del
trabajador, el número de hijos, los años que ha cotizado al Instituto y el saldo de la
subcuenta del SAR (Periódico Público, 27 de noviembre de 2000: 2). Es decir, los
jóvenes tienen menos oportunidades de acceder a un crédito para vivienda, y los que
ganan menos también. El monto que se podía recibir en 2000 era de 250 mil pesos.
Un monto apenas suficiente para adquirir una casa pequeña, fabricada en serie y mal
construida. Para los más desfavorecidos, poseer una casa se ha convertido en una
misión imposible.
Gustavo Garza y Martha Schteingart (1978) consideran que en el período de 1950-
1970 el 64,7 % de las viviendas fueron financiadas por los sectores populares, el 7,8 %
por intervención del Estado y 27,5 % por la banca privada (p. 75). La mayoría de las
casas financiadas por los sectores populares fueron autoconstruidas en terrenos ilega-
les adquiridos gracias a la invasión. Una opción no tolerada hoy en día. ¿Cómo son
ahora las estrategias de los sectores populares —individuales y colectivas— para ad-
quirir o habitar una vivienda?

Relatos de pobreza y exclusión urbana: más allá de las estadísticas

Amos Rappaport (1985) señala que la casa tiene una gran importancia tanto econó-
mica y social como afectiva. El hogar es un lugar donde ocurren actividades de la vida
diaria significativas y con fuerte carga simbólica. Es un microcosmos que expresa la
manera como se vive y el tipo de relaciones sociales que se establecen entre los miem-
bros que la habitan, los parientes y los vecinos (véase también Saegert, 1985: 292). Una
casa se convierte en hogar porque responde a las preferencias y elecciones de las perso-
nas que lo habitan. Ciertamente, los pobres tienen menores alternativas para elegir el
lugar donde vivir. Sus relatos, si bien nos muestran historias parecidas a las de los
«otros» semejantes, su particularidad permite analizar la diversidad en la homogenei-
dad como lo son sus historias de vida.
Para doña Chela, la vivienda se relaciona con su historia migratoria:

[...] tengo 56 años... [nací] en San Cristóbal de la Barranca, Jalisco... me trajeron cuan-
do tenía 14 años... mi mamá no estaba a gusto allá en el pueblo, ella quería que nos
viniéramos para acá, porque no quería que viviéramos en el rancho... mi papá vendió
todo... teníamos dos casas y un rancho y una huerta grande... mi papá tenía una mo-
lienda de caña y todo vendió, todo... nos quedamos sin nada... A los 22 me casé [con
Juan] que vino de Oaxaca con un hermano... [primero] me llevó a un pueblito cerca de

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Oaxaca. Se llama Tequistepec... [ya después] cuando nos mudamos aquí a la colonia,
Juanito tenía 7 años y Javier 6... hicimos este cuartito con láminas y nos venimos a vivir
aquí, sin nada, no tenía baño ni lavadero, ni agua, nada... así nos venimos a vivir aquí...
[el terreno] lo compró Juan, él compró este terrenito, se me hacía feo, pero decía... eso
de andar uno de arrimado por allí, se me hacía mejor venirme aquí, aunque viniera a
sufrir... por eso me vine... Juan me acarreaba el agua... de una noria que había allá
abajo... luego Juan empezó a hacer trámites para que bajaran el agua y luego, ya, ese
aljibe ya estaba, nomás lo arreglaron y ya empezamos a tener agua, nomás no teníamos
drenaje, no teníamos nada... Cuando llegamos yo me sentía diferente, más a gusto, y ya
[Juan] compró este lotecito y nos veníamos cada ocho días a fincar, pero [entonces] yo
ya empecé a trabajar... y compré mi licuadora, mi plancha y un radiecito que tenía y
una cama [con] todo lo que yo ganaba... y tenía mucha despensa... trabajaba en una
casa... nada más trabajaba tres horas [Señora Chela, vecina de la colonia Indígena de
Mezquitán, en Guadalajara].

Esta experiencia cambia en el Distrito Federal, en donde la invasión fue la estrate-


gia para adquirir una vivienda:

[...] llegamos [aquí] por mi abuelita, ella pertenecía a una asociación de colonos, un
congreso... no sé cómo se llama, de la Ruiz Cortínez; entonces a ella le ofrecieron un
pedazo de predio... mi papá le ayudó a hacer unos cuartos y como estaba muy solita...
le dijo a mamá que se viniera para acá... tenía yo como seis meses de edad... Mi papá
tenía que hacer faena para emparejar, porque era puro empedrado, no entraban ca-
rros, no entraba nada, no había agua, no había luz y eran puros empedrados [Adela,
colonia Ajusco].

En los dos casos, la carencia de servicios están presentes en los relatos como auto-
reconocimiento de su posición social. Es un pasado que muestra las dificultades que
pasaron para poder poseer una casa en donde se destaca lo inhóspito de los espacios
pero que, gracias a su trabajo, se convirtió en un lugar vivible:

[...] los domingos se juntaban todos los que tenían terreno y se ponían a quitar la piedra,
a rellenar, para ir haciendo los caminos, para después, ora’si con el tiempo, fue que me-
tieron el agua, había que acarrearla bastante lejos... tendría unos diez años cuando ya
jalaron los tubos, todos se cooperaron, cada quien pagó sus tramos de tubo para jalar el
agua... la luz no... el drenaje ya fue muchos años después... 15, 16 años después... por
parte de la Delegación... no había apoyo, era nada más entre los mismos habitantes que
se reunían, los domingos hacían sus juntas... para mejorarla... y muchos años después
fue que se regularizaron [los terrenos]... cuando falleció mi abuelita mi mamá empezó a
arreglar los papeles... en el 2001 recibió las escrituras. [...] fueron años de mucho traba-
jo... en cuestión de que eran casas de pura piedra, con lámina de cartón, eran calles todas
llenas de piedra... nosotros salíamos a jugar a la calle, no había carros que interrumpie-
ran nuestros juegos... [Adela, colonia Ajusco].

Estos relatos hablan no sólo del aspecto físico y material de la vivienda sino de la
manera como se construyen los significados sobre el pasado a la luz de las expectativas
en el presente:

[...con mis papás] nosotros estábamos tan limitados, éramos de la clase medio bien baja,
o sea bajísima, porque vivíamos... en unas casas que estaban hechas con tablas de made-
ra y techadas con lámina de cartón...en donde mis papás cuando llovía, nos juntaban a
todos en una cama y nos echaban un plástico arriba para que no nos mojáramos. Gracias

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a Dios no viven así mis hijos, ya tienen de menos su techito de láminas de asbesto y no se
mojan [Adela, colonia Ajusco].

Para los sectores populares, la vivienda es una aventura familiar. Hoy en día, sin
embargo, este arreglo cultural ya no es del todo satisfactorio para los más jóvenes. Las
relaciones de familia, supuestamente solidarias, algunas veces también se viven como
poco satisfactorias y problemáticas. Ser parte de una familia extensa (el 32 % de las
familias entrevistadas), una práctica bastante común entre los sectores populares, una
fórmula especialmente útil para enfrentar la pobreza, en algunas ocasiones se torna en
una experiencia problemática y de conflicto:

Mi suegra se enojaba mucho conmigo. Decía que yo no quería tenerlos [a los hijos]. Yo
sufrí mucho, mucho, mucho. Por eso cuando nos venimos yo ya no tenía ganas de ir a
verla, para nada. Se murió y yo no sentí y dije: «que Dios la haiga perdonado». Yo no sentí
tristeza. Yo no sentía nada. Es que si una persona es mala contigo cómo vas a sentir tú.
Yo sentía odio por ella [p. 21].

En el caso de las familias de origen indígena, «vivir en familia», una práctica san-
cionada por la tradición y la costumbre, cuando se transgreden las normas vigentes, la
intolerancia y el rechazo se manifiestan abierta y cotidianamente:

Es que mis hermanos como que casi no me quieren ver aquí [Ramona] [Comentarios de
Regina Martínez, entrevistadora: Ramona tiene problemas con sus hermanos pues, a
pesar de que está casada y tiene cuatro hijos, sigue viviendo con su madre, contravinien-
do el patrón de virilocalidad otomí. Sus suegros viven en Santiago y por esa razón ella no
se ha ido a vivir a su casa].

Vivir en familia extensa es una práctica común entre los sectores populares pero
más común, en este estudio, en Oaxaca que en Chihuahua. En las grandes ciudades, es
la opción para conseguir un terreno sobre todo cuando su origen fue la invasión. En
estos casos, la división del espacio, en algunos casos casi más simbólica que real, es
necesaria para delimitar la responsabilidad en el gasto, el quehacer o la elaboración de
la comida:

[...la casa] es propiedad de mis papás... lo único que compartimos es el baño... yo tengo
mi cocina... mis cuartos... mis papás tienen aparte su cocina, aparte su recámara y son
independientes todos... el patio es chiquito pero todos los usamos, el lavadero también,
para tender la ropa... ora sí que la cocina y las recámaras... es independiente, nada más.
[...] ahorita estamos intentando conseguir un terreno para nosotros, poder tener una
casa, un lugar donde nadie nos moleste ni nos diga cuando te vas, [o que] estás de más
aquí... estamos viendo la posibilidad de tener algo propio, algo para nosotros, para mis
hijos, ya que de menos ellos tengan un lugar donde nadie los va a sacar, donde van a
poder jugar o hacer lo que quieran porque va a ser su casa, sin que los estén regañando...
[Adela, colonia Ajusco]

Los relatos selectos de estas familias mexicanas que viven en las grandes ciudades,
son breves alientos de historias referidas a los espacios y a los lugares donde viven.
Enmarcadas las historias en situaciones de clara dificultad, de las que tienen que partir
del punto cero para iniciar la construcción que se prolongará por muchos años de la
vivienda deseada y autoconstruida. Adela en la búsqueda de un espacio propio donde

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mantener su independencia y otorgar a sus hijos la oportunidad de vida que ella no
disfrutó. Chela expresa la constante dificultad para insertarse en un medio social un
tanto difícil y agresivo, donde la competencia y la falta de oportunidades marca las
trayectorias personales. Ramona, padeciendo el rechazo por no cumplir con las nor-
mas culturales de su grupo de pertenencia.

Algunas consideraciones finales

Las personas y sus familias participan de la experiencia social en una variedad


de ámbitos compartidos por su posición en la estructura de oportunidades que se
le presentan en determinados momentos de su vida, así como por el acceso y la
presencia en contextos de sociabilidad significativos que le permiten conducir y
animar las opciones y acciones tomadas para realizar sus proyectos de vida. En la
distribución jerárquica y desigual de las oportunidades sociales, los individuos re-
conocen las posibilidades para acceder a bienes, empleos, servicios, asistencias y
beneficios que disminuyan los riegos, temores, sufrimientos y peligros que rondan
su existencia, y reconocen el esfuerzo personal cuando logran superar una situa-
ción de crisis o la dificultad para salir de ella. En este proceso, el acceso a los
recursos económicos, sociales y culturales marcan la diferencia para superar estas
situaciones de crisis o para quedar entrampados en ellas. Desde este punto de vista,
pareciera que la «suerte», «la buena estrella», la «bendición de nacer en...» o «el
esfuerzo personal» son los que permiten salir adelante. Sin embargo, las oportuni-
dades de acceder a la vivienda no descansan o se explican sólo por la situación
personal, dependen de la distribución de la riqueza, de las condiciones de la econo-
mía y del mercado del suelo urbano.
Los fragmentos de relatos, que ahora sólo aparecen como pequeñísimos atisbos
a vidas más complejas de las protagonistas, son «ventanas» vivenciales que expre-
san los mundos posibles y el pasado contundente, realista y por lo tanto emotiva-
mente duro. Considerar su pasado y narrarlo hace a las relatoras «pensar» en lo
que han sido y experimentado y en lo que han querido y no han obtenido, ya sea
por haber sido metas inalcanzables o por haber tomado decisiones equivocadas.
Las oportunidades fueron limitadas, las opciones casi inexistentes, por lo que las
trayectorias de vida se desarrollaron en los marcos y los condicionamientos de sus
posiciones sociales, de su acceso a las restringidas cuotas de poder local, así como
al desigual acceso a recursos y satisfactores, principalmente los que se pudieron
obtener mediante la autoexplotación en los espacios laborales. La pobreza es señal
de su identidad personal, familiar y colectiva. Saberse de esta categoría social les
marca rutas posibles de la acción personal y colectiva, y les condiciona a movilizar-
se en espacios circunscritos y en temporalidades también restringidas. Lo mostra-
do aquí en este trabajo no puede dar cuenta de las biografías completas de los
protagonistas que sustentan esta investigación, sólo apunta algunas líneas de re-
flexión y exploración que deseamos compartir con todos aquellos interesados en la
descripción de las condiciones y análisis de relatos de vida de familias en los con-
textos actuales de crisis de nuestro país.

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Espacio, tiempo y memoria.
Identidad barrial en la ciudad de México:
el caso del barrio de La Fama, Tlalpan

María Ana Portal

Introducción

Tal vez sea un lugar común afirmar que el crecimiento de la ciudad de México ha
integrado a su paso pueblos y barrios originarios, previamente asentados en el territo-
rio de la cuenca, desde hace siglos. Sin embargo, esta afirmación nos conduce a pre-
guntarnos ¿de qué manera se da esa integración y qué consecuencias tiene ello en las
formas de organizar y concebir el mundo urbano de estas poblaciones?, ¿cómo se
integran los tiempos y espacios locales al tiempo y al espacio metropolitano?, ¿qué
elementos inciden en la construcción de las identidades locales?
Cada grupo social recurre a distintas estrategias para producir y recrear sus refe-
rentes identitarios, con resultados distinguibles en cuanto a los procesos de construc-
ción de ciudadanía, a las formas de organización y de participación y en la manera de
resolver los problemas cotidianos a nivel local o frente al gobierno.
Las estrategias de supervivencia social y cultural que utilizan van a depender de
diversos factores: la composición étnica, la estructura económica y laboral, el mo-
mento histórico en que se genera la urbanización, la consolidación del grupo, las
estrategias de integración a la metrópoli, la conservación del territorio, la capacidad
de recreación de la memoria colectiva y la existencia o no de un proyecto de futuro,
entre otros.
Tomando como ejemplo al barrio de La Fama1 en la delegación Tlalpan de la ciudad
de México, me interesa explorar la manera en que este grupo social de origen obrero
conforma estrategias específicas para conservar, dentro de las posibilidades que el de-
sarrollo urbano permite, lo que ellos denominan el barrio.
Parto de la idea de que la reproducción cultural de nuestra sociedad se hace posible
en función del uso, la organización y el control que se ejerce sobre el tiempo y el espa-
cio social. Es decir, a la manera concreta y cotidiana en que los grupos sociales orde-
nan y consumen su tiempo y su espacio (Aguado/Portal 1992). Pero esta reproducción
cultural está articulada a la memoria colectiva, a los imaginarios sociales y a las identi-
ficaciones históricamente construidas.

1. El barrio de La Fama está ubicado en la delegación de Tlalpan al sur de la ciudad y es uno de los 11 barrios de
Tlalpan, el cual tiene un origen obrero que data de 1831 cuando se funda la fábrica textil La Fama Montañesa, una
de las primeras fábricas de la cuenca.

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Es a partir de todos esos referentes simbólicos colectivos desde los cuales se nom-
bran y autonombran los individuos y las colectividades, construyendo con ello una
imagen a través de la cual el habitante se reconoce en la ciudad y configura una imagen
propia del «ser ciudadano», de ser habitante de la urbe, siempre en contraste con otros.
De allí que, para entrar en el análisis de lo que es el barrio urbano de La Fama y lo que
implica hoy para sus habitantes propongo el análisis de tres ejes fundamentales en la
construcción de los referentes identitarios: el espacio, el tiempo y la memoria. Me
interesa explorar la manera concreta en que se tejen estos tres ejes para conformar una
identidad barrial específica.
En el caso de La Fama, tanto la memoria como las identificaciones sociales están
ancladas al hecho de haber sido obrero textil. Este hecho es particularmente interesan-
te, pues a diferencia de otros, este grupo social construye su memoria y sus referentes
identitarios a partir de un elemento fundacional —la fábrica— el cual se pierde formal-
mente cuando en 1998 ésta es cerrada de forma definitiva.
Lo anterior implica que las estrategias de supervivencia como barrio se susten-
tan hoy más en el símbolo de la fábrica que en la existencia real de la misma,
siempre atravesada por una mirada nostálgica en donde la pérdida juega un papel
central. Esta forma particular de mirarse a sí mismos seguramente tiene que ver
con el momento tan reciente del cierre de la fábrica y la carencia de nuevos refe-
rentes colectivos que sustituyan el eje original. Pero también tiene que ver con la
historia fabril y los vínculos afectivos, sociales y políticos que a partir de ella se
construyeron.
Paralelamente a la fábrica, encontramos que las identificaciones colectivas están
amarradas al territorio barrial. Este territorio también lo sienten amenazado por la
creciente urbanización y la expansión de la ciudad —desde la década de los cuarenta
pero más intensamente desde los setenta— sobre lo que ellos reconocen como su
espacio original.
Pero ¿cómo es ese espacio?, ¿cómo se delimita el barrio de La Fama?, ¿qué signifi-
cados específicos tiene el territorio?

1. El espacio barrial de La Fama

Para un observador externo, el barrio es una suerte de «ficción». Frecuentemente


en la Delegación se escucha hablar de él, aparece en los mapas, muchos conocen su
historia, pero cuando se adentra en él no se puede distinguir de cualquier colonia
circundante. Atravesado por grandes avenidas como Insurgentes y Ayuntamiento, sus
habitantes parecen ser lo únicos en ubicar sus fronteras. Y hasta en eso encontramos
discrepancias: mientras que para los habitantes el barrio llega «hasta donde llega-
ban las casas de los trabajadores» —lo cual implica que incluye el espacio conocido
como las Camisetas— para la Delegación es el pequeño espacio, casi triangular, com-
prendido entre la avenida Ayuntamiento, Insurgentes y la colindancia con la barranca
que limita el Parque Nacional de Fuentes Brotantes. Las Camisetas se reconoce, en
este esquema, como un barrio diferente.
El centro del barrio todavía lo constituye la Plazuela, ubicada al frente de lo que era
la fábrica de hilados y tejidos La Fama Montañesa.

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FUENTE: Guía Roji. El círculo fue agregado para ubicar la zona de estudio

Este centro histórico fundamental para sus habitantes hoy ya no tiene práctica-
mente ningún marcaje que así lo indique: es una calle pavimentada llamada La Fama
que, perpendicular al Ayuntamiento, se ensancha al pasar al frente del casco de la
fábrica y a la nueva iglesia barrial, construida en los sesentas, que conmemora a la
Virgen de la Concepción.
© María Ana Portal

La plazuela hoy

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Sin un quiosco —pues el que antes existía es ahora una cocina económica— ni una
fuente, ni árboles o mojoneras que denoten su importancia, la plazuela es centro tan
sólo para los que la conocieron antaño, pues el paso continuo de automóviles y camio-
nes la hace un lugar poco atractivo para ser usado como se usaban este tipo de plazas:
para conversar, jugar, bailar, encontrarse, escuchar música, etc.
Sin embargo, el barrio no se entiende sin ella, la cual continúa siendo un referente
fundamental para sus habitantes ya que todos sus recuerdos —personales y colecti-
vos— se entrelazan desde allí: las bodas y bautizos, los bailes y el basketball, la música
y la infancia, las huelgas y los conflictos, todo transcurre en ese lugar. Al respecto la
Sra. Sofía Rojas2 recuerda:

[...] Y en la tarde ya se iba uno para la plazuela; mi papá tenía una «jazz»,3 él decía que
era una «jazz» y tenía como unos catorce músicos o quince por ahí, así, y el que era
director de la banda se llamaba Pepe Brito, él fue su maestro de mi papá, porque mi
papá estudió música desde cuando él iba a la escuela a primer año, su papá lo mandaba
a estudiar en la tarde música y conforme iba avanzando en la primaria avanzaba tam-
bién en lo de música. Así es de que cuando el señor Pepe Brito se retiró, mi papá siguió
con la «jazz».

En todas las entrevistas realizadas durante el trabajo de campo que realizo desde
hace más de un año en el barrio, la plazuela es situada como un lugar especial y junto
con el Parque Fuentes Brotantes se constituyen en un eje fundamental de la vida
cotidiana.
Espacio y el territorio4 aparecen aquí como ámbitos centrales del arraigo identitario.
En este sentido, el territorio no es sólo una determinante geográfica para los habi-
tantes del barrio, es fundamentalmente una construcción histórica y una práctica
cultural significativa,5 que se arraiga a la memoria a partir de sucesos articulados a
afectos y experiencias individuales.
Esto nos permite pensar que el espacio —visto desde la antropología— se refiere
fundamentalmente al contenido simbólico que los grupos sociales le asignan, pero
también a las prácticas que sobre él, y en él, desarrollan. El espacio se debe recuperar
no sólo en la dimensión física, sino también en la dimensión simbólica de su historia.
Una sin la otra no tiene sentido.
Una tercera dimensión es la política, es decir, el espacio es una «producción» colec-
tiva inscrita en el campo del poder por las relaciones que pone en juego.

2. Entrevista realizada por María Elena Padrón Herrera el 18 de agosto de 2001 a la Sra. Sofía Rojas, habitante
originaria del barrio de 70 años aproximadamente.
3. Se refiere a una banda de música que tocaba jazz.
4. Una de las definiciones más claras sobre este tópico es la propuesta por Gilberto Giménez cuando nos plantea
que el territorio es «el espacio apropiado y valorizado —simbólica e instrumentalmente— por los grupos humanos
[...] El espacio entendido aquí como una combinación de dimensiones [...] incluidos los contenidos que las generan y
organizan a partir de un punto imaginario». Para él, el espacio sería la materia prima del territorio, la realidad
material preexistente a toda práctica y a todo conocimiento; una suerte de «prisión originaria». El territorio es «el
resultado de la apropiación y valorización del espacio mediante la representación y el trabajo, una «producción» a
partir del espacio inscrita en el campo del poder por las relaciones que pone en juego; y en cuanto tal se caracterizaría
por su «valor de cambio» (Giménez, 2000: 22).
5. Cuando hablo de práctica cultural no estoy hablando en el sentido metafórico del término, sino en el sentido de
la construcción de una territorialidad que se efectúa a partir de la apropiación simbólica y física de un territorio,
constituyéndolo en un espacio cultural.

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En La Fama, la tensión existente entre el gobierno delegacional, las necesidades de
las nuevas colonias y unidades habitacionales circunvecinas, las fraccionadoras urba-
nas y los poderosos intereses de empresas como La Comercial Mexicana, marcan un
complejo juego político por la apropiación y el uso del espacio público de la zona, en
donde el casco de la antigua fábrica, el uso y mantenimiento del parque Fuentes Bro-
tantes, así como el derecho de tránsito por las calles del barrio, generan continuos
conflictos sociales. En este sentido, lo público en nuestra sociedad contemporánea
implica necesariamente la relación tiempo, espacio y memoria insertos en relaciones
de poder y de desigualdad.
Desde esta perspectiva considero que para analizar el espacio es necesario:

• Entenderlo como un ámbito de significaciones.


• Analizarlo a partir de sus especificaciones socio-culturales, lo cual permitirá com-
prender los elementos identitarios que entran en juego en cada caso particular.
• Determinar las transformaciones que sufre en el tiempo lo cual favorece compren-
derlo más como un proceso en movimiento que como algo estático e inamovible.
• Ubicarlo dentro de relaciones de poder específicas.
• Ubicarlo no como un coto cerrado, sino en relación a contextos más amplios.

El territorio del barrio de La Fama se construyó a lo largo de más de un siglo, lo que


implica que, más que algo dado de una vez y para siempre, involucró un proceso en el
que, debido a las condiciones políticas y económicas locales, nacionales e internacio-
nales, fue adquiriendo un carácter particular en los distintos momentos históricos por
los que ha atravesado su historia.
Como marca original, el espacio barrial se constituyó articulado a la fábrica que fue
la primera que se fundó en el Valle de México en el casco de un molino de trigo que
pertenecía a la hacienda del Arenal. Esta fábrica era entonces parte de la hacienda y se
encontraba rodeada por pueblos campesinos, a menos de un kilómetro de distancia
del pueblo de Tlapam6 que estaba formado por distintos barrios, siendo los más cerca-
nos el del barrio del Calvario y Chilapa.
El entonces municipio de Tlalpam, por su ubicación geográfica y por los recursos
naturales con los que contaba —principalmente el agua—, representó, muy temprana-
mente, un ámbito de desarrollo industrial, en donde se instalaron además de dos fábri-
cas de hilados, una fábrica de pólvora y una importante fábrica de papel —Peña Po-
bre— que luego se fusionó con Loreto. La mano de obra que requería la encontraban
entre los campesinos locales, que pronto aprendieron a ser «obreros» sin dejar del todo
sus actividades agrarias.
Frente a la fábrica estaba la plazuela que probablemente en un primer momento
tenía una función que tal vez podríamos considerar «marginal» porque aunque repre-
sentó el lugar de reunión por excelencia y el acceso único a la fábrica, sólo albergaba
unos portales, la primera escuela —la Rey Cuautémoc— y un terraplén que se usaba
para diversas actividades. Narran los viejos obreros que había también una fuente con
una cabeza de león cercana al muro principal de la fachada. Evidentemente en ella sólo
transitaban peatones y, ya entrado el siglo XX, los camiones que cargaban y descarga-
ban materiales y productos.

6. Hasta 1963 todavía oficialmente era conocido como Tlalpam, vocablo que después se modificó a Tlalpan, como
lo conocemos hoy.

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Sin embargo, con el tiempo se constituyó en un espacio fundamental en donde se
hacían relaciones sociales y afectivas y en el que se dirimían los conflictos laborales. Al
respecto Tranquilino Sandoval recuerda:

[…] el señor éste era un español y le pegó a un trabajador. Estábamos inconformes. Allí
mismo en la plazuela ya habíamos hablado de las reglas para los trabajadores, pero ese
señor era un señor grande. Ya estábamos listos para entrar; la plazuela estaba así llena de
obreros. Éramos 500 trabajadores en la mañana. Silbaba la fábrica para entrar pero no
entramos, rápido se corrió la voz de que no íbamos a entrar porque íbamos a defender al
compañero. Le decía de apodo «chivero» al administrador. Y efectivamente silbó la fábri-
ca y nadie entró. Entonces vienen los delegados. El que salió a la puerta no sabía hablar
[...] había uno en cada departamento. Salió a la puerta y preguntó: ¿por qué no quieren
trabajar?, ¿qué paso? Pues no entramos sencillamente porque el señor se tomó el atrevi-
miento de pegarle a un trabajador y usted lo sabe perfectamente mejor que nosotros que
antes sí, nos trataban mal, pero ya no, en estos tiempos ya no. Pero le vamos a decir que si
este señor sigue de administrador, nosotros nos vamos a encargar de sacarlo. Que venga el
Secretario General —que era Dionisio Sánchez que nada más le decíamos el General—
para que él ponga el remedio. Cuando él llego le repetimos la acción por la que estamos
inconformes. El Sr. Sánchez dijo que iba a hablar con el Sr. Miracle para que nos dé
solución. [...] le dieron 24 horas para que se fuera y sí, se fue.7

El espacio como lugar practicado e históricamente definido se constituye en un


ámbito donde es posible leer las dinámicas sociales y sus transformaciones. Así, en
las primeras décadas del siglo XX se observa un interesante proceso de «debilita-
miento» de la empresa por motivos diversos —políticos, tecnológicos, económicos,
etc.— que se manifiesta espacialmente con la salida del espacio fabril de aquellos
© María Ana Portal

La Iglesia de La Fama

7. Fragmento de entrevista realizada por María Ana Portal en junio de 2002 a Tranquilino Sandoval, ex obrero
textil de 76 años.

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ámbitos vitales para el barrio en su conjunto que durante el siglo XIX y parte del XX
permanecían en su interior: por ejemplo, al interior de los muros de la fábrica se
encontraba la capilla a la Virgen de la Concepción, patrona del barrio, las huertas, y
un conjunto de viviendas de trabajadores conocido como el barrio Chino, en donde
habitaban los más pobres. Paulatinamente el barrio Chino fue ubicado afuera de los
muros de la fábrica;8 las huertas se eliminaron y se construyó una nueva iglesia en la
plazuela, financiada ahora por el sindicato.
Este proceso coincide con el fortalecimiento, a nivel nacional, de las centrales obre-
ras. En el caso de la industria textil, fue la CROM la que mantuvo su hegemonía frente
a la CTM. Asuntos como la salud, la seguridad en el trabajo, la contratación de obreros
y su capacitación, la educación de sus hijos, la distribución de viviendas y servicios
básicos, entre otros, también pasaron de ser responsabilidad de los dueños de la fábri-
ca a los representantes sindicales.
La plaza adquirió entonces una nueva fisonomía. En ella estaba —además de la
fábrica y la nueva iglesia— el local sindical. Se mantuvieron los portales como lugar de
reunión de los trabajadores y sus familias para escuchar música y bailar, lo mismo
sucedió con las porterías móviles para jugar fútbol, y los aros para el basketball y dos
tomas de agua que suplían la carencia del servicio en los domicilios. En esta transfor-
mación el espacio empieza a adquirir la denominación de público en la medida en que
la empresa perdía hegemonía sobre él y el sindicato comenzaba a ganar presencia y
poder al interior del barrio, no sólo en el ámbito laboral sino en la vida misma de los
trabajadores. Por ejemplo, resulta significativo que la iglesia nueva fuera construida
por el sindicato y no por la fábrica como la capilla anterior. Lo mismo sucedió con la
escuela: la Rey Cuautemoc estaba a cargo de la empresa, y cuando su deterioro puso en
riesgo a los niños, el sindicato propuso la creación de una nueva escuela. Esta se cons-
truyó en terrenos del Parque Nacional Fuentes Brotantes, con un nuevo nombre
—José Azueta— y a cargo de la Secretaría de Educación Pública, adquiriendo un ca-
rácter totalmente nuevo.
Poco a poco la vida barrial, determinada por una lógica empresarial todavía yuxta-
puesta con formas hacendarias de producción, fue cediendo el paso a una vida barrial
determinada por las estructuras corporativas sindicales. En ese momento ya no era
suficiente ser obrero para pertenecer al barrio; se tenía que ser obrero sindicalizado y
afiliado a la CROM. El uso del espacio estaba determinado por ello. Ejemplo de esta
determinación es la huelga de 1939, en la cual, después de tres años de conflicto, el
barrio como colectividad quedó dividido y fragmentado. Parte del conflicto9 se relacio-
nó con la titularidad del contrato colectivo, originalmente en manos de la CROM, pero
que la CTM buscaba obtener. Los que apoyaron a la CROM fueron llamados «leales»
mientras que los que apuntalaban a la CTM se conocieron como «chaqueteros». Al
final del conflicto los leales triunfaron sobre los chaqueteros, en un proceso de desgaste,
de exilio para algunos, de marginación y hasta de muerte. Esta escisión tuvo conse-
cuencias directas en el territorio, ya que por ejemplo, las viviendas que se ganaron a la
empresa fue el sindicato el que las repartió, dejando fuera de este reparto a los perde-
dores cetemistas. Desde luego, hubo despidos «políticos» y muchos tuvieron que tra-

8. Este barrio todavía hoy existe en el área que va de la fábrica hacia Insurgentes por la calle de Trabajo.
9. Ello representó sólo una parte del conflicto, ya que éste tenía aristas diversas: el cierre y liquidación ilegales de
la empresa por los usufructuarios de la misma (ya que en 1925, al morir la dueña intestada, la empresa fue concesionada
a otros empresarios en lo que el conflicto legal se resolvía), aumentos salariales, prestaciones y algunos otros motivos
que permanecen a oscuras hasta hoy y que se relacionan con las cuotas de poder de la clase gobernante de esa época.

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bajar en otras fábricas de otros ramos, porque el poder cromista no se limitaba a una
fábrica particular.
Al día de hoy, tres generaciones después, cuando ya no hay fábrica, ni obreros,
mantienen esa denominación: las familias siguen definidas por ese evento, a pesar de
que ya ninguno de sus miembros jóvenes haya sido obrero.
Articulado a la plazuela estaba —como se mencionó antes— el parque Fuentes
Brotantes, que hasta 1936 —fecha en que fue expropiado y declarado Parque Nacio-
nal— pertenecía a la fábrica.
© María Ana Portal

Fuentes Brotantes hoy, al fondo la fábrica

La vinculación no estaba dada sólo por la proximidad física del lugar, ya que tanto
la fábrica como el barrio ocupan una de las laderas de la cañada que constituye al
parque, sino porque era parte de la vida cotidiana del barrio. Allí las mujeres lavaban la
ropa en los ríos que emanaban del manantial, los niños salían a jugar, los novios se
cobijaban en sus rincones, se celebraban fiestas y se paseaba los domingos. Sofía Rojas
recuerda nostálgica:

[...] ¡cómo disfrutábamos de lavar eh! Venía el agua con tanta fuerza que echábamos las
sábanas o lo que laváramos así ijj, y como que el agua se la llevaba y ya nomás las jalábamos,
como mi papá nos traía piedras de cantera, pues nuestros lavaderos eran bien grandotes;
no, ¡disfrutábamos mucho de estar viviendo ahí junto al agua!

Las transformaciones espaciales que se observan en el barrio las podemos sinteti-


zar en los siguientes puntos:

• Se pasó de un espacio privado a uno público de tipo corporativo porque el sindi-


cato pasa a controlar el territorio (calles, casas y espacio público), y finalmente a un
espacio cívico, a cargo del Estado, hacia fines del siglo XX.

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• El uso del espacio se modificó: pasó de un espacio de tránsito peatonal a un
prioritariamente vehicular. Esto debido al modelo de desarrollo urbano por el cual, a
nivel nacional, se optó. Evidentemente este modelo impactó al barrio y sus alrededores
de manera significativa, tanto en el paisaje como en la vida cotidiana.
• Espacios públicos como la iglesia y la escuela salieron del ámbito de la fábrica y
las asumió el sindicato, para luego cederse a instituciones no relacionadas con el sindi-
cato en las que el Estado mantuvo su hegemonía rectora.
• El barrio creció a partir de tres movimientos: su expansión hacia la colonia Mi-
guel Hidalgo, la invasión a Fuentes Brotantes y ampliando la vivienda «hacia arriba».

Ahora bien, para encontrar el sentido más completo de los referentes identitarios,
al territorio se le tienen que articular los diversos ritmos de la vida barrial. Así, espacio
y tiempo son la materia prima de la memoria.

2. El tiempo barrial

Considero que el tiempo barrial puede comprenderse a partir de tres movimientos:


el ritmo de la vida cotidiana, el tiempo cronológico marcado por eventos significativos
que se guardan en la memoria colectiva y el tiempo cíclico ritual; ritmos que ordenan
tanto la vida individual de los sujetos como la de la colectividad a la que pertenecen.
Éstos son tiempos «arbitrarios» en el sentido de que cada grupo social, a partir de sus
circunstancias, los determina.
El ritmo cotidiano fue marcado —hasta su cierre— por la fábrica. Los cuatro tur-
nos de los obreros organizaba su existencia.

[...] mi mamá se acordaba mucho de un señor que dice que se llamaba don Juanito, dice
que ella como a los siete meses de que llegó aquí a la fábrica, que entonces era La Fama
Montañesa. Dice , llegaron a Contreras a trabajar, porque ellas se vinieron de Guadalajara,
porque les dijeron que pagaban muy buen dinero y entonces este, dice llegamos a
Contreras, porque ahí había muchos paisanos que nos metieron a la fábrica, después de
ahí empezaron otros paisanos, ¡no váyanse a La Fama Montañesa, allá pagan más! Y por
eso mi mamá se vino para acá. Entonces dice que cuando ella tenía 7 meses trabajando
aquí, un señor que se llamaba Juanito andaba bien contento y que iba y le decía, mire
morena, ¡fíjese, ya vamos a dejar de trabajar el día domingo! Dice, ¿pero cómo? Dice. Sí,
dice, ya se logró que nos den un día de descanso. Y dice y como a las cuatro semanas de
que él me anunció que ya íbamos a dejar de trabajar los domingos, ese día domingo que
ya no íbamos a trabajar, ese día se murió don Juanito, dice y me dio mucha tristeza, dice,
porque tanto gusto que tenía porque ya no iba a trabajar, ya estaba grande el señor, ya
estaba muy grande, tanto gusto que tenía y no lo logró, ya no lo disfrutó.

[...] ya cuando mis papás trabajaron salían el sábado como a la una y media; todos los
días trabajaban de siete a tres y media, y este, el sábado se trabajaba de las siete a la una
y media, y este, y entonces dice mamá dice, no pus si la fábrica hubiera seguido trabajan-
do, hubiéramos logrado muchas cosas [...] [Sra. Sofía Rojas].

El silbato de la fábrica —más que los relojes— era lo que daba consonancia al
quehacer de todos sus habitantes. Las familias se organizaban según los horarios im-
puestos por ella: de comida, de descanso, de sueño, etc. Estos tiempos eran los tiempos
de la socialización. Por ejemplo, ir a llevarle al marido, a la hermana o a la madre la

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comida se constituía en un momento fundamental del día, no sólo por el hecho de
tener que cubrir las necesidades alimenticias de quien sostenía al conjunto de la fami-
lia, sino porque era el momento de la convivencia; enfrente a la fábrica, en lo que
esperaban que las puertas se abrieran, las mujeres, los hombres y niños conversaban,
se enteraban del acontecer del barrio, se conocían. Era el momento de la relación cara
a cara, entre iguales. Aunque también era el lugar de resolución de algunos conflictos:

—Oiga, ¿y entre las señoras que llevaban la comida no había problema?


— Nada más una vez, pero [...] todavía no nacían ninguno de mis hijos, me acuerdo
[...] y a la hora de salir estaba la señora, la esposa del este Salvador, el grandote y
estaba en la puerta de adentro y afuera estaba otra señora y ¡le daba de sangronadas!
Groserías que es lo que se usa. «¡Y ora sí salte hija de tú!» Y a mí me daba miedo. A mí
sí me daba miedo, un pleito me da miedo. Y me acuerdo que hasta me hice a un lado.
¡Me vaya a dar a mí! Ya que me vengo y que le digo, a mi mamá: tú no hagas caso, tú
pásate. ¡Ni te quedes a ver esas cosas! [...] No le gustaba pues que viera esas cosas. Yo
veo un pleito y me da miedo. Y como aquí vivimos tan tranquilos, mis papás, yo digo,
pos a lo mejor sí tenían sus problemas como todos ¿no? Al menos yo, no me daba
cuenta [Marta Espinosa].10

El ser obrero textil y sindicalizado trajo consigo la transformación no sólo del


espacio y su concepción, sino también del tiempo y las formas en que se pautaban
sus vidas.

Obreros del barrio en la huelga de 1966.


(fotografía otorgada por los habitantes del barrio de La Fama)

10. Entrevista realizada por Mario Camarena y María Ana Portal en junio de 2002 a la Sra. Marta Espinosa,
habitante del barrio, hija de madre y padre obreros.

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Al silbato se le agregaron otros tiempos cotidianos vinculados al sindicalismo: las
reuniones por departamento, las asambleas, los apoyos a otros obreros del mismo
ramo, las negociaciones con sus líderes, etc.
Este ritmo cotidiano se ve trastocado por lo que podríamos llamar «la historia»
barrial: eventos cronológicos que rompían o consolidaban la vida barrial cotidiana:
una huelga, una muerte, un accidente, la entrada de servicios, la construcción de nue-
vas avenidas; son eventos que trascienden la cotidianidad y la marcan, le dan otro
sentido, y se guarda en la memoria de todos. Es lo que se constituye en una suerte de
historia local, invisible, las más de las veces para el resto de la ciudad, pero determinan-
te para el poblador del barrio.
Es interesante ver —a través de la información obtenida— que estas historias loca-
les se articulan por un lado, a hechos conflictivos (principalmente huelgas y conflictos
laborales), y por otro a eventos relacionados con el territorio: modificaciones en el
paisaje urbano (por la incorporación de vialidades y servicios especialmente aquellos
relacionados con el agua), construcciones públicas (la iglesia, la escuela, obras en Fuentes
Brotantes, espacios comerciales) y la pérdida de espacios preexistentes (casas, huertas,
ríos y manantiales, etc.).
Las huelgas, por ejemplo, representan momentos claves de esta historia pues invo-
lucraba a todos los habitantes del barrio. Tal vez el más importante en la historia con-
temporánea del barrio fue la ya mencionada huelga de 1939. El recuerdo de este cisma
colectivo pasa por la vivencia personal, pero genera un saber del que se han apropia-
do colectivamente todos los habitantes del barrio. Así lo recuerda Sofía Rojas:

Y este, así nos fuimos pasando la vida, pero luego vino la huelga y los obreros se dividie-
ron, se dividieron todos, siendo tan amigos y todo eso, ya después había muchas renci-
llas, en ese lapso de los cuatro años que hubo cinco de huelga, hubo hasta muertos, de los
bandos, ora si que se apasionaban por el partido en que tenían. Pero casi todos fueron del
otro lado, del lado contrario a mi papá. Mi papá fue líder de uno, de un partido y Dionisio
Sánchez fue del otro, pero fue una cosa muy fea, porque acabó con la unidad de todos los
obreros y cuando se volvió a echar a andar la fábrica, todos los leales que eran de Dionisio
Sánchez, sufrieron la desilusión de que poco a poco los fue sacando de la fábrica; él trajo
mucha gente de Puebla a trabajar y sacó a todos los que eran de su partido, entonces sí
reconocían lo que le habían hecho a mi papá y todo decían ¡ah caray dice, que mala cosa
le hicimos a Roberto! Pero a mi papá le hicieron mucho daño esas cosas, esas cosas que
hubo y sobre todo la división de las personas, ¿no? Pero después, ora sí que con el paso
de los años el líder buscaba a mi papá, pero primero sufrimos mucho, porque este hom-
bre trataba de tenderle emboscadas a mi papá para matarlo, sí y este, hasta que mi papá
habló con él. Pero una vez recuerdo que mi papá ya se iba a trabajar, teníamos una que
era ventana ahora es puerta, era una ventanita y no había casas, ya para allá no había
casas estaba todo el campo y oí que dijo mi mamá, ah, dijo mi papá, sabes que Nata dice,
como que hay unos hombres ahí atrás dice, donde era el tiradero de la fábrica, porque
ahorita que me asomé vi como que alguien se agachó y le dijo mi mamá no salgas; no
dice sí tengo que salir, por qué no, nomás enciérrate y mi hermano era chico, todos
éramos chicos todavía. Dice mi mamá no vayas, dice no, no tengo que hacer frente y este
sí se veía que lo andaban cazando a mi papá. Porque él —Dionisio— ganó como quien
dice a la mala, a la mala, porque cuando había recuentos, cuando iban a la secretaría del
trabajo para recuentos, él acarreaba mucha gente que no era obrera y luego llevaban
hijos de obreros eran chiquillos como nosotros; pero ganaron como quien dice a la mala.

El ritmo barrial también pasa por los tiempos cíclicos, muchos de los cuales están
marcados por fiestas y rituales tanto religiosos como cívicos: la celebración de la Patro-

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na, la Virgen de la Concepción, la de la Virgen de Guadalupe, la peregrinación a Chal-
ma. Pero también el día de muertos, o las fiestas patrias.
Particularmente importante, hasta hoy, es la fiesta de la Virgen de la Concepción,
que se realiza el 6 de diciembre. A través de esta celebración se da una reapropia-
ción —cíclica también— del territorio barrial. Hay dos eventos que favorecen este pro-
ceso: la peregrinación por el barrio de la Virgen, que implica que con antelación se
anuncia por las calles que va a pasar, obligándose así a los vecinos a limpiar y adornar
—con colores azul y blanco— sus calles; y la feria que se realiza en la plazuela, con lo
cual se evidencia el centro del barrio como lugar emblemático, cerrándose el accedo
vehicular, para colocar en ella puestos de comida y juegos mecánicos.
También resulta interesante el hecho de que cada año se realiza —dentro de estos
festejos— una misa especial para los ex-obreros. Esto favorece el reencuentro de viejos
camaradas, dándole un lugar especial, visible, a los trabajadores.
Una de las cuestiones que llaman mi atención es que es en el tiempo cíclico
cuando aparecen las redes hacia fuera más claramente delineadas. Esto no quiere
decir que las otras temporalidades no se desarrollen también a partir del adentro
y el afuera, pero es interesante que los momentos rituales son de intercambio por
excelencia. Es decir, cuando se habla de una celebración o un ritual —cíclicos
por definición— siempre encontramos referencia a pueblos y barrios circundan-
tes con los que participan: la visita de su patrona en la colonia Hidalgo, su presen-
cia en las fiestas patronales del centro de Tlalpan, la visita del Niñopa de Xochi-
milco, los bailes públicos a los que asistían los de los otros barrios, muchas veces
rivales, etcétera.
Espacios y tiempos —pasados y presentes— se tejen en un complejo entramado
que articula lo individual con lo colectivo, la experiencia con la vivencia, la historia con
la imaginación. Este entramado es lo que considero como la memoria, sustancia sin la
cual no hay identidad.

3. Memoria barrial

A través del espacio significado y a los diversos planos temporales, se evocan los
recuerdos, anclados a la vez a la experiencia individual y a la colectiva construyéndose
la memoria.
En este marco es importante distinguir la memoria de la historia. La memoria
no debe confundirse con la historia —como tradicionalmente se ha caracterizado.
Para Halbwachs (1950) la historia ordena cronológicamente en períodos y secuen-
cias, se recopila en libros, se sitúa fuera y por encima de los grupos sociales; es un
ordenamiento fragmentado que responde a una necesidad didáctica de esquemati-
zación en la cual cada período es visto como un todo. Es una suerte de memoria
universal que se escribe y se archiva para no tener que recordarla. Frente a ello, la
memoria colectiva es una forma particular de hacer historia. Es una forma creativa
—no necesariamente cronológica— en que los grupos sociales ordenan su expe-
riencia, la recuerdan y la transmiten (Luis Villoro, 1994), siendo la tradición oral la
vía para hacerlo.
Ahora bien, aunque aparentemente fragmentada y multideterminada, esta cons-
trucción no es incoherente o azarosa; tiene un sentido cultural y está entrelazada con
territorios y tiempos específicos.

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¿Qué se recuerda y qué se olvida? Para establecer esto el investigador tiene que
contrastar continuamente las entrevistas realizadas, buscando silencios y repeti-
ciones. Hay eventos que, aunque pasan por la experiencia individual, son un refe-
rente colectivo y aparecen reiteradas veces como referencia central. Dentro de este
proceso el contraste entre el antes y el ahora es fundamental para comprender la
concepción barrial.
Llama la atención que en las entrevistas siempre encontramos relatos que ha-
cen referencia al pasado, a cómo era la vida de antes, como contrapunto a lo que
sucede hoy.
Sin embargo, a pesar de esas continuidades, se puede observar una ruptura signifi-
cativa en la concepción que sobre la historia tienen los habitantes del barrio: no pare-
cen relacionar ese pasado —al cual ven como una suerte de paraíso perdido— con los
procesos de transformación contemporáneos. Por el contrario, el cambio siempre es
vivido como producto del «afuera» y como una pérdida. Por ejemplo, la transforma-
ción del entorno que implica la llegada de vialidades,11 automóviles y transporte colec-
tivo en abundancia, la entrada de servicios al interior de las casas, la llegada de luz
eléctrica y la oferta comercial y educativa, son vistos como una irrupción de la urbe
(desde afuera) y como una pérdida de lo que antes eran. Generalmente no se conciben
como una ganancia o como el mejoramiento en las condiciones de vida y de las necesi-
dades sociales que ellos mismos expresan.
Un observador cuidadoso se dará cuenta de que en ese proceso de transformación
necesariamente han participado los del barrio. Es decir, ellos forman parte de la me-
trópoli, no sólo mediante la imposición externa, sino por sus propias necesidades de
incorporación de mejoras en la calidad de vida. Lo anterior provoca una suerte de
tensión entre el adentro y el afuera y el pasado y el presente.
Lo interesante aquí es que aun de ese mundo ideal en donde «todo pasado fue
mejor» emergen las contradicciones, conflictos y sufrimientos que el recuerdo evoca,
y que les provocaban las condiciones de explotación de la fábrica. Un ejemplo intere-
sante lo constituye el concepto mismo de obrero y sus implicaciones en la actividad
laboral dentro de la fábrica, la cual, entre cambios y conflictos, sobrevivió más de un
siglo. Sin embargo, al llegar a la década de los sesenta, ésta —al igual que la industria
textil en su conjunto— inició un declive continuo que tuvo que ver por lo menos con
cuatro factores: el atraso tecnológico del ramo, la escasez de algodón, la competencia
con las fibras sintéticas, y la apertura, en los noventa, al mercado mundial. Este
proceso desembocó, como ya se dijo, en el cierre definitivo de La Fama Montañesa
en 1998. El declive laboral coincide con la paulatina transformación profesional de
los habitantes del barrio. Así, mientras que para los primeros trabajadores el ser
obrero representaba un ascenso social y buscaban que sus hijos heredaran el oficio y
el puesto dentro de la fábrica, para los obreros de mediados de siglo XX esta actividad
ya no era redituable ni sinónimo de bienestar y buscaron que sus hijos fuesen profe-
sionales, universitarios o que se dedicaran a otros oficios como el de choferes, herre-
ros, mecánicos, transportistas o comerciantes. De tal suerte que mucho antes de que
la fábrica cerrara ya el «ser obrero» comenzaba a cuestionarse como forma de vida y

11. Para la década de los cincuenta, esta lógica de crecimiento demandó nuevos servicios pero también nuevas y
más modernas formas de transportación. El automóvil se instauró como el modelo de transporte ideal y con ello la
ciudad comenzó a pavimentarse hacia nuevas rutas. El trazo de éstas no sólo llevó la ciudad a los puntos más alejados
de la cuenca, sino que modificó de manera irreversible los territorios locales. Tal es el caso de avenidas como Insur-
gentes, Calzada de Tlalpan, Ayuntamiento, Corregidora y más tardíamente el Periférico Sur, en la zona de estudio.

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el eje laboral a redefinirse y a ampliarse, aunque el referente físico y social de la
fábrica permanecía vigente.
La memoria es así y el recuerdo tiene diversos planos que permiten reconstruir una
misma historia desde las diversas vertientes de la realidad. El ser obrero como identi-
ficación social se va a convertir en una evidencia ideológica, justamente en el momento
en que la fábrica desaparece como tal para constituirse en una suerte de mito de ori-
gen. En este contexto de pérdida de referentes identitarios —que han implicado el
cierre del espacio laboral por excelencia y la transformación del territorio barrial por el
embate urbano, ¿cómo se construyen los procesos de organización y de participación
ciudadana?

A manera de reflexión final: memoria, identidad y organización

Entender la relación entre espacio, tiempo y memoria tiene una dimensión política
que me interesa destacar aquí.
Actualmente —y a pesar de las carencias y tensiones existentes en el barrio que nos
harían suponer organizaciones para regularizar las viviendas, mejorar servicios o pro-
teger el territorio— el eje de acción más importante es el eje de lo cultural. Un ejemplo
de ello fue la exposición fotográfica que en agosto de 2002, tras cuando menos diez
meses de trabajo por parte de un grupo de vecinos del barrio de La Fama, organizados
en el llamado Colectivo Cultural Fuentes Brotantes, se realizó en la Dirección de Inves-
tigaciones Históricas del INAH, ubicada el centro de Tlalpan.12
Las personas que forman el colectivo constituyen un grupo muy disímbolo de habi-
tantes del barrio de La Fama, de edades y perfiles laborales muy variados, pero cuya
característica fundamental es que no son obreros, aunque en su mayoría son hijos o
nietos de los antiguos obreros de la fábrica.13 Entre ellos, hay el interés explícito de
reconstituir la historia local como mecanismo para conocerse, para comprender quié-
nes son y difundirlo.
El proceso de auto-investigación fue sumamente rico, ya que lograron convocar a
algunos de los viejos obreros y a sus familias, organizando, a lo largo de varios meses,
una suerte de tertulias, que se realizaban los domingos por la tarde, en donde se narra-
ban las experiencias en la fábrica y las formas de vida que ellas provocaban en la coti-
dianidad de sus habitantes.
Las temáticas que emergieron de estas reuniones fueron amplísimas: la vida co-
tidiana en el barrio, los procesos laborales, el sindicalismo y sus líderes, la vida
amorosa, la moral, la relaciones entre géneros, el cortejo, el problema de la vivien-
da y el agua, los deportes, los músicos y las fiestas, y la relación con otros barrios,
entre otros.
Al mismo tiempo que se rescataban los recuerdos a través del relato, los involu-
crados lograron compilar más de 300 fotografías propiedad de las familias del barrio
y algunos objetos: certificados, credenciales de los trabajadores, pedazos de telares,

12. En este proyecto, participamos el Dr. Mario Camarena, investigador del INAH, y yo, jugando el papel, por
petición del Colectivo 17, de asesores externos.
13. Es importante referir que hubo un primer proyecto, también encabezado por Mario Camarena, en la década
de los ochenta, con obreros de la fábrica, los cuales querían, a partir de la metodología que brinda la historia oral,
reconstruir su historia como obreros textiles. Muchos de los participantes de este primer grupo eran padres o parien-
tes de los que hoy forman el Colectivo Cultural Fuentes Brotantes.

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conos, hilos de antaño, vestimentas y hasta un telar completo, con lo cual integrarían
su exposición.
El proceso de «exponerse» en un espacio y en un tiempo limitados, los obligó a
buscar lo que ellos consideran fundamental para responder la pregunta de «¿quiénes
somos los habitantes de La Fama?».
El buscar la respuesta generó la estructura misma de la exposición, la cual se orga-
nizó a partir de dos ejes que los miembros del colectivo consideraron centrales: la vida
adentro de la fábrica y la vida en el barrio.
La exposición convocó a más de 800 personas que la visitaron durante las tres
semanas que estuvo exhibiéndose. La gran mayoría eran visitantes locales de La Fama
y de otros barrios aledaños (Peña Pobre y San Fernando). Muchos de ellos, se encon-
traron a sí mismos o a sus parientes y conocidos en los muros de la exposición, gene-
rándose una suerte de diálogo —muy emotivo— entre las imágenes colgadas en las
paredes y el público, en donde la evocación del recuerdo fue fundamental.14
En el proceso de montar la exposición y de organizar los objetos en el espacio, se
hizo evidente —por las temáticas elegidas y la distribución jerarquizada de los mate-
riales en la sala de la exposición— que el eje definitorio de la colectividad, aun de los
no obreros, es hasta hoy la relación con la fábrica. El peso mayor de la exposición lo
tuvieron las fotografías sobre el proceso de trabajo en el interior de la fábrica y
lo referente a las relaciones laborales: los patrones, los líderes sindicales, los conflic-
tos y huelgas, etc. De hecho, fue éste el material que ocupó la mayor parte de la
exposición y se ubicó en la sala principal, en la entrada.
En cuanto al segundo eje, la vida en el barrio, emergieron cuatro elementos funda-
mentales: las relaciones familiares, el deporte, las diversiones (entre ellas los grupos
musicales de la fábrica) y las fiestas religiosas.15
Este evento les permitió generar un primer momento de autoreconocimiento y de
reconocimiento externo sumamente importante para la colectividad. ¿Pero qué entien-
den por «cultural»?
De manera intuitiva, parecen reconocer que lo cultural no se limita a algún
evento artístico o a aspectos educativos o tecnológicos, aunque los pueda incluir.
La misma exposición fotográfica no fue pensada como un evento artístico, sino
como una manera de auto-mirarse y de auto-definirse y de que otros los miraran y
los definieran, de allí que quisieran realizarla en el centro de Tlalpan —el espacio
público por excelencia.
Este proceso ha sido acompañado de una lucha por la reapropiación del territorio
con acciones concretas: por un lado, están enfrentando la lucha jurídica para tratar de
recuperar la fábrica —mediante su expropiación— para conformar un centro cultural
local. Asimismo, han estado organizando diversas actividades en los espacios más sig-
nificativos del barrio: en la plazuela —que a través de gestiones frente a la delegación
buscan recuperar en su condición original (que implica el cierre del tránsito entre
otras acciones) y en el Parque Fuentes Brotantes, el cual a través de brigadas volunta-
rias de limpieza y mantenimiento buscan reapropiarse como espacio de recreación.
Para ellos esto es participar.

14. La sesión inaugural fue grabada en video, aunque las visitas cotidianas no.
15. Es importante señalar que las fotografías marcaron la lógica del trabajo ya que en aquella época sólo se
fotografiaron eventos «importantes» para la familia. No se contaba con cámaras portátiles que hacen más flexibles
las tomas, y que permiten fotografiar espacios y momentos no festivos.

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En este sentido uno de los aspectos más importantes para la construcción de una
democracia real es lograr que la participación ciudadana trascienda la necesidad in-
mediata del voto partidario en las urnas y genere procesos de toma de conciencia y de
autoconciencia, con lo que los sujetos se constituyen en personas aptas para tomar
decisiones y construir críticamente su realidad social y cultural.
Éste es un proceso complejo, que se construye históricamente y que conlleva iden-
tidades sociales consolidadas.
La participación ciudadana no puede ser pensada como un punto de partida de la
acción política, sino como un punto de llegada, como una meta a alcanzar, producto de
una largo trabajo de generación de conciencia y de identidades socialmente definidas.
Es un proceso que involucra un cambio de mirada y una transformación ideológica en
la relación Estado/sociedad civil, en donde la cultura y las identidades locales juegan
un papel fundamental.
En el caso de La Fama —al igual que en otros muchos espacios urbanos— la acción
de constituir procesos identitarios es en sí misma una acción de fortalecimiento de la
democracia, ya que sin esta conciencia del «quiénes somos» difícilmente se podría
aspirar a la organización de prácticas políticas más complejas.
En este proceso, el espacio público se constituye en un elemento decisivo, ya que es
el ámbito por excelencia de la construcción de la ciudadanía y su acción.
Es también una cuestión nodal comprender la importancia de vincular el espa-
cio público con el desarrollo de una ciudadanía consolidada. De allí que su conser-
vación y cuidado no es sólo un «capricho» ciudadano, sino un problema político de
primer orden.
La construcción real de la democracia no pasa sólo por las urnas y los colores
partidarios, aunque votar sea un primer paso importante. Implica, fundamental-
mente, la conformación de ciudadanos. Sin el fortalecimiento de lo público y de
los procesos identitarios locales, la ciudadanía no cuenta con el escenario míni-
mo para su desarrollo. De allí que su fortalecimiento sea un acto de construcción
democrática.

Bibliografía

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Chavos Banda en la Ciudad de México.
Un estudio de caso exploratorio
en la delegación de Tlalpan1
Catalina Arteaga Aguirre

Presentación

El estudio de los grupos informales cobra relevancia en la actualidad en nuestras


sociedades, a partir de la necesidad de profundizar en dos hipótesis que se contrapo-
nen en torno a las consecuencias que los procesos de modernización y modernidad
traen aparejado a los individuos. Por una parte, hay autores que postulan la creciente
fragmentación y diferenciación social, a partir de la cual se originarían una diversi-
dad y dispersión de grupos que aglutinan en torno a sí identidades particulares, lo
que sería una consecuencia nociva y anómica de los cambios sociales. Por otra parte,
se rescata el papel que dichos grupos podrían jugar en la constitución de las identida-
des, en un contexto de crisis de los referentes históricos que daban sentido a las
mismas, rescatando y revalorando su papel como alternativas dinámicas y creativas
que permiten la reproducción de la grupalidad. Esta última hipótesis se vincula a
otra constatación de la actualidad: el retiro del Estado y la falta de una instituciona-
lidad que permita a los individuos un soporte frente a las condiciones de precariedad
laboral, pobreza e incertidumbre.
A partir del acercamiento a una banda de jóvenes en una colonia popular de la
Ciudad de México, el presente trabajo pretende adentrarse en la dinámica de este gru-
po e indagar los sentidos que éste representa para los jóvenes. Desde la mirada de la
banda como grupo informal, se ahonda en la constitución y acceso a distintos tipos de
recursos por parte de sus miembros: simbólicos, materiales y sociales.

1. Introducción

En México el análisis de la proliferación de culturas juveniles se ha vinculado prin-


cipalmente a cuestiones de carácter socioeconómico, particularmente la crisis de los

1. El presente trabajo es parte de una investigación realizada con apoyo de una beca CLACSO/ASDI en el año
2001, dentro del concurso «Culturas e identidades en América Latina y el Caribe»; agradezco los comentarios realiza-
dos por Ricardo Spaltenberg dentro del marco de dicho proyecto. Asimismo agradezco el apoyo desinteresado de
Julio y Carlos, seminaristas Claretianos de Tlalpan, quienes hicieron posible en gran medida el desarrollo del trabajo
de campo. Asimismo a los chavos que permitieron mi «intromisión» temporal en sus encuentros, especialmente a
Fidel, Liliana y su familia y Mayra.

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años ochenta. Al respecto, el primer Informe sobre la Juventud en América Latina
(1990) señala que dicha crisis afectó a este sector de distintas maneras, a partir del
aumento en los niveles de pobreza, el deterioro de los empleos (que produjo informali-
zación, terciarización y estatalización), el menoscabo de los servicios sociales (de sa-
lud, educación, vivienda, seguridad social y alimentación). A estas transformaciones se
sumó el debilitamiento de la capacidad negociadora de los sindicatos (PREALC, 1986
en Rodríguez y Dabezies, 1990).
A partir de dicho diagnóstico y con el interés de profundizar en la dinámica
interna de las bandas y su relación con el contexto social, se propone en este traba-
jo analizar a las bandas como grupos informales, lo que lleva a analizar la búsque-
da y acceso a distintos recursos por parte de quienes pertenecen a estos colectivos,
en un contexto de pobreza y marginalidad. Si bien esta caracterización ha sido
sugerida por algunos autores como Reguillo (1991), quien señala a las bandas como
organizaciones informales, pensamos que no ha sido profundizada en sus diversos
alcances.
El estudio es de tipo exploratorio y se realizó con un grupo de chavos banda en un
sector popular en la Ciudad de México, dentro de la Delegación de Tlalpan, en la colo-
nia Mesa de los Hornos, al sur de la ciudad de México.
El carácter exploratorio del estudio se refleja en que los hallazgos de la investiga-
ción se orientan a la formulación de hipótesis de trabajo más que conclusiones deter-
minantes, las cuales surgen a partir del análisis realizado. La riqueza de un trabajo de
este tipo reside precisamente en las posibilidades que se abren para la discusión, refu-
tación o confrontación de dichas hipótesis, con base en la profundización del mismo
caso, así como la contrastación con otros estudios similares.
La estrategia metodológica utilizada combinó distintas técnicas, las cuales se adap-
taron a lo largo del trabajo de campo. Por una parte, se desarrollaron entrevistas
semiestructuradas con algunos informantes clave de la colonia, vinculados directa o
indirectamente con los chavos banda; por otra, se llevaron a cabo algunas entrevistas
en profundidad con miembros de la banda.2 Sin embargo, las características del con-
texto, así como de los encuentros, tiempos y espacios dificultó la realización de lo
que tradicionalmente se define como una entrevista. A esto se sumó en ocasiones la
dificultad de comunicación por el consumo de «activo» (droga). En este contexto, las
conversaciones fluctuaban dependiendo de las condiciones y a veces del nivel
de consumo, pero es posible caracterizarlas como conversaciones fragmentadas, oca-
sionalmente sin posibilidad de mayor profundidad, ni extensión. Esta cuestión, que

2. La metodología contempló diversas etapas, aplicación de técnicas y análisis de distintos materiales. Por una
parte, la revisión bibliográfica y hemerográfica para el estado de la cuestión en los diversos tópicos de interés, tanto
en términos de teoría, como de metodología y estudios de jóvenes en México. A su vez, se consultaron algunas fuentes
secundarias para reconstruir el contexto socioeconómico y de infraestructura de la Delegación de Tlalpan y la Colo-
nia de estudio.
Lo central en la investigación fue la utilización de metodología cualitativa, orientada a desentrañar los significa-
dos y a comprender la subjetividad de los actores. Dentro de este enfoque, se usaron diversas técnicas y se aplicaron
a distintos sujetos: se desarrollaron cuatro entrevistas semi-estructuradas a informantes clave cercanos a la banda,
pero no miembros de la misma (dos jóvenes del barrio y dos seminaristas claretianos vinculados con la banda). A su
vez se realizaron tres encuentros con tres jóvenes pertenecientes a la banda —uno o dos por encuentro— en los que
se desarrollaron tres entrevistas en profundidad. Una parte muy importante del trabajo de campo se orientó al
desarrollo de la observación directa, a partir de los encuentros que se llevaban a cabo con la banda en su lugar de
reunión en la calle, por las noches. Dichas observaciones fueron apuntadas en un cuaderno de campo. Finalmente,
además de la observación, se llevaron a cabo conversaciones no grabadas a partir de los intereses del estudio, en los
encuentros que se tuvieron con el grupo —en total diez encuentros.

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en principio fue fuente de mucha ansiedad, se tradujo en la necesidad de transfor-
mar la estrategia de aplicación de la entrevista como tradicionalmente se considera,
para adaptarse a ese contexto e intentar, dentro de esas condiciones, acceder a las
cuestiones que eran importantes como objetivos de la investigación. Así se optó más
bien por la realización de encuentros colectivos en los que, a partir de la observación,
la escucha y las conversaciones de algunos de los miembros de la banda, se pudiera
ahondar en los aspectos de interés.
El artículo presenta en primer lugar una referencia a las investigaciones sobre las
bandas de jóvenes en México y la elección del lugar de estudio en dicho marco. Más
adelante se desarrolla brevemente el enfoque desde el cual se analizó a la banda como
grupo informal, para después dar paso al análisis del material de campo derivado del
acercamiento al grupo. En las conclusiones postulamos algunas hipótesis derivadas
del trabajo.

2. Las bandas en la ciudad de México y los chavos de Hornos

Distintos autores que han analizado las agrupaciones de jóvenes en México señalan
la década de los ochenta como un hito en su desarrollo. Desde aquellos años, es posible
establecer la proliferación de dos fenómenos característicos en México: la emergencia
de los Cholos en la frontera norte y la existencia de los Chavos Banda, principalmente
vinculados a la capital del país.
Con respecto a los primeros, éstos se relacionan directamente con la cultura de la
frontera norte de México, manifiestan un carácter sincrético, mestizo, mezcla de
vestimentas y gustos musicales a veces irreconciliables (Feixa, 1998: 101). Valenzue-
la (1988: 56) señala que los cholos comienzan a aparecer desde mediados de la déca-
da del setenta y lo atribuye a un sinnúmero de factores: crisis económica, devalua-
ción de la moneda, deterioro del nivel de vida de la población popular fronteriza,
migración y transculturación, desempleo, desplazamiento de fuerza de trabajo mexi-
cana en EE.UU. por la recesión económica y el contacto cotidiano que se establece en
la frontera.
En cuanto a las bandas, es claramente el grupo juvenil más estudiado en el país.
Al respecto, Urteaga (2000) señala que se han sucedido tres momentos en el desarro-
llo de dichos trabajos: el primero —en términos sintéticos— remite a los orígenes de
las bandas, su caracterización y definición y las relaciones con otros actores —Esta-
do, sistema—; el segundo releva la diversidad de la juventud popular urbana y el
tercero se caracteriza por la existencia de dos tipos de temáticas: aquellas que anali-
zan la constitución de las identidades en las bandas y las que abordan el sujeto desde
una perspectiva globalizadora.3 Para ver con más detalle un estado del arte en rela-
ción a las temáticas y enfoques utilizados en el estudio de las culturas juveniles,
véanse Urteaga (2000), Feixa (1998).
Con respecto a la composición social de estos grupos se destaca su carácter urbano
y popular. Al respecto, Valenzuela señala que en las bandas y barrios se organizan
muchachos proletarios cuyas edades oscilan entre los 10 y los 29 años y cuya organiza-
ción se da fundamentalmente dentro de un contexto geográfico (Valenzuela, 1988: 218).

3. Para ver con más detalle un estado del arte en relación a las temáticas y enfoques utilizados en el estudio de las
culturas juveniles, véanse Urteaga (2000), Feixa (1998).

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2.1. Los chavos de Hornos

En ese marco, la banda analizada se encuentra en una colonia popular de la Ciudad


de México, específicamente en la colonia Mesa de los Hornos, dentro de la Delegación
de Tlalpan. Dicha delegación presenta características particulares en el contexto urba-
no de la Ciudad de México. En ésta es posible ver un mosaico estético y experiencial
que da cuenta de los diversos tiempos y realidades que conviven en esta gran metrópo-
li. En su interior, una de las zonas que ha tenido un mayor crecimiento poblacional y
transformaciones en la vida cotidiana de sus habitantes es Tlalpan.4 Destaca su compo-
sición heterogénea en términos sociales, urbanos y culturales, en tanto se conforma de
colonias, barrios, unidades habitacionales, asentamientos irregulares y pueblos. Su
compleja formación incluye áreas totalmente urbanizadas, hasta sectores en donde
existe una amalgama entre lo urbano y lo rural.
El crecimiento poblacional en esta Delegación se ha dado por fenómenos diversos,
destacando la inmigración de habitantes de otros estados de la república. La presión
por el suelo en la Ciudad de México llevó a que parte de los asentamientos realizados
en esta zona haya sido a partir de ocupaciones ilegales por parte de grupos organiza-
dos diversos étnica, generacional y socialmente, principalmente desde la década del
setenta, encontrando ocupaciones hasta los años noventa, lo que se refleja en conflic-
tos entre la población y las autoridades delegacionales.
También se pueden ver numerosas expresiones culturales y organizacionales que
enriquecen y dan vida a Tlalpan, como la permanencia de tradiciones y fiestas que se
desarrollan en colonias y pueblos, la presencia de distintas religiones que han ido con-
quistando a los pobladores, la existencia de múltiples organizaciones sociales y cultu-
rales derivadas de los procesos de poblamiento inicial, con una amplia participación
de mujeres, el desarrollo de iniciativas locales de gestión, organización y cooperación.
Otra de las características es el alto porcentaje de población joven que habita en la
delegación y la presencia de grupos y bandas juveniles que no han sido analizados.
No obstante esta diversidad de fenónemos, casi no existen estudios que analicen la
riqueza social y cultural de esta zona. Los trabajos se han orientado más bien a la
cuestión de la propiedad y su regularización, además de realizar descripciones genera-
les de la zona.5
Por las características mencionadas más arriba, se seleccionó la Colonia Mesa de
los Hornos para el desarrollo del estudio, lo que se facilitó por un conocimiento previo
del lugar a partir del desarrollo de una investigación sobre familia y trabajo llevada a
cabo en el año 2000. A lo anterior se sumó el conocimiento de la existencia de bandas
de jóvenes6 y las características de pobreza de gran parte de la población de la colonia,

4. Ésta ha tenido un acelerado poblamiento en los últimos decenios. En 1950, por ejemplo, contaba con 1 % del
total de la población del Distrito Federal; para 1995 era asentamiento de 7 % de dicho total, con una tasa de creci-
miento acumulado de 4,13 para el período 1950-1995. Cabe señalar además que Tlalpan es la más extensa de las 16
delegaciones que la conforman. Durante 1970-1990 presentó un significativo crecimiento en la urbanización de su
superficie, integrando casi dos mil hectáreas a dicho proceso. Son susceptibles de presión por asentamientos urba-
nos 25.476 ha más, con una densidad poblacional de 110 personas por ha (en suelo urbano), con la particularidad de
que este proceso ocurre en áreas de reserva ecológica.
5. Uno de los pocos estudios que, sin embargo, realiza un análisis de la cuestión cultural es el trabajo de María Ana
Portal: Ciudadanos desde el pueblo: identidad urbana y religiosidad popular en San Andrés Totoltepec, Tlalpan, D.F.,
CONACULTA-UAM, Iztapalapa, 1997.
6. La población actual de la colonia es de cerca de 8.000 habitantes. Con base en una muestra del 20 % de las
familias que habitan en la zona, la ONG COPEVI (1998) señala que el 45,17 % de las personas tiene entre 11 y 30 años.

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lo que representaba un aspecto importante en tanto interesaba analizar en un contexto
de precariedad los significados y motivaciones de los jóvenes para pertenecer a un
grupo de este tipo, suponiendo que buscarían en la banda la satisfacción de distintas
necesidades materiales y simbólicas, a partir del estado de carencia dado por su posi-
ción socioeconómica.7

3. Grupos informales y acceso a recursos

Como señalamos, el enfoque desde el cual nos interesó analizar la banda fue
desde su caracterización como grupo informal. Al repecto podemos señalar que la
aprehensión de los grupos informales son parte constitutiva de las sociedades. Para
algunos autores, su existencia es central en el desarrollo de agrupaciones más for-
malizadas.8
En la actualidad, dichas formas agregativas mantienen su importancia y distin-
tos autores se han orientado a su estudio, particularmente aquellos que ven en los
tiempos actuales una proliferación de dichos grupos como consecuencia de los pro-
cesos de modernización y modernidad desarrollados en las sociedades. La prolifera-
ción de este tipo de agrupaciones se puede vincular a dos hipótesis: la presencia en
la actualidad de procesos de fragmentación y diferenciación social, a partir de la
cual se postula que la existencia de múltiples agrupaciones sería una consecuencia
nociva y anómica de los cambios sociales. Por otra parte, se rescata el papel que
dichos grupos juegan en la constitución de las identidades, en un contexto de cri-
sis de los referentes históricos que daban sentido a las mismas, rescatando y revalo-
rando su papel como alternativas dinámicas y creativas que permiten la reproduc-
ción de la grupalidad.
En este último sentido, una cuestión que ha sido resaltada en la constitución de los
grupos informales es la existencia del comportamiento solidario y la búsqueda de re-
cursos y satisfacción de necesidades al interior del mismo. El comportamiento solida-

7. Con base en la observación directa, así como en una encuesta realizada en la colonia por parte de la ONG
COPEVI en 1998, es posible detectar algunas variables que permiten caracterizar a Mesa de los Hornos como pobre.
Uno de los rasgos que sobresalen es la irregularidad de la propiedad en el sector, lo que conlleva a su vez una falta
de habilitación de servicios básicos: agua, drenaje, electricidad, deficiencia en la construcción, entre otros. Del total
de familias encuestadas (20 % de las familias de la colonia) el 59 % declara que su propiedad no es escriturada. En
cuanto a las formas de acceso al suelo, el 15 % de las familias señalan que fue por invasión, el 26 % por compra y el
36 % por reordenamiento urbano. Con respecto a los servicios, el 18 % no cuenta con servicio de agua; el 21 % no
tiene servicio de drenaje; el 18 % no cuenta con electricidad. El 68 % de las viviendas encuestadas cuentan con muros
de tabique y el 50 % con techos de lámina de asbesto, cartón o zinc.
En relación a las actividades económicas, el 49 % de los jefes de familia encuestados se declara asalariado —es
decir, con un ingreso fijo— y el 50 % declara no tener un salario permanente. De las familias encuestadas, el 22,7 %
reconoce realizar alguna actividad económica al interior de la vivienda —comercio, servicios.
El 19 % de las familias recibe un ingreso mensual de hasta un salario mínimo; el 20 %, entre 1 y 3; el 20 %, de 3 a
5 y el 7 %, más de 5.
Otra variable indicativa de las malas condiciones de vida, en este caso de hacinamiento, es que la mayor parte de
los hogares encuestados (75,51 %) declarar tener un número de 2 familias por vivienda y el 16,3 %, de 3. En este
mismo sentido, más del 60 % de los hogares encuestados, señalan un promedio de 5 personas o más por vivienda.
8. Al respecto, Eric Wolf (1980: 20) señala: «Se observa […] que el sistema institucional de poderes económicos y
políticos coexiste o se coordina con diversos tipos de estructuras no institucionales, intersticiales, suplementarias o
paralelas a él […] A veces, estos grupos se adhieren a la estructura institucional como los moluscos […] Otras veces,
las relaciones sociales informales producen el proceso metabólico necesario para que funcionen las instituciones
oficiales…».

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rio se produce cuando «...un actor está inserto en una red solidaria de referencia y se
reconoce como elemento de un grupo —aunque esté limitado a dos personas—, carac-
terizado por instancias comunes, cada acción suya que tenga como referencia a los
componentes del grupo (o al grupo en su conjunto) puede ser definida como compor-
tamiento solidario». Al hacer referencia al comportamiento solidario, éste puede dis-
tinguirse entre solidaridad de interés y de necesidad-valor, entendiendo que ambas son
intentos de satisfacer necesidades a partir de la interacción con otros sujetos y única-
mente por ella (Natale, 1994: 22). El primer tipo de solidaridad (de interés) implica que
el individuo se adhiere al grupo a partir de un cálculo racional costos/beneficios, es
decir, apela a una solidaridad «táctica»; en el otro tipo, la necesidad-valor común a los
individuos es el motivo privilegiado de esa interacción, representando un tipo de soli-
daridad «estratégica» (Natale, 1994: 23).
Coincidimos en este sentido con los autores que relevan la importancia de los gru-
pos informales en la actualidad y postulamos que son fundamentales en las formas de
sociabilidad y socialización, así como en la conformación de las identidades de distin-
tos grupos sociales y particularmente en el caso que nos ocupa, de los jóvenes. Al ana-
lizar a las bandas de chavos desde la óptica de los grupos informales, se ponen de
relieve una serie de características: escasa formalización, presencia de comportamien-
to solidario y búsqueda de satisfacción de necesidades.
Atendiendo a estos rasgos, en el caso analizado nos orientamos a diferenciar la
satisfacción de necesidades y el acceso de los chavos a distintos recursos: simbólicos,
materiales, sociales. Dentro de los primeros, destacamos la construcción de las identi-
dades y el sentido de pertenencia; como parte de los segundos se advierte el acceso a
redes e instituciones que permiten la sociabilidad, además del acceso a recursos mate-
riales y afectivos.

4. Características de la banda

Con base en los relatos recogidos a través de las entrevistas y encuentros con la
banda, fue posible ir reconstruyendo parte de su historia y composición. Algunos seña-
lan que su nombre es Loco’s Boys, el cual fue puesto por algún miembro que ya no está.
En la actualidad, la banda se compone de alrededor de veinte integrantes, aunque
por lo regular, de acuerdo a lo observado, se juntan en promedio diez. Las edades
fluctúan entre los 15 y los 30 años. La mayor parte son hombres.
En general los chavos realizan trabajos esporádicos, eventuales e informales: ayu-
dantes de camioneros, ayudantes de albañil, ayudantes de plomero. Sólo algunos tie-
nen trabajo estable con horario, salario fijo y permanencia en establecimientos comer-
ciales (supermercados, gasolinerías). Las mujeres de la banda que han trabajado también
desarrollan trabajos ocasionales, una señaló haber laborado en una gasolinería; otras
actividades que realizan son trabajos «en casa», es decir, aseo y limpieza y también
cuidado de niños en casas de otros sectores de la delegación.
Muy pocos jóvenes estudian, y de los conocidos, sólo dos mujeres lo hacían, pero
habían abandonado los estudios por problemas en la escuela, de donde habían sido
expulsadas. De los hombres, ninguno de los entrevistados en la actualidad estudiaba,
aunque habían hecho algunos años de primaria.
Las familias de donde provienen en general viven en la colonia; algunas han migra-
do de otras delegaciones o colonias del D.F. a Mesa o de otros estados de la república.

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Podemos calificarlas como familias pobres. Las actividades que realizan los padres de
los jóvenes y que logramos conocer son variadas y también se ubican en el sector infor-
mal de la economía. En general las madres también hacen trabajo doméstico en casa,
en otras colonias cercanas. Los padres habitualmente están ausentes, ya sea en el caso
de uno de ellos porque vive en EE.UU. y trabaja allí como obrero; algunos otros porque
hay situaciones de divorcio y usualmente no tienen presencia o mantienen poco con-
tacto con los hijos.

5. Recursos simbólicos: la constitución de la identidad individual


y social en la banda

En un inicio señalamos que la pertenencia a la banda sería importante para la


definición de la identidad individual, así como daría paso a la constitución de una
identidad social. En términos teóricos y también empíricos, se hace difícil distinguir
donde termina la definición de una y comienza la otra, fundamentalmente porque la
relación entre ambas identidades es inseparable. No es posible pensar en la constitu-
ción de la identidad individual sin referirse a la constelación de individuos y colectivos
con los cuales la persona se relaciona, identifica y pertenece.

5.1. La relación con otros: el estigma de la droga

Cuando planteamos el análisis de la banda desde la perspectiva del grupo infor-


mal, señalamos la importancia del comportamiento solidario, así como de la satis-
facción de distintas necesidades que la banda permite. Una de las más importantes
tiene que ver con comportamiento solidario orientado por el valor, principalmente
en torno a la identidad individual y colectiva; la pertenencia y la necesidad de un
grupo de referencia constituido por pares. En términos de ambas identidades, es
central la cuestión del auto y heteroreconocimiento, es decir, la definición que el
individuo o grupo haga de sí mismo, pero que sea reconocida por otros. Como seña-
la Giménez (1992: 47), «...la posibilidad de distinguirse de los demás también tiene
que ser reconocida por los demás en contextos de interacción y comunicación...». En
este sentido la identidad alude a la construcción de distintas experiencias significa-
tivas: la relativa a la conservación o reproducción; la referida a la diferenciación y la
de identificación. Así, el análisis necesita precisar los mecanismos sociales que per-
miten la permanencia y reproducción de un grupo; los procesos colectivos que repi-
ten la distinción y las prácticas culturales que posibilitan la identificación (Aguado y
Portal, 1991: 31-41).
Por otra parte, la identidad social regula la pertenencia de los individuos, definien-
do los requisitos necesarios para formar parte del grupo, los criterios para reconocerse
y ser reconocidos como miembros; establece en el tiempo cuáles son los límites de un
grupo respecto a su ambiente natural y social (Alberto Melucci, s/r).
Así, es posible señalar, como lo hace Rossana Reguillo, que la banda es «...la posibi-
lidad de pronunciar un nosotros, una organización informal que posee sus propias
normas, rutinas y representaciones» (Reguillo, 1991: 238). Las categorías que definen
su identidad están dadas por su definición en relación a otros: la policía, gobierno,
otros grupos sociales, otras bandas.

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En el caso analizado, la distinción y particularidad del grupo se reafirma, por un
lado, a partir de la estigmatización que se hace por parte de algunos sectores de la
comunidad y particularmente del barrio. Dicha visión, en el sentido que lo usa Goff-
man (1970), hace referencia a un atributo profundamente desacreditador;9 esta carac-
terística además es de ida y vuelta, en el sentido de que los chavos se saben estigmatiza-
dos y, como señala este autor, la necesidad de sentir que son seres humanos como
cualesquiera otros son centrales en su definición identitaria. De hecho, en las primeras
conversaciones con un par de jóvenes de la banda para comentarles acerca del trabajo,
sus reacciones y comentarios iniciales provenían de ese sentido común o identidad
social virtual (Goffman, 1970) que se les atribuye desde los otros: «...¿quieres saber por
qué nos drogamos?, ¿por qué la perdición...?», antes de haber preguntado nada; otro,
al preguntarle por su familia, decía «...yo vivo en una casa normal, con habitaciones
para cada uno, donde se hacen reuniones familiares...», señalando de manera irónica la
normalidad de sus condiciones familiares, consciente de que una de las imágenes del
chavo banda es que proviene de una familia desarticulada o problemática. Se saben
estigmatizados y son capaces de cuestionar en cierta medida esto, lo cual ya les da pie
para conformar una identidad particular.10
Desde esa identidad de chavos banda se relacionan con otras instituciones general-
mente privadas, que se acercan a ellos como grupo. Dentro de las instancias que pudi-
mos identificar con las cuales tienen relaciones ocasionales se encuentran: Iglesia (ca-
tólica y protestante); delegación política (a través de programas o proyectos particulares);
organizaciones privadas de ayuda (Alcohólicos Anónimos). Desde estas instancias pri-
ma la identificación de los jóvenes con su condición de drogadictos, por lo cual se
aproximan a ellos habitualmente con la intención de involucrarlos en algún programa
de rehabilitación, a través de pláticas, charlas y discusión de videos; invitaciones a
reuniones; ofrecimiento de asilo en algún lugar especial (las «granjas») e inserción en
programas de rehabilitación, entre otros. Frente a estas instituciones, los chavos tie-
nen diferentes reacciones, dependiendo del tipo y carácter del acercamiento, siendo en
general amables con quienes los vienen a visitar para platicar —aunque sea de la dro-
ga: «...unas chavas nos venían a mostrar videos... nosotros les ayudábamos a instalarlo
y a verlo … pero después ya no vivieron más...»— y críticos con quienes intentan in-
cluirlos en programas contra su voluntad.
Si bien fue posible identificar estas relaciones, son de tipo esporádico, y como se
señaló, identifican a la banda desde un solo aspecto de sus características: su condi-
ción de consumidores de drogas.
Además de las relaciones con la comunidad y estas instancias, la identidad de los
jóvenes en la banda se construye a partir de la pertenencia a otros colectivos y de la
distinción con respecto a otras bandas y jóvenes de la colonia o fuera de ésta. En dicho
proceso de diferenciación, el elemento de clase será fundamental, como se verá a con-
tinuación.

9. Goffman plantea la existencia de tres tipos de estigma: las abominaciones del cuerpo, los defectos del carácter
del individuo y los tribales (Goffman, 1970).
10. La estigmatización hacia el grupo se demostró en un episodio contado por una de las chavas, del cual periodis-
tas les hicieron un reportaje a partir de una denuncia hecha por una vecina, en la que señalaba la dificultad de los
taxistas para entrar a la colonia debido a los asaltos y robos realizados por la banda.

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5.2. Pertenencia social

Según Giménez (1992: 51) las investigaciones realizadas en cuanto a la identidad


individual, destacan tres series de elementos diferenciadores: a) la pertenencia a una
pluralidad de colectivos o pertenencia social (categorías, grupos, redes y grandes
colectividades); b) la presencia de un conjunto de atributos idiosincráticos o relacio-
nales; c) una narrativa biográfica que recoge la historia de vida y la trayectoria social
de la persona considerada. En este caso nos centramos en la pertenencia social. Di-
cha vinculación implica compartir un complejo simbólico-cultural en un grupo, lo
que deriva en representaciones sociales, entonces «... pertenecer a un grupo o comu-
nidad implica compartir —al menos parcialmente— el núcleo de representaciones
sociales que los caracteriza y define» (Giménez, 1992, 54). Para el caso analizado,
distinguimos tres pertenencias sociales: clase, comunidad y generación.

a) Clase

En el caso de la banda, centrándonos en la pertenencia a diversos colectivos, dis-


tinguimos en primer lugar la adscripción de los chavos a una clase o grupo social,
como señalábamos, marginal. Distintos autores han señalado la importancia de con-
siderar esta cuestión como un elemento central en la definición de la juventud (Va-
lenzuela, 1991; Margulis, 1994), así como en la caracterización específica de las ban-
das de jóvenes (Reguillo, 1991). Coincidimos con esta apreciación y consideramos
que la identidad de clase es un referente importante en la constitución de la identi-
dad colectiva de la banda. En ese sentido lo vemos como uno de los elementos que le
dan sentido y coherencia a la banda, pero no como un factor determinante de exis-
tencia de la misma.
Dicha adscripción social en cierta medida condiciona las opciones y posibilidades
de los jóvenes, el acceso a distintos capitales, además de su trayectoria de vida y expe-
riencia biográfica. Pertenecer a una misma clase conlleva compartir condiciones obje-
tivas de vida, por decirlo de alguna manera, referidas a niveles de ingreso, formas de
inserción laboral, acceso a recursos; a la vez que compartir elementos más subjetivos,
como aspiraciones, deseos, formas de vida —aunque no existe una relación determi-
nante entre las primeras y las segundas. Dichas cuestiones permiten y sustentan una
afinidad y reconocimiento —una identidad— básicos en la constitución de una banda.
Pertenecer a una banda es formar parte de un sector social determinado, con caracte-
rísticas particulares, diferente de otros, lo que permite la identidad, el autorreconoci-
miento y el heterorreconocimiento.
Al respecto, unas jóvenes entrevistadas de la colonia que no pertenecen a la banda
analizada comentaban el hecho de que no era importante el dinero al pertenecer a uno
u otro grupo de jóvenes. Sin embargo, al preguntarles sobre las características de éstos,
señalaban: «...los Darketos son de familia con dinero; los Fresas son de colonias que se
creen que tienen, porque no hablan con el resto. Son además más claras (de piel), más
blancas». En este caso, el elemento de clase se asocia con el elemento étnico como un
factor de distinción.
La identidad y distinción a partir de atributos de clase se refleja en las disputas y
conflictos que desarrollan las bandas entre sí. Las riñas entre éstas o entre miembros
de distintas bandas, se sustenta muchas veces en diferenciaciones sociales, como seña-
la una entrevistada:

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[...] los de allá se enojan, cuando estamos con los de allá los de aquí se enojan... no sé...
es como una riña que tenemos nosotros... no sé qué pasa con nosotros, pero sienmpre
tenemos problemas con ellos y con nosotros, porque si estamos aquí, se enojan con
nosotros porque estamos cotorreando con los de aquí... y si estamos con los de allá,
ellos nos dicen , «ah, sí, es porque no tenemos carro...» y yo digo que no se trata de que
si tienen carro o no tienen, sino simplemente son nuestros amigos también y no todos
tienen carros, así como nosotros somos humildes, también los de allá son humildes,
¿no? Nadie tiene dinero, tal vez unos se dedican a robar, y por eso tal vez tengan dinero.
Como él [Fidel] trabaja bien, ¿no? Y también tiene dinero, porque su trabajo le cuesta...
pero los otros... los otros sí roban [Mayra, 19 años].

En este fragmento es posible advertir que a pesar de pertenecer a estratos sociales


similares, se busca la distinción a partir de la propiedad de bienes materiales. La
disputa representa el deseo de ascenso social y la búsqueda de una categoriza-
ción distinta. En este contexto, las disputas de clase se conjugan con las formas de
expresión de las relaciones de género. Los «celos de amigos» o en ocasiones las discu-
siones y enojos entre chavos y chavas tienen como trasfondo disputas en torno a la
definición social de los grupos.
Los conflictos se reflejan en un desprecio por los chavos de Hornos por parte de
otras bandas cercanas, quienes les adjudican un nivel social menor. De hecho algunos
se refieren a ellos como «mugrero» (sucio), como comentan las entrevistadas:

[...] También ellos, los del Pedregal (sector considerado de mayor nivel social que Hor-
nos), los que nos juntamos ahí en Pedregal, también se molestan de que les hablemos a
ellos, dicen que «pinche mugrero»... Dicen «no se junten con ellos porque les van a pegar
la mugre»... [Liliana, 15 años].

Y otra agrega:

Que no se bañan, que andan bien mugrosos y que nosotras andamos ahí... [Mayra,
19 años].
[...] nadie, nadie de otras colonias quiere a Hornos, nadie, por lo mismo que dicen que
puro mugroso aquí, que no se bañan, y si siempre cuando es la feria de aquí de Hornos,
nadie de Pedregal sube, ni de Tlalcoligia, ni de Tepechimilco, como lo mismo de aquí no
bajan a otras colonias, o de repente si bajan pero hacen sus riñas ¿no?, se empiezan a
pelear colonia con colonia, entonces nadie lo quiere al Horno [Liliana, 15 años].

b) Comunidad

La identidad de la banda también se construye a partir de la pertenencia al barrio y,


en este caso, a una comunidad religiosa. Esto se materializa en el desarrollo de activi-
dades colectivas que realizan más allá de la reunión diaria en la calle. Dentro de estas
actividades podemos diferenciar aquellas de carácter festivo: participación en fiestas y
bailes; de aquellas de carácter ritual vinculadas a tradiciones locales, familiares y reli-
giosas: participación en procesiones. Ambas actividades, si bien con objetivos y fre-
cuencias distintas, dan sentido de pertenencia y de tradición a la banda.
La participación en actividades rituales implica una reafirmación de la identidad
colectiva, sin embargo, además se orienta a la reafirmación de un sentido de perma-
nencia de ésta en el tiempo y por tanto una tradición. La participación en las procesio-
nes a la Virgen de Guadalupe en diciembre y al Señor de Chalma en abril, conectan a

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los chavos a otras instancias colectivas: la colonia y su familia. Los jóvenes de la banda
van juntos a ambos lugares. A la Villa de Guadalupe tardan 4 horas caminando; al
Señor de Chalma, 12 horas, también caminando. Si bien van muchas personas de la
colonia y sus familias, ellos participan en la procesión como grupo; son parte de un
colectivo más amplio, en última instancia la comunidad católica, pero participan en
tanto jóvenes y pertenencientes a un colectivo específico, la banda.
De hecho la posibilidad de ir con la banda a las procesiones tiene otro carácter, en
tanto constituye una de las pruebas de pertenencia a la banda. Al ser parte de ésta, ya es
posible ir con ella a las procesiones:

[...] como él [hermano] yo creo que nunca ha ido caminando, bueno no ha ido con noso-
tros y como ya le hablamos, y este año se puede ir con nosotros, y él ya se siente... como
si le diéramos un ejemplo a él de que vaya caminando a la Villa, y ya [...] podría seguirse
eso, ¿no? Que él se lo permitiera a otros personas y así... [Liliana, 15 años].

c) Generación

La participación en fiestas y bailes reafirma el rasgo lúdico de la banda y alude a


una reafirmación de la identidad como banda y de las identidades individuales, en
tanto se pertenece a un colectivo más amplio vinculado a su generación y su carácter
de jóvenes. A estos eventos asisten chavos de distintos lugares de la delegación; otras
bandas también y de alguna manera permite el intercambio y la comunicación, aun-
que al final de la noche generalmente se produzcan peleas.
La fiesta y el baile además son los lugares de encuentro de hombres y mujeres,
donde incluso éstas últimas sobrepasan en número a los primeros. En la fiesta la colec-
tividad se reúne y se identifica en toda su extensión, incluyendo a las mujeres que no
siempre están presentes:

Nosotros nos juntamos... o sea las chavas son las que no se juntan con nosotros, conoce-
mos a demasiadas, pero ya en el baile es donde nos encontramos todos y ya... ahí nos
juntamos todos en el baile, ya los chavos y las chavas y ya dado caso serían más chavas.
[Fidel, 20 años].

Para las mujeres, el baile y las fiestas son actividades centrales que las definen
como parte de la banda, a su vez son las instancias donde encuentran un sentido y
pertenencia colectiva. La participación de las mujeres en estas actividades repre-
senta además la posibilidad de acceder a una experiencia de disfrute, de desinhibi-
ción, a la vez que de compartir. Representa también la posibilidad de acceder a un
mundo y un espacio distinto al doméstico, «salir de la casa». Las que no salen son
«chicas de su casa» e ir en contra de eso representa una ruptura a las concepciones
tradicionales sobre las jóvenes, que para las mujeres entrevistadas es una distin-
ción fundamental.
Esta tensión entre el deber ser femenino y lo que ellas quieren ser, a veces se expresa
en las relaciones de pareja que mantienen con los hombres, dentro o fuera de la banda,
lo que genera conflictos en tanto que algunos de ellos pretenden que al establecer una
relación, dejen ese contacto con el «exterior» y se adapten a cumplir un rol tradicional:

P: ¿Ustedes han tenido novios dentro de la banda? ¿Ustedes sienten que cambia la rela-
ción por ejemplo con sus amigas o sus amigos cuando están de novias con alguno?

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R: Sí, sí cambia, porque ya no puedes cotorrear igual que antes, que ya te lo prohibie-
ron, que... como nosotros con ellos [chavos de la banda] tenemos la maña de que don-
dequiera nos andan abrazando, nosotros los abrazamos, y nos prohíben eso, ¿no?, de
que ya no los abracemos, de que ya no cotorriemos con ellos, de que no salgas de tu
casa... [Liliana, 15 años].

5.3. Sociabilidad

Un aspecto que destaca en la constitución de las identidades individuales de los


jóvenes a partir de la pertenencia a la banda es que forma parte de su proceso de
socialización y da pie a la posibilidad de sociabilidad con sus pares. Dicha cuestión se
expresa en lo que denominan el cotorreo. Dicho término abarca las relaciones, activida-
des y prácticas de pertenencia a la banda como explica Mayra:

P: ¿Qué es cotorrear?
R: Que nos quedábamos de ver todos los chavos... nos quedábamos de ver lo que es aquí
el consultorio médico, a la tienda que está enfrente y ahí todos nos juntábamos. A las 7 de
la noche, nos quedábamos de ver todos y nos íbamos a bailes, andábamos ahí cotorrean-
do, tomábamos... y hasta sí... como estaba chava, nos metíamos a las 3, 4 de la mañana...
[Mayra, 19 años].

El cotorreo implica principalmente la plática, pero también otras actividades cons-


titutivas de la interacción de la banda, como consumir drogas, ir a bailes. El cotorreo
también implica la posibilidad de marginarse y alejarse de los problemas y broncas
que se traen los chavos en su vida cotidiana y familiar y en esa medida, es un espacio de
desahogo:

P: ¿Y qué ha sido lo más importante de cotorrear?


R: Pues es que me distraigo un rato, me divierto, o sea, te sientes bien, como que dejas tus
problemas a un lado, estar con tus... llegas con tus amigos y pus ahí con su desmadre,
cualquier tontería que digan ya te estás riendo, y en cambio dices «ay estoy en mi casa y
nada más estoy peleando con mi mamá o estoy peleando con mi hermana» y así, ¿no? Y
llegas a salir y te olvidas, te olvidas de todos tus problemas que tienes, ¿no? Como hablan
de varias cosas o nos ponemos ahí a cotorrear, ahí platicando y todo, se nos pasa por un
rato que tenemos un problema o algo... por eso, cuando así, luego me salgo a dar una
vuelta y ya me siento bien, ya llego a mi casa más tranquila [Mayra, 19 años].

El cotorreo se realiza por parte de algunos entre diferentes grupos y bandas perte-
necientes a distintos sectores de la ciudad y grupos sociales, aunque dentro de un
mismo espectro social, es decir, sin producirse realmente un contacto con grupos muy
distantes en términos socioeconómicos. Sin embargo, pertenecer a distintas bandas,
puede permitir la ilusión de la movilidad y el contacto con otros sectores sociales,
además del acceso a recursos materiales, como se verá más adelante.
A continuación se desarrollan dos vectores que refuerzan el sentido de pertenencia
e identidad banda, la relación del grupo con el espacio y el tiempo.

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5.4. Tiempo y espacio

El espacio y tiempo como sustento y elemento de la identidad

Como han destacado otros autores (Alarcón, Henao y Montes, 1986; Valenzuela,
1988), uno de los elementos centrales en la constitución de la identidad colectiva y que
aparece claramente en el caso de la banda analizada es la dimensión espacial. Ésta se
constituye en un elemento básico en la construcción de una identidad social, no sólo en
términos objetivos y materiales, sino también en términos simbólicos. El hecho básico
de compartir un espacio permite la construcción, permanencia, reproducción y reco-
nocimiento de la grupalidad, en tanto establece límites específicos que marcan la dife-
rencia entre el colectivo y los «otros». Estas marcas, a su vez, se refieren al aspecto
concreto y simbólico, constituyendo una espacialidad propia de determinada identi-
dad social. El espacio se constituye en un territorio dotado de una gran carga afectiva,
emotiva, simbólica, a partir de la experiencia de compartir diversas vivencias en él.
En el caso analizado, la cuestión del espacio aparece central. Tanto los miembros
de la banda como los externos reconocen perfectamente el lugar de reunión de los
chavos: en «los tubos». Este lugar correspondería a lo que Alarcón, Henao y Montes
(en Urteaga, 2000: 466), denominan el suelo, es decir, el lugar de reunión, el cual se
ubica en una de las calles principales de entrada en la colonia, cerca de la parroquia,
al lado de un puesto de venta de hamburguesas, donde hay un pequeño techo que
permite guarecerse en caso de lluvia; además de tener luz eléctrica. Es un lugar desde
el cual se puede ver el transitar de ida y vuelta de las personas que habitan la colonia.
Se encuentran amontonados tubos de concreto para drenaje, de ahí el nombre de
«los tubos».
El lugar sin embargo es más que ese punto en el espacio, el control de ellos se da en
un radio más amplio que puede ser lo que Alarcón, Henao y Montes (en Urteaga, 2000:
466) denominaron dominio y que permite la movilidad y el cambio de lugar específico.
En el tiempo del trabajo de campo, dentro de un radio, los chavos cambiaban de lugar
para reunirse, tanto en conjunto como en los distintos grupos en los cuales a veces se
dispersaban. El espacio que controlan, entonces, es reconocido por ellos y por los habi-
tantes del barrio como su lugar, permitiéndoles una referencia concreta. A su vez, posi-
bilita de alguna manera la vinculación y el reconocimiento de las actividades de los
otros: vecinos, otros chavos, otras bandas.
La relación de la banda con el espacio toma diversas dimensiones y tiene signifi-
cados a veces contradictorios. Por una parte posibilita la existencia de la banda y de
las reuniones cotidianas de la misma. Aunque se producen reuniones en otros luga-
res para actividades específicas, como bailes, fiestas, procesiones de las que hemos
dado cuenta, la identidad banda se vincula a la calle y al barrio. Esta disposición
espacial permite la relación entre sí y con otros —conocidos, parientes, amigos, veci-
nos— que pasan por allí o que van a verlos, es una referencia casi siempre segura de
su localización.
Así como permite la sociabilidad y el contacto entre ellos, también se produce con
otros, lo cual no siempre es pacífico. De hecho muchas riñas son a partir de la invasión
de su territorio por parte de otros grupos. La banda controla no sólo el lugar de re-
unión, sino un radio más amplio de movilidad.
La relación con el espacio también permite otras actividades además del cotorreo y
las riñas, es el lugar donde se hacen las fiestas y se instalan los «sonidos».

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Aunque el vínculo con la calle puede verse desde esta perspectiva dinámica y que
permite el despliegue de una determinada identidad; también es posible analizarlo
desde un sentido negativo, es decir, desde la construcción de un espacio, de un terri-
torio, a partir de la inexistencia de un lugar en un sentido más amplio. La falta de un
espacio material para reunirse o la falta de acceso regular a éste —una casa, una
plaza, un local— puede ser un reflejo de la imposibilidad de acceder a otros espacios
y lugares en la sociedad, o de acceder a éstos de manera precaria o eventual. En este
sentido se puede hablar de jóvenes marginados en distintas dimensiones del concep-
to, lo cual se materializa en las condiciones del espacio de reunión.11 No obstante,
pensamos que si bien dichas condiciones dan pauta a la relación con el espacio,
dicho vínculo adquiere diversas significaciones y de hecho posibilita la existencia de
la banda y el despliegue de sus prácticas.
Con respecto al tiempo, los chavos se reúnen principalmente de noche. Todos los
consultados al respecto comentaban que se reúnen cuando oscurece. Sin embargo, a lo
largo de los días fue posible advertir los distintos significados que tiene la cuestión de
la oscuridad. Para algunos de los informantes, la noche se vincula al peligro; para otros
al misterio. Vivir en la noche es vivir en lo «oscuro». Sin embargo, aunque lo más
común es que se junten de noche, también lo hacen de día en algunas ocasiones espe-
cíficas, como el domingo para jugar al fútbol.
Los tiempos y lugares para hombres y mujeres de la banda no siempre son los
mismos: para los hombres, la calle y la noche son casi de su dominio exclusivo. Algu-
nas chavas comparten la calle y la noche, pero la gran mayoría comparte sólo al-
gunos días en la noche —viernes o más generalmente sábado— y otros espacios:
discos, bailes, casas.

6. Recursos sociales y materiales: el contacto con otros grupos


e instituciones

6.1. Las redes de amigos

Al señalar el aspecto de los recursos sociales, aludimos a dos características que


nos parecieron interesantes en la dinámica y características de la banda analizada.
Por una parte, nos referimos a la movilidad espacial y el acercamiento y rela-
ción por parte de algunos miembros de la banda —particularmente las mujeres
entrevistadas— a otras bandas de colonias cercanas. Dicha relación se significa por
parte de las entrevistadas como la posibilidad de acceder a un mundo cualitativa-
mente distinto en términos sociales, aunque no necesariamente esta cuestión tenga
un sustento objetivo —es decir, aun cuando en realidad el grupo social de pertenen-
cia sea similar.
Las chavas entrevistadas transitan en distintos tiempos y espacios por las colo-
nias cercanas, con distintas bandas y grupos de amigos. El contacto se hace a tra-

11. Como plantea Bourdieu (1999) al referise a los guetos en EE.UU., son lugares que se definen fundamentalmen-
te por la ausencia: del Estado y todo lo que deriva de éste; la policía, la escuela, las instituciones sanitarias, las
asociaciones, entre otros. Aunque en este caso la ausencia no es total, podemos denominarlo un lugar de carencia, en
el sentido de que aunque ocasionalmente exista presencia de alguno de los actores antes señalados, ésta es eventual
y en ocasiones de muy mala calidad.

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vés de compañeros de escuela o parientes que les presentan a chavos de otros luga-
res de la delegación, connotados como de una categoría social más alta —Tlalcoli-
gia, Pedregal—, lo que permite el contacto con grupos en otros espacios, como
cuenta Mayra:

[...] tenía yo 13 años, cuando me trajo aquí... yo vivía en Volcanes antes y él me dijo: «Te
invito a una fiesta a Hornos...», y subí, esa vez subí, me presentó a varios de sus amigos
y me empezó... o sea me gustó como cotorreaban y todo y empecé a subir por él y
cuando me fui a Tlalcoligia, tengo una amiga que también de repente luego ya sube a
cotorrear aquí, se llama Adriana, este... y ella conocía a los de Tlalcoligia, y ella me los
presentó, entonces también así ya empecé a salir con ella y fui conociendo a los chavos
de Tlalcoligia y por eso empecé a cotorrear con ellos, y en San Pedro por otra amiga, o
sea así, yo creo que es una cadena... mi amiga es de aquí de Hornos, pero le gusta ir ahí
a San Pedro, ahí con sus amigos, así como nosotros y ya me los presentó, y ahí ya este...
así es como yo creo nos vamos allegando a Tlalcoligia, como Liliana también cotorrea-
ba aquí, yo me la llevé a ella a Tlalcologia, le presenté a los chavos que me habían
presentado a mí y así... es una cadenita que yo creo que se va haciendo, de que él puede
conocer a otra amiga y la lleva allá abajo o la subimos, como a Adriana y a Nancy, ellas
son de Tlalpan, y nosotros las subimos a cotorrear aquí a Hornos, también les gustó y
estuvieron aquí... [Mayra, 19 años].

Así, el cotorreo se puede llevar a cabo en diferentes bandas, lo que facilita el conoci-
miento de muchas personas en distintos lugares, posibilitando la ampliación de su
capital social12 y recursos simbólicos, que a su vez permitirán un mayor acceso a recur-
sos materiales y afectivos. En efecto, el acceso a distintos grupos y la permanencia
temporal en uno y otro posibilita a las jóvenes el acceso a recursos materiales, princi-
palmente dinero que destinan a sus gastos personales y que en el contexto de falta de
trabajo y poco apoyo familiar, es muy significativo para ellas, tanto en términos objeti-
vos —permitiéndoles cubrir necesidades particulares—, como en un sentido simbóli-
co, en tanto se significa como un comportamiento solidario y desinteresado. Una de las
jóvenes que tiene un bebé señala que sus amigos le dan dinero para su hija, para la
compra de pañales, comida y otras necesidades:

[...] y ahorita no estoy trabajando y mis amigos son los que compran leche, pañales,
agua, Gerber, todo lo que necesita mi hija, mis amigos, por eso o sea, yo digo que si
fueran otros chavos, o sea diría «a mí me vale madres», no es mi hijo, o sea, «arréglatelas
como puedas». Pero no, incluso a veces me preguntan, que si tienes pañales, digo no
pues no tiene y ya van y le compran, o luego yo les digo «préstenme para los pañales de
mi hija», y nunca se han negado, nunca me han dicho no, siempre «para tu hija lo que
quieras», entonces por eso yo valoro mucho esas amistades, porque como esas muy
pocas, al contrario, yo creo que hay amigos que dicen: «Ay, vámonos a cotorrear, no
llegues a tu casa dos, tres días, nos quedamos a chupar, a drogarnos», no, al contrario,
«vamos a comer», y luego no queremos comer, y dicen «hay por eso están bien pinches

12. Bourdieu (1995: 82) distingue tres tipos fundamentales de capital: económico, cultural y social. A éstas agrega
el simbólico, «...que es la modalidad adoptada por una u otra de dichas especies cuando es captada a través de las
categorías de percepción que reconocen su lógica específica o [...] que desconocen el carácter arbitrario de su pose-
sión o acumulación». El capital cultural existe bajo tres formas: incorporado, objetivado e institucionalizado. «El
capital social es la suma de los recursos, actuales o potenciales, correspondientes a un individuo o grupo, en virtud de
que éstos poseen una red duradera de relaciones, conocimientos y reconocimientos mutuos más o menos
institucionalizados, esto es, la suma de los capitales y poderes que semejante red permite movilizar.»

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flacas, no tragan nada», o al fin luego nos dicen «las vamos a meter a un gimnasio para
que se pongan de pelos y tengan cuerpo» y que no sé qué, o sea valoras mucho esas
amistades... [Mayra, 19 años].

La valoración que se hace de los amigos se relaciona en este sentido también con
una actitud de respeto y cuidado hacia ellas, lo cual se refleja no sólo en el hecho de
darles ocasionalmente dinero, sino también alimentarlas, invitarlas a salir y pagar su
consumo, comprarles ropa:

[...] se portan buena onda, nos respetan mucho, eso no es de que nos inviten así que nos
digan, «no pues vamos a tomar o a drogarnos», no ellos vienen por nosotros y nos llevan
a comer, dicen que estamos bien flacas y agarran y vienen en la noche o así en el día, y
pues vamos a comer o a cenar... [Liliana, 15 años].

En este aspecto se nota ambigüedad entre las chavas. Por una parte reconocen y
tienen afecto e identificación con la colonia Hornos y con los chavos de la banda; sin
embargo, también tienen disputas y conflictos por pertenecer a una colonia popular, lo
que se manifiesta en la ilusión que les hace salir con chavos de otras colonias conside-
radas de mejor nivel social.
La alternancia con distintos grupos de amigos y bandas permite a las mujeres no
«agotar» a un grupo en particular. En ese sentido existe una solidaridad táctica y tam-
bién estratégica, en tanto se suplen carencias y necesidades de diverso tipo a través de
la pertenencia a distintas agrupaciones informales.
Socialmente, sin embargo, entre las vecinas y parte de la comunidad dicho compor-
tamiento se estigmatiza y es sancionado a través del «chisme» y las habladurías, que
las señalan como «putas». Frente a esto el discurso de las chavas es de resentimiento,
pero también de crítica a su entorno social y familiar, el cual consideran cínico debido
a que la existencia de problemas como el embarazo adolescente, alcoholismo, droga-
dicción, delincuencia, etc., no es reconocida ni criticada.

6.2. Vínculo con otras instituciones

Por otra parte, así como existe el contacto y la relación con otras bandas y grupos
de amigos, ocasionalmente los chavos tienen vínculos con instituciones diversas, ubi-
cadas principalmente en el ámbito privado. Una de éstas es la Iglesia, con la cual man-
tienen una relación informal, pero que para algunos de ellos es significativa. Si bien no
participan en misa o en los rituales formales, mantienen contacto con algunos semina-
ristas claretianos, y por iniciativa de éstos y también de los chavos han desarrollado
algunas actividades de inserción en la comunidad. Particularmente esto se refleja en
dos cuestiones: la solicitud de pintar la capilla una vez al año antes de las fiestas de la
colonia, actividad que costean con su dinero y que se disputan con otras bandas del
lugar, y la participación que hicieron hace un tiempo en esas fechas en la Pastorella
(representación teatral de algún pasaje bíblico).
Otras instituciones con las que mantienen contacto son las «granjas» señaladas
más arriba, las cuales son casas donde se internan los chavos con el objeto de desin-
toxicarse del activo. Las incursiones a éstas son más o menos voluntarias y son centros
que en general están dirigidos también por agrupaciones religiosas.

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También pudimos advertir el contacto con grupos de Alcohólicos Anónimos, que
también apoyan la rehabilitación en cuestiones como la drogadicción, la neurosis y
que son asociaciones voluntarias a las cuales los jóvenes —particularmente en el caso
de una mujer entrevistada— acuden para pedir apoyo.

Reflexiones finales. Grupos informales y acceso a recursos

Como señalamos desde un inicio, más que conclusiones terminantes, en estos co-
mentarios finales nos interesa desarrollar algunas hipótesis en torno a la mirada de la
banda de jóvenes como grupos informales.
Nos parece que la banda de jóvenes, en tanto grupo informal propio de las socieda-
des actuales, puede cumplir con una serie de funciones en términos individuales y
colectivos. Como plantéabamos, a partir de la participación en dicha agrupación los/as
jóvenes acceden a una serie de recursos simbólicos, sociales y materiales, los cuales
teóricamente deberían ser provistos por otras instancias o relaciones sociales: la fami-
lia, el mercado de trabajo, el Estado. Sin embargo, frente a los procesos de achicamien-
to y retiro del Estado, con el consiguiente debilitamiento de las políticas sociales, ade-
más de las condiciones de precariedad y falta de empleo, se produce la búsqueda en
este tipo de grupos de satisfacción de necesidades y acceso a recursos que no es posible
resolver por otras vías.
Además de los recursos materiales, se encuentran los que llamamos simbólicos y
sociales. Los primeros son importantes de desarrollar por las necesidades de construir
una identidad individual y colectiva, así como un sentido de pertenencia tanto a nivel
local/territorial y de anclaje a un espacio. Los recursos sociales son fundamentales en
la «localización» en términos sociales, dentro de la estructura social en un sentido
simbólico. Las relaciones en el interior de la banda, así como con el resto de bandas y
grupos de la colonia y de otros sectores, permiten el acceso a dichos recursos.
Otra cuestión que es posible hipotetizar es que la pertenencia a alguna banda como
grupo informal que provee de recursos sociales, materiales y simbólicos —los cuales
no necesariamente deben ser provistos en su conjunto, sino que pueden accederse a
uno o más de éstos— se puede dar en ocasiones paralelamente a la relación temporal o
permanente ya sea con otras bandas, pero también con otro tipo de grupos e instancias
más o menos formalizadas y novedosas que apoyan a los jóvenes: Iglesia, grupos de
Alcohólicos Anónimos, entre otros, que pueden reforzar y/o complementar la satisfac-
ción de sus necesidades.
En estos recorridos es posible detectar en este caso la mayor movilidad por parte de
las mujeres hacia otros grupos de amigos o bandas, mientras que los hombres se rela-
cionan más con las instancias formales que se acercan a ellos. Pareciera que son las
mujeres quienes tienen una mayor movilidad espacial y social que los chavos en esta
búsqueda aunque, como todo lo planteado hasta aquí, necesitaría de una mayor pro-
fundización y del estudio de un mayor número de casos. A su vez, al no desarrollar una
actividad laboral en el momento del estudio, las mujeres priorizaban por la búsqueda
de recursos materiales, subordinada a los de tipo simbólico.

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Pensar la ciudad de lugares desde el espacio
público en un centro histórico

Patricia Ramírez Kuri

[...] frente a la disolución general de identidades en el


espacio de flujos, el espacio de lugares se constituye como
expresión de identidad, de lo que soy, de lo que vivo, lo
que sé y de lo que organizo mi vida en torno a ello.
MANUEL CASTELLS, 1998

Introducción

Pensar la ciudad como territorio de lugares de memorias e historias nos conduce a


imaginar un universo urbano construido socialmente, que tiene significado existencial
en la experiencia humana. En esta experiencia afectiva, la ciudad vivida se revela en las
prácticas del espacio, en las formas de comunicación y de acción, como el lugar donde
confluye la diferencia, la diversidad cultural y la heterogeneidad social. Sabemos que
estas condiciones históricamente han definido a la ciudad como sede de procesos y de
relaciones sociales, políticas y culturales complejas. Estos se localizan y actúan en el
espacio urbano introduciendo modificaciones en las formas de identificación y de ape-
go, en la imagen, las funciones y los significados asignados a los lugares que usa y
habita la gente. Quizá lo inédito de las transformaciones ocurridas en las últimas déca-
das sea la alteración simultánea e intensa de los distintos referentes espacio-tempora-
les proveedores de escalas variables de certezas y generadores de significados vincula-
tivos en la vida personal, social, económica, política y cultural que se desarrolla en los
lugares. Esta condición que cruza a la experiencia urbana singular y social, ocurre en
circunstancias de interconexión e interdependencia global impulsadas por procesos
sociales locales, regionales y mundiales. Estos han provocado cambios en la relación
Estado-sociedad-territorio, innovaciones sin precedentes en el conocimiento científico
y tecnológico y, han contribuido a enfatizar las diferencias y las desigualdades. La
complejidad social y espacial derivada de estos procesos, ha impulsado el redimensio-
namiento de la vida pública y privada, la resignificación de las relaciones de pertenen-
cia al lugar y de las formas de acceder y ejercer la ciudadanía. Estas cuestiones replan-
tean las formas de gobierno, el papel de las instituciones y de la sociedad ante los
fenómenos y problemas de la ciudad en el contexto global.
¿Cómo pensar la ciudad de lugares en un mundo de flujos globales? Articulada al
mundo global a través de redes, la ciudad expresa las tendencias contradictorias y los
problemas derivados de los nuevos procesos urbanos. La globalización al ser un proce-
so de desarrollo geográfico e histórico desigual, particularmente en las grandes ciuda-
des ha modificado la dinámica de urbanización y tiende a debilitar o bien a negar las
posibilidades de acciones transformadoras y significativas en los lugares donde se pro-
ducen los efectos de estos procesos (Harvey, 1994 y 1997). Estos lugares condensan las
consecuencias personales y sociales derivadas de la nueva forma de organización so-

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cial desarrollada en el último cuarto de siglo e inscrita en el capitalismo flexible. En
este modo de desarrollo al que Castells (1997) denomina sociedad informacional, la
función y el poder se estructuran en el espacio «interconectado y ahistórico» de flujos
globales: de capital, de información, de interacción organizativa, de tecnología, de imá-
genes, sonidos y símbolos. Esta lógica, tiende a dominar la vida social, política, econó-
mica y cultural, alterando el significado y la dinámica de los lugares (ibíd., 1997: 445).
Sin embargo, el espacio de lugares no desaparece en el espacio de flujos, lo que se
expresa en las formas de interacción y en las relaciones de oposición, de conflicto o de
complementariedad que se establecen entre estas dimensiones de la vida social con-
temporánea. En la ciudad de lugares habita la gente, se llevan a cabo prácticas y expe-
riencias cotidianas que influyen en la construcción o disolución de identidades indivi-
duales y colectivas, así como relaciones y estrategias que contribuyen a la reproducción
de la vida social. Esta condición plantea posibilidades de que los lugares asuman como
actores colectivos un papel activo y decisivo orientado a contrarrestar los efectos frag-
mentadores y excluyentes de los procesos dominantes (Castells, 1998). En la ciudad
estos efectos se encuentran asociados a «la crisis de actividades tradicionales» y al
«redimensionamiento de los lugares productores de identidad», y se revelan a través
del incremento de la pobreza, del desempleo, de la desigualdad en el ingreso, de la
economía informal, de la inseguridad y la violencia (Borja y Castells, 1997: 121). En las
últimas décadas y en circunstancias de globalización, estos fenómenos se han enfatiza-
do definiendo en buena medida la problemática urbana de las ciudades capitales en las
sociedades latinoamericanas, y en este caso la ciudad de México. Esta situación ocurre
el contexto de las transformaciones en la relación Estado-sociedad que se distingue por
«la reorientación del papel tradicional del Estado en la cuestión social», por el proceso
de democratización política, por el inicio de cambios en las formas de gobierno, de
gestión de bienes y servicios y, de participación ciudadana en asuntos públicos (Ziccar-
di, 1995 y 1998).
En el contexto de estos procesos, un lugar estratégico para pensar las transforma-
ciones de la ciudad y de la vida social es el espacio público donde cobran visibilidad y
se territorializan las nuevas y pre-existentes realidades urbanas. Los fenómenos loca-
les, metropolitanos y globales que convergen en el espacio público vivido han impuesto
tendencias que ponen en cuestión la concepción que lo define como el «espacio de
todos», donde individuos y grupos diferentes aprenden a vivir juntos (Carr, et al., 1992).
En un sentido normativo, el espacio público es de todos pero no todos se apropian y lo
perciben de la misma manera. Y en este proceso, cruzado por la creatividad y la impro-
visación, por la sociabilidad y por el conflicto, se generan formas de identificación, de
diferenciación, de integración y de disolución social. En estas intervienen relaciones
de poder y disputa que expresan el contenido político de las actividades públicas. Estos
aspectos aluden a lo público como espacio de la ciudadanía y plantean la importancia
de la participación de la sociedad y de las instituciones para lograr equilibrios entre
intereses, necesidades y acciones públicas, privadas y sociales.
En el espacio público de la ciudad contemporánea y la ciudad de México es un
ejemplo, se superponen formas diferentes de vida pública, representaciones socio-es-
paciales tradicionales y modernas, símbolos y prácticas locales y globales que lo cons-
tituyen como un lugar experimental de encuentro y descubrimiento. Sin embargo,
estos aspectos coexisten con realidades que vulneran su capacidad integradora y de-
mocrática, tales como condiciones deficitarias de ciudadanía, fenómenos de masifica-
ción y de fragmentación, formas de exclusión, de inseguridad y violencia. Estas cues-

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tiones por una parte indican que el espacio público expresa quizá como ningún otro
lugar, la manera diferenciada y desigual en que miembros distintos de la sociedad
experimentan y comparten el mundo urbano común donde ponen en práctica códigos,
valores e intereses diferentes que definen la vida pública urbana. Por otra, muestran
que en esencia no existe un espacio público sino espacios públicos que se desarrollan
con lógicas distintas y que no pueden comprenderse al margen de la ciudad que reve-
lan y que a su vez los produce. Es decir, no pueden explicarse disociados de la manera
como la gente percibe, valora, usa y se apropia de los lugares, ni de los procesos y
actores sociales que influyen en la organización, diseño y gestión de la ciudad.
Mirar la ciudad desde los espacios públicos, nos acerca a la comprensión de los
problemas que plantea la vida pública asociados a las formas de apropiación colecti-
va y a las diferentes condiciones de ciudadanía que se expresan en estos lugares
comunes de relación y de identificación socio-cultural (Borja, 1997, Ramírez, 2003).
En estos lugares el consumo es un elemento vinculado al las prácticas sociales, a los
usos públicos y privados así como a la construcción de significados que definen la
relación espacio-ciudadanía. Por esto, es importante pensarlo con relación a las for-
mas de identificación, de diferenciación social y de expresión de ciudadanía (García
Canclini, 1995). Estos aspectos se activan en los centros históricos que, al ser espa-
cios públicos en la ciudad, nos introducen a los fenómenos que fortalecen o debilitan
que actúen como lugares plurales, proveedores de bienestar, generadores de formas
de integración social y de aprendizaje de valores compartidos entre miembros dife-
rentes de la sociedad urbana.

El lugar histórico como espacio público

Aunque la distinción entre lo público y lo privado coinci-


de con la oposición de necesidad y libertad, de futilidad y
permanencia... el significado más elemental de las dos
esferas indica que hay cosas que requieren ocultarse y
otras que necesitan exhibirse públicamente para que pue-
dan existir.
HANNAH ARENDT, 1998

Hablar de un centro histórico como espacio público, alude al lugar privilegiado de


encuentro, de relación y de actividad que actúa como referente de identidad en la
ciudad porque reúne elementos simbólicos que trazan puentes entre el sentido de con-
tinuidad individual y colectiva. En la ciudad, los lugares históricos se distinguen por
hacer visible en su estructura, forma e imagen testimonios urbanos significativos, es-
paciales y arquitectónicos de la ciudad antigua, en la que se superponen distintos mo-
mentos de su historia, elementos urbanos emblemáticos y memorias que condensan
permanencia y cambio (Merlin y Choay, 1998). Estos aspectos inscritos en el entorno
construido y en el imaginario de habitantes y usuarios contribuyen tanto al desarrollo
de formas de identificación con el espacio histórico compartido por grupos social y
culturalmente heterogéneos, como a la construcción de diferentes discursos y signifi-
cados en torno al lugar común como patrimonio de todos. Así, el lugar histórico expre-
sa concepciones distintas de lo antiguo-patrimonial, de lo central y de lo público en la
ciudad, estructurado en un espacio social significativo donde se yuxtapone tradición y
modernidad. En palabras de Monnet (1995), no se trata de «un barrio entre otros, un
fragmento de un espacio identificado por un paisaje, una población… un elemento de

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la ciudad; —sino que— se reconoce en lo que toda la ciudad le otorga», definiéndose
«por su relación con toda la ciudad, sin la cual no existiría». Así, en los centros históri-
cos se territorializan tanto formas y relaciones de poder, como representaciones que
expresan modelos y proyectos de ciudad (Monnet, 1995: 27).
Un centro histórico adquiere valor simbólico, identitario y urbano para la ciudad y
sus habitantes cuando se percibe y se reconoce como un recurso patrimonial, históri-
co-cultural y socio-económico digno de preservación. En este proceso influyen los dis-
tintos discursos, criterios de valoración y de comprensión de los lugares históricos y de
sus componentes, definiendo la manera como en ellos interviene la sociedad y las ins-
tituciones (Macchi, 1991). En América Latina es aun reciente la valoración de los cen-
tros históricos como recursos económicos, sociales y culturales. Ha tendido a predo-
minar la concepción de que su protección limita el desarrollo y los cambios necesarios
que éste requiere (Govela, 1998). Ha sido en las últimas décadas cuando el tema de los
centros históricos en las ciudades latinoamericanas se ha convertido en objeto de de-
bate frente a los efectos de las transformaciones impulsadas por los procesos globales
y de modernización urbana. Este debate aborda las tendencias a la degradación que
ponen en riesgo su permanencia, con relación a las políticas urbanas orientadas a su
preservación como lugares patrimoniales que se inscriben el derecho a la ciudad de-
mocrática (Carrión, 2000). Pero como se ha señalado, el contenido progresista de los
discursos en torno al tema de los centros históricos como «bien común» para todos,
han derivado en la puesta en práctica de políticas urbanas conservadoras de preserva-
ción del patrimonio arquitectónico, que reproducen o enfatizan los problemas que
distinguen a estos lugares (Monnet y Caprón, 2003). Se destaca así, que en los centros
históricos, estas políticas «constituyen un medio de acaparamiento del suelo urbano»
por actores públicos y privados con discursos e intereses distintos. Los conflictos gene-
rados en el proceso de apropiación del suelo en estos lugares socialmente constituidos
como «conservatorios de la memoria», expresan «las contradicciones entre el discurso
oficial y las políticas» patrimoniales implementadas «que no necesariamente tienen
relación con la historia» (ibíd., 2003: 107).
En la ciudad de México, el Centro Histórico de Coyoacán refleja en buena medida
las limitaciones de estas políticas y también la manera como instituciones, habitan-
tes y usuarios lo perciben, lo reconocen y lo valoran como patrimonio de todos. En
este lugar, se han depositado memorias y significados que forman parte de la historia
social y urbana, local y de la capital del país. En la estructura, la forma e imagen se
distinguen fragmentos de períodos históricos distintos inscritos en pueblos y barrios
del siglo XVI al XIX pero también en localidades producto del urbanismo del siglo XX
donde se observan elementos de valor arquitectónico y artístico. Estos rasgos que
imprimen especificidad al entorno construido no se limitan a las localidades ubica-
das dentro del perímetro histórico definido en la última década: Barrio de la Concep-
ción, Barrio de Santa Catarina, Villa Coyoacán y Colonia del Carmen. En torno a esta
micro-geografía que en la delegación apenas representa el 3 % de la población total y
cerca del 6 % de la superficie,1 se encuentran barrios y pueblos antiguos que aun

1. Las cifras de población y superficie corresponden al Perímetro Histórico y se presentan con el diagnóstico de la
problemática social y urbana, en Greene y Hernández, 2003 y Ramírez Kuri, 2003. El perímetro delimita una super-
ficie menor a la que corresponde a las diez AGEBS completas que comprenden las localidades que integran este
Centro Histórico y que en su conjunto registraron una disminución de 33.054 habitantes en 1990 a 28.192 en el año
2000 (INEGI, 2000).

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comparten rasgos socio-urbanísticos y prácticas culturales tradicionales que se yux-
taponen a la vida pública contemporánea.2 Ésta se expresa de manera diversa y hete-
rogénea en el Centro Histórico de Coyoacán, donde el espacio público condensa al-
gunos de los principales efectos de las transformaciones ocurridas en la ciudad de
México en el curso de la segunda mitad del siglo XX, pero sobre todo aquellas impul-
sadas en las últimas décadas. En estos años, los procesos sociales locales y globales
que marcan el inicio del siglo XXI, han actuado alterando la diferenciación socio-
espacial previa y las formas de identificación simbólica con los lugares. La relación
de este centro histórico con la ciudad de México ha definido tanto su condición de
espacio público patrimonial, social y cultural, como las modificaciones en la estruc-
tura social, en los usos públicos y privados, y en la imagen urbana. Esta relación de
identificación, de diferenciación y de oposición expresa la tensión entre la singulari-
dad del lugar histórico-tradicional asociada a modos de vida locales y, la experiencia
expansiva de la capital del país en su dimensión megalopolitana.

Una mirada al espacio público vivido en el Centro Histórico de Coyoacán

La escala micro-geográfica de este Centro Histórico contrasta con la intensidad de


las relaciones, usos y funciones que actualmente trasciende las fronteras locales y tiene
alcance regional y metropolitano. Los nuevos procesos se han territorializado transfor-
mando el orden urbano, los usos y prácticas sociales, así como los significados tradi-
cionalmente asignados al lugar. Los cambios ocurridos en el entorno construido y en la
vida social tienden a ser percibidos con inconformidad por los distintos actores que
toman parte en la vida local. Para los habitantes se ha debilitado el sentido del lugar
como extensión de lo son y saben ser. Consideran que las consecuencias de las transfor-
maciones ocurridas han tenido una influencia negativa en el paisaje urbano, en las
relaciones vecinales y en los vínculos con el lugar,

[…] yo nací aquí en 1954 fui aquí a la escuela aquí, entonces puedo darme cuenta del
deterioro del centro, se cerraron varias partes del parque se extendió, cosa que no estuvo
tan mal porque se quitó el paso a los coches, tiraron una cantidad de árboles y esos
jardines «de Versalles» que pusieron ahí en las plazas son totalmente falsos al carácter
original de Coyoacán, además, está muy sucio.3

Distintas percepciones reflejan incertidumbre y temor ante la pérdida de los refe-


rentes socio-espaciales que le han dado sentido a este espacio local en el curso del
tiempo, lo que ha derivado en expresiones de hostilidad hacia distintos actores que se
han incorporado como habitantes en la última década,

[…] vivo en la calle de Bruselas desde hace 23 años, y en ese transcurso he visto como
se han tirado pequeñas vecindades que le dan vida de barrio, que están los chavos
jugando afuera, las señoras platicando en la puerta y de esos se hacen casas grandes.
Las tienditas de la esquina se cierran se hace una oficina, todo esto debilita la persona-
lidad de barrio. Mi colonia es ahora una zona exclusiva, sale uno a la calle y no hay esta

2. Entre éstos, se encuentran el barrio de San Lucas, San Francisco, el Niño Jesús, el pueblo de Los Reyes y la
Candelaria, Santa Úrsula y San Francisco Culhuacán.
3. Entrevista a residente de la Colonia del Carmen, S.I., 2001.

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vida de barrio que había y esa exclusividad la promueven los nuevos coyoacaneses
porque les costó carísimo vivir aquí.4

Los fenómenos y tendencias que se viven en este lugar (compartidos con el Centro
Histórico de la ciudad de México y con las delegaciones centrales del Distrito Federal),
han transformado la estructura social urbana. Un primer fenómeno se expresa en la
tendencia al despoblamiento, al predominio de población residente adulta y femenina,
y a la disminución de población joven e infantil. En la década que abarca de 1990 a
2000 se registró una disminución de aproximadamente 20 % de habitantes en el perí-
metro histórico. Esta tendencia tiene que ver tanto con factores socio-económicos aso-
ciados a cambios en la estructura familiar y en las necesidades de vivienda, como con
las políticas urbanas que trazan los lineamientos para la organización y preservación
del espacio social. Un efecto directo de estos factores, es el debilitamiento de la voca-
ción habitacional que se expresa a través la disminución de viviendas y del espacio
destinado para habitar, que tiende a ser reemplazado por actividades comerciales y de
servicios. Para los habitantes estos cambios en el uso del suelo urbano asociados a la
manera «ilegal y antirreglamentaria» como se llevan a cabo, representan el problema
principal que altera la manera como se relacionan con el lugar y enfatiza las tendencias
al su deterioro como espacio patrimonial,

[…] el cambio de uso de suelo de habitacional a uso de oficinas o comercial que trae
como resultado el cambio general del todo uso dominante de la colonia y por tanto afec-
ta… las características que hacen que a uno le guste vivir en esta colonia… y bueno, la
inseguridad. 5

Esta situación, afirman, ha afectado en las relaciones vecinales, ya que éstas ya no


manifiestan vínculos muy estrechos, la gente se retrae en el hogar y en el trabajo, ade-
más ha propiciado que haya «vecinos que no tienen vecinos». Distintos habitantes
consideran que los cambios no previstos han modificado el sentido del lugar como
espacio habitable. En el discurso de residentes destaca por un lado la denuncia a las
«violaciones» en el uso de suelo, la inseguridad y, el fenómeno de la informalidad en los
lugares públicos:

El problema es el cambio de zona habitacional a zona turístico-comercial sin planeación.


La inseguridad —venta de drogas y robo de autos, el deterioro del entorno por el exceso
de comercio y oficinas.6

Por otro, la inconformidad frente a las tendencias predominantes y a la manera no


regulada como se desarrollan las actividades comerciales, es que la imagen y usos
actuales de los lugares públicos se contrapone a la visión difundida del Centro Históri-
co como espacio cultural:

El Centro de Coyoacán… no es un centro cultural, todo es comida y venta, no es cultural


eso es una falsedad. Las ciudades tienen que crecer, tienen que tener servicios, comer-
cios, pero reglamentados, no es posible que en el Centro de Coyoacán funcionen restau-

4. Ibíd., 2001.
5. Entrevista a residente miembro del Comité Vecinal de la Colonia del Carmen, A.V., 1999.
6. Entrevista a residente miembro de asociación de vecinos del Barrio de Sta. Catarina, G.G., 1998.

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rantes con sonidos altos y la venta informal, yo estoy de acuerdo que haya tianguis un
sábado, pero no sábado y domingo…7

Distintas visiones asocian la informalidad en las plazas públicas con problemas


de inseguridad, de insalubridad y con la situación de deterioro y masificación de los
lugares:

El principal problema es la inseguridad, la proliferación de ambulantaje que trae como


consecuencia suciedad, saturación de puestos que obstruyen las calles.8

En las voces de diferentes residentes se distingue el sentido de pérdida y la nostalgia


por una vida social y barrial que se transforma de manera acelerada alterando elemen-
tos tangibles y simbólicos que los vinculan con el lugar. En este sentido evocan el pasa-
do «para legitimar las intenciones preservadoras» (Safa 1998: 81), aludiendo a formas
de identificación y de diferenciación social que son «parte de un imaginario colectivo
que sirve para incluir y excluir» (ibíd.: 93). A través de este discurso los habitantes se
movilizan políticamente, participan en distintas organizaciones vecinales y demandan
a las instituciones locales el cumplimiento de sus responsabilidades públicas pero tam-
bién ponen en cuestión la capacidad de estas instancias para dar solución de manera
legal y legítima a los problemas comunes del orden social urbano.
Una segundo fenómeno es la recomposición significativa de la población por ni-
veles de ingreso. En la misma década (1990), se observa que la población ocupada
dedicada predominantemente a actividades terciarias (83 %) en su mayoría fuera de
la delegación, muestra —respecto a la década previa— una marcada tendencia a la
disminución de la proporción de grupos de los niveles más bajos de ingreso y
la tendencia al incremento en aquellos ubicados en los niveles medios y altos. Esta
situación no obedece a una distribución más equitativa del ingreso sino al cambio de
lugar de residencia de los grupos sociales en situación socio-económica desventajosa
o en condiciones de pobreza. Así, en 2000 cerca de la mitad de la población ocupada
(49 %) percibe ingresos que oscilan de menos de uno y hasta cinco salarios mínimos,
mientras la proporción restante (40 %), se ubica en niveles superiores a cinco sala-
rios mínimos.9 Las diferencias se expresan en el contraste entre el 25 % del total de la
población ocupada que percibe ingresos menores a dos salarios mínimos represen-
tando a los grupos más pobres, frente al 3 % que se ubica en los niveles superiores a
treinta salarios mínimos. Entre estos extremos se encuentran tanto sectores de bajos
ingresos, como aquellos de niveles medios, heterogéneos social y económicamente.
Estos últimos, si bien tienden a ampliarse, actualmente representan aproximada-
mente la tercera parte de la población.
La tendencia a la salida de habitantes tiene que ver por una parte con la búsque-
da de mejores condiciones de empleo, de vivienda, de bienestar y de calidad de
vida, impulsada sobre todo por aquellos habitantes para los que se ha vuelto incos-
teable conservar su lugar de residencia en este espacio local. Los fenómenos espe-

7. Ibíd., 2001.
8. Residente miembro de asociación vecinal del Barrio de la Concepción, 1998
9. En este 40 % se inscriben los grupos medios (22 %), medios-altos (11 %) y altos (7 %). El 9 % de la población
ocupada no especificó nivel de ingreso. Datos correspondientes al año 2000 obtenidos del procesamiento de cifras
obtenidas por AGEB a través del Sistema de Consulta para Análisis de Información (SCAI), INEGI, XII Censo Gene-
ral de Población y Vivienda, 2000.

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culativos conducidos por el mercado urbano inmobiliario de suelo y vivienda, han
enfatizado esta situación al elevar el valor del suelo y al orientar la oferta hacia
sectores medio-altos de la ciudad, que tienen interés en establecerse como residen-
tes, comerciantes e inversionistas. Por otra parte, esta tendencia tiene que ver con
las limitaciones impuestas a residentes por los instrumentos normativos (Progra-
mas Parciales) para subdividir o modificar su predio de manera regulada conser-
vando el uso habitacional (Greene y Hernández, 2003). En una perspectiva de los
habitantes se destaca que:

[…] la gente que ha vivido toda la vida aquí en la colonia, lo digo porque hay que hablar
con honestidad, que por ejemplo tienen casas muy grandes, no les permite la normatividad
subdividir. Hay algunas otras que están catalogadas por el INAH que ni siquiera se pue-
den demoler o hacerles alguna otra cosa. Son personas que quisieran poner no sé, un
café o quisieran poner algún negocillo para ayudarse pues no lo pueden poner, esto si tú
sigues los trámites que como gente decente, entonces hay algunas personas a las que
—la normatividad— les afecta económicamente.10

Esta situación ha contribuido a que una elevada proporción de viviendas incorpo-


ren el uso comercial o de oficinas de manera no regulada, sin respetar la normatividad
vigente y recurriendo a mecanismos asociados a formas de corrupción no erradicadas.
Los fenómenos mencionados actualmente rebasan los instrumentos formales de pla-
neación local y tienden a desplazar a antiguos residentes y comerciantes (pobres, me-
dios y a habitantes de viejas vecindades) introduciendo con esto cambios no previstos
en el uso de suelo y en la estructura social urbana (Ramírez, 2003). Considerando las
tendencias que se producen en el Centro Histórico de Coyoacán, se observa un doble
proceso que se ha enfatizado en la última década: como lugar expulsor de población y
como lugar de atracción de nuevos actores y grupos sociales que están interviniendo en
el redimensionamiento y resignificación del espacio local. La presencia de nuevos ac-
tores sociales es un tercer fenómeno que juega un papel activo en las transformaciones
del entorno local y de vida pública porque representa la incorporación de intereses,
demandas y preferencias distintas de aquellas de la sociedad local tradicional. Esto en
lo que se refiere a formas de identificación, diferenciación, de pertenencia al lugar,
oferta de consumo socio-cultural, relaciones de poder, entre otras. Los nuevos actores
son muy diferentes entre sí. De manera esquemática, un primer grupo está representa-
do por residentes de grupos medios y medio-altos que se han establecido en años re-
cientes atraídos por las características del lugar responden a la oferta del mercado
inmobiliario. Entre los «antiguos habitantes» hay quienes los denominan «nuevos co-
yoacanenses»:

[…] los nuevos coyoacanenses… son gente que viene a vivir a Coyoacán con la idea de
que este es un barrio especial, un barrio esnob… un lugar de escenografía, estático
donde no se moleste y no se perturbe donde si se pone una tiendita, donde se venden
refrescos es malo, porque eso afea la idea del Coyoacán glamoroso… los que hemos
vivido aquí no pensamos así de Coyoacán. Pensamos que es un barrio… con caracterís-
ticas muy especiales pero debe haber vida de barrio, tiendita en la esquina, panadería
en la esquina…11

10. Entrevista a residente miembro de organización vecinal, H.M, 1999.


11. Entrevista a residente, 2001.

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En un segundo grupo, se encuentran aquellos actores que sin ser habitantes inter-
vienen en la vida local y en la organización social del espacio a través del desarrollo de
actividades económicas: inmobiliarias, financieras, comerciales, culturales y de servi-
cios formales. En particular la presencia de nuevos comerciantes formales, con una
oferta diversificada que atrae a públicos distintos, ha colocado a los «antiguos» comer-
ciantes en una situación de vulnerabilidad que tiende a segregarlos:

En Coyoacán no han dejado que crezca armónicamente el comercio, la calidad de gente


ha bajado, circula mucha fayuca lo que ataca al comercio establecido, nadie fomenta a la
pequeña empresa, hay limitaciones fiscales… es un sistema fiscal diseñado para la eva-
sión. Los viejos negocios son los más atacados… se están retirando.12

Al hablar de las limitaciones impuestas al desarrollo de sus actividades se distingue


la asociación con la expansión y crecimiento desbordado del comercio formal e infor-
mal, de manera no regulada. Consideran que esta situación se ha enfatizado sobre todo
en la última década:

A partir de unos cinco años para acá es impresionante, sobre todo lo que son cafeterías y
comida rápida. El comercio informal… también, te venden de todo, zapatos, tatuajes,
etc. Se sabe, yo no tengo la prueba, de que circula droga, que todo mundo puede conse-
guir ahí, lo cual no he averiguado porque no me interesa…13

La informalidad expresa la presencia de un tercer grupo de actores sociales que


ocupan de forma irregular el espacio público de este Centro Histórico para actividades
comerciales. Este fenómeno se ha intensificado en la última década, pese a que se
manifiesta desde finales de los años setenta. Para los habitantes, la expansión comer-
cial y particularmente la informalidad en los espacios públicos representa un fenóme-
no intrusivo que altera la vida local y las relaciones vecinales:

Yo creo que el principal problema es el comercio informal, desde mi punto de vista es


excesivo... la invasión de las calles y plazas por ambulantes y lavacoches, de las casas por
oficinas y comercios, por ejemplo hay vecinos que ya no tienen vecinos son oficinas.
Todo el conjunto de problemas, si te fijas, casi todo esta vinculado con el uso de suelo... la
calle no debe ser utilizada por nadie.14

La expansión comercial formal e informal está asociada a la incorporación de un


cuarto grupo de actores representado por los usuarios y consumidores que usan el
espacio público y los lugares público-privados. Frente a esta situación, el espacio
público se ha transformado para los habitantes en un lugar ajeno, invadido por gru-
pos que ni pertenecen ni aprecian los atributos del lugar. Respecto a las plazas públi-
cas expresan una visión crítica de los problemas, pero tienen una participación limi-
tada en lo que se refiere a las formas de uso así como en las decisiones y políticas
relativas a su organización. Al ser lugares donde confluyen prácticas y actores que no
son de la comunidad local, «les pertenecen y no les pertenecen» (Safa, 1998: 168).
Por esto, tienden tanto a replegarse y a segregarse frente a la presencia grupos socia-

12. Entrevista a comerciante-restaurantero, miembro de asociaciones de comerciantes: ACCH y CANIRAC, 1998.


13. Entrevista a comerciante, E.S., 2001.
14. Entrevista a residente miembro de asociación vecinal, Colonia del Carmen 2000.

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les diferentes, como a manifestar su inconformidad ante las autoridades cuando ocu-
rren eventos que los afectan de manera directa. La crítica e inconformidad de los
habitantes hacia los usos públicos se asocia con la manera descontrolada en que
estos usos sociales se llevan a cabo, con los cambios en la morfología social y con el
fenómeno de masificación.
Para estos actores, el predominio de funciones comerciales que atrae a numerosos
visitantes, tiende a desplazar los usos que tradicionalmente han vinculado a los resi-
dentes con lugares donde habitan. En esta situación que expresa por una parte el recla-
mo legítimo en favor de una mejor calidad de vida y de los lugares públicos, se ponen
en juego tanto perspectivas «localistas» y segregacionistas que rechazan los cambios y
la participación de actores diferentes por considerarlos predominantemente negativos
a la vida local; como aquellas que reconocen los usos sociales contemporáneos pero
que demandan formas reglamentadas en el uso, apropiación y organización del espa-
cio. Por otra, refleja el debilitamiento de la confianza en las instituciones locales de la
delegación y de la ciudad, lo que pone en cuestión la eficacia tanto de las autoridades
como de las políticas urbanas para responder a los dilemas que plantea el orden social
urbano en el espacio local y en el espacio público.
En contraste con los residentes, para los comerciantes formales el espacio público
no les es ajeno, representa intereses y vínculos directos con su vida laboral que sienten
vulnerada. Para ellos, la informalidad genera tanto problemas urbanos de saturación y
circulación peatonal sobre todo los fines de semana, así como competencia «desleal»
para sus actividades, porque ofrecen artículos «más baratos», sin los costos y condicio-
namientos fiscales a los que deben responder los primeros:

Afecta los fines de semana porque no se puede circular… la gente en lugar de venir al
comercio establecido se van allá por la novedad de que ahí están y pueden encontrar
cosas más baratas porque no pagan impuestos...15

En el discurso de estos actores el fenómeno de la informalidad es un problema


central en las plazas públicas, haciendo la distinción entre los artesanos y los comer-
ciantes que venden productos no artesanales y de todo tipo:

Supuestamente el área de la «placita» de aquí del centro de Coyoacán era para artesanos,
pero desafortunadamente no nada más son artesanos, hay otro tipo de negocios y la
verdad es una cosa horrible venir el sábado y domingo y no poder caminar… Yo no
tendría problema porque estuvieran en la plaza los reales artesanos como era antes,
porque es bonito ver la artesanía, pero yo insisto, no es posible que eso haya crecido
tanto… tú no puedes convivir bien con alguien, si está esto de una forma que no puedes
caminar…16

Si bien hay posiciones que reconocen que tienden a resolverse problemas apre-
miantes como la seguridad y los servicios, perciben escasos cambios en el mejoramien-
to de la calidad del Centro Histórico. Esta visión que comparten con los habitantes ha
derivado por una parte en demandas que plantean respetar a los comercios existentes
y limitar la expansión del comercio formal e informal. Por otra, en posiciones que
plantean la erradicación de la informalidad:

15. Entrevista a comerciante, miembro de asociación, 2001.


16. Ibíd., 2001.

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¿Qué solución le puedo dar? Simple y sencillamente que no estén ahí, así de fácil, para
poder convivir bien y que todos los que vengan estén a gusto. Un domingo vine con unos
familiares que a fuerzas querían venir a Coyoacán, no podías caminar, es un verdadera
locura, porque se ponen en los pasillos y además deterioran las jardineras.17

Para residentes, comerciantes establecidos e instituciones locales, la informalidad


representa la presencia de actores que contribuyen a enfatizar los problemas de dete-
rioro de los espacios públicos, asociados a las formas de uso y de apropiación que
distinguen a estos lugares. Esta situación ha influido en las autoridades quienes han
establecido compromisos de reordenamiento del comercio informal, lo que al ser tema
de conocimiento público, ha generado preocupación y reacciones defensivas en todos
los comerciantes informales. Los cambios que se producen en la morfología social y
urbana en este lugar central expresan la manera como actúan los procesos y actores
sociales e institucionales en el entorno construido local y en los espacios públicos re-
presentados por las plazas centrales. Es significativo mencionar que en la última déca-
da se incrementaron los cambios y los conflictos en las formas de uso y apropiación del
espacio público y privado, y se enfatizaron algunos de los principales problemas urba-
nos (Álvarez, 2003 y Ramírez, 2003). En esta situación, la disputa por el espacio y por
el control del suelo urbano, caracteriza a las relaciones entre distintos actores que
participan en la vida pública.

La plaza pública, imagen plural de una sociedad fragmentada

En la ciudad de México históricamente las plazas han sido escenarios abiertos y


representaciones socio-urbanísticas donde se movilizan diversas interacciones so-
ciales, políticas y culturales, y donde circulan significados inscritos en formas de
vida pública que se desarrollan en la ciudad. Esta diversidad de relaciones e inter-
cambios ha estado tradicionalmente asociada a actividades comerciales que han in-
fluido en el desarrollo de conceptos arquitectónicos concretados en lugares que
vinculan usos públicos, privados y sociales: el café, el pasaje peatonal, los tianguis,
los mercados y las plazas mercado frente a las iglesias. En el Centro Histórico de
Coyoacán, las plazas Hidalgo y Centenario evocan el sentido de lo público en un
espacio local que se ha transformado para la ciudad. En éste, las plazas centrales son
lugares públicos de reunión donde se llevan a cabo actividades urbanas públicas,
privadas y sociales dirigidas a comunidades locales y metropolitanas. Localizadas en
la Villa Coyoacán, que representa el centro político, social y cultural más importante
en la delegación, estas plazas condensan las transformaciones ocurridas en el orden
urbano local, lo que se expresa en la concentración indiscriminada de funciones co-
merciales y de servicios formales e informales, en las prácticas del espacio asociadas
a formas de uso y consumo masivo, y en la heterogeneidad social de usuarios y con-
sumidores (Ramírez, 2003).

17. Ibíd., 2001.

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La Plaza Hidalgo es sede de actividades cívicas, religiosas, socio-políticas y cultura-
les que le imprimen importancia simbólica para la ciudadanía.18 Es escenario de even-
tos y espectáculos de escala y calidad distinta, que constituyen una oferta socio-cultu-
ral diversa que se ha intensificado a partir de la década de los años noventa. En ésta,
han intervenido corporaciones televisivas (Televisa y TV Azteca), instancias del gobier-
no central y delegacional, partidos políticos y organizaciones no gubernamentales.
También, grupos independientes que usan la plaza para actividades artísticas de los
que obtienen ingresos producto de las aportaciones voluntarias de los públicos espec-
tadores. Entre éstos, se distinguen aquellos que desde finales de los años setenta intro-
dujeron la pantomima a la oferta cultural de la plaza. El inicio y posterior expansión de
estas actividades se inscribe en los cambios en la vida pública de la ciudad asociados a
la reproducción de actividades que se originaron en el núcleo central —la Zona Rosa y
La Alameda—, hacia lugares como el Centro Histórico de Coyoacán, que se han cons-
tituido en centralidades urbanas en la metrópoli. Las voces de estos actores muestran
la relación de identificación y apego que han establecido con la calle y la plaza como
lugares donde construyeron opciones independiente de trabajo y modo de vida en un
contexto de crisis en el gremio al que pertenecían:

Empecé a trabajar en esta plaza desde 1978, a raíz de un movimiento sindical que hubo
entre la Anda y el SAI… entonces como una mera necesidad de crear fuentes de trabajo,
a mí se me ocurrió que la calle podría funcionar, yo soy un actor profesional y, pues me
fui a hacer pantomima… resultó todo un éxito… estuve en la Zona Rosa casi ocho años y
aquí llevo más de veinte…19

18. En ésta se ubican el edificio Casa de Cortés, sede de los poderes político-administrativos de la delegación, y
el Templo y Ex Convento de San Juan Bautista, donde se desarrollan actividades de carácter ritual. Las dos repre-
sentaciones monumentales introducen formas de sociabilidad que convocan a comunidades locales, de la delega-
ción y de la ciudad.
19. Entrevista a Gogó, 2002.

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Durante los años ochenta se fueron incorporando al escenario de la plaza Hidalgo
otros mimos que empezaron a compartir el lugar y a ser espectadores activos de las
transformaciones en la vida pública de las plazas centrales:

En Coyoacán llevo catorce años... Bueno, me tocó ver cómo se ha volcado la masa aquí en
Coyoacán… los sábados no venían a trabajar mis compañeros, porque no había gente, y la
gente que veías pasear eran los vecinos de Coyoacán. Por lo tanto veías a gente famosa
aquí... El Parnaso con su tendencia intelectual; veías a los intelectuales de café haciendo
la revolución desde el café, como dicen. Sí, me tocó una plaza típica de domingo, a la que
venía gente de los barrios de alrededor a placear…20

La Plaza Hidalgo representó para estos actores un lugar para desarrollar y difundir
un espectáculo artístico interactivo con un público selectivo. El cambio, además de
incrementar los recursos que obtenían, significó alejarse de las disputas violentas por
el uso del espacio en otros lugares públicos de la ciudad:
Hasta que por una bronca, un pleito de golpes, pues uno de mis compañeros de aquí de la
plaza Moisés, me dice «vámonos a Coyoacán» y le digo «órale». La primera vez que llego
me gano un super billete; yo así, fascinado llego a mi casa y digo «no, pues ya tengo otra
plaza», y desde ahí ya jamás regresé a trabajar a La Alameda, jamás regresé… Yo ya sabía
de Coyoacán, que estaban los mejores y que no sé qué, gente experimentada... trabajando
sólo había otros tres... Gogó que fue uno de los mejores mimos de la Zona Rosa en la calle,
y... estaba Pactú, Gabriel, después Moisés y yo, nada más… hasta el 91...21

Para estos actores el lugar que ocupan en la plaza es un espacio propio que repre-
senta es la extensión y reconocimiento de lo que son. Frente a las transformaciones
ocurridas en la última década se distingue por un lado, la crítica a la masificación que
asocian con el crecimiento excesivo del comercio informal, refiriéndose a este fenóme-
no como «violencia visual»:

No violento, pero... violento de manera visual: de repente ves tanta gente, tantos puestos.
O sea, ¿qué tiene que hacer en una plaza pública un puesto de ropa para perros?22

Por otro, la defensa y la disputa por el lugar de trabajo, frente a otros grupos que
consideran intrusivos en lo que consideran el «espacio que hemos conquistado,
que hemos ganado».23 Así, defienden el lugar de otros mimos que pueden provocar la
«alamedización» del Centro Histórico de Coyoacán,

[...] o sea, lo que menos queremos es que se «alamedice» Coyoacán… que llegue toda la
banda de mimos que quieren trabajar en Coyoacán, pero están chupando, ahí en su
mochila, están metiéndose cosas... se queman, ¿no?24

También, frente a la policía, a quienes consideran intimidatorios:

[…] Ha habido veces en que no te dejan trabajar, te intimidan: una vez nos pusieron una
patrulla, y no la quitaban, no la quitaban, hasta que la gente comenzó a mover la patrulla.

20. Entrevista a Ramón, 2001.


21. Ibíd., 2001.
22. Ibíd., 2001.
23. Ibíd., 2002.
24. Ibíd., 2001.

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Sí, fue la masa. Y de repente llega el poli y dice: «no la muevan porque me la van a
descomponer». «Pues quítela, o sea, todavía que nos niegan… el poder tener para comer,
nos niegan una diversión que no les cuesta a ustedes, que les hace un favor a ustedes». Y
se fue la patrulla…25

Defienden el lugar que asumen propio, del uso que hacen las compañías televisivas
quienes partir del pago de un permiso imponen el poder de su presencia en esta plaza
pública:

Eso fue justo cuando empezó todo el rollo de masividad aquí en Coyoacán, por el ochen-
ta y nueve, noventa… llegó uno de estos programas de Televisa que se llaman «Mi ba-
rrio»; avisaron en televisión que iba a haber el programa… en vivo y en una plaza, y se
puso... La capacidad de convocatoria que tienen es tremenda. Entonces un día llegamos
y nuestro lugar de trabajo era el estacionamiento de los camiones de Televisa. Y Tv Azte-
ca hace lo mismo. Llegan y les vale madres, porque pagan un permiso, pagaron un precio
para poder utilizar la plaza... La última vez yo me aventé un tiro con un tipo, al que le
digo: «oye, ¿sabes qué?, ¿por qué no te haces un poquito para adelante esta camioneta,
trabajamos todos felices y contentos…26

Estos actores responsabilizan a las autoridades locales de la masificación del Cen-


tro Histórico en las últimas décadas, mostrando escepticismo ante los cambios de ad-
ministración:

Con las delegaciones siempre hemos tenido problemas… quieren regular, pero el mal que le
han hecho a Coyoacán… todas las autoridades que han pasado desde que yo estoy, es meter
más puestos y más puestos y más puestos, y ahorita es un muladar Coyoacán. Te venden de
todo… porque llega gente a vender, y la obligación de un inspector de la vía pública —y digo,
no son declaraciones que me de miedo decir, siempre se los hemos dicho— es de decir
«orden, aquí no hay nada, es peatonal». Entonces llega el corrupto, le da una lana, y el co-
rrupto la acepta. Es el juego y es irreversible… Sí: «ahorita le caigo con una lana»… [ibíd.].

En los últimos años, estos actores comenzaron a buscar formas de comunicación y


de negociación con las autoridades. Se asociaron de manera informal como «Artistas a
Cielo Abierto» constituyéndose posteriormente como organización civil (2002) inte-
grada por actores, músicos y mimos que presentan espectáculos en las dos plazas. Ésta
se manifiesta en defensa y reivindicación del derecho al uso público de la ciudad, legi-
timado socialmente por los espectadores y cuestionando la baja calidad de los espec-
táculos que se ofrecen al público:

[…] ya creamos una coordinadora Artistas a Cielo Abierto para defendernos más; a pesar
que nos digan que somos unos caciques, que esto, que el otro... pero la verdad es que en
Coyoacán... bueno, el cincuenta por ciento de los espectáculos son de buena calidad...
Hay cosas que se dan bien acá… 27

Pero esta organización se escindió, quedando fuera de ésta grupos que presentan
espectáculos en la Plaza Centenario y que generan formas de sociabilidad con las que los
primeros no están de acuerdo, y que han generado inconformidad en la sociedad local:

25. Ibíd., 2001.


26. Entrevista a Ramón, 2001.
27. Ibíd., 2001.

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Hubo escisión…no estamos de acuerdo en que haya rock, a mí me gusta, pero genera
mucha banda, drogadicción… —además— las emborrachadurías provocan que se escu-
chen los tambores al fragor del alcohol… 28

Para estos actores las transformaciones en los usos y prácticas de las plazas ha
ocurrido de manera simultánea a los cambios de espectadores. Frente a esto, destacan
que si bien básicamente la relación con el espectador continúa definiéndola como
«accidental e interactiva», afirman que «el público ya no es tan exigente, tampoco muy
culto».29 Para ellos el lugar ha perdido los atributos que inicialmente los motivaron a
incorporarse a la vida social y cultural.

Plaza Hidalgo

28. Entrevista realizada a Gogó, 2002.


29. Cita de entrevista realizada a Gogó, 2002.

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En contraste con la Plaza Hidalgo, la Plaza Centenario es la sede principal de con-
centración del comercio informal y formal que ocupa de manera no regulada el espa-
cio público. En el primer caso, a través una sucesión densa de puestos de venta directa
al público, establecidos en todas las rutas peatonales. En el segundo, mediante exten-
siones y «terrazas» que, en las mismas rutas, agregan espacio abierto a librerías, bares,
cafeterías y restaurantes. En contraste con la plaza Hidalgo, esta plaza ha sido la recep-
tora de mayores transformaciones en su imagen, funciones y significados, asociado a
la disminución de residentes y de usos habitacionales que han cedido espacio a usos
comerciales, de servicios y de oficinas; lo que ha introducido a su vez, funciones dife-
rentes que convocan a públicos más amplios. La consolidación de esta plaza como
lugar de reunión y de encuentro, la ha transformado en lugar atractivo tanto para el
desarrollo de la informalidad como para la concentración de usuarios y consumidores
de la ciudad que buscan, responden y legitiman socialmente la oferta comercial, de
consumo y de entretenimiento.

Plaza Centenario

Distintas realidades urbanas se hacen visibles en estas plazas públicas que convo-
can con su oferta comercial, socio-cultural y de servicios, a grupos medios y a sectores
populares de la ciudad. Estos lugares comunes son elementos activos en el desarrollo
de formas de vida pública que expresan, encuentro y separación de identidades distin-
tas: clases, etnias, género, culturas, sub-culturas, familia y religión. Un elemento co-
mún que las cruza es el uso del espacio como un recurso en disputa que por su centra-
lidad se vuelve estratégico para que distintos actores luchen por el control para llevar a
cabo prácticas sociales y económicas. Éstas expresan demandas y necesidades de los
habitantes de la ciudad de lugares públicos abiertos, proveedores de alternativas de

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entretenimiento, de cultura y consumo. Pero también, la búsqueda de opciones de
inversiones rentables y de formas de trabajo formal e informal. La diversidad y la
heterogeneidad de usos y significados, si bien ha ampliado la vida pública, refleja de
manera conflictiva la falta de equilibrio entre los usos públicos y privados, entre distin-
tas necesidades, intereses e identidades.

Las formas de apropiación de estos lugares se reproducen en las principales calles


que los rodean y se encuentran articuladas a usos sociales y formas de consumo diur-
no, vespertino y nocturno que tienen una amplia convocatoria en jóvenes y adultos de
distintos sectores sociales. El predominio de actividades comerciales que promueven
objetos de distinto tipo y diversos en su forma de producción y origen, ha restringido al
mínimo el espacio de la plaza y la calle para uso peatonal. La calle, lugar de paso, de
paseo y de encuentro se ha convertido en lugar de movilidad y estacionamiento

de automóviles. La simultaneidad de actividades públicas y privadas con sesgo comer-


cial asociado a la oferta de consumo —en las plazas y en bares, cafés, restaurantes,
entre otros—, contribuye a la masificación del espacio público sobre todo durante los
fines de semana y días festivos. Pero esta masificación se expresa en el espacio público
de manera segmentada, de acuerdo a la capacidad de consumo, a los códigos y a los
intereses compartidos por los diferentes grupos sociales que se reúnen o transitan con
sus afines y escasamente interactúan con los otros.

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En estas plazas públicas circulan flujos de significados y de personas que son espec-
tadores, consumidores y distribuidores de productos, imágenes, sonidos y símbolos
diversos. En los establecimientos comerciales privados y en los lugares públicos donde
se desarrolla la informalidad, se consumen y se venden objetos tanto artesanales pro-
ducidos en pequeños talleres, como aquellos articulados formal o informalmente a
cadenas productivas y comerciales regionales y mundiales. Pero esta articulación flexi-
ble es más periférica y subalterna que central y hegemónica. Esta condición es la con-
traparte de aquellos escenarios de la globalización (centros comerciales, corporativos
multifuncionales, desarrollos residenciales), conectados al exterior a través de redes
electrónicas y flujos emblemáticos que expresan formas de articulación directa y com-
plementaria con el mundo global a través de imágenes, del diseño, de inversión y flujos
de capital, de la organización del comercio y del consumo y, de las prácticas y activida-
des de los usuarios. En contraste, estas plazas públicas revelan esa otra imagen de la
globalización como experiencia cotidiana en lugares funcionalmente innecesarios para
las actividades hegemónicas vinculadas a las tecnologías de la información, de la co-
municación y de la generación de conocimiento.
La informalidad en estos lugares es uno de los fenómenos más problemáticos y
quizá también de los más representativos de los procesos urbanos cruzados por el eje
local-global. Inscrito en el proceso de terciarización económica y de flexibilización labo-
ral de las últimas décadas, la presencia de los distintos actores de la informalidad en el
Centro Histórico de Coyoacán es resultado de la expansión y desbordamiento de activi-
dades comerciales y de servicios no reguladas en la ciudad de México. En la vida local,
por una parte representa el uso y la apropiación del espacio público de manera irregular
y alegal asociadas a formas de trabajo y sobrevivencia. Por otra, porque representa la
presencia de actores diferentes social y culturalmente que no habitan en el lugar, que
ocupan una posición marginal en la ciudad formal y, que introducen en la vida pública
diversas prácticas y significados asociados a actividades comerciales y de consumo
masivo. La informalidad en los espacios públicos está representada por grupos sociales
heterogéneos que desarrollan actividades por cuenta propia en los lugares públicos y
que provienen de sectores populares, de sectores medio-bajos y medios. Entre éstos, se
encuentran artesanos y comerciantes de artesanías así como aquellos que venden pro-
ductos no artesanales. Un elemento común que distingue a los actores de la informa-
lidad en el proceso de apropiación irregular de los lugares públicos, es la defensa al
derecho al trabajo para lo cual han constituido diversas organizaciones sociales.30 En
este proceso establecen relaciones de negociación, de cooperación y de conflicto entre
ellos y con autoridades e instituciones con el propósito de obtener, a través de mecanis-
mos —formales e informales—, tolerancia y autorización para el desarrollo de sus acti-
vidades.31 Los testimonios de comerciantes informales que producen o revenden obje-
tos que denominan «artesanías urbanas» enfatizan la orientación socio-cultural y
económica de sus actividades y conciben su presencia en el espacio público como una
elección de modo de vida alternativo vinculada a la forma de trabajo que desarrollan:

30. Los artesanos y comerciantes —de acuerdo con cifras oficiales—, ascienden actualmente a 517 personas
aproximadamente que obtienen recursos de las actividades que realizan en estos lugares. Estos representan cerca del
14 % del total en la delegación y se concentran principalmente en la Plaza Centenario, aunque recientemente se
observa la proliferación de puestos en la Plaza Hidalgo. Distribuidos en puestos semifijos, atendidos por una o más
personas —dueños, familiares y/o empleados—, estos actores en su mayoría se encuentran agrupados en veintiún
organizaciones civiles.
31. Información proporcionada por la Delegación Coyoacán, 2002.

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Luchamos por la elevación del nivel social, cultural y económico del artesano así como
de promover la unión de todos los artesanos… somos gente que ha optado por esta forma
de vida y de trabajo… que combina la venta de productos artesanales y productos de
apoyo, es decir, de reventa.32

Para estos actores las plazas son «lugares recreativos donde la gente tiene acceso
sin costo alguno» y algunos consideran positiva la transformación de este lugar en
centro turístico y en lo que definen como espacio «de esparcimiento y atracción para
miles de familias nacionales y extranjeras». Sin embargo, al representarse como arte-
sanos y promotores de artesanías, se distinguen de los otros actores de la informalidad,
tanto de los «ambulantes», denominación que consideran despectiva hacia ellos, como
de la «nueva informalidad» frente al cual asumen una posición crítica. Al hablar de las
transformaciones de estos lugares públicos, destacan la «invasión» sistemática de «nue-
vos comerciantes informales», la corrupción de inspectores en vía pública, la elevada
afluencia de visitantes que asocian con el deterioro de las plazas, la «penetración de
giros ajenos a lo artesanal» y, en el caso de la Plaza Hidalgo, la constante «instalación
de ferias y romerías». Al diferenciarse de otros actores y defender su posición, argu-
mentan que la introducción de bares «disfrazados de restaurantes» con fines lucrati-
vos, está asociada a los problemas de inseguridad y violencia, de alcoholismo y droga-
dicción en los jóvenes que asisten a las plazas en fines de semana. Consideran que estos
cambios son negativos y que han sido fomentados por las autoridades.33 Reconocen
que la proliferación de comercio formal e informal es un problema que afecta a vecinos
y usuarios particularmente en la Plaza Centenario. Pero afirman que son los comer-
ciantes establecidos, quienes restringen el uso peatonal además de que «pagan muy
poco» por el espacio abierto que ocupan.34 En el discurso de estos actores en torno a los
problemas del Centro Histórico, se distingue la construcción de una visión sustentada
en la crítica hacia los intereses y acciones de los gobiernos previos a quienes reclaman
la ausencia de proyectos socialmente incluyentes. Entre estos grupos organizados al-
gunos han adquirido una posición dominante en el espacio público, sustentados en
distintos antecedentes de acuerdos formales e informales con autoridades e instancias
locales. Esto no obstante que, en muchos casos, ya no son necesariamente los que
llegaron originalmente, ni predomina en sus actividades la promoción de la tradición
artesanal como productores directos.
En contraste con esta posición, está aquella representada por algunos grupos de
«nuevos comerciantes informales» que se establecieron en el curso de la segunda mi-
tad de los noventa. Destaca entre éstos, la perspectiva de los jóvenes que no se definen
como artesanos, afirman no pertenecer a organizaciones de perfil partidista sino a
agrupaciones independientes y reconocen tener actividades comerciales en otros luga-
res de la ciudad:

[…] es que nosotros no somos ni queremos ser artesanos o sea, es un generación aparte,
con problemas aparte y la nuestra es otra cosa... casi todos o ya compran las cosas o
venden cualquier cosa... y ya más de uno también vende ropa.35

32. Entrevistas a comerciantes miembros de UNAI, 1998 y 2002.


33. Entrevistas a Expositores de Artesanías y Alimentos Tradicionales de Coyoacán A.C. EAATC, 1998; Alianza de
Organizaciones Sociales, AOS; y UNAI, 1998.
34. Con base en entrevistas realizadas a miembros de la UNAI, 1998 y 2002.
35. Entrevista a jóvenes dedicados al comercio informal, Sociedad Cooperativa de Comercio y Cultura Indepen-
diente, «Cutch Cuil» 2001.

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Estos grupos se han ubicado principalmente en puntos periféricos de la Plaza Cen-
tenario exponiendo las mercancías en el suelo, principalmente en la noche y todos los
días de la semana. Se encuentran en condiciones desventajosas frente a los primeros y,
de mayor vulnerabilidad frente a las instituciones. De aquí que en defensa de su posi-
ción destaquen que los grupos de comerciantes organizados dominan los lugares cen-
trales en la plaza, mantienen vínculos con partidos políticos y relaciones de negocia-
ción con las autoridades locales.

La diferencia que hay con las personas... que tienen su lugar en las plazas [es que] ya
tienen muchísimo tiempo trabajando aquí en Coyoacán, con organizaciones que perte-
necen a diferentes partidos... la Plaza Centenario está dividida en los tres partidos más
fuertes PRI, PRD y PAN que se reparten los espacios... nosotros que somos una organiza-
ción independiente pues, a la goma...36

Los testimonios de estos actores reflejan la existencia de relaciones de hostilidad y


conflicto en las relaciones con los otros grupos organizados que ocupan los lugares
públicos. La condición social de estos grupos está deslegitimada frente a los otros co-
merciantes informales con quienes se disputan el uso del espacio público. Particular-
mente en estos actores destaca la defensa del uso del espacio para actividades de com-
pra-venta, como un derecho no reconocido:

[...] dice la delegación que los vecinos y visitantes no nos quieren aquí porque alteramos
el orden... pero la gente viene a comprar... entonces como que es así como un pretexto y
una mentira... la burguesía de Coyoacán cree que el Jardín Centenario es para su esparci-
miento particular, ¿no?... no están enterados de que es una plaza pública... al principio
nos decían que porque no éramos artesanos, que porque no creábamos, y nos la hacían
así cansada…37

En esta perspectiva, que enfatiza las diferencias socio-económicas existentes entre los
residentes y los comerciantes jóvenes, se distingue el reclamo hacia las autoridades por no
atender sus demandas y hostilidad hacia los primeros por considerar que juegan un papel
relevante en las decisiones públicas. Destacan que la posición de las instancias locales es
de apoyo a los derechos de los residentes, mientras que desconocen los que les correspon-
den a ellos, que están asociados a la búsqueda de formas alternativas de trabajo.

[…] la delegación dice: tú aquí tendrás 10 años pero los vecinos pagan predio, luz y agua y
tienen su casa antes de que tú llegaras. Y, eso es un pendejismo porque todos tenemos
derecho a trabajar y a ocupar los espacios de nuestro país no estamos afectando a nadie.38

La tolerancia relativa de las autoridades locales hacia estos grupos se suspendió a


finales de los noventa. Se les demandó la desocupación de los lugares impulsando
acciones tendientes a su erradicación. Estos grupos han sido asociados con el consu-
mo de bebidas alcohólicas así como con el consumo y venta de drogas en la Plaza
Centenario, lo que ha generado inconformidad y temor en la sociedad local, el incre-
mento de la vigilancia e incluso la realización de operativos.

36. Ibíd., 2001.


37. Ibíd.
38. Ibíd.

124

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[…] los operativos es como el zapato que viene a matar a las cucarachas y todas tienen
que correr, así es como nos ve la gente adinerada de Coyoacán... no tienen problemas
económicos... nosotros somos los que padecemos… no hay oportunidades, te quieres ir a
trabajar, a vender honradamente unas chacharitas ahí y la sociedad no te lo permite...
hay que aclarar que a nadie le gusta que lo humillen, lo corran y que te traigan a la policía
para que te quiten de aquí o sea, si venimos aquí no es por berrinche ni por gusto, es por
necesidad...39

Frente a esto, en el discurso defensivo de estos actores que han encontrado en el


comercio informal alternativas de trabajo y de sobrevivencia, se observa el énfasis en
su condición social desventajosa que asociado al hecho de «ser jóvenes», los hace sos-
pechosos de estar vinculados a actividades ilegales. No obstante que reconocen que
éste es un fenómeno presente en la Plaza Centenario, afirman que se les trata como
delincuentes y no lo son:

[...] dicen que aquí es donde se distribuye droga donde se consume y que nosotros somos
los que incitamos a los visitantes a que lo hagan, en los espacios que ocupamos, pero... los
vendedores de droga vienen y se sientan en las bancas y andan distribuyendo por todas
partes... todo es sobre los comerciantes, porque ellos son los jóvenes, ellos son los que
andan vestidos raros, los que traen el pelo pintado, los que se visten de extraña manera
entonces ellos son los que venden y distribuyen...40

Las prácticas sociales de estos actores están inscritas en redes sociales informales
con las que mantienen relaciones de identificación, de pertenencia y de cooperación. A
través de éstas, construyen estrategias de sobrevivencia que contribuyen a la reproduc-
ción social de su condición marginal frente a las alternativas escasas o inexistentes
para modificar sus trayectorias de vida. La condición social, económica y cultural de
estos jóvenes, enfatiza las tendencias a su exclusión de la sociedad local pero también
de los actores de la informalidad, no obstante que éste es el mundo social en el que se
inscriben. Esta situación los hace proclives a vincularse a actividades ilegales y a redes
sociales negativas. Por una parte, expresa formas de disolución social inscritas en con-
textos sociales y locales distintos al del Centro Histórico, dentro y fuera de la delega-
ción Coyoacán. Pero, al reproducirse en estos espacios públicos centrales hacen visi-
bles algunos de los fenómenos de segregación y fragmentación social que caracterizan
a la sociedad urbana. Por otra, esta situación que no es exclusiva de este Centro Histó-
rico ni de la delegación, sino de la ciudad, plantea a las instituciones y a la sociedad
desafíos asociados a la necesidad de políticas sociales y culturales orientadas a la crea-
ción de espacios de inclusión que generen oportunidades de trabajo y empleo, y alter-
nativas a las inquietudes, demandas y necesidades de estos actores sociales.

Algunas reflexiones finales

En la ciudad de lugares que enmarca los aspectos tratados en este artículo, el espa-
cio público es el escenario de convergencia de experiencias y significados múltiples.
Esto lo constituye como un lugar privilegiado para acercar la mirada a la vida social,

39. Ibíd.
40. Ibíd.

125

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política y cultural que fluye y se despliega afuera de la dimensión privada de la expe-
riencia individual y colectiva. En la ciudad de México el espacio de lugares representa
la micro-geográfica social y cultural de procesos y relaciones, que desbordan las fron-
teras locales y que se enlazan de manera muy diversa con el mundo global. En el uni-
verso urbano de esta mega-ciudad, el Centro Histórico de Coyoacán simboliza la ten-
sión entre lo local y lo global. Esta tensión se expresa en los cambios en usos y actividades,
en los nuevos fenómenos de segregación urbana, así como a través de la diversidad de
formas de identificación y de diferenciación que en el espacio público vivido unen o
separan a distintos grupos sociales. Estos procesos que aluden a la condición de globa-
lidad como «pluralidad sin unidad» y de globalización como «experiencia cotidiana»
(Beck, 1998) hacen que este lugar histórico sea representativo del redimensionamiento
y de la resignificación del espacio público en la ciudad de México. En las plazas públi-
cas los procesos y fenómenos mencionados permean el entramado de relaciones socio-
culturales que definen la experiencia urbana. En estos lugares la evidente ampliación
de lo público está asociada a la marcada tendencia a la comercialización y a la privati-
zación, y converge con fenómenos de deterioro del entorno urbano, de masificación y
de inseguridad que afectan la calidad de vida de todos. Si el espacio público se ha
transformado en un lugar de movimiento de personas y de automóviles, asociado al
predominio del comercio y del consumo, ¿puede tener algún significado independien-
te de estas funciones?
Las prácticas, estrategias y acciones que se territorializan en este Centro Histórico
contribuyen a la reproducción de la vida social y en el espacio público movilizan intere-
ses, códigos, valores y significados distintos e incluso antagónicos. Estos aspectos ac-
tualmente reflejan tanto el desequilibrio entre usos públicos y privados, como la diver-
sidad, la diferencia y la desigualdad que distingue a la sociedad urbana. También, reflejan
las limitaciones y posibilidades de cambios significativos que puedan contrarrestar los
efectos desintegradores provocados por las formas segmentadas de articulación local
al mundo global. La vida pública reúne expresiones plurales vinculadas a la cultura del
consumo, del entretenimiento y del espectáculo para públicos distintos y masivos. La
subordinación del espacio público a actividades comerciales tiende a convertirlo en un
medio para que grupos diferentes asistan y se reúnan con el propósito de mirar, pasear
y consumir. En esta reunión de diferentes, extraños entre sí, que define a la vida pública
local, se distinguen relaciones de sociabilidad, de conflicto y de poder que expresan la
afirmación y defensa de identidades así como formas deficitarias de ciudadanía. Éstas,
en muchos casos, se encuentran asociadas a necesidades y demandas legítimas en fa-
vor de la reivindicación de derechos sociales de habitantes, comerciantes y usuarios.
Destaca aquí tanto la defensa del derecho al uso público de los lugares comunes como
del derecho al trabajo y a ocupar un lugar en el mundo de flexibilidad e incertidumbre
laboral tanto en este Centro Histórico como en la ciudad.
La pluralidad de la vida pública en este Centro Histórico, está atravesada por la
disputa por el espacio, que revela la existencia de conflictos de intereses particulares
entre distintos actores y entre grupos hegemónicos. Destaca por una parte, que la ma-
nera como se resuelve esta disputa ha contribuido al debilitamiento de la confianza de
la ciudadanía hacia las instituciones y al desarrollo de formas de intolerancia y de
exclusión que tienden a fracturar las relaciones entre distintos actores sociales. Por
otra, que los conflictos de intereses escasamente ha derivado en soluciones políticas
innovadoras que generen vínculos sociales en torno a propósitos comunes. Frente a
esta situación que se expresa a través de las formas de uso y de apropiación de los

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lugares, cómo podemos imaginar al espacio público como el espacio de todos? Un
elemento común que se observa en el discurso de distintos actores tiene que ver con el
sentido de vulnerabilidad y temor ante la pérdida de referentes anclados ya sea a la
experiencia de vida pública y privada en este lugar o en otros en la ciudad. Este aspec-
to, quizá pueda explicar las reacciones defensivas o de aislamiento inscritas en condi-
ciones de malestar social que experimentan y comparten grupos diferentes que inter-
vienen en la vida pública.
El Centro Histórico de Coyoacán es un lugar donde se desarrollan múltiples y
diversas formas de participación que sin duda han contribuido a la apertura del
debate público en torno a los problemas sociales y urbanos, y a las acciones orien-
tadas a su conservación. Pero éstas aun no derivan en relaciones sociales que contri-
buyan a la creación de propósitos comunes entre actores diferentes y que fomenten
una vida pública democrática. Los intentos de las instituciones locales para su con-
servación como lugar patrimonial y como espacio público, si bien son importantes,
aun son de alcances limitados. La participación de miembros organizados de la so-
ciedad local, ha sido fundamental en la defensa legítima de intereses particulares.
Sin embargo, el debate en torno a temas de interés común tiende a estar asociado
más a demandas inmediatas y menos a cuestiones relacionadas con transformacio-
nes integrales que generen puentes de comunicación entre distintos grupos sociales,
en favor del mejoramiento de la calidad del espacio local y del espacio público. Ade-
más, aún no están representados otros actores sociales que habitan, usan o trabajan
en este lugar y que participan activa o pasivamente en la vida social. Esta situación
de una parte restringe la posibilidad de que las formas participativas influyan en
el diseño de políticas, en decisiones y acciones públicas que promuevan la revalora-
ción de este lugar como espacio público, como recurso patrimonial, socio-económi-
co y cultural para habitantes y usuarios. De otra, indica la tendencia al debilitamien-
to de la capacidad de la ciudad, de las instituciones locales y de la sociedad para
preservar el lugar como bien común y para generar formas de integración social que
impulsen la creación de un espacio público ciudadano.
Las tendencias consideradas se expresan en las plazas públicas que revelan la ima-
gen plural de una sociedad fragmentada. Esta condición actual propone reflexionar en
torno al significado del espacio público vivido con relación a la demanda, aun latente
en la ciudad, en favor de la reivindicación del derecho «de todos» a una mejor calidad
de los lugares públicos en términos relacionales, sociales, culturales, estéticos, y urba-
nísticos. También, con relación a las posibilidades de re-crearlo como lugar de comuni-
cación y de identificación simbólica que asigne sentido a la diversidad que distingue a
la experiencia urbana en una ciudad enlazada asimétricamente al mundo global. Como
ya se ha señalado, durante las últimas décadas la diversidad se ha desarrollado en
formas no previstas debilitando las posibilidades de crear vínculos sociales entre miem-
bros diferentes de la sociedad, que puedan contribuir a la construcción de una cultura
cívica común (Sennett, 1997, p. 381). Mirar la ciudad a la luz del espacio público «vi-
viente» y de las libertades y necesidades que exhibe nos conduce a pensar en la manera
como la sociedad urbana experimenta la diversidad y reacciona ante la desigualdad. Si
pensamos que la ciudad de lugares puede tener un papel activo frente al impacto de las
tendencias impuestas por la globalidad, cobra relevancia el debate en torno al espacio
público con relación a las realidades urbanas que expresa y a los significados que en
éste se construyen.

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Recorridos e itinerarios urbanos:
de la mirada a las prácticas
Miguel Ángel Aguilar Díaz

Introducción

No será redundante decir que una buena parte de las ciencias sociales tienen un
acervo de lugares comunes a los cuales recurren tanto estudiosos como profanos en
momentos de automatismos analíticos (explicaciones rápidas, entrevistas a los me-
dios, interpretaciones generales, etc.). Una de estas recurrencias veloces se ejerce en
relación con el uso de imágenes en la investigación social. El lugar socorrido sería
probablemente así: es importante considerar lo visual como parte de los estudios
sociales, es preciso dotar de un contexto y un discurso elocuente a aquello que deci-
mos sobre el mundo social, sin embargo el cómo integrar tal dimensión visual a
disciplinas tradicionalmente forjadas desde la argumentación y el análisis de textos
escritos es algo aún impreciso y difícil. Los motivos de esto, por citarlos de manera
rápida, bien podrían ser: dispersión en el campo de lo visual, es decir, inexistencia de
un conjunto de acuerdos sobre el ámbito metodológico de la investigación basada en
imágenes, y por otro lado, y tal más profundo, la distancia entre lenguajes (Prosser,
2002), es decir, de qué manera argumentar textualmente, verbalmente, sobre la rele-
vancia de las imágenes cuando ellas suelen poseer otra lógica, otra textura analítica,
en donde sus mecanismos expresivos discurren por senderos distintos a la argumen-
tación meramente racional, ya que en muchos casos está presente una expresividad
afectiva e imaginaria.
Otra dimensión del tema tiene que ver con una suerte de distribución social o
empresarial del trabajo, en donde la academia y la cultura universitaria hace de la
palabra escrita su forma privilegiada de construcción de conocimiento y de recono-
cimiento social, y son los medios de comunicación quienes hacen de la creación y
circulación de imágenes su marca de distintividad. La palabra reflexiva pertenecería
al ámbito de la academia y la puesta en escena de la imagen se ubica, en términos
generales, en el dominio de las empresas comunicativas. Es posible ubicar una di-
mensión intermedia y reflexiva ahí donde los investigadores analizan las condiciones
de uso y apropiación de medios e imágenes, al tiempo que los medios, principalmen-
te escritos, se ocupan por ubicar y reseñar los contenidos y las implicaciones de los
medios audiovisuales.
Como una forma de explorar otras rutas distintas al binomio imagen analizada/
imagen mercancía, se quiere abordar en este trabajo las posibilidades del registro foto-
gráfico para el análisis de la experiencia metropolitana, en referencia particular a aquellos
lugares o tipos de lugares en la ciudad de México mencionados a partir de una encues-

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ta como los más relevantes en diferentes dimensiones. Estos lugares pertenecen a una
especie de currículum urbano común de habitantes de la ciudad de México, lo cual los
convierte en lugares emblemáticos, y no necesariamente integrados a las rutinas y
trayectos cotidianos de quienes señalan su importancia. La encuesta se realizó a partir
de aplicar un cuestionario a 170 personas en una muestra estratificada por nivel so-
cioeconómico, género, edad y lugar de residencia, en las 16 delegaciones del Distrito
Federal y 8 municipios conurbados (una primera lectura de la información se reseña
en M.A. Aguilar, R. Nieto y M. Cinco, 2002).
Un principio metodológico que se quiere desarrollar es la elaboración de un con-
junto de traducciones e inferencias a propósito de: a) el paso de la evocación a la enun-
ciación; es el caso de convocar mentalmente un espacio a propósito, por ejemplo, de su
carácter como lugar de encuentro, representativo de la arquitectura, el más transitado,
y de ahí nombrarlo en la encuesta, b) de la enunciación a la imagen; de estos lugares se
buscó realizar su registro visual, a sabiendas de que al hacerlo probablemente se cons-
truiría otro tipo de evocación, más cercana a una imagen documental que intenta ilus-
trar los rasgos públicos sobresalientes de un espacio y, por último, c) de la imagen a la
interpretación; la imagen producida tendría ahora que insertarse en una trama de
sentido distinta, aquella que emerge desde su propia lógica, en la cual se hace referen-
cia a las consistencias, repeticiones y saturaciones temáticas que no se encontraban
presentes en el primer momento de la investigación (el cuestionario inicial). Si bien
estos principios metodológicos corren el riesgo de interpretar en demasía las relativa-
mente simples respuestas iniciales a un cuestionario, permiten comenzar el ensambla-
je de un mosaico de imágenes cuyo contenido es originado por evocaciones socialmen-
te recurrentes.

1. La mirada fotográfica como registro interpretativo

Un primer paso en este trabajo es reconocer que en términos contemporáneos los


datos que producen las ciencias sociales deben ser explicitados y reflexionados, habida
cuenta de que cada vez más se reconoce que éstos son construidos desde los dispositi-
vos conceptuales y técnicos de investigación. No se trata entonces solamente de recopi-
lar lo ya existente como idea o como dato, sino de problematizar las maneras en que se
generan distintas visiones sobre el mundo social. Así entonces un primer punto de
partida es reconocer que si desde los apuntes de Georg Simmel (1986) sobre la sociolo-
gía de los sentidos se admite que la mirada es un tipo de interacción social cercano a la
perfección en su completa reciprocidad, ya que aquel que mira es también mirado por
un otro, entonces cabría preguntarse sobre la naturaleza social de la imagen producida
desde la fotografía. La situación de violencia, o por lo menos desigualdad, ha sido
evocada para caracterizar la relación entre fotógrafo-cámara y sujeto fotografiado, en
tanto que no se trata de una mirada personal, sino mediada por un dispositivo técnico,
con lo cual la reciprocidad no se cumple. Del mismo modo, estar consciente de que la
imagen no será fugaz, sino que será fijada en el tiempo, produce una de las múltiples
inquietudes ante la cámara.
La mirada de la cámara produce otra situación social derivada de la concien-
cia de que un evento, paisaje, o rostros, perdurarán más allá de la memoria indi-
vidual. Lo mirado, se vuelve lo registrado, con lo cual se produce la mirada-me-
moria. Aquí se explicita y vuelve tangible la mirada, a diferencia de la mirada

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social de la que no queda rastro material, sólo evocación de sensaciones. Es esta
característica lo que hace que la fotografía se suela pensar en relación con el
tiempo. «Espejo con memoria» la define Collier (1992), o bien para enfatizar el
vínculo entre ausencia y recuperación de una temporalidad se reflexiona que «los
inmortales no se toman fotografías» (Debray), para señalar así su vínculo íntimo
con la idea de tiempo.
En tanto que dispositivo de investigación en las ciencias sociales el uso de imágenes
se le suele asociar a la antropología o sociología visual (Collier, 1992). Esto sugiere
diferentes sentidos en su uso: sea como una manera de ampliar las herramientas etno-
gráficas al producir una forma particular de observación sistemática, o posibilitar una
estrategia para integrar a los sujetos a la experiencia de investigación al propiciar un
diálogo acompañado de las imágenes, o que los sujetos mismos sean los que produz-
can la imagen (ver Corona, 2002) y de ahí ahondar en la configuración significativa de
su vida cotidiana. Así, la imagen fotográfica puede ser vista como un dato que se pro-
duce en el trabajo de campo, y por tanto requiere ser interpretado integrándose a un
plan de análisis particular.
En la medida en que la imagen fotográfica no es sino una fragmento complejo de
una realidad de mayor amplitud tanto en la dimensión temporal y espacial (Hernán-
dez, 98), habría que poner distancia, y ceder a la seducción, de su casi perfecta
capacidad para la analogía, y por lo tanto de la impresión de que en rigor se está
representando con exactitud una situación, un lugar, o ciertos personajes. Barthes
(1989: 32) apunta con precisión «La cámara fotográfica produce imágenes que pa-
recieran no tener referente, o en otras palabras, que la foto es una réplica de la
realidad que se confunde en la denotación con la realidad». Con todo, para su análi-
sis se reconoce con amplitud que la imagen es una construcción producto de múlti-
ples mediaciones: cámara, encuadre, tipo de película, intención del fotógrafo, tipo
de inserción en la situación o escena que se representa. En este sentido pensar la
fotografía como dispositivo de investigación supone asumirla como creación y no
copia o reproducción ingenua.
Es probablemente este punto el que permita hablar ahora de la fotografía como un
tipo de mirada particular. Podríamos definir la idea de la mirada como principio inter-
pretativo, una intención de distinguir y asignar sentido a lo visto. Es decir, el término
mirada es más bien utilizado como una metáfora sobre la manera en que se hace
sentido sobre el mundo visual, más que como un proceso psicológico de percepción,
aunque entre ambos ámbitos hay puntos de contacto. De la multiplicidad de objetos,
personas, situaciones que componen el mundo de lo visible, la mirada recorta, se fija
en algo de una manera en particular. Así, es posible hablar de una mirada masculina y
una femenina, en detalle o a vuelo de pájaro, cómplice o desapegada. Estas vertientes
dan cuenta de que si bien es posible señalar a la mirada como forma de relacionarse
con un mundo alrededor de la persona, es también una forma situada en tanto que se
realiza desde algún lugar, posición social o intencionalidad.
Interpretar la mirada significa ponerla en palabras, refiere al proceso de esbozar un
sentido, por elusivo que pudiera ser, a partir de indicios que permiten otorgarle un
principio de comprensión (esto que miro es...), proceso que también hace emerger los
propios intereses de aquel que observa. Así, la fotografía pudiera también definirse
como un texto múltiple que expresa la mirada de quien toma la foto, pero también es
vista, leída, desde un observador concreto. En este sentido se relacionaría con la máxi-
ma postulada por Clifford Geertz en cuanto a que la antropología interpretativa consis-

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te en ubicarse en el plano de «mirar miradas», de colocarse frente a producciones
complejas que son el resultado de acciones interpretativas. De aquí uno de los múlti-
ples atractivos de la imagen fotográfica.
De igual forma, habría imágenes que para revelar de manera abierta sus múltiples
posibilidades de análisis requieran de una mirada particular; se le podría llamar a esto
complicidad, simpatía, empatía, sensibilidad e interés. Cada uno de estos términos
señalaría diferentes posibilidades de comprensión. Así, la fotografía en el análisis so-
cial no se ciñe sólo a mostrar o ilustrar, también requiere crear contextos de interpreta-
ción en donde lo mostrado tome sentido, no como posibilidad única, sino como parte
de un proceso de desciframiento. Este contexto al que se hace referencia puede estar
constituido por otras imágenes o simplemente un texto que desde otro código argu-
mentativo se relacione con lo mostrado. Así habría imágenes que ayudan a entender
otras imágenes, o una experiencia previa que dota de elementos de categorización y
ordenación a lo que se mira.

2. Del lugar evocado al espacio público y sensible

En una entrevista el sociólogo urbano Richard Sennett (1995) propone que cami-
nar por la ciudad conlleva una especie de atención flotante, es una suerte de deambu-
lar no sólo por las calles, sino también atravesar rumbos de la misma conciencia, y
que atiende aquello que se le presenta como interesante. De manera semejante, el
neurólogo Oliver Sacks (2004) en una nota a pie de página al hablar de alguno de sus
casos clínicos comenta que la actividad cerebral mientras se camina es semejante a
la del sueño. Reunir este par de referencias crea una idea sugerente, a saber, la de la
ciudad vista desde una suerte de ensoñación móvil, en un continuo diálogo entre el
paseante, el paseo y lo que se ofrece a los sentidos: un caminar mirando hacia aden-
tro y hacia afuera.
Desde esta perspectiva habitar la ciudad significaría, entre otras cosas, dar cuen-
ta de la manera en que se está en el ámbito de lo visible desde los trayectos, recorri-
dos y puntos de referencia conformados a través del tiempo en la memoria personal
y social. Existen los recorridos personales, cotidianos, inevitables, que van formado
imágenes desde lo local a lo metropolitano, que suelen estar asociados a miradas ya
establecidas por la misma rutina. Se conjuga aquí lo instrumental (cómo llegar con
más rapidez o más comodidad) con los puntos de referencia personales: saludos
breves, lectura de rostros o periódicos, escucha del radio en el auto o transporte
público, etc.
Al parejo de los recorridos personales hay otros que podríamos llamar los recorri-
dos mentales, tal vez imaginarios, que tienen que ver con la evocación de la ciudad en
su conjunto, y que para realizarse ponen en juego trayectos selectivos de lo relevante y
lo significativo. Las líneas de este mapa mental no son todas del mismo material, están
aquellas que buscan guiar un recorrido y son las que representan una calle, una viali-
dad, o el trayecto de un medio de transporte cualquiera. Otras líneas, o tal vez áreas, o
sombras, representarían dimensiones afectivas, simbólicas y sensoriales en relación
con estos espacios. Agrado, desagrado, sensaciones olfativas, térmicas, velocidad o len-
titud, cabrían en este espectro de lo no instrumental y que sin embargo están en rela-
ción con él, al permitir la evaluación de ciertas rutas, privilegiándolas sobre otras o al
dotar de características peculiares a las usadas.

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En esta capacidad de recorrer mentalmente el espacio surge también otra dimen-
sión que resulta interesante: la velocidad. El desplazamiento entre lugares evocados
sigue el ritmo de la asociación, de la capacidad para hacer emerger casi instantánea-
mente un lugar tras otro. El resto de la ciudad desaparece, queda anulada por la
imagen del lugar presente. Por otra parte, el lugar que es conocido a partir de su
recorridos peatonal, ha supuesto llegar a él atravesando otros lugares, sea caminan-
do o en algún medio de transporte. Y algo ocurre en ese tránsito de un lugar otro, por
lo menos hay un tiempo que transcurre que no se integra con plenitud a la experien-
cia del lugar recorrido. Así, en la evocación hay un contexto de traslado que se recor-
ta de la imagen, lo cual la convierte en un fragmento de un recorrido metropolitano
más amplio.
En la medida en que estos recorridos ocurren en el espacio público y al hacerlo lo
convierten en materia prima para la evocación conviene situar algunos ejes para su
análisis. Por un lado, no está de más señalar que la temática de lo público ha cobrado
en los últimos años un nuevo auge. No es difícil imaginar porqué. Las políticas priva-
tizadoras formuladas por los Estados nacionales a nivel global, y particularmente a
nivel de América Latina y México, ha puesto en discusión la relación entre lo privado
(economía, intereses, ámbitos de acción, espacios urbanos) y lo público (acción del
estado, marcos regulatorios, participación social, derechos ciudadanos). En este con-
junto de temáticas que abordan diferentes dimensiones de lo público un ámbito de
interés lo ha sido el del uso y gestión del espacio abierto (o de uso abierto) en la
ciudad, aquel que se puede definir por exclusión: no es vivienda, o industria, o edifi-
cios comerciales o de oficinas. Es un espacio de libre tránsito, residual a muchas
actividades económicas establecidas, puede ser privado pero la naturaleza de su uso
es el de ser colectivo (transportes, comercio, servicios). Este espacio público en la
ciudad ha sido analizado desde las normas que rigen su uso por parte de diversos
agentes sociales (comerciantes ambulantes o establecidos, habitantes de zonas resi-
denciales o populares, de publicistas, manifestantes), o bien desde la experiencia de
habitar en zonas cerradas y del tipo de ciudad que estas áreas crean (ver Giglia, 2001).
Con todo más allá de los diversos actores sociales que entran en juego en la confor-
mación del espacio público está también su dimensión como experiencia, es decir,
como espacio de encuentros, de percepciones, de formación de nociones sobre qué es
la ciudad, lo posible y lo prohibido en ese espacio fluctuante que es el de la interacción
interpersonal (ver Delgado, 1999). Si el espacio público está irremisiblemente anclado
a una dimensión territorial que le da fijeza y estabilidad (no se mueve), el habitante de
la ciudad si lo hace y al realizarlo establece semejanzas y diferencias, sensibilidades de
la situación, y elabora la certeza de que lo público es también la posibilidad del tránsito
entre lo diverso.
Ubicados en el plano de la experiencia cabe señalar que el espacio público posee
también una dimensión sensible que le proporciona al transeúnte una sensación de
distitntividad y constituye uno de los rasgos que permiten evaluarlo de una manera
particular. Valdría la pena recordar en este contexto algunas ideas del urbanista Kevin
Lynch (1980) en relación a la dimensión sensible del espacio. La experiencia sensorial
de un lugar es en esencia espacial, es la percepción del volumen de aire que rodea al
observador y todo esto es experimentado a través de la vista, oído, tacto. Así, la ciudad
en su dimensión física se puede pensar como aquello que envuelve al espacio público,
un contexto que le da un sentido especial, y sin embargo no pueden ser tomados como
lo mismo. El efecto sensible de los espacios está también en relación con una dimen-

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sión secuencial: cómo se entra en ellos, la manera que ocurre el desplazamiento y
cómo se sale, lo mismo con los espacios que los anteceden y los que le siguen. Plantea-
do de este modo, las formas de ser afectados por el espacio urbano son prácticamente
interminables, las combinatorias de ambientes que atraviesa un ciudadano en su paso
por la ciudad crean constelaciones de efectos que le dan al espacio público un carácter
de continua estimulación, y en algunos casos de sobre estimulación, lo que ha sido
llamado «estrés cognitivo».
A pesar de la relevancia que tiene en un lugar su diseño arquitectónico o urbano
en tanto que lo dota de perspectivas y de un sentido de coherencia, esto no es tal vez
lo más relevante para el transeúnte en la medida en que «la gente está más interesa-
da en otra gente» (p. 176). Se podría añadir que la arquitectura a la que se presta
más atención es a la de los cuerpos ocupando espacios en la ciudad. Estos en tanto
formas de agruparse, también crean efectos de espacio al pasar de un conglomera-
do humano denso a uno difuso, hay un efecto secuencial en el desplazamiento de
un transeúnte entre otros.
Una última idea interesante de Lynch, ahora en torno a la noción de estructura
visual: «Percibir un ambiente es crearse una hipótesis visual, construyendo una ima-
gen mental organizada que está basada en la experiencia y los objetivos del observador,
al igual que los estímulos que llegan a la vista. Para construir su organización, medirá
las características físicas inherentes: continuidad y cierre; diferenciación y dominio, o
contraste de una figura sobre el suelo; simetría, orden, repetición, o simplicidad de
forma» (p. 192). Con todo, se podría enfatizar que esta «hipótesis visual» no opera sólo
en el plano del presente, en el momento que se recorre un conjunto determinado de
espacios hay otra registro que se le superpone, a la manera de un palimpsesto, que es la
de la experiencia, la del conocimiento acumulado. Esto hace que la imagen mental no
sólo tenga un contenido visual, cómo interpretar lo mirado, sino que este sirve como
disparador de sensaciones olfativas, táctiles o de movimiento.
Por último, no estaría de más recordar la afirmación que hace Tuan (2003: 18) en el
sentido de que el espacio es un tipo particular de objeto. Como tal, se requiere de su
continua exploración para llegar a conocerlo, adquiere una realidad concreta cuando
nuestra experiencia de él es total, esto es, a través de todos los sentidos lo mismo que de
una mente activa y reflexiva.
Así, pensar el espacio público a partir de sus características sensibles supone una
estrategia metodológica en donde se empleen de manera concurrente diversas estrate-
gias para recabar información. En la perspectiva de Chelkoff (2001) es necesario reali-
zar una aproximación que tenga en cuenta: la evaluación física de las propiedades de
un ambiente; conocer los rasgos que emergen de la percepción de los ambientes para
así acercarse a los modos de experiencia sensible significativa; y, por último, interro-
garse sobre los procesos de sociablidad en el contexto sensible, en la medida que una
característica persistente del espacio público es la exposición a otros y de aquí emergen
múltiples percepciones mutuas.
Otra óptica que también reconoce la complementariedad entre informaciones de
diverso origen para abordar el espacio público es la planteada por Amphoux (2001) a
partir de la «técnica de observación recurrente» que consiste en presentar fotografías
o videos de diversos lugares y situaciones urbanas a especialistas o habitantes del
lugar con el objetivo de hacer emerger múltiples interpretaciones sobre éste a partir
de las imágenes. Esta técnica se caracteriza no por hacer hablar a las personas, sino
hacer hablar a la ciudad o los lugares frecuentados; no limitarse a una observación de

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los lugares sino recurrir a la representación videográfica, para así contar con una
observación retrospectiva controlable; y analizar las imágenes a partir de cruzar las
miradas disciplinarias y promover la multiplicidad de interpretaciones como medio
de objetivación. Así, es una técnica que se caracteriza por ser indirecta, interpretati-
va y acumulativa.
Este conjunto de referencias ponen el acento en la dimensión sensible del espacio
público y su aproximación desde diversas estrategias metodológicas de recolección y
análisis de la información. Siguiendo esta línea de pensamiento se quisiera ahora ex-
plorar la información visual recopilada a partir de pensar a lo público desde las diver-
sas texturas que se encuentran en la imagen y en aquello que sugieren. Se plantea la
idea de textura ya que remite por un lado a lo sensible en tanto que experiencia frente
a un objeto (suave, duro; liso-rugoso, frío-caliente), y también a que las imágenes y
representaciones del espacio público también poseen en su evocación esa misma di-
mensión sensible, sensorial. No hay que olvidar, igualmente, que los sentidos se en-
cuentran interconectados entre sí, de tal forma que lo que se mira también evoca un
olor, un sabor remite a una temperatura, un sonido a una imagen.
Cabe hacer notar, por último, que las texturas como principio de interpretación
emergen, como se apuntaba al principio del texto, a partir de lectura de las imágenes
en dónde se perseguía aquello que hay de común en ellas a partir de ejes temáticos
delineados por el investigador. Al preguntar por los sitios que identifican a la ciudad de
México, los más peligrosos, los de mejor olor, los de más vendedores ambulantes, los
medios de transporte, emergieron multiplicidad de evocaciones situadas que fueron
sistematizadas en una guía de recopilación de información visual, y de ahí se procedió
a generar imágenes tanto en video como fotografía, produciendo así cerca diez horas
de grabación y doscientas cincuenta fotografías. La intención en las fotografías era la
de mostrar los lugares y sus usos habituales, proporcionar una visión de conjunto del
espacio y aquello que comúnmente se puede observar ahí, buscando recuperar cierta
perspectiva «natural» que podría tener el transeúnte que ha señalado esos espacios
como significativos.
A pesar de que cada imagen se pensó para ilustrar un tópico determinado, al mo-
mento de realizar una última lectura este factor se dejó de lado, para así acceder a una
apreciación relativamente libre por parte del investigador de las fotografías. De aquí
que emergiera la dimensión de la textura como relevante (con lo cual este texto, dicho
sea de paso, está más cerca de un ensayo de exploración de ideas que de un reporte de
investigación empírica). Igualmente cabe apuntar que en esta intención de reconstruir
el mundo sensible hay un sesgo metodológico inevitable hacia la primacía de lo visual,
a pesar de que desde lo visto es posible hacer emerger apreciaciones que implican a
otros sentidos.

3. Imágenes parlantes

Como ya se ha señalado un recorrido por la ciudad significa atravesar espacios


desde los sentidos del transeúnte. Lo que se buscará mostrar ahora es la manera en que
lugares evocados y luego vueltos imagen pueden generar ámbitos de significado sobre
la ciudad, su espacio público. Estos ámbitos de significado estarán estructurados más
desde el sentido que emerge una lectura flotante del material, que desde los referentes
duros o la evocación de lo concreto. En suma se busca analizar evocaciones tematiza-

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das, en donde se reúnen distintos modos de recreación sobre un tema/tópico/textura.
Se abordarán dos tópicos que al ser contrastantes entre sí pueden mostrar distintas
rutas de análisis del espacio público reconstruido e interpretado desde las huellas que
ha dejado en aquellos que lo atraviesan y participan de él. En particular se presentará
una primera aproximación a las imágenes vinculadas al color y la corporalidad. Estas
dos dimensiones fueron elegidas ya que sugieren maneras recurrentes de posicionarse
en el espacio público urbano.

El color

Una primera aproximación a la idea de textura resulta desde el color, ya que evoca
tanto la dimensión cromática como la del significado. La consistente evocación del
color gris para caracterizar la ciudad fue traducida en imágenes de la siguiente forma.

Zócalo. Ciudad de México. Gris rojizo

Es el gris. Hay un gris horizonte que es el de la ciudad vista de conjunto desde una
idea y toma panorámica. La textura sería la de algo lechoso, algodonoso, y sin embar-
go al buscar el gris urbano, lo recuperado por la cámara en el caso del Centro Histó-
rico fueron mayoritariamente tonos rojizos, piedra y reflejos de luz. La ciudad vista
desde lo alto posee múltiples tonalidades, sin embargo es el color del cielo, lo que
está encima de ella, lo que dota a la ciudad de un rasgo para la conformación de su
identidad.
El otro gris que emerge en las fotografías es el del material en crudo, el tabicón,
de la vivienda popular en la periferia oriente de la ciudad de México, un color que no
está en el aire, sino en los muros. Es el color generado desde la experiencia de quien
recorre la ciudad desde la visibilidad que le da la condición de peatón, formándose
así una idea de todo el entorno operando a la manera de la metonimia, donde una
parte representa al todo.

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Vivienda en Iztapalapa

Estos dos grises representan diferentes dimensiones en las tonalidades de la ciu-


dad. El que se puede llamar gris horizonte ha sido objeto de múltiples batallas en torno
a la contaminación de la ciudad. En la década de los noventa la discusión sobre los
peligros de la contaminación del aire en la ciudad se desarrolló a partir de la estrategia
de mostrar la mejor ciudad invisible, aquella que desde el aire impenetrable que la
cubría no pudiera aparecer en fotografías o reportajes gráficos. Muy seguramente hay
algo de estas imágenes, vueltas imaginario, en la apreciación de la ciudad como gris.
Este mismo color en relación con la vivienda popular, en una lectura más literal de las
fotografías, señala áreas depauperadas de la ciudad en donde su proceso de consolida-
ción suele ser monocromático. Por otro lado, no hay que olvidar que las zonas de
vivienda popular ubicadas usualmente en la periferia urbana no han llegado a formar
parte de los imaginarios dominantes sobre la ciudad. Con todo, en un efecto paradóji-
co, consiste en que al ilustrar los temas dominantes emergen otras texturas minorita-
rias de lo urbano.
A manera de contraste, y más allá de la literalidad en la búsqueda de una textura
cromática, se quiere representar ahora lo que se produjo al buscar el color verde con
el que fue caracterizada la ciudad, aunque mencionado con mucha menor relevancia
cuantitativa que el gris. Un verde sorprendente es el del taxi llamado ecológico. Al ver
la imagen se genera la sensación de que en realidad no se trata de un auto pintado de
verde, sino de la puesta en marcha de un dispositivo semiótico en donde lo que se
intenta es representar la idea de lo verde. Dicho en otras palabras, es un tono verde
metáfora. La evocación de los colores no sólo opera de manera realista, buscando
reflejar algo existente a la manera de establecer una analogía, posee también una
dimensión imaginaria en donde lo verde no remite necesariamente de manera con-
vencional a un área arbolada, un parque o jardín, sino que a su vez el verde es objeto
de representación a través de estrategias múltiples.

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Taxi «ecológico». Verde móvil

El taxi ecológico es una forma, y la imagen de un conjunto de esculturas denomina-


do «Indios Verdes»1 en el norte de la ciudad, muestra una estrategia diferente. La refe-
rencia a los «Indios Verdes» remite a una estación del metro, a un paradero de autobu-
ses, y presumiblemente a la aglomeración de autos en la entrada y salida de la ciudad,
y es, de alguna manera, una frontera. El verde está ahora en el nombre y no en el objeto
que se busca representar. Las evocaciones sugeridas por las nominaciones dotan a esta
área de la ciudad, de una ventana verde oxímoron, al menos desde las espirales de
sentido que se pueden tejer en las asociaciones imaginarias.

Indios verdes

1. Nombre con el que se conocen las estatuas, presuntamente de Tízoc y Ahuízotl, séptimo y octavo gobernantes de
la ciudad de México-Tenochtitlan, obra de Alejandro Casarín. Las estatuas han cambiado de ubicación en varias ocasio-
nes. Hacia 1892 estaban en el pueblo de Jamaica, sobre el canal de la Viga. De ahí pasaron al Paseo de la Reforma y, ya
en el siglo XX, a la glorieta que se llamó de Indios Verdes, en Insurgentes Norte, donde comenzaba la carretera México-
Pachuca. En los años setenta fueron desplazados hasta el punto donde ahora se encuentran, cerca de la estación de
Metro llamada Indios Verdes. Fuente: http://es.geocities.com/mextokiak/Monumentos_y_esculturas.html

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Cuerpo

Este acercamiento a algunos elementos de la cromática urbana muestra la comple-


jidad del tema en la media en que tanto los lugares enunciados como los lugares pues-
tos en imágenes si bien es claro que poseen una distinta materialidad simbólica (pala-
bras e imágenes) crean una gran cantidad de vínculos entre ellos. Los espacios públicos
poseen esta capacidad de traducirse en otra cosa (nombres, colores, sensaciones) lo
cual los convierte en elementos elocuentes de la vida social.

Cuerpos, contacto

¿Cuerpos o personas en el espacio público? Indudablemente son individuos con


historia, con vínculos personales, con un propósito que los mueve a estar ahí en ese
momento y, sin embargo, lo que el transeúnte tiene a su alrededor son cuerpos, pre-
sencias humanas, que sólo es posible conocer a partir de lo que muestran, de cómo se
muestran. Siguiendo la reflexión de Paul Valéry en el sentido de que «Lo más profun-
do es la piel» (citado en Delgado, 1999) cabe apuntar entonces que el paseante urbano
se convierte en el intérprete de la piel, aquel que se desplaza entre supuestos sobre los
otros, apenas con la mirada como único recurso de conocimiento.
Si el espacio público es, entre otras cosas, el flujo humano que se genera en torno a
lugares, es inevitable preguntarse sobre cómo dota la corporalidad de una textura par-
ticular a los lugares, y cómo, eventualmente, los vuelve en algo diferente.
De las múltiples formas que hay de ilustrar la corporalidad en la ciudad se ha elegi-
do la situación del contacto, ya que esta permite ubicar diferentes planos de sensacio-
nes y de involucración en el lugar.
Un primer tipo de contacto que se encontró como significativo es aquel que se
puede caracterizar como piel con piel en un contexto de pareja y que señala un tipo
particular de socialidad en el espacio público. Es entre los jóvenes y en los parques en
donde aparece este tipo de contacto, en el que se puede asumir que la evocación de
estos lugares como vinculados a la idea de placer, o de gusto, tienen que ver con lo
realizado o lo percibido. Si se pensara acaso en el los parques como lugares para el
cuerpo, lo es en relación con la idea de no trabajo, no desplazamiento apresurado, casi
como la evocación del no hacer nada, y es desde esa negación en donde el cuerpo
pudiera distanciarse de la ciudad, perder contacto con ella.

Sobre el pasto Cuerpos en el paisaje

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Estas imágenes igualmente parecen mostrar que ciertas formas de socialidad
crean su propia experiencia sensible, resta preguntarse en qué medida el lugar
forma parte de ella. Más allá de marcar un espacio a partir de la experiencia perso-
nal, resultaría pertinente indagar sobre cómo estas socialidades pueden integrarse
a una experiencia social, modos de valorar y significar, que al momento de evocar
ese lugar también lo hagan desde sus dimensiones sensibles. Así, se podría enfati-
zar que uno de los rasgos que define a un lugar es lo que se hace en él de manera
sensible.
Otra manera de pensar el contacto es desde su carácter oblicuo, la posibilidad
de relacionar algo que en primera instancia parecería no pertenecer al mismo do-
minio de objetos y estímulos. Este carácter oblicuo es también constitutivo del
espacio público. La manera en que voces, temperaturas, volúmenes, texturas, soni-
dos, luz, se conjugan para crear una imagen del lugar y como posteriormente uno
sólo de estos elementos puede traer al presente el lugar en su conjunto da cuenta
del poder que puede adquirir la asociación entre elementos en principio dispares.
El contacto oblicuo es posible pensarlo también desde la dimensión sensible, en
este caso piel con algo más, trátese de cuerpos en relación con piedra o cuerpos que no
seducen a transeúntes fugaces, el tema es la aspereza del estar y del tránsito.

La fugacidad, lo transitorio, es uno de los rasgos de estas asociaciones oblicuas. Si


bien es cierto que hay un diseño urbano en múltiples espacios públicos (la traza de
vialidades, tipo y ubicación de equipamiento, diseño físico del lugar) es también cierto
que en buena medida lo que ocurre ahí en términos sensibles es azaroso ya que depen-
de de la acción y las interacciones humanas no siempre previsibles y regulares. Así, este
piel y algo más está en los encuentros y en la sorpresa que requiere un deslinde frente al
espacio vuelto rutina cotidiana.

Una reflexión final

En el punto de partida del presente texto, buscar imágenes de lo que se nombró


y de ahí ponerlas en relación entre sí con otra lógica, se encontraba la idea de re-
construir dimensiones presentes en el espacio público urbano que no son por lo
general materia de reflexión. En cierto sentido lo que ha resultado del análisis a
partir de los temas mostrados es la noción de un espacio público genérico en cuanto
a las maneras posibles de ubicarse en él. No se quiso hacer el análisis de caso de un
solo lugar, examinarlo a fondo con sus distintas variantes de uso y apropiaciones,

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sino más bien preguntarse qué es lo común en tanto que dimensión sensible que
atraviesa distintos espacios.
Un abordaje de esta naturaleza enfatiza, por partida doble, la tensión entre el
espacio en que se está y aquel se transita. Por un lado, el habitante urbano está en
un sitio a condición de haber transitado por otros, el formar itinerarios es ya una
manera de unir, oblicuamente, lo distinto. De aquí entonces que un lugar es, a un
nivel, la pequeña historia de aquellos otros por los que se ha transcurrido para
llegar a él. El empleo de la fotografía enfatiza el presente de la imagen, aunque al
relacionar distintas imágenes se busque pensar en recurrencias que van más allá de
un solo espacio.
En suma, mostrar facetas distintas, y sin embargo fuertemente evocadoras, de las
dimensiones sensibles del espacio público requiere de aproximaciones conceptuales y
metodológicas que en la concurrencia de informaciones y puntos de vista hagan emer-
ger su riqueza como experiencia cotidiana.

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De flâneur a consumidor: reflexiones sobre
el transeúnte en los espacios comerciales

Daniel Hiernaux-Nicolas

La ciudad es la realización del sueño antiguo de


la humanidad, el laberinto. El flâneur se consa-
gra a esta realidad sin saberlo.

WALTER BENJAMIN, 1989: 448

Introducción

Este ensayo se presenta como una reflexión sobre el consumo en las sociedades
modernas, particularmente con relación al tipo de actividades realizadas por los tran-
seúntes en su deambular por los espacios especializados de comercio. Son escasos los
trabajos que analizan esta temática desde una perspectiva sociogeográfica.
A partir del nuevo auge de los escritos de Walter Benjamin, pudiera parecer bastan-
te cómodo usar la voz francesa intraducible de flâneur para calificar el transeúnte en
los centros comerciales o en espacios similares. Nuestra hipótesis es que esta propues-
ta es errónea, ya que el transeúnte actual dista mucho de poder ser identificado con el
flâneur benjaminiano, hipótesis que trataremos de demostrar en este ensayo. Como lo
detallaremos adelante, la voz de flâneur encierra un fuerte contenido histórico, relacio-
nado con el momento de eclosión del capitalismo industrial y sus efectos sobre el con-
sumo y los espacios del mismo.1

1. El flâneur como personaje baudelairiano

No existe ninguna duda con respecto al hecho de quien elevó el personaje de flâ-
neur2 a nivel de una categoría social: indiscutiblemente es Charles Baudelaire como
bien lo ha demostrado Walter Benjamin (Benjamin, 1979).
Después de la revolución francesa, se asistió a una gigantesca exhibición de la bur-
guesía: al resultar victoriosa sobre la revuelta popular y por encima de la antigua aris-
tocracia, ésta empezó a exhibir su riqueza, a hacerse visible en los espacios públicos,

1. En un trabajo reciente, Beatriz Sarlo sostiene una posición que compartimos plenamente: afirma que en los
estudios culturales se oye «...un murmullo donde las palabras flâneur y flânerie se usan como inesperados sinónimos
de prácticamente cualquier movimiento que tenga lugar en los espacios públicos... la lectura de Benjamin... ha pro-
ducido une especie de erosión teórica que carcome la originalidad benjaminiana hasta los límites de la completa
banalización» (Sarlo, 2000: 78-79).
2. Sarlo define el flâneur como «...ese paseante urbano, consumidor, neurasténico y un poco dandy que, para
Benjamin sintetiza una idea: la del anonimato en la ciudad moderno y en el mercado, espacios donde se imponen
nuevas condiciones de experiencia» (Sarlo, 2000: 47).

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reivindicando su capacidad para definir lo que debían ser las bases de la nueva cultura
para la nueva fase histórica emergente.
La capacidad de la burguesía para imponer sus criterios, surge de la imposición
de nuevos idearios, entre los cuales el de la Felicidad, que se relaciona con la pose-
sión material de objetos-signos. En su obra clásica sobre la sociedad de consumo,
Jean Baudrillard avanzó también la idea de que el mito de la felicidad es el que
«recoge e encarna en las sociedades modernas el mito de la igualdad. Toda la viru-
lencia política y sociológica que carga este mito después de la Revolución Indus-
trial y las revoluciones del siglo XIX, se ha transferido sobre la Felicidad» (Baudri-
llard, 1970: 59), y en el marco de esta mística de la igualdad, resulta esencial la
noción de necesidades, mismas que se resuelven a través del consumo los objetos
materiales.
En el contexto del principio del siglo XIX, se dio la posibilidad de un crecimiento
sin precedentes del consumo articulado con la expansión de la producción capitalis-
ta, que provocó esta espectacular ampliación del volumen de producción durante el
siglo XIX y varios ciclos económicos de crecimiento sin precedentes.
Más aún, el consumo expandido provocará algo de fuerte significado para los
geógrafos: la transformación de los espacios de consumo, que pasarán de materiali-
zarse en simples tiendas individuales en la ciudad, a pasajes o galerías cubiertas,
para luego dar paso a las grandes tiendas departamentales a partir de la segunda
mitad del siglo XIX.3 La transformación de los espacios del consumo, se asocia en-
tonces con el inicio de la modernidad urbana. Benjamin calificó la época de la cons-
trucción de los pasajes (primera mitad del siglo XIX) como la «ur-modernidad» (Ben-
jamin, 1989).
La burguesía ascendente se amontonó en los pasajes y galerías, nuevos espacios
de exhibición y de consumo, que actuaban como un verdadero imán para esta clase
en crecimiento. La burguesía postrevolucionaria fue exhibida directamente en la
literatura de fisonomía, que consistió en presentar descripciones de tipos urbanos y
que tuvo mucho éxito en la primera mitad del siglo XIX. El tipo de relato descriptivo
propio de esta literatura de secunda, se asemeja con la mirada del flâneur dirigida a
las personas con las que se cruza a lo largo de su andar particularmente despreocu-
pado, señalado por Walter Benjamin en su estudio sobre Charles Baudelaire (Benja-
min, 1979: 57). Las fisonomías pueden ser definidas entonces como una forma lite-
raria usando descripciones que recorren lentamente el aspecto del transeúnte, se
detienen en unos rasgos particulares, anotan detalles de la vestimenta y de la apa-
riencia, y reconstruyen pacientemente una visión particularmente subjetiva del in-
dividuo descrito.
Para Benjamin, el flâneur actuaba en cierta forma como un escritor de fisonomías
de la época: era un personaje deambulando placidamente, y que se apropiaba los espa-
cios urbanos, particularmente los pasajes donde era posible realizar este tipo de deam-
bulo como si fuera en su propio departamento, su residencia. A diferencia del escritor
de fisonomía, el flâneur hacía de su andar un modo de vida, mientras que el escritor lo
hacía como un modo de subsistencia.

3. Los pasajes son estructuras especulativas que atraviesan manzanas, ofreciendo un paso protegido por techo de
vidrio entre boutiques, hoteles, restaurantes, etc., asemejándose, por lo pronto en la forma general, a las galerías de
los centros comerciales. Para una presentación detallada de la historia de los pasajes y de la evolución de los espacios
de consumo, consultar, Hiernaux, 2001.

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El flâneur era alguien quien desarrollaba muy particularmente el sentido de la vista,
como ya lo había hecho notar Georg Simmel y en cierta forma una ciencia como la
geografía, resultó ser la heredera de este predominio del sentido de la vista sobre los
demás sentidos que también permiten apreciar y vivir sensorialmente la ciudad (Gre-
gory, 1994). Esta exacerbación de la vista permitía al flâneur, con base en los rasgos
físicos de las personas, establecer características de las mismas como su profesión o su
modo de vida.
En el proceso de masificación del tránsito de las personas, el flâneur representó «el
hombre de las masas» (l’homme des foules) según Baudelaire (Benjamin, 1979: 70); sin
embargo, aparentemente hundido en la masa, el flâneur fue un personaje de personali-
dad dominante, que intentaba distanciarse de la masa de transeúntes que lo rodeaba.
Lograba también mantenerse en el anonimato, actuaba en incógnito y se comporta-
ba como una suerte de detective que trataba de analizar las personas a simple vista.

Quizás la cita que mejor explica la esencia del flâneur es la siguiente: «en esos tiempos,
los pasajes todavía estaban de moda y el flâneur se escapaba allá al espectáculo de los
vehículos que no admitían la competencia del peatón. El transeúnte que se hunde en la
masa existía ya, pero se podía aun encontrar el flâneur que buscaba espacios libres y no
quería dejar la vida privada. Va ocioso como un hombre que tiene una personalidad;
protesta así contra la división del trabajo que transforma las personas en especialistas.
Protesta igualmente contra su actividad industriosa. Hacia 1840, fue de buen tono por un
tiempo pasear tortugas en los pasajes. El flâneur se deleitaba en seguir el ritmo de su
andar. De ser seguida (su actitud), el progreso hubiera tenido que aprender ese paso. De
hecho no es el que tuvo la última palabra sino [Charles] Taylor que impuso el eslogan
«Guerra al flanear» [Benjamin, 1979: 81].

El andar del flâneur es posiblemente un elemento decisivo de su definición: no


recorría el espacio con normas preestablecidas ni tiempos definidos o listas de com-
pras ni tampoco de cosas por hacer; el flâneur se dispensaba de estas tareas «vulgares»
que desempeñaba el transeúnte común y corriente.4
El «andar lento» constituye un componente central de un modo de vida poco ade-
cuado frente a la aceleración del mundo moderno, y que nos recuerda claramente
Pierre Sansot en su libro: «Del buen uso de la lentitud» (Sansot, 1998). Sansot demues-
tra que puede existir un placer profundo, un gozo intenso de la vida al caminar lenta-
mente, en tomar las cosas a un ritmo lento, profundo e intenso: «la lentitud era, a mis
ojos, la ternura, el respecto, la gracia de los cuales los hombres y los elementos son
capaces a veces» (Sansot, 1998: 10). «Flanear» es una palabra admitida en castellano,
para representar esta forma de vagar, errar, deambular, vagabundear.5
En este sentido, el flâneur disfruta, goza y asume que los demás son espectáculo: no
requiere entrar en un panorama, un diorama o cualquier espectáculo montado ex pro-
feso, ya que concibe al espacio de circulación y a sus congéneres como parte de una
puesta en escena, de un montaje.

4. «En 1839 era elegante llevar una tortuga cuando se iba paseaba. Lo anterior da una idea del ritmo de la flânerie
en los pasajes.» (Benjamin, 1989: 441.)
5. «Flanear no es suspender el tiempo pero acomodarse con él sin que nos empuje. Implica la disponibilidad y
finalmente que no queramos ya tomar el mundo por asalto. Las mercancías las contemplamos sin por ello tener
necesariamente el deseo de comprarlas. Las caras las miramos con discreción y no buscamos atraer su atención.
Avanzar libremente, lentamente en una ciudad con prisa, sólo otorgar valor a la maravilla del instante en una socie-
dad mercantil, suscita mi simpatía.» (Sansot, 1998: 33.)

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En cierta forma, se trata de una sociedad en espectáculo, no en el sentido de Guy
Debord (1992) (eso vendrá después con la modernidad avanzada) sino como una
exhibición social en espacios determinados. En otros términos, estaríamos frente a
«una sociedad en espectáculo» más que a una «sociedad del espectáculo».6 La dife-
rencia reside, desde nuestro punto de vista, en que la propuesta de Debord tiene que
ver con la imposición del espectáculo como parte del mecanismo de operación de la
economía mercantil en la ciudad. El sentido que asignamos a la expresión de una
sociedad «en espectáculo», se refiere a que es la sociedad o por lo menos cierta parte
de la misma, que se da en espectáculo a los demás transeúntes.
Esto es particularmente importante para las burguesías que demuestran así, en
su aspecto exterior, en sus gustos particulares exhibidos entre otros mediante la ves-
timenta y en los bienes-signos adquiridos, su particular pertenencia a cierto grupo
social. Es entonces una sociedad de exhibición personal, que evidencia sus caracte-
rísticas particulares.
Dicha exhibición ha requerido siempre a través de la historia de la modernidad, de
espacios propios y propicios para esta suerte de «pasarela social» que realizan las cla-
ses dominantes. Muy particularmente, los espacios de consumo han sido lugares privi-
legiados para este tipo de exhibición social.
El pasaje o galería cubierta fue, con toda seguridad, el espacio privilegiado de este
flâneur: el pasaje, siendo un espacio de concepción reciente en la época del flâneur,
actuó como espacio de moda, donde todos, burgueses principalmente y estratos socia-
les menos afortunados, podían exhibir su nueva libertad de ser.
El espacio del pasaje, desbordando de mercancías atractivas en aparadores fina-
mente decorados, resultaba ser un escenario que parecía montado ex profeso para el
deambular del flâneur, para su lento circular, y su apreciación suspicaz del espacio, la
mercancía y las masas humanas.
En su análisis del flâneur, Walter Benjamin introdujo también otro tema central
para nuestra discusión: el hecho de que este personaje compartía la situación de la
mercancía hacia la cual sentía empatía, de la misma forma que la percibía, en forma
ilusoria, con los demás transeúntes. El flâneur era entonces un miembro de la bur-
guesía que ignoraba que su suerte, como clase social, era la de transformarse en
mercancía, al igual que la mercancía que tocaba con su mirada. Esta pista analítica
que nos ofrece Walter Benjamin, sobre el futuro del transeúnte es esencial para en-
tender el sentido del deambular actual en los centros comerciales. El tema de la
mercantilización del transeúnte ha sido posteriormente trabajado por Buck-Morss
(1995) y nos parece esencial para entender la diferencia entre el flâneur inicial y los
transeúntes actuales.
El espacio del pasaje, el lugar por excelencia donde el flâneur se siente a sus anchas,
fue también el último recurso, el último momento durante el cual el espacio burgués
buscó y en cierta forma alcanzó una identidad propia como espacio de la mercancía.
La declinación de los pasajes y su reemplazo por las tiendas departamentales en las
preferencias de los consumidores, implicó tanto la dominación de la funcionalización
tayloriana del espacio comercial, como la pérdida de su aura como espacio dominado
por las burguesías en ascenso. El aumento de la escala de los espacios comerciales y su

6. «...lo que el espectáculo moderno ... [es]... ya esencialmente: el reino autocrático de la economía mercantil que
accedió a un estatuto de soberanía irresponsable, y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que acompañan
este reino» (Debord, 1992: 14).

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división en departamentos especializados, rompieron con el modelo anterior, donde la
calidad del espacio comercial descansaba más en factores de atracción que en la canti-
dad de bienes expuestos. Lo anterior ha sido también analizado por Benjamin, en otro
contexto, en su ensayo sobre la obra de arte en la fase de la reproducción masiva, que
le quita el aura a la misma. La aplicación al espacio de consumo es evidente y permite
entender la transformación racional del espacio comercial que empieza a darse hacia
la mitad del siglo XIX y que seguirá a todo lo largo del siglo XX.
Lejos de esta situación futura que ni siquiera podía anticipar, el flâneur realizaba
una «botánica del asfalto» (Benjamin, 1973a: 36) que lo identificaba y lo definía dentro
de la masa de personas que recorría los pasajes decimonónicos.

2. La evolución del espacio comercial: el nuevo sentido del deambular

Como bien lo señaló Benjamin, el flâneur fue un personaje marcado por su época, y
reducido a desaparecer con ella. Mencionábamos la evolución de los espacios comer-
ciales en el siglo XIX: los pasajes tuvieron dos épocas de gloria, la segunda durante la
Restauración, obviamente un momento decisivo para la recrudescencia de la búsque-
da de la apariencia, el lujo y la representación.
La decadencia de los pasajes y las galerías cubiertas fue parte de la evolución econó-
mica, de tal suerte que de espacios de moda, se tornaron espacios de rechazo. Siegfried
Kracauer7 señaló al respecto que «...todo lo que se tenía a distancia... (de la vida bur-
guesa)..., sea porque se consideraba impresentable o contrario a la visión oficial del
mundo, encontró refugio en los pasajes» (Kracauer, 1995: 37). Agregó: «Lo que unía los
objetos del pasaje de los Tilos y les daba a todos su misma función, era su posición
retraída de la fachada burguesa» (Kracauer, 1995: 41) Así, los pasajes se volvieron el
refugio de la prostitución, de las tiendas de antigüedades, filatelistas, libroviejeros,
museos de cera, etc. Lo viejo, obsoleto, indecente reunido en un espacio «refugio», un
espacio dedicado a la memoria.
Su lento desaparecer se debe, en buena medida, a la fuerza de las transformaciones
económicas, y particularmente a la capacidad de algunos comerciantes para imponer
una nueva forma de organizar las ventas.
En cierta forma es válido afirmar que es el espíritu mercantil quien influyó en
ciertos cambios de las formas de producción, mismas que estaban latentes a través de
la evolución tecnológica pero que sólo se pudieron volverse reales a partir de la apari-
ción de una demanda que las sostuviera y las haría obligatorias.
La producción textil es el ejemplo más evidente de este revolución productiva que
se logró en pocos años, a partir de una forma de comercialización cambiante que tuvo
sus efectos aguas arriba sobre la oferta: la aceleración de la producción a través de la
adopción de las nuevas tecnologías, el aumento de las cadencias productivas, la racio-
nalización de todos los procesos en la orientación propuesta por Charles Taylor, todo
ello condujo a una baja de precios y a posibilitar la oferta masiva.
De esta manera no sólo sería indispensable reorganizar el sistema comercial, sino
también los espacios dedicados a esa función. Los pasajes tenían entonces que perder

7. Amigo de Benjamin que compartió su interés por los pasajes. El texto que citamos aquí nos parece tan ilustra-
dor como el trabajo de Louis Aragon sobre el pasaje de la Ópera, que fungió como estimulante para el arranque del
trabajo de Benjamin sobre los pasajes. Para más detalles, véase Hiernaux, 2001.

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su capacidad de atracción desde el momento en que se diseñaron los primeros espa-
cios comerciales masivos, las tiendas departamentales.
Más allá del uso insignia de materiales modernos (hierro forjado, vidrio, etc.) y de
una decoración acorde con las pretensiones burguesas de la época, es la disposición
misma de las mercancías que se modificó. La departamentalización de las tiendas,
implicó la división espacial de las ventas, transformando el gran espacio posibilitado
por las técnicas arquitectónicas e ingenieriles, en espacios específicos dedicados a la
venta de ciertos productos. El crecimiento de las tiendas de departamentales empezó a
hacerse tanto por una ampliación de un departamento en particular, como por la ad-
junción de nuevos departamentos, sobre la base de la capacidad económica del dueño
y de la demanda real de los compradores.
Un aspecto importante a lo largo de esta evolución de los espacios de consumo, es el
hecho de que no todo puede ser asimilado a una lógica de producción. Baudrillard
afirmó claramente desde tiempo atrás que la producción no es otra cosa que un código
que conlleva cierta forma de descifrar el mundo (Baudrillard, 1983).
Frente a la visión «productivista» dominante, este señalamiento de otras di-
mensiones del acto de consumo es particularmente relevante. Baudrillard reafir-
mó la relación entre la producción, el consumo y lo mágico en el capítulo «la
liturgia de los objetos» de su libro sobre la sociedad de consumo: Señaló que «toda
cosa producida es sacralizada por el hecho mismo de serlo» (Baudrillard, 1970:
46). Lo anterior se deriva del hecho siguiente: «Es una pensamiento mágico el que
rige el consumo, es una mentalidad milagrosa la que rige la vida cotidiana, es una
mentalidad de primitivos, en el sentido cómo ha sido definida como fundado en la
creencia en el carácter todopoderoso de los signos. [...] en la práctica cotidiana,
les favores del consumo no son vividos como resultando de un trabajo o de un
proceso de producción, son vividos como milagro» (Baudrillard, 1970: 27-28, su-
brayado nuestro).
Un estudio particularmente relevante para caracterizar el acto de consumo es la
obra de Daniel Miller sobre «ir de compras». Afirma que «...las compras también pue-
den ser una práctica ritual... el sacrificio se basa en ritos que transforman el consumo
en devoción» (Miller, 1999: 188).
La llegada de las grandes tiendas departamentales reafirmó además el sentido reli-
gioso de este capitalismo que se imponía definitivamente: no en balde se llamarán
«catedrales del consumo» (Crossick y Jaumain, 1999; Hiernaux, 2001). Las nuevas
burguesías adhirieron sin remordimiento a esta nueva religión secular que guiará sus
acciones, primero en Europa, pero también del lado americano.8
La comparación religiosa que hacen varios autores al calificar a las tiendas depar-
tamentales como «catedrales del consumo» permite proseguir con el análisis del tran-
seúnte en las mismas: los visitantes de dichas catedrales son fieles, marcados por el
sentido del consumo, ungidos por la fe en la supremacía del acto de comprar, como
acto religioso. Dichos fieles son así transformados en miembros de una religión que
repite actos de devoción a la mercancía. El transeúnte es entonces un ser-masa
que ejerce rituales comunes.
Pasear por la tienda departamental implica una racionalización del deambular. El
efecto de sorpresa se mantiene ciertamente a través de los aparadores, o de los cam-

8. Leach (1994) analiza claramente la historia de esta evolución de una sociedad puritana a una sociedad del
deseo, en el caso norteamericano.

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bios de ubicación eventual de los departamentos dentro del sistema espacial de la tien-
da, pero la posibilidad de un encuentro fortuito o de un evento no programado, es
reducida frente a la voluntad organizadora y racionalizadora del espacio por parte del
dueño de la tienda.
Todo concurre a la maximización de las ventas: la organización del espacio se vuel-
ve racional, siguiendo criterios de optimización. El transeúnte difícilmente puede com-
portarse en flâneur, ya que el espacio no lo permite. Benjamin señala al respecto que las
tiendas departamentales son los últimos refugios, la última posibilidad cada vez más
mermada de comportarse como flâneur: como el comerciante en pequeño, el artesano
implicado en una producción reducida, «hecha a la medida», donde arte y artesanía se
alternan para ofrecer productos sofisticados, el flâneur requería de la individualiza-
ción, de la autenticidad, de la capacidad de encontrar lo nuevo siempre presente, siem-
pre dispuesto a reemplazar lo que ayer se ofrecía.
La muerte de los pasajes, llevados a una declinación extremadamente rápida, ten-
drá por consecuencia la muerte del flâneur mismo, personaje específico, permitido y
resultado del espacio que lo engendró.
En esta transformación, el consumidor tendrá que someterse progresivamente a
modas, respetar reglas de consumo, asumir patrones de consumo. ¿Por qué tomar
distancia en la realización de estos actos, como lo hiciera el flâneur en tiempos
anteriores?¿qué posibilidad de revisar, recorrer con la mirada experta, más allá del
simple reconocimiento de los patrones de comportamiento cada vez más generaliza-
dos de los consumidores?
Como bien lo reconoció Benjamin y lo señalábamos anteriormente, el punto medu-
lar es que el consumidor se ha vuelto poco a poco mercancía, proceso iniciado con los
pasajes y magnificado por las tiendas departamentales. Su capacidad de ejercer dife-
rentemente su deambular ya pasó a la historia, desapareció de la memoria colectiva de
las nuevas masas consumidoras.

3. La coronación del transeúnte objeto

Sin embargo, no podemos afirmar que con las tiendas departamentales se ha re-
suelto totalmente esta transformación del consumidor en objeto de consumo. El em-
brión de este proceso observable en las restricciones impuestas al flâneur, es decir el
aumento de la cosificación del consumidor y la homogeneización de sus comporta-
mientos a través del condicionamiento impuesto por la organización comercial, ya
estaba en curso durante el auge de las tiendas comerciales, pero adquirirá su clímax
con la aparición del centro comercial.
Lo anterior debe ser entendido a partir de la desacralización de la mercancía y de
los espacios en los cuales se han ofrecido. Como ya lo señalabamos en un trabajo
anterior (Hiernaux, 2001), la desacralización es el resultado del proceso de desencan-
tamiento del mundo señalado por Max Weber y recalcado recientemente por George
Ritzer (2000). La taylorización de las actividades comerciales, obedeció al hecho de
que es a partir del consumo que se definían los niveles de producción y no lo contrario.
Mientras que muchos autores piensan que la producción es el elemento decisivo de
transformación de las sociedades, siguiendo a Baudrillard afirmamos que el consumo
es, por lo menos en el siglo XX, uno de los motores esenciales de los procesos de acu-
mulación y de la evolución de los modos de vida.

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Por lo menos hasta los años setenta del siglo XX, es decir hasta el momento en que
las sociedades empezaron a patentizar su rechazo a la homogeneización, la tendencia
ha sido a transformar los espacios de comercialización en espacios desalmados, desen-
cantados y finalmente, en «no lugares» en el sentido que da Augé a esta palabra. Esta
transformación ha sido extremadamente rápida en el mundo anglosajón, pero ha re-
sultado más lenta en el mundo latino. La desaparición del encanto (féerie) de la mer-
cancía y de sus espacios de transacción, ha provocado una esterilización de los espa-
cios y una pérdida del aura que aun mantenían parcialmente las tiendas departamentales
y, con pleno disfrute, los pasajes cubiertos del siglo XIX.
La racionalización de los espacios se ha acompañado de un proceso similar para
la mercancía. Por ello, la vitrina, el aparador, con todo lo que podía contener de
misterioso, de atractivo para la exhibición de la mercancía, acaba perdiendo impor-
tancia. No hay nada nuevo que mostrar en los espacios comerciales actuales: esta-
mos muy lejos del espectáculo de la alta costura o de los desfiles de productos inno-
vadores. Más lejos aun de las vitrinas de las boutiques de los pasajes decimonónicos,
que destilaban opulencia y calidad. La oferta actual en el mundo mecanizado de los
centros comerciales es estandarizada, homogénea, respondiendo a modas si bien
pasajeras también uniformes.
La carencia de aura de la mercancía se ha traducido en la necesidad de otorgarle
una identificación que porta el usuario como lo ha señalado Naomi Klein: marca- logo,
etiquetas, signos distintivos de productos masificados con frecuencia resultado del
trabajo de sweat-shops lejanos y extraños que el consumidor desprecia o en el mejor de
los casos, ignora.
El transeúnte en estos espacios no puede identificar el otro a través de la fisonomía,
ya que todos visten en buena medida igual. Les distinguirá su porte, su capacidad de
combinar piezas sustituibles de un atuendo estandarizado, su actitud. Pero resulta
imposible reconstruir el personaje por la vestimenta: el estudio visual de la fisonomía
tal como lo realizaba el flâneur ya no es factible.
La originalidad misma en el comportamiento del transeúnte no es permitida: cual-
quier persona que parezca «rara» o desplazada con relación a la norma, es inmedia-
tamente ubicada, y posiblemente sacada del entorno comercial. Nada de vagos, men-
digos, vendedores ambulantes, merolicos, etc. La atención que se les portaría
traicionaría el espíritu tayloriano: «Défense de flâneur», señala claramente un escri-
to en la entrada del Centro Comercial Eaton de Montreal. No se podía haberlo dicho
mejor; el mensaje escrito en su expresión tan lacónica, resume en forma por lo de-
más atinada, el rechazo al flâneur, este ser diferente, que no cabe dentro del espacio y
las normas del comercio actual.
Los transeúntes han asumido su papel de mercancía. La discusión que emprendió
Benjamin en torno al hombre sándwich y la prostituta (Véase Buck Morss, 1995),
primeros ejemplos del ser humano-mercancía, ha tomada plena realidad en los cen-
tros comerciales actuales. El transeúnte es el portador de la mercancía, y se transforma
en la misma.
De hecho existe un motivo por el cual los aparadores no son necesarios: los tran-
seúntes mismos se han vuelto exhibidores de la mercancía y por ende, se han transfor-
mado en maniquís y el mismo espacio de circulación del centro comercial en vitrina.
Deambular en el centro comercial no permite revisar apariencias y adivinar personali-
dades, sólo induce a reconocer productos soportados por modelos involuntarios o a
veces voluntarios, ya que no pocos transeúnte se deleitan en exhibir los nombres de las

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mercancías que llevan puestas. Si no se trata de ropa, las bolsas se encargan de recor-
dar el nombre de la tienda y sirven de gancho para el transeúnte, ¿por qué mantener
aparadores en esas condiciones?
Demos una mirada a los centros comerciales que frecuentamos: pocos son los apa-
radores; las tiendas ancla, es decir las tiendas departamentales que supuestamente
soportan los centros comerciales, han prescindido de las vitrinas hace mucho; nada
hacia el exterior, esas fachadas obedecen al más estricto funcionalismo; poco hacia el
interior. La vitrina quizás es otra y localizada en el espacio virtual: es la televisión la que
sirve de pasarela de exhibición, a través de las telenovelas, las películas baratas, los
canales de telemarketing, etc.
La mercancía no requiere entonces de la exhibición en vitrina tradicional aunque sí
virtual; esencialmente requiere de un ser-objeto que la ofrezca a los ojos de los pasean-
tes, en una mirada real o virtual. La fetichización de la mercancía cara a Marx y anali-
zada también por Benjamin, no sólo se refleja en los objetos: también se hace evidente
en los seres humanos. La fetichización del cuerpo es un rasgo notorio de nuestra «civi-
lización» que emprendió tiempo atrás, una cruzada a favor del cuerpo humano, no
tanto desde una perspectiva hedonista —aunque ésta no esta ausente— sino mercanti-
lista: el cuerpo fetichizado demanda amuletos que son el ropaje pero también los cui-
dados del cuerpo: se abre así un inmenso mercado para las cremas, los tintes de pelo
hoy para hombres como para mujeres, etc. Además de los objetos insignias que ador-
nan el cuerpo humano, no deben olvidarse los servicios no tangibles, como son los
masajes, los tratamientos faciales, lifting, y otros suplicios de embellecimiento.
Así, la persona que deambula por el centro comercial es antes que todo un porta-
dor de signos tangibles y no tangibles de identificación con un determinado modelo
de consumo. Sea «chavo banda» que viene a gastar su tiempo en el fin de semana,
disfrazado como pequeño burgués o como «de la onda», buscando una identidad
que ni la sociedad ni la ciudad no le otorga; sean familias que recorren de punta a
punta un espacio en el cual les resulta difícil comprar, y acaban consumiendo lo
indispensable en una franquicia de comida, la repetición de los modelos de consu-
mo se hace ad ascum.
Algunos autores señalan que estas personas hacen ciudad, porque recrean, de ma-
nera distinta, formas de socialidad que no pueden ejercer en sus entornos de residen-
cia o de trabajo. La idea es exagerada. Si bien la recreación de nuevas formas de socia-
lidad es posible, querer evidenciar que las mismas tienen capacidad de «hacer ciudad»
resulta erróneo. Los transeúntes en centros comerciales, buscan el encuentro directo,
personal, la comunicación con quienes padecen de la misma dominación del consumo
que viven diariamente. Viven a lo más un ersatz de ciudad, una forma bastarda donde
lo público no lo es,9 el ambiente no es urbano sino artificial, donde la seguridad es
garantizada por normas y leyes no escritas, arbitrarias pero eficaces, donde la mercan-
cía encuentra la mercancía.

9. La discusión privado público no es aceptable sólo en los términos legales que suelen ser usados para definirla.
Es preciso introducir la percepción subjetiva de lo público y lo privado, que indudablemente ha evolucionado a lo
largo de la historia de dos siglos de capitalismo. Cuando Benjamin señaló que para el flâneur el espacio del pasaje
cubierto es como su residencia, evidenció que es la sensación de anonimato la que permitía esa apropiación indi-
vidual. En un centro comercial, la existencia de reglas precisas aunque no difundidas, es lo que impide esta apro-
piación individual (privada) porque impera el carácter privado de la propiedad jurídica. No puede darse una
apropiación privada de un espacio fuertemente privatizado, pero sí de un espacio privado de carácter fuertemente
público, como fue el caso de los pasajes parisinos decimonónicos.

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No hay lugar a duda que no se puede llamar flâneur a este tipo de transeúntes.
Este primero fue auténticamente un producto de la ciudad, en su densidad de en-
cuentros como la definió Georg Simmel, cuando el anonimato servía de escudo para
vivir una libertad plena. La ciudad de la modernidad libertadora ha sido transforma-
da en una ciudad descompuesta, donde las nuevas formas urbanas, particularmente
en las periferias, sólo conservan la urbanización pero perdieron la urbanidad que
hizo famosas tanto las ciudades europeas como las latinoamericanas.
El transeúnte de los nuevos espacios comerciales, no hace ciudad, padece la no
ciudad y reconstruye un espacio a la medida de su incapacidad para hacer auténtica-
mente ciudad a partir de su fusión en las masas y en el espacio anónimo para evitar lo
imprevisto, lo peligroso y lo inesperado. Mientras que en una verdadera ciudad resulta
posible mantener una personalidad propia e inclusive construir una identidad indivi-
dual a partir del modo de vida asumido individualmente en la misma, en la no ciudad
y particularmente en los centros comerciales y otros espacios señalados como «no
lugares», la identidad está definida a partir del acto de consumo y por la fusión asumi-
da del transeúnte en la masa de objetos consumidos y consumibles del cual no puede
desprenderse.
El flâneur ha muerto, y su recreación es imposible en el mundo actual. Queda por
pensar cómo volver a hacer ciudad, para desprender el simple acto de deambular de la
presión del sistema económico hacia el consumo y la transformación del transeúnte en
un ser-consumo. Quizás sería en un contexto utópico donde pudiera ser posible revivir
el personaje hoy mítico del flâneur.

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Niveles, configuraciones y prácticas
del espacio
César Abilio Vergara Figueroa

Tu es partie, tu es partout1

Nada sugiere, como el silencio, el sentimiento


de los espacios ilimitados

HENRI BOSCO

A veces la casa crece, se extiende. Para habitarla


se necesita una mayor elasticidad en el ensueño,
un ensueño menos dibujado

GASTON BACHELARD

En este texto presentaré una propuesta metodológica para el análisis del espacio y
la ejemplificaré, muy sucintamente, con algunas prácticas y representaciones que se
realizan en él, a través de sus usos en seis espacios distintos y distantes: 1) la elabora-
ción de mapas; 2) los cambios de residencia urbana en Quebec; 3) el proceso de pro-
ducción simbólica e identitaria en el «barrio bravo» de Tepito, como una forma de
«situar el mal»; 4) los itinerarios juveniles y las marcas de los lugares que dialectalizan
el consumo cultural juvenil en Santiago de Chile como un ejercicio de «glocalización»;
5) los rituales contra la suciedad en el Perú, como una manera de tatuar la ciudad;
y 6) los performances de las Madres la Plaza de Mayo y los HJOS en la Argentina, en un
trabajo incesante de la imaginación sobre la memoria y la producción de rituales y
lugares identitarios.
Iniciaré diciendo que entre el espacio y nosotros se establece una relación semejan-
te a la que describe Clifford Geertz cuando habla de la relación de la araña con su tela:
lo configuramos y nos configura. En este sentido somos actores en una doble significa-
ción: el espacio nos dice qué se nos permite —o prohíbe— hacer en determinado lugar
y también que nosotros contribuimos a su estructuración. Este proceso interacción
puede desarrollarse de maneras múltiples, y se estructura, en su naturaleza y abarcati-
vidad, a través de los niveles siguientes, que inicialmente nombro como: del dispositi-
vo, sistémico y simbólico-cosmogónico.

1. Dispositivo: denominamos así a un conjunto de esquemas «incorporados», es


decir, hechos cuerpo, en el sentido del habitus de Bourdieu, que permite «colocar»,
sobre la marcha, las cosas en «su lugar» y desplazarse con confianza y soltura o insegu-
ridad y torpeza, sentir el «color» del ambiente, interpretar los indicios y señales, evitar

1. «Tú partiste, ahora estás en todos lados» (Le jardin du Luxembourg).

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los obstáculos, definir las distancias sensorialmente;2 poner en jerarquía espacial los
objetos, las edificaciones y las personas;3 definir la dimensión del horizonte, diferen-
ciar las sensaciones —por ejemplo, la distancia en que un grito ha sido emitido. Tiene
un carácter dinámico, productor, aunque en general se presente como «lectura» y «acto».
Aquí opera fundamentalmente nuestra relación instrumental y perceptiva con el espa-
cio. Nos permite ubicar las posiciones alto/bajo, derecha/izquierda, horizontal/vertical,
cerca/lejos. Estas oposiciones pueden remitirse a una cosmogonía en un contexto ri-
tual o emerger a ese carácter cuando uno siente temor o se halla en un espacio ambi-
guo.4 En diversas dimensiones y escalas, el dispositivo depende de las diferentes exten-
siones del siguiente nivel. En este nivel establecemos nuestra relación con lo próximo.
2. Un modelo o sistema, que permite estructurar el sentido de orientación, el que,
pudiendo estar clasificado en el nivel cosmogónico —que lo justifica,5 legitima o argu-
menta—, nos sitúa próximos a su ejecución, a la experiencia. Nos dota la sensación de
estar en el lugar y de los nexos que éste establece, configurando una perspectiva para
nuestros desplazamientos. Las dimensiones que abarca este nivel, nos permite estable-
cer las escalas, y, por ejemplo, articular y diferenciar lo macro de lo micro. Aquí defini-
mos nuestra relación con la extensión, con la distancia y la totalidad, la que puede
también medirse en términos de tiempo —duración.
3. La cosmovisión que otorga lugar ontológico a cada cosa y también da estabilidad
existencial al individuo al situarlo en un orden fundamental basado en la dimensión y
la distancia propia (desde donde surge lo apropiado). En sociedades tradicionales,
otorga seguridad ontológica; en las modernas, pertenece más bien a un mundo de
«virtualidad mayor» y a la racionalidad que legitima —por ejemplo el que formularon
los Estados-nación. Aquí opera nuestra relación simbólica y expresiva con el espacio.
En las sociedades llamadas primitivas esta cosmovisión sustenta —como un continen-
te, pero más aún como un sistema generador— el sentido mismo del territorio y del
tiempo: como información y sentimiento adherido a/de la unicidad, aquel que simbo-
liza imaginariamente el origen y el proyecto. Es el espacio que se expande desde los
objetos o movimientos más habituales y próximos —del dispositivo, cuando éstos son
adjudicados—6 a principios, valores, lugares, objetos y seres lejanos, inconmensura-
bles, sagrados.

Estos tres niveles se concretan en periodos históricos y la forma territorial que les
corresponde, así como en las prohibiciones y permisiones ejercidas por el poder para
emplazar y controlar los desplazamientos. También dialogan de múltiples maneras
con la tecnología, entre las que sobresalen los automotores y de la información, que
inscriben en nuestros cuerpos lo que Virilio llama la velocidad ambiente, que nos per-
mite leer —y vivir— el espacio de múltiples maneras.
La evocación y el dibujo así como el viaje, a pie o manejando el automóvil, ponen en
acción al dispositivo y el sistema, mientras que el viaje en autobús puede «realizar»

2. Es muy importante el papel de la socialización temprana, las actividades tendientes a la coordinación visomotora,
entre otras.
3. Ver, por ejemplo, las distancias íntima, personal, social y pública que desarrolla Edward T. Hall (1991).
4. Para ésta y las siguientes definiciones de los niveles, ver mi tesis de doctorado, Identidades, imaginarios y
símbolos del espacio urbano: Quebec, La Capitale, UAM-I, 2002.
5. El mapa de un país —sistémico por excelencia— en época de guerra o de fiebre nacionalista puede deve-
nir mítico.
6. Mediante el mecanismo simbólico que concretiza lo distante, ausente o difícil de referir.

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—por someter a una cierta pasividad— una virtualidad intermedia entre la ensoñación
y el desplazamiento físico conducido, los tres órdenes o niveles. No obstante, son los
rituales los espacios en los que predomina el nivel cosmogónico, mientras que los otros
dos, trabajan —en ese contexto— como sus significantes: un gesto ritual sería la mejor
síntesis del primero y el tercero, aunque también son fuertemente significativos los
templos, los cementerios, las mismas cárceles o las mismas macrociudades o «mons-
truópolis».
Los tres niveles se afirman, modifican o confrontan continuamente en la praxis
(que no es sólo desplazamiento físico) y nos re-posicionan constantemente, aunque
es necesario que conserven una relativa estabilidad, necesaria para la seguridad del
individuo, y se concreticen en los lugares de la memoria: monumentos, mojones,
sendas, nombres, entre otros, para darnos un sentido de orientación espacial y tem-
poral. Esta memoria actúa también frente a espacios desconocidos, estructurándo-
los por analogía y proyección. Éste es un mecanismo que permite acertar, pero tam-
bién perderse.
La puesta en marcha de los tres niveles es diversa, a veces sólo el primero y el
segundo se ponen en evidencia, mientras el tercero permanece como fondo postergado
—aunque siempre dispuesto a emerger—7 principalmente cuando nos movemos o nos
sentimos asaltados por la duda, la incertidumbre o nos reposicionamos mediante los
rituales. Las diferentes prácticas del espacio, cuando uno evoca y/o dibuja (integrando
los niveles dos y tres) o cuando uno camina (activando más el dispositivo), confieren
distintas congruencias a la relación entre el mapa mental (más sistémico) y el croquis
(más de dispositivo).
La protesta ecologista es un paradigma de realización de los tres niveles: el obvio
desplazamiento o las gestualizaciones realizan el nivel del dispositivo; las referencias a
la cadena ecológica suponen diferentes grados de racionalismo, mismos que pueden
estar atravesados por también diferentes grados de sacralización de sus componentes,
siendo algunos objetos o fenómenos retrotraídos de mitologías temporal y espacial-
mente diversas. De esta forma la ciudad y sus lugares y objetos pueden ser marcados
con texturas y espesores múltiples.
Por otro lado, existe un lenguaje usado de manera muy profusa que califica a la
ciudad como jungla de cemento, selva de concreto, laberinto, caos, cuyos significa-
dos, si bien se usan en el sentido connotado, mantienen un poder institutivo en nues-
tra mirada hacia ella. Como diría Bárbara Beck, «son metáforas en las que la metró-
poli aparece como sujeto funcionando según leyes propias e impenetrables para el
individuo».8
A continuación unos cuantos ejemplos.

Mapas: entre el dispositivo y el sistema

Cuando uno se apresta a dibujar y duda y se avergüenza, está tomando conciencia


—o intuyendo— de la ruptura entre el dispositivo que lo empuja a seguir y la exigen-

7. Sería conveniente explorar cómo a veces la velocidad provoca más la funcionalidad en el uso del espacio o en
otras ocasiones, cuando el sujeto es asaltado por rememoraciones e imaginaciones, se activa con mayor intensidad el
nivel cosmogónico.
8. Bárbara Beck, «El laberinto enmascarado», La Jornada Semanal, n.º 137, 26 de enero de 1992, p. 26.

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cia del mapa que debía proporcionarle el sistema, enlazando los desplazamientos de
la mano, que nos representa haciendo el papel nuestro, hacia una totalidad9 que
imaginamos como el mundo que habitamos y/o estamos en proceso de graficar. Este
desencuentro, que se plasma en desorientación, es factor de ansiedad y puede ser
mayor si uno se encuentra en espacios desconocidos y, por ende, mucho más sujetos
al tercer nivel —cosmovisión. Uno se pierde porque algo falla en la puesta en marcha
del dispositivo sobre el sistema virtual que poseemos —y que creemos que correspon-
de con la realidad. Al parecer, el segundo nivel no se desarrolla de la misma manera
en todos y también pareciera que no es necesario tener claridad en este nivel para
activar los niveles uno y tres. Es más, para la modernidad racionalista, el segundo y
el tercero se oponen.
Los mapas y guías editados para ubicar calles, barrios o municipios de las ciudades
estabilizan y disminuyen la ansiedad, pero hacen más instrumental y circunstancial la
relación con el espacio urbano y debilitan la necesidad del mapa o sistema mental que
nos orienta y da seguridad, para conceder la confianza a dichos documentos. Hacen
que uno sea un punto (sin red) y viva vinculado con otros puntos (sin tejido).
La construcción-posesión de un «nivel» no corresponde con una cualidad seme-
jante en otro «nivel» cuando se sitúan en diferentes prácticas del espacio: se puede
conducir el coche con seguridad en la ciudad pero no por ello se la puede dibujar
con «propiedad». En este último, se activa el segundo nivel —sistema— mientras
que en el desplazamiento se activa el dispositivo que opera en un espacio directa-
mente percibido, decodificando signos que apoyan la resolución en el acto. El siste-
ma aparecería aquí de manera más intuitiva, o quizá más lineal, menos como mapa,
estableciendo una especie de subnivel, o simplemente una forma de «mirar» que no
llega a la representación y se mantiene, como muchas otras «cosas» en una suerte
de neblina.
Una forma de explorar las relaciones entre el nivel sistémico y cosmogónico podría
ser la de observar la función de los mapas. La configuración urbana que interioriza-
mos, muchas veces la confrontamos con este signo-icono que media nuestro «conoci-
miento». Por otro lado, nadie conoce todas sus fronteras, pero se representa a su pa-
tria, en sus límites y sus querencias. Hacer mapas es fundar identidades e
identificaciones; por lo tanto, si bien para unos puede ser la realización del nivel sisté-
mico, para otros, funda un mundo.
En esta dirección, la historia de la fabricación de los mapas es también la historia
de: a) la visión del mundo, b) la fijación de los referentes, c) la construcción del sentido
de la orientación en mayor escala, d) la construcción de las proporciones espaciales
lejanas, de escalas que escapaban a la percepción, y e) el sentido de la pertenencia10 y de
la alteridad. Al respecto, dice Jacob:

El mundo sin mapa no tiene contorno, no tiene límite, ni forma, ni dimensión [...]. El
mapa invita a mirar y a pensar eso que no hemos visto ni pensado cuando miramos el
espacio real [porque] el mapa es mediación [y] por esa función instrumental, porta lo
infinitamente grande y distante a nuestra mirada y nuestro pensamiento, de la misma
forma que un microscopio o un telescopio que hacen retroceder los límites de la percep-
ción y de la ciencia [Jacob, 1992, cit. en Mottet, 1997: 12].

9. Obviamente su plasmación es diferencial, tanto por el espacio que se pretende abarcar en el dibujo, como por el
escolar de quien lo hace.
10. Respecto a este punto ver Anderson (2005).

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Es pues, una reducción orientadora, que al mismo tiempo metaforiza el espacio y
dialoga con nuestros mapas mentales y afectivos en mutua actividad configurativa.
Si bien el producto-mapa puede presentar una imagen de topografía estática, tanto
la producción —y no sólo en el sentido físico de manipulación tecnológica— como la
lectura son dinámicos. Leach señala al respecto que:

[Es una] progresión dinámica de acontecimientos fragmentados, temporales, cada uno


de los cuales se asocia con una localización particular en el espacio artificial [y que si
bien] nuestra capacidad de modificar el medio ambiente exterior es muy limitada, tene-
mos una capacidad virtualmente sin límites de jugar con la versión interiorizada del
medio ambiente que llevamos en nuestras cabezas [Leach, 1989: 68 y 49].

Por otro lado, las personas también utilizan diversas contextualizaciones y referen-
cias gráfico-lingüísticas para ubicar y ubicarse, por ejemplo, cuando dan direcciones
personales para invitar a sus casas: el mapa mental y/o el diseñado en un papel impro-
visado (una servilleta, por ejemplo), ancla en lugares y rutas, toma determinados sig-
nos urbanos emergentes: un centro comercial, una autopista, una calle o un edificio
singular. La amplitud y los detalles de la referencia estarán condicionados tanto por la
pregunta «¿de dónde vienes?», como por la (in)significancia de los lugares del entorno
al que uno pretende ir, lo que a su vez condicionará la facilidad o las dificultades para
llegar. Esto nos remarca que la ciudad se observa desde varios puntos —de vista—, es
decir, desde las posiciones de la «mirada» que orienta el desplazamiento (sígnico y
físico). Esos puntos pertenecen a un paradigma, a un capital urbano, pero también a
los sintagmas específicos que cada uno elabora para orientarse. Entregar nuestra di-
rección a quien nos visita nos enfrenta con un problema de emplazamiento de nuestro
microentorno en el contexto inmediato y mediato de la ciudad. Nos ubicamos en ese
mundo y allí desplegamos el nivel sistémico, que puede acompañarse de referencias
queridas, de recuerdos, de repulsiones.
Los mapas mentales ponen en orden y donan un esquema de inteligibilidad al espa-
cio y establecen una articulación determinada (variable según la biografía de los habi-
tantes) con la ciudad. En las relaciones de traslado o transportación, las representacio-
nes personales ceden con mayor facilidad a las representaciones oficiales, porque su
carácter totalizador y su mayor «analogía» con el espacio físico favorecen su manejo
instrumental, mientras que el mapa de las rememoraciones se desvía por caminos más
particulares y establece relaciones temporales «menos lógicas» —tiempos emotivos
que alargan o acortan la distancia—, jugando con los «estratos» de la ciudad que la
memoria «almacena».
Estos mapas construyen su sentido instrumental y expresivo mediante las nomina-
ciones y relatos: a un lugar o una referencia le corresponde un nombre; a un itinerario,
el relato que los articula; es decir, configura lugares y recorridos, referencias, itinera-
rios y trayectorias —en su sentido biográfico. Por ello, es necesario observar las formas
de nominar las calles —además de las cargas semánticas que la memoria de los afectos
le adjunta—, los lugares públicos, así como los espacios que el poder y los habitantes
remarcan o esconden y que son dignos de celebración, olvido o escarnio. Éste es un
juego diverso entre la nominación oficial y los sobrenombres del uso y la fantasía de los
urbícolas, en el que podemos observar la imbricación entre los niveles del espacio; que
puede expresarse en la posibilidad de que un distraído flaneur borre la Historia con sus
propias historias.

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Las formas y sentidos que los individuos dotan a su hábitat se elaboran progresiva-
mente, a través de la acumulación de experiencias y de las relaciones y redes que cons-
truyen por sus caminos, que articulan lugares frecuentados y los puntos de referencia
en que se apoyan para ubicarlos. Estos recorridos están condicionados por la posición
social y territorial, además, están influidos por el sexo y la edad.

Quebec: espacio y cambios de residencia

Una de las experiencias importantes en la estructuración del espacio en Quebec es


el masivo cambio anual de residencia que se realiza el 1 de julio. Los informantes dicen
que buscan comodidad, buen precio, status, es decir, que al decidir el lugar al que se
trasladarán, además de realizar una evaluación del costo de los departamentos o casas,
también consideran las jerarquías otorgadas a las diferentes áreas de la ciudad. No
existe un solo patrón, sino se observan distintas formas de movilidad que no dependen
solamente de un factor, por ejemplo, el prestigio, aunque la accesibilidad sea conside-
rada fundamental. El cambio anual de residencia no es un hecho exclusivo de los que-
bequenses como lo muestran los free riders —cambios residenciales en ciudades anglo-
sajonas—; sin embargo, en Quebec el fenómeno adquiere una masividad impresionante.
Un estudio de la BBC de Londres, hecho en 1999, informaba acerca de esta singulari-
dad. Estos cambios significan un constante reposicionamiento del punto de enfoque
de su ciudad, y dota a la biografía de los quebequenses de perspectivas distintas para
rememorar e imaginar su ciudad.
Como un reconocimiento a esta «tradición», la mayoría de los contratos de arren-
damiento de casas termina a finales de junio y el traslado masivo ocurre el 1 de
julio. Pero también, «por coincidencia», el primero de julio se celebra la fiesta na-
cional de Canadá. Éste es un día de gran actividad privada, que culmina el desple-
gado desde semanas antes: en la búsqueda hacia dónde mudarse y en la prepara-
ción de las pertenencias para su traslado. En las casas y departamentos, mientras
unos salen, otros esperan en la puerta para meter las cosas en cuanto se desocupe
un espacio.
En la calle se observan caravanas de pequeñas carretas jaladas por automóviles o
camiones y camionetas de mudanza. Bell, la compañía de teléfonos e Hydro-Québec, de
electricidad, tienen mucho trabajo por atender las solicitudes de cambio domiciliario, al
igual que las oficinas de correos, las bibliotecas y otras entidades gubernamentales, por-
que también hay que avisarles de estos cambios de residencia. ¿Podemos observar en
esta práctica el debilitamiento del arraigo y el apego? ¿Es éste un factor que puede expli-
car las dificultades que ha tenido el Partido Quebequense para lograr una mayoría en los
referendums para decidir la separación de Quebec de la Federación canadiense? En todo
caso estamos frente al debilitamiento de una faceta de la dimensión cosmogónica del
espacio, que anteriormente encontraba una de sus formas de realización en la perma-
nencia —y la sacralidad— del hogar-casa. Desde otra perspectiva, esta actividad de orden
estrictamente privado cuestiona un ritual —público— que conmemora precisamente la
identidad federal canadiense, y que niega las aspiraciones quebequenses de ser país,
mediante un «contra-ritual» hormiga que instala espectacularmente en las calles un esce-
nario doméstico de muebles, camas, televisores, cocinas, etc.
Los mapas se elaboran para representar el espacio vivido o imaginado, obteniendo
de la observación y las deducciones de sus constructores una forma que pretende dar

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fidelidad a lo representado. Sin embargo, los mapas no sólo contribuyen a representar
o a constituir un saber topográfico que ayuda a desplazarse sino también a construir el
espacio ligado a la significación de los lugares, a ubicar los sectores sociales y sus
demarcaciones simbólicas, las zonas del prestigio, del temor, de la seguridad, etcétera,
de una ciudad que es altamente «mapeada»11 y que muestra una alta y rígida jerarqui-
zación de sus lugares, cuyo elemento ordenador es el uso de la historia y su espectacu-
larización ritual-política y/o turística, así como la «calidad» de sus habitantes. Los
quebequenses que se trasladan de casa, dejan también en cada área recuerdos que la
memoria invoca, y en esos espacios uno ancla en su ciudad y los retrabaja cada vez que
«vienen» al presente, más aún cuando interrogan interlocutores queridos, ubicándose
de esta forma entre los niveles sistémico y cosmogónico, porque además de emplazar,
se cargan de emociones.

Tepito: situar el mal

Es posible que algunos puedan acusarme de un cierto psicologismo al leer estas


líneas y no les faltará razón. Es más, a pesar de que la cultura es algo público, como ya
lo señalaba Geertz, no obstante, pienso que para el abordamiento de la significación
existe la necesidad de incorporar los espacios imaginales que se encuentran antes, en y
después del proceso de la interacción comunicativa y significativa: por ejemplo, cuan-
do alguien va hablar, aunque no lo conozcamos, sus indicios exteriores nos sitúan en
determinada expectativa: «pro», «anti», «indiferente».
Para estas reflexiones utilizaré la información que la prensa donó en los días que
siguieron al enfrentamiento entre la policía, los pobladores de Tepito y los delincuen-
tes el 16 de noviembre de 2000, cuando un espectacular operativo de la policía me-
tropolitana es repelida y los agentes son obligados a retirarse después de un enfrenta-
miento que la televisión mostró en vivo a la ciudad y la prensa escrita se encargó, al
día siguiente, de ampliar la documentación visual de nuestra memoria. La larga his-
toria de las relaciones entre el D.F. y Tepito muestra una de las estrategias más carac-
terísticas de la emergencia del mal y su proceso de mitificación, así como la presen-
cia dialéctica entre situar y/o expandir el mal, la que, a pesar de seguir caminos
antagónicos, muestra complementariedad en el tratamiento del imaginario y de sus
concreciones simbólicas.
En el primer caso —situar— estamos ante la territorialización específica de los
agentes del mal, lo que tendrá consecuencias psicológicas importantes para dominarlo
temporalmente; mientras la segunda —la expansión del mal— tendrá efectos desesta-
bilizadores mayores, al generar mayor ansiedad en la población del Distrito Federal.12
A otro nivel, planetario, podemos observar la historia de los Estados Unidos para
ilustrar esta complementariedad: en ese país, sus sectores dominantes construyen en
el imaginario de sus ciudadanos un referente situado del otro-enemigo para luego, en

11. Si se pide dibujar el DF, es posible que la mayoría de la gente empiece a hacerlo desde la «forma» que dona el
especie de logotipo («piña»), mientras que en Quebec, se parte de la forma del centro histórico o de las autopistas o
de los lugares más próximos a la residencia: la ciudad no tiene una forma que la anticipa, mientras que el DF sí, quizá
aquí para dominar la angustia de que en realidad ya no tiene forma o nunca se detiene en una.
12. La emergencia de la violencia en algún otro punto de la ciudad tendrá el efecto de expandirlo, como parece
sugerir el tratamiento que Televisa dio a la ejecución de una familia —de siete miembros— en la Delegación de
Tlalpan el 16 de noviembre de 2002.

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circunstancias históricas concretas expandirlo, dotándole del carácter mitificado de
la ubicuidad de una abarcatividad casi sin límites. El caso más expresivo de esta
historia la estamos viviendo con la condición fantasmal —y con ello sobrepasa los
límites que impone el espacio como masa-frontera y como espacio-distancia— de
Osama Bin Laden, quien, con los suyos, fue situado en el territorio de Afganistán,
para luego —y no sólo vía el tratamiento mediático dado al ántrax— constituirse en
un peligro planetario; y ahora la cadena continúa con Sadam Hussein, antes con
Kadafi, o Arafat, etc. así como, por ejemplo, la autorización para intervenir en los
correos electrónicos y los teléfonos. El llamado «eje del mal» es posible que ahora
organice las cosmovisiones de muchos norteamericanos.
Volviendo a Tepito la asociación expansiva se construye en imágenes gráficas y
discursivas que si bien tiene una larga historia, se renueva constantemente. La prensa
escrita informaba sobre los mencionados hechos de violencia, al día siguiente: «No, no
eran escenas de Bosnia ni Sarajevo; tampoco, claro, eran retazos de la lucha de los
globalifóbicos contra los dueños del mundo. Eran, ni más ni menos, que enardecidos
tepiteños apedreando, cual intifada palestina, a los granaderos y judiciales que habían
osado invadir su territorio…».13 Como un ejercicio adicional, observemos nomás los
términos comparativos mundializados que se utilizan y las asociaciones «naturales»
que se establecen con escenarios de la violencia que reconfiguraron nuestra cartografía
del planeta.
Los propios tepiteños —como también los otros «monstruos» legendarios— aportan
los elementos de su caracterización, y muestran, en ese espejo en el que se leen mutua-
mente los poderes que asisten a esta construcción. Ante la arremetida de la autoridad del
Estado, algunas señoras, residentes del barrio reconocen ante la prensa: «¡Nunca había-
mos visto tantos rateros juntos!» (Milenio, 17-11-00), para luego describir y explicar la
concentración y despliegue de los delincuentes —que se juntaron para rechazar la enves-
tida policial— y el saqueo y asaltos que se desarrollaron posterior a la retirada de la
policía que prácticamente fuga ante la respuesta de la población que se alió —táctica-
mente, según se puede colegir de sus declaraciones— con los delincuentes.
La construcción del lugar Tepito, vuelvo a señalarlo, tiene una larga historia. Los
agentes, recursos e imágenes provienen de los «dos bandos» y muchas veces adquie-
ren las características que dona la economía de la construcción del estereotipo, así
como el endurecimiento que también viene de esa modalidad de representación.
Recordemos que esa estrategia es una de las que también posibilita estructurar los
mapas sociales, y de remitir con mayor facilidad —vía el estereotipo— hacia su terri-
torialización: es también uno de los componentes más importantes de la estructura-
ción de los espacios desconocidos o ambiguos, que nos introducen en una paradójica
contracción o expansión que el temor o la certeza construyen.
La situación —o arraigo— del mal recurre también a su mitologización,14 que tiene
en el uso indefinido del tiempo uno de sus recursos: «Tepito… pesadilla que nunca

13. Jesús Sánchez Ramírez, «Tepito amotinado; ridículo político», La Prensa, 17 de noviembre de 2000.
14. Claro que el proceso no es visto por todos de la misma manera. Por ejemplo, los operativos, son considerados
por algunos periodistas como «acciones espectaculares con fines de propaganda». En esta misma dirección apunta la
opinión de una tepiteña: «Ya ni la chingan joven, arman esto pa’ que la policía se luzca en la tele» (Lucía). Aunque
habría que considerar que ese operativo se dirige hacia un imaginario para reactivarlo, fortalecerlo o para utilizar ese
«capital» simbólico como un espacio desde donde quiere hablar la autoridad, desde una aparente fortaleza que ella
toma para potenciarse: sitúa el mal para constituirse en autoridad, precisamente, aunque los resultados no siempre
son los que esperan.

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acaba. De zona de conflicto a tierra de nadie». «Sí, Tepito es un barril de pólvora y sería
un gravísimo error prender la mecha con la intervención de la fuerza pública» (La
Jornada, 18-11-00), activando otro componente de dicho proceso que compone acu-
mulación con crisis, elevación de los sentidos en el clímax.
Éste es un proceso en donde los actores despliegan un esfuerzo mayor para consti-
tuirse, que es a la misma vez, la constitución del otro: «Putos los judiciales, aquí es
Tepito y este barrio sigue vivo», pintaron en el asfalto de la avenida del Trabajo, luego
de la retirada de los policías. «Tepito es barrio bravo que ha demostrado históricamen-
te su carácter indómito. Cuna de campeones mundiales de boxeo y del tianguis más
viejo de esta ciudad, se ha convertido con el paso de los años, en una zona de comercio,
contrabando y en los últimos años centro de distribución de drogas y armas de fuego
de alto poder».15
Y este trabajo de construcción identitaria se consolida al demarcar el territorio por
parte de los actores, graficándolo expresivamente: «Nel, los policías no se atreven a
entrar a las vecindades, les da frío. Adentro en las vecindades tienen armas de alto
poder que no les llegan a las de los judiciales, ellos saben bien cómo está el pedo aquí,
por eso ni se asoman».16 Este proceso demarcatorio abarca escalas y horizontes diver-
sos, así, por ejemplo, cuando hablan del comercio tepiteño señalan «… la ropa y tam-
bién la droga, la manejan los orientales»17 (Aurelio, en La Crónica, 17-11-00). Al preci-
sar dicen que son coreanos, chinos y japoneses.
Manuel Payno, en Los bandidos de Río Frío señalaba que los tepiteños «vivían, se
enfermaban, sanaban, se morían como perros sin apelar a nada ni a nadie más que a
ellos mismos». Hoy en día Tepito representa una de las paradojas más interesantes
de la inmensidad urbana: la imagen de lugar fuerte, de espacio singular, casi encerra-
do en sí mismo, impenetrable para la autoridad, temido por los signos de la violen-
cia, no le impide al mismo tiempo ser uno de los espacios donde la globalización ha
arraigado: en Lagunilla se venden las artesanías de todo el mundo, en Tepito se en-
cuentra el mercado más importante de electrodomésticos que provienen de las ma-
quiladoras del planeta —y lo más importante: ignorando agresivamente las adua-
nas—, se dice que allí también se organiza el comercio de armas que surte a buena
parte de la delincuencia, se dice también que allí operan narcos que como sabemos
se organizan transnacionalmente y constituye una de las pocas empresas exitosas
surgidas de países «subdesarrollados».
La fuerza de la constitución de un nosotros, no anula la heterogeneidad que en todo
interior reconocen, inclusive en los guetos,18 no obstante, en momentos de crisis, las
identidades particulares se recomponen y las diferencias se matizan, para constituir un
nosotros más abarcativo que tiene en las acciones del otro uno de los factores decisivos:
«Nadie quería llegar a una situación como ésta, pero nos obligaron. Porque yo no quie-
ro defender a los que venden robado, pero si es la única manera de defender mis cosas,
lo hago y de este modo nos ayudamos entre todos» (Tepiteño en La Jornada, 18-11-00).
Informan que «60 organizaciones» zanjaron sus diferencias «para hacer un frente co-
mún»; y el nombre crece y cobija a otros diferentes que momentáneamente son noso-

15. Sandra Palacios y Francisco Cervantes, Milenio, 17 de noviembre de 2000.


16. «Tepiteño», en Sandra Palacios y Francisco Cervantes, Milenio, 17 de noviembre de 2000.
17. Sintomáticamente, un joven tepiteño apodado Chino, aclara: «Chino de pelo, no de los ojos» (Emilio Viale, en
La Crónica, 17 de noviembre de 2000).
18. Ver Loïc Wacquant, Parias urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio, Buenos Aires, Manan-
tial, 2001.

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tros: «Tepiteño, levanta la voz y el puño»; mientras que por el «otro lado» se movilizaban
aproximadamente 1.800 policías, según La Jornada, para intentar controlarlos.19
Y desde afuera, el esfuerzo heteroidentificador continúa su obra: «Si la incapa-
cidad de las fuerzas de seguridad para responder a la crisis nos deja perplejos, más
sorprendentes aun resultaron las entrevistas realizadas en la zona, en las que que-
dó de manifiesto la existencia de una ética del delito, en la que el contrabando, el
robo y el crimen constituyen formas normales de actividad y modos de vida;»20
«Las armas cortas y largas de los judiciales estaban listas, el seguro estaba abierto.
Los judiciales apuntaban en diferentes direcciones»; este estilo, muy próximo al
del narcocorrido y de la novela policial —y quizá deudora de sus narrativas— insti-
tuye sentidos del espacio y sus actores, marcando fuertemente nuestros mapas ur-
banos, cuya lógica parece guiarse por la necesidad de situar el mal, ubicarlo, por-
que sabiendo dónde está, se libra a los otros espacios.21 No obstante, este proceso
no siempre tiene una carga dramática y seria, y a la crisis, casi siempre lo asaltan
deslices y corrosiones del humor, que cuestionan su rigor: «¡No se vayan, no se
vayan, entrevístenme, yo también soy delincuente!», clama una niña a un camaró-
grafo de la televisión, riendo, sin lograr ya que la escuchen, mientras el Güero, la
Lupe, el Chino, Doña Tere, la Chacala, la Cuca, El Uasis, el Cordovés, el Chaleco,
entre otros tratan ya de volver a sus actividades de rutina, después de haber sido y
vivido ser tepiteño renovadamente.

Rituales contra la suciedad: tatuando la ciudad

Una de las formas expresivas de apropiación simbólica del espacio urbano en un


contexto de crisis y lucha política nos lo muestra la que desplegaron, en los dos últi-
mos años del gobierno de Alberto Fujimori, los distintos sectores de la sociedad pe-
ruana, en la que tuvieron participación pionera y protagónica los jóvenes. El ciclo de
las protestas ritualizadas rápidamente copó los días de la semana, se desplegó por
muchas plazas y calles de Lima, e involucró a diferentes sectores de la sociedad que
se expresaban a través de sus organizaciones o agrupamientos. Entre estos actos
podemos destacar:

a) Lavar la bandera. Numerosas personas se congregaban en la Plaza Mayor de


Lima, con grandes botes conteniendo agua con abundante jabón y se ponían a lavar la
bandera peruana22 y luego las colgaban23 en cordeles extendidos en la misma plaza,
cuidándolas hasta que sequen. Todo ello se hacía en medio de la circulación de infor-
mación entre los participantes, contagio e incremento de indignación e ira. Cada día
de la semana se encargaban diferentes instituciones.

19. La prensa indicaba: «Mil 200 policías fueron necesarios para sofocar el motín más grande que se ha registrado
en la historia moderna de México, que creció inesperadamente y colocó al gobierno del Distrito Federal en una de las
situaciones más delicadas que ha enfrentado» (Milenio, 17 de noviembre de 2000).
20. Enrique Calderón, «¿Ciudad de esperanza?», La Jornada, 18 de noviembre de 2000.
21. Habría que matizar, porque el poder expansivo del trabajo simbólico amenaza siempre con el proceso contra-
rio: la expansión.
22. «De la mugre de la dictadura y de la corrupción en las instituciones gubernamentales».
23. Se fue incrementando su número conforme pasaba el tiempo, cientos de banderas formaban hileras rojiblancas
que «iluminaban la esperanza».

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b) El muro de la vergüenza. Paredes ubicadas en lugares estratégicos de la ciudad,
utilizadas como grandes pizarrones donde la gente dibujaba, pintaba, pegaba fotogra-
fías o caricaturas y escribía reclamos, condenas, chistes, insultos contra la dictadura.
c) Pon la basura en su lugar. Diversas organizaciones de la sociedad civil convergían
en la casa de los ministros, congresistas oficialistas y otras autoridades políticas fuji-
moristas y dejaban muchas bolsas con basura en sus jardines o sus puertas.
d) Luto por la democracia. Mujeres vestidas de negro, se manifestaban en diferentes
plazas, frente a locales estatales protestando por el asesinato de la democracia.
e) Todos los martes al medio día, «un grupo de mujeres encabezadas por la congre-
sista electa Elsie Guerrero, llegan a la Plaza Mayor, portando equipos de fumigación
para desinfectar el Palacio de Gobierno».
f) Jóvenes estudiantes universitarios convocan a los conductores de vehículos a lan-
zar bocinazos a las seis de la tarde de todos los días: Por la democracia, toca tu bocina.24
g) Barrer las calles de la Plaza Mayor, un grupo de ciudadanos, todos los jueves por
la tarde llegaban a la Plaza de Armas para barrer.
h) Marcha de los Cuatro Suyos,25 que fue la peregrinación democrática de mayor
magnitud, que de alguna forma representaba la convergencia en Lima de todas las
protestas regionales. Más de 250.000 manifestantes llegan, de todo el país para protes-
tar por la reelección fraudulenta de Fujimori y realizan marchas por el centro de Lima,
y principalmente intentan acceder a la Plaza de Armas, al local del Congreso, se desata
una represión, paramilitares dinamitan el Banco de la Nación con el saldo de seis
muertos, intentando «manchar la protesta».

En primer lugar, estos actos de protesta reivindican el uso predominante de imáge-


nes antes que el discurso, y recuperan —crecientemente— el uso de la memoria pro-
yectiva que de alguna forma les había arrebatado Fujimori en complicidad con la pren-
sa y la televisión por él controladas, que era casi toda con excepción de La República,
Caretas y Liberación. Esta forma de comunicación utiliza los recursos de la dramatiza-
ción que progresivamente va entrando en los causes del performance y del ritual. Des-
de que se iniciaron, «ya no pararon», pues significó la producción masiva y espontánea
de un simbolismo propio, «en el camino», con prescindencia de libretos y sin hegemo-
nías, y más bien concientemente en contra de ellas.26
En segundo lugar, estas ritualizaciones realizan, de manera ejemplar, la condición
fundamental del símbolo: condensar sentimientos, valores y principios que siendo in-
vocados inicialmente en forma lúdica, asumen de manera imperceptible y progresiva
la condición proyectiva al reforzar los esfuerzos de la oposición al régimen fujimorista
en actos que progresivamente van adquiriendo seriedad y se van formalizando —al
fijarse días y horarios27 específicos, al reiterar los objetos simbólicos aportados, al es-
tablecer una regularidad en los gestos rituales, al encumbrar la bandera jerarquizando

24. www.cimac.org.mx
25. Alude, en connotaciones histórico-mitológicas a la antigua división del imperio incaico en cuatro suyos o
regiones. Connotaba la totalidad del universo, pues se consideraba al Cuzco como su centro.
26. Estos actos no se realizan para sus participantes solamente, sino albergan la esperanza de proyectarla al país
y al mundo, aun cuando esta proyección tenía la limitante del control gubernamental de la prensa.
27. Distintas organizaciones iban llenando la «agenda» de varios lugares públicos: prácticamente no había día que
no estuviera ocupada la Plaza de Armas por algún tipo de protesta ritualizada; de esta forma, se iba conformando un
nuevo cronograma para las actividades de la ciudad central, aunque también en la periferia se realizaban actos
similares. Significaba también la creación de lugares arrancados al poder, más aún, en el centro simbólico del poder.

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los otros símbolos participantes como el agua, y al dirigir el ritual hacia un conjunto de
significados que envuelven significaciones y emociones difíciles de representar (Tur-
ner) como la democracia, la justicia, la transparencia, los valores éticos, los que se
concretizan en la bandera y el agua —que se «auxilia» con los detergentes— manipula-
dos por actores implicados en la trama que produce la crisis. Como manifestación de
su conversión, fijan lugares, transformando a éstos en mojones simbólicos, sitios de
convergencia y de evocación intensa. Así el espacio habla de valores, se contrasta en los
gestos que los actores realizan, en una conjunción metonímica de manos-agua-bande-
ra que implica positivamente —y transforma o consolida— a sus protagonistas, al pro-
ducir sentimientos de agregación, comunidad y mayor compromiso opositor y los
emplaza en lugares simbólicos que ellos mismos instituyen, desde donde hablan al —y
sobre el— poder. La información e imágenes que produce la prensa y los comentarios
callejeros y en casa son fundamentales para esta institución de lugares.
Otro componente de este trabajo simbólico ha sido su protagonismo opositor: no
solamente afirmó los principios señalados, sino enarboló un subrayado gesto anti-
corrupción y anti-dictadura que potenció la tarea afirmativa: quizá fue esta condición
antagonista la que dotó de fuerza a los gestos simbólicos, generando, por su enfrenta-
miento dramático al poder, las condiciones para extraerse a su condición escénica
inicial. Así mugre-dictadura-corrupción se ubica en el escenario palaciego,28 pero tam-
bién en las casas de los ministros de Estado y de los congresistas oficialistas, y se
sintetiza en el personaje bifronte que la oposición crea en la crisis: Fujisinos.29
Iuri Lotman señala que los símbolos mantienen una cierta autonomía que les
permite migrar en el tiempo y en el espacio. En este caso, el agua se engarza en un
contexto político nuevo y realiza su acción purificadora en un contexto ritualizado
también novedoso —recordemos que inicialmente podía cualificarse a estos actos
como solamente teatralizaciones— encadenándose progresivamente a rituales iden-
tificatorios ya establecidos de los distintos actores: por ejemplo en el «día del perio-
dista» —ceremonia conmemorativa que lo antecede—, los trabajadores de la noticia
lavan la bandera, en las plazas mayores de Tacna, Arequipa, Ayacucho, Huanuco,
Huaraz, Piura, Trujillo e Iquitos, ratificando «la lucha por las libertades de prensa y
expresión vulneradas por el régimen». Esto permitió también la extensión territorial
y social del ritual inicialmente limeño. Sus ecos también se observaron en distintas
capitales nacionales europeas siempre en apoyo a la lucha de los peruanos; así como,
más recientemente, invocando problemas propios, los hemos visto escenificarse en
las capitales de Paraguay y Venezuela.30

28. No olvidemos que estos actos de protesta se realizan en la Plaza de Armas, frente a Palacio de Gobierno, que
es donde despacha el presidente.
29. No solamente se produjo una elipsis lingüística, sino también se los representó en bulto, ya sea como un
hombre con dos cabezas o como un hombre pero que tiene en la única cabeza dos rostros, ubicando el segundo en el
cráneo. Nótese en la condición adjetivada del sustantivo «Fujisinos»: no solamente expresa su imbricación sino
fundamentalmente su extrañamiento radical que se encarga a la ambivalencia de las dos sílabas finales de Montesinos
que debe leerse también, por metonimia conceptual, como asesinos.
30. El bloque «Primero Justicia» organiza el ritual de lavar la bandera el 11 de abril del 2002 en Caracas, y expresa,
por voz del diputado Julio Borges que lo hacen «en desagravio a las víctimas del 11 de abril […] porque en un país
donde se irrespeta el estado de derecho y la justicia, se ensucia la patria, deshonra la historia, se mancha la
venezolanidad». Por otro lado, el Centro de Regulación, Normas y Regulación de la Comunicación del Paraguay
constituyó el 6 de septiembre (2002) como el «día de la vergüenza» en repudio por el estado de corrupción imperante
en ese país y llamó a la población a lavar la bandera. Semanas atrás, Paraguay había sido clasificado como el país más
corrupto de Latinoamérica, y tercero a nivel mundial. «(Ese día) limpiaron banderas como señal de compromiso, los
ciudadanos lavarán la cara del País» (www.abc.com.py).

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A través de estas ritualizaciones, el mapa urbano limeño pronto hace emerger
distintos lugares que son enfocados por estas iluminaciones del simbolismo político,
que quizá tiene como «secreto» de expansión en que no oculta ni anula una dimen-
sión lúdica, la que a su vez, al parecer, permitió bloquear la resistencia de la recep-
ción de lo disidente que todo proceso autoritario construye con la hegemonía del
miedo. Más ese mismo miedo activa la potencia del simbolismo al situar —con un
protagonismo que el mismo acto construye momentáneamente— al sujeto en medio
de una confrontación que en los años de la dictadura estuvo marcada por la repre-
sión sistemática, el amedrentamiento y la persecución de los opositores.31 Esta po-
tencia expansiva del simbolismo se sitúa en actos que buscan instituir un simbolis-
mo alternativo, antidictatorial, y tiene en la comunicación, principalmente de boca a
oreja, pero también de algunos medios —inclusive oficialistas, aunque éstos para
burlarse— la «ayuda» para delinear su condición simbólica; no obstante, su éxito
también deviene de las consecuencias de lo que Gaston Bachelard llamaba la imagi-
nación material; él decía: ¿qué sería de la significación de la pureza sin las imágenes
del agua cristalina?
Los participantes asisten a la convocatoria de agrupaciones de la sociedad civil, la
mayoría sin ligas partidarias —subrayándose como tales, orgullosos de su autono-
mía—, muchos de otros portadores de intereses y reivindicaciones específicas
—jóvenes, mujeres, intelectuales— y comprometen también, «al paso», a quienes se
aproximan —muchas veces por curiosidad— ya sea invocando muestras de simpatía
o haciéndoles participar sin mayor «compromiso» que el estar allí. Se sabe que pos-
teriormente muchos de ellos han comentado en sus casas y con sus amigos con orgu-
llo, relatos que se extienden aún a la actualidad, contándose como un acto en el que
se inscribieron con protagonismo en la historia, expandiendo actos que remiten a un
espacio imaginario dúctil que poco a poco irá encontrando una mayor iluminación
simbólica.

Marcando la ciudad con la memoria proyectiva32

La historia de los desaparecidos en Argentina nos muestra cómo los hechos que
acontecieron son proyectados en el tiempo a las nuevas generaciones y en sus diferen-
tes escenificaciones, ritualizaciones y relatos demarcan el espacio de la ciudad recons-
truyendo la relación que sus habitantes tienen con él: la memoria de esta manera se
provee de asideros para realizarse en los sentidos que en estos procesos se reconstru-
yen e imaginan
Aquí el trabajo de constitución de los lugares se realiza proyectivamente, aun
cuando se utiliza la memoria como emblema. Este proceso permite resignificar los
hechos y personajes e investirles de significados en un trabajo de simbolización que
articula espontaneidad e intención. Una de sus características principales es la de
constituirse en fuente de nuevas emisiones de sentido, de emosignificaciones inéditas

31. En el último año de la dictadura fuji-montesinista, un periodista que accedió a uno de los primeros «vladi-
videos» casi sufre la amputación de sus manos. Las huellas que dejó el serrucho en su muñeca fueron motivo de burla
por parte de la prensa oficialista, quien dijo que él se había ocasionado la herida.
32. Esta sección se basa principalmente en dos trabajos: «El espectáculo de la memoria: trauma, performance y
política» de Diana Taylor, 1999 (www.hemi.ps.tsoa.nyu.edu) e «Hijos de desaparecidos, hijos de la memoria para el
futuro» de Luzmila da Silva Catela (Sincronía, primavera, 1999).

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a través del ser colectivo que van construyendo dotándole a la identidad referentes
nuevos y proyectividad.
La evocación —en relatos, homenajes, conmemoraciones, rituales, silencios, per-
formances— de los desaparecidos progresivamente irá constituyendo nuevos actores y
lugares, así como nuevas significaciones y escenarios. De forma breve en este acápite
trataré acerca de cómo las Madres de la Plaza de Mayo se convertirán en Abuelas en el
mismo lugar en el que ganaron nombre, y cómo surgirá otra generación que aportará
a la memoria y la exigencia de justicia al constituirse en HIJOS (Hijos por la identidad y
la Justicia, contra el Olvido y el Silencio). Vemos cómo significativamente una genera-
ción «desaparece», la de madres, quienes pasan a ser abuelas, representando metoní-
micamente a esa misma suerte que corrieron sus hijas en manos de la dictadura y
crearon el personaje de los desaparecidos.
En un primer nivel me interesa narrar las formas de presencia y de marcación
espacial que desarrollan las Madres y los HIJOS, para desarrollar la forma y los meca-
nismos por los que un espacio se constituye en un lugar y cómo se lo inviste de senti-
dos, trabajando la memoria con la imaginación, articulando de esta manera los tres
niveles del espacio, con predominancia del cosmogónico, o más bien sujetando los
otros dos en función de él.
Las Madres de la Plaza de Mayo realizan figuras con sus cuerpos que en su despla-
zamiento físico donan y emiten —en el sentido goffmaniano— una significación funda-
mental y otros que la complementan: en primer lugar sus cuerpos «hacen visibles» las
ausencias y transgreden prohibiciones expresas de la dictadura al apoderarse de un
espacio público para comunicar públicamente algo que la dictadura pretende reducir
al secreto, a la oscuridad, al misterio. Quizá sea solamente este último sentido el que
ambos compartan, aunque de diferente manera: los familiares ignoran el paradero de
sus seres queridos, mientras la dictadura sí supo, y es posible que sepa, dónde están,
aunque al ocultarlo —y simular no saber— contribuye al efecto de incertidumbre aso-
ciada al misterio.33
Diana Taylor (1999) desarrolla una interesante propuesta de interpretación con
relación a la escenificación reiterada —performance la denomina— de esta rebeldía.
Señala que esas mujeres subrayaron una condición a la que mayoritariamente habían
sido reducidas: la de madres que cuidan a sus hijos y esa tarea, que pertenecía a la
esfera privada, ahora se proyectaba como un arma simbólica para cuestionar políticas
represivas de la dictadura y hablar con sus cuerpos, y con ellos señalar, destacadamen-
te, las dolorosas ausencias.
En el desplazamiento lento, en sus pañuelos blancos y la fotografías que portan se
habla del dolor y la indignación, una protesta que adquiere un antídoto eficaz frente a
la represión en esas mismas posturas, en sus ubicación visible en la ciudad, en las
observaciones ciudadanas y de los medios, reforzada porque «las madres se apodera-
ron de la imagen de la Mater Dolorosa y explotaron el sistema represivo de representa-
ción que tan efectivamente ha limitado las posibilidades de visibilidad y expresión
para las mujeres. El rol virginal asignado a la mujer para la performance tradicional de
lo «femenino» subraya las cualidades de auto-sacrificio y sufrimiento. Al encarnar el
dolor, las Madres no sólo hicieron visible la lucha por los hijos, sino la estructura repre-
siva del imaginario nacional» (Taylor, 1999).

33. El misterio tiene la paradójica capacidad o poder de reducir o expandir el espacio: el otro lado, lo desconocido
crece o se empequeñece en función de la imaginación, el miedo o la esperanza.

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La Plaza, por otro lado, ya tenía significaciones anteriores: allí se conmemora la
Revolución de Mayo y la libertad política y las madres «usan sus cuerpos en un
movimiento metódico y lento», el cual puede proyectar el sentido de no violencia,
pero también ratificar su condición de víctimas que sinecdoquiza la condición pa-
siva a la que se la orillaba estructuralmente. Taylor señala que ellas han transfor-
mado sus cuerpos en «archivos vivos» y «usando imágenes como segunda piel»
lograron posicionar su protesta en el escenario nacional y urbano, expandiendo los
sentidos iniciales y sus lugares a una dimensión política mayor —ahora se las ve
participar en múltiples movimientos de protesta— de la ciudad, el país y a nivel
internacional. Esta capacidad expansiva reitera su carácter simbólico y también la
eficacia de la producción significativa que articula memoria e imaginación; retra-
baja las relaciones entre el pasado y el futuro, y de lo micro y lo macro, y articula
los tres niveles del espacio.
En esta dirección, y como una constatación de que la exposición y/o creación de
símbolos determinados siempre opera en diálogo con otros, la imagen de las Madres
—quienes enfatizaron los lazos familiares y comunitarios—, se opone a la de los milita-
res que proyectan la imagen de «hombre heroico y solitario»; las madres «usan movi-
mientos circulares alrededor de la plaza, caracterizado por un dialogar y un caminar
informal» significando «igualdad y comunicación» frente a la jerarquización y rigidez
de los desfiles militares.
El nivel sistémico utiliza los recursos simbólicos descritos —que lo potencian— y
trabaja con ellos, conjuntamente; no obstante, se puede decir que se desarrolla tam-
bién a través de una estrategia más controlada y racional: a una primera proyección
en el espacio social local, luego nacional, le sigue un despliegue internacional, y esos
estratos espaciales son ya abordados a través de estrategias de comunicación e in-
tercambio que progresivamente se institucionalizan en cartas, oficios, comunica-
dos, coordinaciones de actos, que en sí mismos portan los símbolos que proyectan
lo que portan y en las lecturas y actos realizan los sentidos que los lectores decodifi-
can y le adjudican, realizando ese dispositivo simbólico que porta más de lo que
porta. Así, las Madres ya no son un referente nacional sino un actor simbólico plane-
tario, ellas son madres y son símbolo de múltiples causas que las exceden gustosa y
sentidamente. En este nivel del espacio, constatamos una cartografía mundial de
coordinaciones, adhesiones, simpatías hacia las Madres que realizan ese su papel
en público y para la esfera pública. Así, el lugar busca al espacio y éste lo retroali-
menta: el símbolo se abre hacia territorios desconocidos, semiconocidos, difíciles
de nombrar, imaginar, pero que anclan en los propios dramas haciéndose suyos
donde estén quienes lo necesiten.
Así las Madres reubican la cartografía social y colocan una trinchera en el imagina-
rio nacional e internacional, y los mapas globales del descontento, la protesta y la
dignidad tienen un lugar al que miran cuando sienten que «algo» —con ese halo de
misterio que esta palabra adquiere en la vida cotidiana— los amenaza o ha ocurrido,
mitificándolo y con ello dándole nuevos poderes emosignificativos. Cuando intentaron
desalojarlas, marcaron la Plaza pintando pañuelos blancos que antes las cubrían y
ahora se les encargaba de guardar metonímicamente el lugar.
En los últimos siete años ha surgido un nuevo actor alrededor del grave problema
de los desaparecidos: los HIJOS. Ellos, como se puede colegir son quienes no conocie-
ron a sus padres y durante largo tiempo guardaron silencio, por miedo o temor a la
condena social, privatizando un problema político y social, escondiendo la condición

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identitaria importante que demarcaba su posición en el mundo que era la de ser hijos
de desparecidos.
Nuevas condiciones sociales, las conmemoraciones y homenajes, las noticias y ar-
tículos periodísticos, documentales, etcétera fueron constituyendo las condiciones para
abrir un espacio para la palabra de los hijos, quienes progresivamente fueron agregán-
dose y este proceso de conjunción de semejanzas anteriormente escondidas, encontró
un lugar adecuado para hablar y publicar lo que permanecía en silencio y lo privado.
HIJOS ocupó la ciudad con mayor despliegue territorial: a las investigaciones que
realizaban para ubicar a los causantes de su desgracia —que ya implicó todo un esfuer-
zo de un mapeo nuevo de la ciudad— le siguió el trabajo de marcación de los lugares:
señalaban que a 500 metros se encontraba el torturador, el asesino, el que desapareció
a sus padres, luego ponían otra marca a 400 metros, luego a 300 metros y así hasta
llegar al sitio; en el trayecto se inscribían sus delitos en las paredes, en un acto que
denominaron escrache, que puede «ser definido como “arrojar algo con fuerza”».34 Es-
tos actos los realizan bajo la modalidad de «performance de guerrilla» (Taylor, 1999),
pues se juntan en el tiempo para luego diseminarse en el espacio luego del golpe.
Mas antes, hacia 1995, los jóvenes habían desplegado una actividad también de
marcación de espacios de la ciudad: mediante pósters pegados en cafés, bares, en los
barrios en los que vivían los desaparecidos, en la Universidad, en actos conmemorati-
vos, constituyéndose las facultades de la Universidad el espacio más posibilitador para
que la memoria hablara y el silencio encontrara en las historia de los otros los rostros
de la confianza.
El relato siguiente puede ilustrar muy expresivamente la labor de HIJOS:

A veces, como en el escrache a Alfredo Astiz, los HIJOS se aprovechan de la sorpresa.


Llegaron calladitos, con la ropa acorde. Algunos con una carpeta del tipo universitario y
otros, lapicera en mano. «Estudiantes de derecho» se presentaron, uno a uno, para que
los dejaran pasar al lugar donde iba a ser juzgado. El silencio que recibió a Alfredo Astiz,
ayer al mediodía, en la sala de audiencias donde se lo juzga por presunta apología del
delito, no era más que una treta. Apenas se sentó en el lugar del acusado, los 15 supuestos
estudiantes revelaron su Identidad. «¡Ahora!», gritó uno de ellos. Los hijos de desapareci-
dos —de ellos se trataba— se pusieron de pie y se sacaron sus camisas del disfraz para
exponer las remeras que llevaban ocultas, pintadas con sus gritos de «Astiz asesino»,
«Genocidas a la cárcel». Fue la primera vez que Astiz se expuso obligado ante el público
y se encontró con los hijos de esos hombres y mujeres a los que ayudó a matar en los
setenta. Le hicieron un escrache a dos metros de distancia frente a la televisión […] Los
que sobrevivieron a sus víctimas, de 20 a 25 años, le miraron la nuca y lo insultaron de
muy cerca, ahí nomás. Descargaron vaya a saber cuanto odio y cantaron «asesino, asesi-
no». También le juraron, con rabia y a coro: «como a los nazis, les va a pasar, a donde
vayan los iremos a buscar».35

El mismo periodista relata sus efectos: «Fue demasiado para él, que apretó la man-
díbula y aguantó lleno de bronca, acaso también con dolor, hasta (que) algo de adentro
le dijo basta y se paró para abandonar la sala (Taylor).

34. Taylor cita al Diccionario Lunfardo de José Gobello.


35. Gerardo Young, «Sorprenden al ex marino Astiz con un escrache en Tribunales», Clarín, 26 de febrero del
2000, citado por Taylor. www.clarin.com.ar/diario/

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Los escarches contrastan con los actos de las Madres porque son más carnavalez-
cos, no son solemnes, y articulan en sus rituales de venganza una dimensión lúdica que
es fundamental y que luego puede desembocar en lo dramático, pero se inicia y termi-
na en actos de socialidad juvenil.
La expansión simbólica cuenta con el recurso de los medios de comunicación
masiva, e involucra, en las incursiones a las casas de los culpables, a los vecinos, las
marcas que dejan los escracheros en la ciudad vuelven a subrayar lugares, a instituir
otros, a resignificarlos, así el espacio de la ciudad no es sólo de circulación funcional:
también en los mapas se indaga por los lugares de peregrinación —imaginal y físi-
ca— en busca de los símbolos que hacen pública la memoria y posibilitan empatías
diversas.
Los tres niveles del espacio son producto de la actividad humana que se despliega
interactuando mutuamente, ya sea de manera complementaria o contradictoria. Salir
con el pie izquierdo puede no significar nada, pero si se interpreta desde una creencia
—unidad mínima de una cosmovisión— estremece y reclama prudencia. Utilizar bien
el nivel sistémico aleja presión sobre el desplazamiento, pero si uno se pierde, inmedia-
tamente el miedo activa el nivel simbólico. Estas correlaciones tienen implicaciones
metodológicas de importancia, porque nos impele a observar los sentidos adscritos y
los sentidos operacionales, a fin de elaborar etnografías que no sean meras crónicas.

Bibliografía

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WACQUANT, Loïc (2001), Parias urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio,
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Espacio etnográfico, hermenéutica y contexto
socio-político: un acercamiento situacional

Sergio Tamayo y Xóchitl Cruz

I. Presentación

Nuestro interés es comprender la cultura política de una ciudadanía con caracterís-


ticas nuevas que se manifiesta en las ciudades. Esta cultura política se expresa en diver-
sas formas de apropiación y transformación del espacio público, así como en aquellas
formas de resistencia a la globalización que se dan en distintas regiones del mundo. La
pertinencia del tema es doble: por un lado, el hecho que la sociedad civil ha sido fuerte-
mente afectada por la intrusión de la globalización, lo que ha modificado la división
social del trabajo, la organización familiar y las expectativas culturales de los indivi-
duos, produciendo más pobreza, dominación y exclusión; por otro lado, la utopía que
persistente argumenta que los cambios liberadores a nivel estructural tendrán que par-
tir necesariamente de experiencias locales, desde las prácticas mismas de ciudadanía,
pero concientes de orientar su participación particular con los anhelos universales.
De esta forma, los temas que se entrelazan de manera indisoluble son ciudad y
ciudadanía, espacio público y participación ciudadana. Manejar estos conceptos en
una perspectiva holística nos traslada frecuentemente entre dos niveles de análisis,
uno de carácter estructural y global, y otro de constitución local e interaccionista. ¿Cómo
comprender y explicar con sustento empírico el impacto que la globalización ha tenido
sobre el comportamiento político de la ciudadanía en lugares urbanos? ¿Cómo expli-
car la acción de los actores sociales y políticos en la definición y redefinición de proyec-
tos de largo alcance, de su transformación y su alternancia?
Cuando se hizo evidente la profunda crisis de paradigmas, resultado de los cambios
trascendentales en la economía-política mundial, nos enfrentamos a un problema epis-
temológico: cómo reconstruir nuevamente una explicación lógica de la realidad. Esto
se dio en el contexto de movimientos estudiantiles y luchas de liberación en Europa del
Este desde la primavera de Praga de 1968, de las imposiciones neoliberales de los
ochenta, del derrumbe del muro de Berlín en 1989, de la expansión de la globalización
a través de los enormes consorcios transnacionales y las nuevas guerras y violencias de
la última década del siglo XX; todo ello en medio de un enorme desprestigio, casi sin
mediaciones, del marxismo como meta-relato y como ideología liberadora.
La crisis teórica ha podido más o menos resolverse con el ajuste de ciertas corrien-
tes que han intentado explicar las nuevas condiciones de la existencia humana, por
ejemplo: la teoría de la acción comunicativa de Habermas, la teoría de la estructura-
ción y la tercera vía de Giddens, la crítica de la modernidad de Touraine, el sistema

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mundial de Wallerstein, la globalización y los medios de comunicación de Chomsky, la
sociología crítica del capitalismo de Bourdieu.
A pesar de sus diferencias, estas concepciones ubican una necesidad central, la de
vincular los aspectos estructurales de la dominación, de la división internacional del
trabajo, de los sistemas económicos, de la objetivización (alienación y cosificación)
de los mercados, y de la permanencia del capital a nivel mundial, con la comprensión
del impacto local de estos fenómenos, de la colonización interna del mundo de la
vida, de la constitución de nuevos sujetos sociales, de la organización de resistencias
locales y supranacionales contra la globalización, y de las nuevas formas en que se
expresa hoy la lucha de clases.
Todo ello nos parece bien, si queremos partir de un marco general explicativo. Teó-
ricamente es posible identificar y vincular los aspectos sistémicos y los procesos, los
hechos y la hermenéutica, la objetividad y la subjetividad. Pero el problema se presenta
cuando queremos sustentar esta vinculación, porque surge la dificultad metodológica:
¿Cómo recopilar información adecuada, cómo analizarla y cómo encontrar inferen-
cias lógicas y analíticas que expliquen, por ejemplo, el impacto de la guerra en el medio
oriente con la crisis estructural de Argentina y la lucha de clases en Venezuela? ¿Cómo
explicar las formas de la cultura política de una ciudadanía que se expresa en las calles
de Buenos Aires, Caracas, Ciudad de México, París o Barcelona, y que se entrelazan
con distintas visiones, sean globalifóbicas o globalifílicas, e independientemente de la
base social de estos movimientos de resistencia? ¿Cómo entender el impacto que estos
movimientos sociales pueden tener o no sobre las pesadas estructuras económicas y
militares que se imponen a escala mundial?
Para nosotros el problema metodológico tiene que ver con la necesidad de entrela-
zar una perspectiva, por un lado, interdisciplinaria, y por otro lado de triangulación de
métodos tanto cuantitativos como cualitativos. Es importante, sin embargo, establecer
un marco interpretativo y epistemológico que permita tejer sin confusiones los distin-
tos métodos y técnicas de investigación. Este marco lo hemos construido a partir del
Análisis situacional, que tiene sus orígenes en la Escuela de Manchester. Lo hemos
aplicado de una manera amplia y ecléctica, pero crítica, para estudiar la relación entre
espacio y comportamientos colectivos, entre ciudad y ciudadanía, entre espacio públi-
co y participación ciudadana, y finalmente entre cultura política y cambio social
(cfr. Tamayo, 2002; Tamayo y Cruz, 2003).
Esta aplicación sui generis del análisis situacional ha provocado varias críticas. Las
principales suponen un excesivo énfasis al trabajo etnográfico en relación a la apropia-
ción simbólica del espacio público de grupos políticos y ciudadanos. Sobre tal base se
ha afirmado que la nuestra es una postura culturalista poco conectada a las relaciones
sociales y políticas a nivel sistémico e institucional, y que predomina por tanto un
sesgo subjetivo en el análisis.
En parte por tales críticas y en parte por la necesidad de ser más explícitos en la
aplicación del Análisis Situacional, metodología que no ha sido muy divulgada y en
consecuencia poco aplicada y entendida en los análisis sociales, creemos importante
desarrollar nuestra interpretación y experiencia en la triangulación de distintos méto-
dos de análisis: la etnografía sobre el espacio público apropiado, la hermenéutica o
interpretación de la situación por los actores, y el contexto social, político y urbano.
Aunque en efecto el método es inductivo al inicio y se vincula al contexto desde
abajo, habría que reconocer que después se despliega en un análisis deductivo, des-
de arriba, para comprender holísticamente la experiencia empírica. Es decir, para nos-

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otros, este proceso inductivo-deductivo y viceversa es lo fundamental de tal propuesta
metodológica. Es lo que podríamos llamar una forma de navegar entre distintos ámbi-
tos y conectar así los microprocesos con las grandes estructuras, esto es, acoplar el
estudio sistémico con los mundos de vida. De este modo, navegar sería la posibilidad
de ir y venir entre distintos niveles de análisis, cruzar fronteras epistemológicas, trans-
gredir límites disciplinarios y encontrar ese punto de conexión entre lo global y lo local.
Varios autores han construido distintos acercamientos metodológicos que vinculan
los aspectos macro y micro (cfr. Tilly, 1984). Algunos de ellos son retomados por noso-
tros para enriquecer nuestra visión sui-generis del análisis situacional, como el enfoque
de la hermenéutica profunda de Thompson (1993) con su relación triádica entre cam-
po-objeto, campo-sujeto y contexto; así como los marcos interpretativos de David Snow
(2001) sobre la acción colectiva, basados en la perspectiva de Goffman.
El artículo se divide en tres partes. La primera incursiona en una discusión episte-
mológica sobre la importancia de triangular distintos métodos que nos permitan en-
tender la relación entre los aspectos objetivos y subjetivos de la realidad. En la segunda
parte explicamos la experiencia histórica e intelectual de la Escuela de Manchester y
sus principales postulados. Finalmente, en la tercera parte describimos la relación de
tres conceptos, básicos para nosotros en el estudio de la cultura política ciudadana: el
espacio etnográfico, la interpretación de los actores y el contexto.

II. La relación objetiva y subjetiva de la ciudad-ciudadanía

En este apartado queremos hacer un énfasis en la necesaria triangulación de pers-


pectivas que combinen datos duros, cuantificables y medibles con información cuali-
tativa, que parte de la interpretación subjetiva de los actores urbanos. Nuestro referen-
te es el estudio del espacio, como ámbito construido físicamente y como lugar apropiado,
percibido e interpretado. Este planteamiento se acerca en mucho a la propuesta meto-
dológica de Thompson sobre el campo-objeto y el campo-sujeto, el cual analizamos
aquí. Tal discusión nos permite una entrada más clara a las dimensiones metodológi-
cas del análisis situacional que se basa, como veremos más adelante, en el espacio
etnográfico, la interpretación de los actores y el contexto urbano.
Una manera de explicar la relación entre ciudad y ciudadanía es por la vía de deli-
near las formas de producción social del espacio público y de los espacios ciudadanos
en la urbe. Partimos de explicar a la ciudad como un producto tanto de la acción como
de las ideas de los individuos. La ciudad es objeto material y construcción simbólica y
social. Es dato y es interpretación.1
Por un lado, el dato de la ciudad es su materialidad, es el espacio físico objetivo. Es
una relación de todos los objetos entre sí: casas, edificios, viaductos, automóviles, ca-
miones, postes y cables, anuncios, bancas, plazas, banquetas, árboles, arbustos y flo-
res, puestos, comercios, restaurantes, oficinas y tiendas, suelo dividido, tuberías, infra-
estructura, aviones y helicópteros, pistas, trenes y vías, lámparas, puentes, etcétera. Es
también una correspondencia entre objetos y personas físicas, que califican el espacio
y denotan las formas de interacción social.

1. Para una mejor comprensión del espacio, espacio urbano y espacio público hemos tomado como referencia a
Arendt (1961); Habermas (1993); Joseph (1992); Sennet (1979); Tomas (2001a); Ghorra-Gobin (2001a y b); De Certeau
(1990); Tamayo (1998); Harvey (2000, 1996); Augé (1996); Soja (1996, 1989), entre otros.

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Por otro lado, la interpretación de la ciudad se remite a sus actores, a sus ciudada-
nos, es el espacio subjetivo. En efecto, además de esa ciudad objeto y de ese espacio
relacional, la ciudad es interpretada por los individuos, según se apropien colectiva-
mente del espacio: puede ser por edad o género, niños, jóvenes, adultos, hombres y
mujeres; o según la división social del trabajo, empleados, trabajadores, obreros, em-
presarios y capitalistas; o por diferencias étnicas, indígenas, mestizos y criollos; o por
clases, bajas, medias o altas, pobres o ricos, propietarios y desposeídos; o por identida-
des sexuales, gays, transexuales, lésbicas o heterosexuales; etcétera. Es así, interpreta-
da por las diversas experiencias culturales, políticas, comunitarias y sociales. La ciu-
dad es, como el espacio, tanto relacional como simbólica.
En consecuencia, los espacios ciudadanos son productos de acciones e imaginarios
de los individuos. Por un lado, una acción en o sobre la ciudad evidencia el tipo de
participación de los actores. Entendemos a la acción como una conducta y una prácti-
ca definida a través de la interacción social. Ese comportamiento comprende un esta-
do constante de movimiento, de actividad y de comunicación. Al hacerse así, las accio-
nes se enfrentan, se tensan, se friccionan, se oponen entre sí y con las de otros actores
urbanos, y de ahí resulta el conflicto, la confrontación y la lucha social.
Los imaginarios son ese conjunto de representaciones, pensamientos, imágenes,
suposiciones y aspiraciones que le dan sentido a la acción (Aguilar, Sevilla y Vergara,
2001). Desde nuestro punto de vista, las ideas sobre la ciudad son construcciones
simbólicas de los distintos actores sociales, representaciones de la realidad e imagi-
narios urbanos a partir de experiencias objetivas, posiciones sociales e ideologías
tomadas del exterior. Todo ello permite generar modelos y explicaciones de la reali-
dad, los que a su vez integran planes y proyectos que pretenden alcanzar una vida
urbana perfecta e idealizada. Estas utopías, sin embargo, no son únicamente suposi-
ciones, sino diseños de futuro con base en experiencias obtenidas previamente, es
decir, se ubican en la historia, así como en las acciones del presente (cfr. Lefrebvre,
1978; Heller, 1994; Habermas, 1989, Tamayo, 1998; Harvey, 2000). Por consiguiente,
consideramos que la ciudad es un espacio en disputa y constituida por lo que llama-
mos los espacios ciudadanos. Y si dichos espacios se producen tanto por la acción
como por los imaginarios de los individuos, una perspectiva metodológica tendría
que observar e integrar el hecho objetivo como dato y la interpretación subjetiva, es
decir, el espacio físico y social, y el espacio simbólico, el objeto y el sujeto, la acción y
lo que da sentido a la acción.
Pero en conjunto, nuestro enfoque ambiciona articular distintos niveles y visiones:
lo global y lo local, la economía y la política, la estructura y los procesos sociales, la
tecnología y el humanismo. Integralmente, todos estos temas revaloran la ciudad y
la ciudadanía, las identidades colectivas y los movimientos sociales, la cultura ciuda-
dana y el espacio público.
Siempre hemos considerado que un gran problema teórico es poner en equilibrio
esa dualidad: objetividad y subjetividad, sistema y mundo de vida. Pero más difícil aún
es referenciar tal polarización, y ahí entramos a un problema de método: ¿Cómo vali-
dar la inferencia teórica del impacto de la globalización en la vida social? ¿Cómo con-
vencer con datos, ejemplos y experiencias confiables la influencia de la acción humana
en los grandes, lentos y enormes sistemas y estructuras históricas? ¿Cómo trasladarse
de lo general a lo particular? ¿Cómo pasar de lo específico a lo genérico?

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El espacio observado y el espacio interpretado (espacio-objeto y espacio-sujeto)

El acercamiento metodológico más simple de nuestra visión es observar y pregun-


tar. Observar es un recurso etnográfico, que tiene que ver con el estar en el lugar mismo
de la acción, en el espacio-objeto. Pero hay muchas formas de estar en el sitio y obser-
var la acción. Se puede mirar a través de filmaciones y fotografías, de grupos interdis-
ciplinarios, de cronistas, desde las alturas o desde abajo, desde una visión panóptica o
una experiencia en sitio, desde afuera o desde adentro. Nuestra observación del espa-
cio y el comportamiento colectivo ha intentado incluir todas estas miradas.
También es cierto que existen muchas formas de preguntar y depende tanto de los
actores como del entrevistador involucrado. Las respuestas son interpretaciones de si-
tuaciones y fenómenos concretos, del espacio y de sus experiencias de vida; es el espacio-
sujeto. Los actores se definen a sí mismos, y a su vez son definidos por otros, según sus
diferentes posicionamientos, ideas y proyectos de ciudadanía, y en consecuencia por
sus propias interpretaciones. Ellos se asocian, se adhieren, se confrontan y luchan entre
sí, y del resultado se crean todas aquellas particularidades de los espacios ciudadanos.
La diversidad de los actores es muy amplia, y un problema de método es su identi-
ficación a partir del conflicto estudiado. Por eso no es posible definir a la ciudadanía,
es decir, a la sociedad civil, como si fuera un envoltorio amorfo de individuos. Precisa-
mente, debido a la interacción social de todos ellos, la sociedad civil se configura de
intereses materiales y culturales. Se forma por grupos, asociaciones, cámaras, organi-
zaciones, instituciones, clubes, sindicatos, federaciones, confederaciones, coordinado-
ras, uniones, iglesias, equipos, escuelas, colegios, sociedades, frentes, partidos, ligas, y
demás. Así, el ámbito de la ciudadanía, se produce por todos estos actores que interac-
túan entre sí, resisten, luchan por obtener hegemonía política y cultural sobre la ciu-
dad, en tiempo y espacio específicos. Entre todos ellos se teje la ciudad social, y se
generan las redes sociales de lo que podríamos insistir en llamar la ciudad ciudadana.
Entonces las respuestas a las interrogantes elaboradas por el investigador para en-
contrar el sentido de los fenómenos, tienen que ir más allá del análisis estadístico. Las
experiencias y relatos personales ilustran a detalle estos procesos dinámicos que se
vuelven imágenes, representaciones, creencias, argumentaciones y narrativas de vida.
Resumiendo esta parte, para el estudio de la conexión entre ciudad y ciudadanía
podemos utilizar dos recursos: el espacio material, pensado como ámbito de interac-
ción y relación entre cosas, objetos y persona físicas; y el espacio simbólico a partir de
los actores, aquellos que viven, perciben, se apropian, e idealizan, es decir, se posicio-
nan y transforman el espacio. Nuestra postura así vincula el espacio y sus actores. No
concebimos el uno sin el otro, como tampoco sin el contexto histórico.
El análisis de la ciudad, y las experiencias sociales y culturales de los ciudadanos en el
espacio urbano, debe hacerse como dijimos desde la perspectiva de los actores. Pero en
un análisis donde los aspectos políticos definen situaciones de conflicto, es importante
acercarnos al enfoque de la ideología, tal y como Thompson la entiende, esto es: como un
sistema de formas simbólicas que significan algo para los actores y explican con ello
relaciones de dominación. En tal sentido, encontramos un nexo estrecho entre la pro-
puesta metodológica de Thompson acerca de lo que él llama hermenéutica profunda, y el
método del análisis situacional que nosotros hemos aplicado en nuestros trabajos.2

2. Véase en particular a Tamayo y Cruz (2003); y S. Tamayo (2002).

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Para Thompson, el análisis del significado de las formas simbólicas se puede llevar
a cabo con lo que él llama las condiciones hermenéuticas de la investigación socio-
histórica. Compartimos el énfasis del autor por ubicar tanto los eventos como las signi-
ficaciones en el contexto socio-histórico, como más adelante subrayaremos con refe-
rencia al análisis situacional. Cabe destacar aquí lo que buscamos interpretar:
comportamientos, ideas y formas simbólicas. Pero una interpretación desde la visión
del investigador parte de las representaciones de los actores y de la interpretación que
ellos mismos hacen de sus propias acciones, de los eventos y de los objetos relaciona-
dos. Así, nuestra propia interpretación debe partir de observar y preguntar, y de esa
forma re-interpretar algo que está pre-interpretado.
Tres ámbitos son fundamentales en el esquema de Thompson: el campo-objeto, el
campo-sujeto, y el análisis socio-histórico.3 Veamos.
El campo-objeto está constituido por objetos, sucesos, eventos, interacciones y
acciones que son observados y explicados a través de análisis etnográficos profun-
dos. Nuestro campo-objeto, en el estudio de la ciudadanía, puede ser una marcha,
una concentración, un mitin, o un debate público. El campo-sujeto está constituido
por los actores que participan en la comprensión de ese campo-objeto, el cual pro-
duce acciones y expresiones significativas, que son así interpretadas. Es este el nivel
de la pre-interpretación. Los actores pueden clasificarse, por ejemplo, en actores
políticos, actores estatales y funcionarios de gobierno, grupos sociales, personalida-
des, instituciones como iglesias, sindicatos y cámaras empresariales, asociaciones
civiles, movimientos sociales, etcétera. El contexto socio-histórico tiene que ver, se-
gún el esquema de Thompson, con las instituciones, escenarios espacio-temporales,
campos de interacción y aspectos relevantes de la estructura social. Con tales ele-
mentos la hermenéutica profunda busca reinterpretar un campo preinterpretado, que
se confronta con el campo-objeto observado, ubicado en un contexto socio-histórico
particular.
El planteamiento de David Snow se orienta al estudio de los marcos interpretativos
de la acción colectiva, desde la perspectiva de los actores involucrados en el conflicto,
militantes, activistas, aliados, adversarios, etcétera. Lo importante del análisis es esta-
blecer ese conjunto de creencias y significaciones que orientan la acción colectiva, que
inspiran y legitiman actividades públicas, campañas políticas y acciones concretas. El
análisis de los marcos interpretativos sería así comprender cómo la gente se responde
a la pregunta ¿Qué pasa aquí? Y la gente revela explicaciones a partir de activar esque-
mas de interpretación que le permiten ubicar, percibir, identificar y etiquetar las diver-
sas situaciones que se le presentan.
Los marcos interpretativos pueden reinventarse, pero no siempre lo hacen. Son
parte central de la cultura y por lo tanto preexisten. Lo importante en todo caso es
conocer cuando un marco trasciende y transforma, y cuando otro se constituye para
mantener y reproducir las relaciones sociales. Por ello, es importante conectar los marcos
interpretativos con el contexto cultural, en la misma forma que Thompson vincula la
interpretación con el contexto socio-histórico, así como el Análisis Situacional lo hace
con el contexto urbano y estructural.

3. Podemos incluso asociar este modelo a los análisis semióticos de Saussure, Hjemslev y Gottdiener (Cfr. Gottdiener,
1995) a partir de los cuales se establece una estrecha vinculación entre significante y significado, objeto y sujeto,
expresión y contenido, y así, la relación entre formas urbanas y formas ideológicas.

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III. El análisis situacional

Un modo distintivo de articular la etnografía, la hermenéutica, el espacio y el tiem-


po es, a nuestro juicio, el Análisis Situacional. Queremos insistir en la utilización de
este método para acercarnos de una forma clara a la dicotomía entre lo universal y lo
particular, lo global y lo local, la estructura y los procesos. Por ello, la ubicación histó-
rica de esta corriente es pertinente para comprender mejor sus postulados teóricos y
metodológicos.4

Las aportaciones del Rhodes-Livingstone Institute

El análisis situacional es una propuesta metodológica de la denominada Escuela


de Manchester aplicada a los estudios urbanos, que tuvo sus orígenes en las investiga-
ciones sobre el África Central del Rhodes-Livingstone Institute. El centro se fundó en
1937 en lo que fue Rodesia del Norte, entonces una colonia británica hasta el 31 de
diciembre de 1963 cuando a raíz de un proceso independentista se convirtió en Repú-
blica Independiente de Zambia, formalmente constituida el 24 de octubre de 1964. A
partir de entonces el Rhodes-Livingstone Institute se convertiría en el Instituto de
Investigación Social de la Nueva Universidad de Zambia, y la ciudad de Livinsgstone
se llamaría Maramba.
El Instituto fue creado durante el periodo de la colonia británica a iniciativa de un
gobernador de la provincia de Livingston. A pesar de ciertos escepticismos iniciales de
otras autoridades británicas, se nombró finalmente a Godfrey Wilson primer director
del centro. Wilson, junto con su esposa, había trabajado con los nyakyusas en el África
oriental, analizando aspectos de la urbanización y su influencia en la vida rural. Ya
como director en Rodesia del Norte realizó un solo trabajo monográfico aplicando el
concepto de equilibrio en situaciones de cambio y desestabilidad, siguiendo, más o
menos, los tratados de Wirth y Redfield de la Escuela de Chicago. Con la entrada de
Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, y siendo un objetor de conciencia, Wilson
renunció a la dirección del Instituto y fue sustituido por Max Gluckman, sudafricano,
formado en leyes y antropología por la Universidad de Oxford. Gluckman no realizó
ningún trabajo de campo en esta región del África central, pero fue un excelente pro-
motor de los trabajos de los demás, prologando monografías y elaborando reflexiones
teóricas a partir de otras investigaciones en estudios urbanos. Además, fue un crítico
de las teorías del equilibrio, haciendo énfasis en los conflictos de la vida social, recono-
ciendo en ello tanto los postulados de la teoría marxista como los fundamentos teóri-
cos de Simmel.
Así, el instituto realizaría una de las incursiones más importantes, según algunos
(cfr. Hannerz, 1986), de la antropología social británica, cuyas aportaciones se sinteti-
zan principalmente en la metodología, la conceptualización y el análisis urbano.
El grupo trabajó un plan de investigación de siete años que cubrió las principales
ciudades nuevas de rápido crecimiento, ubicadas en la región central del país denomi-

4. A partir de este momento, las principales referencias hechas en este apartado sobre el análisis situacional y la
experiencia de la Escuela de Manchester son tomadas del libro de Ulf Hannerz (1986), Exploración de la ciudad,
capítulo IV, «Perspectiva desde el Copperbelt», a menos que se indique lo contrario. Además de la edición en español,
véase la versión en francés L’exploration de la ville publicado por Editiones de Minuit.

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nada el cinturón del cobre (el Copperbelt) y caracterizadas por: una marcada centrali-
zación del poder británico, un importante desarrollo de la industria minera, y una
profunda segregación social. Según el plan, se trataría de contar con materiales com-
parativos sobre la organización social nativa y europea, tradicional y moderna, desta-
cando con ello los principales problemas sociales que aparecían como nuevos. Aunque
el plan no se concluyó, la influencia de Gluckman se extendió en los estudios antropo-
lógicos cuando en 1949 llegó a Manchester y estableció desde ahí una relación íntima
entre el Departamento de Antropología de la Universidad con el Rhodes-Livingstone
Institute. Después de él, varios investigadores continuarían su labor, tales como Clyde
Mitchell, A.L. Epstein, J. Van Velsen, y Norman Long, entre otros. Así se formó la
llamada «Escuela de Manchester».
La mayor aportación, en nuestra opinión, de los trabajos de estos investigadores ha
sido la articulación de los estudios de caso y situacionales con la estructura social,
buscando formas de explicación holística del mundo urbano. Efectivamente, los «ca-
sos» dejaron de ser meras ilustraciones de teorizaciones más abstractas, para entrar a
formar parte integrante del análisis.5 En ello, favoreció la práctica interdisciplinaria de
los investigadores. En efecto, Max Gluckman y A.L. Epstein tenían experiencia en estu-
dios de casos jurídicos los que analizaba a detalle, y Clyde Mitchell en trabajo social. Se
afirmaba que «dentro de un marco estructural duradero, surgían otros rasgos de la
vida social mediante secuencias de interacciones más o menos complejas en que los
individuos, hasta cierto punto, podrían ejercer cierta elección» (Hannerz, 1986).
La visión general de los estudios urbanos del Rhodes-Livingstone Institute daba luz
a las dicotomías modernización-tradicionalismo, destribalización-desurbanización. El
problema entonces se modificó, pues el asunto ya no era el análisis de los procesos de
destribalización de los inmigrantes en las ciudades, sino contestar una pregunta de
distinto carácter: ¿por qué, a pesar de la modernización, persiste en las ciudades el
tribalismo? Y desde esta vertiente, la pregunta se extendería a otra: ¿Por qué persisten
rasgos tradicionales a pesar de la expansión modernizadora en las ciudades? La destri-
balización, decían, es un fenómeno intermitente y multidireccional que se articula
dialécticamente con un fenómeno opuesto: la desurbanización. Esto es, la destribaliza-
ción empieza cuando el individuo mantiene una posición dentro de la estructura social
urbana. Asimismo, la desurbanización empieza, cuando el individuo está en posición
dentro de la estructura social rural, fuera de la ciudad. Esta multidimensionalidad del
desarrollo fue el objetivo principal de los estudios urbanos.
Ciertamente, si la relación modernidad-tradicionalismo es un proceso contra-
dictorio en las sociedades urbanas, una forma de entender el comportamiento ur-
bano es en términos de estudiar los roles contradictorios que los grupos recrean en
las propias ciudades. Extraordinariamente ilustrativa resulta la célebre frase de
Gluckman, que de los trabajos de Mitchell resumía así: «un urbícola africano es
(siempre) un urbícola», y de los estudios de Epstein, concluía: «un minero africano
es (siempre) un minero». Una reflexión que puede desprenderse de lo anterior se-
ría: ¿Cuáles son entonces aquellos rasgos que hacen que un urbícola chino, mexica-

5. Habría que decir que hay distintas formas de aplicación de los estudios de caso, que se clasifican en «Apt
Illustration», «The Extended Case» y el propiamente «Situational Analysis». Véase, al respecto de los estudios de caso
ampliados, el libro de Feagin, Orum y Sjoberg (1991), A case for the Case Study. Además, para una revisión crítica de
este libro, véase «El estudio de caso como caso», de Jorge Ortiz Segura (1994), en Anuario de Estudios Urbanos, n.º 1,
Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco.

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no, alemán, africano, o francés, sea precisamente un urbícola, y no un chino, mexi-
cano, alemán, africano o francés? Y más aún, ¿qué es, en contraposición, lo que
hace que un urbícola, en cualquier ciudad, sea, además de urbícola, un mexicano,
distinto al alemán, al africano o al francés?
Una manera de comprender tal complejidad es, así pensamos, a través de aproxi-
maciones sucesivas utilizando el análisis situacional, en donde los estudios urbanos
africanos, mexicanos, o de cualquier otra parte, deben establecerse en un marco
comparativo con los estudios urbanos en general. Deben partir de una teoría que
explica en lo general los sistemas sociales urbanos, pero, en contraparte, deben
entender que tales sistemas se integran holísticamente con subsistemas sueltos, semi-
independientes y semi-autónomos. El urbanismo es, así, la interpretación de regis-
tros detallados de situaciones sociales, restringidas y específicas, pero estructura-
das entre sí.
Después del estudio de la comunidad de Broken Hill de Godfrey Wilson, el primer
director del centro, sus sucesores se preocuparon más por los problemas de método.
Los investigadores del Instituto se agregarían de esta forma a la corriente de la sociolo-
gía comparativa, pero estaban dispuestos, al mismo tiempo, a hacer análisis cualita-
tivos de eventos culturales particulares. Así, en los estudios de caso, incluyendo el aná-
lisis situacional, es posible ubicar diversas escalas: desde estudios macro hasta micro,
desde perspectivas globales hasta análisis de interacciones sociales entre grupos o indi-
viduos. Ninguno, sin embargo, está por encima del otro.
En el curso de estos trabajos dominaron tres enfoques, según la escala con la cual se
identifiquen las evidencias: el primer enfoque son aquellos estudios de caso que ilus-
tran afirmaciones teóricas más generales («Apt illustrations»), que implica poner una
mayor atención sobre un evento particular, modelo desarrollado por Max Gluckman.
El principio regulador de esta aproximación consiste principalmente en seleccionar un
caso que pueda servir de herramienta didáctica, que esclarezca e ilustre eficazmente
aquellos elementos contradictorios de la realidad urbana que entran en tensión, aun-
que formen parte de la construcción del orden social.
El segundo enfoque son aquellos casos que forman parte inherente del análisis
y que explican situaciones sociales («social situations»), práctica desarrollada por
Clyde Mitchell. El análisis consiste en seleccionar una serie limitada de eventos
comparables entre sí, los cuales son significativos porque permiten explicar en
conjunto un problema específico de investigación. Estos eventos pueden estar liga-
dos de alguna forma ritual y ser interpretados conforme las acciones sociales to-
man sentido.
El tercer enfoque son los estudios de caso a profundidad («extended case studies»)
que selecciona un tema o una localidad y se estudia a detalle con una perspectiva
histórica y longitudinal. Para A.L. Epstein y Jaap Van Velsen son estudios prolongados
que implican un seguimiento a una serie de eventos comprendidos en un cierto perio-
do histórico, sin que necesariamente ellos se produzcan en un mismo espacio geográ-
fico. Este tipo de análisis define a los eventos como componentes de una historia par-
ticular análoga.
El problema de base se encuentra en la selección de cada nivel, pues tiene que ver
con el objeto de estudio, la representatividad o la significación del caso en cuestión, de
tal forma que permita explicar más ampliamente el fenómeno social. Entonces, la dife-
rencia entre cada nivel se dará en términos de las expectativas teóricas, el uso de técni-
cas de investigación y las fuentes de información.

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En cualquier caso, el punto de partida del análisis situacional es aceptar que el
comportamiento social puede definirse como un conjunto complejo de activida-
des e interacciones humanas de las cuales el observador puede apreciar sólo una
parte limitada. Por consiguiente, para hacer estas actividades e interacciones inte-
ligibles, el análisis debe plantearse aquellos marcos explicativos que surgen a par-
tir de la interpretación que los propios actores hacen de sí mismos y de la situa-
ción. Tales marcos (insistiríamos aquí, a semejanza de los frame alignments de
Goffman, y Snow, 2001), son conceptos que le dan sentido al comportamiento
social, de tal manera que el nexo lógico que los liga puede comunicar a todos
aquellos que comparten una misma interpretación, o un mismo discurso domi-
nante (cfr. Mitchell, 1986).
La visión general es que el comportamiento de los actores sociales puede entender-
se como resultado de las interpretaciones que comparten los propios actores sobre la
situación en que ellos se encuentran y de las tensiones impuestas sobre estos actores
por el orden social global, en el cual se encuentran también inmersos. Ambos compo-
nentes de la situación (la interpretación compartida y la noción de un orden social más
amplio) son de hecho constructos diseñados por el investigador a través de los cuales
interpreta las situaciones sociales como un todo (Mitchell 1987: 9).
Los tratamientos del análisis son los siguientes:

a) Explorar y seleccionar una situación, lo que significa definir las actividades y los
comportamientos que parecen importantes al investigador y describir con detalle las
características del lugar, de los actores, de las actividades y de las interacciones.
b) Articular los puntos de vista cognitivos de los actores, indagando acerca de las
percepciones y significados de la situación. Cuando éstos son compartidos entre algu-
nos de los actores involucrados se tiene una representación social, diferenciándola de
la percepción individual. Una representación social identifica y organiza distintos sig-
nificados construidos y compartidos que los actores colectivos tienen sobre una misma
situación social.
c) Aplicar el contexto cultural, es decir, abstraer y analizar el evento dentro de
los parámetros contextuales. Muy importante es señalar las especificidades del con-
texto que estarán en función de la situación particular. Los datos que le dan conte-
nido al contexto pueden estar basados en estudios conducidos por otras disciplinas
(Mitchell, 1987).

A continuación repasamos los estudios de caso más representativos. Comenzare-


mos por agrupar estos trabajos en tres ejes, por un lado la perspectiva de Gluckman;
después aquella desarrollada por Clyde Mitchell y Alisdair Rogers; en seguida, la repre-
sentada por Epstein y Van Velsen. Finalmente, resaltaremos algunas experiencias si-
tuacionales llevadas a cabo en la ciudad de México.

De la inauguración de una obra pública en Sudáfrica.

Gluckman basó su trabajo de campo en Sudáfrica. En su estudio describe la


ceremonia de inauguración de un puente en Zululand (en la tierra de los zulúes),
realizada por un alto funcionario blanco. Esta situación le permitió ilustrar el con-

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texto social e histórico más general de la sociedad zulú, y de las relaciones étnicas y
coloniales.6
La investigación selecciona una situación particular y la vincula estructuralmente a
un contexto. La descripción desenvuelve la forma en que la historia de la conquista y la
existencia de un sistema administrativo, donde los británicos controlan la vida cotidia-
na de los negros, es percibida y explicada por los distintos grupos étnicos. Se establece
pues un análisis social e histórico más amplio de la sociedad zulú, y de las relaciones
étnicas y coloniales.
La explicación de la experiencia urbana es la de un modo de producción urbano-
industrial, en el cual los trabajadores negros participaban sólo por temporadas. Con
ello veían afectadas sus relaciones sociales y redes culturales en el campo de donde
inmigraban, pero al mismo tiempo influían sobre el crecimiento de la ciudad. Era una
situación que ponía en relieve la ambivalencia del cambio, por un lado la transforma-
ción social de la ciudad, y por otro los cambios en las formas culturales e interacciona-
les de los zulúes.

«La Danza Kalela» del Copperbelt y los desfiles públicos en la ciudad


de Los Ángeles: situaciones contrastantes

A partir de lo que Mitchell definió como el método para aislar eventos de su contex-
to social más amplio, cuyo objetivo fuese facilitar el análisis lógico y coherente de tales
situaciones, la investigación de la danza kalela fue resultado, sobre todo, de valorar la
importancia del contexto:

Empiezo por una descripción de la danza Kalela —dice Mitchel— y luego relaciono los
rasgos dominantes de la danza con el sistema de relaciones entre los africanos del
Copperbelt. Para hacer eso, debo en cierta medida, tomar en cuenta el sistema general de
las relaciones entre blancos y negros en Rodesia del Norte. Como trabajo hacia fuera, a
partir de una situación social específica en el Coppertbelt, todo el tejido social del territo-
rio queda por lo tanto incluido. Sólo cuando este proceso se ha seguido hasta su conclu-
sión, podemos regresar a la danza y apreciar plenamente su significación [Mitchell, cita-
do en Hannerz, 1986: 155].

Clyde Mitchell observó la danza Kalela varias veces y las comparó entre sí. Bailada
por un grupo de danzantes del pueblo Brisa en Luanshya, la representación se esceni-
ficaba en una plaza pública de la ciudad, el domingo a mediodía.
La danza estaba constituida por un tambor, con el cual se cantaban canciones
compuestas por el director del grupo. Las canciones se referían a las características
de la vida en la ciudad, sobre la diversidad étnica, las virtudes de la tribu origina-
ria de los danzantes y la belleza de su tierra natal. La letra ridiculizaba a otros grupos
étnicos y sus costumbres. Los miembros del grupo usaban vestimenta muy limpia,
planchada y con zapatos lustrosos. Uno iba como «doctor», de traje blanco con una

6. Para Hannerz, el estudio de Gluckman es similar al uso que Clifford Geertz hace en «The social history of an
Indonesian Town», en 1965. Así nos parece también en el estudio sobre «La pelea de gallos», en Bali por el mismo
Geertz, donde realiza un trabajo de etnografía densa (Cfr. Geertz, 1990). No obstante, consideramos que este trabajo
en Bali se asocia más al que Mitchell realizó en la danza Kalela, que implica observar el mismo evento repetidas
veces. En su caso Geertz observa la pelea de gallos en varias ocasiones.

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cruz roja al frente. Otra, la única mujer, iba como la «hermana enfermera», con espe-
jo y pañuelo que usaba para limpiar a los bailarines.
En La Danza Kalela, Clyde Mitchell (1956) presenta al lector una paradoja, porque
la danza es claramente una representación étnica (o «tribal», como se la describió
entonces) de acuerdo a los antecedentes regionales de los danzantes y a las alabanzas
contenidas en las canciones. Con todo ello, los danzantes adoptan un vestuario de
estilo europeo y usan un lenguaje franco para relatar la vida urbana, la diversidad
cultural de la ciudad y su propia identidad étnica. Con el objeto de resolver esta apa-
rente contradicción, Mitchell revisa los significados de clase, estamento (estatus) y
«tribalismo» en el contexto de las áreas urbanas del Copperbelt. Argumenta que estas
categorías interactúan en forma situacional, de tal manera que su significado es relati-
vo y puede variar de ocasión a ocasión, según el momento histórico.
La situación de la danza kalela en el contexto de una ciudad colonial es considera-
blemente reveladora. Aquí, la etnicidad es menos una expresión comunitaria de un
grupo aislado geográficamente (identificación de iguales), y más una distinción de
categorías entre sub-grupos (identificación de diferentes). Así, la danza refleja el en-
cuentro interétnico en las ciudades; el conocimiento, evaluación y manejo que la gente
hace de su propia identidad étnica; y la forma en que la cultura tribal y la estructura
social tradicional ceden sus valores a los de la modernización de una ciudad industrial.
Las tribus, concluye Mitchell, no funcionan en las nuevas ciudades como grupos cohe-
sionados, con objetivos compartidos y organizaciones formales que engloben todo su
mundo cultural (cfr. Tamayo, 2002).
Resultado de estos trabajos es la reflexión sobre la naturaleza del cambio social.
Hay al menos dos tipos de cambio que deben ser explícitamente aclarados. Por un lado
está el cambio «histórico», «de sentido único», o de tipo estructural. Por otro lado está
el cambio «situacional», o «alternativo», resultado de prácticas cuyo significado puede
variar, según la situación de que se trate. Estos cambios últimos pueden ocurrir en el
marco de estructuras sociales más globales, sin que ello implique una modificación
sustancial del sistema. Por ejemplo, en el trabajo intitulado «Theoretical Orientations
in African Urban Studies» (1966), Mitchell enfatiza las características de las relaciones
sociales del medio urbano y el proceso de transformación. Pero, distingue ahí el cam-
bio como resultado de una secuencia lenta y unidireccional que implica una transfor-
mación del sistema social en sí mismo, de aquellos cambios o modificaciones secuen-
ciales producidos por situaciones efímeras. Así, el cambio «histórico» y el cambio
«situacional» no son iguales, pero frecuentemente se han confundido.
En su conjunto, la Escuela de Manchester puso el acento en el cambio situacional,
más que en el cambio histórico y estructural, de ahí que esto haya sido el blanco de
algunas críticas. Incluso Mitchell diseñó una técnica de evaluación sobre los cambios
situacionales de la urbanidad del individuo y su familia, que tomase en cuenta el mo-
mento en el que llegaban a la ciudad, la duración de su estancia, su actitud con respec-
to al habitat urbano, a su ocupación, a su lugar de residencia, y todo ello en compara-
ción con su vida rural anterior. Éste es un estudio que analiza el proceso de
transformación y ajuste más que de cambio histórico.
Por su parte, Alisdair Rogers (1995), discípulo de Mitchell, utilizó con precisión el
método del análisis situacional para estudiar las contradicciones étnicas y raciales en
la ciudad de Los Ángeles, a partir de analizar diversos eventos públicos y compararlos
entre sí. Por un lado los desfiles del 5 de mayo (festival méxico-americano) y por el
otro, el 15 de enero (conmemoración de la muerte de Martin Luther King Jr.). El espa-

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cio urbano funciona aquí como el contexto imprescindible, así como las redes sociales
y la etnicidad. Ambas situaciones se localizan en un barrio de mixtura étnica en la zona
central de la ciudad de Los Ángeles, en el cual afro-americanos y latinos constituyen la
mayoría de la población residente.
Lo importante en este estudio es la vinculación de la descripción y comparación
de los eventos con el contexto, a partir de identificar los elementos más significati-
vos que se traducirán con mayor profundidad a la luz de las condiciones sociales,
políticas y económicas. El trabajo pone en relieve aquellas características de la so-
ciedad en su conjunto que influyen en el comportamiento social. Como hemos visto,
para el análisis situacional se requiere especificar muy bien los parámetros más
relevantes del contexto. Rogers articula el contexto bajo apartados geográficos, eco-
nómicos y políticos. Juntos sirven para demostrar las ambiguas fronteras étnicas,
económicas y políticas entre afro-americanos y latinos y su creciente yuxtaposición
espacial en áreas urbanas.
El procedimiento de investigación seguido se asemeja mucho con lo trabajado por
Mitchell: se detallan los eventos, ubicándolos siempre en tiempo y espacio. Se analiza
la apropiación simbólica de actos públicos en el espacio urbano. Todo pasa a través de
la significación que los actores dan a la situación, al lugar, al momento, y a las reivindi-
caciones culturales y políticas. Sin embargo, la diferencia entre Rogers y Mitchell en
términos metodológicos es que el primero selecciona dos eventos diferentes entre sí y
los compara para subrayar las semejanzas en el comportamiento y el discurso étnico
de la ciudad. Mitchell, al contrario, selecciona un solo evento que es la danza, aunque
lo compara entre sí repetidas veces, como el propio Geertz hace al estudiar las riñas de
gallos en Bali.
Rogers analiza los eventos públicos por su composición social y el comportamiento
de los participantes, los organizadores y los espectadores a lo largo de los desfiles.
Después, ambas manifestaciones son analizadas en el contexto geográfico, económico
y político. Subraya las experiencias históricas y culturales distintas de los negros y los
latinos desde la segunda guerra mundial y explica la transformación de la geografía
social de la ciudad así como la cambiante composición étnica de los barrios y guetos
urbanos. En el contexto económico se describe la reestructuración de la econo-
mía urbana, el mercado laboral, la curva de ingresos y los cambios en los usos del suelo
inmobiliario. Desde la perspectiva política el análisis hace alusión a la participación de
los negros y latinos en los procesos electorales, y las experiencias de los jefes de ciudad
de origen étnico en la política.
La relación que Rogers hace entre situaciones contrastantes que se observan en los
dos desfiles étnicos con el espacio público, permite por un lado subrayar la importan-
cia de la geografía social y cultural en las relaciones afro-méxico-americanas. Por otro
lado destacar que las fronteras étnicas entre uno y otro grupo étnico no son tan inflexi-
bles como se creía en el pasado. Lo anterior le permite a Rogers reflexionar sobre
distintos modelos que tratan de explicar los espacios de las ciudades multiétnicas. Así,
entra en el debate de la ciudad asimilada, la ciudad de la división, la ciudad multicultu-
ral y la ciudad de la diferencia. Del melting pot a la ciudad carcelaria, de la ciudad
multicultural y excluyente a la ciudad de la diferencia, que reconoce los distintos espa-
cios culturales urbanos pero se asume abierta y acoplada entre sí.

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Los casos a profundidad de Epstein y J. Van Velsen

La ventaja de la experiencia de Epstein en el estudio de casos jurídicos facilitaron


su relación con el análisis situacional a partir del examen de eventos a detalle. Cierta-
mente, el análisis sobre la estructura social no fue tan original, sin embargo, el hecho
de ubicar un caso de larga duración le permitió retomar otras características de la vida
social en el marco de interacciones sociales más complejas. Así, le fue posible observar
distintas posiciones y roles sociales que los individuos asumen en una comunidad, y su
capacidad de elegir con cierta autonomía (cfr. Hannerz, 1986).
En su libro Politics in an Urban African Community (1958), Epstein delimita a toda
la comunidad como caso de estudio, por lo que le da un enfoque más global. Su refe-
rente es una comunidad minera dentro de la ciudad de Luanshya. Era en realidad, dos
ciudades en una: la ciudad-comunidad desarrollada a partir de la explotación de la
mina de cobre de Roan Antílope, que estaba en razón de ser de la ciudad de Luanshya
en su conjunto (cfr. Hannerz, 1986).
Uno de los aspectos interesantes en el trabajo de Epstein fue confrontar las formas
de organización tradicional tribales aplicadas al trabajo en la mina, con formas moder-
nas y urbanas de organización sindical. Así, describe la decisión de los empresarios
británicos de contratar a un minero negro, miembro de la etnia y respetado en la
comunidad por su edad, como contramaestre, con el objetivo de contener los conflic-
tos cotidianos, debido a que el sindicato se había vuelto demasiado activo. La identifi-
cación étnica basada en tradiciones culturales entre el capataz y los trabajadores ne-
gros permitió de alguna manera la resolución de querellas domésticas. Sin embargo,
en cuanto el conflicto rebasaba los límites individuales y se generalizaba al conjunto
del sindicato, expresándose en presiones de huelga o paros laborales, esta relación
étnica no funcionó. La conclusión de Epstein es en el sentido que existen ciertos com-
portamientos tradicionales de los pueblos que hacen referencia a una estructura local
de aceptación de los roles sociales. Pero las formas modernas de organización, como
los sindicatos, por ejemplo, rompen con estos roles ajustándose más a los modos de
vida de las sociedad industriales.
Por su parte Van Velsen, en su artículo «The extended-case method and Situation
Analysis» (1967), define el análisis situacional como la recolección por el etnógrafo de
datos a detalle. Pero ello implica también la manera cómo los datos son organizados en
el análisis.
El énfasis nuevamente es en la interpretación de los actores. El etnógrafo debe
estudiar en cada caso los puntos de vista de los actores participantes de la situación,
pero de la misma forma, debe recuperar las visiones de otros que aunque no partici-
pen directamente de la situación, tienen una opinión de ella. No se trata con esto de
encontrar el punto de equilibrio con el cual se resuelva el problema de la objetividad,
sino por la importancia de descubrir la correlación existente entre diferentes com-
portamientos que se mezclan, se confrontan y toman parte activa de la situación.
Una búsqueda detallada de información exige un conocimiento preciso de los acto-
res que participan y un conocimiento profundo de sus historias personales y de las
redes en las que se relacionan.
Sobre la ubicación de los casos en el contexto, se hace necesaria la definición de los
límites geográficos, culturales, económicos y políticos de la unidad de estudio.
Los grupos, tribus y comunidades se estudiaban entonces como entidades aisladas o
como identidades cerradas sin influencias culturales, económicas y políticas externas.

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Van Velsen subraya el hecho que las sociedades tribales están mucho menos aisladas,
particularmente desde la colonización europea, a diferencia de lo que frecuentemente
se supone por antropólogos, historiadores y otros.
Van Velsen expone una de las ideas sobre las cuales los estudios de caso y el análisis
situacional se apoya: la evidencia que las normas de la sociedad no constituyen un
conjunto coherente y lógico de control social, sino también de conflicto. El análisis
situacional permite de esta forma el estudio de normas y actores en tensión. Más que
nada, el énfasis debe orientarse hacia la confrontación como una parte inherente del
progreso social, en vez de verlo como anormalidad (Van Velsen, 1967).
El texto de Feagin, Orum y Sjoberg (1991) A case for the case study es una aporta-
ción al análisis de los estudios de caso desde una perspectiva estadounidense. Los
estudios de caso son investigaciones de un fenómeno social único, de carácter multifa-
cético, realizado a profundidad, y usando métodos de investigación cualitativa. El ob-
jeto de estudio puede ser una organización institucional, un rol social, una ciudad, un
grupo de personas, una población, etcétera.

Análisis situacional en la ciudad de México

Los trabajos de Kathrin Wildner y el nuestro propio sobre la ciudad de México


muestran otra forma de aplicar el Análisis Situacional a realidades y contextos distin-
tos a aquellos realizados por Mitchell, Rogers, Epstein y Van Velsen. En investigacio-
nes recientes, hemos incorporado otras herramientas a la metodología, tales como la
interpretación de artículos periodísticos, mapas mentales, elaboración de cartografías
sobre apropiaciones físicas y simbólicas del espacio urbano, y la reconstrucción de
cronologías de hechos históricos relevantes, entre otros, que describen el lugar urbano
en relación con la situación analizada.
Por su parte, Wildner estudia la Plaza Mayor de la ciudad de México, el Zócalo
capitalino. El objetivo es comprender el espacio público como expresión de formas
simbólicas, que permite cohesionar y generar un tipo de identidad, sea nacional o
urbana. Para ella, el espacio urbano de la ciudad de México está lleno de estructuras
propias «como si fuera un mercado gigante, con sus intercambios y regateadores de
mercancías, interacciones sociales, ríos de información, apropiaciones complejas del
espacio y del tiempo por sus habitantes» (1998: 151).
Wildner desarrolló un análisis situacional del Zócalo a partir del cual describe la
historia del lugar y la comunidad; reconoce los valores culturales y las formas de orga-
nización social particulares, y finalmente, interpreta los diferentes símbolos utilizados
en el espacio como representaciones de la realidad urbana y nacional.
El análisis situacional es utilizado aquí como un estudio de caso prolongado que
construye una serie de situaciones históricas. La cronología de hechos que acontecie-
ron en la plaza, y el desdoblamiento de situaciones específicas van constituyendo
una historia en sí misma. La autora reconstruye dichas situaciones con un trabajo de
archivo, y los confronta dentro de su contexto cultural, anterior y reciente. Utiliza a
su vez otro nivel de análisis: la interpretación de eventos masivos, como fiestas cívi-
cas y desfiles militares que se realizan anualmente en el Zócalo. De esta forma, deli-
mita los casos específicos que le interesa estudiar: el festival artístico del Centro His-
tórico, la ceremonia del grito de Independencia, el desfile que conmemora la revolución
mexicana:

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De acuerdo con los pasos del análisis situacional, describí en detalle el festejo, que co-
mienza con la decoración de la plaza y la propaganda en los medios de comunicación
masiva. Participé el día de las festividades y llevé a cabo una descripción sistemática del
lugar, de las actividades y sus actores. Por medio de entrevistas pregunté a los participan-
tes por su visión cognitiva y su interpretación del evento. Un análisis de las crónicas
aparecidas en la prensa y entrevistas con los organizadores me permitió ampliar la per-
cepción. En una reflexión final, combiné estos datos con parámetros históricos y políti-
cos e investigué la historia del evento y los cambios sufridos con el paso del tiempo
[Wildner, 1998: 161].

La metodología facilita la interpretación de situaciones micro en contextos ur-


banos. Se abre la posibilidad de explicar desde aquí procesos más complejos.
Habría que reconocer que el trabajo de Wildner no se limita a la utilización del
análisis situacional como un método único. Se apoya en otras herramientas para enri-
quecer sus investigaciones, como la elaboración de mapas mentales y entrevistas con
fotografía. El recurso de la fotografía permite leer la ciudad como un texto o como una
escena, y recoger metáforas del espacio. La ciudad es leída desde el punto de vista de
sus actores. Se convierte en un espacio imaginado que surge de nuevas miradas e
interpretaciones que cada observador hace de los registros iconográficos. Para desa-
rrollar este método, se seleccionan diversas postales, que contienen pasajes históricos,
representando escenas de la vida urbana. Estas imágenes son mostradas a personas
(individual o colectivamente), quienes describen aquello que ven en cada foto, y así
comienza un proceso de construcción narrativa sobre el espacio y la ciudad (cfr. Vila,
1996; García Canclini, et al.,1996; Tamayo y Ortiz, 2001; Tamayo y Wildner, 2002).
En nuestro caso (cfr. Tamayo y Cruz, 2003; Tamayo, 2002) hemos utilizado diferen-
tes niveles de los estudios de caso. Por un lado es posible afirmar el uso del «Apt illus-
trations», casos que ilustran la pertinencia de un tema más general, como el análisis de
la construcción de espacios de ciudadanía en la ciudad de México, exponiendo distin-
tos casos ubicados en la historia reciente. Por otro lado hemos aplicado el análisis
situacional comparando distintas manifestaciones públicas en el espacio urbano para
comprender las formas particulares en que se expresa la cultura política de distintos
grupos que conforman la sociedad civil urbana.
Así, el concepto metodológico del análisis situacional ha sido útil para estudiar
eventos masivos en la ciudad de México, como campañas políticas y manifestaciones
públicas. Nuestro trabajo ha incursionado en la articulación y triangulación de diver-
sas técnicas de investigación: entrevistas abiertas y fugaces, análisis de crónicas, reali-
zación de etnografías densas, búsqueda de recursos periodísticos y otros medios de
comunicación, elaboración de esquemas gráficos, de mapas conceptuales y mapas ur-
banos, estadísticas y encuestas de opinión.
La forma en la cual hemos utilizado esta metodología, nos ha permitido explorar el
espacio público como espacio de conflicto, en el momento en que es apropiado por
multitudes urbanas con fines políticos. Es una forma de conocer las expresiones de la
cultura ciudadana en las ciudades:

Otra visión, que refleje rigurosamente la situación de descomposición del régimen, de las
características de los otros partidos políticos, de la forma en que los ciudadanos
los perciben y de la sensibilidad política de la ciudadanía ante los fenómenos recientes,
así como la narración del proceso de construcción de las identidades colectivas, es valer-
se del análisis situacional, con el cual examinamos de cerca el comportamiento político

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de los ciudadanos en los cierres de campaña de los principales partidos políticos [Tamayo,
2001; 1999: 42].

Desde esta perspectiva, el análisis puede apuntar cinco aspectos relevantes: 1) La


forma de apropiación simbólica del espacio por grupos sociales y la manera en la cual
estos se transforman; 2) la interacción social que refleja prácticas ciudadanas contras-
tantes; 3) la postura crítica, racional y a su vez emotiva de una multitud frente a sus
líderes carismáticos; 4) la forma en la cual diversas prácticas ciudadanas se transfor-
man; 5) la manera en que las multitudes se relacionan y entrelazan en procesos dialéc-
ticos de racionalidad, sugestión, imitación y emoción creciente.

IV. La situación, los actores y el contexto: nuestra indagación

Como pudimos observar en los apartados precedentes, la relación campo-objeto,


campo-sujeto y contexto socio-histórico de la perspectiva de Thompson mantiene una
estrecha semejanza con el análisis situacional aplicado por Clyde Mitchell. A partir de
lo anterior, entendemos a los acontecimientos vinculados a las prácticas ciudadanas en
dos sentidos: como eventos públicos y como procesos. Una situación que se da en
tiempo y espacio, a través de la cual se evidencia una serie de aspectos de la acción
colectiva, invisibles a simple vista, que sólo pueden atenderse a través de la triangula-
ción de métodos. Aproximaciones que observen el fenómeno en términos holísticos,
contextuales, espaciales y hermenéuticos. Visto así, el evento público se convierte en
un episodio o situación que viene y va más allá de la apariencia misma de la protesta y
se convierte en una forma simbólica y en un reflejo nítido del conflicto político.
Las premisas que retomamos del análisis situacional son: a) seleccionar un evento
público como un caso significativo; b) utilizar esta unidad de análisis en una forma
integral, como un todo; c) describir con detalle el evento y relacionarlo analíticamente
con un contexto más amplio, en este caso la política y la ciudad. La función del contexto
es muy importante pues significa entender al espacio y a la ciudad como una forma
general en donde se expresan las relaciones sociales. Es el escenario espacio-temporal
donde se ubican las interacciones que se describen e interpretan. Lo político y lo urbano
son los factores externos, estructurales y sistémicos que se interrelacionan con el com-
portamiento y el significado que los propios actores le dan a su situación específica.7
Sobre estas consideraciones iniciales, la aplicación que hemos efectuado del análi-
sis situacional establece tres niveles de estudio, es decir, la situación es entendida como
un proceso, que está siempre en movimiento, y se ubica en relación a: 1) el espacio,
2) los actores sociales y 3) el contexto socio-histórico.

En primer lugar, la situación se refiere a aquellos eventos ubicados específicamente,


son actividades y comportamientos similares en relevancia, motivo de interpretación.
Se trata así de seleccionar ciertos acontecimientos, o situaciones, con los que el inves-
tigador esté familiarizado, pues es importante que haya un conocimiento previo tanto
de los actores como del lugar, que conlleve hacia una efectiva y mejor compresión de la
observación participante.

7. Cfr. Snow, et al. (1986; además D. Cress y D. Snow, 2000; Snow, 2001). Como dijimos anteriormente, Snow
explica los frame alignments o marcos interpretativos siguiendo el concepto de Goffman.

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Es necesario aclarar que ni la observación ni el trabajo etnográfico a profundidad,
por sí solos resuelven el problema de la comprensión holística de los fenómenos estu-
diados. En estos casos sobre la participación pública, se trata de entender situaciones
que son efímeras y complejas. Realidades que aparecen, llegan a un punto crítico, se
desvanecen y desaparecen. Escenarios así requieren para su análisis de herramientas
metodológicas más sofisticadas que las de la etnografía tradicional, que describe co-
munidades estructuradas y estables donde cada uno de los actores tiene un lugar pre-
establecido en el armazón social.
Específicamente y de una manera más consistente, el análisis situacional examina
con detalle las características objetivas y subjetivas del espacio, las condiciones del
lugar, los actores participantes, las actividades desarrolladas y sobre todo, las interac-
ciones que se generan en cualquier dirección: entre individuos, grupos y objetos, entre
comportamiento y espacio. Las líneas de observación de los casos o situaciones que
hemos realizado las ordenamos en cinco categorías. La primera se refiere a la relación
entre comportamiento e interacción: del conjunto de las concentraciones como multi-
tud homogénea, de los grupos constitutivos de la multitud, entre grupos, entre indivi-
duos de un grupo, entre organizadores del mitin y los grupos, entre líderes y un grupo,
entre El Líder y el conjunto. Los niveles de interacción se han precisado así: por simpa-
tía (amigos, familiares, militantes), por edades (niños, jóvenes, adultos y tercera edad),
por género y por clases (trabajadores, obreros, clase medias, colonos, intelectuales).
Ha sido importante establecer patrones visuales: formas de vestir, íconos partidarios,
mantas alusivas, íconos organizacionales, íconos identitarios. También, hemos distin-
guido los elementos del espacio físico: la calle y el lugar, objetos, arquitecturas, desplaza-
mientos, densidad física y social del espacio, equipo y equipamiento y sus ubicaciones,
huellas de apropiación, etcétera. Finalmente, en su caso, nos enfocamos al discurso:
para destacar los momentos álgidos en la relación con el carisma del líder y el compor-
tamiento colectivo.

En segundo lugar, los actores observados son individuos o grupos que participan
directa o indirectamente en la situación seleccionada. Lo importante no es únicamen-
te describir el comportamiento y el sentido que sugieren sus acciones visibles, sino
escudriñar en los significados que los propios actores sociales le atribuyen a la situa-
ción. En ese sentido la realización de entrevistas abiertas es primordial. Éstas las
hemos clasificado en entrevistas «fugaces» o informales, y a profundidad. Las entre-
vistas «fugaces» son preguntas abiertas que se solicitan aleatoriamente a los asisten-
tes del evento en una forma rápida, para conocer sus impresiones inmediatas. Las
entrevistas a profundidad se realizan a informantes clave, generalmente después del
acontecimiento, seleccionados con base en la información significativa que pueda
uno obtener de ellos sobre el evento, y que permite comprender y explicar mejor la
situación en su contexto. Estas entrevistas pueden realizarse con la técnica conocida a
partir de un guión flexible o por medio de mostrar fotografías alusivas. Asimismo, se
efectúa el análisis de crónicas periodísticas, de analistas políticos y líneas editoriales
de distintas fuentes sobre el significado de la situación y sus repercusiones a través de
un estudio detallado de fuentes hemerográficas, así como el análisis de encuestas
de opinión. Ello permite recabar información detallada desde otros enfoques que com-
plementan la visión general de la situación en estudio. La objetividad analítica del
trabajo depende de qué tan extendidas estén las interpretaciones al interior de un
discurso que se comparte por un número dado de individuos.

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En tercer lugar está el contexto, que funciona como un marco social amplio donde
se ubican e interrelacionan los eventos y las interpretaciones que se tienen de estos. El
trabajo de Gideon Sjoberg (1960) es ilustrativo en este sentido cuando explica que el
objetivo de su libro The Preindustrial City es la ciudad, pero únicamente como punto de
arranque, para después englobarla en el orden del sistema feudal. En efecto, el modo
de producción feudal es el contexto donde se ubican las características de la ciudad
preindustrial.
Ahora bien, el contexto tiene al menos dos niveles de estudio: el contexto como
sistema y el contexto urbano. El contexto como sistema toma en cuenta la estructura
en su conjunto, se trata de rescatar las circunstancias más generales, aquellos facto-
res externos que son en muchos casos determinantes del comportamiento, como
alguna vez pensó Smelser (1995) acerca de los movimientos sociales. Pero no siem-
pre es determinante de arriba hacia abajo; habría más bien que entender a la estruc-
tura como una serie de datos que pueden no ser parte inmediata de la situación
observable, pero que su imbricación permite explicar el evento con mayor significa-
ción. Como lo vemos, el contexto sistémico se asemeja más al marco estructural del
modelo de Ira Katznelson (1986; Cfr. Tamayo, 1996), donde se localizan en un primer
nivel las características, por ejemplo, de un país periférico o subdesarrollado, las
relaciones sociales capitalistas, la división internacional del trabajo, etcétera, que se
van a conectar después con la vida cotidiana de los trabajadores y su disposición a las
acciones colectivas. En su explicación, Rogers (1995) entiende este ámbito como el
contexto geográfico, económico y político, donde sitúa las dinámicas del mercado
laboral, el desarrollo o estancamiento de la economía nacional, las corrientes migra-
torias, así como las historias étnicas.
El otro nivel del contexto es el urbano. Clyde Mitchell lo define como setting o
localidad. Nosotros lo entendemos como la localización en el contexto cultural y urba-
no, a partir del cual analizamos la situación observada y las vinculamos a las circuns-
tancias históricas, políticas y económicas referidas a la ciudad. Requiere definir cier-
tos parámetros con los cuales verificamos las interpretaciones o reinterpretaciones
hechas sobre el evento analizado. Es decir, confrontar constantemente los datos del
evento con el contexto socio-urbano, con lo cual nos permite apreciar su verdadero
sentido. En esta lógica, sería pensar la ciudad como un contexto donde se expresan
relaciones sociales complejas, que según Katznelson es conocer dónde y cómo viven y
trabajan las clases y grupos sociales. Para Wildner (1998), este nivel del contexto sería
pertinente como una cronología de hechos históricos urbanos y relevantes que expli-
can de una forma u otra los rasgos distintivos del lugar en la historia, con respecto a las
situaciones en estudio.
En nuestra experiencia usando el análisis situacional realizamos cuatro activida-
des que pueden perfectamente vincularse al modelo de Thompson: la elaboración de
una cronología detallada del evento, que funciona como la columna vertebral de la
investigación, incluyendo actividades, lugares, actores, argumentos, recursos de
la movilización y elementos del contexto socio-espacial y político (Campo-objeto y
contexto); un análisis espacial del evento describiendo ciudades, lugares, plazas, ins-
talaciones, programación de actividades, así como los recursos materiales, huma-
nos, políticos y sociales utilizados (Campo-objeto); un cuadro detallado de los actores,
que muestre la complejidad de las alianzas y los adversarios involucrados que se
movilizan alrededor de un movimiento social, a partir del cual se definen las técnicas
de entrevistas (campo-sujeto); y finalmente el análisis de las tendencias de opinión

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pública a través de encuestas elaboradas por diarios nacionales y empresas particula-
res (Campo-sujeto). El contexto se define a partir de las relaciones que se desprenden
de la misma situación. Los datos a nivel internacional, nacional o local se determi-
nan por el evento mismo. La información recabada, que generalmente es estadística
aunque no sólo, hacen referencia, por ejemplo, a resultados electorales, a las condi-
ciones socio-económicas de los habitantes de una ciudad, a la frecuencia de otro tipo
de manifestaciones públicas, índices de sindicalización y organización sindical, con-
diciones económicas, historia política de la ciudad, experiencias históricas de los
actores colectivos, etcétera. Todo depende de la conexión explícita de estos datos
cuantitativos con la situación analizada.
Finalmente, después de constituir nuestra base de datos, el análisis de la información
la hemos realizado en dos fases: en una primera fase analizamos los eventos comparán-
dolos entre sí, por medio de explicar tres categorías que se desprenden del trabajo etno-
gráfico: a) los elementos de la apropiación y transformación del espacio, b) la cultura
política (ciudadana) liberada en estos magnos eventos y, finalmente, c) la relación entre
el carisma de los líderes, sus discursos y las masas. En una segunda fase, inferimos
analíticamente las condiciones del contexto, estrechamente ligadas a la forma en que se
realizan y organizan los eventos públicos, destacando los principales puntos de tensión
entre los actores contendientes y la forma en que interpretan sus acciones.

V. Consideraciones finales

Como podemos darnos cuenta, el uso que le damos al método del análisis situacio-
nal es uno sui generis. Es decir, no hemos intentado siquiera aplicar escrupulosamente
la exposición de la Danza Kalela de Clyde Mitchell, o la de otros miembros de la llama-
da Escuela de Manchester, sino más bien hemos hecho una interpretación epistemoló-
gica de dicha metodología y una reconciliación, ajustada si se quiere, a las condiciones
de México, América Latina y de las manifestaciones públicas en particular.
En realidad, con el análisis situacional hemos combinado el estudio del espacio
observado e interpretado, así como la cronología de acciones colectivas. Pero, lo que
nos interesa destacar, cuando menos, es comprender la relación existente entre espacio
y comportamiento; y del uso de métodos triangulados que permiten acercar el despego
existente entre sistema y mundos de vida, entre la objetividad y la subjetividad de la
realidad urbana y política, entre los aspectos globales y las experiencias locales.
Todo nuestro esfuerzo, ciertamente, se orienta en recabar información cuantitativa
y cualitativa, y un intento de ubicarla en términos del espacio, de los actores, de la
situación y temporalidad de los eventos, y sobre todo, del contexto.
La necesidad de establecer una alternativa a las visiones exageradamente estructu-
ralistas donde existen las relaciones sin actores sociales, así como a las del polo opues-
to, los estudios microcósmicos donde existen sujetos pero sin relaciones sociales, nos
llevaron a aplicar una metodología que no puede comprenderse como si fuese un mé-
todo único. Aun así, desde posiciones pragmáticas la crítica a nuestro trabajo se ha
centrado en un supuesto énfasis en la etnografía, que no permite entender situaciones
de poder y de conflicto, y nos hace parecer subjetivistas en nuestro análisis. Por otro
lado, la crítica puede aparecer como una falta de profundidad en el análisis interaccio-
nista, al arriesgar la conexión de eventos locales con explicaciones más universales y
aventurar generalizaciones.

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A diferencia de la crítica anterior, pensamos que otra posibilidad es construir un
modelo que metodológicamente empareje distintas explicaciones de los fenómenos.
Pues, en efecto, distintas teorías explican la necesidad de vincular al positivismo con la
hermenéutica, la objetividad con la subjetividad, las estructuras con los procesos, la
economía y la política, el sistema mundial con la vida cotidiana. Pero, casi todas ellas,
así creemos, carecen de un soporte metodológico que rompa sus límites filosóficos y
utopistas y sustenten empíricamente sus teorías de gran aliento.
En esa búsqueda, nos ha parecido pertinente apuntalar esta visión con experiencias
intelectuales como la llamada Escuela de Manchester, así como la de otros trabajos
pertinentes como el de John B. Thompson sobre la hermenéutica profunda, o los mar-
cos interpretativos desarrollados por David Snow, apoyado en los estudios de Erving
Goffman.
Quisimos presentar los postulados epistemológicos de tales corrientes, porque
ellas soportan nuestra experiencia investigativa reciente. Todos estos autores han
desarrollado lo que para nosotros es crucial en el examen metodológico en la actua-
lidad, el punto de relación entre la objetividad y la subjetividad del análisis. No se
trató pues de descifrar la sofisticación de las técnicas cuantitativas, divorciadas de
aquella mayor elaboración epistemológica de las técnicas cualitativas o viceversa.
De lo que se trata aquí es hacer énfasis en la conexión entre unas y otras. Lo que
queremos subrayar con esta reflexión es en efecto la relación existente entre el cam-
po-objeto y el campo-sujeto, como lo definiría Thompson, y no tanto la dilucidación
de uno u otro campo por separado.
La utilidad que hemos visto en el análisis situacional es el que permite acercar las
dicotomías entre objetividad y subjetividad, lo global y lo local, el universalismo y el
particularismo. Para nosotros el análisis situacional es como un paraguas metodológi-
co que se construye por una multiplicidad de métodos. Tales métodos y técnicas son
seleccionados dependiendo del caso estudiado.
No comprendemos los fenómenos si están divorciados de estos tres elementos cons-
titutivos: el espacio, los actores y el contexto. Ellos se desenvuelven en la investigación
a través del evento mismo que se sitúa en tiempo y espacio, y que es interpretado por
aquellos actores que están relacionados directa o indirectamente al evento.
Así, el espacio es esencialmente etnográfico y relacional; la hermenéutica es la co-
nexión subjetiva e interpretativa de los fenómenos; y finalmente, aunque no por ello lo
menos importante, como hemos podido dar cuenta a lo largo de todo el artículo, está el
contexto, que le imprime al estudio las determinaciones necesarias de tipo histórico,
estructural y sistémico con el cual no es posible comprender la tensión y el conflicto
inherente de los procesos políticos.
El análisis situacional es una metodología inductiva-deductiva, y viceversa. Parte
de lo local y se conecta a lo global, para después regresar de lo general a lo particular.
Pero puede iniciar a partir de una posición panóptica y bajar al punto del análisis
microcósmico, y después regresar arriba para alimentar la visión sistémica.
El uso que le hemos dado al análisis situacional parte de una concepción interdisci-
plinaria, que combina la antropología y la sociología, la economía y la política, la geo-
grafía y el urbanismo. Nuestra posición es ecléctica pero crítica. Ponemos énfasis en la
cultura, pero no es la nuestra una posición relativista. Y ubicamos nuestra visión en el
desdoblamiento del conflicto social y las luchas sociales.
Lo que intentamos, al menos, es encontrar el punto de equilibrio entre el sistema
estructurante y las complejidades del mundo de la vida.

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Autores

JORGE EDUARDO ACEVES LOZANO. Es profesor investigador de tiempo completo Titu-


lar B en el CIESAS Occidente, doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Antro-
pología social por el CIESAS y la Universidad de Guadalajara. Pertenece al Sistema
Nacional de Investigadores. Líneas de investigación: Cultura e ideología, la metodolo-
gía de la historia oral y de vida, antropología e historia de comunidades e identidades
urbanas. Tiene diversas publicaciones sobre historia oral y movimientos sociales. Ac-
tual proyecto de investigación: Crisis, malestar y proyectos de vida. Trayectorias fami-
liares en México.

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR DÍAZ. Es candidato a doctor en Ciencias Antropológicas por


la Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa. En la misma universidad se des-
empeña como profesor-investigador en el Departamento de Sociología, Licenciatura
en Psicología Social. Sus temas de investigación giran alrededor de la dimensión sim-
bólica y narrativa en la cultura urbana. Ha realizado publicaciones sobre estos temas.

CATALINA ARTEAGA AGUIRRE. Es candidata a doctora en Ciencias Políticas y Sociales


con orientación en Sociología, Universidad Nacional Autónoma de México, Maestra
en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Méxi-
co. Ha trabajado las temáticas de cambio social, modernización e identidades. Ha sido
docente en la UNAM, UAM-Xochimilco y FLACSO-México.

XÓCHITL CRUZ GUZMÁN. Es candidata a doctora en Estudios Urbanos por la Universi-


dad de Toulouse-Le Mirail, Francia. Sus artículos más recientes son: en coautoría con
Sergio Tamayo «Espacios imaginados y las formas simbólicas del EZLN en la ciudad
de México», en Anuario de Espacios Urbanos, 2005 (1), UAM-A y «Etnografía de la
Manifestación Pública: la megamarcha por la Soberanía Nacional». En Antropología,
75-76, julio-diciembre de 2004, INAH, México. Se interesa en las problemáticas de
Espacio Público, Protesta Pública, Movimientos Sociales, Ciudadanía, entre las más
importantes.

MARÍA TERESA ESQUIVEL HERNÁNDEZ. Es doctora en Diseño, Línea de Estudios


Urbanos, UAM-Azcapotzalco. Profesora-Investigadora, en el Departamento de So-
ciología de la Universidad Autónoma Metropolitana - Azcapotzalco. Investigadora
en el programa: Observatorio Ciudad de México (OCIM). Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores. Temas de investigación: Vivienda, vida cotidiana, gé-
nero y familia.

DANIEL HIERNAUX-NICOLAS. Es doctor en Estudios de las Sociedades Latinoamerica-


nas por la Universidad de París III. Es profesor investigador de la Universidad Autóno-

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ma Metropolitana – Iztapalapa, en donde coordina la Licenciatura en Geografía
Humana. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Su último libro es:
Metrópolis y etnicidad (El Colegio Mexiquense, Toluca, 2000).

ALICIA LINDÓN VILLORIA. Es doctora en Ciencias Sociales con especialidad en sociolo-


gía por el Colegio de México. Es profesora-investigadora de la Universidad Autónoma
Metropolitana – Iztapalapa, Departamento de Sociología. Miembro del Sistema Nacio-
nal de Investigadores. Es autora del libro: De la trama de cotidianeidad a los modos de
vida urbanos. El Valle de Chalco (El Colegio de México/ El Colegio Mexiquense, México,
1999). Sus temas de investigación son: modos de vida urbanos, geografía humana y
enfoques biográficos.

MARÍA ANA PORTAL ARIOSA. Es doctora en Antropología social por el Instituto de


Investigaciones Antropológicas. Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Profe-
sora del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolita-
na- Iztapalapa. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Autora del
libro: Ciudadanos desde el pueblo. Identidad urbana y religiosidad popular en San
Andrés Totoltepec, Tlalpan, México, D.F. (Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, México, 1997). Temas de investigación: Identidad urbana, espacio público,
festividades populares.

PATRICIA RAMÍREZ KURI. Doctora en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y


Sociales, UNAM. Es investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM y
miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Desarrolla temas situados en el cam-
po de la sociología urbana: ciudad, actores urbanos y procesos socio-espaciales. En
esta línea estudia la relación entre territorio, sociedad e instituciones; las formas de
producción social y simbólica del espacio urbano; espacio local, espacio público y cons-
trucción social de ciudadanía.

PATRICIA SAFA BARRAZA. Profesora investigadora de tiempo completo Titular C en el


CIESAS Occidente, Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología
social por el CIESAS y la Universidad de Guadalajara. Pertenece al Sistema Nacional
de Investigadores, coordinadora del Posgrado en la misma Unidad Regional (2003-
2005). Sus líneas de investigación: Cultura e ideología, Antropología urbana, de la edu-
cación y del trabajo. Último libro: Vecinos y vecindarios en la ciudad de México. La
construcción de la identidad local en Coyoacán, D.F. (Ciesas-Porrúa, México, 2001).
Actual proyecto de investigación: Crisis, malestar y proyectos de vida. Trayectorias
familiares en México.

SERGIO TAMAYO. Es doctor en Filosofía, Área Sociología, Universidad de Texas en


Austin. Profesor-investigador Tiempo Completo, Universidad Autónoma Metropolita-
na, Azcapotzalco, Departamento de Sociología. Su último libro es: Espacios Ciudada-
nos. La cultura política de la ciudad de México (México: Frente del Pueblo, Sociedad
nacional de Estudios Regionales, A.C. y Uníos). Sus temas de investigación versan
sobre ciudadanía, participación política y espacio público.

CÉSAR ABILIO VERGARA FIGUEROA. Es doctor en Ciencias antropológicas por la UAM


Iztapalapa, maestro en antropología por la ENAH. Actualmente dirige la línea de in-

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vestigación «Metrópolis: Imaginarios, símbolos y retóricas urbanas» en la División
de posgrado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha publicado varios
libros y artículos sobre música y cultura, identidad, imaginarios urbanos, usos del
espacio, siendo los últimos Imaginarios, horizontes plurales (ENAH-BUAP, México,
2002) e Identidades, imaginarios y símbolos del espacio urbano: Québec, La Capitale
(CONACULTA/INAH, México, 2003). Es fundador y director de la revista Antropolo-
gías y estudios de la ciudad, que publica en México el Instituto Nacional de Antro-
pología e Historia.

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Índice

Introducción, por Patricia Ramírez Kuri y Miguel Ángel Aguilar Díaz ............... 7

1. Territorialidad y género: Una aproximación desde la subjetividad


espacial, por Alicia Lindón ........................................................................ 13
2 . Conformando un lugar: narrativas desde la periferia metropolitana,
por María Teresa Esquivel Hernández ........................................................ 33
3. La experiencia de la exclusión social y urbana en torno a la vivienda,
por Patricia Safa Barraza y Jorge Aceves Lozano ........................................ 51
4. Espacio, tiempo y memoria. Identidad barrial en la ciudad de México:
el caso de el barrio de la Fama, Tlalpan, por María Ana Portal ................. 69
5. Chavos banda en la Ciudad de México. Un estudio de caso exploratorio
en la delegación de Tlalpan, por Catalina Arteaga Aguirre ......................... 87
6. Pensar la ciudad de lugares desde el espacio público en un centro
histórico, por Patricia Ramírez Kuri .......................................................... 105
7 . Recorridos e itinerarios urbanos: de la mirada a las prácticas,
por Miguel Ángel Aguilar Díaz .................................................................... 131
8. De flâneur a consumidor: hacia una fisonomía del transeúnte
en las ciudades contemporáneas, por Daniel Hiernaux-Nicolas ................ 145
9. Niveles, configuraciones y prácticas del espacio, por César Abilio
Vergara Figueroa ........................................................................................ 157
10. Espacio etnográfico, hermenéutica y contexto socio-político:
un análisis situacional, por Sergio Tamayo y Xóchitl Cruz ......................... 175

Autores .............................................................................................................. 199

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