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La primera situación, referida a los objetivos generales del ordenamiento jurídico considerado en su
conjunto, se da con la llamada función de "demarcación", pues la delimitación entre el ámbito de lo lícito y
lo ilícito es connatural al concepto mismo de derecho y a la estructura de las normas jurídicas, dicho de
otro modo, gran parte del derecho implica separar lo licito de lo ilícito, con lo cual no es exclusiva del
derecho de daños. En cuanto a la supuesta "función admonitoria", que López Herrera (Picasso 2015)
considera autónomamente —y como algo distinto de las "funciones" punitiva y preventiva— solo cabe
decir que —tal como el mencionado autor la expone— ella parecería identificarse con el efecto psicológico
que para el responsable tiene la imposición de la obligación de reparar. Sin embargo, desde esa óptica la
cuestión quedaría subsumida en la función preventiva. Si, en cambio, se pretende relacionar a la
pretendida función "admonitoria" con los "daños punitivos”, es claro que entonces ingresamos en el
terreno de la supuesta "función punitiva". En uno u otro caso, no parece posible sostener la existencia de
una "función admonitoria" distinta de aquellas otras. Tampoco el derecho de daños cumple objetivos
tendientes a maximizar la eficiencia económica, pues dice Picasso “La distribución (o redistribución) de la
riqueza tampoco puede ser una "función" del derecho de daños. Por el contrario, el principio según el cual
la reparación del daño debe ser integral, pero no puede constituir una fuente de lucro para la víctima,
otorga a la responsabilidad civil un cariz conservador —"dar al rico su riqueza y al pobre su pobreza"— y la
torna en una vía ineficaz para lograr aquellos objetivos” (Picasso, 2015, pag.7). Considera el autor que
otras ramas del derecho, tales como el tributario y —en particular— el de la seguridad social pueden —y
deben— tomar a su cargo esos cometidos con mucha mayor eficacia y pertinencia (2015).
Existen también autores que, al contrario de lo expuesto, entienden que el derecho de daños solo tiene
dos funciones: prevención y reparación y se excluye la función punitiva. Picasso sostiene esta posición que,
por las razones que daremos al tratar la función punitiva, no compartimos.
Por lo expuesto en el derecho de daños distinguimos tres funciones: la preventiva, la resarcitoria y la
punitiva.
Fundamento y finalidad
La finalidad de la reparación es netamente resarcitoria. En tal sentido, intenta resarcir el daño y se
compensa el menoscabo. En efecto, como regla, el daño material o moral sufrido constituye el límite que
no se puede superar, de suerte que no se genere un lucro para la víctima. Alguna doctrina entiende que la
finalidad del resarcimiento es también sancionatoria para el responsable, quien tiene el deber de reparar el
daño causado, lo cual trasluce la desaprobación de la comunidad frente a la conducta de esta naturaleza.
Pizarro y Vallespinos (2014) consideran que “la finalidad del resarcimiento es resarcitoria” (p. 218).
El fundamento del resarcimiento está dado por el principio de justicia que impone dar a cada uno lo suyo,
se debe restablecer el equilibrio alterado por el perjuicio causado.
Caracteres
En relación a los caracteres, la doctrina distingue si el perjuicio es patrimonial o extrapatrimonial. En el
primer caso, cuando la indemnización intente reparar el daño derivado de la ejecución de un acto ilícito en
sentido estricto, la reparación tiene carácter de obligación autónoma y reconoce su fuente en el acto
ilícito. La reparación se orienta a restablecer el patrimonio al estado anterior en que se hallaba antes del
perjuicio. Cuando la indemnización está referida a los perjuicios derivados del incumplimiento contractual,
hay que distinguir entre el daño compensatorio y el moratorio. El primero se refiere a la indemnización que
debe ser abonada en virtud del incumplimiento de una obligación en forma definitiva, total e imputable al
deudor. La obligación originaria se convierte en la forma de pagar daños e intereses. En el segundo caso, la
indemnización se debe a raíz del incumplimiento relativo de la prestación y es acumulable a esta, cuyo
cumplimiento aún es posible y útil para el acreedor. El cumplimiento tardío produce daños en el
patrimonio del acreedor. Conforme el art. 1747 del C.C.C., se puede reclamar el cumplimiento de la
obligación más el daño moratorio. Debido a que se trata de dos cosas distintas, la prestación se debe por la
obligación asumida por el contrato y vale lo mismo si se paga tarde o a tiempo.
En cambio, el daño moratorio es el daño que se debe por el cumplimiento tardío (art. 1747 del C.C.C.).
Si se trata de un perjuicio extra patrimonial o moral, la reparación se orienta a dar al perjudicado una
satisfacción por el menoscabo sufrido. Por la naturaleza del daño, la reparación será siempre en dinero o
por equivalente, pues resulta (por regla) imposible volver las cosas al estado anterior para resarcir el daño
moral.
Analicemos los caracteres.
Patrimonialidad
La reparación del perjuicio tiene carácter patrimonial, sea que se efectivice pecuniariamente o en especie.
El carácter subsidiario y la conversión del derecho a la prestación con el derecho a la indemnización
A diferencia de lo que sucede en la responsabilidad extracontractual, el incumplimiento de una obligación
no solo da lugar a la reparación del daño causado, sino que también genera el derecho del acreedor a
exigir la ejecución forzada de lo debido (art. 730). Es claro que se trata de remedios diferentes, cada uno
de los cuales tiene sus presupuestos propios: para lograr la ejecución forzada, basta al acreedor con alegar
el incumplimiento, sin necesidad de probar la concurrencia de los presupuestos de la responsabilidad civil,
y en particular la existencia de un daño. En ese caso, es aplicable el art. 894, que pone la prueba del pago a
cargo de quien lo invoca (por regla general, el deudor), salvo en el supuesto de las obligaciones de no
hacer.
La cuestión es más compleja —y debatida- cuando la prestación se ha vuelto de imposible cumplimiento
por una causa imputable al deudor. En ese caso -previsto por el art. 95511-, el obligado debe una suma de
dinero equivalente al valor de la prestación (aestimatio rei) más la reparación de las restantes
consecuencias dañosas —o "mayores daños"- derivadas del incumplimiento (id quod interest). Sin
embargo, la doctrina se encuentra dividida acerca de la naturaleza jurídica de esos conceptos; mientras
que algunos entienden que en ese caso tanto el valor de la prestación como los mayores daños forman una
única suma que tiene el carácter de indemnización (tesis de la unidad), otros entienden que el valor de la
prestación no es un daño, sino un sucedáneo de la obligación original, que subsiste pero con una
modificación en su objeto (que se traslada entonces a la aestimatio rei), con lo cual el pago del
mencionado valor se regiría por las reglas del cumplimiento forzado, y no de la responsabilidad (tesis de la
autonomía). En cambio —siempre de acuerdo a esta última postura-, la obligación de resarcir los
mayores daños nace a partir del incumplimiento, y requiere para su configuración de la reunión de todos
los elementos de la responsabilidad civil, entre los que se encuentra, naturalmente, la prueba del daño.
En los fundamentos del anteproyecto que dio lugar al nuevo código se mencionan estas posturas y se
señala que se ha tratado de dar una solución práctica al problema, mediante la distinción de la
problemática del incumplimiento y su ejecución, regulada en el campo de las obligaciones y los contratos, y
los aspectos que atañen a la responsabilidad por daños. También se lee en los fundamentos que es preciso
diferenciar al valor de la prestación originalmente pactada de los otros perjuicios que sufre el acreedor.
En consonancia con estos postulados —y pese a la subsistencia de algunas normas con una redacción
confusa (como los arts. 730 inc. "c" y 955)-, la distinción entre el valor de la prestación y los mayores daños
sufridos por el acreedor aparece expresamente en el texto del flamante código. Así, el art. 781, para el
caso de imposibilidad de cumplimiento de la obligación alternativa regular, prevé que el deudor debe
entregar el valor de la prestación; el art. 838 establece que si el cumplimiento de la obligación solidaria se
hace imposible por causas atribuibles a un codeudor "los demás responden por el equivalente de la
prestación debida y por los daños y perjuicios"; el art. 1114, que regula la imposibilidad de restituir en los
casos de resolución o rescisión del contrato, establece que si ella es imputable al deudor este debe el valor
de mercado de la prestación; el art. 1420 dice que si la restitución de los títulos valores por el banco resulta
de cumplimiento imposible, aquel "debe cancelar la obligación con el pago de una suma de dinero
equivalente al valor de los títulos al momento en que debe hacerse la devolución"; el art. 1653 faculta al
donatario a liberarse del cumplimiento de los cargos "restituyendo la cosa donada, o su valor si ello es
imposible", y, finalmente, el art. 1747 dispone que "el resarcimiento del daño moratorio es acumulable al
del daño compensatorio, o al valor de la prestación", con lo que diferencia expresamente ambos
conceptos.
En el Código Civil y Comercial existe, entonces, un régimen diferenciado para el reclamo del valor de la
prestación, o aestimatio rei (que se rige por las normas del cumplimiento forzado), y el de los mayores
daños sufridos al margen de aquel (id quod interest). Por consiguiente, la acción para reclamar el valor de
la prestación prescribe —al igual que la pretensión de cumplimiento forzado específico- en el plazo
genérico de cinco años del art. 2560, mientras que la dirigida a la indemnización de los mayores daños se
rige por el art. 2561, y prescribe, por ende, a los tres años. Por otra parte, no es necesario probar haber
sufrido un perjuicio para pedir el valor de la prestación, pero sí cuando el reclamo recae sobre daños
adicionales, como el lucro cesante, el daño emergente o el daño extrapatrimonial (art. 1744). Asimismo, la
facultad para morigerar la indemnización que el art. 1742 otorga a los jueces únicamente puede ejercerse
respecto de los mayores daños, mas no del valor de la prestación (pues ello importaría alterar la economía
del contrato). También es importante señalar que, mientras que la obligación de resarcir los daños
derivados del incumplimiento es solidaria —o concurrente, según los casos- (art. 1751), la de pagar la
aestimatio rei es simplemente mancomunada, salvo que se haya pactado la solidaridad (art. 828).
Finalmente, en caso de resolución contractual por incumplimiento el deudor incumplidor debe reparar los
daños sufridos por el acreedor (art.
1082), pero no debe el valor de la prestación, dado que la obligación de cumplirla se ha extinguido por
efecto de la resolución (arts. 1079 y 1080) (Picasso, 2014, p. 151).
Resarcitoria
El daño en sentido jurídico, como hecho jurídico idóneo para provocar consecuencias resarcitorias, es un
concepto diferente al del perjuicio material o de orden físico. Entre uno y otro, media una relación de
especie a género.
Del mismo modo que no hay plena identificación entre el concepto jurídico de daño y el daño
efectivamente sufrido por el individuo, el resarcimiento jurídico es diferente al quantum verdaderamente
sufrido. El contenido jurídico se determina por medio de la relación de causalidad adecuada existente
entre el hecho generador y el perjuicio, que tiene entre sus funciones la de determinar hasta dónde llega la
obligación resarcitoria, de acuerdo a un régimen predeterminado de imputación de consecuencias.
En ese sentido, según nuestra ley, el daño imputable al autor de un ilícito es por regla el que se halla en
conexión causal adecuada con ese acto, o sea las consecuencias normales y previsibles de su acto (art.
1727 del C.C.C.). Como se puede observar, existe una fuerte vinculación entre el principio de reparación
plena y el régimen predeterminado de imputación de consecuencias consagrado por el Código Civil y
Comercial.
En cuanto al principio de la reparación plena o integral del daño y la medida del contenido del daño,
podemos decir que una cosa es determinar la existencia del daño y hasta dónde se extiende, y otra es
medir ese daño a fin de traducirlo en una indemnización. En efecto, una vez determinado el daño
resarcible, el principio de la reparación plena o integral es utilizado a fin de lograr la razonable equivalencia
jurídica entre el daño y la reparación.
El principio de reparación plena e integral es uno de los grandes pilares sobre los que se asienta el derecho
moderno de daños, en la búsqueda de una justa y plena reparación del daño causado. En esta tarea, se
intenta que la víctima sea resarcida en forma plena o integral y, a la vez, asegurar al responsable que no
asumirá una obligación mayor al daño que ha causado.
Tal como estudiamos en el módulo 1, al cual nos remitimos, el principio de la reparación plena o integral
ha sido reconocido como un derecho constitucional por la Corte Suprema de Justicia de la Nación 9 .
Ventajas Desventajas
Limitaciones. Remisión
En relación a la limitación de la reparación plena, algo dijimos en la unidad 1 y también lo trataremos
posteriormente. Debes relacionar estos dos puntos con el aquí expuesto para una completa noción sobre
el tema.
Si recordamos lo visto en la unidad 1, la reparación plena admite ciertos supuestos de limitación previstos
expresamente en el nuevo Código Civil y Comercial, en este sentido Galdós, (2012) enseña una serie de
ejemplos: así la limitación se da por razones de equidad (art. 1742) o de fuente convencional (art. 1743).
En otros casos, las cláusulas limitativas de responsabilidad se tienen por no escritas, como en la
responsabilidad en el transporte de personas por los daños corporales o muerte (art. 1292), en el contrato
de caja de seguridad (art. 1414), en la responsabilidad del hotelero (art. 1374) y establecimientos
equiparados (art. 1375).
Sin embargo, a los fines de ampliar la limitación al principio de reparación integral en el nuevo Código,
resulta interesante lo expuesto en los fundamentos del proyecto referido a 1) la posible limitación en otras
leyes especiales y 2) la limitación derivada de la previsibilidad contractual.
En relación a lo primero, conforme señala la Comisión Redactora, uno de los aspectos más controvertidos
de la regulación propuesta por el Proyecto de Unificación de 1998 –en materia de daño- fue la existencia
de limitaciones cuantitativas (artículo 1634). Para aclarar este punto, conviene hacer algunas precisiones:
La indemnización del daño nunca es integral, porque no coincide el daño “real” con el “jurídico”. Si hay
algo que pueda ser denominado “real”, comprende muchos aspectos que para el legitimado del derecho
son importantes, pero el sistema jurídico excluye. Por ejemplo, hay un régimen de causalidad que no cubre
todas las consecuencias, sino solo las previsibles porque hay que valorar la posición del agente. También
hay limitaciones difíciles de superar, como ocurre, por ejemplo, con la indemnización dineraria que nunca
puede conformar la desaparición de un ser querido.
La indemnización, a su vez, tiene relación con los distintos subsistemas en los que se aplica y hay
numerosos supuestos en los que hay límites en el derecho vigente. Además, muchos de ellos provienen de
convenios internacionales, como ocurre, por ejemplo, en materia de transporte aéreo.
En otros casos, hay diferentes modos de solucionar un mismo problema, como sucede con los accidentes
de la circulación: unos países lo incluyen en la seguridad social, otros lo cubren con el seguro de primera
persona, otros lo regulan mediante la responsabilidad civil, la mayoría con límites en la cobertura.
(Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci, 2012, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-
content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf).
Frente a toda esa variedad y si se considera la tradición argentina en la materia, manifiesta la Comisión
Redactora que en el Anteproyecto decidió consagrar, como principio general, la reparación plena (art.
1740 del C.C.C.). Pero aclara que, como todo principio, debe lograrse su satisfacción en la mayor medida
posible, lo que no es incompatible con que, en situaciones delimitadas, pueda armonizarse con otros
principios y establecerse una limitación por medio de leyes especiales.
En relación a la segunda, esto es, la previsibilidad contractual, dicen los fundamentos del Anteproyecto:
En un sistema que unifica la responsabilidad contractual y extracontractual, es necesario regular
claramente la previsibilidad en materia contractual.
Esta regla, con distintas variantes, es la que se admite mayoritariamente. Ha comenzado con un texto de
Paulo (19.I.21, 3) que limitaba el resarcimiento obligacional, siguiendo por un enorme caudal de reglas
casuísticas del Medioevo, hasta llegar a la obra de Molineo que estableció una fórmula única para decir
que hay un límite en la responsabilidad obligacional derivado justamente de la obligación preexistente. El
Código Civil francés (artículo 1150), dispone que "el deudor responde por los daños que ha previsto o
podido prever al celebrarse el contrato”. En el derecho anglosajón, la regla surge con el precedente
“Hadley vs. Baxendale” que toma en cuenta lo que ha sido previsible al momento de contratar. Una regla
similar es receptada en diversos textos internacionales como la Convención sobre Compraventa
Internacional de Mercaderías. En la doctrina internacional, puede señalarse que los Principios de Unidroit
disponen: “Artículo 4.4.- (Previsibilidad del daño): La parte incumplidora es responsable solamente del
daño previsto o que razonablemente podría haber previsto al momento de la celebración del contrato
como consecuencia probable de su incumplimiento”. En la legislación argentina, la norma de resarcibilidad
de las consecuencias inmediatas y necesarias está emparentada con esta antigua regla, ya que Vélez la
fundaba en Pothier citado en la nota al artículo 521.
El texto proyectado tiene las siguientes características: a) su ámbito de aplicación son los contratos, a
diferencia de la redacción original del Código Civil, que la establecía “para los daños e intereses de las
obligaciones que no tienen por objeto sumas de dinero” (Título III, artículo 520). Ello generó litigios sobre
el grado de extensión de esta limitación, que ahora es restringido solo a los contratos. b) Esta es una regla
que se aplica cuando las partes negocian el precio y, para fijarlo, necesitan conocer los riesgos que
asumen; cuanto mayor información y seguridad exista en ese momento, menor será el precio, con claro
beneficio para el conjunto de la sociedad. c) Se hace excepción al caso en que exista dolo, como es
tradición. d) No se aplica a los contratos de consumo. (Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de
Carlucci, 2012, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-
Proyecto.pdf).
Asimismo, para ampliar el punto y los supuestos de excepción remitimos a la unidad 10 y lo expuesto en la
bibliografía obligatoria (Pizarro y Vallespinos, 2014, a partir de la pág. 229).
Para comprender el nuevo art. 1740 del C.C.C., repasaremos la formulación original contenida en el Código
de Vélez y la reforma de la Ley N° 17.711.
Tal como enseñan Pizarro y Vallespinos (2014, p. 232 y ss.), el Código Civil, en la versión redactada por
Vélez Sarsfield, se inclinó por el sistema de reparación del perjuicio mediante el pago de una
“indemnización pecuniaria que fijará el juez, salvo el caso en que hubiere lugar a la restitución del objeto
que hubiese hecho materia del delito” .
El criterio seguido en el artículo señalado tenía raíces en el derecho romano y en el derecho francés. El
principio era muy claro. En primer lugar, procedía la reparación pecuniaria, salvo que la propia ley
determinara otro tipo de reparación. Esta norma funcionó por décadas sin dificultades, de suerte que, aun
luego de la reforma de 1968, la cultura jurídica argentina mantiene arraigado dicho régimen.
La formulación de Vélez fue modificada por la Ley N° 17.711, inspirada en los arts. 249 del código alemán,
el art. 2058 del código italiano y las recomendaciones propiciadas por el III Congreso Nacional de Derecho
Civil de 1961. Esta ley modificó el art. 1083 y dispone: “El resarcimiento de daños consistirá en la
reposición de las cosas a su estado anterior, excepto si fuera imposible, en cuyo caso la indemnización se
fijará en dinero. También podrá el damnificado optar por la indemnización en dinero” 11 .
La interpretación efectuada por Pizarro y Vallespinos sobre el art. 1083 del C.C. de la Nación (según texto
de la Ley N° 17.711) implica que tal norma consagra una obligación alternativa irregular (art. 635 del C.C.
de la Nación)12 , con lo cual el acreedor podrá optar por la forma y modo en que procederá la reparación:
en especie o por equivalente.
Ambos sistemas tienen igual jerarquía cualitativa, por lo cual la reparación pecuniaria no tiene calidad de
subsidiaria. Aún más, la práctica judicial demostraba que, cuantitativamente, se solicita más la reparación
pecuniaria por su carácter dinámico y sencillo. Sentado lo que antecede, veremos el régimen vigente en la
actualidad.
La actual redacción del art. 1740 establece que la reparación plena consiste en la restitución de la situación
del damnificado al estado anterior al hecho dañoso, sea por “el pago en dinero o en especie”. Pareciera ser
que el legislador se limita a describir que recepta ambas formas de resarcimiento: por equivalente o in
natura.
Sin embargo, luego, la norma otorga facultad a la víctima para que pueda optar por el reintegro específico.
Esto podría conducir a la idea que el legislador dispuso como regla la reparación por equivalente, salvo que
la víctima opte por la reparación en especie. Creemos que –del mismo modo que el sistema anterior- la
reparación en dinero no constituye la regla, ni la especifica la excepción. Ambas están en el mismo plano,
dentro del abanico de posibilidades que tiene el damnificado en cuanto hace a la forma de reparación.
En síntesis, la norma reafirma el principio de la reparación plena o completa del daño y precisa que la
indemnización puede ser en dinero o en especie; la opción corresponde al deudor, y el límite es que esta
indemnización en dinero resulte abusiva o excesivamente onerosa.
En este sentido, una innovación introducida por la norma tiene que ver con la opción ejercida por la
víctima (en especie), de la que hablamos. La norma dice, en su art. 1740, que la reparación en especie es
procedente “excepto que sea parcial o totalmente imposible, excesivamente oneroso o abusivo, en cuyo
caso se debe fijar en dinero” . Acoge aquí la norma lo que sostenían Pizarro y Vallespinos (2014), quienes
señalan que, en algunos supuestos, no procede la reparación en especie, ante la excesiva onerosidad de la
misma que importe un ejercicio abusivo del derecho por parte del acreedor a la reparación, con facultades
para que sea procedente con la reducción de equidad.
En el tercer supuesto, la norma contempla aquellos casos de lesión de daños personalísimos (como por
ejemplo el honor, la intimidad o la identidad personal); la reparación puede consistir en la publicación de la
sentencia. Este tipo de resarcimiento es a pedido de parte; no puede el juez hacerlo de oficio. Es válido
aclarar que la publicación de la sentencia no es incompatible con el pago de los daños. La publicación
tiende a evitar el daño futuro o trata de no agravarlos; tampoco elimina los daños padecidos. En estas
situaciones es perfectamente válido obtener la publicación de la sentencia además de una reparación en
dinero. Lo problemático es a cargo de quién está la publicación; la norma soluciona el problema al imponer
la misma a cargo del responsable. Dice la norma que comentamos:
Reparación plena. La reparación del daño debe ser plena. Consiste en la restitución de la situación del
damnificado al estado anterior al hecho dañoso, sea por el pago en dinero o en especie. La víctima puede
optar por el reintegro específico, excepto que sea parcial o totalmente imposible, excesivamente oneroso
o abusivo, en cuyo caso se debe fijar en dinero. En el caso de daños derivados de la lesión del honor, la
intimidad o la identidad personal, el juez puede, a pedido de parte, ordenar la publicación de la sentencia,
o de sus partes pertinentes, a costa del responsable.
En caso de daños patrimoniales indirectos, la reparación in natura no procede. Esto es así ya que no
puede reintegrarse específicamente el bien afectado cuando se lesionan derechos personalísimos, tales
como integridad corporal, honor, intimidad, etc. Ni tampoco el daño indirecto en su segunda aserción, esto
es, cuando quien pretende el resarcimiento es un tercero (por ejemplo, la viuda que reclama daño
patrimonial derivado del fallecimiento del esposo). Recordemos aquí lo expuesto en la unidad 3, punto
3.2.7, respecto al daño directo e indirecto16 (art.1749 del C.C.C.).
ii. Reparación en especie y ejecución forzada de la obligación: en la esfera del cumplimiento obligacional,
no se debe confundir la reparación del daño en especie con la ejecución forzada de la prestación debida
por el deudor o con el cumplimiento de un tercero a cargo del deudor. Ambas manifestaciones intentan
satisfacer a la prestación debida; en consecuencia, constituyen formas de cumplimiento in natura y no
reparación del daño in natura. Mediante las mismas, se realiza el interés del deudor, conforme a su
naturaleza y destino.
iii. Reparación en especie y reintegración del derecho conculcado: no se debe confundir tampoco la
reparación en especie con la reintegración del derecho conculcado a raíz del ilícito. Un buen ejemplo de
ello es el caso del robo o hurto; el responsable deberá restituir la cosa sustraída al dueño y reparar,
además, todo perjuicio que le haya producido. En concreto, la restitución de una cosa con sus accesorios
no constituye técnicamente la reparación del daño, ya que el afectado podrá también reclamar la cosa
mediante la acción reivindicatoria. Quien restituye la cosa pone fin a la acción dañosa ya iniciada, pero no
repara el daño causado derivado de la privación de la cosa, o el daño moral que pueda haber originado. Si
la cosa se destruye, el derecho a obtener la prestación se convierte en derecho a la reparación y en ese
caso puede operar la indemnización por equivalente de su valor y accesorios (art. 1747 del C.C.C.).
iv. Reparación en especie y daño ambiental: esta forma de reparación tiene gran relevancia en materia de
daño ambiental, ya que permite intentar restablecer la situación anterior, conculcada por el ilícito, lo cual
es compatible con los principios que determinan el desmantelamiento de sus efectos y los principios
ambientales (art. 41 de la C.N., Ley N° 25.675). Ejemplo de este modo de reparación del daño ambiental
son el saneamiento de un río contaminado, la recolección de residuos en baldíos, la reforestación en zonas
incendiadas, etc.17
c) Que no importe un ejercicio abusivo del derecho (arts. 1740 y 10 del C.C.C.): la doctrina ya sostenía esta
limitación para la reparación en especie. Actualmente, conforme el art. 1740 del C.C.C., no opera cuando la
misma suponga un ejercicio abusivo del derecho (art. 10 del C.C.C.). En tal caso, el deudor podrá solicitar el
pago de una indemnización pecuniaria. Corresponde al deudor alegar y probar dicha onerosidad excesiva.
d) Que no sea de aplicación la facultad de atenuar la indemnización por razones de equidad (art. 1742 del
C.C.C.): en caso de serlo, el derecho del demandado no puede ser limitado en razón de haberse articulado
la retención de reparación en especie, con lo cual deberá proceder la reparación pecuniaria.
Habíamos dicho que la reparación del daño moral se efectúa mediante el equivalente pecuniario. Esta es la
regla, pero nada obsta la viabilidad de condenar el pago de un equivalente no pecuniario, consistente en la
publicación de la sentencia o la retractación del ofensor como medio de reparar a la víctima el daño
causado.
Los métodos de reparación por equivalente no pecuniario son variados. Uno de ellos es la retractación, que
se configura cuando el ofensor se desdice públicamente y admite lo injustificado de su ataque; otro es la
rectificación de errores o falsedades difundidas en los medios de comunicación; la tercera posibilidad es la
publicación de la sentencia condenatoria al ofensor. Esta forma de reparación se encuentra avalada por la
mayoría de los Tribunales Internacionales18 , llegándose incluso –en algunos casos- a la condena de
publicar la sentencia de desagravio en internet19 .
En materia de ilícitos, es factible esta reparación en los casos de lesiones contra el honor causadas, por
ejemplo, por los medio de comunicación, donde la publicación de la sentencia condenatoria 20 , o bien la
publicación de la retractación del ofensor pueden tener virtualidad resarcitoria idónea para eliminar o
disminuir los efectos del daño21 .
En efecto, además de la indemnización pecuniaria –ante la constatación de un daño extra patrimonial-
puede resultar factible conferir al afectado el derecho a exigir –y obtener- el cese inmediato de la violación
o la eliminación del daño, de ser posible, sea mediante la retractación por parte del ofensor o la
publicación de la sentencia que así lo ordena.
Es discutible si esta reparación es in natura o por equivalente no dinerario. Consideramos que estas
publicaciones tienen el carácter de reparación del daño por equivalente no pecuniario con aptitud para
neutralizar sus efectos futuros.
Al respecto, dice el C.C.C.: “Art. 1740. En el caso de daños derivados de la lesión del honor, la intimidad o la
identidad personal, el juez puede, a pedido de parte, ordenar la publicación de la sentencia, o de sus partes
pertinentes, a costa del responsable” .
Enseñan Pizarro y Vallespinos (2014) que diversas cuestiones deben tenerse en cuenta a la hora de
determinar esa indemnización:
a) El principio del interés: a la hora de valorar y cuantificar el perjuicio (moral o patrimonial) se debe tener
en cuenta el damnificado concreto y no uno hipotético. En consecuencia, se deberá tener en miras la
relación especial que tenía el afectado sobre la cosa o bien jurídico dañado. Esto es lo que normalmente se
denomina “principio del interés” (Pizarro y Vallespinos 2014).
i. Daño patrimonial directo: el mismo es el que –al tomar en cuenta el objeto del daño- recae
“directamente” sobre el patrimonio de la víctima y no sobre cuestiones extrapatrimoniales como los
derechos personales o el honor. En este caso, se deberá el valor ordinario del bien más el valor subjetivo
(material o espiritual), en función de las circunstancias del caso. Es decir que, si bien el valor
indemnizatorio coincide con el valor del bien en plaza o mercado, en el caso concreto podría aumentarse el
mismo en función del valor subjetivo. Excepcionalmente, la ley solo toma en cuenta el valor objetivo, como
ocurre en la expropiación.
ii. Daño patrimonial indirecto: el daño patrimonial indirecto recae en la persona, los derechos o facultades
de la víctima. El principio del interés tiene un sentido aún más contundente, en tanto se deben computar
las condiciones particulares del afectado: edad, condición familiar, sexo, profesión, entidad cualitativa del
daño y posibilidades de superación, etc. Estas circunstancias deben ser ponderadas con razonabilidad,
prudencia y flexibilidad.
iii. Daño moral: en el daño moral, el principio de interés afecta notablemente la indemnización en cuanto
la misma debe tener en cuenta el carácter personal y subjetivo y poner acento en la espiritualidad del
afectado.
c) Valoración y cuantificación del daño: la valoración y cuantificación del daño son dos operaciones
diferentes. La valoración del daño implica constatar su existencia y entidad cualitativa (aestimatio) del
daño. Se constata la existencia en el mundo de los hechos. Posteriormente se produce la cuantificación del
daño (taxatio), que implica traducir y liquidar dicho perjuicio en una indemnización.
La indemnización dineraria del daño patrimonial por lesiones o incapacidad física o síquica.
Valuación del daño patrimonial por incapacidad y pérdida de la vida humana. Determinación del
perjuicio. Liquidación del lucro cesante futuro en ambos casos. Distintos criterios doctrinarios y
jurisprudenciales (utilización de fórmulas matemáticas, los baremos, factores de corrección y otras
pautas valorativas). Criterios del Tribunal Superior de Justicia de la Provincia de Córdoba y de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación
En este punto analizaremos la función resarcitoria en relación a los daños a las personas. Antes habíamos
dicho que la primera parte del artículo 1738 del C.C.C. regula la indemnización, establece que, en los
daños patrimoniales, comprende: i) la pérdida o disminución del patrimonio de la víctima, es decir, el daño
emergente, ii) regula el lucro cesante, entendido como una merma en el beneficio económico esperado,
de acuerdo a la probabilidad objetiva de su obtención y iii) también regula la pérdida de chances, con
ampliación en el art. 1739 (segunda parte), donde se establece que la pérdida de chance es indemnizable
en la medida en que su contingencia sea razonable y guarde una adecuada relación de causalidad con el
hecho generador.
También habíamos trabajado el daño moral, que se encuentra previsto en el artículo 1741 del C.C.C. bajo
el título de “Indemnización de las consecuencias no patrimoniales”. Allí se establece que el daño moral es
resarcible y que el monto de la indemnización del daño moral debe fijarse al ponderar las satisfacciones
sustitutivas y compensatorias que pueden procurar las sumas reconocidas
Finalmente, establecimos que el art. 1738 del C.C.C. contiene una especial mención a las consecuencias de
la violación de los derechos personalísimos de la víctima, de su integridad personal, su salud psicofísica, sus
afecciones espirituales legítimas y las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida. Estos daños a
la persona no constituyen una tercera categoría, sino que, ante la lesión de un derecho personalísimo
(como el honor) puede derivar en daño patrimonial o no patrimonial, según sea el caso.
En síntesis, conforme lo expuesto, el sistema resarcitorio del nuevo Código Civil y Comercial comprende el
daño patrimonial en sus clásicas categorías:
En ambos casos, el Código otorga pautas que permiten apreciar su existencia (valoración), para luego
establecer su monto (cuantificación). Recordemos aquí que la valoración y cuantificación del daño son dos
operaciones diferentes que deben hacer jueces y abogados. La valoración del daño implica constatar su
existencia y entidad cualitativa (aestimatio). Se constata la existencia en el mundo de los hechos.
Determinada la existencia, el segundo paso es la cuantificación del daño (taxatio) que implica traducir y
liquidar dicho perjuicio en una indemnización.
El juez no solo debe analizar la existencia de una incapacidad física o síquica, sino que el razonamiento
juridicial también implica analizar de qué manera esa incapacidad afecta a la víctima. En principio, la lesión
a la incolumidad de la persona (en su faz psicofísica) no es resarcible per se, toda vez que las aptitudes del
ser humano no están en el comercio ni pueden cotizarse directamente en dinero, por lo que carecen de un
valor económico intrínseco (aunque – indirectamente- el valor pueda encontrarse en cuanto instrumento
de adquisición de ventajas económicas). Consecuentemente, el daño patrimonial derivado de tal
incapacidad gira alrededor de los beneficios materiales que la persona –afectada en su plenitud y
capacidad- hubiera podido lograr de no haber padecido la lesión incapacitante.
Lo que se computa al indemnizarse la disminución sufrida por la víctima es: a) el disvalioso desequilibrio
espiritual que la invalidez supone (daño moral); b) las erogaciones que demanda la incapacitación (daño
emergente) y c) las ganancias dejadas de percibir o afectación de las aptitudes productivas de la persona
(lucro cesante y pérdida de chance). La incapacidad no es el daño sino la causa jurídica de los daños a
reconocer (CCC, Córdoba, Comini, Eduardo José C/ Municipalidad de Córdoba – Ordinarios – Otros –
Recurso De Apelacion”, Sentencia del 5 de diciembre del 2012, Fallos: EXPTE. Nº 1864798/36).
La indemnización dineraria del daño patrimonial por lesiones o incapacidad física o síquica. Valuación
del daño patrimonial por incapacidad y pérdida de la vida humana
En cuanto a los parámetros para resarcir el daño patrimonial en las personas, el nuevo Código contempla
dos supuestos especiales: la indemnización por fallecimiento establecida en el art. 1745 y la indemnización
por lesiones o incapacidad física o psíquica establecida en el 1746.
Respecto de la primera, la norma establece que, en caso de muerte, la indemnización debe consistir en:
a. los gastos necesarios para asistencia y posterior funeral de la víctima. El derecho a repetirlos incumbe a
quien los paga, aunque sea en razón de una obligación legal;
b. lo necesario para alimentos del cónyuge, del conviviente, de los hijos menores de veintiún años de edad
con derecho alimentario, de los hijos incapaces o con capacidad restringida, aunque no hayan sido
declarados tales judicialmente; esta indemnización procede aun cuando otra persona deba prestar
alimentos al damnificado indirecto; el juez, para fijar la reparación, debe tener en cuenta el tiempo
probable de vida de la víctima, sus condiciones personales y las de los reclamantes;
c. la pérdida de chance de ayuda futura como consecuencia de la muerte de los hijos; este derecho
también compete a quien tenga la guarda del menor fallecido.
Como se advierte, respecto a la indemnización por fallecimiento, la norma toma como pauta no solo los
gastos para asistencia y posterior funeral de la víctima, sino lo necesario para alimentos del cónyuge, del
conviviente, de los hijos menores de 21 años de edad (recordemos que la mayoría de edad se adquiere,
luego de la reforma legislativa a los 18 años de edad) con derecho alimentario, hijos incapaces o con
capacidad restringida, aunque no hayan sido declarados tales judicialmente. También procede cuando
otra persona deba prestar alimentos al damnificado indirecto. En cuanto a la cuantificación en sí misma,
la reparación debe tener en cuenta:
El tiempo probable de vida de la víctima, sus condiciones personales y las de los reclamantes, la pérdida de
chance de ayuda futura como consecuencia de la muerte de los hijos; este derecho también compete a
quien tenga la guarda del menor fallecido.
En el segundo supuesto trabaja la indemnización por lesiones o incapacidad física o psíquica, conforme el
art. 1746 del C.C.C. que establece que en caso de lesiones o incapacidad permanente, física o psíquica,
total o parcial, la indemnización debe ser evaluada mediante la determinación de un capital, de tal modo
que sus rentas cubran la disminución de la aptitud del damnificado para realizar actividades productivas o
económicamente valorables, y que se agote al término del plazo en que razonablemente pudo realizar
tales actividades. Se presumen los gastos médicos, farmacéuticos y por transporte que resultan razonables
en función de la índole de las lesiones o la incapacidad. En el supuesto de incapacidad permanente se
debe indemnizar el daño, aunque el damnificado ejerza una tarea remunerada. Esta indemnización
procede aun cuando otra persona deba prestar alimentos al damnificado.
Se ha dicho que la norma parece adecuarse al criterio de la CIDH sobre la cuantificación del lucro cesante
por la pérdida de ingresos económicos futuros, en cuanto “es posible cuantificarlo a partir de ciertos
indicadores mensurables y objetivos” (Curuchet, 2015, p. 10) e implica la imposibilidad de aplicar criterios
de evaluación meramente subjetivos. El eje central de la reforma implica establecer ciertos parámetros o
estándares que permitan limitar la discrecionalidad del juez, a los fines que las partes puedan controlar la
decisión judicial.
Como mencionamos anteriormente, el artículo 1746 establece una presunción legal de lucro cesante o
pérdida de chance por pérdida de capacidad de ganancias en el supuesto de daños a la integridad
psicofísica. Esta presunción no cede ni aun en los supuestos en que el damnificado continúe ejerciendo
una tarea remunerada o en el caso que otra persona deba prestarle alimentos. Esta afirmación será
analizada en el apartado siguiente.
En cuanto al modo de cálculo que propone la norma, la doctrina (Curuchet,2015) distingue tres elementos
diferentes: a) debe consistir en un capital global (no en un pago periódico); b) las rentas de ese capital
deben ser equivalentes a la disminución de la aptitud para obtener ingresos; c) el capital debe agotarse al
término de un plazo que deberá fijar el juez, se debe tener en cuenta el tiempo que razonablemente el
damnificado hubiera podido continuar con el desarrollo esas tareas. El C.C.C., al hablar de capital, lo legisla
de tal modo que sus rentas cubran la disminución de la aptitud del damnificado para realizar actividades
productivas o económicamente valorables, y que se agote al término del plazo que razonablemente pudo
continuar en ejercicio de tales actividades. Todo lo cual es indicativo para evitar desequilibrios a la hora de
la cuantificación.
Liquidación del lucro cesante futuro en ambos casos. Distintos criterios doctrinarios y jurisprudenciales
(utilización de fórmulas matemáticas, los baremos, factores de corrección y otras pautas valorativas).
Criterios del Tribunal Superior de Justicia de la Provincia de Córdoba y de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación
La indemnización dineraria del daño moral. Valoración del daño moral. Pautas aplicables. La
cuantificación de la indemnización dineraria por daño moral. Las
satisfacciones sustitutivas y compensatorias
En relación al daño26 moral, el nuevo Código establece una pauta concreta: el monto de la indemnización
debe fijarse al ponderar las satisfacciones sustitutivas y compensatorias que pueden procurar las sumas
reconocidas (art.1741)27 .
Dice Galdós:
Las satisfacciones sustitutivas y compensatorias a las que se refiere la norma aluden al denominado precio
del consuelo que procura la mitigación del dolor de la víctima a través de bienes deleitables que conjugan
la tristeza, la desazón o las penurias [se trata] de proporcionarle a la víctima recursos aptos para menguar
el detrimento causado [o permitirle] acceder a gratificaciones viables y confortar el padecimiento con
bienes idóneos para consolarlo, o sea para proporcionarle alegría, gozo, alivio, descanso de la pena
(Galdós, 2015, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-content/uploads/2015/05/El-da%C3%B1o-moral-
contractual-y-extracontractual.-Por-Jorge-Mario-Gald%C3%B3s.pdf).
El Código Civil derogado definía a la cláusula penal como “aquella en que una persona, para asegurar el
cumplimiento de una obligación, se sujete a una pena o multa en caso de retardar o de no ejecutar la
obligación”28 .
En el actual Código, la cláusula penal –como las sanciones conminatorias- está contemplada en el Libro
Tercero, Título I, Capítulo 3, Sección 5ª del Proyecto; es decir, dentro del capítulo dedicado a las clases de
obligaciones y luego de cuatro secciones que la clasifican en relación a la prestación.
El concepto de la cláusula penal está en el art. 790 del C.C.C. Dice la norma: “Art. 790. Concepto. La
cláusula penal es aquella por la cual una persona, para asegurar el cumplimiento de una obligación, se
sujeta a una pena o multa en caso de retardar o de no ejecutar la obligación” 29.
Esta norma es casi una reproducción del art. 652 del Código Civil derogado, en la que se receptan las dos
especies de cláusula penal: moratoria y compensatoria. No obstante, esa similitud, solo se advierte una
modificación de tipo gramatical: se reemplaza en el art. 652 del Código derogado la expresión “aquella en
que una persona” por “aquella por la cual una persona”.
La cláusula penal es una estipulación de carácter accesorio que tiene por finalidad asegurar el
cumplimiento de la relación principal, ya que media la imposición de una pena privada a la que se somete
el deudor en caso de operar el incumplimiento de su prestación. En tal sentido, posee una función
compulsiva, ya que implica la procedencia de la penalidad en caso de inejecución absoluta o relativa de la
prestación comprometida. Sumado a ello, posee una función resarcitoria, ya que importa una
predeterminación convencional y anticipada de los daños y perjuicios que se pagarían en caso de
incumplimiento. Esto tiene sus ventajas prácticas, ya que deja clara la existencia y cuantía del daño
anticipadamente.
Esta institución tiene una evolución histórica desde el derecho romano, pasando por el derecho español y
francés antiguo (Pizarro y Vallespinos, 2014). Sin embargo, podemos sintetizar dicho proceso, con un grado
elevado de generalización y decir que la mencionada institución pasó por su etapa de pena privada en los
derechos romano y español antiguo con una función resarcitoria; luego, cláusula de evaluación
convencional anticipada de daños, con función punitiva, en el derecho francés antiguo; y en el código
francés se convierte en una institución mixta (punitoria y resarcitoria).
Los caracteres de la cláusula penal son:
a) Voluntaria.
b) Accesoria.
c) Condicional.
d) Preventiva.
e) Subsidiaria.
f) Definitiva.
g) Relativamente inmutable.
h) De interpretación restrictiva.
Función preventiva y sancionatoria del derecho de daños
Existen diversas limitaciones a este principio que surgen de un intento conciliatorio del mismo con otros
principios de orden económico e ideológico. Analicemos diferentes razones que justifican el apartamiento
del principio de reparación integral.
Razones que pueden justificar el apartamiento del principio de reparación plena o integral
En muchos casos, la realidad económica muestra que no alcanza con tener en miras a la víctima al
momento de pensar en el resarcimiento, sino que también es necesario poder asegurar que el sistema
resarcitorio funcione correctamente. En otras palabras, no solo es necesario identificar al dañador, el
mismo tiene que ser solvente y realizar un pago con perspectivas temporales razonables. De allí que a
veces se intente incentivar el seguro, sobre todo respecto del uso de cosas cuya donosidad sea alta,
actividades peligrosas, etc.
Los fondos de garantía son otra forma de colectivización de riesgo que puede ser válidamente utilizado.
El principio de reparación plena e integral es muy valioso; sin embargo, hay que buscar soluciones
pragmáticas que resuelvan los problemas que circundan al daño. En consecuencia, el seguro puede ser una
alternativa válida sin que ello implique constituirlo como regla ni dejar sin vigencia el principio de
reparación plena e integral.
En algunas ocasiones se intenta diluir los efectos del daño repartiéndolo en la mayor medida posible. Esto
responde a una política de distribución de la carga del daño, tarea que normalmente corresponde a la
seguridad social, pero que en muchas ocasiones ha sido asumida por la responsabilidad civil. En este
esquema, el seguro tiene un papel de gran relevancia y denota frecuentemente limitaciones a la
responsabilidad.
Esto no quiere decir que siempre sea favorable utilizar estas técnicas. El exceso de reparto del daño puede
desalentar políticas preventivas, ya que el eventual daño lo repararía toda la sociedad o un grupo de esta.
Quienes participan de estas ideas proponen la utilización de tarifaciones de modo de prever la deuda
originada en eventuales daños. Esto repercute favorablemente respecto del seguro y al momento de
optimizar costos terciarios del daño (v. g., costos judiciales, etc.).
Veamos algunos ejemplos en los cuales el principio de la reparación plena e integral presenta excepciones:
a. La Ley N° 24.557, en materia de riesgos del trabajo, consagra un sistema de indemnización tarifada para
todo el daño, tanto patrimonial como moral, que derive de incapacidad o muerte del trabajador producida
durante su prestación de servicio laboral. Esta norma, en cuanto limita el resarcimiento, fue declarada
inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el precedente Aquino.
b. En materia de despido incausado, la Ley de Contrato de Trabajo establece un daño tarifado que cubre el
daño material y moral derivado del despido (art. 245 y conc., LCT).
c. En el derecho aeronáutico rige el principio de la limitación indemnizatoria de todo daño causado a
personas y cosas transportadas y a terceros en la superficie (arts. 144, 160 y conc., Cód. Aeronáutico).
d. Similares limitaciones se evidencian en el derecho de la navegación (arts. 277, 278, 317 y conc., ley
20094).
Estas limitaciones son constitucionales a priori; sin embargo, en el caso concreto, si la indemnización
resultara irrazonable y se menoscaba el derecho a la reparación integral con jerarquía constitucional, se
podrá solicitar la declaración de inconstitucionalidad de la norma lesiva.
a. Exclusión de la legitimación activa a determinados damnificados (v. g., art. 1741 C.C.C.); si bien el
nuevo Código amplía la legitimación activa para algunos sujetos, otros quedan fuera de la nómina (por
ejemplo, hermanos no convivientes del causante).
b. Exclusión de ciertas categorías de daños.
c. Aumento de requisitos para dificultar el ejercicio de la acción resarcitoria (v. g., doctrina de la real
malicia en materia de prensa).
Derecho comparado
El principio de reparación plena o integral ha sido adoptado en la mayoría de los países. En el derecho
francés, la doctrina y jurisprudencia lo admiten sin ningún inconveniente como principio general. Sin
perjuicio de ello, también existen las corrientes críticas al respecto. La Corte de Casación francesa ha
mantenido firmeza respecto de la aplicación de este principio.
En el derecho inglés, la reparación integral del daño es la regla en materia contractual y extracontractual.
En el derecho comunitario europeo, el principio es evocado por la resolución del Consejo de Europa (1975).
Ya nos referimos a las funciones del derecho de daños en la unidad 1 y en el encabezamiento de esta
lectura. También algo dijimos sobre la regulación legal de la función preventiva. Mencionamos que la
misma es beneficiosa tanto para los damnificados como para los responsables. Más aun cuando tomamos
conciencia de que la reparación del daño, la mayoría de las veces, es relativa, o incluso cuando sea posible,
el bien perece en la realidad, con lo cual la sociedad experimenta un daño, más allá de quién afronte las
consecuencias. De allí la importancia de la prevención. Imaginemos por ejemplo el daño ambiental, aun
cuando se condene su reparación –económica- el daño causado es inestimable y difícilmente puedan
volverse las cosas al estado anterior.
Antes del dictado del nuevo Código Civil y Comercial, es decir, mientras se encontraba en vigencia el
Código Civil, se sostenía la existencia de diversas formas de prevención: una de forma general que opera
de modo indirecto, por disuasión, y que se plasma como una amenaza efectiva ante la consecuencia
jurídica que la norma establece frente a un resultado dañoso, y otra, más específica, que funciona en un
marco acotado de actividades peligrosas o riesgosas. En concreto, la ley debe imponer ciertos deberes
especiales a quienes pueden controlar los riesgos por ellos desplegados, utilización de medidas de
seguridad, etc.
Pero, así como valoramos la idea de prevenir, la cuestión debe ser analizada con mucho cuidado, ya que
una excesiva tutela preventiva puede avanzar sobre los derechos del potencial dañador (a trabajar, etc.) o
inclusive paralizar la economía. Por otro lado, se debe realizar un análisis económico del derecho : en qué
casos conviene y hasta qué limite prevenir. Por último, debemos prestar especial atención en qué
supuestos la prevención del daño debe ser más fuerte que en otros, o si debería ser igual en todos los
casos. Muchos son los factores que se deben tener en cuenta para resolver adecuadamente esta cuestión.
En ese sentido, se deberá tener en cuenta:
a. Que la amenaza de causación del daño provenga de una actividad potencialmente antijurídica.
b. Que debe existir una razonable relación entre el hecho potencialmente generador del daño y el
perjuicio.
c. La amenaza del daño debe proyectarse sobre un interés no ilegítimo.
d. La acción dañosa debe ser futura, de lo contrario, mal podría prevenirse.
e. No debe haber normas que prohíban la prevención (v. g., en materia de prensa, la Constitución no
permite la censura previa).
En la Argentina, la tutela sustancial inhibitoria, antes de la vigencia del Código Civil y Comercial,
contemplaba:
a) El art. 43 de la Constitución Nacional, que reconoce la acción expedita y rápida de amparo.
b) El art. 1071 del Código Civil derogado, que veda el ejercicio abusivo del derecho.
c) El art. 1071 bis del Código Civil derogado, que otorga tutela jurídica a la intimidad.
d) El art. 2499 del Código Civil derogado, que regula la turbación de la posesión en razón de una obra
nueva.
e) El art. 2788 in fine, que otorga a quien ejerce la acción reivindicatoria la posibilidad de impedir
deterioros de la cosa reivindicada.
f) El art. 1628 del Código Civil derogado, que dispone las condiciones para el cese de molestias ocasionadas
por humo, calor, olores, luminosidad, ruido, vibraciones o daños similares.
g) Los arts. 3157 y 3158 del Código Civil derogado, que le reconocen al acreedor hipotecario su derecho a
asegurar el crédito por medio de medidas cautelares.
h) El art. 79 de la Ley N° 11.723 de Propiedad Intelectual, que autoriza la suspensión preventiva de
espectáculos y toda otra medida que sea apta para proteger los derechos reconocidos en dicha normativa.
i) Los arts. 42 y 52 de la Ley de Defensa del Consumidor. Los mismos conceden medidas administrativas y
judiciales para defender los derechos de los consumidores y usuarios.
j) La Ley N° 13.512 de Propiedad Horizontal, que prohíbe a los propietarios de unidades a dar destino
indebido a dichas unidades o turbar la tranquilidad o seguridad de los vecinos.
k) El art. 21 de la Ley N° 18.248 sobre el Nombre de las Personas, que reconoce el derecho de pedir el cese
del uso indebido del nombre del actor.
l) En materia de competencia desleal (Ley N° 22.262 y Decreto 2284/19), se autoriza la adopción de
medidas de no innovar e incluso el cese o abstención de la conducta.
m) El art. 1 de la Ley de Actos Discriminatorios N° 23.592 dispone que quien realice actos discriminatorios
deberá cesar en su acción.
Consagración del deber de no dañar y deber general de prevención. Art. 1710, incisos “a” y “b” del
Código Civil y Comercial
Art. 1711. Acción preventiva. La acción preventiva procede cuando una acción u omisión antijurídica hace
previsible la producción de un daño, su continuación o agravamiento. No es exigible la concurrencia de
ningún factor de atribución.
Art. 1712. Legitimación. Están legitimados para reclamar quienes acreditan un interés razonable en la
prevención del daño.
Art. 1714. Sentencia. La sentencia que admite la acción preventiva debe disponer, a pedido de parte o de
oficio, en forma definitiva o provisoria, obligaciones de dar, hacer o no hacer, según corresponda; debe
ponderar los criterios de menor restricción posible y de medio más idóneo para asegurar la eficacia en la
obtención de la finalidad.
En la primera norma se establece el deber general de prevenir el daño (art.1710). Aquí, el Código Civil y
Comercial sigue y amplía los lineamientos de los proyectos de 1992 y 1998, adecuándolos a la evolución y
desarrollo doctrinario y jurisprudencial y al actual estado de la cuestión (Galdós, 2012).
Entre las notas sobresalientes mencionamos que se sienta específicamente el deber de evitar, causar o
producir a las personas o a las cosas un daño no justificado y se consagra el deber general de diligencia de
actuar, es decir, de obrar según las conductas positivas o de acción, tanto para evitar la producción de un
daño probable como para disminuir su magnitud o impedir su agravamiento. Todo esto sobre la base del
principio de buena fe y de razonabilidad que atienda a las singularidades de cada caso, conforme el art.
1710, correlacionado con la pauta general de valoración de conducta que establece el art. 1725 ("cuanto
mayor sea el deber de cobrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia
exigible al agente y la valoración de la previsibilidad de las consecuencias" ), en sentido congruente con la
directiva de ejercer los derechos de buena fe establecido en los arts. 9,10 y 11 del C.C.C. (Galdós, 2012).
En definitiva, el deber general de acción u omisión se centra en evitar o impedir el daño futuro, hacer cesar
el daño actual, disminuir la magnitud y disminuir la extensión de las consecuencias del daño que comenzó
a producirse. La magnitud del daño se relaciona con el aspecto cualitativo (la entidad o medida del
perjuicio); la extensión, con el tiempo o su prolongación, por lo que se advierte que la tutela comprende
todas las etapas y supuestos posibles de evitación de la dañosidad (Galdós, 2012).
Además, cuando las medidas adoptadas se traduzcan en un beneficio económico para quien hubiera
padecido el daño, que en definitiva se evitó, quien hubiera incurrido en gastos tiene derecho a su
reembolso según el régimen del enriquecimiento sin causa (inciso “c”, parte final). En el supuesto de
estado de necesidad, el damnificado tiene derecho a una indemnización de equidad. Los incisos “c” de los
arts. 1710 y 1718 del C.C.C. son supuestos particulares en los que se exceptúa la aplicación del principio
general de la reparación plena.
En el ámbito contractual, la prevención del daño comprende la tutela preventiva, ya que en caso de que
una parte sufriere "una amenaza grave de daño a sus derechos", la otra parte que "ha sufrido un
menoscabo significativo en su aptitud para cumplir o en su solvencia" puede "suspender" el cumplimiento
de la prestación, hasta que la otra parte cumpla su prestación o "dé seguridades suficientes" .
La doctrina (Galdós, 2012) nos hace notar que esta idea de prevención también se encuentra en otros
supuestos, así por ejemplo los consumidores pueden pedir el cese de la publicidad ilícita, la publicación de
anuncios rectificatorios y de la sentencia condenatoria (art. 1102). Igualmente, en la protección de la
persona humana (art. 51) y en la protección por las afectaciones a la dignidad (art. 52), se acentúa la tutela
de prevención (que se suma a la de reparación), porque, si se afecta la intimidad personal o familiar, la
honra o reputación, imagen o identidad, o resultare menoscabo de la dignidad personal (arts. 52 y
1770), se aplican las disposiciones de los arts. 1708, 1710, 1711, 1172, 1173 y concs.
37 Art. 1725 – Ley N° 26.994. Op. cit.
La acción genérica para impedir la producción del daño, su continuación o su agravamiento. Aspectos
procesales regulados por el Código Civil y Comercial
La acción preventiva está regulada en el artículo 1711 del C.C.C., que procede cuando una acción u
omisión antijurídica hace previsible la producción de un daño, su continuación o agravamiento. No es
exigible la concurrencia de ningún factor de atribución.
La acción preventiva puede ser provisional o definitiva, incluso en el marco de un proceso autosatisfactivo,
y se receptan en sentido amplio las figuras de derecho sustancial elaboradas por la doctrina, la tutela civil
preventiva y de la tutela inhibitoria, y las de derecho procesal, como las medidas autosatisfactivas y la
cautela provisoria, las interinas y las definitivas (Galdós, 2012).
El instituto receptado es una norma eminentemente sustancial o de fondo, pero igualmente adjetiva o
procedimental, porque establece las bases inderogables que deberán respetar las legislaciones locales que
regulen sus aspectos procesales.
Se incorpora una norma que establece la legitimación a quien tiene un interés razonable (art. 1712); no
abarca a todos los damnificados indirectos, solo a los directos (sea que sufrieron o pueden sufrir un daño),
respecto de los cuales se presume el interés para deducir la pretensión de prevención. Para los
damnificados indirectos, únicamente si demuestran, aun sumariamente, su interés.
Procede contra actos u omisiones antijurídicas, por lo que el hecho generador debe ser, en principio, ilícito.
Podría no estar excluido el caso de acto lícito dañoso o con potencialidad dañosa, aunque debe ser
apreciado más restrictivamente, porque en tal supuesto no rige la presunción de admisibilidad; este
aspecto puede resultar problemático en la praxis. En este sentido, Vázquez Ferreyra entiende que
para que pueda hacerse valer la función preventiva, la antijuridicidad al ser calificativa de la conducta,
deberá ser una antijuridicidad formal y no meramente material. No sería nuestro juicio admisible una
acción preventiva contra una conducta lícita por la mera posibilidad de que pueda ser generadora de un
daño (Vázquez Ferreyra, 2015, p. 1).
Ello, aun cuando ese eventual daño puede configurar una violación al deber general de no dañar (neminem
lædere). Reflexiona el autor que es la conducta potencialmente dañosa y considerada en sí misma la que
debe ser contraria a una norma del ordenamiento jurídico. Una conducta potencialmente dañosa, pero
lícita no viabilizaría la acción preventiva. Conducir un automotor, por más que pueda ser causa potencial
de algún perjuicio, no justifica una acción preventiva (Vázquez Ferreyra, 2015). Se advierte en ese punto lo
problemático que podría resultar la admisión de la pretensión ante un acto lícito. La teoría del análisis
económico del derecho y el principio de razonabilidad (juicio de proporcionalidad) podrían resultar
herramientas útiles para solucionar los posibles conflictos.
En relación a los otros presupuestos o elementos de la responsabilidad civil, la medida es independiente
del factor subjetivo u objetivo de atribución y debe guardar adecuada relación de causalidad con el
resultado probable, es decir, con el perjuicio esperable según el curso normal de las cosas (arts. 1725,
1726, 1727 del C.C.C.).
La sentencia puede ser dictada de modo provisorio o definitivo, principal o accesorio, a pedido de parte o
de oficio, en un proceso ya iniciado o promovido solo a esos efectos, otorgándose al juez amplias
facultades para dictar mandatos de dar, hacer o no hacer. La facultad oficiosa del juez solo puede actuar en
el marco de un proceso iniciado o en curso. La norma dice que el juez "debe" disponer las medidas; lo que
debe entenderse imperativo solo con relación al dictado del pronunciamiento, pero no de su recepción, la
que es facultativa para el juez, según los criterios de ponderación fijados. Además, y dada la naturaleza de
las facultades judiciales, somos de la opinión que el magistrado también podría modificar la pretensión y
adecuarla a las circunstancias del caso (por ejemplo, una obligación de dar sumas de dinero modificarla en
una obligación de hacer).(Galdós, 2012,
https://docs.google.com/document/d/1FIyuge7BbmGzxkkTtZbkCOtnDRuD7XB36uKsDKV1GNk/edit).
Esto es problemático si se relaciona con la regla técnica de congruencia . De todos modos, por analógica, se
puede aplicar la mutabilidad propia de las medidas cautelares.
La medida y razonabilidad de la extensión del mandato debe resultar de un juicio de ponderación y la
fórmula de peso (Alexi, 2010), se debe prestar atención a la menor restricción posible del derecho limitado
y a la idoneidad de la restricción con relación a la obtención de la eficacia del resultado. Galdós (2012) la
explica según el juicio de comparación entre la entidad y atendibilidad de los derechos en pugna. Deben
prevalecer los extrapatrimoniales por sobre los patrimoniales, los derechos de incidencia colectiva sobre
los derechos individuales, según la naturaleza de los intereses en conflicto, y predominar la tutela de la
persona por sobre el patrimonio.
La tutela procesal inhibitoria. Nociones. Acciones procesales inhibitorias (medidas cautelares, acción
de amparo, habeas data, procesos inhibitorios comunes). Procesos colectivos
La tutela procesal inhibitoria en Argentina se potencia con la vigencia del Código Civil y Comercial. En
efecto, la introducción de un precepto normativo mixto (con carácter sustancial y procesal), como la
descrita en el punto que antecede, implica una nueva pauta interpretativa que permite ampliar la
aplicación de las herramientas procesales vigentes. Es decir que las tutelas procesales existentes se
mantienen con vigencia paralela a la acción (rectius: pretensión) preventiva sustancial, puede ocurrir que
dentro de un proceso preventivo el juez dicte una medida cautelar preventiva. O bien que la pretensión
preventiva sustancial sea encaminada mediante un proceso preventivo como el amparo o las tutelas
anticipadas.
En una sintética enumeración, las herramientas procesales preventivas que podemos citar son:
a) Las medidas cautelares, particularmente la tutela anticipada, la de no innovar e innovativa.
b) Las medidas autosatisfactivas que no revisten la naturaleza de las cautelares, pues no son accesorios de
otra pretensión principal y se agotan a sí mismas.
c) Los procesos urgentes que implican una pretensión de naturaleza constitucional, tal como el amparo,
habeas data, etc.
Los supuestos para su procedencia son: urgencia impostergable en su ejercicio, amenaza de lesión actual o
inminente, previsibilidad objetiva de la producción del daño, situación de riesgo que torne justificable un
pronunciamiento judicial de hacer o no hacer para evitar daños irreversibles. Para garantizar el pago de
posibles daños que la medida puede generar, se exige contracautela.
ARTÍCULO 1746.-. Daño a derechos individuales homogéneos. Hay daños a derechos individuales divisibles
o diferenciados, generados en forma indirecta por la lesión a un derecho colectivo o provenientes de una
causa común, fáctica o jurídica. Pueden demandar la reparación de esta clase de daños:
a) el afectado individual o agrupado que demuestre un interés propio;
b) el Defensor del Pueblo de la Nación, de las provincias y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, según
corresponda;
c) las organizaciones no gubernamentales de defensa de intereses colectivos, en los términos del artículo
43 de la Constitución Nacional.
ARTÍCULO 1748.- Alcances de la sentencia. Cosa juzgada. En los procesos colectivos referidos a derechos
individuales homogéneos, la sentencia hace cosa juzgada y tiene efecto erga omnes, excepto que la acción
sea rechazada. Este efecto no alcanza a las acciones individuales fundadas en la misma causa. Si la
pretensión colectiva es acogida, los damnificados pueden solicitar la liquidación y la ejecución de la
sentencia a título personal ante el juez de su domicilio. La sentencia que rechaza la acción colectiva no
impide la posibilidad de promover o continuar las acciones individuales por los perjuicios ocasionados a
cada damnificado. (Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci, 2012,
http://www.nuevocodigocivil.com/wp-content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf)
Esta sección fue eliminada del Código Civil y Comercial.
Lo expuesto impone que nos preguntemos: ¿qué solución aporta el C.C.C. ante un daño colectivo?
Una de las respuestas posibles se encuentra en la jurisprudencia de la Corte en cuanto a la procedencia de
mecanismos de prevención del daño ambiental por sobre los estrictamente resarcitorios, lo sostenido por
la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la causa Mendoza:la presente causa tendrá por objeto
exclusivo la tutela del bien colectivo. En tal sentido, tiene una prioridad absoluta la prevención del daño
futuro, ya que —según se alega—en el presente se trata de actos continuados que seguirán produciendo
contaminación. En segundo lugar, debe perseguirse la recomposición de la polución ambiental ya causada
conforme a los mecanismos que la ley prevé, y finalmente, para el supuesto de daños irreversibles, se
tratará del resarcimiento (CSJN, Mendoza, Beatriz S. y otros c/ Estado Nacional y otros”, sentencia del 20 de junio
del 2006. En LL 11/07/2006, 4 -LL 2006-D, 281 -DJ 2006-2, 706 -LL 29/06/2006. ).
Por otro lado, en los fundamentos del nuevo Código se dice que:
En los derechos de incidencia colectiva, surge con claridad que la prevención es prioritaria y precede a la
reparación, sobre todo cuando se trata de bienes que no se pueden recomponer fácilmente. En estos casos
se observa además la “tragedia de los bienes comunes”, ya que los incentivos para cuidarlos son mínimos,
y por eso es un ámbito en el que se reconoce la facultad judicial de aplicar multas civiles o daños punitivos.
(Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci, 2012, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-
content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf).
Conforme lo cual, en la redacción actual, ante la posibilidad de generarse un daño de incidencia colectiva,
deberá aplicarse la acción preventiva de los arts. 1711 y ss. del C.C.C., esto es, la acción genérica para
impedir la producción del daño, su continuación o su agravamiento.
En lo referido a los daños ambientales, este deber genérico de prevención del daño impuesto por el art.
1710 del C.C.C. enmarca de modo certero el principio de prevención contenido en el art. 4° de la Ley N°
25.675 y torna exigible a toda persona, dentro del sistema de derecho de daños en general –y del derecho
de daño ambiental en particular- una conducta consistente en la evitación de perjuicios (Lorenzetti, 2015)
La prevención del daño y la libertad de prensa. Problemas que suscita desde la perspectiva
constitucional
La idea de prevención del daño tiene las bondades arriba descritas, pues, si sintetizamos la idea y en
lenguaje coloquial, mejor es prevenir que curar.
Sin embargo, esta premisa genera una situación problemática cuando es enfrentada a la libertad de
prensa, pues aplicar la prevención para impedir una publicación puede ser violatorio del derecho
constitucional de libertad de prensa (censura previa). Es decir, en casos en los que está en juego la libertad
de expresión, es problemático establecer –al menos derechamente- que resulta procedente la tutela
preventiva con el objeto de evitar que se produzca la difusión de información lesiva para los derechos
personalísimos de un grupo o sujeto individual.
La cuestión es que la norma no solo establece la tutela preventiva con referencia al derecho a la intimidad,
a la vida privada, al honor, sino también en cuestiones de carácter social, político, religioso, cultural y, en
definitiva, sobre cualquier manifestación del pensamiento. Si esto lo relacionamos con la libertad de
prensa, se advierte una posible tensión de derechos constitucionales. Ante ello, no debemos desatender la
postura de la Corte Interamericana44 respecto a la prohibición de la censura y a la interpretación que
corresponde asignar al art. 13 de la Convención.
Se advierte entonces una posible tensión con el art. 1711 del C.C.C., en la medida que –en un análisis
primario- permitiría la censura previa como consecuencia del ejercicio de las acciones preventivas.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió casos en donde se debatía la posibilidad de aplicar una
censura preventiva. En este sentido, dijo la Corte que toda restricción, sanción o limitación a la libertad de
expresión debe ser de interpretación restrictiva (conf. doctrina de fallos: 316:1623) y que toda censura
previa que sobre ella se ejerza padece una fuerte presunción de inconstitucionalidad (conf. doctrina de
fallos: 315:1943, considerando 10). Es por ese motivo que, a lo largo de los precedentes referidos al
derecho constitucional a la libertad de expresión, este tribunal se ha inclinado, como principio, a la
aplicación de las responsabilidades ulteriores a raíz de los abusos producidos mediante su ejercicio, sea por
la comisión de delitos penales o actos ilícitos civiles (fallos: 119:231; 155:57; 167:121; 269:189; 310:508,
entre muchos otros). Por otro lado, la Corte Suprema de los Estados Unidos ha manifestado que cualquier
sistema de restricciones previas tiene una fuerte presunción de inconstitucionalidad (“Freedman v.
Maryland”, 380 US 51, 1965; “Carroll v. President and Commissioners of Princess Ann”, 393 US 175, 1968;
“Bantam Books, Inc. v. Sullivan”, 372 US 58, 1971; “Organization for a Better Austin et al. V. Keefe”, 402 US
4315, 1971; “Southeastern Promotions, Ltd. v. Conrad”, 420 US 546, 1976).
La función punitiva del derecho de daños en el Anteproyecto de 2012 y el Código Civil y Comercial
Como sosteníamos en la lectura 1, como innovación legislativa, el nuevo Código Civil y Comercial presenta
la regulación de las funciones del derecho de daños y marca así una diferencia con el Código Civil
derogado.
Esta contemplación de la norma es positiva, pues implica ampliar el horizonte del derecho de daños que,
conforme el texto derogado, solo regulaba la función resarcitoria. El derecho argentino se coloca de este
modo a la vanguardia de los sistemas vigentes y así incorpora la función resarcitoria y preventiva
(conforme hemos tratado infra). ¿Pero qué pasó con la función punitiva?
Las tres funciones del derecho de daños fueron limitadas a dos, tal como pudimos ver en la Unidad 9. Allí
decíamos que la nueva norma describe claramente que las funciones de la responsabilidad civil son la
prevención y el resarcimiento. Esto nos lleva a preguntarnos qué sucedió con la función punitiva.
Algo dijimos en el punto que antecede respecto de la modificación, sobre el texto del Anteproyecto, de la
función punitiva del derecho de dañoso representada por la llamada sanción pecuniaria disuasiva.
En efecto, el Congreso de la Nación eliminó del Proyecto la figura de la sanción pecuniaria disuasiva al
modificar el texto del art. 170845 , suprimir el anterior art. 1714 y proceder a mantener en lo esencial el
texto del art. 1715 originario (referido a la punición excesiva), transformándolo en los actuales arts. 1714 y
1715.
No obstante la redacción de los artículos, la función punitiva es parte del régimen de responsabilidad por
daños, tal como sostenemos y ampliaremos más adelante.
Bueno es aquí decir que, de las tres funciones de la responsabilidad civil, la punitiva ha sido resistida en la
doctrina argentina. Algunos autores consideran que es una función propia del derecho penal y extraña al
derecho privado. En tal sentido, entienden que al incorporar los llamados daños punitivos a nuestro
derecho privado “se mezcla ridículamente lo civil con lo penal y lo administrativo” (Otaola, 2015, p. 19). Al
respecto puede verse el trabajo de Sebastián Picasso en torno a las funciones del derecho de daños (2015).
Esta resistencia de la doctrina –con variados fundamentos- dio pie a la eliminación de la figura en el Código
Civil y Comercial.
Entendemos que esta doctrina no logra interpretar adecuadamente el sistema normativo, pues la función
punitiva del derecho de daños no solo resulta beneficiosa como complemento de las restantes funciones,
sino que, además, el Código Civil de Vélez hoy derogado y el propio C.C.C. de reconocen algunas figuras
sancionatorias, tales como las astreintes (art. 666 bis del C.C y actual 804 del C.C.C. 46 ), la cláusula penal
(art. 652 del C.C y actual 790 del C.C.C.47 ) y los daños punitivos de la ley de defensa del consumidor,
conforme la reforma de 2008.
Aspectos que regulan los arts. 1714 y 1715 del Código Civil y Comercial
Conforme la supresión de la sanción pecuniaria disuasiva, el articulado del
Código Civil y Comercial quedó de la siguiente manera:
Art. 1714. Punición excesiva. Si la aplicación de condenaciones pecuniarias administrativas, penales o
civiles respecto de un hecho provoca una punición irrazonable o excesiva, el juez debe computarla a los
fines de fijar prudencialmente su monto.48
Art. 1715. Facultades del juez. En el supuesto previsto en el artículo 1714 el juez puede dejar sin efecto,
total o parcialmente, la medida.49
La pregunta que se impone es: ¿cuál es la utilidad de esas normas? ¿A qué situaciones se aplican?
Para responder a los interrogantes, debemos recordar los fundamentos del dictamen de la Comisión
Bicameral del Congreso de la Nación que eliminó la figura de la sanción pecuniaria (Muñoz, 2016).
De lo expuesto, parece ser que se entendió que la sanción pecuniaria disuasiva debe imponerla la
autoridad administrativa y no los jueces. Esto implica una confusión entre responsabilidad civil con las
facultades de la autoridad administrativa para la aplicación del "daño directo" del art. 40 bis de la Ley de
Defensa del Consumidor (según Ley N° 26.993), en cuanto autoriza a los organismos de aplicación,
mediante actos administrativos, a fijar las indemnizaciones para reparar los daños materiales sufridos por
el consumidor en los bienes objeto de la relación de consumo . Como puede advertirse, existe una
confusión entre las atribuciones de los jueces para aplicar las sanciones punitivas y las atribuciones de la
autoridad administrativa.
También para explicar los motivos por los cuales se mantuvieron los arts. 1714 y 1715, referidos a la
punición excesiva, dice la Comisión Bicameral
se mantiene el artículo 1715 sobre punición excesiva, con su texto desdoblado, por entender que en su
campo de aplicación quedan comprendidas otras sanciones civiles, como las conminatorias reguladas en el
artículo 804 y la especial en materia de daño punitivo contemplada en el art. 52 bis de la Ley 24.240
(Muñoz, 2016, https://aldiaargentina.microjuris.com/2016/06/21/implicancias-del-codigo-civil-y-
comercial-en-el-derecho-publico-constitucional-y-administrativo-segunda-parte/).
La Ley N° 26.994, que promulgó el Código Civil y Comercial, no modifica el referido art. 52 bis de la Ley N°
24.240 (sí, en cambio, el 40 bis, que es el texto ahora agregado por la citada Ley N° 26.993), por lo que la
referencia que hace la Comisión Bicameral es errónea, y el exceso de las sanciones conminatorias, propias
del capítulo de las obligaciones, no tiene nada que ver con la responsabilidad civil. Se confunde la sanción
conminatoria prevista en actual art. 666 bis del Código de Vélez Sarsfield (hoy art. 804 del C.C.C.) con el
daño punitivo o sanción pecuniaria disuasiva (anterior art. 1714). Si bien ambas son un reflejo de la función
punitiva del derecho de daños, se trata de figuras independientes entre sí. Una refiere al sistema de
indemnizaciones punitivas y la otra (las astreintes) constituye otro tipo de sanciones punitivas que nuestro
ordenamiento jurídico ha adoptado.
Según se afirma, se repite la confusión conceptual en la que se incurrió en la sanción de la Ley de
Responsabilidad del Estado N° 26.944, cuyo art. 1º dice que al estado y sus funcionarios no les es aplicable
la sanción pecuniaria disuasiva, cuando tal vez quiso referirse a las astreintes o sanciones conminatorias
pecuniarias del art. 804 del Código sancionado (Galdós, 2014). Otra postura considera que la prohibición
del art. 1 de la Ley N° 26.944 de aplicar sanciones pecuniarias disuasivas contra el estado no se refiere
estrictamente al instituto de las astreintes, sino a la prohibición de la aplicación de daños punitivos (Ossola
en Lorenzetti, 2015).
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Derecho
Privado VIII (Daños)
Hechos ilícitos.
Responsabilidad directa y por el hecho de terceros (por el hecho propio y por el hecho ajeno)
En esta tercera parte del programa abordaremos las novedades introducidas en materia de daños y
perjuicios en relación con las responsabilidades especiales. Dentro de la unidad 11 encontramos la
responsabilidad directa y la responsabilidad civil por el hecho de terceros. En la unidad 12, la
responsabilidad por el hecho de las cosas y de ciertas actividades, que constituyen el modulo básico de
esta tercera parte del programa.
Las modificaciones introducidas en materia de daños y perjuicios por este punto se encuentran desde la
Sección 5ª a la 9ª, es decir, desde los arts. 1749 a 1771 del Código Civil y Comercial (en adelante, C.C.C.)
refieren:
1. responsabilidad directa;
2. responsabilidad civil por el hecho de terceros;
3. responsabilidad por el hecho de las cosas y de ciertas actividades;
4. responsabilidades especiales. Así, tenemos:
Sección 5ª, se destina a la "Responsabilidad directa" (arts. 1749 a 1752).
Sección 6ª, a la "Responsabilidad por el hecho de terceros" (arts. 1753 a 1756), incluye la responsabilidad
por el hecho de los dependientes (art. 1753), la responsabilidad paterna por el hecho de los hijos (arts.
1754 a 1756) y la de otras personas encargadas –tutores, curadores y establecimientos que tienen a su
cargo personas internadas- (art. 1756).
Sección 7ª, a la "Responsabilidad derivada de la intervención de cosas y de ciertas actividades" (arts.
1757 a 1759).
Sección 8ª, a la "Responsabilidad colectiva y anónima" (arts. 1760 a 1762).
Sección 9ª a los "Supuestos especiales de responsabilidad" (arts. 1763 a 1771): responsabilidad de la
persona jurídica (art. 1763), de los establecimientos educativos (1767), de los profesionales liberales (art.
1768), remisión de los accidentes de tránsito a la norma sobre daños producidos por la intervención de las
cosas y el hecho de determinadas actividades (art. 1769), protección de la vida privada (art. 1770),
acusación calumniosa (art. 1771). Inaplicabilidad de las disposiciones del Capítulo 1 "Responsabilidad civil"
a la responsabilidad del Estado de manera directa ni subsidiaria (arts. 1764 y 1765), como así tampoco a la
responsabilidad civil de los funcionarios y empleados públicos (art.
1766); ambas responsabilidades que se rigen según el C.C.C por las normas del derecho administrativo
nacional o local, según corresponda.
Responsabilidad directa
Vamos a comenzar el análisis con la primera figura de la parte especial de la responsabilidad civil directa,
seguiremos el hilo conductor trazado por el Código Civil y Comercial de la Nación 1. Este orden coincide con
la sistematización que sobre la materia hacen generalmente los autores y dan inicio al estudio de la parte
especial con la responsabilidad directa. En el Código derogado se hacía referencia a la responsabilidad por
el hecho propio.
En sustancia y más allá del nomen iuris, regula la hipótesis idéntica: cuando el daño es producido por la
acción directa del responsable. Es decir, quien ejecuta la conducta dañosa coincide con quien debe
responder. Con lo cual las explicaciones aportadas por Pizarro y Vallespinos (2014) son plenamente
aplicables, con las modificaciones propias introducidas por las nuevas normas que señalaremos a medida
que avancemos.
Caracterización. La cuestión en materia contractual y extracontractual. Efectos de la unificación de
regímenes conforme el Código Civil y Comercial
Si continuamos con lo expuesto, podemos decir que, a partir de esta noción de responsabilidad directa se
ha creado el paradigma sobre el cual se construyó a lo largo de los años el derecho de daños. Tal es así que
el axioma que predominó, hoy ya superado, era que no hay responsabilidad civil sin culpa, y surgió en base
a este tipo de responsabilidad por el hecho propio y con basamento en la idea de culpa. Actualmente,
como hemos visto a lo largo de la materia, esto no es más así, ya que hemos contemplado diversos
supuestos en los cuales el sindicado como responsable está obligado a responder aun sin culpa. Es más,
como hemos visto, ante la responsabilidad con factor objetivo de atribución, no es solo una
“responsabilidad sin culpa”, sino que existe un fundamento axiológico de carácter objetivo que justifica su
responder abstraído de la culpa. En estos casos, no nos interesa siquiera indagar sobre la existencia de la
culpa, en virtud del factor objetivo de atribución que entra en acción.
La responsabilidad por el hecho propio puede ser objetiva o subjetiva. La responsabilidad es subjetiva
cuando se ve alcanzada por la presencia de culpabilidad probada o presumida en la conducta del agente.
Es objetiva cuando se fundamenta en un factor de atribución de tal naturaleza.
El nuevo código regula “responsabilidad directa” en el art. 1749: “Sujetos responsables. Es responsable
directo quien incumple una obligación u ocasiona un daño injustificado por acción u omisión” 2.
En esta norma transcripta se engloba a los derogados arts. 1109 y 1074 del Código Civil, que prevén la
responsabilidad civil extracontractual por culpa o negligencia en la acción y omisión, respectivamente, y a
los arts. 519 y siguientes, que enmarcan la responsabilidad civil contractual (Sagarna, 2014).
Según la línea establecida, el nuevo C.C.C unifica –tal como pudimos ver en las unidades anteriores- casi
todas las consecuencias de ambos regímenes de responsabilidad civil. En este sentido, se puede ver en los
fundamentos del Anteproyecto: "En este tema [refiriéndose a la responsabilidad directa] se comienza con
una norma que precisa los conceptos en un sistema de responsabilidad civil que comprende tanto el
ámbito contractual como extracontractual" (Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci,
2012, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf).
Esto es propio del fenómeno de la unidad de sistema o unificación de sistemas de responsabilidad civil
(unidad 2).
El art. 1749 del C.C.C se basa en el principio general de la "teoría del responder", por el que se establece
que toda persona es responsable de sus actos, sea por actividad positiva o negativa.
Además, el precepto se encuentra en concordancia con lo dispuesto en el art.1717 del C.C.C, que dispone
que "Cualquier acción u omisión que causa un daño a otro es antijurídica si no está justificada"3, con lo cual
se acaba la discusión sobre la necesidad de una norma previa que haya sido violada a los fines de atribuir
las consecuencias de un perjuicio determinado a un agente dañoso, que implicaba un debate sobre los
alcances de los arts. 1066 y 1074 del Código hoy derogado.
La figura de la responsabilidad directa, parte desde la capacidad como regla de las personas (conf. art. 22
del C.C.C.), en virtud de la cual, en principio todos somos responsables directos por nuestros hechos
dañosos, salvo que se demuestre la involuntariedad del acto, aunque, en este último supuesto, se podrá
ser responsable en función de la indemnización de equidad prevista en el art. 1750, que remite a la
previsión del art. 1742, lo que veremos con mayor detalle en el punto siguiente.
Las causales de justificación de la antijuridicidad para la responsabilidad directa –como para el resto de
las figuras- se establecen en el art. 1718 –legítima defensa, estado de necesidad y ejercicio regular de un
derecho-, cuyo contenido ya hemos estudiado en la unidad 8.
De igual modo debemos recordar lo expuesto sobre la asunción de riesgos (art.1719) y sobre el
consentimiento del damnificado (art. 1729); la segunda no constituye causa de justificación, mientras que
en la asunción de riesgos, el juzgador podrá evaluar si el mismo constituyó, al momento de la producción
de los daños, un "hecho del damnificado que interrumpe total o parcialmente el nexo causal".
Nos enseña Sagarna que el art. 1749 del C.C.C encierra el “deber de responder”, así surja de un vínculo
jurídico preexistente entre las partes o de la inexistencia de una relación anterior entre los intervinientes –
dañoso y dañado-, fundado en el principio rector alterum non laedere contenido ahora expresamente en el
art. 1716, el que prevé que la violación de dicho deber de no dañar a otro y el incumplimiento obligacional
provocan el deber de reparar el perjuicio causado. (2014).
Es decir que quien incumple una obligación preestablecida (responsabilidad contractual) u ocasiona un
daño sin que exista prestación o vínculo anterior (responsabilidad extracontractual) es responsable directo
del perjuicio ocasionado, sin perjuicio –claro está- que la víctima pueda encontrar como legitimado pasivo
a un responsable por el hecho de otro, supuesto que podrá convivir plenamente con la responsabilidad
directa (Sagarna, 2014). Esto nos lleva a tratar el supuesto de la pluralidad de responsables.
En síntesis, la responsabilidad por el hecho propio surge cuando el daño es producido por la acción directa
del responsable. Es decir, quien ejecuta la conducta dañosa coincide con quien debe responder, y
conforme el texto del nuevo Código, se confiere unicidad al régimen de la responsabilidad contractual y
extracontractual.
En palabras de la propia comisión redactora, la tesis que se adopta es la “unidad del fenómeno de la
ilicitud” (Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci, 2012,
http://www.nuevocodigocivil.com/wp-content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf) para la
responsabilidad contractual o extracontractual, lo cual no implica la homogeneidad, ya que hay diferencias
que subsisten (ver lectura 1). Con la solución que aporta el nuevo Código, se pretende unificar los
supuestos que han generado dificultades serias, como ocurre con los daños a la persona en el ámbito de la
responsabilidad contractual (por ejemplo, responsabilidad médica).
Pluralidad de responsables y solución del Código Civil y Comercial
El art. 260 del C.C.C. determina que el acto voluntario es aquel ejecutado con discernimiento, intención y
libertad, aunque, según el art. 261 del C.C.C, es involuntario: 1) el acto de quien, al momento de realizarlo,
se encontraba privado de razón por falta de discernimiento (arts. 921 y 1076 del C.C); 2) el acto ilícito de la
persona menor de edad que no ha cumplido 10 años (arts. 921 y 1076 del C.C.); y 3) el acto lícito de la
persona menor de edad que no ha cumplido 13 años (bajándose así un año la edad para la comprensión de
los actos lícitos, la anterior era de 14 años, según el art. 921 del C.C –menores impúberes del art. 127-).
“Art. 1750.
Daños causados por actos involuntarios.
El autor de un daño causado por un acto involuntario responde por razones de equidad. Se aplica lo
dispuesto en el artículo 1742”.
Atenuación de la responsabilidad. El juez, al fijar la indemnización, puede atenuarla si es equitativo en
función del patrimonio del deudor, la situación personal de la víctima y las circunstancias del hecho. Esta
facultad no es aplicable en caso de dolo del responsable.
En el art. 1750 del C.C.C se determina que el agente dañoso responda por equidad si el daño fue causado
por un acto involuntario (conf. art. 260 del C.C.C) y reenvía al art. 1742, que establece las características a
tener en cuenta por el juzgador para fijar la indemnización.
La equidad se encuentra presente en el fundamento del art. 907, 2º párrafo, del Código Civil derogado y
del art. 1750 del C.C.C.
El art. 1750 del C.C.C, remite al art. 1742, que establece una fórmula similar a lo preceptuado en el art. 907
del Código Civil derogado para los daños causados por actos involuntarios, en el que se faculta al juez a
disponer un resarcimiento a favor del damnificado fundado en razones de equidad, cuya indemnización
debe tener como base para su fijación el patrimonio del autor del hecho, la situación personal de la víctima
y las circunstancias del hecho, es decir que el juzgador deberá balancear ambos patrimonios, el del agente
dañoso y el del damnificado, y, al sopesar ambos, si el del deudor del daño causado involuntariamente lo
amerita, podrá trasladar a la víctima una parte para cubrir al menos parcialmente el perjuicio sufrido, y así
cumplir con la meta equitativa de la norma de los arts. 1742 y 1750 del C.C.C.
El juez tiene la facultad de otorgar el resarcimiento y, discrecionalmente, establecerá equitativamente la
cuantía de la indemnización, tendrá en cuenta la importancia del patrimonio del autor del hecho y la
situación personal del damnificado. Esta reparación puede o no ser plena e integral.
Debemos también señalar que el art. 1753, segundo párrafo del C.C.C, establece que la falta de
discernimiento del dependiente no excusa al principal. Esto es relativamente novedoso, pues, por lo
general, se exigía que debía existir responsabilidad por parte del dependiente para que esta se transmita al
principal.
El nuevo Código recepta las fuentes de las obligaciones conforme la siguiente clasificación:
Los contratos (art. 957).
La “Responsabilidad civil” (art. 1716)
Los cuasicontratos: gestión de negocios, empleo útil (arts. 1781 a 1793). El enriquecimiento sin causa
(incluye pago de lo indebido; arts. 1794 a 1799), la declaración unilateral de la voluntad (arts. 1800 a 1881).
Y dentro de esta última categoría de cuasicontratos a la promesa pública de recompensa, Concurso
público, Garantías unilaterales y Títulos valores
Los aspectos relacionados con las fuentes de las obligaciones fueron tratados en derecho privado de las
obligaciones; sin embargo, queremos rescatar el punto del enriquecimiento sin causa y el pago de lo
indebido como fuente legal y autónoma de las obligaciones, que, de manera diferenciada de la
responsabilidad civil, hace nacer una reparación patrimonial con los límites impuestos por la norma (arts.
1794 a 1799). El enriquecimiento sin causa se relaciona directamente con el deber de prevención del daño
(art. 1710 del C.C.C) y la asunción de riesgos (art. 1719 del C.C.C).
Caracterización
En la Sección 6ª "Responsabilidad por el hecho de terceros" (arts. 1753 a 1756 del C.C.C), se engloban las
hipótesis de responsabilidad civil por el hecho de otros por el actuar de subordinados, hijos, delegados en
el ejercicio de la responsabilidad parental, tutelados, curados y personas internadas.
Abordaremos cada uno de los supuestos separadamente.
Adelantamos ahora que se discute si la responsabilidad indirecta o por hecho ajeno tiene o no un carácter
anómalo o excepcional. Las conclusiones son diversas, desde quienes consideran que es un tipo de
responsabilidad excepcional, hasta quienes le atribuyen una aplicación flexible. Nos remitimos a la
bibliografía obligatoria respecto de las particularidades de las teorías mencionadas (Pizarro y Vallespino,
2014).
La responsabilidad por el hecho ajeno reviste enorme gran importancia, tanto en materia contractual como
extracontractual. Analicemos las modalidades con las cuales podemos encontrarnos:
a) Responsabilidad de naturaleza contractual. Responsabilidad del deudor por los auxiliares que utiliza, de
los capitanes de buques y patrones de embarcaciones, de los agente transportes terrestres, de los dueños
de hoteles, casas públicas de hospedaje y de establecimientos de todo género, etc.
b) Responsabilidad de naturaleza extracontractual. Responsabilidad del principal por hecho del
dependiente, de los padres, tutores y curadores, etc.
Ante la unificación de ambos regímenes de responsabilidad civil, el régimen establecido se aplicará tanto a
los supuestos de –por ejemplo- subordinados que causen daños en el ámbito del cumplimiento de una
obligación –los terceros introducidos en la ejecución de la prestación obligacional- como a las hipótesis de
perjuicios originados fuera de todo vínculo jurídico preexistente con el damnificado. Es decir, aun cuando
en la práctica la responsabilidad del dependiente puede derivar de una obligación preexistente o de un
ilícito, el régimen está unificado.
Responsabilidad del principal o comitente por el hecho del dependiente: causación por el
dependiente de un daño resarcible. Relación entre la función y el daño. Daños causados en ejercicio y
en ocasión de la función; d) inexcusabilidad; e) legitimación pasiva (concurrencia)
Ante la unificación de los regímenes de responsabilidad civil contractual y extracontractual con el nuevo
C.C.C, el art. 1753 previsto abarcará los dos supuestos, tanto los hechos dañosos provocados por
subordinados cuyo principal esté unido con el damnificado por un contrato, como cuando no exista
previamente esa relación preexistente entre las partes
Art. 1753. Responsabilidad del principal por el hecho del dependiente. El principal responde
objetivamente por los daños que causen los que están bajo su dependencia, o las personas de las cuales se
sirve para el cumplimiento de sus obligaciones, cuando el hecho dañoso acaece en ejercicio o con ocasión
de las funciones encomendadas.
.
La falta de discernimiento del dependiente no excusa al principal. La responsabilidad del principal es
concurrente con la del dependiente.
En cuanto al concepto de dependiente, se continúa con la misma doctrina judicial imperante para el
primer párrafo del art. 1113 del Código derogado, entendiéndose por tal “al que actúa bajo las órdenes y
subordinación de otro, jurídica o fácticamente, ocasional o transitoriamente, gratuita u onerosamente”
(Pizarro y Vallespinos, 2014), sin que sea necesaria la relación laboral específica para tenerlo como tal,
requiriéndose al menos una relación entre la función del principal y su dependiente, y bastará , como
veremos, que el hecho dañoso del subordinado haya sido cometido en ocasión de la dependencia para
responsabilizar al comitente (Sagarna, 2014).
El art. 1753 del C.C.C es claro al determinar que el principal responde objetivamente por los daños
causados por su subordinado. Es decir que no se tiene en cuenta la conducta del principal en el hecho, ya
que ella es ajena al factor de atribución objetivo (conf. art. 1722 del C.C.C).
Ahora bien, la cuestión radica en discernir cuál es el factor objetivo de atribución de la responsabilidad civil
del principal por el hecho del subordinado. Entendemos que el factor de atribución objetivo en la
responsabilidad del principal por el hecho del dependiente lo constituye la garantía, esto es, que el
comitente garantiza que, si el dependiente causa un daño en ejercicio o con ocasión de las funciones
encomendadas, él responderá ante el damnificado, sin perjuicio de la responsabilidad civil directa del
propio agente dañoso, según el art. 1749 del C.C.C.
Entre los requisitos para que se torne procedente esta responsabilidad, se encuentra:
1) el hecho ilícito del dependiente;
2) la existencia de relación de dependencia o subordinación amplia entre el principal y el subordinado;
3) la relación entre la función encomendada y el hecho dañoso;
4) la relación adecuada entre el evento y el daño;
5) el daño sufrido por un tercero.
Como observamos, las condiciones de viabilidad de la responsabilidad del principal son esencialmente las
mismas que en el art. 1113, 1er párrafo, del Código derogado.
De la lectura de la norma podemos advertir que el principal responderá por el hecho ilícito de su
subordinado aun al actuar con cosas de su propiedad, y también por el daño provocado por este aunque
no tenga discernimiento al momento del hecho dañoso, según el art. 1753, 2º párrafo, del C.C.C: "La falta
de discernimiento del dependiente no excusa al principal", agregado que no se incluye en el art. 1113 del
Código derogado. Si bien se entiende que este presupuesto se encuentra comprendido en el mencionado
art. 1113, en el C.C.C,
La norma aclara esta circunstancia para salvar toda duda que pueda existir al respecto (Sagarna 2014).
La norma trae una aclaración que estaba contenida en el derogado art. 43 del CC, en cuanto el principal
responderá ante el damnificado si el hecho dañoso fue realizado "en ejercicio o con ocasión de las
funciones encomendadas al subordinado". Este requisito no estaba incluido en el art. 1113, aunque la
mayoría de la doctrina y jurisprudencia lo entiende como englobado en la misma. Es así que el principal
responderá por los hechos dañosos de sus subordinados en el ejercicio de sus funciones, como por
aquellos perjuicios provocados por ellos en ocasión de las mismas, es decir que si la función dio la ocasión
para la comisión del daño, el principal igualmente deberá responder. Todo conforme a relación de
causalidad adecuada prevista en el art. 1726 del C.C.C.
La responsabilidad del principal y del subordinado, sea que exista o no un vínculo jurídico preexistente
entre aquél y el damnificado, es concurrente porque lo determina el art. 1753 del C.C.C., y, además,
porque se condice con lo preceptuado en el art. 850 del mismo cuerpo normativo al conceptualizar las
obligaciones concurrentes. La nueva norma sigue en este sentido el pensamiento doctrinario y
jurisprudencial sobre el derogado art. 1113, 1er párrafo, del C.C. de la Nación.
Por otro lado, la responsabilidad del principal es excusable, si acredita la interrupción total o parcial de la
relación causal por causas ajenas (Sagarna, 2014).
Con la nueva norma queda claro que el principal podrá eximirse de responsabilidad, además de poder
demostrar que no era su dependiente el que causó el daño, que no existía entre él y este relación de
dependencia y que no había vínculo entre la función encomendada y el daño, porque este había sido
ocasionado fuera del ejercicio de la misma o fuera de la ocasión, que el perjuicio se debió a una causa
ajena que interrumpió total o parcialmente el nexo adecuado de causalidad, por la causa ajena (el "hecho
del damnificado", el "caso fortuito" o el "hecho de un tercero" (Sagarna, 2014).
El damnificado podrá accionar contra el principal, quien responde por el hecho del tercero, como contra el
dependiente causante del perjuicio, quien responde en forma directa. Ello, conforme lo determina el art.
1773, en la Sección 10ª del C.C.C. (referida al ejercicio de las acciones de responsabilidad), que posibilita
que el legitimado pueda interponer su acción, conjunta o separadamente, contra el responsable indirecto
y el directo. La víctima no se verá obligada de accionar contra el dependiente para responsabilizar al
responsable indirecto, es decir, puede hacerlo solo contra el principal, pero deberá demostrar la
responsabilidad civil del responsable directo para hacer responsable al indirecto (Sagarna 2014).
Rol del art. 1753 con otras normas del Código Civil y Comercial de la Nación
Contra el legitimado pasivo que, a la vez de principal del dependiente agente dañoso, es dueño o guardián
de una cosa con la que ese subordinado causó el daño, podrá hacerse uso del art. 1753, como de los arts.
1757, 1758, 1759 y 1769 del C.C.C. Las eximentes en los distintos supuestos diferirán, es más amplia la
responsabilidad civil endilgada a título de comitente, pues este responde hasta por el daño causado por el
subordinado en ocasión de sus funciones.
Si en el hecho causal intervino una cosa productora del daño de la que un subordinado era guardián, el
legitimado activo podrá optar por la normativa de la responsabilidad principal del hecho del dependiente
(art. 1753 del C.C.C) o la que dimana de la responsabilidad civil por el hecho de las cosas y actividades
riesgosas (arts. 1757 a 1759, 1769 del C.C.C), para accionar contra el legitimado pasivo, sea como principal
o como dueño o guardián de la cosa, respectivamente. O, al accionar, el actor puede acumular ambas
normas, cuyos eximentes en cuanto al corte total o parcial del nexo causal coinciden, pero, en los
supuestos específicos, cada norma tendrá su excusación diferente. Así, por ejemplo, en la responsabilidad
por el hecho del dependiente, para liberarse, el deudor podrá acreditar que aquél no era su subordinado, y
en la responsabilidad por el hecho de una cosa, que esta no era generadora de riesgo o no portaba ningún
vicio, o que él no era su dueño o su guardián.
Responsabilidad del deudor por los auxiliares que utiliza en el cumplimiento de las obligaciones
El deudor responde por la culpa de los dependientes y auxiliares que introduzca para ejecutar la prestación
por él debida.
Con el título “Actuación de Auxiliares. Principio de Equiparación”, el nuevo Código incorpora en forma
expresa el principio general de la responsabilidad obligacional por el hecho ajeno, cuestión no tratada en
el texto de Vélez e incluida en todos los proyectos de reforma elaborados en el último cuarto de siglo. El
deber de responder aparece, por un lado, como consecuencia de la inejecución –o ejecución defectuosa-
de las obligaciones asumidas, o bien por el perjuicio originado a otro durante el desarrollo de las
prestaciones.
Reza el art. 732: “Actuación de auxiliares. Principio de equiparación. El incumplimiento de las personas de
las que el deudor se sirve para la ejecución de la obligación se equipara al derivado del propio hecho del
obligado”.
Este principio de equiparación implica que la responsabilidad contractual del deudor por el hecho ajeno
involucra la actividad de toda persona introducida por el deudor para ejecutar el plan prestacional que
comprende el vínculo obligatorio, sea que el ejecutor pueda o no ser considerado como dependiente del
deudor, sin importar si este posee algún poder de dirección o control sobre las acciones del interpuesto.
Art. 1754. Conforme la norma, los padres son solidariamente responsables por los daños causados por los
hijos que se encuentran bajo su responsabilidad parental y que habitan con ellos, sin perjuicio de la
responsabilidad personal y concurrente que pueda caber a los hijos16.
Art. 1755. Cesación de la responsabilidad paterna. La responsabilidad de los padres es objetiva, y cesa si el
hijo menor de edad es puesto bajo la vigilancia de otra persona, transitoria o permanentemente. No cesa
en el supuesto previsto en el artículo 643.
Los padres no se liberan, aunque el hijo menor de edad no conviva con ellos, si esta circunstancia deriva de
una causa que les es atribuible.
Los padres no responden por los daños causados por sus hijos en tareas inherentes al ejercicio de su
profesión o de funciones subordinadas encomendadas por terceros. Tampoco responden por el
incumplimiento de obligaciones contractuales válidamente contraídas por sus hijos.
Introducción. Denominación
El Código Civil y Comercial de la Nación trae dos normas referidas a la responsabilidad paterna por el hecho
de los hijos, los arts. 1754 y 1755, similares a los arts. 1114, 1115 y 1116 del Código derogado.
La lectura de las normas permite colegir que el art. 1754 alude al “hecho de los hijos”; en el art. 1755 se la
denomina “responsabilidad paterna”. La denominación es importante, nos dice Sagarna (2014), pues no
debe confundirse la expresión "responsabilidad parental" (que hasta el propio art. 1754 menciona en su
texto y que abarca al conjunto de deberes y derechos de los progenitores hacia sus hijos y es regulada
especialmente en los arts. 638 y siguientes del Título VII, del Libro Segundo "Relaciones de familia") con la
"responsabilidad paterna" por el hecho de sus hijos, es decir, por los hechos dañosos que estos causen en
sus actividades.
La responsabilidad de los progenitores es objetiva, tal como lo enfatiza el propio art. 1755.
El fundamento de esta responsabilidad objetiva (en la que, como en la responsabilidad civil del principal
por el hecho del dependiente, no interesa la conducta del legitimado pasivo) es la garantía. Los padres
garantizan que, al ocasionarse un daño por sus hijos, ellos responderán civilmente por el hecho ajeno. No
se comprende en la norma el supuesto de daños sufridos por los hijos, salvo que el causante del daño sea
un hermano, en donde esta norma resulta aplicable en las relaciones de familia.
Son presupuestos de la responsabilidad objetiva de los progenitores por el hecho dañoso de sus hijos:
1) el hecho ilícito del hijo o, al menos, objetivamente antijurídico;
2) que el descendiente sea menor de edad, es decir, menor de 18 años –por más que la "responsabilidad
parental" en cuanto a los alimentos se extienda hasta los 21 años de edad, conf. art. 658 del C.C.C o que,
en definitiva, la obligación de los progenitores de proveer recursos al hijo se amplíe hasta sus 25 años de
edad si la prosecución de estudios o preparación profesional de un arte u oficio le impide proveerse de
medios necesarios para sostenerse independientemente, conf. art. 663 del C.C.C-;
3) que el menor se encuentre bajo la "responsabilidad parental";
4) que el menor habite con el padre responsable, requiriéndose "convivencia" con los hijos -salvo el
segundo párrafo del art. 1755 que aclara que los padres no se liberan si el hijo no convive con ellos debido
a una causa atribuible-
5) que entre el hecho del hijo y el daño a un tercero exista relación de causalidad.
Como se observa, se continúa con las condiciones exigidas en la actualidad para responsabilizar a los
progenitores por los hechos dañosos de sus hijos (conf. art. 1114 del C.C).
La responsabilidad de los padres entre si es solidaria (así lo expresa el propio art. 1754) y no concurrente,
debido a que ellos, sean de distinto o mismo sexo, responden por una única causa fuente, esto es, por ser
los progenitores del causante del perjuicio (conf. arts. 827 y 833 del C.C.C).
Pero la responsabilidad conjunta de los padres y del hijo causante del daño resulta concurrente frente al
damnificado (conf. art. 850 del C.C.C), ya que aquéllos responden como progenitores por el hecho de su
hijo – responsabilidad indirecta, art. 1754- y el descendiente responde como tal – responsabilidad directa,
art. 1749-, es decir, la causa fuente del responder varía en uno y otro caso (Sagarna, 2014).
Al ser la responsabilidad objetiva, los padres pueden eximirse total o parcialmente de responsabilidad si
demuestran el hecho del damnificado (art.1729 del C.C.C), el caso fortuito (art. 1730) o el hecho de un
tercero por quien no deben responder (art. 1731). Es por ello que los padres no pueden liberarse de
responsabilidad civil si demuestran su falta de culpa en el hecho, pues se trata de una responsabilidad
basada en un factor de atribución objetivo. Si se pudiera demostrar también esa eximente, se convertiría a
la responsabilidad en una mezcla entre objetiva y subjetiva (Sagarna 2014), desvirtuándose así la
naturaleza de la primera, aunque esto se da en la responsabilidad civil de los delegados en el ejercicio de la
responsabilidad parental, en la de los tutores y curadores, conforme al art. 1756, primer y segundo
párrafos, del C.C.C.
Acción de la victima
El damnificado podrá accionar tanto contra el progenitor como contra el hijo menor, mayor de 10 años,
por el daño causado por este, por lo que resulta innecesario demandar a este último para tener por
responsable al primero (conf. art. 1773 del C.C.C.); aunque, si se pretende ejercer la acción contra el hijo,
tendrá que demandárselo para garantizar su ejercicio del derecho de defensa en juicio (Sagarna, 2014).
Una cuestión problemática implica la responsabilidad paterna por los daños causados por los hijos, si
mediare "plan de parentalidad" previsto en el art. 655 del C.C.C. Según la opinión de la doctrina que
seguimos (Sagarna, 2014) el plan de parentalidad resultará inoponible ante los damnificados de daños por
los hijos.
Rol del art. 1754 con otras normas del Código Civil y Comercial de la Nación
Los progenitores, además de ser demandados en virtud de la responsabilidad civil por el hecho de sus
hijos, podrán serlo por ser dueños o guardianes de la cosa con la que el menor produjo el daño, es decir
que se podrá accionar contra aquéllos con fundamento en el art. 1754 y en los arts. 1757, 1758, 1759 y
1769 del C.C.C. Los progenitores también responden si el daño es causado por el hijo con una cosa de su
propiedad.
Las eximentes respecto al quiebre del ligamen causal son iguales, pero difieren las otras excusas
liberatorias en uno y otro supuesto.
El establecimiento que tiene a su cargo personas internadas responde por la negligencia en el cuidado de
quienes, transitoria o permanentemente, han sido puestas bajo su vigilancia y control.
En el art. 1756, 1er párrafo, del C.C.C., se incluye la responsabilidad de los "delegados en el ejercicio de la
responsabilidad parental", "tutores" y "curadores" por los daños causados por las personas bajo ese
ejercicio, bajo tutela o curatela. Si bien, en esta hipótesis, se mantiene la responsabilidad objetiva de los
delegados en el ejercicio de la responsabilidad parental, de los tutores y curadores, se anexa como
eximente de responsabilidad la posibilidad de demostrar que les ha sido imposible evitar el daño,
imposibilidad que no puede surgir de haber ocurrido el hecho dañoso fuera de su presencia (art.1756, 2º
párrafo, del C.C.C.). También podrán eximirse de responsabilidad acreditando la intervención total o parcial
en el hecho de una causa ajena (arts.1729, 1730 y 1731 del C.C.C.).
El art. 1756, 3er párrafo, del C.C.C. trae como novedad la responsabilidad civil de los establecimientos que
tienen personas internadas transitoria o permanentemente, los que responden por la negligencia en el
cuidado de las mismas que ocasionaron daños por ese descuido. Entre esos establecimientos se
encuentran los centros de rehabilitación para cuidado de personas con problemas de causación de daños a
sí mismos o a terceros, etc. En todos estos casos, en concordancia con el art. 1723, si de las circunstancias
de la obligación surge que el deudor se obligó a obtener un resultado, la responsabilidad de aquel
establecimiento con personas internadas a cargo será objetiva y constituirá liberación total o parcial de su
responsabilidad la demostración de una causa ajena al evento fáctico (arts. 1729, 1730 y 1731 del C.C.C.).
Referencias
Ley N° 340 (1869). Código Civil. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Ley N° 26.994 (2014). Código Civil y Comercial. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Ley N° 11.179 (1921). Código Penal de la Nación. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Ley N° 17.711 (1968). Reforma del Código Civil. Poder Ejecutivo Nacional.
Lorenzetti, R. Highton de Nolasco, E. y Kemelmajer de Carlucci, A. (2012). Fundamentos del anteproyecto de Código
Civil y Comercial de la Nación [artículo en línea]. Recuperado de http://www.nuevocodigocivil.com/wp-
content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf
Pizarro, R. D. y Vallespinos, C. G. (2014). Compendio de derecho de daños. Buenos Aires: Hammurabi.
Sagarna, F. A. (2014). Responsabilidad civil directa y por el hecho de terceros. En el nuevo Código Civil y Comercial
de la Nación. La Ley. Sup. Especial Nuevo Código Civil y Comercial 2014 (Noviembre). 17/11/2014, 143.
Art. 1758. Sujetos responsables. El dueño y el guardián son responsables concurrentes del daño causado
por las cosas. Se considera guardián a quien ejerce, por sí o por terceros, el uso, la dirección y el control de
la cosa, o a quien obtiene un provecho de ella. El dueño y el guardián no responden si prueban que la cosa
fue usada en contra de su voluntad expresa o presunta.
En caso de actividad riesgosa o peligrosa responde quien la realiza, se sirve u obtiene provecho de ella, por
sí o por terceros, excepto lo dispuesto por la legislación especial.
La primera norma establece dos supuestos de responsabilidad objetiva por la intervención de cosas: las
derivadas de su riesgo (la eventualidad de que llegue a causar daño) y el vicio (defecto originario o
derivado de la cosa).
Parte de la doctrina entiende que se suprimen la categoría de daños causados con las cosas y la presunción
de culpa establecida en el art. 1113 del Código Civil derogado. En efecto, el título de la Sección 7º, según el
Proyecto de 1998, se denomina "Responsabilidad derivada de la intervención de cosas y de ciertas
actividades", lo que podría dar a entender que existe una categoría de cosas que no son riesgosas. Sin
embargo, los dos textos (arts. 1757 y 1758) – dice la doctrina- no dejan margen de dudas respecto de que
se suprimió la responsabilidad del daño con las cosas o el supuesto equivalente de las "cosas sin riesgo
propio" que contemplaba una presunción de culpa (Galdós 2015). En materia de daños derivados de la
intervención de cosas, la responsabilidad será subjetiva (arts. 1721, 1724, 1725 del C.C.C.) u objetiva (arts.
1722, 1732, 1757, 1758 del C.C.C.) según el caso. Existe parte de la doctrina que entiende la subsistencia de
esta categoría (Cerutti, 2012 plantea la duda acerca de si la categoría se suprimió o no). Este punto
seguramente será objeto de debate doctrinario.
Por otro costado, resulta relevante y novedosa la incorporación en la norma de la actividad riesgosa y
peligrosa, circunstancia que reclamaba la doctrina y fue receptada por el nuevo Código, lo que trataremos
más adelante.
En cuanto a los sujetos responsables, se admite que el dueño y el guardián son responsables
indistintamente del daño causado por las cosas. Se considera guardián a quien ejerce, por sí o por terceros,
el uso, la dirección y el control de la cosa, o a quien obtiene un provecho de ella. El dueño no responde si
prueba que la cosa fue usada en contra de su voluntad expresa o presunta. En caso de actividad riesgosa o
peligrosa, responde quien la realiza, se sirve u obtiene provecho de ella, por sí o por terceros, excepto lo
dispuesto por la legislación especial. Se trata de criterios sostenidos por la doctrina jurídica argentina
durante muchos años.
Caracterización
Se han realizado diferentes formulaciones respecto de qué debe entenderse por el hecho de la cosa. En
opinión de Pizarro y Vallespinos (2008), para la configuración del hecho de la cosa, es necesario que la
misma haya intervenido activamente en la producción del daño y haya escapado del control del guardián.
Veamos en detalle la distinción entre el hecho del hombre y el hecho de la cosa.
Se suele distinguir entre “hecho del hombre” y “hecho de la cosa” no solo en el derecho argentino, sino
también en el derecho comparado.
Nos encontramos frente al hecho del hombre cuando un agente es autor del hecho dañoso y no deja de
ser tal, aunque haya utilizado instrumentos exteriores para el logro de sus fines, o cuando ha utilizado una
cosa para causar el daño, pero la misma fue un mero instrumento que obedeció pasivamente a su
voluntad. Normalmente, esta responsabilidad cae en el factor subjetivo de atribución por culpa, regulado
en el art. 1724 del C.C.C. Sin embargo, en algunos casos se ha cuestionado esta última conclusión y se
admiten supuestos en los cuales el hecho del hombre pasa a tener un factor objetivo de atribución,
como es en el caso de las actividades riesgosas que analizaremos más adelante.
El hecho de la cosa es aquel en el cual el daño se produce por su intervención activa. Algunos autores
consideran que no debe mediar participación activa del hombre, lo cual es discutible. Podemos decir que
nos encontramos frente al daño causado por una cosa cuando sea por su propio dinamismo o por acción
de fuerzas externas; el guardián pierde el control de la cosa, la cual no se comporta como un instrumento
pasivo ni obediente en sus manos. Un buen ejemplo de esto es el provisto por Pizarro y Vallespinos, (2014)
respecto de la caldera que explota y causa daños a terceros. Te recomendamos consultar las obras de la
bibliografía obligatoria.
Para ampliar este tema te recomendamos leer Pizarro y Vallespinos, 2014 y Galdós, 2015
Recordemos que, dentro de las sanciones impuestas por el art. 47, encontramos el apercibimiento, la
multa, el decomiso de las mercaderías y productos objeto de la infracción, clausura o suspensión del
establecimiento, suspensión en los registros de proveedores del estado, pérdida de concesiones,
privilegios, regímenes impositivos o crediticios especiales, etc.
Asimismo, se prevé la publicación de la resolución condenatoria o una síntesis de los hechos, fracción
cometida y sanción aplicada.
Los efectos de la publicidad están consignados en el art. 8:
Las precisiones formuladas en la publicidad o en anuncios prospectos, circulares u otros medios de difusión
obligan al oferente y se tienen por incluidas en el contrato con el consumidor. En los casos en que las
ofertas de bienes y servicios se realicen mediante el sistema de compras telefónicas, por catálogos o por
correos, publicados por cualquier medio de comunicación, deberá figurar el nombre, domicilio y número
de CUIT del oferente.30
Es claro el art. 8 respecto de que los detalles de la publicidad se consideran como parte integrante del
contrato y, en consecuencia, obligan al proveedor de bienes y servicios. En consecuencia, el no
cumplimiento de tales obligaciones generará incumplimiento contractual, lo que habilitará las vías y
remedios estudiados antes.
El art. 8 bis regula respecto del trato digno y veda las prácticas abusivas:
Los proveedores deberán garantizar condiciones de atención y trato digno y equitativo a los consumidores
y usuarios. Deberán abstenerse de desplegar conductas que coloquen a los consumidores en situaciones
vergonzantes, vejatorias o intimidatorias. No podrán ejercer sobre los consumidores extranjeros
diferenciación alguna sobre precios, calidades técnicas o comerciales o cualquier otro aspecto relevante
sobre los bienes y servicios que comercialice. Cualquier excepción a lo señalado deberá ser autorizada por
la autoridad de aplicación en razones de interés general debidamente fundadas. En los reclamos
extrajudiciales de deudas, deberán abstenerse de utilizar cualquier medio que le otorgue la apariencia de
reclamo judicial. Tales conductas, además de las sanciones previstas en la presente ley, podrán ser pasibles
de la multa civil establecida en el artículo 52 bis de la presente norma, sin perjuicio de otros resarcimientos
que correspondieren al consumidor, siendo ambas penalidades extensivas solidariamente a quien actuare
en nombre del proveedor.31
30 Art. 8. - Ley N° 24.240. Op. cit.
31 Art. 8 bis. Ley N° 24.240. Op. cit.
Como podemos observar, el art. 8 bis establece que, ante el incumplimiento del trato digno o ante la
comisión de conductas que consistan prácticas abusivas en contra de los consumidores o usuarios, no solo
se aplicarán las sanciones previstas por la ley, sino que incluso podrían aplicarse daños punitivos (art. 52
bis). Nos remitimos a lo estudiado en la unidad 10.
La responsabilidad de las empresas prestadoras de
servicios privatizados. Concesionarias de peaje
La responsabilidad de las empresas prestadoras de servicios presenta cuestiones controvertidas a la hora
actual. En esta instancia, pondremos acento en los aspectos generales y básicos en torno a la concesión de
peaje.
Tal como nos recuerda Pizarro, el contrato de concesión de peaje
es aquél por el cual la administración pública contrata a una empresa para que realice determinados
trabajos de construcción de caminos nuevos o de reparación, ampliación, conservación o mantenimiento
de vías ya existentes, y remunera al concesionario mediante el otorgamiento de la explotación de la obra
construida, durante un plazo determinado. (Pizarro, 2012, p. 333).
La naturaleza de la relación entre el concesionario de la obra pública y el Estado, asimismo, no es discutida,
se trata de una relación contractual de derecho administrativo regida por las normas y principios de
derecho público.
Más compleja y controvertida es la naturaleza de la relación entre el concesionario de la obra y servicio
público y el usuario. Distintas posiciones se han formulado al respecto.
Doctrina de la delegación administrativa o de la relación transestructural
(tesis extracontractualista)
Es sostenida mayormente por la doctrina administrativista, con apoyo de la Corte Suprema en las causas
“Colavita” y “Bertinat”. Según ella, la relación entre el concesionario y el usuario es de tipo
extracontractual y regulada por las reglas del derecho público.
Doctrina de la relación contractual de derecho privado entre el concesionario y el usuario
Un criterio opuesto, sostenido mayormente por los iusprivatistas, considera que la relación existente entre
la empresa concesionaria y el usuario es de tipo contractual y alcanzado por las normas de derecho
privado. En consecuencia, el usuario se convierte en usuario o consumidor en los términos prescriptos por
la Ley N° 24.240 y la relación es de tipo contractual.
Doctrina de la relación de consumo
Esta doctrina, de fuerte parentesco con la anterior, establece que la responsabilidad de la empresa
concesionaria está ubicada en el terreno de la relación de consumo y regulada por los principios y normas
de defensa del consumidor (art. 42 de la CN, Ley N° 24.240 y conc.). Esta posición se vio fortalecida por el
fallo reciente “Ferreyra” por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en los votos de Zaffaroni y
Lorenzetti.
Doctrina de la situación obligacional
Otra orientación ha sido la mantenida por el Tribunal Superior de Justicia de la Provincia de Córdoba, que
entiende que la relación antecedente entre el estado y el concesionario coloca a la empresa vial ante
terceros en una situación jurídica que es única e inescindible, sujeta al régimen legal y reglamentario
anterior, de naturaleza contractual. En consecuencia, el concesionario puede responder tanto por
obligaciones de tipo contractual como extracontractual.
En ese sentido, la relación jurídica entre la empresa y el particular no tiene los caracteres distintivos y
propios de una relación negocial de derecho privado ni tiene un objeto escindible de la relación de derecho
administrativo.
La opinión de Pizarro
El prestigioso jurista cordobés adhiere a la doctrina de relación de consumo, rectifica su opinión vertida en
las VII Jornadas Bonaerenses de Derecho Civil, Comercial y Procesal (Junín, 1990), en donde se había
inclinado por la tesis extracontractualista.
Sin perjuicio de ello, señala que las distintas posiciones no son tan drásticas como parecen, salvo que se
lleven las posturas a soluciones extremas y se coloque la cuestión en un plano de irrealidad.
Dada la complejidad del tema y sus diferentes aristas, sugerimos la lectura de la bibliografía recomendada.
Responsabilidad aparente de bienes y servicios
Nos remitimos a lo analizado más arriba.
Accidentes de automotores
Régimen legal aplicable conforme el Código Civil y
Comercial
El marco normativo de los accidentes de automotores está conformado por los arts. 1769 y 1757 del
Código Civil y Comercial.
Reza el art. 1769: “Accidentes de tránsito. Los artículos referidos a la responsabilidad derivada de la
intervención de cosas se aplican a los daños causados por la circulación de vehículos” 32 .
La remisión efectuada por la norma implica que en los accidentes de automotores es de aplicación la
responsabilidad objetiva prevista en los arts.
1757 y 1758 del C.C.C.
Esta incorporación normativa es una novedad, pues ni el Código de Vélez ni sus posteriores modificatorias
(v. g., 17711) incluyeron una norma en tal sentido; la razón es obvia en tiempos de Vélez, no existía el
concepto de automóvil actual, ni tampoco era habitual el uso de automóviles para el traslado de personas
y cosas, como ocurre en la actualidad. Es por ello que esta norma responde a una necesidad de la sociedad
contemporánea.
La norma plasma lo que trabajaba la doctrina y jurisprudencia en torno a los riesgos en la conducción y uso
de automotores, por aplicación del art. 1113, segundo párrafo, segundo supuesto del Código derogado,
hoy sustituido por los citados arts. 1757 y 1758 del C.C.C.
Además de la responsabilidad civil prevista en el Código, es de aplicación el decreto ley 6582/58 (t.o. Ley
N° 22.172). Asimismo, y de modo complementario, la Ley de Tránsito Ley N° 24.449 (1995) se aplica en
jurisdicción nacional, mientras que las leyes provinciales y normas municipales también resultan aplicables.
Estas últimas normas tienen por finalidad reglamentar la cuestión en las diferentes jurisdicciones; sin
embargo, dado su carácter local, no pueden modificar el régimen previsto por la ley de fondo. De todos
modos, las mismas tienen gran importancia al momento de determinar la
32 Art. 1762 – Ley N° 26.994. Op. cit.
responsabilidad por daños, ya que normalmente determinan la conducta que deben seguir los conductores
y las infracciones pasibles de ser impuestas a los infractores y revelan una conducta antijurídica que puede
ser indicadora de presunciones de culpabilidad iuris tantum. Aún más, para aquellos autores que
encuadran la responsabilidad del conductor en base a factores objetivos de atribución, por la peligrosidad
de la actividad desplegada, la incidencia de la conducta tiene gran importancia en caso de las eximentes
(hecho de la víctima o de un tercero extraño), para interrumpir la causalidad (art. 1757 del C.C.C.).
Esta incorporación legislativa establece la responsabilidad civil por riesgo creado, ya que se considera que
todo daño causado con un automotor en movimiento responde al riesgo propio de la cosa y a la actividad
peligrosa desarrollada, lo que resulta adecuado para proteger a la víctima.
Responsabilidad del titular registral de un automotor. Denuncia de venta del
automotor
terceros33 .
33 Enlos términos del art. 1758 que establece: Sujetos responsables. El dueño y el guardián son responsables concurrentes del
daño causado por las cosas. Se considera guardián a quien ejerce, por sí o por terceros, el uso, la dirección y el control de la
cosa, o a quien obtiene un provecho de ella. El dueño y el guardián no responden si prueban que la cosa fue usada en contra de
su voluntad expresa o presunta. Tal como está dispuesto el régimen jurídico el automotor es una cosa mueble
registrable, conforme el art. 1892 del C.C.C., Decreto-Ley 6582/58 y Ley N° 22.977, conjunto normativo que
establece para los automotores un sistema de
publicidad registral constitutiva, en virtud del cual no se considera propietario al poseedor de la cosa, sino
al titular registral. Reiteramos: quien es titular
registral del automóvil (incluidos por ciertos los motovehículos) es propietario de la cosa. Conforme dicha
norma y lo dispuesto por el antiguo 1113 del C.C. y actual 1757
del C.C.C. en caso de daños provocado por automotores uno de los responsables (sujeto pasivo) el titular
registral. Esto quiere decir que el titular registral responderá aun cuando no haya participado
personalmente (como conductor) en el accidente automovilístico.
Ahora bien, muchas veces ocurre que los sujetos propietarios y titulares registrales
del bien, transfieren la posesión del rodado por un precio en dinero y omiten
inscribir dicha tradición. Es decir, la operación en modo alguno implica compraventa pues no se produce la
transferencia del bien, sino una promesa de transferencia. Ante ello, para todos los terceros ajenos el
propietario del automóvil es quien
figura apuntado como titular. Con lo cual aun cuando haya efectuado una
promesa de venta, el titular registral será responsable civilmente ante los
Sin embargo, para evitar estas operaciones que implicaran la existencia de una transmisión de la posesión
del automóvil sin la correspondiente inscripción se dictó el art. 6 de la Ley N° 22.977. Esta norma reafirma
de manera categórica el principio contenido en el texto originario del decreto ley 6582/58, respecto de la
obligatoriedad de la inscripción registral. En consecuencia, quien omite cumplir con este deber
particularizado obra antijurídicamente, por lo que debe soportar las consecuencias que de ello deriven. La
ley dispone, como regla, que la inscripción podrá ser peticionada por cualquiera de las partes (art. 15). Sin
perjuicio de ello, impone al adquirente realizarla en el término de diez días de celebrado el acto. Si el
adquirente no cumple con esta obligación, la ley faculta al transmitente a revocar la autorización para
circular con el automotor, a cuyos efectos deberá cursar notificación al registro (art. 27). El propietario del
automotor también tendrá dicho derecho cuando por cualquier título hubiere entregado su posesión o
tenencia, si el poseedor o tenedor no inscribe su título en el registro en el plazo referido.
Por otro lado, la responsabilidad civil y la Ley N° 22.977 muestran también otras aristas que debemos
analizar. El art. 1 mantuvo el principio que ya existía en el decreto ley 6582/58 (art. 27), al disponer que:
“Hasta tanto se inscriba la transferencia el transmitente será civilmente responsable por los daños y
perjuicios que se produzcan con el automotor, en su carácter de dueño de la cosa” 34 . Esta norma guarda
coherencia con el art. 1757 del C.C.C., que responsabiliza concurrentemente al dueño y al guardián del
automotor por los daños causados y sin perjuicio de las acciones de regreso correspondientes.
Sin embargo, esta normativa AGREGA una causal de liberación:
Art. 1. No obstante, si con anterioridad al hecho que motive su responsabilidad, el transmitente hubiere
comunicado al Registro que hizo tradición del automotor, se reputará que el adquirente o quienes de este
último hubiesen recibido el uso, la tenencia o la posesión de aquél, revisten con la relación al transmitente
el carácter de terceros por quienes él no debe responder, y que el automotor fue usado en contra de su
voluntad. La comunicación prevista en este artículo, operará la revocación de la autorización para circular
con el automotor, si el titular la hubiese otorgado, una vez transcurrido el término fijado en el art. 15 sin
que la inscripción se hubiere peticionado, e importará su pedido de secuestro, si en un plazo de treinta días
el adquirente no iniciare su tramitación.35
34 Art. 1. -Ley N° 22.977 (1983). Registro de la Propiedad del Automotor. Poder Ejecutivo Nacional.
35 Art. 1. - Ley N° 22.977. Op. cit.
La implementación de la llamada “denuncia de venta” se trata de una modificación lamentable, apta para
distorsionar el sistema, y que deja extremadamente desprotegida a la víctima. En tal sentido, Pizarro y
Vallespinos (opinión citada) recomiendan una interpretación restrictiva de la misma, a fin de tutelar
adecuadamente a la víctima.
Para un sector de la doctrina, el art. 27 no establece una eximente de responsabilidad, sino una excepción
a la regla del régimen registral constitutivo. La comunicación de venta, conocida en la jerga como
“denuncia de venta”, es un mecanismo jurídico que permite al titular dominial de un vehículo, comunicar
la entrega del rodado a otra persona en carácter de poseedor o tenedor, siempre y cuando sea una
entrega real del uso y goce de la cosa originado por un acto jurídico, como puede ser la compraventa
mercantil.
Dada la complejidad e importancia del tema, se recomienda el estudio profundo de la bibliografía
obligatoria
Otros legitimados pasivos
Diferentes sujetos pueden comprometer su responsabilidad ante un accidente de tránsito:
a) El conductor del vehículo. La obligación de resarcir cae sobre quien conducía el automóvil al momento
de producirse el daño. Es considerado responsable directo, es el factor de atribución objetivo pues
desarrolla una actividad riesgosa (art. 1757 del C.C.C.).
b) Responsables por el hecho ajeno. Dentro de esta categoría quedan incluidas la responsabilidad del
principal por el dependiente y la responsabilidad de los padres, tutores y curadores por los daños causados
por los menores de edad sujetos a patria potestad, etc. En estos casos se responde aun cuando los terceros
hayan efectuado la conducción del vehículo.
c) La responsabilidad del titular registral del automotor en la Ley N°22.977, que vimos anteriormente y el
poseedor del automotor cuando existe comunicación de venta, que pudimos ver en el apartado anterior.
d) El asegurador. El asegurador puede ver comprometida su responsabilidad en aquellos accidentes en los
cuales el conductor, el principal, el dueño o el guardián de la cosa se encuentre acaparado por una relación
de seguro que cubra la responsabilidad civil por daños a terceros.
Accidentes en que son víctimas los peatones
El peatón es la persona media que circula por las calles y que, por lo general, sufre las peores
consecuencias del riesgo creado por los automotores que circulan en nuestras ciudades. El ordenamiento
jurídico ha intentado otorgar una razonable protección al peatón en un marco de seguridad y celeridad del
tránsito. Sin embargo, esto no siempre se logra. Diversas situaciones atentan en contra de esto, desde la
falta de infraestructura hasta la omisión por parte de los transeúntes de circular por las sendas peatonales.
Nos cuestionamos qué sucede en el caso de un peatón que es embestido por un automotor al momento de
cruzar la calzada.
Ante la situación planteada, encontramos diferentes situaciones. La primera es que el peatón haya cruzado
por la senda peatonal, lo cual no ofrece mayores inconvenientes doctrinarios, ya que el peatón goza de
absoluta prioridad en esas circunstancias. En consecuencia, la doctrina y jurisprudencia es unánime
respecto de la responsabilidad del guardián y dueño del automotor.
Otro supuesto diferente es cuando el peatón cruza fuera del área de seguridad (senda peatonal). Aquí, la
doctrina se abre, por lo cual encontramos dos diferentes opiniones. La primera considera que en ese caso
el peatón incurre en grave negligencia, que es apta para eximir de responsabilidad total o parcialmente al
sindicado como responsable.
Otra doctrina, más flexible, considera que
El peatón distraído, inclusive imprudente, es un riesgo común inherente al tránsito y, por lo mismo, todo
conductor de un rodado está obligado a permanecer atento a las evoluciones imprevistas de la circulación,
entre las que se cuenta una conducta tal de los transeúntes. De manera tal que el peatón goza de una
suerte de favor debilis, porque entre otras razones es quien en el tráfico corre mayor peligro, padece en
mayor grado de indefensión constituyéndose en factor principalmente pasivo del riesgo creado por
terceros en una actividad desarrollada en beneficio personal de estos (TCRER: Patiño Patricia Noemí c/
Ledesma Ramón Alberto y otros s/ daños y perjuicios, sentencia del 13 de agosto del 2014).
La jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación se ha pronunciado al respecto y afirma que
el cruce de la calzada realizado por un peatón fuera de la senda de seguridad, cuando no estaba habilitado
el paso, no tiene entidad para interrumpir
totalmente el nexo de causalidad entre el riesgo de la cosa y el perjuicio (art. 1113 C.C.). 36
En algunos casos, el comportamiento del peatón que irrumpe indebidamente en la calzada puede
configurar culpa o hecho de la víctima y se exime total o parcialmente al sindicado como responsable. Así
por ejemplo el peatón que sorpresivamente se introduce en la circulación en busca de algún objeto, o el
peatón que suspende abruptamente el cruce de una calle para atarse los cordones.
Colisión de dos o más automotores. El daño recíproco
Frente a la colisión de dos automóviles que se causan daños recíprocos, se plantea la duda de si los mismos
se neutralizan, compensan, contrarrestan o, por el contrario, si los mismos subsisten o se acumulan. Una
primera doctrina considera que existe una suerte de “neutralización” o “compensación” de presunciones
emergentes de dicha norma, lo cual ha sido criticado por falta de pautas que permitan llegar a dicha
conclusión. Otra doctrina considera que el riesgo es el factor de atribución que debe regular la
responsabilidad por el hecho de las cosas y en materia de actividades riesgosas.
De todo esto surge que el dueño o guardián de cada uno de los vehículos debe responder por los daños
causados al otro, salvo que acredite una eximente idónea para desvirtuar la presunción en su contra.
Presunciones legales y jurisprudenciales de
culpabilidad. Nociones
Existe una gran cantidad de presunciones legales y jurisprudenciales en materia de culpabilidad del
automovilista. Entre ellas encontramos la salida a la vía pública, los cambios de dirección y sentido y
marcha atrás, los virajes, las prioridades de paso, etc. Ya que no ofrecen mayores dificultades, nos
remitimos a la bibliografía obligatoria.
36 Corte Suprema de Justicia de la Nación, 15/12/1998, S. M. C. c. Provincia de Buenos Aires y otros, LA LEY, 1999D, 534, con nota
de Silvia Y. Tanzi ED, 182742 - RCyS 1999, 1090; ídem Fallos 321:3519 citado en nota de fallo de la CNCiv., sala M, de fecha
1999/05/12, en Rev. La Ley del 21 de junio de 2000, pág. 9, fallo 100.414 por Fernando Alfredo Sagarna.
El seguro de responsabilidad civil. Nociones generales
En Argentina se ha establecido el sistema del seguro obligatorio de responsabilidad civil a terceros por los
daños causados por un automotor. Tal como hemos estudiado en el módulo 1, el seguro es un modo de
socializar el daño.
Recordemos que las indemnizaciones provenientes de seguros por daños normalmente son tarifadas o
sujetas a franquicias y a las condiciones particulares de la póliza y surgen de un contrato de seguro que
estipula un beneficio para un tercero (el eventual damnificado). Si bien está pensada para reparar el daño
del tercero, la causa de la misma es el contrato celebrado entre el asegurador y el asegurado. La víctima
tendrá derecho a reclamarle al dañador el pago de la reparación integral del daño.
Resarcimiento civil por daño
ambiental
Responsabilidad por daño ecológico y por contaminación ambiental. El
daño al medio ambiente en la Constitución
Nacional. Regulación del daño ambiental. Nociones
El daño ambiental se define en los términos de la Ley General del Ambiente
N° 25.675 como, según el art. 27, “toda alteración relevante que modifique negativamente el ambiente,
sus recursos, el equilibrio de los ecosistemas, o los bienes y valores colectivos” 37 . En efecto, la simple
alteración que el ambiente experimente sin superar su capacidad de autoregeneración quedará al margen
de este concepto.
Por el contrario, se considera daño ambiental a aquél que enerve las posibilidades reconstitutivas del
medioambiente.
El daño ambiental se caracteriza por ser ambivalente, en cuanto afecta intereses individuales y colectivos;
de relación causal difusa, ya que plantea un marco de complejidad respecto de la identificación del agente
productor del daño, tanto en la autoría, como la extensión temporal y espacial del mismo. Asimismo, se
evidencia la falta de límites geográficos, físicos, temporales,
37 Art. 27. - Ley N° 25.675 (2002). – Política Ambiental Nacional. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
personales. Frecuentemente se observan efectos acumulativos y sinérgicos que hacen su prueba
extremadamente dificultosa, compleja y revestida de enorme cientificidad. Es un daño prevalentemente
social e impreciso (Librizzi-Pasini).
La importancia que reviste la cuestión señalada ha valido que los constituyentes de 1994 determinaran la
necesidad de su tutela judicial efectiva con carácter constitucional.
La norma del art. 42 de la CN es fundamental en cuanto:
a) Reconoce el derecho de los habitantes de gozar de un ambiente sano, equilibrado y apto para el
desarrollo humano, y, a la vez, para realizar actividades productivas en un marco de sustentabilidad y
solidaridad intergeneracional.
b) Consagra el deber de todos los habitantes de preservar el ambiente.
c) Determina que el daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer.
d) Establece la necesidad de dictar la ley de presupuestos mínimos por parte de la Nación, y la
complementación por parte de las provincias, respetando la cuestión federal que rige la cuestión
ambiental y de los recursos naturales (art. 124 de la CN). Como consecuencia de este mandato
constitucional, se dicta la Ley de Presupuestos Generales Mínimos N° 25.675.
e) Veda el ingreso al territorio de la Nación de residuos actual o potencialmente peligrosos o radioactivos.
Asimismo, podemos decir que asistimos a una revolución en cuanto a los presupuestos clásicos del
derecho sustantivo, tanto público como privado; tenemos la recepción de una nueva categoría de
derechos personalísimos “derecho a un medio ambiente sano” y de una nueva categoría de sujetos de
derecho, es decir, los titulares de intereses colectivos o difusos, a quienes se les reconoce un amplio
margen de acción. Por tal razón, la reforma constitucional del año 1994 decide ampliar y reconocer esta
nueva categoría de legitimados, para que ningún derecho personalísimo quede desguarnecido.
En consecuencia, se han adoptado ciertos principios de gran importancia para la protección del
medioambiente: la primacía del principio de prevención y precautorio, la coordinación jurisdiccional, la
interdisciplinariedad, la prevención, la solidaridad, la sustentabilidad y el principio de la responsabilidad,
entre otros. Un ensanchamiento de los presupuestos clásicos del derecho procesal de daños, en particular,
una elongación de las funciones jurisdiccionales, lo que conlleva un manejo distinto de las instituciones
procesales tradicionales. Se observa la amplitud en la procedencia de los
fenómenos cautelares, la aparición de nuevos mecanismos probatorios, el trastoque de la teoría de los
indicios judiciales, un mayor protagonismo del juez. Dentro de la primera categoría de cambios que
señalamos, encontramos también una profunda transformación de los presupuestos de la responsabilidad
por daños.
Además de la Ley de Presupuestos Mínimos N° 25.675, se han dictado otras leyes que intentan proteger el
medioambiente. A continuación, veremos, a nivel de nociones, la Ley N° 25.612 de Gestión Integral de
Residuos Industriales y Actividades de Servicios, que derogó y reemplazó a la Ley N° 24.051, la Ley N°
24.804 respecto de los productos o desechos radioactivos y la Ley N° 17.048, que ratifica la Convención de
Viena sobre responsabilidad por daño nuclear.
Daños causados por residuos peligrosos.
Nociones generales
La Ley N° 25.612, en el art. 1 establece
Los presupuestos mínimos de protección ambiental sobre la gestión integral de residuos de origen
industrial y de actividades de servicios, que sean generados en todo el territorio nacional, y que sean
derivados de procesos industriales o de actividades de servicios.
Se entiende por proceso industrial, toda actividad, procedimiento, desarrollo u operación de conservación,
reparación o transformación en su forma, esencia, calidad o cantidad de una materia prima o material para
la obtención de un producto final mediante la utilización de métodos industriales.” Actividad de servicios,
por el contrario, es definida como aquella que “complementa a la actividad industrial o que por las
características de los residuos que genera sea asimilable a la anterior, en base a los niveles de riesgo que
determina la presente.38
Al tiempo que define las nociones referidas, excluye los residuos biopatógenos, domiciliarios, radioactivos
y los derivados de operaciones normales de buques y aeronaves del régimen por ella previsto.
38 Art.
1. - Ley N° 25.612 (2002). Gestión Integral de Residuos Industriales y de Actividades de Servicios. Honorable Congreso de
la Nación Argentina.
Esta ley, al igual que la Ley anterior N° 24.051 de residuos peligrosos, establece una responsabilidad
objetiva con basamento en el riesgo de empresa. Este principio surge claramente del art. 40, que expresa
que se “presume, salvo prueba en contrario, que todo residuo definido según los alcances del art. 2 es cosa
riesgosa en los términos del segundo párrafo del art. 1113 del Código Civil, modificado por la Ley N°
17.711”39 .
La ley presume iuris tantum que los residuos definidos supra son cosa riesgosa. Sin embargo, esta
presunción no es absoluta y puede ser desvirtuada demostrando el “no riesgo” o su inocuidad conforme el
curso normal y ordinario de las cosas y de acuerdo a las circunstancias de persona, tiempo y lugar.
La legitimación pasiva recae sobre el dueño y guardián de los residuos. La ley determina que el generador
de residuos, o sea “toda persona física o jurídica, pública o privada, que genere residuos industriales y de
actividades de servicio”40 , responde en calidad de dueño por los daños producidos por aquellos.
El transportista de residuos peligrosos es también responsable en calidad de guardián de los mismos desde
el lugar de generación del residuo hasta el lugar de almacenamiento, tratamiento o disposición final de los
mismos (art.
28).
No es oponible a terceros la transmisión del dominio o abandono voluntario de los residuos industriales y
de actividades de servicios.
Las eximentes que pueden ser opuestas son las propias del sistema de responsabilidad objetiva.
Daños nucleares. Nociones generales
La energía nuclear tiene innumerables ventajas que pueden ser utilizadas en el desarrollo económico y el
abastecimiento energético. Sin embargo, la producción, utilización, transporte y desechos de los materiales
radioactivos pueden resultar de gran peligrosidad para las personas y para el medioambiente. Esta realidad
ha llevado a que la responsabilidad derivada de daños nucleares haya sido regulada a nivel supranacional y
nacional. En todos los casos, el fundamento es objetivo, con basamento en la idea de riesgo creado.
39 Art. 40. - Ley N° 25.612. Op. cit.
40 Art. 9. - Ley N° 25.612. Op. cit.
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Grandinetti de Muraca, Raquel y/u otros", (2/03/1999), Fallos: 2000: 644.
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Galdós, J. M. (2015b). El art. 1757 del Código Civil y Comercial (el anterior art. 1113 Código Civil). Revista
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176.
Ley N° 26.994 (2014). Código Civil y Comercial de la Nación. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Ley N° 24.240 (1993). Defensa del Consumidor. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Ley N° 22.977 (1983). Registro de la Propiedad del Automotor. Poder Ejecutivo Nacional.
Ley N° 25.675 (2002). Política Ambiental Nacional. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Ley N° 25.612 (2002). Gestión Integral de Residuos Industriales y de Actividades. Honorable Congreso de la
Nación Argentina.
Ley N° Ley 17.711 (1968). Código Civil. Poder Ejecutivo Nacional.
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Lorenzetti, R. (2015). Código Civil y Comercial de la Nación Comentado. Buenos Aires: Rubinzal Culzoni.
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Tanzi, S. Y. y Casazza, M. S. (2015). Responsabilidad colectiva, anónima y por la actividad peligrosa de un
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Tribunal Colegiado de Responsabilidad Extracontractual de Rosario "Patiño Patricia Noemí c/ Ledesma
Ramón Alberto y otros s/ daños y perjuicios", (13/08/2014).
1
Responsabilidad de
las personas jurídicas y
sus órganos
Derecho Privado VIII (Daños)
Responsabilidad de las
personas jurídicas y de sus
órganos
Responsabilidad de las personas jurídicas
El Código Civil y Comercial (en adelante, C.C.C.), en su art. 1763 sigue la línea trazada por el art. 43 del
Código Civil derogado (en adelante C.C.) y endilga responsabilidad patrimonial a la persona jurídica por los
daños que causen quienes las dirigen o administren en ejercicio o con ocasión de sus funciones,
expresiones estas últimas que también se repiten en el art. 1753 in fine del C.C.C., al establecer el alcance
de la responsabilidad del principal por el hecho del subordinado. La responsabilidad civil de la persona
jurídica no excluye la responsabilidad directa del subordinado.
Definición
La responsabilidad de las personas jurídicas es aquella que comprende a todas las personas de existencia
ideal o personas jurídicas definidas en el art. 141 del C.C.C.: “Definición. Son personas jurídicas todos los
entes a los cuales el ordenamiento jurídico les confiere aptitud para adquirir derechos y contraer
obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de su creación” 1.
Estas se encuentran asimiladas, en principio, en sus relaciones con los terceros, a las personas de
existencia visible.
1 Art.
141 – Ley N° 26.994 (2014). Código Civil y Comercial de la Nación. Honorable Congreso de la Nación
Argentina.
Régimen del Código Civil y Comercial
Conforme el anterior régimen y en lo que atañe a la actuación de la persona jurídica, se decía que, en la
esfera contractual, la responsabilidad de las personas jurídicas no ha generado mayores problemas. El
artículo 42 del C.C. derogado establecía el principio general: "Las personas jurídicas pueden ser
demandadas por acciones civiles, y puede hacerse ejecución en sus bienes" 2. En consecuencia, las personas
jurídicas son responsables contractualmente, pueden ejecutar sus bienes del mismo modo que si fueran
una persona física y se someten a las mismas consecuencias en caso de incumplimiento de las obligaciones
contraídas por sus representantes legales. El dolo o la culpa de sus órganos en el cumplimiento de los
contratos se proyectan sobre la persona jurídica. En tal sentido, la Corte Suprema de Justicia de la Nación
sostuvo que el dolo o la culpa contractual son inherentes al contrato mismo (obligación principal), de
suerte que la persona jurídica responde por él, ya que su voluntad es tan indiferente como la de una
persona natural cuyo apoderado hubiese incurrido en falta al ejecutar un contrato.
En la esfera extracontractual, la cuestión no fue tan simple. En materia de responsabilidad aquiliana, la
responsabilidad de las personas jurídicas ha sido debatida y constituye una temática tradicional sobre la
que se han desarrollado diversas construcciones teóricas.
Las doctrinas que han indagado sobre la naturaleza de las personas jurídicas han postulado distintas
soluciones a la pregunta acerca de la responsabilidad extracontractual de la persona jurídica, cuya entidad
ideal presenta perspectivas que no son comunes con las personas naturales o de existencia visible.
Analicemos las diferentes teorías gráficamente.
2 Art. 42- Ley Nº 340 (1869). Código Civil. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Tabla 2: Diferencias doctrinarias sobre la responsabilidad de las personas jurídicas
Teoría de la ficción Teorías negatorias Teorías realistas
Postulada mayormente por Savigny. De acuerdo a esta concepción, las personas no responden de los actos
ilícitos cometidos por sus órganos o agentes. Los fundamentos
son los siguientes: a) la
persona jurídica carece de voluntad; b) no tiene por fin cometer delitos; c) los actos ilícitos de sus
administradores no pueden alcanzarla, porque exceden el límite del mandato ejercido.
Sin perjuicio de ello, admite la teoría de la ficción la responsabilidad contractual, que supone un
incumplimiento (con dolo o culpa) de los representantes de la persona jurídica. También puede darse
contra ellas una acción de in rem verso a favor del damnificado por un acto ilícito, si este se hubiere
enriquecido con el acto.
Varios grupos integran esta teoría que niega la personalidad de las personas jurídicas.
La doctrina de los
patrimonios de afectación les niega responsabilidad delictual. La doctrina de los derechos impersonales,
que
la persona jurídica es responsable por los actos ilícitos de sus representantes, dado que lo contrario sería
una solución injusta.
La teoría que niega la subjetividad admite responsabilidad basada en el riesgo y desecha la culpa como
fundamento.
Dado que niegan la responsabilidad civil y penal de las personas jurídicas, sostienen que existe
responsabilidad de la “asociación personificada”, lo que supone declarar responsables a los miembros de la
misma por las culpas de sus representantes. Finalmente, se afirma que las personas jurídicas no son
sino patrimonios colectivos.
Las tesis que afirman la realidad de las personas jurídicas establecen en forma amplia su responsabilidad
civil por actos ilícitos,
asimilándolas a las personas
de existencia visible.
La responsabilidad de las personas de existencia ideal resulta comprometida cada vez que concurren los
requisitos siguientes: a) la culpa del órgano, salvo cuando el fundamento de la
responsabilidad es objetivo; b)
el órgano debe obrar en calidad de tal y en la órbita de actividad de la persona jurídica, y si es un agente o
dependiente, en el ejercicio de
las funciones.
Fuente: elaboración propia.
La el texto del art. 43 del C.C (hoy derogado), conforme la Ley N° 17.711, disponía:
Las personas jurídicas responden por los daños que causen quienes las dirijan o administren, en ejercicio o
con ocasión de sus funciones. Responden también por los daños que causen sus dependientes o las cosas,
en las condiciones establecidas en el título “De las obligaciones que nacen de los hechos ilícitos que no son
delitos”3.
Asimismo, el artículo 1720 del C.C. disponía: "En el caso de los daños causados por los administradores son
aplicables a las sociedades las disposiciones del título «De las personas jurídicas»” 4.
En su momento, estos artículos merecieron la aprobación de la doctrina, ya que se eliminaron los textos
anteriores, que eran inoperantes ante la evolución jurisprudencial señalada. Se distinguía, en el art. 43 del
C.C. de la Nación, los daños que causen sus órganos (directores o administradores), los daños que se
causen por el hecho de otro (dependientes) y los daños producidos con o por las cosas que tengan en
propiedad o guarda. Esta distinción es importante; aunque la condición legal de los administradores o
directores de la persona jurídica es diferente a la de sus dependientes, no es razonable ampliar la
responsabilidad de esta al punto de hacer recaer en su patrimonio las consecuencias de actos
absolutamente ajenos a ella. Es por ello que, para que sean atribuibles a la persona jurídica, los actos
deberán realizarse dentro de su función como directores o administradores.
Es importante esta referencia a la norma derogada dado que el texto vigente es similar al comentado
anteriormente.
Con el dictado del nuevo Código Civil y Comercial se establece que: “Art. 1763. Responsabilidad de la
persona jurídica. La persona jurídica responde por los daños que causen quienes las dirigen o administran
en ejercicio o con ocasión de sus funciones”5.
Completan el esquema normativo de responsabilidad de las personas jurídicas los arts. 1753 del C.C.C.,
relativo a los dependientes (que ya hemos tratado antes), y los arts. 1757 y 1758, que regulan hechos de
las cosas y actividades riesgosas (que también fueron analizados) y, por supuesto, todo lo relativo a las
cuestiones generales de daños (presupuestos, funciones, etc.).
Como podemos apreciar, el art. 1763 es casi una copia literal del art. 43, primera parte, reformado por la
Ley N° 17.711. Y decimos casi, porque la segunda parte del 43 –en cuanto establecía que las personas
jurídicas son responsables por los hechos de los dependientes- no fue incluido por encontrarse ya previsto
en el art. 1753 del C.C.C. de la Nación.
3 Art. 42- Ley Nº 340. Op. cit.
4 Art. 1720- Ley Nº 340. Op. cit.
5 Art. 1763- Ley Nº 26.994. Op. cit.
6 Podrás ver más de este tema en Pizarro y Vallespinos (2012) a partir de la pág. 206.
Conforme el texto de la norma, la persona jurídica responde por los actos realizados por sus
administradores o directores, es decir, los sujetos que representan a la persona jurídica ante terceros. La
teoría adoptada es la llamada “teoría del órgano”. Esta teoría considera que los individuos que actúan en
nombre de las personas jurídicas no actúan a título propio, sino como órganos, como parte de la misma
persona jurídica.
Al aludir a “administradores o directores”, la interpretación literal de la norma lleva a la doctrina a
entender que están excluidos otros órganos de la persona jurídica, como la asamblea, los síndicos o las
comisiones revisoras de cuentas (López Herrera en Rivera, 2014). Esta posición es opinable.
Consideramos que –conforme exponen Pizarro y Vallespinos (2012)- al tratarse de actos ilícitos, debe
también responder por los órganos deliberativos o de control, como consecuencia de la adopción de la
teoría del órgano. La figura del mandatario estaría excluida de este supuesto normativo, sin perjuicio de la
aplicación de los arts. 1753 o 1757 y 1758 del C.C.C.
Para que exista responsabilidad, deben darse los presupuestos de la responsabilidad civil, daño resarcible,
factor de atribución que en este caso es objetivo por el riesgo creado (Pizarro y Vallespinos, 2012),
antijuridicidad y relación de causalidad. Esta última debe analizarse a la luz del término “ejercicio de las
funciones”.
En este sentido, la conducta debe ser “en” ejercicio de sus funciones, es decir, para que sea atribuible a la
persona jurídica, los actos deberán realizarse dentro de su función como directores o administradores; esta
función puede ser regular, un mal ejercicio o un abuso o ejercicio aparente.
Puede ser también “con motivo” de las funciones; es decir, existe aquí una relación de medio-fin.
Finalmente, puede ser “con ocasión” de las funciones, donde debe existir una razonable relación entre las
funciones y el daño, pero, además, debe configurarse relación de causalidad entre la ocasión que brinda la
función y el daño6.
La responsabilidad de los administradores sociales, directores y síndicos.
Nociones generales
Respecto de la acción de repetición o recursoria de la persona jurídica en contra de sus administradores,
esta se admite, en general, siempre que el daño resulte de una actuación por parte del representante o
administrador que implique una extralimitación de poder o abuso de derecho en el ejercicio de la
actividad. Nos remitimos a la bibliografía citada.
Responsabilidad del Estado
Nociones introductorias y plan de trabajo
Tal como sostienen Pizarro y Vallespinos (2012), el tema de la responsabilidad patrimonial del estado es
complejo y opinable. Esto lo decían antes de la entrada en vigencia del nuevo C.C.C., pero al tener aún en
manos el texto del Anteproyecto. Razón por la cual remitimos a la obra citada a los fines del estudio de
este complicado punto.
Sin perjuicio de la remisión efectuada, en la presente lectura vamos a efectuar alguna breve descripción en
relación al bloque normativo vigente al 01/08/15.
En torno a la responsabilidad patrimonial del Estado, el nuevo Código establece dos cosas que deben ser
resaltadas: i) regula la responsabilidad patrimonial del Estado, cosa que el Código derogado no hacía, por
lo cual esta –si se quiere- laguna normativa fue completada por la jurisprudencia; ii) al regular la situación,
tomó partido y se determinó la inaplicabilidad de las normas del Código Civil, se separa –según algunos- de
los precedentes que la Corte Suprema de Justicia de la Nación sostenía sobre el tema durante los últimos
cincuenta años. Otros piensan que el nuevo Código toma la jurisprudencia de la Corte para la regulación.
Para dejarte tranquilo aclaramos que el actual sistema jurídico no exime de responsabilidad patrimonial al
estado –ello nunca podría ocurrir en el actual desarrollo del sistema normativo 7-, sino que determina la
inaplicabilidad de las normas contenidas en el Capítulo 1 del libro V (arts. 1708 a 1781) y remite a las
normas del derecho administrativo nacional o local. Completa el cuadro normativo la Ley N° 26.944 de
Responsabilidad Estatal.
Conforme lo expuesto, abordaremos la cuestión en tres partes. La primera, dedicada al actual marco
normativo, es decir, la norma vigente. En el segundo punto explicaremos cuál fue la posición de la comisión
redactora y describiremos cuáles fueron las normas proyectadas y sus fundamentos, para que puedas
compararlas con las normas que fueron sancionadas por el Congreso de la Nación, pues esto te permitirá
conocer la opinión que al respecto tienen los autores del Código, que –reiteramos- no se encuentra
plasmada en la ley vigente, para finalizar con la doctrina creada en torno al régimen normativo derogado,
que resulta aplicable a la materia, pues constituye las bases tomadas en consideración por la Comisión
para proyectar las normas del Anteproyecto de Código Civil y Comercial e implica el análisis de la evolución
de la jurisprudencia hasta el dictado de la Leyes N° 26.994 y N°
26.944.
7 Sobreel tema, ver la explicación de “la dificultosa superación del dogma de la irresponsabilidad estatal” Pizarro & Vallespinos,
2012, V, p. 216 y ss. Actualmente, el estado responde en virtud de los principios constitucionales del estado de derecho. Tal vez
en otro sistema político (v. g., dictadura totalitaria), el estado estaría exento de responsabilidad patrimonial. En el actual
desarrollo del sistema jurídico argentino, este predicamento es insostenible.
Definición
Más que definir la responsabilidad del estado, corresponde describir la situación normativa actual.
El Código Civil y Comercial de la Nación, al tratar la responsabilidad patrimonial del estado, opta por la
aplicación de las normas del derecho administrativo nacional o local a la responsabilidad estatal, conforme
el texto de los arts. 1764 y 1765 y no se puede aplicar el Capítulo 1 "Responsabilidad Civil" del Título V del
Libro Tercero, ni directa ni subsidiariamente a la responsabilidad patrimonial del estado (art. 1764 del
C.C.C.). Pareciera que la intención del legislador fue excluir toda responsabilidad civil del estado del Código
Civil, al menos, la determinada en ese Capítulo, en las Secciones 1ª a 11ª, y conducirla al ámbito del
derecho administrativo nacional o local. Esta opción legislativa es problemática y generó las críticas de
buena parte de la doctrina.
Dicen las normas citadas: “Art. 1764. Inaplicabilidad de normas. Las disposiciones del Capítulo 1 de este
Título no son aplicables a la responsabilidad del Estado de manera directa ni subsidiaria” 8; “Art. 1765.
Responsabilidad del Estado. La responsabilidad del Estado se rige por las normas y principios del derecho
administrativo nacional o local según corresponda”9.
Podemos interpretar que se refieren a la inaplicabilidad de las normas referidas a la responsabilidad civil,
pero no a las que no tienen ese contenido expreso, pues quedaría el estado apartado directamente de las
normas del Código Civil y Comercial de la Nación, por ejemplo, de la norma que establece que el estado es
una persona jurídica (conf. art. 146 del C.C.C.). En este sentido, el Código Civil y Comercial de la Nación
circunscribe la inaplicabilidad a las normas de responsabilidad civil solamente contenidas en el Capítulo 1
del Título V y no a otras normas que contiene ese cuerpo normativo sobre responsabilidad civil en otros
libros o títulos o capítulos, como por ejemplo la que surge en materia de transporte del art. 1286 o la del
leasing en la actividad financiera ejercida por el estado nacional del art. 1243. En igual sentido, la
protección de los consumidores se aplicaría tanto al estado como a los particulares. Es decir, cuando, en la
relación de consumo, el sujeto dañador sea el estado, se tornará aplicable la Ley N° 24.240 y el Código Civil
y Comercial en su parte pertinente. Esta observación no es baladí, pues su consecuencia práctica hace que
un importante porcentaje de las demandas presentadas contra el estado tengan como régimen jurídico el
Código Civil y Comercial, es decir, no se aplique el derecho administrativo conforme los artículos citados.
Resulta útil transcribir los fundamentos del Poder Ejecutivo para establecer este bloque normativo vigente.
Al respecto, se dijo que:
Se modificó el artículo (refiere a las normas proyectadas por la comisión) por cuanto el proyecto afecta al
federalismo, puesto que invade materias no delegadas de las provincias al Gobierno federal, tal como
establece el artículo 121 de la Constitución Nacional. El Poder Ejecutivo considera que la responsabilidad
del
8 Art. 1764 – Ley N° 26.994. Op. cit.
9 Art. 1765 – Ley N° 26.994. Op. cit.
11 Art. 1. - Ley N° 2.944 (1893) –Subsidio Estatal. Honorable Congreso de la Nación Argentina.
Estado y del funcionario es un tema que concierne al Derecho administrativo y es ajeno al Derecho civil. La
posición del Poder Ejecutivo se ajusta a la doctrina actual de la Corte en la causa “Barreto”, donde se
sostuvo que la responsabilidad del Estado corresponde al ámbito del Derecho administrativo y que la
responsabilidad estatal encuentra su fundamento en principios extraños a los propios del Derecho
privado…El régimen jurisprudencial de la responsabilidad del Estado vigente en nuestro país exhibe dos
notas particulares: la autonomía y el carácter esencialmente local. En consecuencia con ello es que los
artículos sobre responsabilidades del Estado respetan, en primer lugar, el federalismo y, en segundo lugar,
la historia jurisprudencial de nuestro más alto tribunal federal. (Alak, 2012,
http://ccycn.congreso.gob.ar/versiones/buenosaires/2012-21-
08.html).
De este modo queda zanjada la polémica que se presentaba en la doctrina entre civilistas y
administrativistas, respecto a que ámbito era el adecuado para ubicar a la responsabilidad patrimonial del
estado10.
Como complemento de los artículos del Código Civil que remiten a las normas de derecho administrativo,
se dictó una ley marco que rige la responsabilidad estatal. Si bien dicha norma refiere al ámbito
administrativo (art. 8 de la Ley N° 26.944), nosotros prensamos que corresponde trabajarla aquí, pues la
responsabilidad patrimonial del estado no es cuestión privativa del derecho público o privado. La norma
queda comprendida dentro del bloque normativo que rige la responsabilidad patrimonial del Estado y ello
justifica su análisis. Lo bueno es que conozcas su contenido. Esta decisión puede ser opinable.
Ley N° 26.944 de Responsabilidad Estatal
Esta ley, publicada el 08 de agosto de 2014, es de aplicación hasta ahora solo en el ámbito nacional. Su art.
11 invita a las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a adherirse, con lo cual su vigencia en las
jurisdicciones locales dependerá de la voluntad política de cada provincia.
La ley sobre responsabilidad del estado tiene solo 12 artículos, que prevén las siguientes cuestiones:
Esta ley rige la responsabilidad del Estado por los daños que su actividad o inactividad les produzca a los
bienes o derechos de las personas.
La responsabilidad del Estado es objetiva y directa.
Las disposiciones del Código Civil no son aplicables a la responsabilidad del Estado de manera directa ni
subsidiaria.
La sanción pecuniaria disuasiva es improcedente contra el
Estado, sus agentes y funcionarios11.
10 Sobre esta polémica ver Pizarro y Vallespino (2012) V, p. 217 y ss.
En este artículo, la ley expresamente dice que la responsabilidad del estado es amplia y se refiere a todos
los daños que sean consecuencia de su actividad o inactividad 12. En otras palabras: comprende los daños
ocasionados por los hechos y actos, así también por las omisiones, y esta parte se la puede vincular con lo
que la doctrina denominó los daños provocados, ya sea por una no prestación del servicio o por una
prestación irregular, y, por ello, el afectado puede accionar: solicita la prestación omitida o
deficientemente prestada o reclama la reparación de los perjuicios derivados de la conducta no realizada o
realizada deficientemente.
En efecto, el artículo refiere a la actividad o inactividad, con lo cual surge la responsabilidad estatal por la
“falta de servicio”, teoría consagrada por la Corte Suprema en el caso Vadell (Fallos 306: 2030), que se
genera por el funcionamiento anormal, defectuoso o incorrecto de la administración, ya sea por acción o
por omisión, cuando pesaba sobre aquélla la obligación de actuar. Se produce cuando el servicio no
funciona, funciona mal o funciona atrasado o demasiado tarde, aspecto este bastante común en algunas
administraciones. Como complemento, la Corte trabajó la responsabilidad del Estado por omisión en el
precedente Mosca (C.S.J.N, Mosca, Hugo A. v. Provincia de Buenos Aires y otros, sentencia del 06 de marzo
de 2007, publicado en JA, 2007-IV-483.).
En estos casos, la responsabilidad del estado es objetiva y directa por los daños causados por su actividad o
inactividad ilícita. Es decir, prescinde de toda valoración subjetiva al momento de establecer la
responsabilidad, sin importar que el hecho dañoso se haya producido como resultado de un hecho culposo
o doloso. La responsabilidad directa del estado surge en virtud de que un órgano comete un daño en
ejercicio aparente de sus funciones. De esa forma, no es necesario distinguir si el daño ha sido cometido
por funcionarios o por empleados, ya que una parte de la doctrina sostiene que solo los funcionarios
representan la voluntad del estado por ser órganos suyos, en cambio, los empleados son dependientes y
realizan solo actividades materiales de ejecución, con lo cual se trataría de una responsabilidad indirecta
del estado. La norma supera este debate.
Al sostener la ley que la responsabilidad es objetiva y directa, tampoco es necesario distinguir si el daño ha
sido consecuencia de un acto o de un hecho de la administración, ya que, para algunos, los actos acarrean
la responsabilidad directa, en cambio, los hechos acarrean la indirecta. También la norma supera este
debate.
Al afirmar que la responsabilidad es directa, no es necesario indagar si la actividad ha sido legítima o
ilegitima, ya que en ambos casos el estado debe reparar al afectado si se cumplen los requisitos
establecidos en la ley, conforme veremos más adelante; los recaudos son diferenciados en cada caso.
Dice la norma que las disposiciones del Código Civil no son aplicables a la responsabilidad del estado de
manera directa ni subsidiaria, en consonancia con los establecido en los arts. 1764 y 1765 del C.C.C.
Nuevamente, el legislador pretende resolver la polémica entre civilistas y administrativistas respecto de
12 Podrás leer acerca de la responsabilidad patrimonial del Estado por omisión en Pizarro y Vallespinos (2012) a partir de la pág.
272.
la responsabilidad patrimonial del Estado. En este sentido, existen autores que entienden adecuada la
exclusión porque
Las normas del derecho privado crean entre las personas a quienes se aplican relaciones de coordinación,
pues se encuentran situadas en un plano de igualdad. En cambio las normas del derecho público crean
entre las personas a quienes se aplican relaciones de subordinación, porque no son consideradas
jurídicamente iguales por la ley. Esto no quiere decir que la persona que se vincule con el Estado solo tenga
obligaciones y no tenga derechos. Si sus derechos son vulnerados el afectado deberá acudir primero a la
sede administrativa a fin de agotar la instancia administrativa y luego a sede judicial, interponiendo una
acción contenciosa administrativa ante el tribunal competente. El Estado se relaciona con los particulares
mediante normas de subordinación porque uno de sus cometidos es el de proveer al bienestar general. En
otros términos el fin del Estado es la satisfacción del bien común. En cambio las normas que encontramos
en el Código Civil han sido en general establecidas pensando en la idea de autonomía de la voluntad,
igualdad de las partes, igualdad de los intereses y es por esa razón que se aplican normas de coordinación.
Esta es una de las razones por las que la responsabilidad estatal no se puede evaluar con los parámetros
civiles tradicionales y, por ello, debe analizarse exclusivamente desde el derecho público. (Altamira Gigena,
s.f., goo.gl/DdSv3A).
En sentido contrario se sostiene que, por el principio de igualdad, si una actividad es cumplida, tanto por
los particulares como por el estado, y alguien resulta dañado con motivo de esa actividad (por ejemplo,
culpa médica cometida en un hospital público o en un sanatorio privado) o con motivo de hechos que son
iguales (por ejemplo, un accidente de tránsito protagonizado por un automotor de propiedad del estado o
de los particulares), no hay razones para que el dañado reciba un distinto tratamiento legal. Sería absurdo
decir que un accidente de tránsito protagonizado por un auto que pertenece a un municipio es una "falta
del servicio administrativo". Por eso, el Anteproyecto contenía, como el Código Civil de Vélez Sarsfield,
normas relativas a esa responsabilidad. El Poder Ejecutivo decidió eliminar esos artículos y envió un
proyecto que hoy es la Ley N° 26.944, que da un régimen específico a la responsabilidad del estado y de los
funcionarios públicos, y que, al reconocer que esta es materia no delegada por las provincias, las
autorizaría a tener su propio régimen, aunque invita a adherirse al texto de esa ley (puedes ampliar este
tema en Pizarro y Vallespinos, 2012, p. 217 y ss.) .
Una posición que podríamos llamar intermedia –que es la sostenida por Pizarro antes de la reforma-
explica que limitar la responsabilidad del estado para que sea tratada por el derecho civil o por el derecho
administrativo y considerar ambas ramas como excluyentes, es una postura reduccionista, puesto que la
responsabilidad estatal se nutre tanto de principios del derecho civil como del derecho administrativo. Sin
dudas que limitar la aplicación de normas del derecho administrativo –tal como dice el texto del nuevo
Código- es reduccionista e implica dejar de lado toda una construcción teórica desarrollada por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación (Pizarro y Vallespinos, 2012).
La discusión está planteada en los términos expuestos.
La norma dice que “la sanción pecuniaria disuasiva” es improcedente contra el estado, sus agentes y
funcionarios.
Conforme pudimos analizar en la unidad 10, se eliminó del texto del Código Civil y Comercial la figura de la
“sanción pecuniaria disuasiva”, conforme actual texto de los arts. 1708 y ss. Con lo cual, la norma analizada
solo se limitaría a los daños punitivos previstos por el art. 52 bis de la Ley N° 24.240 y su imposibilidad de
imponerle daños punitivos al estado cuando esté implicada una relación de consumo. En torno a la
posibilidad de aplicar “sanciones conminatorias” o “astreintes” previstas en el art. 804 del C.C.C. al estado,
remitimos a lo expuesto en la unidad 10 sobre la figura.
La norma es de dudosa constitucionalidad, en cuanto crea un privilegio que –en principio- violenta el art.
16 de la Constitución Nacional. Queda en manos de los jueces esta decisión.
En el segundo artículo se expone:
Se exime de responsabilidad al Estado en los siguientes casos:
a) Por los daños y perjuicios que se deriven de casos fortuitos o fuerza mayor, salvo que sean asumidos por
el Estado expresamente por ley especial;
b) Cuando el daño se produjo por el hecho de la víctima o de un tercero por quien el Estado no debe
responder13.
La norma refiere a las eximentes, que ya hemos analizado en la materia. Luego, dice el tercer articulado de
la norma:
Son requisitos de la responsabilidad del Estado por actividad e
inactividad ilegítima:
a) Daño cierto debidamente acreditado por quien lo invoca y mensurable en dinero;
b) Imputabilidad material de la actividad o inactividad a un órgano estatal;
c) Relación de causalidad adecuada entre la actividad o inactividad del órgano y el daño cuya reparación se
persigue;
d) Falta de servicio consistente en una actuación u omisión
irregular de parte del Estado; la omisión sólo genera responsabilidad cuando se verifica la inobservancia de
un deber normativo de actuación expreso y determinado14.
13 Art. 2 - Ley N° 2.944. Op. cit.
14 Art. 3 - Ley N° 2.944. Op. cit.
Se establece la responsabilidad objetiva y directa del estado por los daños causados por su actividad o
inactividad ilícita15. Para su procedencia hace falta la configuración de una conducta antijurídica, daño
resarcible (Fallos: 330: 2748; Fallos: 307:169), relación adecuada de causalidad y factor de atribución, que
en el caso es objetiva. La figura utilizada por la doctrina para describir esta responsabilidad es la falta de
servicio, conforme alude el inciso “d” (ver más en Pizarro y Vallespinos, 2012, p. 248).
En cuanto a la extensión del resarcimiento, en principio, la norma parece inducir la idea del carácter
excepcional y limitada al daño patrimonial (emergente y lucro cesante). Sin embargo, conforme pudimos
analizar en la unidad 9, el daño moral es mensurable en dinero, por lo cual no se impide la reparación del
daño moral o extra patrimonial (Fallos 330: 2748). La jurisprudencia de la Corte tomó cada caso en
particular para determinar la procedencia del daño moral.
Los incisos “b” y “c” refieren a la imputabilidad y relación de causalidad. Aquí se tornan aplicables los
principios que ya hemos analizado en las unidades 6 y 7.
El inciso “d” se refiere a la responsabilidad por “falta de servicio”; conforme habíamos visto, tanto la
doctrina como la jurisprudencia se muestran coincidentes respecto de esta responsabilidad estatal por
obrar ilegítimo.
El artículo 4 dice:
Son requisitos de la responsabilidad estatal por actividad legítima:
a) Daño cierto y actual, debidamente acreditado por quien lo invoca y mensurable en dinero;
b) Imputabilidad material de la actividad a un órgano estatal;
c) Relación de causalidad directa, inmediata y exclusiva entre la actividad estatal y el daño;
d) Ausencia de deber jurídico de soportar el daño;
e) Sacrificio especial en la persona dañada, diferenciado del
que sufre el resto de la comunidad, configurado por la afectación de un derecho adquirido 16.
La norma refiere a la responsabilidad del estado por actividad lícita o legitima 17. En este artículo se han
detallado los factores de atribución para el
reconocimiento de la responsabilidad estatal por actividad lícita establecida por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación y aceptada en general por la doctrina. Remitimos a la bibliografía citada en la nota al
pie de página que antecede.
Con relación al inciso “a”, en cuanto requiere que el daño sea cierto, al igual que la norma anterior, es
discutible la posibilidad de reclamar el daño moral. Pareciera ser que la norma lo impide.
15 Puedes ampliar este tema con la lectura de Pizarro y Vallespinos, 2012, a partir de la pág. 265.
16 Art. 4 –Ley N° 2.944. Op. cit.
17 Podrásleer más acerca de la responsabilidad patrimonial del Estado por su actuación ilícita en Pizarro y
Vallespinos, 2012, p. 278 y ss.
El inciso “b” refiere al “órgano estatal”, en consecuencia, puede responsabilizarse al estado por la actividad
realizada por la administración central, por la administración descentralizada, como son los entes
autárquicos e incluso por la actividad de un “Órgano de Control de los Servicios Públicos” (Altamira Gigena,
s.f., goo.gl/DdSv3A ).
El inciso “c” exige la relación de causalidad entre el accionar del estado y el perjuicio. Esa relación de
causalidad tiene que ser directa e inmediata entre el accionar lícito del estado, como causa, y el perjuicio al
particular como efecto de esto.
Como nota diferenciada se encuentra “la exclusividad” 18179 en la relación de causalidad.
Es importante señalar que hay diferencia entre el nexo de causalidad en el supuesto de responsabilidad del
estado por actividad lícita y en el caso de la actividad ilícita.
Cuando los daños son provocados por la actividad lícita, el criterio de interpretación debe ser más
restrictivo y es por eso que el inciso “c” expresamente establece que debe ser directa, inmediata y
exclusiva; en cambio, en el inciso “c” del artículo tercero, solo se exige que la relación de causalidad sea
adecuada entre la actividad o la inactividad del órgano y el daño cuya reparación se persigue.
En el inciso “d” se requiere la ausencia del deber jurídico de soportar el daño, pues hay numerosos casos
en que una persona debe tolerar ciertos daños sin derecho a indemnización, como lo es el de ejercicio del
poder de policía, que implica limitaciones lícitas a los derechos individuales (otros ejemplos: la obligación
de vacunar a los animales, combatir las plagas, supervisar periódicamente los ascensores en los edificios,
etc.). Para más ejemplos puedes consultar en Pizarro y Vallespinos (2012, V, pp. 285-286).
El inciso “e” exige que el “sacrificio especial” de la persona dañada se diferencie del que sufre el resto de la
comunidad. La teoría del sacrificio especial implica que la actividad estatal podría producir perjuicios que
los ciudadanos debían soportar, ya que ello hacía a la existencia misma del estado. Pero si ese perjuicio
afectaba a un individuo de manera desigual y desproporcionada, produciéndole un daño material, se
configuraba un sacrificio especial que debía indemnizarse por razones de equidad. Retomaremos este
tema más adelante.
El inciso en análisis finalmente exige la afectación de un derecho adquirido. O sea que la situación
jurídicamente protegida que debe invocar y acreditar el particular calificado para solicitar una
indemnización con motivo de la responsabilidad estatal es la de un derecho adquirido.
18 AltamiraGigena enseña que en el año 1989, la Corte Suprema, en el caso “Ledesma” (Fallos 312: 2022), rechazó la demanda
de daños y perjuicios por entender que, si bien habría tenido incidencia una resolución del Ministerio de Economía, existieron
otros factores, como fueron el auge de los sustitutos del azúcar, la falta de financiación de la zafra y el derrumbe de los precios
internacionales, por lo que no existía exclusividad. En consecuencia en este fallo se agrega como requisito la exclusividad y es
por esa razón que seguramente se lo ha incluido en el inciso que analizamos.
Los dos últimos incisos, “d” y “e”, han sido establecidos por la Corte Suprema de Justicia de la Nación a
partir del caso Columbia (Fallos: 315:1026), por lo que, desde entonces, el actor, para tener posibilidades
de éxito, debe reunir 3 requisitos con relación al daño y 2 en lo que respecta a su persona como afectado.
Dice el art. 5:
La responsabilidad del Estado por actividad legítima es de carácter excepcional. En ningún caso procede la
reparación del lucro cesante.
La indemnización de la responsabilidad del Estado por actividad legítima comprende el valor objetivo del
bien y los daños que sean consecuencia directa e inmediata de la actividad desplegada por la autoridad
pública, sin que se tomen en cuenta circunstancias de carácter personal, valores afectivos ni ganancias
hipotéticas.
Los daños causados por la actividad judicial legítima del Estado no generan derecho a indemnización 19.
Conforme el texto de la norma, la responsabilidad estatal por actividad legítima es de excepción. Se trata
de una actividad legal de la administración, y, si la misma produce daños de carácter general, no son
indemnizables, porque constituyen limitaciones al ejercicio de los derechos individuales. Son daños que
deben ser soportados; aparece aquí la idea de “sacrificio especial”20.
La exclusión del lucro cesante y del daño moral es cuestionable porque atenta contra el principio de
reparación integral del daño (art. 1740 del C.C.) de la Nación y es contrario a la doctrina judicial sentada
por la Corte Nacional21.
Dentro del ámbito de la responsabilidad del estado por acto lícito, la procedencia de la reparación del lucro
cesante al damnificado presenta, en doctrina y jurisprudencia, dos posturas antagónicas. Una primera
posición, de carácter restrictivo, considera que la responsabilidad del derecho privado es sustancialmente
diferente a la de derecho público, por lo que los principios que la rigen no se aplican en esta materia, y el
deber de responder del estado tiene sus propias reglas. En virtud de ello, por aplicación análoga de lo
dispuesto por la Ley Nacional de Expropiaciones, se excluye el pago del lucro cesante (Fallos:
293:617; Fallos: 301:403; Fallos: 312:659). Para los partidarios de la otra posición, que propicia la
aplicación de los mismos principios resarcitorios para ambos ámbitos, el resarcimiento debe comprender el
lucro cesante y, en algunos casos, el daño moral, en virtud del principio de la reparación integral que rige
en el derecho de daños (Fallos: 306:1409; Fallos: 312:2266).
19 Art.4- Ley N° 2.944. Op. cit.
20 Según Bianchi: “todos estamos obligados a soportar las cargas que las leyes nos imponen en forma general en la medida que
no sean inconstitucionales. Pero, aún si son válidas, pueden generar derecho a la indemnización respecto de quienes se ven
afectados en sus derechos en forma más gravosa que el resto de la comunidad” (1998, p. 40).
21 Para saber más acerca de la extensión del resarcimiento puedes leer a Pizarro y Vallespinos, 2012 a partir de la pág. 289.
Responsabilidad
civil derivada de la
intervención de
cosas
Derecho
Privado VIII (Daños)
y.__