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De Brezhneu a Gorbachou
El crecimiento económico de la Unión Soviética perdió impulso en los años setenta por
diversos motivos. Algunos eran antiguos, como los inconvenientes logísticos y organizativos de
la planificación centralizada, la debilidad de la agricultura o la corrupción existente. Además, la
concentración de la inversión en el área militar y la industria pesada había creado una economía
desequilibrada, con un sector de servicios y bienes de consumo débil.
Otros inconvenientes eran nuevos, como la deuda contraída por la Unión Soviética con las
potencias occidentales o la llegada de la Tercera Revolución Industrial 1 que suponía desafíos
difíciles de afrontar para la infraestructura soviética. La productividad de la mano de obra cayó
debido a un aumento del ausentismo y el alcoholismo.
La calidad de vida de la población también se vio afectada, en la medida en que los servicios
de educación, salud y vivienda recibían menor financiamiento.
La salud de los líderes soviéticos pareció convertirse en un reflejo de esta situación. Entre
1977 y 1985 se sucedieron cuatro jefes de Estado, que debieron abandonar el cargo por su
muerte. Llegó entonces el turno de Mijaíl Gorbachov, quien, con 54 años, traía ideas
renovadoras.
Perestroika y glásnost
Gorbachov habló abiertamente de la situación crítica del país y de la necesidad de realizar
modificaciones radicales. La economía se presentó como el área crucial: la recuperación
dependía de una aceleración del desarrollo tecnológico, incrementos en la productividad y el
establecimiento de controles de calidad y criterios de ganancia en las empresas estatales. El
presidente también señaló la necesidad de reformas políticas y sociales: los actos de gobierno
debían publicitarse y las libertades individuales tenían que respetarse. Gorbachov denominó a
estos programas perestroika (‘reestructuración’) y glásnost (‘transparencia’).
Al principio, removió a dirigentes conservadores y lanzó una campaña contra el consumo de
alcohol. En 1987, se sancionó la Ley de Cooperativas, que posibilitó el surgimiento de
empresas privadas, y se incentivó a las compañías estatales a buscar inversiones en el exterior.
Debido a las reformas, Gorbachov perdió apoyos en el interior del Partido Comunista.
Entonces, decidió profundizar los cambios. En 1988, suprimió los controles sobre los medios
de comunicación y liberó a los presos políticos. Con estas medidas, esperaba que la población
soviética respaldara los cambios.
Gorbachov también dio un viraje en las relaciones exteriores. El enorme gasto militar se
había vuelto insostenible para la economía soviética, por lo cual la paz era un requisito
ineludible para el éxito de la perestroika. El discurso pacífico del presidente soviético y su estilo
afable lo volvieron popular entre los líderes y los medios occidentales, y en especial para
Reagan. Entre 1985 y 1989, el ruso y el estadounidense se encontraron en cuatro ocasiones y
acordaron, entre otras cuestiones, una reducción en los arsenales atómicos de ambos países.
Crisis polaca
El resto de los países del bloque socialista vivieron situaciones similares. Los gobiernos
recurrieron, entonces, al crédito externo para relanzar el crecimiento económico y mantener el
nivel de vida de la población, pero esto fue solo una solución temporaria. El pago de la deuda
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se volvió eventualmente insostenible, por lo que muchos países debieron introducir medidas de
austeridad para seguir pagándola. En algunos casos, estas decisiones despertaron la resistencia
popular.
El incremento en el precio de la carne, la manteca y el azúcar provocó grandes
manifestaciones en Polonia en 1976. La represión ordenada por el Partido Comunista puso
en evidencia el escaso apoyo que tenía en la población. Un conjunto heterogéneo de obreros,
intelectuales y estudiantes, tanto de derecha como de izquierda, comenzó a organizarse para
reclamar cambios.
Un impulso adicional llegó en 1978 cuando Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, asumió
como el papa Juan Pablo II. Alentada por el respaldo internacional de la Iglesia católica y por
el creciente deterioro de la economía, la oposición acompañó una huelga iniciada en 1980 en
los astilleros de Danzig. El éxito de esta medida forzó al gobierno a negociar, tras lo cual debió
reconocer la formación del primer sindicato no comunista del país, Solidaridad. Este
movimiento, liderado por el electricista Lech Walesa, creció rápidamente hasta alcanzar los
nueve millones de integrantes, con lo que superó la cantidad de miembros del Partido
Comunista.
Sin respuestas frente a una oposición masiva que apelaba a la no violencia, el régimen optó
por imponer la ley marcial. En diciembre de 1981, el general Wojciech Jaruzelski se hizo cargo
del gobierno y poco después proscribió a Solidaridad. A pesar de las fuertes restricciones a las
libertades individuales, la oposición persistió y hasta prosperó gracias a la ayuda de los Estados
Unidos y el Vaticano.
Crisis de las "democracias populares"
La situación no era mejor fuera de Polonia. Hungría y Checoslovaquia consiguieron
garantizar una calidad de vida relativamente elevada a sus ciudadanos impulsando las industrias
de bienes de consumo y tolerando la existencia de un mercado negro. Incluso, se aceptó un
cierto grado de libertad de expresión, lo que logró evitar que surgiera una oposición demasiado
fuerte. Alemania Oriental, por su parte, se vio particularmente beneficiada por los lazos con
Alemania Occidental, que le brindó créditos y un mercado para sus productos. A pesar de estos
atenuantes, el atraso, el autoritarismo y los problemas sociales como el alcoholismo seguían
presentes. De todas maneras, su posición era mucho mejor que la de Rumania, gobernada por el
dictador Nicolae Ceausescu. Sus desastrosas reformas económicas y proyectos megalómanos,
como la remodelación de Bucarest, dejaron al país enormemente endeudado al finalizar los
setenta, por lo cual se introdujo un régimen de extrema austeridad. El alimento fue racionado y
la población debió someterse a un régimen de trabajo obligatorio, mientras Ceausescu y su
familia se repartían el Estado y se involucraban en grotescos actos de corrupción. La brutal
policía secreta se encargaba de eliminar todo disenso.
Los líderes en los demás países comunistas no tenían mucha más legitimidad. El innegable
deterioro de la economía, las exageraciones de la propaganda y el carácter opresivo del gobierno
hicieron que la sociedad se mostrara cada vez más hastiada del "socialismo realmente
existente". No obstante, un cambio de mentalidad llegó a las cúpulas. El retiro de viejos líderes
y el ascenso de una nueva generación fueron, así, el disparador de una reforma que cambiaría
por completo a Europa.
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Finalmente, en 1998, estalló una crisis financiera. Además, el descenso del precio
internacional del petróleo afectó a la economía del país, que era el segundo productor y
exportador mundial de ese combustible. Frente a ello, Yeltsin suspendió el pago de la deuda
externa, devaluó la moneda y profundizó el ajuste económico, con el aumento de los impuestos
y las tasas de interés, y el recorte de los subsidios y los presupuestos de salud, vivienda y
educación.
Los magnates aprovecharon la situación para fundar bancos, comprar empresas estatales, y
adueñarse de la provisión de energía y de los medios de comunicación.
Crisis económica y recuperación
A comienzos de 2000, Yeltsin perdió apoyo popular y debió renunciar. Así, se convocó a
elecciones, en las que resultó electo Vladimir Putin, ex primer ministro del presidente saliente.
A partir de 1999, la economía rusa comenzó a recuperarse, favorecida por el alza del precio
internacional del petróleo. En la última década, el país creció a un promedio del 6,5% anual y
canceló su deuda externa con el FMI y el Club de París.
Invocando la lucha contra la corrupción y la evasión fiscal, Putin apoyó el enjuiciamiento de
los magnates, aunque, por otro lado, eliminó antiguos beneficios de la era soviética que aún
continuaban vigentes, como el transporte gratis y las subvenciones a grupos sociales
vulnerables.
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Modelo económico donde el Estado reemplaza al mercado en la asignación de recursos, como alimentos, bienes industriales y
servicios.
A partir de 1960, Cuba firmó tratados comerciales y de asistencia técnica con la Unión
Soviética y otros países del bloque oriental. Esto abrió nuevos mercados para el azúcar cubana,
que se intercambiaba por otros productos.
Como ministro de Industrias, el Che Guevara diseñó un plan cuatrienal para diversificar la
agricultura y promover la industrialización. El objetivo principal era impulsar la industria
liviana y reducir la dependencia del monocultivo azucarero.
El plan económico de Guevara logró importantes mejoras en materia de salud y educación,
pero no cumplió las expectativas de diversificar la economía cubana, en buena medida, por las
presiones soviéticas para priorizar la exportación de azúcar. Además, apremiado por el bloqueo
estadounidense, el propio gobierno cubano se vio forzado a posponer el desarrollo industrial y a
intensificar la producción agraria para abastecer el mercado interno y, sobre todo, para exportar
El orden revolucionario
El entusiasmo popular por la Revolución cubana, que había sido decisivo en los tensos años de
1959,1960 y 1961, pareció enfriarse en la década siguiente. En 1970, el fracaso de la zafra de
los diez millones, una campaña que movilizó a numerosos trabajadores voluntarios para
aumentar la producción azucarera simbolizó el fin del impulso revolucionario en la isla. La
economía, lejos de diversificarse, había colapsado, mientras en la región de Oriente crecía el
ausentismo laboral.
La dirigencia cubana abandonó sus proyectos más radicales y se preocupó por institucionalizar
la Revolución para ordenar la sociedad cubana, imitando el modelo político y económico
soviético. Entre 1971 y 1985, el país superó la crisis económica e ingresó en un período de
crecimiento, atado a las inversiones de la Unión Soviética y el intercambio comercial con los
países socialistas. Sin embargo, la entrada de la isla al bloque socialista profundizó su estructura
monoproductiva: en 1982, el azúcar todavía representaba el 80 % de las exportaciones cubanas.
En el campo político-cultural, los primeros años de la década del setenta son recordados como
el quinquenio gris, ya que el gobierno censuró la actividad intelectual y consolidó el régimen de
partido único.
La política exterior también se modificó: la derrota de los movimientos revolucionarios de
América Latina hizo que el gobierno cubano volcara su mirada a África. De esta manera, Fidel
Castro envió misiones militares a Angola y Etiopía para apoyar a las fuerzas rebeldes que
impulsaban procesos de descolonización.
¿Fin de la Revolución?
En la década de 1980, Cuba entró en un prolongado período de recesión económica. Debido a
su dependencia comercial con la Unión Soviética, Cuba tenía poca capacidad para afrontar la
situación. En ese contexto, miles de cubanos huyeron de la isla para dirigirse a los Estados
Unidos. La caída de la Unión Soviética profundizó la crisis. A partir de entonces escasearon
insumos básicos, como el petróleo, y ciertos alimentos. Se inició así el Período Especial, una
política de racionamiento que duró entre 1993 y 1996. En paralelo, el país autorizó la inversión
extranjera, particularmente en el área del turismo, y el trabajo por cuenta propia.
Luego de más de cincuenta años de Revolución, los logros del gobierno cubano en materia de
alfabetización y salud son reconocidos por organismos internacionales como Unicef. Sin
embargo, Cuba sigue siendo un país pobre en una de las regiones más pobres del planeta.
El régimen de partido único prolonga las prácticas autoritarias heredadas del modelo
soviético. Actualmente, la transición hacia una economía de mercado regulada por el Estado,
como el modelo de China y Vietnam, es una incógnita para el futuro de la isla.