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COLUMNA
Qué ha hecho posible la ruina de Venezuela, uno de los países petroleros más ricos del
planeta? Sin duda, las catastróficas políticas redistributivas de dos décadas chavistas. Pero
también el predominio de una idea que, desde los años treinta del siglo pasado, es el santo y
seña de todos los populismos venezolanos: “sembrar el petróleo”. A fines del siglo XIX,
Venezuela ya había fracasado por completo en el propósito de consolidar una economía
agrícola orientada al llamado “crecimiento hacia afuera”, gran ideal del proyecto liberal
decimonónico latinoamericano.
Sin embargo, el relato de que alguna vez fuimos una apacible y próspera Arcadia agrícola
cuyas virtudes morales ( el trabajo y la frugalidad) fueron barridas por la envilecedora
codicia de la cultura petrolera, ha sido aceptado sin examen por generaciones de
venezolanos. Junto con el culto a Simón Bolívar, la leyenda negra del petróleo, el agente
intruso que desnaturalizó una jeffersoniana sociedad agraria, ha animado engañosas
representaciones del pasado y el futuro. Todas ellas se condensan en la fórmula “sembrar el
petróleo”. La frase daba título a un célebre artículo de prensa aparecido en 1936. Su autor
fue el novelista y político Arturo Uslar Pietri.
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5/7/2020 “Sembrar el petróleo”: santo y seña del fracaso | Economía | EL PAÍS
en muy corto tiempo. Sus ideas respecto a la agotabilidad de los yacimientos eran las de la
élite dominante que rodeó al dictador Juan Vicente Gómez. Un sardónico agente comercial
británico la describió como una casta de “militares y abogados, aficionados a las riñas de
gallos, que confundían la actividad petrolera con la minería aurífera o esmeraldera”.
En todo esto hay algo singularmente contradictorio, pues la doctrina del “sembremos
petróleo” se presentó originalmente como antídoto de lo mismo que prefiguraba; esto es,
un Estado gigantesca y tentacularmente entrometido en toda la economía: un
petroestado.Según un símil didáctico ya clásico, los petroestados como Venezuela
desarrollan conductas maniaco-depresivas que impiden lidiar exitosamente con las
fluctuaciones propias del mercado: despilfarradores y dados a endeudarse durante las
bonanzas, se tornan depresivos-recesivos y propensos a las devaluaciones en época de
vacas flacas.
En las fases de euforia, sus gobernantes dan en pensar que con la avalancha de petrodólares
todo es posible y arbitran cada día más y más dinero para cada día nuevas competencias
estatales. Cada una de ellas trae consigo poderosos incentivos para la corrupción. No es
torcer el sentido original que Uslar Pietri quiso dar a sus palabras afirmar que, a partir del
boom que acompañó la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez (1973-78), hasta los
estertores de Hugo Chávez, en 2013, los gobiernos venezolanos no se propusieron otra
cosa, cada uno a su manera y según sus inclinaciones, que sembrar el petróleo.
Hugo Chávez vio pasar el boom de precios más prolongado de la historia y volatilizó en solo
tres lustros cerca de 635.000 millones de dólares. Su ejecutoria más perversa fue la
destrucción de PDVSA, la estatal petrolera. Su sucesor, Nicolás Maduro, sojuzga hoy una
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nación en ruinas. ¿No habrá alternativa al modelo? Es la gran interrogante del siglo XXI
venezolano. Por ahora, al parecer, solo nos queda contemplar el fin del largo viaje de una
frase feliz —“sembrad el petróleo”— hacia la nada.
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