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"Llámame impostor"

Hacía tiempo que tenía ganas de hincarle el colmillo a este maravilloso


impostor de risa estentórea, miope de largo mirar y tímido casi
patológico. Conversar con él es un gusto para la inteligencia bien
humorada, para abandonarse al libertinaje de las palabras y hacer con
ellas una masa preñada de amor, literatura y vida.
Autor de más de una veintena de obras de
diversos géneros pero ante todo novelista,
Pepe Monteserín (Pravia, Asturias, 1952) ha
sido distinguido con premios prestigiosos y
sin embargo su nivel de exigencia no le
permite alocarse con ellos ni un solo segundo.
Se le nota en cuanto te recibe, te abre las
puertas del corazón de su cabeza de par en
par y te encuentras de frente con un cubo de Rubik iconoclasta,
inconformista y vividor, imposible de resolver. En las circunvoluciones
de su cerebro se insertan cientos de manos que escriben a un ritmo
endiablado y, lo que es mejor, con un estilo precioso y preciso, sí, del
que muchos hemos dicho que nos recuerda a no sabemos muy bien
quién porque la verdad es que ha conseguido no parecerse a nadie, ni
siquiera a los que él mismo dice leer y admirar. He buceado, he
investigado y sé que nadie le ha regalado nada a este praviano, uno de
los mejores escritores actuales que desde Asturias ha obtenido el
reconocimiento de los lectores y de la crítica en España. Admito mi
derrota y mi querer hacia Se detuvo el mundo (Algaida, 2004), pero no
iré en contra de la opinión de los reseñistas españoles que han
admirado y alabado la valentía y la solidez literaria de obras como La
conferencia, Matómelo Dumas o La lavandera (todas ellas en Lengua
de Trapo, 2006, 2007).
Pero, además, Pepe Monteserín ha hecho como otros
tantos buenos novelistas (Martin Amis da buena cuenta
de ello en Experiencia) y al tiempo que ha perfeccionado
su literatura también lo ha hecho con su dentadura. Así
que un servidor que iba cual lobo feroz a catarle ha
resultado catado. Qué puedo yo decirles, tiene una mordedura
portentosa pero tan bellamente letal que pasados los efectos retorna
uno a la vida aún más vivo. Déjense morder. Quien lo probó siempre
acaba pidiendo otra.

En su columna La mar de Oviedo, usted suele comentar las


películas que ve. ¿Ha acertado muchas o pocas casillas en la
quiniela de los Goya y de los Oscar?
Suelo acertar más que los del jurado de España y de América. Por
ejemplo, acerté que la mejor película del año fue con mucha diferencia
La cinta blanca, y nadie acertó, aunque El secreto de sus ojos era
guapa.

Escribo y vivo mejor gracias al cine.

¿Cree que ha incidido de alguna forma el lenguaje


cinematográfico en el quehacer de su obra narrativa?
Sí, ha influido mucho, en lo que escribo y en mi vida. Escribo y vivo
mejor gracias al cine.

¿De todos sus relatos o novelas cuál elegiría para hacer un


guión adaptado al cine?
Se detuvo el mundo, Matómelo Dumas y La lavandera. La primera se
rodaría en Oviedo, las otras necesariamente en París y en México,
respectivamente. Eso es bueno para que colaboren más gobiernos.

Soy barroco, barroco en el mejor sentido,


es decir, seguidor de Quevedo.

Lleva unos quince años alejado de su profesión como


arquitecto técnico. ¿Ha logrado hacer de la literatura su
nueva profesión o es un pasatiempo que le lleva todo el
tiempo del mundo?
He logrado hacer de la literatura una obsesión; acabaré odiándola,
mandándola a tomar vientos, y ese día descansaré.
Me parece estupendo que traiga la obsesión a esta entrevista.
Una de las mías, con su literatura, es conocer la génesis
privada de su obra La conferencia. ¿Me cuenta o nos
echamos a dormir un rato?
Cuento, cuento: la cosa venía de eso, de dormir; en la tertulia literaria
de La Felguera, hace un lustro o así, cuando abordamos A la
recherche..., de Proust, Eugenio Torrecilla nos dijo que era una obra
que empezaba así: «Longtemps, je me suis couché de bonne heure»,
«Mucho tiempo he estado acostándome temprano». Es decir, que
empezaba hablando de dormir. Y mencionó otro principio célebre, el
de Kafka y La metamorfosis, con un primer renglón en el que Gregorio
Samsa, al levantarse, se ve convertido en un escarabajo. No olvidemos
que La Regenta también empieza con «La heroica ciudad dormía la
siesta». Así decidí yo continuar mi investigación a través de unos diez
mil libros; deduje que uno o dos de cada diez empiezan por una frase
relacionada con la dormidera dichosa, hice mis deducciones y escribí el
ensayo. Luego, me pareció que podía añadirle una historia de amor, en
paralelo, y la entreveré.

Soy minoritario porque los lectores prestan


poca atención

Continuando con las obsesiones, la elección de


los narradores en sus novelas -la madre de Evaristo Galois en
Matómelo Dumas o Soledad, en La lavandera, por poner dos
ejemplos- no es algo que deje indiferente al lector. Creo que
alberga una pericia notable para incomodar o tal vez
inquietar, no sé bien (estoy seguro de que su amigo Félix
Blanco usaría el verbo perturbar). En todo caso, supongo que
se trata de una alta apuesta y de una invitación para lectores
ávidos y atentos...
Sin duda, escribo para lectores atentos, por eso soy minoritario, porque
los lectores prestan poca atención, por decirlo finamente. Mi novela
Caballos de cartón la narra un paralítico, que se arrastra por las
cuatrocientas páginas. Me gusta que narre un omnisciente discapaz,
alguien que se parezca a mí.

Abundando en obsesiones, ¿sigue empeñado en aprender a


escribir en cada folio o ahora lo que busca es un argumento?
Ahora me empeño en narrar de la manera más airosa posible, pero soy
barroco, barroco en el mejor sentido, es decir, seguidor de Quevedo.
Me interesa la forma por encima de todo. Insisto en cultivar eso que me
critican, porque ése soy yo. No tengo nada que decir, pero me gustaría
decirlo bien.
He logrado hacer de la literatura una
obsesión;
acabaré odiándola

Sólo le manifestaré un elogio en esta entrevista. Reconozco


en usted a un escritor entusiasta y de pasiones alegres. Dicho
en el mejor sentido, para unos y para otros, no me parece
usted muy caro con esos creadores que manifiestan una
familiaridad natural con la ofensa ni con la tristeza... Creo
que es usted un escritor de batallas por la vida. Está bien,
¿me dice algo o prefiere que le plantee la siguiente pregunta?
Comprendo lo que usted insinúa, y no voy a hablar aquí de
letraheridos, a los que no soporto, ni de los que sufren antes de tiempo
y, lo que es peor, lo cuentan también a destiempo, o sea, mal. Pero los
que más me aburren son los escritores de estilo aburrido, al margen de
que su prosa sea un infierno. Para contar cosas terribles no hacen falta
palabras terribles; Camus sabe de eso: tengo El extranjero en mi
alacena top ten. Es magnífica La cinta blanca, vuelvo al cine, en este
sentido, llena de elipsis y escenas a medias. Terror latente.

Según he podido
documentarme, usted se
documenta antes de iniciar
su trabajo. También he
sabido que recorrió París, a
solas -¡a quién se le ocurre!-,
visitó México una y otra vez -
¡qué locura tan exquisita! y
se paseó por Dublín bien
cogidito de la mano de Joyce. [En este momento, Monteserín
se levanta y al cabo de un par de minutos llega sonriente y
orgullosísimo mostrándome en la mano una foto que se hizo
en Dublín] ¿Me pregunto si tal vez algún proyecto le llevará a
Kabul, Caracas, Bagdad, La Habana o a la mismísima Wall
Street?
Me documento incluso después de terminar mi trabajo. En concreto,
fui a París a recorrer por primera vez los escenarios de mi novela, con
Matómelo Dumas editado, emocionado con mis inventos, no siempre
fieles a la realidad. Viajé al Polo Norte y a la Antártida, pero digamos
que el proyecto que desarrollé se enfrió. También viajé a 1936, durante
ocho años; hace menos de un mes, con mi última novela terminada,
recorrí Belchite, las piedras y ruinas..., me escurrí entre las grietas de
las casas de Calatayud y, por supuesto, abracé a la Dolores, en cuyo
museo hallé el baúl de la Piquer. Tengo ganas de contar, muchísimas
ganas de contar, pero no sé qué.

Permítame la curiosidad. Ya sé que ha manifestado su


adoración por Quevedo, pero si no me equivoco demasiado
casi todas sus obras están plagadas de poesía, un verso por
aquí, un serventesio por allá, dos poemas más allá y un sin
fin de referencias a poetas. ¿Es usted sastre lírico o poeta en
ciernes?
Soy un desastre lírico.

Tengo la impresión de que en sus novelas hay una


querencia en los personajes al recuerdo. No sé, da la
sensación de que sus protagonistas necesitan del retorno
para explicarse, para comprenderse. En fin, hágame el favor
de explicarse.
No, no, hágame usted el favor de continuar con su explicación. ¡Ahora
me entiendo!
A propósito de retornos, recuerdos y otras infancias. Hace
unos años a usted le concedieron el Premio de la Crítica de
Literatura Infantil y Juvenil de Asturias por un libro para
adultos.
Sí. Y perdí más de diez. Prefiero competir con cien mil escritores, con
manuscritos en igualdad de anonimato, que con un par de asturianos
ante un jurado asturiano, con las cartas boca arriba.

¿Una desmesura escribir 150 palabras


diarias?
A mí me parecería minimalista y de vagos.

Uf, los premios. Gran tema. ¿Piensa que los premios


deberían tener un certificado de calidad o algún otro control
que asegurase la pulcritud del procedimiento, la cualidad de
los lectores y la integridad de los miembros del jurado o
mejor quedarse con el prístino pero eficaz modelo Planeta?
Ayer estuve en Madrid, con el nuevo editor de Lengua de Trapo, que ya
no es Pote Huerta, y me habló del disgusto que se llevaron todos
cuando los miembros del jurado insistieron una y otra vez en que la
mejor novela, entre unas 500 recibidas, era la mía, un escritor de la
casa. Les disgustaba porque no querían que aquello pareciera un
pucherazo, porque nunca cayeron en esa tentación del autobombo. Así
que, por honrados y a disgusto, me premiaron. Y yo, a disgusto,
renuncié a un premio muchísimo más gordo, económicamente, para
aceptar el que suponía iba a darme más prestigio. ¡Qué paradojas!
¿En qué se parece una reunión de escritores, editores,
distribuidores y libreros con Gran Hermano?
¿En qué?
Me parece una completa desmesura que escriba todos los
días en el periódico. ¿La mar de Oviedo no será una Mar de
fondo narrada por un memorioso que vio cómo la ciudad se
hundía bajo las aguas de algún tsunami arquitectónico?
¿Una desmesura escribir 150 palabras diarias? A mí me parecería
minimalista y de vagos. Menos mal que lo compenso escribiendo
muchas más cosas. Trabajo 25 horas diarias y en mi artículo empleo
una, a lo sumo. Y en tocarme las pelotas ni un minuto.

soy un idealista con los pies


firmemente plantados en el aire
Perdone la curiosidad. Usted entrevistó a Manuel Fraga, ¿le
pareció gallego en el mejor o en el peor sentido del término?
Me pareció un hombre público, entregado al bien general, un político
en el mejor sentido de la palabra: inteligente, honrado, trabajador y
con sus ideas claras. No me quedé, en cambio, con buena impresión
suya, porque le importan poco los amigos (me consta), poco los
individuos, sólo le interesa el bien común. Un buen político, ya digo. Y
salió adelante sin mis votos. Ah, y volviendo a la pregunta rosadieziana,
no, no me pareció gallego nunca, siempre que lo vi en la escalera, ahora
renqueante, sé si sube o baja.
¿Y de la actual situación política, social y económica en
España tiene alguna opinión que desee compartir con los
lectores? ¿Sabe si sube o baja?
A un amigo mío, hace días, se le declaró un cáncer con mal pronóstico;
me dijo: «Ya tengo un problema; no tengo que inventarme otro».
Por lo contestado ya sabemos que aprecia o admira a
Quevedo, Proust, Kafka, Camus, incluso también a Zapatero,
aunque sólo sea por el discurso leído con motivo del
Desayuno Nacional de Oración. ¿Podría decirnos a qué
escritores lleva en el zurrón indeleble de su recuerdo y por
qué?
¡No, por favor! No admiro a Zapatero. Me pareció magnífico el discurso
que leyó; felicitaría a la persona que se lo escribió, y a Zapatero por
elegirlo. En mi anaquel top-ten, poetas aparte, tengo a Proust (En
busca del tiempo perdido), porque me quitó el complejo de hablar de
mí; Cervantes (Quijote), porque soy un idealista con los pies
firmemente plantados en el aire; Camus (El extranjero, otros dicen El
extraño, yo lo titulo “El indiferente”), porque me deja patidifuso
Mersault, y porque “de todos modos, uno siempre es un poco culpable”
(de toute façon, on est toujours un peu fautif); Lampedusa (El
Gatopardo), Dostoievsky (Los hermanos Karamazov), Sándor Marai
(El último encuentro), Lajos Zilahy (Los Dukay), George Eliot
(Middlemarch), Kafka (La metamorfosis), Henry James (Retrato de
una dama), .../... Mújica Láinez (Bomarzo), Marguerite Yourcenar
(Memorias de Adriano); Tolstoi (Ana Karenina), Flaubert (Madame
Bobary)... Ya sé que son más de diez. Dejé de pormenorizar porque me
eternizaría, pero, en suma, todos ellos me afectaron, como si me
hubieran hecho nacer antes de 1952. Me hicieron eterno hacia atrás.
Como lector, cuando lee una novela, ¿está
complementándola o termina de escribirla?
Opino sobre sus páginas, subrayo, tacho, a veces rompo y si me aburre
la abandono. Naturalmente, cuando leo, también pongo mi granito de
arena, mi experiencia, si lo merece.
¿Con qué escritores españoles vivos le gustaría compartir la
merienda?
Desde luego, con Quevedo muerto no me gustaría merendar.
Compartiría mesa con cualquier amigo, escritor o no. Que una persona
sea escritor no me atrae lo más mínimo a la hora de tomar un vino. No
obstante, me gustaría conocer a Javier Tomeo; dice Pote que algunos
de sus libros le recuerdan a mí.
Cuando escribe parece usted un cazador de precisiones.
¿Qué le procura más satisfacción, un sustantivo, un verbo,
un adjetivo, una metáfora quizás o tal vez prefiere el reto de
describir una peineta…?
Una metáfora, sin duda, que exprese oportunamente una idea de
fondo.

Me gustaría escribir una novela que


sobrecoja per se,
sin contar nada, como hace la música.
«Su cuerpo dejará, no su cuidado; / Serán ceniza, mas tendrá
sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado.» ¿Su amor es
constante más allá de la muerte?
A veces creo que sí, y también que viene de más atrás del polvo. Otras
veces no creo más allá, más acá ni entre medias.
Desde su plenitud de narrador, ¿cuáles son los sueños, los
fantasmas y las realidades con que trata a diario en su
despacho?
El amor, precisamente, y su relación con el arte. Me gustaría escribir
una novela que sobrecoja per se, sin contar nada, como hace la música.
Elevar la novela al nivel de la sinfonía. También pretendo contar una
historia sencilla, que conmueva, que deje turulato al lector y rendido,
que lo saque de quicio a mi antojo. El fantasma que busco es femenino:
la sencillez, pero la sencillez preñada de sentido, sólida. Reconozco que
mis florituras vienen a encubrir mi incapacidad, mi poquitez mental.
Llámame impostor.
En su libro La mano entera (KRK, 2002) hace que su hijo
Andrés conteste a su abuelita Luisa que «Cuando sea mayor
tendré a mi alcance expresiones más correctas, más
aliñadas». Y apostilla,… «pero ahora déjame: sólo soy un
niño». Y a usted ¿le parece bien que le deje ya a solas con sus
obsesiones o seguimos con este plano secuencia de la vida?
Quedo en sus manos: donde vaya «La soga» (en hablando de plano
secuencias), vaya el calderón (en hablando de música).

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