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JEAN PIAGET
EL ESTRUCTURALISMO
4. Las estructuras psicológicas
11. Los inicios del estructuralismo en psicología y la teoría de la «Gestalt».
Desde el punto de vista psicológico se pueden someter las percepciones a toda clase
de aprendizajes, lo que no está muy de acuerdo con la interpretación por un campo
físico; E. Brunswick demostró la existencia de lo que él llamó las “Gestalts empíricas”.
por oposición a las “Gestalts geométricas”; por ejemplo, si presentamos en visión
rápida (taquistoscopia) una forma intermedia entre una mano y una figura con cinco
apéndices muy simétricos, solamente la mitad de los adultos corrigen el modelo en
esta dirección (ley de la buena forma geométrica) y la otra mitad en el sentido de la
mano (Gestalt empírica); ahora bien, si las percepciones quedan modificadas bajo la
influencia de la experiencia y, como dice Brunswick, de las probabilidades de
ocurrencia (frecuencias relativas de los modelos reales), es pues que su estructuración
obedece a unas leyes funcionales y no solamente físicas (leyes de campo), y el mismo
Wallach, principal colaborador de Köhler, reconoció el papel de la memoria en las
estructuraciones perceptivas.
Además, hemos demostrado por nuestra parte con unas series de colaboradores que
existe una notable evolución de las percepciones con la edad, y que, además de los
efectos de campo (pero interpretados en el sentido de un campo de centrado de la
mirada), existen unas actividades perceptivas o relaciones por exploraciones casi
intencionadas, comparaciones activas, etc., que modifican sensiblemente las Gestalts
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Como sea que la noción de una emergencia contingente es casi contradictoria con
la idea de estructura (volveremos sobre el tema en el § 21) y, en cualquier caso, con
la naturaleza de las estructuras logicomatemáticas, el verdadero problema es el de la
predeterminación o de la construcción. A primera vista, una estructura constituye
totalidad cerrada y autónoma, parece que su preformación se impone, de donde el
perpetuo renacimiento de las tendencias platónicas en matemáticas y en lógica, y el
éxito de un cierto estructuralismo estático entre los autores enamorados de los
comienzos absolutos o de posiciones independientes de la historia y de la psicología.
Pero como, por otra parte, las estructuras son unos sistemas de transformaciones que
se engendran unos con otros en unas genealogías cuando menos abstractas, y que las
estructuras más auténticas son de naturaleza operatoria, el concepto de
transformación sugiere el de formación y la autorregulación reclama la auto-
construcción.
Este es el problema central con que se encuentran las investigaciones sobre la
formación de la inteligencia y que vuelven a encontrar por la misma fuerza de las
cosas, puesto que se trata de explicar cómo el individuo en desarrollo conquistará las
estructuras logicomatemáticas. O bien entonces las descubre ya totalmente hechas,
aunque se sabe bien que no se comprueba su existencia de la misma manera como se
perciben los colores o la caída de los cuerpos y que su transmisión educativa (familiar
o escolar) solamente es posible en la medida en que el niño posee un máximo de
instrumentos de asimilación que participen ya de tales estructuras (y comprobaremos
en el §17 que lo mismo ocurre para las transmisiones lingüísticas). O bien, al
contrario, se reconocerá que las construye, pero que de ninguna manera es libre para
arreglarlas a su manera como un juego o un dibujo, y el problema específico de esta
construcción es el de comprender cómo y por qué consiguió llegar a unos resultados
necesarios, como si. estos estuvieran predeterminados desde siempre. Ahora bien, las
observaciones y experiencias demuestran de la manera más clara que las estructuras
lógicas se construyen y llegan a necesitar incluso su buena docena de años en elabo-
rarse, pero que esta construcción obedece a unas leyes particulares que no son las de
un aprendizaje cualquiera; gracias al doble juego de las abstracciones reflexivas (ver §
5) que proporcionan los materiales de la construcción a medida de las necesidades, y
de una equilibración en el sentido de la autorregulación que proporciona la
organización reversible interna de las estructuras, estas desembocan, por su misma
construcción, en la necesidad que el apriorismo ha creído siempre indispensable situar
en los puntos de partida o en las condiciones previas, pero que, de hecho, sólo se
alcanza al final.
Ciertamente, las estructuras humanas no parten de la nada, y si toda estructura es
el resultado de una génesis, debemos admitir resueltamente, a la vista de los hechos,
que una génesis constituye siempre el paso de una estructura más simple a una
estructura más compleja, y ello según una regresión sin fin (en el actual estado de los
conocimientos). Existen, pues, unos puntos de partida que debemos asignar a la
construcción de las estructuras lógicas, pero ellas no son ni primeras, puesto que
simplemente señalan el inicio de nuestro análisis a falta de podemos remontar más
arriba, ni están ya en posesión de lo que será a la vez sacado de ellas y apoyado en
ellas en la consecuencia de la construcción. Designaremos estos datos de partida con
el término global de «coordinación general de las acciones», entendiendo con ello los
lazos comunes a todas las coordinaciones sensoriomotrices, sin entrar en el análisis de
los niveles que empiezan con los movimientos espontáneos del organismo y los reflejos
que sin duda son sus diferenciaciones estabilizadas, o incluso con los complejos de
reflejos y de programación instintiva, como la mamada del recién nacido, y que a
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longitudes (entre puntos de llegada: más largo = más lejos) y no por cuantificación de
los intervalos. A continuación existe la relación de identidad (se trata «del mismo»
hilo, a pesar de que haya cambiado de magnitud). Pero por limitadas que sean, estas
funciones e identidades constituyen ya estructuras, bajo la forma de «categorías» muy
elementales (en el sentido observado en el § 6).
Una tercera etapa es la del nacimiento de las operaciones (de 7 a 10 años), pero
bajo una forma «concreta» que atañe a los objetos en sí mismos: seriaciones
operatorias, con orden comprendido en ambos sentidos, y de ahí la transitividad hasta
entonces ignorada o comprobada sin necesidad; clasificación con cuantificación de la
inclusión; matrices multiplicativas; construcción del número por síntesis de la
seriación y de la inclusión, y de la medida por síntesis de la partición y del orden;
cuantificación de las magnitudes hasta entonces ordinales y conservación de las
cantidades. La estructura de conjunto propia de estas diversas operaciones es lo que
hemos dado en llamar las «agrupaciones», especies de grupos incompletos (a falta de
una completa asociatividad) o de semirredes (con límites inferiores sin los superiores,
o a la inversa: ver § 6), y principalmente cuyas composiciones proceden
progresivamente sin combinatoria.
Pero al analizar las estructuras se reconoce fácilmente que estas proceden todas
ellas de las precedentes, por el doble juego de las abstracciones reflexivas que
suministran todos sus elementos, y de una nivelación origen de la reversibilidad ope-
ratoria. Aquí asistimos pues, e incluso paso a paso, a la construcción de estructuras
auténticas, puesto que ya son «lógicas», y que no obstante son nuevas en relación a
las que las preceden: las transformaciones constitutivas de la estructura son así el re-
sultado de unas transformaciones formadoras, y únicamente difieren de ellas por su
organización equilibrada.
Pero esto no es todo, y un nuevo conjunto de abstracciones reflexivas lleva a
construir nuevas operaciones sobre las precedentes, sin añadir, pues, nada nuevo,
solamente una reorganización, aunque esta vez capital: de una parte, al generalizar
las clasificaciones el sujeto llega a esta clasificación de las clasificaciones (operación
a la segunda potencia) que es la combinatoria, de donde el «conjunto de las partes» y
la red de Boole; de otra parte, la coordinación de las inversiones propias de, la
reversibilidad de las «agrupaciones» de clases (A - A = O) Y de las reciprocidades
propias de las «agrupaciones» de relaciones, lleva al grupo de cuaternalidad INRC ya
expuesto en el § 7.
Al volver a nuestro problema de partida comprobamos, pues, que entre la
preformación absoluta de las estructuras lógicas y su invención libre o contingente,
hay sitio para una construcción que regulándose ella misma por las exigencias sin
cesar acrecentadas de su nivelación (exigencias que únicamente pueden acrecentarse
a medida que van avanzando si la regulación va efectivamente encaminada a un
equilibrio a la vez móvil y estable) desemboca simultáneamente en una necesidad
final y en un estatuto temporal por cuanto es reversible. Ciertamente, siempre podrá
decirse que de este modo el sujeto no hace más que ir a dar con unas estructuras que
virtualmente existen de toda la eternidad y, como sea que las ciencias logicomate-
máticas son las de lo posible más que de lo real, pueden satisfacerse con este
platonismo para uso interno. Pero si hacemos que el saber compartimentado se
prolongue en una epistemología, podremos preguntamos en dónde situar este virtual.
Apoyado en unas esencias no es otra cosa que una petición de principios. Buscado en
un mundo físico es inadmisible. Situado en la vida orgánica es ya más fecundo, pero a
condición de acordarse de que el álgebra general no está «contenida» en el
comportamiento de las bacterias ni de los virus. Entonces, lo que nos queda es la
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propia construcción, y no vemos ningún motivo para creer que no sea razonable pensar
que la naturaleza postrera de lo real consista en estar en constante construcción en
vez de consistir en una acumulación de estructuras ya preparadas.
equilibración como procesos tendentes hacia estos estados, este proceso no solamente
da cuenta de las regulaciones que señalan sus etapas, sino incluso de su forma final,
que es la reversibilidad operatoria. La equilibración de las funciones cognoscitivas o
prácticas comprende, pues, todo lo que es necesario para explicar los esquemas ra-
cionales: un sistema de transformaciones reguladas y una obertura a lo posible, es
decir, las dos condiciones del paso de la formación temporal a las interconexiones
intemporales.
Desde tal punto de vista ya no se plantea el problema de decidir entre la primacía
de lo social sobre el intelecto o inversamente: el intelecto colectivo es lo social
equilibrado por el juego de las operaciones que intervienen en todas las
cooperaciones. Tampoco la inteligencia precede a la vida mental, ni se desprende de
ella como un simple efecto entre los demás, sino que es la forma de equilibrio de
todas las funciones cognoscitivas. Y las relaciones entre el intelecto y la vida orgánica
son de la misma naturaleza: aunque no puede decirse que todo proceso vital es
inteligente, sí puede sostenerse que en las transformaciones morfológicas estudiadas
hace ya mucho tiempo por D'Arcy Thomson (Growth and Form, obra que antaño
influyó en Lévi-Strauss, como sus estudios de mineralogía), la vida es geometría, y hoy
incluso podemos afirmar que, en numerosísimos puntos, trabaja como una máquina
cibernética o una «inteligencia artificial» (es decir, general).
Pero este punto de vista que considera a la mente humana como siempre idéntica a
sí misma, ¿prueba por sí mismo -dice incluso Lévi-Strauss- la permanencia de la
«función simbólica»? Debemos confesar que no acabamos de comprender en qué as-
pecto esta mente está mejor honrada si hacemos de ella una colección de esquemas
permanentes en vez de el producto aún abierto de una continuada autoconstrucción.
Si nos atenemos a la función semiótica, y aceptando la distinción saussuriana del signo
y del símbolo (más profunda, a nuestro entender, que la clasificación de Peirce), ¿no
podemos ya pensar que ha habido evolución del símbolo gráfico al signo analítico?
Lévi-Strauss cita con aprobación (Totémisme, pág. 146) el sentido de un pasaje de
Rousseau sobre el uso primitivo de los tropos al hablar de Ia «forma primitiva del
pensamiento discursivo»: ya que «primitiva» implica una continuación, o por lo menos
unos niveles; y si el «pensamiento salvaje» está siempre presente en nosotros, no
obstante constituye eI nivel inferior del pensamiento científico: ahora bien, unos
niveles en jerarquía implican unas fases en la formación. En particular, podemos
preguntarnos si las clasificaciones «primitivas» que Lévi-Strauss cita en La pensée
sauvage serán el producto de «aplicaciones» sin negaciones más que «agrupamientos»
en el sentido operatorio (ver § 12).
Por lo que respecta al conjunto de esta lógica «natural», comprendemos
perfectamente la oposición general de principio entre el estructuralismo de Lévi-
Strauss y el positivismo de Lévy-BruhI. Pero nos parece que este ha ido demasiado
lejos en su retractación póstuma, como lo había ya hecho en sus trabajos iniciales: no
hay «mentalidad primitiva», pero existe quizás una prelógica en el sentido de un nivel
preoperatorio o de un nivel limitado únicamente a los comienzos de las operaciones
concretas (ver § 12). La «participación» es una noción repleta de interés si no se ve en
ella un lazo místico que desdeñe la contradicción y la identidad, sino una relación,
frecuente en el niño, que se mantiene a mitad de camino entre lo genérico y lo
individual: la sombra que uno proyecta sobre una mesa, a los 4 ó 5 años es también
«la sombra de debajo de los árboles o la de la noche, y no por inclusión en una clase
general ni por transporte espacial directo (a pesar de lo que a veces dice el sujeto, a
falta de algo mejor), sino por una especie de unión inmediata entre unos objetos que
más tarde serán disociados y reunidos en una clase, una vez comprendida la ley.
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7. Estructuralismo y filosofía
20. Estructuralismo y dialéctica.
- En este capítulo únicamente serán tratados dos problemas generales planteados
con ocasión de investigaciones estructuralistas. Podríamos prolongar su lista inde-
finidamente, puesto que la moda se ha apoderado de ella y ya no hay filósofo moderno
que no la siga, ya que la novedad de esta moda hace olvidar la antigüedad del método
en el terreno de las ciencias, fácilmente negligidas en determinadas filosofías.
experiencias y sus teorías explicativas: que se les acuse de una falta de toma de
conciencia o de sentido epistemológico es entonces una cosa, pero que se asimile sin
más su obra al positivismo es otra cosa muy distinta.
Dicho esto, encontramos que los lazos establecidos por Lévi-Strauss entre la razón
dialéctica y el pensamiento científico, aun siendo más exactos, no obstante siguen
siendo de una modestia inquietante en cuanto a las exigencias de ésta, y obligan a
restituir a los procesos dialécticos un cometido más importante de lo que parece
desear. Además, parece evidente que, aunque los haya subestimado un poco, es a
causa del carácter relativamente estático o antihistórico de su estructuralismo y de
ningún modo en virtud de las tendencias del estructuralismo en general.
Si le comprendemos bien, Lévi-Strauss hace de la razón dialéctica la razón «siempre
constituyente» (La pensée sauvage, págs. 325 y sigs.), pero en el sentido de
«valiente», es decir, que tiende puentes y no repara en obstáculos, por oposición a la
razón analítica, que disocia para comprender y principalmente para controlar. Y no es
nada del otro mundo decir que esta complementariedad, según la cual «la razón
dialéctica no es... otra cosa que la razón analítica... sino algo de más en la razón
analítica» (página 326), equivale casi a atribuir simplemente a la primera las
funciones de invención o de progreso que le faltan a la segunda, aunque reservando a
esta lo esencial de la verificación. Por supuesto que esta distinción es esencial, y por
supuesto también que no hay dos razones, sino dos actitudes o dos especies de
«métodos» (en el sentido cartesiano de la expresión) que puede adoptar la razón. Pero
la construcción que reclama la actitud dialéctica no consiste solamente en «tender
unas pasarelas» sobre el abismo de nuestra ignorancia, la otra orilla del cual se aleja
incesantemente (pág. 325): a pesar de todo, esta construcción supone más, porque a
menudo es ella misma la que engendra las negaciones, en solidaridad con las
afirmaciones, para encontrar seguidamente su coherencia en un común
adelantamiento.
Este modelo hegeliano o kantiano no es ningún modelo abstracto o puramente
conceptual, sin lo cual no interesaría a las ciencias ni al estructuralismo. Este modelo
traduce un paso inevitable del pensamiento tan pronto este intenta apartarse de los
falsos absolutos. En el terreno de las estructuras corresponde a un proceso histórico
repetido sin cesar, y que G. Bachelard ha descrito en una de sus mejores obras: La
philosophie du non. Su principio consiste en que, una vez construida una estructura,
se niega uno de sus caracteres que parecía esencial, o por lo menos necesario. Por
ejemplo, el álgebra clásica, siendo conmutativa. Desde Hamilton se han construido
álgebras no conmutativas; la geometría euclidiana se ha desdoblado en geometrías no
euclidianas; la lógica bivalente con base de tercio excluido ha sido completada por
lógicas polivalentes cuando Brouwer negó el valor de este principio en el caso de los
conjuntos infinitos, etc. En el terreno de las estructuras logicomatemáticas casi se ha
convertido en un método el hecho de que, una vez dada una estructura, por medio de
un sistema de negaciones se intenten construir los sistemas complementarios o
diferentes que luego se podrán reunir en una estructura compleja total. Y de este
modo se ha llegado a negar la propia negación, en la «lógica sin negación» de Griss.
Además, cuando se trata de determinar si es un sistema A el que entraña a B o a la
inversa, como en las relaciones entre ordinales y cardinales finitos, entre el concepto
y el juicio, etc., podemos estar seguros de que a las prioridades o filiaciones lineales
acabarán siempre por sucederles unas interacciones o círculos dialécticos.
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