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Palais du vocabulaire de Alejandra Pizarnik:

cuadernos de notas o apuntes para sobrevivir


Patricia Venti *
Si partimos de la idea de que el sujeto autobiográfico necesita de la ficción para
constituirse como tal, vemos que autores como Alejandra Pizarnik han contaminado
su vida (para mitificarse) y han colmado sus textos en prosa con hechos reales. Por
este motivo, muchos críticos encuentran imposible trazar una frontera entre la ficción
y la autobiografía. En el rastreo de sus manuscritos inéditos (depositados en la
biblioteca de la Universidad de Princeton) nos encontramos que la autora trasladó a
ellos sus principales obsesiones: su identidad judía y el lesbianismo. El sentimiento
de extranjerismo se puede constatar en los libros que formaban su biblioteca (Sarduy,
Macedonio, Borges) y la lectura de los grandes textos de la tradición cultural sionista:
los relatos jasídicos, la obra completa de Kafka, la Cábala, el Talmud. Sus lecturas se
fueron acomodando a las necesidades existenciales de cada época, ellas aportaban
algo decisivo a su formación de escritora. La lectura se presenta entonces como un
lugar interior, un cobijo que debe resguardarse de las agresiones externas. Con lo cual
este confinamiento o retiro interior es una estrategia para la recuperación de todo lo
que parece haber sido sacrificado [1]. De modo que leer para Pizarnik era una
actividad que nunca llegaba a completarse. Quizás por esa misma razón nunca
terminó muchos de sus escritos, de manera que el lector pudiera continuar a través de
los infinitos niveles del texto. En sus “Palais de Vocabulaie” podemos ver la
formación del escritor y descubrir la compleja red de intertextualidad que recorre su
obra. Con las observaciones que realiza a los libros que lee, no pretende iluminar los
aspectos críticos de otro; por el contrario, desea proyectar tales rasgos sobre su propia
literatura, de igual modo que la predilección por figuras y enfoques concretos no
encerraría sino un ejercicio de orientación sobre la propia poética y sobre las vías de
acceso para un cabal entendimiento de la misma. En dichas notas se mezclan un sin
número de fragmentos: comentarios sobre sus propios textos, libros leídos, recuentos
de fracasos y decadencias físicas, de gorduras, enfermedades, ridículos sociales y
derrotas amorosas. La escritora piensa y siente en literatura [2]. Desde la
adolescencia, aspiraba a ser una poeta de prestigio:

Ahora sé que siempre haré poemas. Y sé -qué extraño- que seré la más
grande poeta en lengua castellana. Esto que me digo es locura. Pero
también promesa. A otros de ser feliz. Yo quiero la gloria, mejor dicho, la
venganza contra los ojos ajenos. [3]

La autora argentina buscó autodefinirse a través de la lectura, pero sólo podía


insertarse en un sistema de representación masculino. La palabra ajena se intercala en
su discurso, con lo cual su visión del mundo se funde con la ideología dominante.
Desde sus comienzos literarios, fagocitó los libros que leía (Trakl, Hölderlin,
Rimbaud, Artaud y todo el surrealismo, Carroll y, hasta los poetas contemporáneos -
menores o no-como Porchia u Olga Orozco) y a través de ellos experimentó el
sentimiento de que no poseía la más mínima noción del español, además de ignorar
las técnicas de escritura. En 1964 apuntó el malestar que le producía el malhumor de
Quevedo, en cambio no le importaba el odio de Lautréamont y de Michaux. En
cuanto a Azorín, modelo escolar revisado con admiración en 1965, lo sentía ajeno
como si formara parte de una galería de monstruos. Igualmente evocaba a Borges,
como ejemplo de quien se sitúa frente a lo escrito con perfecta conciencia lingüística.
Dos años más tarde, en 1967, se autocensuró por no haber estudiado la forma del
poema en prosa, aunque ya lo había realizado en diferentes formatos. Y por esa
misma época, anotó con una significativa nostalgia escolar su deseo de memorizar
algunos poemas en español. Igualmente Alejandra interpretó como repertorio de la
buena escritura lo que aprendió en la escuela; en esta la línea está Borges alineado
con García Lorca, Ascasubi, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Antonio Machado,
Cervantes o Quevedo, Rubén Darío o Garcilaso [4]. Sus reflexiones sobre autores y
libros son un indicador de sus afiliaciones y repulsas. En los diarios y cuadernos de
apuntes edificó lo que Nora Catelli [5] ha denominado bibliotecas paralelas: Un
lugar en el cual se encuentran y relacionan los libros que la autora llegó a conocer, los
que pudo revisar o leer. Sus actos de lectura son el espejo de su trayectoria como
escritora y la formación de un estilo:

Deseo emprender un vasto plan de lecturas. Pienso que mi “Palais du


Vocabulaire” es una excelente idea. No importa si hasta ahora no he
descubierto de qué manera puede servirme. Pero es excelente como
ejercicio de sensibilización del idioma. [6]

Según López Parada, “todo cuaderno de escritura se comporta de manera ambigua,


con una conducta doble que le es consustancial. (...) Por un lado, proporciona claves
de acceso al texto que en él se prepara y, a la vez, lo oscurece” [7]. De esta forma, el
apunte funciona como la génesis de la obra. Si el diario sirve de catarsis o testamento
autobiográfico, los cuadernos de notas son el sustento o el comienzo de toda obra. El
Palais du vocabulaire de Pizarnik comprende una serie de cuadernos escritos entre
1956 y 1972. En muchos de ellos nos encontramos con fragmentos de poesía y prosa
que luego serían usados por la autora para realizar sus trabajos literarios. Además de
este material en estado “bruto” nos topamos con un taller de carpintería: dibujos,
reseñas a libros y cartas nunca enviadas. Pero si vamos a lo más importante, estos
apuntes son el registro sistemático de las lecturas efectuadas que luego le servirán de
“biblioteca”, o, mejor dicho, de base de datos, disponible para su reelaboración. Así
la composición de un texto lleva la huella de una labor lectora que copia los lugares
comunes para producir un texto “original”. Leer y copiar se convirtió en una práctica
común para la autora argentina. Es frecuente que el escritor vaya anotando sus
proyectos, ideas, lecturas en un cuaderno, con la única finalidad de depositar datos
que en algún momento le serán útiles para la producción literaria. Pero a diferencia de
otros escritores, Pizarnik no improvisó en sus apuntes. Para ella la voz propia se
sustentaba en el discurso ajeno y esto lo constatamos en sus Palais du vocabulaire,
donde la ceremonia de leer se convirtió en el plagio continuo.

De esta forma, su éxito estaba respaldado, por las obras de grandes autores, es
decir por la autoridad literaria. En el caso de La condesa sangrienta, palimpsesto o
resumen de la novela La Comtesse Sanglante de Valentine Penrose (editada en
Francia por primera vez en 1957) Pizarnik la catalogó como un “comentario”, pero en
realidad se trata de su autobiografía poética calcada sobre un texto ajeno. La escritora
transformó una historia de 200 páginas en una serie de estampas tomadas de manera
aleatoria (con las cuales se identificaba plenamente) y que no llegan a las 20 páginas.
La continua recurrencia al calco, a la citación camuflada, nos sitúa frente a una ética
post-moderna, entendida como la eliminación de los campos de poder e ideas
absolutas, que pretende construir una sociedad de plagiarios. El acto de la lectura es
un proceso de descodificación constante de signos que están rotando en el contexto
de una cultura que los sistematiza y los diferencia:

El texto no se puede pensar en la forma, originaria o modificada, de la


presencia. El texto inconsciente está ya tejido con huella puras, con
diferencias en las que se juntan el sentido y la fuerza, texto en ninguna
parte presente, constituido por archivos que son ya desde siempre
transcripciones. Láminas originarias. [8]

No hay signos inocentes en el sistema del lenguaje y en la pragmática del mismo.


El discurso es el protagonista de una “semiosis” apoyada en referentes y ese hecho lo
maneja consciente e inconscientemente el lector. La citación, entonces, sería una
solicitación en la que el texto seduce y lleva al receptor, en su reconocimiento, a
apropiarse de él, pero sin dejar de reconocer, mediante marcadores, la propiedad del
otro.

Apoyándose en esas premisas, Pizarnik utiliza todo un proceso que parte de la


solicitación en la lectura de la cita-copia que ha sido reconocida y apropiada.
Apropiación que termina por sustituir la autoría originaria. ¿Por qué lo hace? Podría
ser para parodiar y, a su vez, para reconocer que es imposible escapar del imperio
semántico de los signos que han terminado por minar la supuesta concepción
romántica del artista como creador. La escritora argentina en el campo textual,
reconoce que hay otro antes que ella, pero que puede ser ella misma y más cuando
puede tener un beneficio específico:

El artículo de la condesa debiera de servirme, principalmente, para no


desconfiar de mi prosa (...) Ahora bien: estuve trabajando unas siete u
ochos horas diarias. Leí, además varios libros de temas semejantes. Pero
nada me impide trabajar así los relatos. Oh sí: falta el límite. Falta el libro
de la condesa que tanto me hizo sufrir pues me obligaba a ceñirme, a
limitarme (...) Esto significa una imposibilidad de visión. Es decir:
excesivas fantasías sueltas y fragmentarias. Salvo que ponga un relato
ajeno como modelo -o molde- y diga lo mío según la misma cantidad de
hojas y la misma distribución. [9] (la negrita es nuestra)

Por otro lado, hay que reconocer que Pizarnik en su forma de citar sin comillas, se
transforma en una lectora suspicaz que juega a su vez con las capacidades de su
lector. De esta forma, se burla del lector modelo, que solicita una serie de códigos y
marcadores legítimos. A partir de este punto se puede jerarquizar la competencia de
un plagiario como aquellos que esconden, generalmente por desconocimiento del
lector, la fuente de su latrocinio. Aunque es difícil tener una “enciclopedia”
suficientemente grande para reconocer no sólo la fuente de las citas, sino la validez
de las mismas. En el caso de Pizarnik, sus cuadernos de notas suplen esta deficiencia
y nos sirven de guía para identificarlas.

Notas

[1] De Man, Paul., Alegorías de la lectura. Barcelona, Editorial Lumen, 1990,


p.77

[2] Molloy,Sylvia., Acto de presencia. La escritura autobiográfica en


Hispanoamérica, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, pp.95, 96.

[3] Pizarnik., Diarios, en opus cit., p.199.

[4] Catelli, Nora., “Invitados al palacio de las citas” en El Clarin.com [En línea]
14 de septiembre 2002. Disponible en Internet:
http://old.clarin.com/suplementos/cultura/2002/09/14/u-00501.htm

[5] Ibidem

[6] Pizarnik., p. 491

[7] López Parada, Esperanza., Una mirada al sesgo. Madrid, Iberoamericana


Vervuert, 1999, p. 36

[8] Derrida, Jacques., Fuerza de la Ley: el “fundamento místico de la autoridad.


Madrid. Tecnos. 1997, p.291

[9] Pizarnik , Alejandra., Diarios, Barcelona, Lumen, 2004, pp.415,416


[*] Patricia Venti estuvo en la Universidad de Princeton, NJ, USA (2003)
estudiando los manuscritos inéditos de Alejandra Pizarnik.

© Patricia Venti 2005

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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