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Jesucristo, Rey del Universo

"Rey de reyes y Señor de señores".


(Ap 19, 16)

"Yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine


al mundo, para ser testigo de la Verdad".
(Jn 18, 36-37)

Meditación 1.
Meditación 2.
Oración a Cristo Rey.
Algunos textos de las Sagradas Escrituras.
Consagración del género humano a Cristo Rey.
Novena.
Carta Encíclica Quas primas.

Meditación 1.
Jesús comenzó la vida pública anunciando su reino. "El plazo está vencido, el Reino
de Dios está cerca. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva" (Mt 1,14).

El Reino de Dios es ante todo espiritual. Su realización final consiste en la unión de


todos los bienaventurados disfrutando de Dios en el Cielo.

Se ingresa en este Reino aceptando el mensaje del Evangelio por fe y recibiendo el


Bautismo. Jesús dijo a los Apóstoles: "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena
Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a
creer se condenará"(Mc 16,15-16).

Toda persona que quiera pertenecer al Reino de Dios necesita nacer de Dios otra
vez. Viene a ser hijo de Dios no meramente por adopción legal sino por real y
verdadera participación de la vida divina. "A todos los que lo recibieron, les
concedió ser hijos de Dios" (Jn 1,12). El Reino de Cristo no es de dominar la tierra.
El mismo dijo a Pilato: "Mi reinado no es de acá" (Jn, 18,36).

Se designa el Reino de Dios comúnmente con el nombre de Iglesia. Es a la vez


divino y humano, terreno y celestial. Pequeño al principio como el grano de
mostaza, estaba llamado a ser católico, o sea, a extenderse por todo el mundo. La
idea de la Iglesia como Reino universal de Dios demuestra claramente que no
puede haber más que un solo Reino de Dios.

La Iglesia es Jesucristo, que vive y actúa en el mundo por sus ministros,


debidamente autorizados, hasta el fin de los tiempos. Él dio a su Iglesia una forma,
una organización que la capacitase para realizar su misión en el mundo: enseñar,
dirigir y santificar las almas.

Pertenecer al Reino de Dios es lo más precioso a que puede aspirar una persona.
Debemos considerarlo como una perla que no tiene precio y, en agradecimiento,
sacrificarnos por este don.

Jesucristo es nuestro Rey. Es el primogénito de toda la creación. Él es antes que


todas las cosas, pues todo fue creado en Él, por Él y para Él. Es el más importante
entre todas las criaturas a la vez que su Creador, perfecta imagen de Dios, el
primogénito de la creación.

Cristo es el centro del plan salvífico de Dios, porque el cristiano puede llevar a
cumplimiento su tarea haciendo que la creación dé gloria a Dios por medio de
Jesús, el Señor resucitado. Dijo Jesús a Pilato: "Mi reinado no es de acá… Tú lo has
dicho: Yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de la
Verdad. Todo hombre que está de parte de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 36-
37)

Es de fe que Jesucristo en cuanto Hombre tiene pleno espiritual para guiar por el
camino de la salvación, establecer la Iglesia y los Sacramentos y conceder todas las
gracias de orden sobrenatural. Por estar unidas en Él las naturalezas divinas y
humanas posee mayor poder aún y esto es la base de la Realeza.

Cada uno de nosotros debemos esforzarnos personalmente por ser súbditos de


Cristo Rey con la mayor perfección posible de mente, voluntad y corazón, porque
fuimos comprados al precio de su preciosísima Sangre. Cristo es Rey del hogar y de
la sociedad. Jesús nos pide creer en Él, poner en Él nuestra esperanza y amarle de
todo corazón. Él nos ha dicho " El Padre ama al Hijo y pone todas las cosas en sus
manos. El cree al Hijo vive de la vida eterna" (Jn 3, 35-36).

Meditación 2. «A Jesucristo Rey de reyes venid y adorémosle»


Es día de proclamar su realeza, de decir entre suspiros: ¡Venga a nosotros tu reino! De decir
al Padre: ¡Padre glorifica a tu Hijo!

Jesucristo no es Rey por gracia nuestra, ni por voluntad nuestra, sino por derecho de
nacimiento, por derecho de filiación divina, por derecho también de conquista y de rescate.

«Así que Cristo es Rey universal de este mundo por su propia esencia y naturaleza» (Sn.
Cirilo de Alejandría), en virtud de aquella admirable unión que llaman hipostática, la cual le
da pleno dominio no sólo sobre los hombres, sino sobre los ángeles y todas las criaturas. (Pío
XI)

Y ¿qué de extraño tiene sea Rey de los hombres el que fue Rey de los siglos? Pero Jesucristo
no es Rey para exigir tributos o para armar un ejército con hierro y pelear visiblemente
contra sus enemigos. Es Rey para gobernar los espíritus, para proveer eternamente al
mundo, para llamar al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman.

Nadie tema vaya a perder algo porque se someta al «suavísimo imperio de Cristo». (Col) No
teman las sociedades porque Él es quien las funda y las sustenta. No teman los poderosos
porque « no quita los reinos mortales quien da los celestiales». No teman tampoco los
individuos porque servir a Cristo es reinar. Es un Rey tal, que no esclaviza, ni esquilma a sus
servidores; un Pastor y un Señor que no toma nada de su rebaño, sino que todo lo da, y antes
se desvive por los suyos y se les entrega, con todos sus bienes ya desde la tierra, hasta que
sean capaces de poseerle y de gozarle más cumplidamente en el cielo.

Piensan los insensatos que les va a privar de la libertad, cuando se la va a acrecentar y


perfeccionar, proscribiendo tan sólo el libertinaje, tan fatal para el alma como para los
cuerpos, para las naciones como para los individuos, ya que «lo que hace míseros a los
pueblos es el pecado».

Conviene, pues que Él reine, porque su reinado «es eterno y universal, es un reinado de
verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Quiere ante todo
reinar en las inteligencias, en las voluntades y en los corazones de los hombres.

Consagración de la humanidad para


el día de Cristo Rey por el Papa Pío XI

¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos


humildemente postrados; vuestros somos y vuestros
queremos ser, y a fin de vivir más estrechamente unidos
con vos, todos y cada uno espontáneamente nos
consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás, os han conocido; muchos,


despreciando vuestros mandamientos, os han desechado.
¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los
otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.

¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se
han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han
abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna,
que no perezcan de hambre y miseria.

Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por


espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al
puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que en breve
se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las


tinieblas de la idolatría; dignaos atraerlos a todos a la luz de
vuestro reino.

Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a


vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad
en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no
resuene sino ésta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa
de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de
gloria por los siglos de los siglos. Amén.

"Por eso Dios lo engrandeció y le concedió el Nombre que está sobre todo
nombre, para que, ante el nombre de Jesús, todos se arrodillen, en
los cielos, en la tierra y entre los muertos. Y toda lengua proclame
que Cristo Jesús es el Señor, para Gloria de Dios Padre."
_______ Fil. 2, 9 -11

Cristo
Cristo Rey del piedra "Yo soy Rey"
Oposición
Universo al Señor
angular
Cristo reina ya
mediante la
Iglesia
Cristo Rey del Universo

La fiesta de Cristo Rey fue instituida en 1925 por el papa Pío XI, que la fijó en el domingo ante
solemnidad de todos los santos. La Iglesia, ciertamente, no había esperado dicha fe
celebrar el soberano señorío de Cristo: Epifanía, Pascua, Ascensión, son también fie
Cristo Rey. Si Pío XI estableció esa fiesta, fue como él mismo dijo explícitamente en
encíclica Quas primas, con una finalidad de pedagogía espiritual. Ante los avances d
ateísmo y de la secularización de la sociedad quería afirmar la soberana autoridad d
sobre los hombres y las instituciones. Ciertos textos del oficio dejan entrever un últ
sueño de cristiandad.
En 1970 se quiso destacar más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cr
fiesta se convirtió en la de Cristo "Rey del Universo" y se fijó en el último domingo p
annum. Con ella apunta ya el tiempo de adviento en la perspectiva de la venida glori
Señor.

La transformación de la segunda parte de la colecta revela claramente el cambio introducido


tema de la fiesta. La oración de 1925 pedía a Dios "que todos los pueblos disgregad
herida del pecado, se sometan al suavísimo imperio" del reino de Cristo. El texto mo
pide a Dios "que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu ma
te glorifique sin fin".

Cristo, piedra angular.

El año litúrgico llega a su fin. Desde que lo comenzamos, hemos ido recorriendo el c
que describe la celebración de los diversos misterios que componen el único mister
Cristo: desde el anuncio de su venida (Adviento), hasta su muerte y resurrección (C
Pascual), pasando por su nacimiento (Navidad), presentación al mundo (Epifanía) y
cadencia semanal del domingo. Con cada uno de ellos, hemos ido construyendo un arco, al
que hoy ponemos la piedra angular. Este es el sentido profundo de la solemnidad de Cristo
– Rey del Universo, es decir, de Cristo – Glorioso que es el centro de la creación, de la
historia y del mundo. “Todos perciben en sus almas una alegría inmensa, al considerar la
santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es
autor del universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando: mendiga
un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas”. (San Josemaría Escrivá
de Balaguer)

Pío XI, al establecer esta fiesta, quiso centrar la atención de todos en la imagen de Cristo, Rey divino,
tal como la representaba la primitiva Iglesia, sentado a la derecha del Padre en el ábside de
las basílicas cristianas, aparece rodeado de gloria y majestad. La cruz nos indica que de ella
arranca la grandeza imponente de Jesucristo, Rey de vivos y de muertos. (P. Morales, I. L.)

La Iglesia anuncia hoy alborozada que “el Cordero degollado”, al entregar su vida “en el altar de la
Cruz”, reconquistó con su sangre preciosa toda la creación y se la entregó a su Padre,
aunque sólo al final de los tiempos esa “entrega” será plena y definitiva. Al anunciar y
celebrar hoy el triunfo de Cristo, nos llenamos de alegría y esperanza, sabiendo que Él nos
llevará a su reino eterno, si ahora damos de comer al hambriento, y de beber al sediento,
vestir al desnudo, visitar a los enfermos y enterrar a los muertos (Evangelio.)

“Yo soy Rey”

Esta fue la respuesta rotunda de Jesús a Pilato. Aunque la respuesta completa fue ésta:
“Pero mi reino no es de aquí”.
Pero si el reino de Jesucristo no es de este mundo, se inicia y realiza germinalmente ya en
este mundo. Es verdad que sólo al final de los tiempos y tras el juicio final alcanzará su
plenitud definitiva, pues sólo entonces triunfará definitivamente del demonio, el pecado, el
dolor y la muerte.
Pero ya ahora, “el reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de
salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los
valores evangélicos de la esperanza y de la bienaventuranza, a la que todos estamos
llamados” (JUAN PABLO II.) Los santos –únicos que se han tomado en serio su reinado-
han sido grandes sembradores de comprensión, justicia, amor y la paz siempre y en todas
partes. ¡Pobre tierra esta nuestra sin su acción y la de los demás seguidores de Jesús! A
pesar de sus debilidades y pecados.
“Jesucristo es Rey que hace reyes a sus seguidores coronándolos en el cielo.” (San
Buenaventura)
La historia de los mártires de Cristo Rey se ha reproducido siempre que el amor de Dios se
apodera de un alma

Oposición al Señor.

¿Por qué, entonces, tantos se oponen al reino de Jesucristo? Porque es evidente que son muchos
los políticos, escritores, artistas, creadores de opinión, detentadores del dinero y del poder,
gente de a pie, que gritan –con el más cruel y eficaz de los lenguajes: el de las obras- “¡No
queremos que Él reine sobre nosotros!”. Ese es el grito que se esconde tras tantos diseños
de la familia, de la educación, de la moda, de la cultura, de la sociedad actual (cf. San
JOSEMARIA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 179). Cierto que es un grito que no pocas
veces es un eco del “no saben lo que hacen”. Pero no por eso menos real y doloroso.
Nosotros hemos de empeñarnos en lo contrario. Dejarle reinar en nuestra inteligencia, en
nuestra voluntad, corazón, cuerpo, familia. Y hacer que reine en nuestros familiares, amigos,
compañeros de trabajo y gente que se cruce en nuestro caminar. (José Antonio Abad,
Comentarios Litúrgicos, Rev. Palabra)

Cristo
Viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”. No
pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque Él cumple perfectamente la misión divina
que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le
eran consagrados para una misión que habían recibido de Él. Jesús cumplió la esperanza
mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey. (C.I.C 436)
Como Hijo de Dios, le correspondía por naturaleza un absoluto dominio sobre todas las
cosas salidas de sus manos creadoras. “Todas han sido creadas por y en Él. En el cielo y en
la tierra, todas las cosas subsisten por Él, las visibles y las invisibles”. Pero además es Rey
nuestro por derecho de conquista. Él nos rescató del pecado, de la muerte eterna.

Cristo reina ya mediante la Iglesia


“Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14,9). La
Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la
autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos, y en la tierra.
Él está “por encima de todo principado, Potestad, Virtud, Dominación” porque el Padre
“bajo sus pies sometió todas las cosas”. (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf Ef 4,
10; 1 Co 15, 24.27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la
Creación encuentran su recapitulación (Ef 1,10), su cumplimiento trascendente. (C.I.C 668)

Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf Ef 1, 22). Elevado al cielo
y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La
Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre
la Iglesia (cf Ef 4, 11-13). C.I.C 669

Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los
corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. “Adquirió” este
derecho por la Cruz.

Profundicemos llenos de agradecimiento, como aquellos colosenses a quienes Pablo dirige su carta,
en el misterio de amor que es para nosotros Cristo Rey redimiéndonos: “Demos gracias a
Dios Padre, que nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo dignos de la herencia de los
santos en la luz, introduciéndonos en el Reino del Hijo de su amor, en el cual tenemos
redención por su sangre, perdón de los pecados”. (Col. 1. 12)
Él se ofreció en la cruz, como hostia inmaculada pacífica para que todos los hombres se
sujetasen a su dominio. Y así poder entregar al Padre ese Reino eterno y universal formado
con las almas que con Él y en Él se salvan siempre. Reino de verdad y de vida, Reino de
Santidad y gracia, Reino de justicia, amor y paz.

“El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito callado: serviré. Que El nos
aumente esos afanes de entrega, de fidelidad, a su divina llamada –con naturalidad, sin
aparato, sin ruido-, en medio de la calle. Démosle gracias desde el fondo del corazón.
Dirijámosle una oración de súbditos, ¡de hijos!, y la lengua y el paladar se nos llenaran de
leche y de miel, nos sabrá a panal tratar del reino de Dios, que es un Reino de libertad, de la
libertad que El nos ganó”. (San Josemaría Escrivá de Balaguer)

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