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Las máscaras del poeta en Las Flores del Mal

En el vasto cuadro de sufrimientos humanos expuesto por Las Flores del Mal, se
destaca la figura del poetas. El Poeta es visto como un ser intermediario entre Dios y los
hombres. Incomprendido por estos últimos, está abocado a buscar la libertad por medio
del sueño y la meditación, pero esta búsqueda es, como se ve en el poema “Elevación”,
puramente ilusoria y conducida al fracaso. El artista debe vivir en el mundo infame de
los hombres, castigo tanto más injusto y cruel en cuanto que tiene conciencia del estado
deplorable del mundo real, y, por consiguiente, no puede integrarse en él totalmente.
Rechazado por los dos lados, el de la sociedad industrial del siglo XIX y el de sus
aspiraciones a la felicidad más pura, Baudelaire está condenado a errar en el vacío (los
“limbos”, primitivo título del poemario) entre la realidad y la ficción.
Pero este desgarro entre la realidad y el Ideal es válido también para el lector y
para la humanidad entera. El hombre consciente de su caída y su incapacidad para
cambiar su triste condición no puede sino abandonarse al spleen, a una renuncia total a
la participación en la vida, a un sentimiento de “después de mí, el diluvio”, e incluso a
un cierto “pasotismo”.
La condición del poeta, víctima de su propio estado de artista del que no puede
huir, es la imagen misma del spleen, única alternativa que puede conocer el hombre que
ha pecado de humanidad.
Esta condición es representada en Las Flores del Mal por medio de diferentes
máscaras: la del marginado, la del maldito, la del dandi, la del flâneur (paseante).
Desde el primer poema (sin contar “Al lector”), el titulado “Bendición”, el poeta
adopta la máscara del maldito, del repudiado incluso por su madre, imagen que se
repetirá a lo largo del poemario conectando con la rebeldía y el satanismo que culmina
en las “Letanías de Satán” Marginado y despreciado por la sociedad burguesa se
muestra a través de poemas como “El albatros” o “El cisne”, aves que pueden
representar el ideal o la belleza, pero que, fuera de su medio, son incapaces de vivir y
moverse. El poeta, habiendo sido rechazado, rechaza a su vez abiertamente la sociedad
y se inclina hacia el mal. Pero su satanismo, su aparente lujuria, su gusto macabro no
son más que las transposiciones de su fe, de su amor por la pureza, de su amor por la
vida.
Otra figura que adopta Baudelaire es la del dandi; su actitud de dandi, que es
deseo de extinguirse, de alcanzar en el aspecto más exterior y superficial aquella
perfección que le obsesiona, es el último lance heroico en las sociedades decadentes,
actitud ascética, ejercicio espiritual que edifica una barrera entre el mundo inaceptable y
el poeta, con el riesgo de la apatía (véase “Spleen” LXXVII), en el desinterés, todo ello
imagen de la angustia vital, parálisis y pérdida de las facultades humanas de quien está
sumergido en un mundo desproporcionado en el que todos los valores espirituales han
sufrido la inflación, el trueque, la deformación y la especulación que le veda la pureza,
la espiritualidad y la grandeza.
Una de las novedades que aporta Las Flores del Mal es la representación del
mundo moderno, del mundo de la ciudad. En esa “hormigueante ciudad”, convertida en
una especie de círculo infernal, el poeta, que rechaza ese mundo, aparece en varios
poemas de la sección “Cuadros parisienses” como un flâneur, un paseante sin rumbo
que espía a la multitud para convertirse en un “pintor de la vida moderna”, para analizar
lo caótico de la gran ciudad con vistas a encontrarle sentido. Es un observador perspicaz
que centra su atención en un individuo extraído de la masa, como las ancianas de “Las
viejecitas”. El flâneur transcribe con un lenguaje poético y prosaico el dolor, que
alcanza su grado máximo en la metrópolis. Busca los suburbios, los lugares donde las
distinciones sociales dejan de ser claras (galerías comerciales, parques, terrazas de
cafés...), mirando a los personajes que emanan de la multitud. Este constante
descentramiento irá transformando al artista que deambula en lunático, marginado o
delincuente, en mero superviviente en una sociedad que acaba no tolerándolo o incluso
rechazándolo con violencia. Aunque puede ser un dandi, su destino le condena
irremediablemente a la vida bohemia, porque la sociedad castiga la ociosidad con la
miseria.

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