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“Arguedas es el escritor de los encuentros y desencuentros de todas las razas, de todas las lenguas
y de todas las patrias del Perú. Pero no es un testigo pasivo, no se limita a fotografiar y a describir,
toma partido.”, (Gustavo Gutiérrez, Entre las Calandrias)
Sin duda estas palabras de nuestro teólogo, resumen lo que ha sido y es José María
Arguedas para el Perú. Este 18 de enero se conmemora el centenario de su nacimiento
en Adahuaylas, Apurimac. Muy temprano, a los 3 años perdió a su madre. Su padre, juez,
se casó con una terrateniente adinerada, quien decidió cuando no estaba el padre –pues
viajaba por razón de su función- que el niño viviera con los sirvientes.
Sin duda una vida desde temprano transida de exigencias y aprendizajes desde la tierra
misma y desde su entorno y desde el amor de los indios que lo educaban a su manera.
Riqueza que José María fue valorando y asimilando. San Juan de Lucanas, Arequipa,
Cusco, Abancay, Chalhuanca, Puquio (“una formidable comunidad de indios…), Coracora,
Yauyos, Pampas, Huancayo y otros pueblitos de comunidades andinas, Ica y su
experiencia de educación en un Colegio diferente y donde destacó con las mejores notas;
Lima, la ciudad capital, en donde enriqueció sus conocimientos, pero donde supo
reencontrar a “su gente”, aquella de los andes, con su idioma, música, sus cantos, sus
fiestas. Fue maestro de secundaria y también maestro universitario.
El antropólogo RodrIgo Montoya nos dice que “Lo que importa es la obra que dejó, su
ejemplo, su huella. Es suficiente leer sus textos y tener una visión aproximada de la
coherencia entre lo que decía y hacía, y también, por supuesto, sus contradicciones.
Además de su obra literaria como novelista, cuentista y poeta, fueron importantes para el
país sus libros de antropología y sus artículos periodísticos. Desgarrado por el conflicto
que separa a unos peruanos de otros, no sólo en la esfera económica sino,
principalmente, en el mundo de las culturas, vivió, sintió, sufrió y disfrutó el país. (Huellas de
Arguedas en 40 años. En La Primera, Lima, 26.12.10)
El mensaje de José María es para todos los peruanos. Nacido desde las honduras de su
ser y pensando –tal vez en quechua por la ternura de sus palabras- lo llevó hasta el
mundo académico y allí no fue comprendido. Las distintas circunstancias de narrador,
poeta, antropólogo, viajero, ensayista y profesor forjan un mismo mensaje: el de
reivindicar la cultura india – quechua y buscar como mestizo que era, alguna articulación
entre dos mundos enfrentados en nuestro país, el mundo de origen hispano- criollo y el de
origen indígena.
Arguedas es un escritor entre dos culturas, dos tradiciones que están muy presentes en
su obra -a veces integradas y a veces en una confrontación dramática-. ¿Por qué tanta
mezquindad desde el mundo oficial con él para reconocer su aporte? Comprender a
Arguedas es un ejercicio permanente para entender al otro. Pasar del discurso a la
acción; de la palabra a la decisión. Haber tenido un compatriota de ese talento y no tener
presente su aporte a la cultura nacional y al mundo académico es de mistis o señores,
como a él le gustaba denominar.
La sencillez para reflexionar sobre las cosas simples, cotidianas, infantiles desde sus
conocimientos profesionales, enriquece más el aporte de Arguedas. Llama la atención del
mundo mágico de la cultura andina y a la vez va dando cuenta de los cambios que se
viene dando desde la modernidad. Esto lo registra así: “La educación escolar y la
experiencia de las ciudades de Ica, Nasca y Lima han cambiado radicalmente el concepto
sobre el mundo y las relaciones sociales entre las generaciones últimas. Esos jóvenes de
las comunidades, en que la movilidad espacial y la especialización han sido de alto grado,
se ha vuelto escéptico en cuanto se refiere a las creencias religiosas; se han quedado sin
ellas y han sustituido la fe religiosa por otros incentivos de tipo social y político. Los niños
de esta comunidad que era muy tradicionalmente india hasta hace unos treinta años,
reciben, ahora, esta doble influencia contradictoria, especialmente cuando han llegado a
la edad escolar…” (”ALGUNAS OBSERVACIONES.. (Consejo Nacional de Menores. Lima, 1966,pp.18) .
El significado de su visión del niño andino es un alcance importante a tener en cuenta en
medio de la lluvia de ofertas educativas para “civilizar” a los indios. Sin duda una queja
por la constatación de que la cultura se vaya perdiendo por la presencia y exposición a los
cambios que se viene dando y al proceso de migración del campo a la ciudad. Bueno
fuera que nuestro sistema educativo reparase en lo que Arguedas plantea.
De otro lado expresa que “La conducta del niño indio está también condicionada por la
situación que ocupa en la sociedad y por la clase de trabajo a que se dedican sus padres.
Una de las primeras preocupaciones de Arguedas, tanto en lo literario como en lo
educativo, fue legitimar el status del quechua. Su dilema consistía en cómo hacer de sus
actores, que hablaban y pensaban en quechua, personajes en castellano. Superó esta
contradicción creando un “nuevo idioma”, de préstamos y concesiones; donde el quechua
y el castellano no se excluyeron. A ello recurrió, sobre todo, cuando fue necesario
potenciar y contextuar meridianamente la acción de sus protagonistas.”
Sin duda su preocupación estaba centrada en el manejo que el quechua reportaba a los
indios monolingües, el menosprecio de los mistis y criollos. Manifiesta así que “Estamos
asistiendo aquí a la agonía del castellano como espíritu y como idioma puro e intocado.
Lo observo y lo siento todos los días en mi clase de castellano del Colegio Mateo
Pumacahua. Mis alumnos mestizos en cuya alma lo indio es dominio, fuerzan el
castellano y en la morfología íntima de ese castellano que hablan y escriben en su
sintaxis destrozada reconozco el genio del quechua.”
Su preocupación para hacer que sus alumnos aprendan el castellano lo llevó a “… ofrecer
cinco horas semanales de clases extraordinarias de castellano y en seis meses
alcanzaron a corregir sus defectos más graves; las explicaciones las hacía en quechua
para corregir cada error y el medio principal de la enseñanza fue el ejercicio intenso de la
elocución y de la lectura; esto es el castellano bárbaro que hablaban fue paulatinamente
domesticándose hasta que los alumnos de Sicuani lograron tener cierto dominio en la
expresión castellana”.
En relación con el juego, lo lúdico como se denomina hoy, decía Arguedas: “…el niño
indio juega casi invariablemente a manera de entretenimiento para realizar bien sus
ocupaciones de adulto. Podríamos hablar de un tipo de juego funcional y no de recreación
pura. Juega imitando las faenas que realizan los mayores: ara, arrea “animales” -que
pueden estar representados por piedras o insectos- y los encierra en “corrales” tosca y
primorosamente construidos de guijarros o trozos de barro seco; “construye” casas,
acueductos, hornos, molinos.”
Luego del relato hace la siguiente reflexión: “Los juegos del niño de las comunidades muy
aisladas y monolingües constituyen no sólo un medio de entrenamiento biológico sino
social y práctico. Son parte de la educación, puesto que todo el proceso de ella es
irregular, aún cuando concurra a la escuela, porque la escuela oficial prepara para otra
clase de vida que la habrá de llevar en su medio social nativo.”
La reflexión de Arguedas a partir de este relato breve alcanza temas para meditar cuando
expresa que “…la tradición está cambiando en este aspecto de la vida en las
comunidades actuales. El claustro de la casta ha empezado a ser quebrantado,
especialmente en las comunidades con tierras suficientes. En ellas, los indios jóvenes se
convierten en un nuevo tipo de mestizos, a los que la antropología denomina cholos. No
se han desarraigado del todo de su cultura nativa ni han aprendido lo suficiente de la
cultura urbana moderna de tipo occidental. Pero construyen escuelas febrilmente, tratan
de aprender a leer y hablar castellano. Como en el caso, tan someramente analizado, de
las creencias religiosas y mágicas, el niño indio participa de los juegos “escolares” (corros,
“mundo”, fútbol, etc.) y practicando los antiguos. Se prepara para adaptarse a un medio
en que el conflicto entre lo nativo y lo “moderno” se irá haciendo cada vez más agudo. No
podemos prever todavía bien, pues no hemos estudiado suficientemente ni siquiera la
propia cultura peruana actual, cómo se desencadenará en conflicto ni en qué dirección.
Pero es inevitable el conflicto, la insurgencia de la gran masa indígena se ha iniciado, se
ha puesto en marcha. Pensamos que será para bien del país, para enriquecer su capital
humano. El niño indio es quien más padece el conflicto; y las contrapuestas fuerzas que
ahora lo sacuden, quizá puedan dar lugar a la formación de un hombre cargado de
tremenda energía para la creación y la renovación.”
Este fue el José María Arguedas a quien reconocemos como un maestro y académico
entregado a una realidad nacional y sus gentes. Así como hemos trascrito las líneas
anteriores, existen otros escritos en donde su testimonio de docente queda manifiesto por
su coherencia entre su pensamiento, sentimiento y acción. Uno de los aportes que no se
resalta mucho es aquel referido a su contribución la política educativa y dentro de ella al
proyecto educativo indigenista. Este proyecto desarrollado a fines de la década de 1930
fue impulsado por José Antonio Encinas, Luis E. Valcárcel y al que también aportó
Arguedas. El proyecto reconocía virtudes inherentes a la cultura indígena que debían
preservarse: el colectivismo agrario y en el campo pedagógico la conveniencia de
alfabetizar en el propio idioma autóctono y de adaptar las estrategias educativas a las
características y necesidades de la población andina rural. Su interés por lo educativo
venía de la vivencia que tuvo cuando ejerció la profesión docente y que en un artículo de
1944 criticó de manera dura lo que llamaba como “método de la imposición” en la
educación. Propone lo que llamó “el método cultural” como sustitución a los que se
utilizaba en las escuelas rurales de entonces. Este método recomendaba alfabetizar en la
propia lengua vernacular, para lo cual debería dotarse al quechua de un alfabeto. De esta
manera aprenderían a leer más rápido y con mayor eficacia no sólo los indios sino que
afirmarían su personalidad cultural.
Carlos Contreras en su documento de trabajo (Maestros, mistis y campesinos en el Perú rural del siglo
apunta que “Los autores
XX. Biblioteca virtual de Ciencias Sociales. WWW. cholonautas.edu.peolonautas)
del proyecto educativo indigenista compartían la convicción de la absoluta importancia de
la alfabetización Arguedas la consideraba “un don”, que “iluminaba espiritualmente” y
“dignificaba” a quien lo poseía. En este sentido advierto que el calificativo de “indigenista”
no obedece a que este proyecto en su diseño se hallara atado a un rechazo de la cultura
hispana u occidental, Arguedas, por ejemplo, afirmaba en estos años cuarenta: “que el
castellano es un idioma mucho más perfecto que su lengua aborigen”; no pretendía la
sustitución del idioma nacional por el autóctono.”
El tema del profesorado es abordado por Arguedas cuando dice: “Una mitad de los
profesores que tuvo [refiriéndose a él mismo, en tercera persona] llegaban a la clase con
veinte minutos de retraso, diez minutos empleaban en pasar lista, y el resto bostezaban o
dictaban algún curso antiguo que los alumnos teníamos que copiar durante todo el año.
La otra mitad de los profesores explicaban todas las cuestiones de sus cursos que el Plan
oficial indicaba, se ceñían al plan con fidelidad militar.” (Maestros, mistis y campesinos en el Perú rural del
siglo XX. Biblioteca virtual de Ciencias Sociales. WWW. cholonautas.edu.peolonautas)
Esta experiencia vale la pena estudiarse para aprender de sus fundamentos y también de
sus debilidades. Sin duda un campo no tan profundizado desde lo educativo. La
experiencia duró muy poco, se agotó muy pronto, hacia 1950 cuando se constata que la
alfabetización en quechua no logró los resultados esperados. Empezó a ser cuestionada.
Arguedas percibió en 1966 cuál es el impacto cultural que en el seno de una población
secularmente marginada, o librada del influjo de la cultura occidental moderna, tuvo esa
nueva colonización de la instrucción, que vino en pocas décadas a imponer el idioma
castellano y una concepción del mundo apegada al historicismo cristiano.
La obra de Arguedas signa, pues, toda una época, y no sólo una corriente en la literatura.
Rastreando en ella, se reconoce el proceso de una conciencia y de una realidad, y
proyecta hacia el futuro la imagen de una sociedad reconciliada consigo misma, que
vislumbra por fin su verdadero rostro, su verdadera identidad. De ahí su inocultable
trascendencia.”
El hecho de que este gobierno de Alan García haya realizado un mezquino gesto de no
reconocer a José María Arguedas, un peruano que hizo desde las entrañas del país la
construcción de un discurso renovado sobre nuestra cultura, dice mucho de lo que las
clases dirigentes “europeizadas” o “neoliberales” quieren para el Perú. Prefieren la
rentabilidad política a la consolidación de nuestra identidad nacional.
Este año no será llamado Centenario del nacimiento de José María Arguedas como todos
los peruanos lo queremos, sino “Año del Centenario de Machu Picchu para el mundo”. Sin
embargo más de un gobierno regional ha decidido denominarlo como corresponde y
estamos con ellos por ser un deber de reconocimiento a quien aportó y sigue aportando a
nuestra cultura nacional. (15.01.11)