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UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Pedro Pablo Acosta Morales


La calle como vivienda: el espacio desprovisto al habitante de calle

A lo largo del desarrollo del ensayo gráfico se presentó la ocasión para pensar el habitar, su
relación con el construir y la cruda realidad que nos demuestra que aún no entendemos el
significado real de estos dos términos. Pero una reflexión sobre la forma de vida del
habitante de calle y su manera de estar en la ciudad tan precaria, inhumana y miserable,
nos ayuda a comprender lo que significa el habitar y su relación con el construir. Las
noticias que vemos sobre estos personajes, o la visión que nos hacemos de ellos cuando
miramos desde la acera, o desde de la ventana de un auto, reflejan la falta de
entendimiento sobre una problemática no sólo de nuestras ciudades, sino de nuestra
manera de habitar y pensar el mundo.

Este trabajo constituye un esfuerzo por mostrar algunas de las situaciones que padece
quien habita en la calle. Se busca resaltar la forma en que el habitante de calle se apropia
de diferentes lugares de la ciudad, ya sea porque estos le brindan condiciones mínimas
para sobrevivir y desarrollar su cotidianidad, o porque son el único espacio que ha dejado
para él un sistema económico, político y social, que ha perdido todo vestigio de humanismo,
dado que parece que el habitar desarrollado en las sociedades actuales tiende a convertir a
los individuos en sujetos puramente productivos, marginando a todo aquel que no logre
adaptarse o desempeñarse como un sujeto económico.

Para este marginado social vivir en la calle se convierte en su única alternativa porque
carece de los recursos para alojarse en una vivienda por precaria que esta sea. Ya sea por
causa de un desplazamiento forzado, el consumo de drogas o alguna circunstancia
económica o familiar; este ser humano se apropia de un espacio público que pertenece a la
comunidad. Arrojado de esta manera a la calle debe suplir las necesidades básicas (dormir,
comer y movilizarse) y de esta manera comienza a modificar el entorno social.

El habitante de calle no es en sí mismo un habitante, él no habita nada; desde nuestra


perspectiva es un excluido de vivienda, un desadaptado, un indigente, una persona que
carece de lo mínimo para ser persona. Porque ser persona significa habitar en la cercanía,
en la vecindad, en el reconocimiento, en la interacción social. Pero el indigente no tiene los
medios mínimos para interactuar con la comunidad, él ha perdido hasta el reconocimiento
de ser un sujeto de habla, y esto porque su voz, su perspectiva, su mundo, no nos interesa.
La sociedad lo mira con indiferencia, con apatía, con rudeza, con incertidumbre, con recelo,
con cobardía, con miedo, como un problema. El indigente ha arrebatado el habitar en la
calle al ciudadano, por esta razón este último no se compadece de la precariedad y miseria
de su habitar. Muy al contrario, el ciudadano de a pie, el dueño de los almacenes, el que se
refugia en su casa, ve en el habitante de calle una molestia, un problema social que hay que
erradicar. Esta actitud se traduce en incomodidad, en malestar y en exigencias políticas
frente al habitante de calle, a la administración de turno.

Como se ha mencionado antes, para el habitante de calle la ciudad puede representar tanto
su hábitat como su vivienda, pero en su manera de habitar, el habitante de calle atraviesa
por distintos procesos que denigran su integridad, algunos de estos procesos son la crisis o
discriminación social, la crisis sanitaria y la crisis de seguridad. Un ejemplo de esto es la
intervención del Bronx y del popular “Samber”, los indigentes fueron desalojados de dichos
lugares lo que conllevó a que se dispersaran por diversas partes de la ciudad, generando
una sensación de inseguridad entre los bogotanos. En lo que se refiere al aspecto social,
las soluciones para el habitante de calle son insuficientes o casi nulas por varias razones: la
primera porque la intervención del Bronx no fue planificada adecuadamente y la segunda,
porque las medidas implementadas por la administración no han sido suficientes y muchos
de ellos no han querido recibir las ayudas ofrecidas por el Distrito. A ellos no se les puede
obligar a que reciban ayuda integral (rehabilitación, vivienda formal, etc) ya que una
sentencia del Consejo de Estado es muy clara al respecto. Finalmente, en cuanto al aspecto
sanitario el panorama ha sido complicado debido a que muchos habitantes de calle
fomentan la acumulación de basuras, desechos fisiológicos y la toma de caños y parques
de la ciudad.

Por estas razones una reflexión sobre la situación actual plasma en el ensayo la realidad del
habitante de calle, realidad que resulta bastante compleja aunque sea ésta su cotidianidad;
pues a pesar de estar adaptados a las circunstancias hostiles de la calle, ellos se niegan a
reconocer que son un problema para la sociedad; y es por esto último que se resisten a
abandonar el espacio público, porque les resulta familiar y cotidiano habitar allí. Para
muchos estar en la calle, sin importar la razón o las razones por las que “cayeron” allí les
resulta habitual.

Martin Heidegger señala en su reflexión que construir es habitar, porque construir es


nuestra forma de ser en el mundo. Y SER en el mundo significa para este autor habitar en
una cuádruple relación con las cosas, los otros, los divinos y el mundo. SER es siendo con
lo que nos rodea, es una disposición para la vida, es un estar-con, es un con-vivir, es una
relación especial con nosotros, los otros y las cosas. Una relación que nos vincula y que nos
ata a la tierra, al tiempo, al cielo y a la historia. Pero si miramos de cerca nuestra relación
con los habitantes de la calle queda puesta al desnudo nuestra propia miseria humana y
nuestra precaria manera de convivir o habitar.

Como conclusión el presente trabajo quiere subrayar la falta de sensibilidad social, de


reconocimiento y de interacción que se vislumbra en nuestro diario convivir con los otros. El
habitante de calle es nuestro problema porque en él se refleja nuestra forma de ser, de
habitar, de construir y de vivir en sociedad. Él es sólo una expresión más de nuestras
desigualdades, de nuestras formas de valorar, de querer, de crear vínculos, de reconocer,
de habitar en el mundo. Al otro lado de nuestra imagen del mundo está él (el habitante de
calle) inmerso en su soledad, en el abandono, en la miseria, en la injusticia, en la iniquidad y
en el despotismo de nuestra sociedad opulenta.

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