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Sábado | 11.09.

2004

Clarín.com » Edición Sábado 11.09.2004 » Revista Ñ » "¿Cómo se puede vivir sin leer?"

ENTREVISTA: ALBERTO MANGUEL


"¿Cómo se puede vivir sin leer?"
De paso por la Argentina, el escritor Alberto Manguel habló de su
más reciente libro, "Diario de lecturas", donde pone al
descubierto cómo hace él, un lector lúdico y exigente, cuando se
sienta a leer. Eligió doce de sus títulos favoritos, uno por mes, y
volcó en un cuaderno ideas, citas, reflexiones. Aquí, habla de esa
experiencia, de los efectos de la lectura y de su próxima novela.

FLAVIA COSTA
En su libro de ensayos En el bosque del espejo, Alberto Manguel recuerda
la siguiente exhortación de Doris Lessing a los escritores: "Nunca hace daño
repetir, lo más seguido que puedan: 'Sin mí la industria literaria no existiría'".
La obra completa de Manguel parece un homenaje a esta frase, aunque
referida a los lectores, y sobre todo al acto de la lectura.

Desde Una historia de la lectura (1998), su trabajo más conocido,


pasando por el hermoso Leyendo imágenes (2003, un paseo por cuadros,
dibujos, esculturas y fotografías de la tradición pictórica de Occidente
buscando respuesta a preguntas como: ¿portan estas figuras un mensaje?
¿qué sentido del mundo nos pueden revelar?), Manguel hizo de su pasión
por los libros una profesión. Al mismo tiempo un oficio, una laboriosa
artesanía, y una obra singular donde el azar de la propia historia, la cita
pertinente, el recuerdo o el chisme preciso y la proliferación de listas
misceláneas son materia de base para crear la ilusión de una totalidad. Para
Manguel, como para el historiador alemán Aby Warburg, Dios habita en los
detalles.

Su más reciente libro, Diario de lecturas, es una especie de culminación de


ese recorrido. Tiene la forma de un capricho, sin embargo es la puesta al
desnudo de su sistema. En la introducción, cuenta que un día de 2002,
releyendo uno de esos libros a los que siempre se vuelve, advirtió que había
siempre una relación entre eso que leía y lo que sucedía a su alrededor.
Decidió tomar nota de esas coincidencias, y más: decidió elegir doce libros,
uno por cada mes del siguiente año, para releerlo y llevar un registro de sus
impresiones.

El resultado es una particular pieza de montaje, mezcla de diario personal


con cuaderno de notas, resumen de noticias, anécdotas de viaje, compendio
de citas hermosas ("Has lanzado un acto al mundo y, al igual que una piedra
arrojada en un estanque, también se extenderán sus consecuencias sin que
puedas saber hasta dónde", en Kim, de Kipling; o ésta, de Yourcenar: "La
verdadera tierra natal es aquella en donde por primera vez nos hemos visto
de manera inteligente: mis primeras patrias han sido libros", entre decenas
de otras).

La experiencia de esta lectura tiene algo de voyeurismo reverencial (aunque


Manguel tiene humor, y se burla de lo que lee, de lo que recuerda, de sí
mismo), pero también de contagiosa fascinación por las ideas, por los cruces
imprevistos, la sensación de que la vida no sólo transcurre en los libros, o
para ellos, sino que ellos nos dan las palabras para nombrar lo que nos está
pasando. De todo esto, de su necesidad de leer y escribir, de la función de la
literatura y hasta de la situación del país habló Manguel en esta entrevista,
durante una visita relámpago a Buenos Aires.

- —Diario de lecturas- tiene el tono de un cierre, de final de juego


donde, luego de años de trabajar sobre la lectura, se decide a
mostrar sus cartas, revelar el procedimiento. ¿Lo pensó así?

- —Sí, esas son cosas de las cuales uno se da cuenta después de


terminarlas, pero así fue. Pienso que hasta ahora nunca realmente quise
escribir. Mi punto de partida siempre fue la lectura. En Una historia de la
lectura quise hacer la crónica de nuestras actividades como lectores. Me
preguntaba por qué el actor más importante en el acto libresco no tiene su
historia, por qué nos han ocultado durante tanto tiempo. Pero ya hace
mucho que reflexiono sobre eso, de ahí que en este último libro me propuse,
como dice usted, mostrar las cartas, descorrer el telón y decir: esto es lo que
hago cuando leo. Abro un libro, se me ocurre una frase, paso a otra cita, me
sirvo café, el libro se mancha, eso me hace pensar en tal página, leo en el
, , p p g ,
diario una noticia y cuando abro el libro, ¡ah!, la noticia del diario se refleja
en esta página escrita hace 900 años. Sospecho que la reacción del lector
será: "¡Pero yo también hago esto!" Eso quisiera; promover la idea de que la
lectura es una actividad común en los dos sentidos: compartida y habitual.

- —¿Cómo eligió los libros que releería cada mes?

- —Traté de hacer una especie de equilibrio. Si uno realmente confiesa lo


que le gusta leer, la lista es muy ecléctica. Nuestros libros favoritos son casi
nuestra autobiografía. En mi caso, busqué cierto equilibrio entre orígenes,
nacionalidades, épocas, estilos, que reflejase la diversidad de mis lecturas. Si
ponía, por ejemplo, El Quijote, no podía poner también a Dante, porque ya
quedaba muy pesado. Me importaba mucho que no fuese una lista
pretenciosa. Cuando nos piden una opinión o una lista de preferencia
tendemos a ser pretenciosos. Si a uno le preguntan cuál es la gente
interesante que conoce, tiende a decir: el presidente tal, el senador tal... Y
en verdad la gente más interesante resulta ser una vecina, un cuñado,
etcétera. Para cada uno la lista será diferente, desde ya, ¿por qué tienen que
ser iguales todas las bibliotecas?

- —El procedimiento subraya también una especie de cualidad


mimética de los libros: cuando uno lee, parece que lo que sucede
alrededor está en consonancia con eso que está leyendo.

- —Esa es parte de la experiencia de todo lector. El libro se transforma,


como un camaleón, en un reflejo de nuestras circunstancias. Si uno lee La
invención de Morel cuando está enamorado, el foco de atención es la
pasión del protagonista por Faustina. Si está de vacaciones en una playa,
presta atención al verano, esa gente viviendo una especie de vacaciones
eternas. El libro se acomoda a las circunstancias de uno.

- —¿Hay para usted libros insoportables de leer?

- —Sí, claro. A mí no me gusta Guy de Maupassant. No quiero decir que sea


malo, simplemente quiere decir que no es para mí. En general, me gana la
curiosidad, pero he dejado de leer muchas cosas que había empezado a leer.
Incluso, por ejemplo, ahora, he tratado de leer esta porquería que se llama
El código Da Vinci. Está tan mal escrito que uno se pregunta cómo es
posible que lectores se dejen llevar por una prosa tan mala. Sé que el
traductor al español lo corrigió mucho, pero en inglés es tremendo. Hay una
capacidad del lector, que empieza cuando uno es niño: leer corrigiendo. El
chico a quien le encanta leer a Salgari o a Julio Verne, y se salta las
descripciones, no nota los pasajes racistas, pasa de largo las escenas
sentimentales, y se queda con una novela maravillosa en su memoria, que
no es la que el escritor escribió, pero no importa. A lo mejor, los lectores de
El código Da Vinci hacen eso.

- —En el Diario- hay algo curioso: la mayoría de las personas no


tienen nombre, sólo inicial, pero los libros y personajes de ficción sí.
¿Fue deliberado?

- —No lo había pensado, pero la justificación es práctica: quería que cada


fragmento tuviera interés para el lector más allá de quién era el
protagonista. Si yo le digo el nombre de mi amiga de colegio, es casi seguro
que usted no la conoce, entonces su mención no tiene peso. Mientras que si
yo le cito al doctor Watson, aun si usted no ha leído a Sherlock Holmes,
tiene una imagen en su mente. Hace años, en Canadá, yo escribía para una
revista y tenía una editora extraordinaria, que daba consejos buenísimos. Un
día me dijo: 'La pregunta que usted se tiene que hacer es la pregunta que se
hace el lector. Y el lector se hace esta pregunta: ¿Y usted por qué me está
contando esto a mí, que no lo conozco?' Es una pregunta muy útil para
saber qué contar y qué no.

- —Una idea que aparece aquí es que el acto de leer no es


intrínsecamente bueno, que se ajusta a quien lo lee. Esto
contradice el sentido común, que supone que la lectura nos hace
mejores...

- —Esas son simplificaciones que nos encantan. Siempre queremos encontrar


la fórmula mágica para ser más ricos, más buenos, más lindos. "Comé una
manzana al día y vas a estar sano", "El ahorro te hará rico" y esas
estupideces. Tenemos infinitas pruebas de lo contrario: el ahorro no nos
hace ricos, etcétera, pero las creemos. Y seguimos creyendo que toda
lectura es buena. Siempre me pregunto qué vio el asesino de John Lennon
en El cazador oculto cuando leyó esa novela y le pareció que de algún
modo lo justificaba para matar. Es una interpretación absurda, pero por qué
no tan válida como quien dice "leo el Quijote y seré un hombre justo en un
mundo injusto".
La literatura y el mal

- —La exigencia de mejorar el mundo no se le hace a la escritura: es


más raro pensar que el hecho de escribir hace que un escritor sea
mejor persona.

- —Escribir un libro, narrar una historia, implica ceder a la ambigüedad


natural de las cosas. Quisiéramos que los acontecimientos fueran definidos:
que tal personaje sea bueno y tal otro malo; que una buena acción conduzca
a una recompensa, y una mala acción, a un castigo; a pesar de que toda
nuestra experiencia indica lo contrario. La literatura sabe más que nosotros,
y sabe que eso no es verdad. Sabe que no podemos decir que Madame
Bovary es buena o es mala. La literatura nos prohíbe ese tipo de lectura
dogmática.

- —En la novela Elizabeth Costello- , de J.M. Coetzee, la protagonista


se pregunta qué significa para un escritor o un lector entrar en
territorios del mal. Sumergirnos en ciertas zonas de la experiencia,
¿nos devuelve ilesos como seres humanos?, se pregunta. ¿Usted se
hizo esa pregunta alguna vez?

- —Diría que en casi toda la literatura que he leído, cuando es buena


literatura, los personajes más infames no pueden definirse sólo como
infames y terribles. Ricardo III, de Shakespeare, no es un monstruo
absoluto. Hay algo de humano en él, que me hace pensar que hay algo en él
que está en mí. Hay una frase en inglés que se dice cuando uno ve a una
persona cometiendo un acto infame: "allí, excepto por la gracia de Dios, voy
yo". Es una reflexión difícil, pero necesaria. Porque si decimos: "este
personaje es inhumano", si decimos "Hitler fue un monstruo", entonces da lo
mismo decir que cayó un rayo o hubo un terremoto. No hay responsabilidad
humana en sus actos.

- —¿Tiró alguna vez un libro?

- —Uno solo, que recuerde, porque me pareció infecto: American

Psycho, de Bret Easton Ellis. Lo leí sin saber, tenía que hacer una nota, y
me pareció que había un regocijo en el dolor deliberado de otra persona que
era injustificable. No quise tener ese libro en casa y lo tiré. No tiene nada
que ver con la censura, sólo no quería estar cerca de una mente así. No me
asusta entrar en zonas peligrosas, pero quiero poder decidir qué imaginación
dejo que sea parte de la mía. Yo creo que la literatura tiene una
responsabilidad moral.

- —¿Qué quiere decir?

- —No lo digo en el sentido fácil de moraleja, sino en tanto nos propone


experiencias juzgadas. No dogmáticas, pero juzgadas. La literatura muestra
acciones hermosas o terribles, personajes de todo tipo, dentro de contextos
vividos por la imaginación del escritor. Eso es de una utilidad inmensa. Es lo
que hace que los lectores, más que los que participan en otras artes, tengan
la posibilidad —aunque no la garantía— de aprender algo. Porque los
personajes pasan por experiencias que siempre son las nuestras. ¿Recuerda
ese fenómeno del que hablaba Brecht, el "extrañamiento", el distanciarse de
lo que está ocurriendo para poder verlo? Bien: la literatura hace eso
constantemente. Insisto: no creo que en sí misma la lectura produzca nada.
No es como el hecho de respirar, que es necesario para vivir. Pero sé que
hay momentos en donde me pregunto cómo la gente aguanta vivir sin leer,
cómo logra atravesar el día lleno de miserias, dolores, mezquindades,
horrores, sin la ayuda de un libro. Lo hace la mayoría de la gente, pero si lo
pienso, no sé cómo lo hacen. Yo no podría.

- —Una de sus obsesiones, sobre todo en el primer capítulo, que


coincide con un viaje suyo a la Argentina, es la falta de justicia.

- —Sí, es un tema central. Lo vemos con el fallo sobre la AMIA.

- —En el - Diario- , usted escribe: 'Un amigo de Buenos Aires me


contó de una mujer que tuvo que sentarse un día en un café al lado
del hombre que había torturado a su hijo. Una escena atroz como
ésta es la consecuencia de la negativa de la Argentina de actuar con
justicia. ¿Cambiará esto alguna vez?'. ¿Qué cree íntimamente?

- —La Argentina es un país que quiero mucho porque me dio las


experiencias que me han formado. Siempre digo que sin la educación del
Colegio Nacional de Buenos Aires, no sería el lector que soy. Ahora, como el
poema de Borges, creo que con la Argentina hoy no nos une el amor sino el
espanto. Es cierto que en los últimos dos años, cuando volví, he visto un
nuevo entusiasmo, pero no los cambios más profundos. Y si bien una
sociedad puede sobrevivir todo tipo de infamia particular, no puede
sobrevivir una falta de justicia social generalizada. Cuando a una sociedad le
falta un sistema de justicia superior a toda justicia individual, no puede
sobrevivir. No quiere decir que el país desapareza. Yo una vez dije que la
Argentina no existe más.

- —Y polemizó con usted la psicoanalista Silvia Bleichmar.

- —Sí; lo que quise decir entonces es que esa sociedad argentina donde esas
cosas que nos interesan son posibles no existe más. Es posible que se
reestablezca un sistema con jueces de la Corte que no sean corruptos;
ministros de economía que no lleven la economía del país como un banco
privado sino como un centro de energía económica nacional. Si eso ocurre,
con la energía cultural y anímica que hay en este país, seremos otra
sociedad, sin duda mejor. Pero si eso no cambia, se me parte el corazón de
pensar qué va a pasar con toda esta gente ilusionada.

- —Volviendo al libro, este gesto final que hace con el - Diario- ,


¿anuncia su pasaje a la escritura?

- —Sí, es lo que quiero hacer ahora. Ya tengo dos novelas publicadas, acabo
de terminar una novelita corta y estoy escribiendo una más larga. Le cuento
una cosa que me pasó por primera vez: escribí una historia directamente en
español. Quizá porque sucede en Buenos Aires. Empecé a escribirla, como
siempre, en inglés, y me di cuenta de que trataba de encontrar equivalencias
en inglés a un idioma que es de aquí. Y me dije: es tonto, ¿por qué no trato
de escribirlo en español? Lo hice. Se llama El regreso y es sobre una
persona que vuelve a Buenos Aires después de haberse ido durante la
dictadura militar. Pero no vuelve a la ciudad que cree volver. Le cuento hasta
ahí. Está terminada. Veremos qué pasa.
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