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PRIMER SEMINARIO TEMATICO DE LA

RED DE INVESTIGADORES SOBRE


DESPLAZAMIENTO FORZADO EN COLOMBIA

CONFLICTO ARMADO Y DESPLAZAMIENTO FORZADO


EN EL EJE CAFETERO:
LA EMERGENCIA DE NUEVAS VOCES URBANAS.

PEDRO PABLO CASTRILLON SÁNCHEZ. HISTORIADOR


DIRECTOR UNIDAD TERRITORIAL DEL QUINDÍO
RED DE SOLIDARIDAD SOCIAL.
MARIA CRISTINA PALACIO VALENCIA. SOCIÓLOGA
PROFESORA TITULAR CEDAT UNIVERSIDAD DE CALDAS.

CARTAGENA AGOSTO 12 –13 DE 2004.

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PRESENTACIÓN

En un país como el nuestro caracterizado por profundos, complejos y acelerados


cambios y transformaciones en las formas de habitar la vida social, el conflicto
armado y el desplazamiento forzado, han logrado situarse como dos factores
estructurantes en la reconfiguración de los territorios y las dinámicas urbanas. De
esta manera, las violencias que se viven en Colombia con sus diferentes lógicas
perversas transversalizan el pasado y el presente de la memoria del país.

En este confuso escenario nacional, el eje cafetero, se constituye en un territorio


que permite leer huellas y trayectorias de estas problemáticas, entrelazando las
condiciones de un contexto, la demarcación de un texto y la explicación de los pre-
textos.

Respecto al contexto ecoregional (Caldas, Quindío y Risaralda) la crisis cafetera y


el empobrecimiento de sus habitantes logran hacer visible realidades como la baja
densidad institucional del Estado; la transformación perversa de la propiedad, la
erosión de los anclajes de la cultura cafetera, la expansión y empoderamiento de
los actores ilegales, la demarcación de escenarios de guerra tanto urbanos como
rurales, el posicionamiento de una economía ilegal ligada a la producción y
comercialización de narcóticos y al tráfico de personas y el crecimiento
exponencial del desplazamiento forzado con las secuelas de los destierros y
desarraigos.

En cuanto a la demarcación del texto de las nuevas reconfiguraciones urbanas


Manizales, Pereira y Armenia se entrelazan en un continuo diferenciado de
matices de exclusiones, marginalidades y desigualdades que logran darle forma a
una dinámica societal donde hacen presencia factores estructurales de tiempos
largos en torno a la frágil institucionalidad del Estado y a una sociedad iniquitativa
y excluyente; factores estructurantes ligados a historia reciente de las violencias
en el país y factores coyunturales derivados de la crisis cafetera desde finales de
la década de los 80.

Y un pre-texto que se sustenta en el juego maniqueo de lo visible e invisible de los


imaginarios, los discursos y las decisiones estatales, institucionales y sociales en
cuanto al lugar que ocupa el eje cafetero en la lógica de la guerra y su
participación en el esfuerzo de construir sentidos de restablecimiento
socioeconómico, reconocimiento social, inclusión política, reparación moral y
derecho cultural.

En este marco, se presentan las reflexiones sobre el eje cafetero con el propósito
de cruzar dos preguntas ¿Como nos ven? Y ¿Como nos deben de ver?

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Respuestas que dan cuenta de tres ejes de desarrollo: el conflicto armado, el
desplazamiento forzado y las voces urbanas de Manizales, Pereira y Armenia.

La consideración final alude que estas reflexiones son el resultado de los


encuentros de discusión y debate entre la coordinación de la red de solidaridad
social del Quindío y los avances de investigación desde el CEDAT y la Mesa
interinstitucional sobre desplazamiento forzado en la Universidad de Caldas.

1. EL EJE CAFETERO LA URGENCIA DE HACER VISIBLE UNA REALIDAD.

El eje cafetero esta constituido por los departamentos de Caldas, Risaralda y


Quindío en un territorio demarcado por 13.873 kilómetros cuadrados equivalente al
1.2% del país; de este porcentaje el 56% corresponde a Caldas, el 28% a
Risaralda y el 15% al Quindío.

Su lugar de privilegio en la economía nacional, especialmente hasta comienzos de


la década de los 90, sustentaron el imaginario de considerarlo como un escenario
de calidad de vida. Reportaba los índices nacionales más bajos de necesidades
básicas insatisfechas y su infraestructura social y comunitaria se destacaba en el
marco nacional.

La condiciones sobre las cuales se desarrolló la producción cafetera permitieron


consolidar un sistema de vida donde los mínimos de bienestar estaban
garantizados a través de la capacidad redistributiva existente en la base social de
los pequeños propietarios caficultores integrados en las diversas cooperativas;
situación que se acompañaba de una fuerte densidad institucional hacia los
Comités municipales de cafeteros y el peso de los anclajes culturales en torno a la
solidaridad y reciprocidad social y cultural. Este marco económico y social logra
consolidar la referencia de “un triangulo de oro” que de manera simbólica
significaba una especie de “lugar de bisagra” en los procesos de sobrevivencia y
convivencia en el país.

Pero este escenario comienza a fracturarse a finales de la década de los 80,


recorriendo de manera vertiginosa un camino de deterioro y desestructuración;
logrando que esta macro región no escapara a la lógica de unas violencias que
comenzaron a estructurar la recomposición rural- urbana en los tres
departamentos del eje cafetero.

El empobrecimiento creciente de la población rural derivó en la sustitución del


cultivo tradicional del café por coca y amapola o en su intercalación,
particularmente en el oriente caldense (Samaná, Pensilvania, Norcasia y en las
zonas de San Diego, Berlín y Florencia, limítrofes con el sur oriente de Antioquia.
A principios del 2003 había presencia, además de 200 has de amapola en
inmediaciones del parque nacional Los Nevados (Defensoría del Pueblo
resolución No 28 de mayo 21 de 2003).

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La focalización de la crisis económica y social del eje cafetero tiene su punto de
partida en el quiebre de la estabilidad cafetera “A partir del rompimiento del pacto
cafetero que eliminó los instrumentos y reglas de juego que trazaron los países
productores y consumidores para el manejo del mercado. Lo anterior se tradujo en
que el grano quedó a la deriva en el mercado libre, bajo lo cual la producción
mundial en la década de los 90 creció en un 21% mientras que el consumo sólo
aumentó un 10%, lo que generó la acumulación de inventarios por 67 millones de
sacos” (CRECE 2002. Informe de avance. Manizales). Esta acumulación de
inventario y la limitada demanda impactó de manera negativa la sostenibilidad que
ofrecía el mercado cafetero y de manera más directa, la inversión social orientada
a educación, salud e infraestructura.

La pérdida de calidad de vida, el deterioro de las condiciones de sobrevivencia y


convivencia del eje cafetero, ya son una realidad; como se expresan en los
informes de Planeación Nacional y otras agencias para el desarrollo “10 años de
Desarrollo Humano en Colombia” publicado en el 2003 y “Un pacto por la región”
2004.

Esta crisis cafetera favoreció en el territorio el ingreso del narcotráfico, como un


actor que provoca otras dinámicas espaciales tanto rurales como urbanas. La
compra de tierras produce una potrerización de grandes extensiones e impulsan la
erradicación del cultivo del café de manera especial en el rio La vieja (Quindío), en
el centro occidente de Risaralda y en el nororiente de Caldas.

El narcotráfico tiene matices diferenciales en los tres departamentos; mientras que


en el Quindío se anuncia de manera mas directa su vinculación al agro turismo y
en la conformación de ejércitos de defensa privada, en Risaralda es de vieja data
la existencia del cartel de Pereira y en Caldas su referencia esta en las diversas
alianzas con la guerrilla, las autodefensas y los paramilitares en torno al cultivo y
comercialización de productos ilícitos, pago de gramajes y protección de
laboratorios.

Pero la expansión del narcotráfico es producto de la efectividad de los dispositivos


de las alianzas perversas que logran consolidar; no solamente su capacidad de
negociar por separado con la guerrilla el pago de tributos y de protección, con los
paramilitares y autodefensas el apoyo logístico, transacciones mercantiles e
infraestructura de guerra sino que también, con los funcionarios del Estado, las
administraciones públicas, los jefes políticos locales encuentran condiciones de
colaboración e intermediación de mayor espectro social, al abarcar desde
inversiones sociales, pago de extorsiones y secuestro hasta protección y
seguridad. Complementario a lo anterior, el narcotráfico se constituye en una
opción para algunos sectores de la población civil empobrecida, al ofrecerles
opciones de sobrevivencia con los recursos de los circuitos de la producción ilegal.

Además de lo anterior, el narcotráfico con los otros actores protagónicos la


guerrilla, las autodefensas y el paramilitarismo ocupan un lugar significativo en las
dinámicas urbanas vinculadas a la inseguridad ciudadana y a la pérdida del capital

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social y simbólico de las tres capitales departamentales. Manizales, Pereira y
Armenia asisten a nuevas racionalidades violentas; se empoderan sus “actores de
soporte” el sicariato, la delincuencia común, los grupos de limpieza social quienes
disponen de estrategias recurrentes de cobro de cuentas, amenaza, boleteo,
secuestro extorsivo, vacuna económica y humana para expresar un orden de facto
que va tomando fuerza gracias a la organización sistemática de un nuevo estilo de
habitar la ciudad en donde “en ninguna zona, ningún territorio urbano, ninguna
institución o espacio de socialización ha estado por fuera de las turbulencias de la
confrontación que ha alterado enormemente su funcionamiento y valores” (Naranjo
Gloria. Deicy Hurtado. Desplazamiento forzado y reconfiguraciones urbanas.
Algunas preguntas para los programas de establecimiento. En Destierros y
Desarraigos. Codees O.I.M. Bogota marzo 2003. Págs. 271 2-87)

Visto de esta manera, el deterioro provocado por la crisis cafetera para los tres
departamentos y el desastre natural del terremoto del 99 de manera especial para
el Quindío se constituyen en factores estructurantes de la nueva territorialización
del conflicto armado, el desplazamiento forzado y las nuevas voces urbanas

La FARC opera en los tres departamentos y busca controlar la vía al pacífico por
el Chocó y la transversal más importante del país, ante todo el paso de la Línea,
en límites con el Tolima. El E.L.N. busca aumentar su presencia en toda la zona
mientras que tiene una fuerte presencia urbana en Pereira y Manizales a través
del frente Marta Elena Barón. El Ejercito Revolucionario Guevarista y el Ejercito
Popular de Liberación tienen control en zonas del occidente de Risaralda y Caldas
que conectan con Antioquia. Respecto a las autodefensas y paramilitares se
disputan el territorio con la guerrilla, tienen control en la zona montañosa de
Risaralda, Caldas y la zona de la hoya del río la Vieja en el Quindío. Se identifican
con su presencia municipios como Villamaría y Norcasia en Caldas, Marsella,
Mistrató y general el Occidente del Departamento de Risaralda y en el Quindío
Quimbaya, Montenegro y la Tebaida; y además son referencia en algunas de las
comunas de las tres capitales.

Uno de los indicadores de su empoderamiento se traduce en las confrontaciones


entre estos actores; mientras que en el periodo 1990 - 2000 se presentaron en
total 235 acciones armadas, ente enero de 2001 y abril de 2003 se produjeron
463, con un incremento del 197%. Casi la mitad de las acciones (48.6%) han
ocurrido en Risaralda. Este panorama se acompaña de las implicaciones del
deterioro social que se vive en los sectores populares de Manizales, Pereira y
Armenia que hace de estas capitales lugares de presencia de milicias urbanas
tanto de los actores paraestatales como contraestatales.

Las condiciones de estas ciudades aportan un tributo a la guerra irregular por


medio del reclutamiento “voluntario o forzado” de jóvenes hombres y mujeres;
quienes logran conjugar en sus actuaciones cotidianas la doble práctica de ser
estudiantes y sicarios.

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Todo lo anterior permite precisar que el quiebre de la estabilidad cafetera abrió el
panorama de nuevas dinámicas en la región. La conexión entre el
empobrecimiento de los campesinos cafeteros, la pérdida del protagonismo
político y económico de los Comités de cafeteros, la frágil capacidad del Estado
para sostener el orden de la justicia, la seguridad y la moral social conjuntamente
con la fragmentación de los anclajes comunitarios y la ruptura de los mecanismos
de transmisión cultural produjo, por una parte, un traslado de lealtades y
adhesiones a un “nuevo orden” el cual dispone de prácticas de muerte y amenaza
confundidas y soportadas en discursos de control, seguridad y paz por parte de los
actores legales e ilegales. Y por otra, a un despliegue de nuevas estrategias y
dispositivos de este orden de facto impuesto en donde la coacción es tan
poderosa, que las alternativas existentes son obedecer y someterse, morir o salir
del territorio.

En este punto juega un papel importante “la memoria pública como el sistema de
almacenamiento del orden social” (Douglas Mary. 1996. P.104). Una memoria de
lealtad, adhesión, solidaridad y cooperación que se confunde y se desplaza en la
historia reciente del miedo, la amenaza y la desconfianza; en donde las
generaciones adultas no encuentran las condiciones que garantizan la transmisión
cultural de su experiencia de vida y las nuevas generaciones aprenden esta vida
desde las lógicas de la guerra. Escenarios cotidianos donde se ha trastocado la
fuerza del vínculo societal porque el sentido del otro y el lugar del otro genera
incertidumbre y extrañamiento, movilizando una dinámica emocional hacia el
reconocimiento del otro como enemigo.

Los trayectos territoriales de Caldas, Quindío y Risaralda se enfrentan a la


fragmentación de sus comunidades; la interacción cara a cara, las relaciones
polifacéticas, la participación en procesos colectivos de toma de decisiones, la
disposición de un cierto consenso de creencias y valores y la experiencia de una
cohesión proveniente de entramados de intercambios recíprocos cotidianos, cede
el paso a lógicas de vida tanto rurales como urbanas, que orientan una con-
vivencia cruzada por la incertidumbre, el desasosiego y la pérdida de la memoria
colectiva. Con esto se produce diversidad de escenarios donde si se asoma la
confianza es a corto plazo y con soportes frágiles que se disuelven de manera
rápida en el pánico y en el miedo y donde la desconfianza es tan profunda que la
cooperación y la reciprocidad resultan imposibles.

EL DESPLAZAMIENTO FORZADO EN EL EJE CAFETERO: DESTIEMPOS DE


UNA PERVERSA RECONFIGURACIÓN URBANA.

El conflicto armado a través del desplazamiento forzado ha logrado producir una


compleja relación entre destierro, desarraigo y despojo de espacios de vida y
agregación y producción social de otros nuevos. Pero estos dos polos no pueden
ser considerados como lugares diferentes o independientes, se conectan y son
parte constitutiva de los procesos de desigualdad, exclusión y marginamiento
social que se identifican en las nuevas y complejas dinámicas de producción
urbana.

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La tragedia social y el drama humanitario derivado del desplazamiento forzado se
expande de manera vertiginosa por todas las áreas geográficas y sectores
sociales del país. El crecimiento exponencial y territorial de esta problemática ya
tiene un lugar, en los informes oficiales del Estado, en los discursos sociales de
los medios, en los resultados de investigaciones académicas, en los procesos
adelantados por las O.N.G.s y en las conversaciones cotidianas con la población
civil. Una realidad que si bien tiene presencia en la configuración de la memoria
histórica del país, desde la década de los 80 ocupa un lugar transversal en el
desarrollo de la vida cotidiana nacional.

En este escenario y hasta mediados de los 90, el eje cafetero no tenía lugar en
esta problemática. Más aún, su participación en las dinámicas de las violencias y
la guerra irregular se identificaba con la consideración de ser puente y corredor de
tránsito desde Antioquia, Chocó, Magdalena medio, sur y norte del país. Esto
produce la fuerza de un imaginario que excluye la mirada sobre esta región
pretendiendo sobreponerse a la realidad que se registra desde 1996.

Según información de la Red de Solidaridad Social del Quindío, el registro de


personas en situación de desplazamiento se inicia en Risaralda en el año 96 con
90 personas para tener un acumulado al 2004 de 17. 251 personas; datos que
corresponden al 1.31% del acumulado nacional. En el Quindío el registro se inicia
en 1996 con tres personas para disponer en este año de un total de 8.630
personas que representan el 0.61% de los datos del país. Y Caldas cuenta con
una persona registrada en 1994 para llegar a un total de 21.403 personas
reconocidas en situación de desplazamiento y que pone a este departamento
frente a un 1.52% con relación a los datos globales. Y con relación a los hogares
el dato de Risaralda es de 3.959 hogares (1.31%); Quindío con 2189 (0.70%) y
Caldas con 4.912 (1.58%)

Desde la lógica de la expulsión, los tres departamentos presentan acumulados


desde 1996; Risaralda con 6.694 personas (047%), Quindío con 1.634 personas
(0.12%) y Caldas con 26.394 personas (1.87%). En cuanto a los hogares los datos
indican para Risaralda un total de 1.451 (0.47%), Quindío 448 (0.14%) y Caldas
6149 hogares (1.98%).

El análisis de estos datos produce dos situaciones. Hacia fuera y con relación al
comportamiento nacional, el eje cafetero no se constituye en territorio de
desplazamiento y por ende se encuentra mimetizado y subsumido frente a la
complejidad de esta problemática con relación a otras regiones del país. Esto ha
producido que la participación del eje cafetero en la mirada pública, en la
intervención institucional y el campo de investigación sea bastante limitada y tenga
un incipiente recorrido que se comienza a evidenciar desde el 2002 – año de
crecimiento exponencial bien significativo- que implica producir una especie de
punto de inflexión en el cambio de la perspectiva nacional y los imaginarios
sociales y políticos.

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Y desde la dinámica interna regional se producen varias situaciones: por una parte
se asiste a un movimiento territorial y espacial que marca una diferenciación entre
los tres departamentos con nuevas formas de relación entre lo rural y lo urbano;
por otra, la respuesta institucional y política es confusa, con desarrollos desiguales
en cada uno de los departamentos pero con un predominio de imaginarios
sociales sobre las personas en condición de desplazamiento como una amenaza
al control del orden público, como un agregado que detona los problemas urbanos,
pero también como un indicador nominal en los planes de desarrollo y planes de
acción de las administraciones departamentales y municipales.

Visto así, el desplazamiento forzado aparece como un factor estructurante de las


dinámicas societales. Los perfiles y caracterizaciones iniciales ponen al
desplazamiento como una forma de expulsión de habitantes del campo hacia los
centros urbanos o cabeceras municipales. Pero la complejidad va más allá de esta
simple reducción. Los entramados territoriales entre los lugares de expulsión y los
de recepción permiten develar ritmos y rituales en la producción de espacios de
con-vivencia donde el conflicto y la violencia permean las sociabilidades y las
identidades individuales y sociales.

En esta línea de reflexión se indaga por la configuración de las lógicas urbanas


desde la mirada del conflicto armado y el desplazamiento forzado, en las tres
capitales del eje cafetero Manizales, Pereira y Armenia; su relación con la
construcción de ciudad y el lugar que ocupa en la dinámica urbana.

Ciudades que responden a la característica de ser centros de recepción de


población en situación de desplazamiento; y disponen de manera diferencial en la
producción de las reconfiguraciones urbanas. Además su selección como sitio de
llegada, da cuenta de multiplicidad de razones, en el marco de la urgencia que se
deriva de la imposición de esta decisión. Razones que van desde la proximidad
física, la identidad regional, la existencia de redes y vínculos sociales y parentales
pero de manera significativa, los imaginarios y representaciones sociales que se
tienen del eje cafetero como remanso de paz y tranquilidad, zona rica en
oportunidades de sobrevivencia y de atención del Estado y las instituciones por
efecto de los desastres naturales

No obstante, el eje cafetero sobrellevar este imaginario, su entrada al escenario


del conflicto armado y el desplazamiento forzado, a través de la crisis cafetera,
puso en un primer plano los problemas estructurales de una sociedad con
desigualdades e injusticias; agudizándose la producción de la exclusión, de
manera diferencial en cada una de las capitales de los tres departamentos

Armenia es un espacio urbano que se estructura desde el encuentro de dos


desarraigos el terremoto del 99 y la presencia de personas en situación de
desplazamiento. El proceso de reconstrucción le ha dado una nueva dimensión
física a la ciudad; sin embargo la recuperación y fortalecimiento del tejido social
aparece como denominación de inversiones sociales que se confronta con los
paisajes urbanos de la progresiva recurrencia de la mendicidad, la prostitución, la

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comercialización de sustancias psicoactivas, el trafico de personas, la tributación
de jóvenes estudiantes a los circuitos sicariales y delincuenciales, la conformación
de ejércitos de defensa y justicia privada y a el reclutamiento para las
organizaciones bélicas.

Quindío y Armenia indican, en comparación con Risaralda y Caldas, la menor


referencia frente al conflicto armado y el desplazamiento forzado. No dispone de
registros de desplazamientos masivos y la llegada gota a gota se mimetiza en la
disponibilidad de espacios familiares y su inserción en la ciudad se da por vía de la
sobrevivencia marginal y liminal.

La tragedia del terremoto y el empobrecimiento derivado de la crisis cafetera,


legitimó prácticas e imaginarios en torno a la victimización y la utilización de
dispositivos maquiavélicos de sobrevivencia. De esta manera, se hacen evidentes
nuevas formas de desigualdad social y la exclusión y el marginamiento se afinan
como soportes de una lógica urbana que presenta la ciudad como un escenario de
polarización social.

La relocalización urbana de las personas en situación de desplazamiento que


deciden quedarse en Armenia, le da forma a la voz de una paradoja que indica por
una parte, su inclusión en el mundo marginal y liminal de los despojos, perdidas y
desarraigos; y por la otra, la exclusión del reconocimiento como sujetos plenos de
derechos con el respeto y la defensa de su dignidad.

De esta manera, podría considerarse que en la reconfiguración urbana de


Armenia, el desplazamiento forzado se identifica como una variante agregada de
la exclusión. Las personas en situación de desplazamiento, conjuntamente con los
pobres históricos, los damnificados del terremoto y los buscadores de un lugar
social en el contexto de la tragedia social se entrelazan en la producción de un
capital social perverso y buscan desde las prácticas cotidianas una inserción a la
ciudad, por el camino de su condición de grupos vulnerables, precarizados y
marginales.

En Pereira la llegada y relocalización de las personas en situación de


desplazamiento, produce un proceso social urbano diferente. De las tres ciudades
capitales del eje cafetero, se constituye en el centro de recepción con mayor
registro (Pereira 2397 hogares y 10.590 personas, Armenia 1.173 hogares y 4.644
personas y Manizales 1.247 hogares y 4.764 personas). Su continuidad geográfica
con el Choco, el contar con resguardos indígenas en su territorio (Mistrató y
Pueblo Rico) y comunidades negras como Santa Cecilia y tener límites cercanos
con Riosucio y Supía en Caldas, le significa el reconocimiento de captar población
negra e indígena.

La ciudad presenta asentamientos demarcados como territorios de personas en


situación de desplazamiento; zonas como el Plumón y Galicia se constituyen en
referentes urbanos de la materialización de la sobrevivencia impuesta por la
violencia del conflicto armado, de la búsqueda de opciones ante el desarraigo, de

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la exigencia de construir un cotidiano diferente ante la disrupción e interrupción de
los propios. Es la expresión de la sobrevivencia en el contexto de la violación de
los derechos humanos, la fragilidad del ejercicio ciudadano y la vulneración de la
dignidad; pero esta tragedia social le imprime a la ciudad, una dinámica societal de
movimientos y tensiones que perfila escenarios sobre la riqueza de la diferencia, la
evidencia de la exclusión y el marginamiento pero también de la lucha por el
derecho a la ciudad, por ganarse un lugar y no mimetizarse en ella.

Pero si bien han logrado marcar un territorio a partir de una identidad imputada,
mantienen y conservan algunos de sus arraigos culturales. Su inserción en la
ciudad, no le ha borrado aún algunos de sus equipajes culturales. Es evidente que
“Traen consigo su biografía, marcada por las características socioculturales de la
comunidad de procedencia, el papel social que habían cumplido en ella y unas
destrezas sociales y culturales. Es decir, traen sus propias formas de nombrar, de
relacionarse, técnicas para construir sus casas, pautas de crianza, dietas
alimentarías y estrategias de expresión de las más diversas procedencias.”
(Naranjo Gloria, Hurtado Deyci. 2003: 277-278.)

“El Plumón” se caracteriza por ser una zona de asentamiento negro; provenientes
del Chocó y Santa Cecilia en Risaralda, cargan en “un equipaje simbólico” la
memoria cultural de la música y la danza; y con sus aprendizajes ancestrales en
torno a las redes parentales y vecinales logran darle forma a sus nuevos “espacios
de vida”.

Galicia, por su parte, indica la inserción forzada de grupos indígenas Emberas,


Chamí e Ingas al territorio urbano de Pereira. Desde sus sentidos de vida, la tierra
les otorga su anclaje y en contravía a la búsqueda del reconocimiento legal, han
demarcado desde su fuerza cotidiana la validez de un cabildo que les brinde la
continuidad y proyección de su trayectoria comunitaria y colectiva.

Pero estos asentamientos no son ajenos a la tributación del conflicto. Llevan a


cuestas el estigma y la imputación de la amenaza, no solo por provenir de zonas
de conflicto armado sino porque su llegada a la ciudad, detona una especie de
“urbanización del conflicto” que se confunde con la degradación de la seguridad
ciudadana aportada por el narcotráfico y la expansión de prácticas de limpieza
social, pago de cuentas y justicia privada.

En esta línea de reflexión las personas en situación de desplazamiento que llegan


a Pereira, también indican una sobrevivencia excluyente en los márgenes de la
sociedad y en la periferia de la periferia urbana, como lo plantean Gloria Naranjo y
Deyci Hurtado (2003: 277). La ciudad los ve con hostilidad y ellos ven a la ciudad
como la alternativa de vida.

En cuanto a las voces urbanas en Caldas,. la disposición de la mayor información


de registro de personas y hogares en situación de desplazamiento, exige precisar
algunos asuntos.

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En primer lugar, Caldas y de manera precisa el oriente caldense ha sido escenario
de desplazamientos masivos, los cuales impactan el registro, en comparación con
los datos de los otros departamentos. A diferencia de Quindío y Risaralda se
identifican tres centros urbanos de recepción Manizales, Samaná y Riosucio; estos
dos últimos recepcionan los habitantes de su respectivo municipio con la
particularidad de presentar retornos “exitosos” o de salir los de Riosucio a Pereira
y los de Samaná hacia Antioquia; sin que se genere una dinámica urbana de
impacto recurrente que transforme la cabecera municipal.

En cuanto a Manizales, no obstante ser la capital del departamento y de disponer


de un registro de 4764 personas en la ciudad, esta no presenta aún
transformaciones profundas ni radicales en su dinámica urbana. No se identifican
asentamientos específicos, como ocurre en Pereira; ni ha recibido
desplazamientos masivos que requieran de alojamientos temporales colectivos
como escuelas, el estadio o el coliseo a manera de “refugios salvajes” como lo
denomina Alejandro Castillejo”(2000).

En este sentido, las personas en situación de desplazamiento que han llegado a la


ciudad se ubican en sitios distintos, de acuerdo a los recursos de redes familiares,
vecinales o institucionales. Esta situación produce una especie de dispersión y
aislamiento que alimenta su mimetización urbana, ayudando a la invisibilidad
social y política.

Esta “realidad fantasma” se alimenta de varios factores. En primer lugar,


Manizales no se caracteriza por ser una ciudad con fuerte presencia e historia de
movimientos sociales orientados a la inclusión urbana; en segundo lugar, el débil o
prácticamente nulo aprendizaje de una participación y organización comunitaria
impide la consolidación de un compromiso social frente al reconocimiento, respeto
y defensa de la reparación ciudadana. Y finalmente, las condiciones de la crisis
cafetera y económica cierran la inserción a la ciudad de las personas en situación
de desplazamiento; mas aún, enfrentan un proceso de “repitencia” del
desplazamiento en tanto la ciudad los vuelve a expulsar, para ellos como
estrategia de sobrevivencia y para la ciudad como un mecanismo perverso de
mantener “ el orden social”.

Se cuenta en la ciudad con una fuerte persistencia a la estigmatización y la


exclusión. El miedo a que “se nos venga esa gente” circula en los discursos
sociales y políticos y se constituye en una especie de barrera que lo justifica como
un “dispositivo de seguro” ante esta problemática; por lo tanto se constituye en
otra manera de exclusión social, de repliegue político de clara vocación
hegemónica.

Desde esta visión panorámica, el eje cafetero no es ajeno a las reconfiguraciones


urbanas que se producen en la lógica del conflicto armado y el desplazamiento
forzado. Una región que no solamente ingresa de manera tardía a los escenarios
del conflicto armado y el desplazamiento forzado, sino que aporta la dinámica del
orden de turbulencia que atraviesa todas las regiones y territorios del país.

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Además de aportar, a una dinámica societal, en donde el desplazamiento forzado
genera según Harvey Danilo Suarez “.... un doble movimiento de desorganización
y reordenamiento social, económico, político y cultural. Desordena y ordena,
según lógicas contradictorias, diversos sistemas organizativos en varios niveles:
personal, colectivo, comunitario, institucional, social, gubernamental y estatal.
Desordena, incluso la concepción del tiempo y el espacio con la cual los individuos
interpretan dichos procesos. El destierro y los contextos de exclusión, lo mismo
que el progresivo deterioro del nivel de vida y la estigmatización en las zonas
receptoras, establecen condiciones propicias para que la confianza y los lazos de
solidaridad se diluyan o sean especialmente difíciles de establecer” (2002:94).

BIBILIOGRAFIA.

CASTILLEJO Alejandro. Poética de lo otro. Antropología de la guerra, la soledad y


el exilio interno en Colombia. Colciencias. Ministerio de la Cultura. Instituto
Colombiano de Antropología e Historia. Bogota 2000. Ps. 296

DOUGLAS Mery. Como Piensan las Instituciones. Alianza Universidad, Madrid


1996

NARANJO GIRALDO Gloria. HURTADO GALEANO Deicy. Desplazamiento


forzado y reconfiguraciones urbanas. Algunas preguntas para los programas de
restablecimiento. En Destierros y desarraigos. CODHES, O.I.M. Bogota. 2002.
pags 271- 287.

PALACIO VALENCIA. Maria Cristina. El conflicto armado y el desplazamiento


forzado en Caldas: crisis de la institucionalidad familiar. Cedat Departamento de
Estudios de Familia. Universidad de Caldas. Manizales 2003.

SUAREZ Harvey Danilo. Aplazados y desplazados. Violencia, guerra y


desplazamiento: El trasfondo cultural del destierro y la exclusión. En Destierros y
desarraigos. CODEES, O.I.M. Bogota 2002. págs. 81- 120.

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