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¿Qué es lo que piensas? – pregunto intrigado Alberto a Diego.
Sabes, he estado pensando que la Luna en donde está, tiene un propósito. Si
estuviera más cerca, estaría llena de colonos y sus carretas… es bueno que nunca se
acerque a nosotros. –
Es sorprendente lo simple que puedes ser Diego. A nadie en el mundo le interesa
donde o cuando, incluso como es que la Luna está donde está. Ese tipo de cosas no son de
nuestra incumbencia. Dios le ha puesto allí, en el lugar que está por alguna secreta razón
que a mí no me importa en lo más mínimo. –
¿Ahora me llamas perturbador de la conciencia de Dios? ¿Crees que me siento con
un mínimo de conocimiento para cuestionar su obra? ¡Es el simple hecho de no estar tan
cerca lo que me maravilla! – respondió en un tono molesto Diego.
¡Bah! Sigo pensando que son tonterías desperdiciar mi precioso tiempo mirándola
–
¡Así que ese es el verdadero Alberto! – Diego estaba verdaderamente sorprendido
por la respuesta – ¿en verdad que jamás has pensado de otra forma acerca de ella?
Bbbueno… no es exactamente tampoco lo que dije… ‐ dando un sorbo a su botella
de whiskey, se sentó al fin sobre el tronco cercano al fuego – es que, hablar de la Luna,
realmente me es molesto… en realidad no es algo de lo que deseo hablar ahora…
¡Vaya, vaya! Empiezo a notar que hay toda una historia detrás de esa molestia. –
¡No! ¡Hey, déjame en paz! No hay nada que quieras escuchar. – lanzando su
sombrero hacia la sucia mochila, Alberto se recostó en el suelo.
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¿Pero que tenemos aquí? ¡Anda hombre! ¡Cuenta!, que no hay más que hacer y
sería bueno escuchar lo que ese tipo que amedrento a la banda “de la esquirla”, tiene
oculto en lo más profundo de su alma… ‐
No creo que puedas creerlo… de hecho, para mi aun sigue siendo confuso lo que
sucedió –
¡Que no te detengas, sigue hablando que ese whiskey puede esperar! –
arrebatando la botella de la mano de Alberto, Diego la lanza fuertemente a la distancia.
¿Qué acabas de hacer bárbaro? ¡Era la mejor botella que nos quedaba! –
Te prometo que para mañana a esta misma hora, tendrás dos iguales si es que
hablas ahora mismo… me has dejado intrigado, creo que es algo importante lo que tienes.
–
Pues al final de todo, creo que solo fue un sueño, o quizás fue el humo del tabaco
de aquel grupo de pieles rojas que encontré hace ya dos años. –
¿Aquellos con los que estuviste convaleciente por la herida en tu cabeza? – dijo
Diego señalando una prominente cicatriz en la frente de Alberto, quien al sentir la mirada
sobre ella, sacudió un poco su cabello para ocultarla.
Son gente amable Diego… es que no les conocemos como realmente son, pero
puedo asegurarte que durante el tiempo que yo estuve con ellos… ‐
¿Qué no vas a contar tu historia? No me vengas ahora con cuentos de Apaches y
Cheyenes esta noche, que estoy harto de esa maldita gente que… ‐
¡Basta! No voy a permitir tampoco que hables de ellos de esa manera – Alberto
comenzaba a incorporarse cuando Diego, casi al mismo tiempo, se tiraba cerca del fuego.
Esto lo hizo detenerse de inmediato.
¡Tranquilo! Que estoy más intrigado acerca de lo que vas a hablar que en pelear
contigo Alberto. –
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Está bien. De cualquier manera, todo esto tiene que ver con los pieles rojas
después de todo. –
¿Y eso? ¿Cómo es? – Diego se mostraba realmente interesado.
Seguro no has escuchado sobre la leyenda de los nativos de estas tierras que habla
acerca de la Luna… ‐
Realmente no, estoy más ocupado cuidando mis espaldas, que en lo que esa gente
cuenta. Pero anda, sigue. –
Bueno – se reacomodo Alberto – pues la leyenda es acerca de la mujer que habita
en la Luna, un espíritu o algo parecido. –
En verdad que no, jamás he escuchado tal. –
El pueblo con el que estuve, cuenta que hace mucho tiempo, antes de que los
grandes búfalos llegaran hasta aquí, existió un pequeño poblado sobre aquella montaña
que se ve allá, a lo lejos. – aquí Alberto señalo un promontorio negruzco que apenas se
alcanzaba a distinguir en la obscuridad y que delineaban las estrellas que estaban como
fondo.
En aquel poblado, habitaba una pareja de enamorados que estaban próximos a
contraer matrimonio según sus usanzas. Eran un ejemplo a seguir: nunca alguien escuchó
que discutieran o que siquiera, discreparan en algo. Se ayudaban mutuamente en las
tareas que les eran asignadas, sin importar lo que fuera, siempre estaban uno al lado del
otro.
Alberto aprovecho la pausa para lanzar algunos pedazos de madera al fuego que
seguía iluminando sus rostros.
El brujo, chaman o como se le llame, hablaba de cómo nunca antes, había existido
una pareja de enamorados tan comprometidos, y auguraba enorme fortuna para todo el
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clan por cientos de años… era un mensaje del Dios Sol, un mensaje de paz y armonía que
el mundo entero conocería.
Pero siempre hay envidia. Había otro enamorado que pretendió conquistar a la
mujer años atrás y no había conseguido atraer su atención. Era un ser soberbio y fanfarrón
que se ufanaba de sus engaños y sus mentiras. Ella no quería algo así en su vida y lo
desprecio en su momento.
Una tarde, cuando ella fue hasta el lago por agua, aquel ser la siguió a escondidas…
por lo menos eso fue lo que el creyó, porque un pequeño que deambulaba por el sitio,
notó que iba tras ella no con buenas intenciones. Inmediatamente dio aviso al prometido
de la mujer.
Estando ella llenando su vasija con agua, el truhan se acerco hasta el lugar
intentando tomarla entre sus brazos… sintiendo inmediatamente la nefasta intención del
hombre, lanzo la vasija al lago y tomando una roca, golpeo al hombre en su cabeza. Casi
instantáneamente, comenzó a brotar sangre en grandes cantidades y esto lo hizo
enfurecer. En el momento preciso en que un rayo del sol que se ponía atravesó la
espesura del bosque, aquel hombre tomando un madero, dio un golpe mortal a la mujer
que cayó en el lago… cuando el cuerpo sin vida llegó a la superficie del agua, el rayo de sol
dio de lleno sobre un talismán que el prometido le había entregado unos días antes como
muestra del compromiso que tenían… una luz cegadora salió del talismán y subió hasta el
cielo. Cuando la luz desapareció, el cuerpo de la mujer ya no estaba en el lugar… pero algo
nuevo había en las alturas: un cuerpo redondo y blanco ahora adornaba la noche que ya
caía. El prometido, quien había observado todo desde la cercanía, tomo su navaja y se
quito la vida… su sangre rápidamente llego hasta el lago y se mezclo con el agua. Según
cuentan, es por eso que la gente de estos lugares tiene la piel más obscura, por haber
utilizado el agua de ese lago para bañarse…
A partir de aquel día, la Luna sigue al Sol, buscando siempre su protección… ‐
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Diego parecía no respirar en ese momento. Tenía los ojos completamente abiertos
y frotaba sus dedos unos con otros mostrando nervios.
Pero, ¿eso que tiene que ver contigo? ¡No me vengas con que tú crees ese cuento
de niños! – fue lo único que alcanzó a decir Diego antes de que Alberto le respondiera.
Aquí es donde viene lo extraño. Una noche, el médico de la tribu fue hasta mi para
realizar algunos conjuros o rezos ¡que se yo! Pero llevo consigo algunos recipientes que no
entiendo que contenían pero a los que prendía fuego mientras el cantaba algo…
Cuando terminó, ya estaba avanzada un poco la noche. Me sentí con fuerza para
levantarme y salí a caminar un poco. Una luz en el horizonte, me indico que la Luna estaba
a punto de salir. Una pequeña parte se empezaba a vislumbrar y el contraste me hizo
notar una silueta que se movía frente a ella. Espere un poco más, a que gran parte de la
Luna estuviera visible y pude distinguir que se trataba de una liebre… me imagine una
deliciosa sopa y silenciosamente saque mi pistola, le apunte y dispare.
Falle el tiro. Era imposible, jamás fallo y menos a esa distancia. Lo sorprendente
fue realmente que, mi disparo dio con una pequeña roca en el suelo y pareció rebotar
directamente hacia la Luna… me pareció gracioso. –
¡Pues a mí no me hace reír en lo más mínimo! – refunfuño Diego.
Sí, claro, en verdad que no fue gracioso en si… me refiero a que pareció gracioso
que el tiro pareciera haber llegado hasta la Luna. –
Prosigue por favor, ¿Qué paso con la liebre? –
¡Que importa la maldita liebre! No supe hacia donde desapareció la liebre. Intente
sin éxito encontrarla… algo andaba mal… yo recordaba que había más luz, la Luna
iluminaba todo el… ¡eso era! La Luna ya no estaba. –
¿De que rayos hablas? ¡Eso no es posible! siempre sale y se pone… ‐
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Continuo entonces… el terror de no ver más la Luna en donde debiera estar, me
hizo perder el sentido de la orientación y al correr sin dirección fija, termine en las orillas
de un gran lago. Estaba realmente asustado: no sabía dónde estaba y no podía ver mi
camino a falta de luz.
Algo llamo mi atención: una fogata en el extremo del lago… con cautela, caminé
hasta llegar a ella. Cuando estuve lo suficientemente cerca, vi a una persona que estaba
en el lago, a unos pasos de la orilla, susurrando algo en su superficie. No alcanzaba a
escuchar, ni siquiera a entender lo que la figura hablaba. Era una lengua extraña para mí.
De pronto, enmudeció y lentamente giro el cuerpo para quedar mirando hacia
donde yo estaba. Diego, sentí su mirada, esa figura podía verme, sabia donde estaba yo. Y
vino hacia mí, lentamente… debo confesar que el terror me inmovilizó, no tuve fuerza
para huir y aunque busque mi arma, nunca pude encontrarla o no supe buscarla.
Cerré los ojos… encomendé mi vida al altísimo y me quedé frío, apretando los
dientes esperando lo peor. Entonces, escuche una voz dulce, cálida… no comprendí lo que
decía, pero era como una melodía. Dándome fuerza, abrí mis ojos y mire la figura que
hablaba: era una mujer, la más hermosa mujer que hayas imaginado o conocido. Seguía
hablando, de pronto, creí escuchar un par de palabras que me parecieron ser francés,
italiano, ingles… al fin, escuche en español: Hola Alberto, no temas, estoy aquí por ti.
Me tomo de la mano y me sentí bien, hasta alegre diría yo. Me llevo hasta el fuego,
donde se calentaba un brebaje, una especie de té, no lo sé. Me ofreció de él y yo bebí un
poco. Ahora podía verla bien… si, realmente era hermosa Diego… sus ojos negros
reflejaban las rojas llamas de la fogata, su cabello se confundía con la obscuridad de la
noche, pero alcanzaba a distinguir que le caía muy por debajo de los hombros.
Tenía un rostro como los propios ángeles, sus labios podría jurar que eran rojo
intenso, y su piel, blanca y tersa como la seda.
¿Pero qué haces a estas horas de la noche, aquí, solo y sin rumbo? – Me dijo.
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Yo estaba boquiabierto, no supe que responder.
Y me hablo de ella… me conto como había viajado por todo el mundo. Me conto
historias sobre lugares donde la gente construyo pirámides, no tengo idea de que sea eso,
pero le seguí escuchando. Me hablo de extensas regiones donde solo hay plantas y los
animales viven sin la interferencia del hombre. Dijo haber visto manadas de elefantes,
tigres, leones y otros que yo no conozco; en fin, casi todos los animales que existen sobre
la tierra. Escuché sobre territorios donde todo está congelado, hielo es lo único que
puedes ver.
Montañas tan altas que puedes tocar el cielo. Personas con la piel negra, amarilla y
blanca por supuesto; ríos, lagos de los cuales no sé donde puedan estar…
Espera, espera – interrumpió Diego ‐ si es alguien que viaja tanto, ¿Qué rayos hacia
en un lugar como este, tan alejado de las almas de Dios? –
Alberto quedó mudo por un instante, tan solo mirando al fuego. Intentando traer
más recuerdos a su cabeza.
Pues no sé cómo explicarlo, quizás fue algo de lo que me dio a beber, pero te juro
Diego, por mi alma y por todo lo que tengo, que mientras ella hablaba acerca de los
lugares que había visitado, yo podía verlos, si, aunque no lo creas los miraba tan vivos
como ahora te veo frente a mí. –
Un ruido repentinamente les sobresaltó. Ambos dirigieron su mirada al lugar de
donde provenía el ruido.
Debió ser alguna serpiente o una alimaña del desierto buscando agua o alimento –
dijo con voz temblorosa Diego.
Alberto agachando la mirada, volvió a reacomodar su cabello y prosiguió.
Te juro Diego… por lo más sagrado que yo conozca, que estuve en esos lugares. Era
como si pudiera estar sobre ellos, en las alturas, tenía la sensación de ser un águila o… ‐
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¡Ah no! Eso es imposible… creerte lo de la mujer es una cosa, pero eso de volar
¡por amor de Dios! –
Esa noche viví todo lo que no había vivido en veintiocho años, fue la experiencia
más increíble… ‐
¿Esa chica y tu…? –
No, por supuesto que no. La paz que alcance a su lado, las imágenes que se
presentaban ante mi… desee que eso nunca terminara, y así se lo dije a ella. –
Diego creyó ver que Alberto se limpiaba una lágrima, pero no estuvo seguro de
eso.
Pero… ¿Quién era esa chica Alberto? ¿Qué hacía en el lago entrada la noche?
¿Pertenecía a la tribu? –
No… ella forma parte de todo, de todos nosotros. No pertenece a ningún lugar ni a
persona alguna. –
¿Cómo? –
Es ella Diego, es la mujer en la luna… ‐
¡Ja ja ja ja! ¡Es lo más disparatado que he escuchado hasta ahora! ¿De dónde has
sacado eso? ¡Vaya que es un buen cuento el tuyo! –
No Diego, no es cuento – continuó Alberto, ahora dirigiendo su mirada a la
montaña aquella, donde se comenzaba a vislumbrar la Luna llena saliendo en el fondo.
¿Pero acaso estás loco? ¿Esperas que realmente yo crea eso? ¡Vaya contigo! –
Pues ella, faltando un poco para amanecer, me contó toda la historia antigua… ¡es
ella Diego! La mujer asesinada en el lago hace centurias… ‐ al decir esto, sacó de su bolsillo
algo que alcanzó a centellear gracias a la tenue luz de la Luna que ya estaba totalmente
visible.
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Era una piedra, tal vez preciosa, que colgaba de un trozo de hilo fabricado con las
pieles de algún animal de carga.
Ella me dijo que quería volver, terminar lo que había quedado inconcluso. Ella sabe
que su amado jamás volverá, pero anhela caminar nuevamente por la tierra, vivir Diego,
ella quiere vivir. – al decir esto, le entregó el talismán.
Las manos de Diego temblaban… al parecer creía en todo lo que Alberto decía.
¿Pero…? –
Diego, ella está cansada… son casi 60,000 lunaciones ya desde que está en ese
estado. Quiere volver… ‐
Los ojos de Alberto perdieron brillo… estaban obscuros y reflejaban solamente la
luz de la fogata, que empezaba casi a desaparecer. ¿Era maldad lo que veía Diego? No,
sucedía algo más. Rápidamente su cabeza giro hasta la montaña… la Luna no estaba allí…
la buscó desesperadamente por todo el cielo y no consiguió localizarla.
Así es Diego, no es un cuento de niños… es verdad. –
Los caballos que se habían mantenido calmados todo este tiempo, empezaron a
actuar nerviosamente…
Ahora el pánico invadía a Diego. Trató de levantarse, pero una mano se apoyo
sobre su hombro, la blanca mano de una mujer. Estaba helado del miedo.
Lo lamento Diego, ella no quiere volver allá arriba… ‐
El disparo terminó de desesperar a los caballos que ahora pateaban y relinchaban
como si el acero hubiera atravesado su corazón.
Una luz incandescente surgió entonces súbitamente y, aunque duró tan solo unos
segundos, iluminó todo el valle hasta donde la mirada podía llegar.
…
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El silencio es el único buen acompañante en las más obscuras noches. Una fogata
se agota lentamente en el valle, allí, donde se encuentran las grandes rocas del camino
rural. La Luna llena, más grande que nunca, pero con un extraño tinte rojizo, ahora ilumina
el camino a dos viajeros, un hombre y una mujer que avanzan lentamente, sin prisa, a
esperar sin duda alguna, al destino…
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