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EL ANTIGUO TESTAMENTO FIGURA DEL MESIAS

Como hemos venido insistiendo en cada uno de los momentos de la Historia de la Salvación, todas las grandes intervenciones de Dios
en la antigua alianza estaban orientadas a la intervención definitiva y plena
de Dios, hacia «aquel que había de venir» hacia el Mesías que establecería el Reino de Dios en el mundo. Este momento -la plenitud
de los tiempos- aconteció cuando «Dios envió a su Hijo nacido de una mujer» (Gál. 4,4-5).
Es decir, que toda la historia de Israel se encaminaba hacia Cristo y se dirige hacia El. Todo lo anterior desde la creación hasta su
venida a la tierra preparaba hacia esta revelación de Dios en su Hijo y todo lo que
sigue desde su muerte, resurrección y ascensión es un camino abierto y dinámico hacia su plena revelación, hacia los cielos nuevos y
la tierra nueva.
Así lo hizo comprender a los primeros cristianos el Espíritu Santo que les hizo descubrir que todo lo que se vivió en el Antiguo
Testamento era figura, anuncio y preparación de la ven ida de Jesucristo (cfr 1 Cor 10,11).

Como explica el Concilio Vaticano II: “La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar
proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico” (DV 16).
“Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo
abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.
Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género
humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras.
En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los
Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador
prometido, y de esta forma, a través
de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio” (3).
Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo”.
Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los
secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado, a los hombres”, “habla palabras de Dios” y lleva a cabo la
obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo-ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación
personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos;
finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con
nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna” (DV 4).
Hechos 13,15-41

LA PRIMERA ALIANZA RENOVADA LUEGO EN LA NUEVA ALIANZA

Tres meses después de la salida de Egipto, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí y acamparon frente a la montaña (Ex 19,1).
Moisés había cumplido la misión de liberar a Israel. Ahora quería saber cuál era el siguiente paso en el proyecto de Dios.
Moisés subió al monte Sinaí. Allí escuchó la Palabra del Señor y después bajó a explicar su voluntad. El Señor había decidido hacer
un trato o alianza con su pueblo. Es verdad, que los israelitas conocían las alianzas o tratos que se hacían entre los jefes de las tribus o
entre los jefes de las naciones. Pero, eran tratos entre iguales. Lo que menos podía pensar el pueblo era que Dios, su liberador, iba a
bajar para hacer un trato con ellos de igual a igual. Eso era demasiado amor y consideración de Dios.

Como ya hemos dicho, la Biblia es una historia de amor, de amor entre Dios y su pueblo. Cada amor tiene sus palabras y sus ritos. En
la Biblia, ese amor de Dios y su pueblo se expresa con la palabra Alianza y a través de los ritos de la Alianza.
Por eso, la Alianza es el hilo conductor entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Y su expresión más clara se encuentran en la Alianza
del Sinaí (Éxodo) y en la Alianza definitiva en la Cruz (los Evangelios).
La Alianza es, a pesar de los tiempos y de las culturas, la permanencia de un “Yo te amo” entre Dios y su pueblo. Un “Yo te amo”
exigente, apasionado de parte de Dios, que lo acompaña con la promesa de amar siempre. Un “Yo te amo” difícil y consciente de sus
límites de parte del pueblo. Como toda Alianza supone un compromiso entre las dos partes que la hacen. En este caso son dos: Dios y
el pueblo de Israel. Veamos lo que le corresponderá a cada uno al sellar esta Alianza.

Antes que nada, es importante aclarar que Dios escogió a Israel sin méritos de su parte, sino por puro amor (Deut 7,7-8). En esta
Alianza, Dios se compromete con su pueblo a ser su Dios.
Como lo resumió hermosamente Jeremías, el compromiso de la Alianza de Dios es: “yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”.
Habiéndolo separado de las naciones paganas, se lo reserva exclusivamente; Israel será su pueblo. Le garantiza ayuda y protección, la
entrega de una tierra que mana leche y miel y de una ley de libertad. El se compromete a estar con su pueblo para siempre y a
defenderlo de sus enemigos.
Con la Alianza, El los ha hecho “un reino de sacerdotes, una nación santa”, un “pueblo de su propiedad”; un “pueblo suyo” para
siempre.
El compromiso del pueblo es ser de Dios, ser pueblo de Dios. Esto implica que el pueblo se compromete a obedecerle como a su
Dios y a tenerlo como único Dios.
Para ser más concreto, Dios le da una Ley de la Alianza contenida en los capítulos 20-23,19, que está sintetizada en las 10 palabras o
10 mandamientos, en los que se enfatiza el amor total a un único Dios y el amor fraterno que permite formar una comunidad como
Dios quiere.

Sin duda que la Alianza fue el centro y el fundamento permanente del pueblo de Israel, renovándola muchas veces en los más
importantes de su vida como en Moab antes de entrar en la tierra prometida (Dt 28-32); en
Siquem una vez conquistada la tierra (Jos 24); con ocasión de la reforma religiosa impulsada por Josías (2 Re 23) y al reedificar el
templo (Neh 8-10).
Los profetas centraron su predicación en el espíritu y en las exigencias de la Alianza. Pero, la tragedia de Israel fue su continua
infidelidad a la Alianza, que le fue llevando al pueblo al fracaso porque no cumplía con su Dios. Poco a poco se fue descubriendo que
la raíz del fracaso está en el corazón humano que se deja conquistar por el mal, que se ha pegado en lo más profundo de su ser.
De ahí que Dios anuncia una Alianza nueva, que consiste en la renovación interior del ser humano, en el don de un corazón nuevo y
en la efusión del Espíritu Santo dentro del corazón (Jer 31,31-33; ·z 36, 25-28).
Jesús ha realizado efectivamente esta Nueva Alianza con su Muerte y Resurrección. El venció el mal, el pecado y la muerte y nos ha
hecho entrar a toda la humanidad en una nueva alianza, que permite a todos los hombres y mujeres de este mundo a entrar en
comunión con El.
Jesucristo nos consiguió el perdón de los pecados y el don del Espíritu, que ha inscrito en nosotros la nueva ley del amor y que nos
capacita para ser fieles a la Alianza. Esta nueva y eterna alianza con Dios la hacemos el día de nuestro bautismo; la renovamos y
celebramos cada vez que celebramos la Eucaristía.

EN LAS TEOFANÍAS Y EN LA LEY

707. Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde
Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido
que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube del Espíritu Santo.

708. Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como
un "pedagogo" para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la
"semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo.
Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.

EN EL REINO Y EN EL EXILIO

709. La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del pueblo salido de la
fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza [...], seréis para mí un reino de sacerdotes y una
nación santa" (Ex 19,5-6; cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino
como las demás naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra
del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.

710. El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en
realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era
necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el
Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de las figuras más transparentes de la Iglesia.

LA ESPERA DEL MESÍAS Y DE SU ESPÍRITU

711. "He aquí que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías,
la otra al anuncio de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres (cf. So 2, 3),
que aguardan en la esperanza la "consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38). Ya se ha dicho
cómo Jesús cumple las profecías que a Él se refieren. A continuación se describen aquéllas en que aparece sobre todo la
relación del Mesías y de su Espíritu.

712. Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12) (cuando
"Isaías vio [...] la gloria" de Cristo Jn 12, 41), especialmente en Is 11, 1-2:
«Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el Espíritu del Señor: espíritu
de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor».

713. Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; y
también Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y por último Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la
Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino
desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su
propio Espíritu de vida.

714. Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de
gracia del Señor».

715. Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al
corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez 11, 19; 36, 25-28;
37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3,1-5), cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés (cf. Hch 2, 17-21).
Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en
ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios
habitará en ella con los hombres en la paz.

716. El Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente
entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto
es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la
venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los
Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
 Jesucristo, Tú eres el centro del plan de Dios (Ef. 1, 3-19; 3, 1-12).
 Contigo han llegado los «últimos tiempos» (Heb. 1,2), el «tiempo de la salvación» (2Cor. 6, 2).
 “Todo fue creado por Ti y para Ti, eres anterior a todo y todo se mantiene en Ti” (cfr. Col 1, 17).
 Tú eres El es quien con su muerte realiza la victoria de Dios sobre el mal y sobre Satanás (Jn. 12, 31; 16, 11; cfr Gn 3, 15).
 Tú eres El es el hijo de Abraham en quien se cumplen las promesas que se le hicieron.
 Tú eres el nuevo José que salva a sus hermanos.
 Tú eres el nuevo Moisés que guía al nuevo Pueblo de Israel.
 Tu eres quien estableces la nueva Ley de las Bienaventuranzas del Reino.
 En Ti el Padre realiza la alianza nueva y eterna (Mc. 14, 22-23).
 Tú eres el hijo de David que hace que su reino no tenga fin.
 Tú eres el Rey eterno y verdadero que rige a las personas y a los pueblos según la voluntad del Padre.
 Tú eres el nuevo y definitivo profeta de su Padre que anuncia el Reino y denuncia toda clase de mal.
 Tú eres el Siervo de Yahvé que cumple hasta dar la vida con la voluntad del Padre.
 Tú eres el pobre de Yahveh que confía en el Padre hasta la Cruz.
 Tú eres el Sumo y Eterno Sacerdote, el Único y verdadero Mediador entre Dios y los hombres y los hombres y Dios.
 Tú eres el Mesías Salvador esperado por Israel y por todas las naciones.
 Tú eres el Hijo del Dios vivo que nos ha salvado.
 Tú eres quien abre el paraíso, tanto tiempo cerrado (Lc. 23, 42-43) e inicia un nuevo pueblo, una nueva Alianza y el Reino
definitivo que comienza en esta tierra y cuya plenitud la viviremos en la eternidad.
 Por Ti se nos da el Espíritu, que transforma el hombre dándole la nueva vida y realizando la nueva creación (Jn. 19, 30-34; 20, 22;
3, 5; 7, 37-39).
 Tú eres el centro de la historia, “el Principio y el Fin”, “el Alfa y la Omega” (Ap. 22, 13).
 Tú eres “el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb. 13, 8), “el que era y es y viene” (Ap. 1, 8).
 Tú continúas presente en tu Iglesia
 «No se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvos» (Hech. 4, 12) que no seas Tú, Jesucristo.

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