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Tema 11. Transformaciones económicas del siglo XIX: las desamortizaciones.

Introducción.

A comienzos del siglo XIX, España era un país con una sociedad y
una economía eminentemente agrarias en el que la propiedad de la
tierra estaba concentrada en manos de unos pocos, con una estructura
heredada del Antiguo Régimen. Los grandes propietarios monopolizaban
la producción y el comercio y se beneficiaban de la escasez de tierra por
medio de arrendamientos abusivos y cargas prácticamente feudales.
Por su parte, los campesinos organizaban la producción para
atender a la subsistencia del círculo familiar, y sólo en raras ocasiones
producían para un amplio mercado. En estas condiciones era muy difícil
acumular capital para introducir mejoras técnicas e incrementar la
productividad.
Por otro lado, el atraso económico de España se inscribía en el
marco de los países de la Cuenca Mediterránea. Sin embargo, este
marco general en que se desarrollaba la agricultura española
experimentó algunos cambios significativos. Los distintos gobiernos
desde 1833 impulsaron la liberalización de todos los sectores
productivos y facilitaron la entrada de capitales e inversiones
extranjeras, contribuyendo así al desarrollo de los negocios y a la
expansión de una economía de mercado de signo capitalista. Asimismo,
el proceso de desamortización de tierras llevado a cabo por los liberales
desde el poder provocó una alteración sustancial en la estructura de la
propiedad agraria.

1. Las transformaciones agrarias en el siglo XIX.

En el Antiguo Régimen gran parte de las tierras eran inalienables


debido a que las propiedades de la Iglesia y las de los municipios
estaban en situación de “manos muertas”, es decir, amortizadas, ya que
los clérigos o los regidores municipales no tenían capacidad legal para
venderlas, lo mismo ocurría con las vinculadas a mayorazgos, pues estos
pertenecían al linaje familiar y debían transmitirse de un titular a otro.
La eliminación de los obstáculos legales heredados del Antiguo
Régimen era una condición necesaria para liberalizar el mercado de la
tierra, como pretendían los liberales. En consecuencia, a partir de 1836
se adoptaron diversas iniciativas con el fin de reformar la agricultura: la
eliminación de los mayorazgos (1836), la abolición de la Mesta (1836), la
introducción de la libertad total de producción y comercio (1836), la
supresión de los derechos señoriales (1837) y la desamortización
eclesiástica.
Con estas medidas, los liberales no pretendían llevar a cabo una
reforma profunda de la estructura de la propiedad, que facilitase el
acceso de los campesinos a la propiedad de la tierra, sino que el objetivo
de estas reformas era la liberalización de la agricultura para que se
pudieran comprar y vender libremente tierras en el mercado y la
eliminación de los obstáculos al desarrollo del capitalismo en la
agricultura.

2. El proceso de desamortización.

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a. La desamortización eclesiástica.

En esencia, la desamortización consistió en la incautación por el


Estado, normalmente a cambio de una compensación económica, de
bienes raíces pertenecientes en su gran mayoría a la Iglesia y a los
municipios. Estos bienes incautados o nacionalizados fueron luego
vendidos en pública subasta y constituyeron una parte de los ingresos
del Presupuesto.
Los primeros procesos de desamortización se pusieron en marcha
con Godoy a partir de 1798, y se hicieron las primeras apropiaciones de
bienes de la Iglesia, seguida de su venta y la asignación del importe
obtenido a la redención de títulos de Deuda Pública. Hubo también un
intento de desamortización con José Bonaparte, a expensas de los
bienes del clero y de los nobles que se resistieron a la dominación
francesa. Del mismo modo, Las Cortes de Cádiz promulgaron un Decreto
General de Desamortización en 1813, por el que se preveía la
nacionalización de una masa de bienes raíces que se formaría con los
confiscados a los afrancesados y a los Jesuitas, más los de las órdenes
militares, los de los conventos suprimidos o destruidos durante la
guerra, parte del patrimonio de la Corona, más la mitad de los baldíos y
realengos.
Este decreto no se aplicó porque lo impidió el regreso al poder de
Fernando VII, aunque entró en vigor de nuevo con el Trienio Liberal, pero
contenía ya los rasgos esenciales de las grandes medidas
desamortizadoras del siglo XIX: subasta de los bienes nacionales y
admisión en pago de los títulos de deuda. Es decir, se planteaba la
desamortización como una medida fiscal, no como una reforma agraria.
De este modo, por medio de varias disposiciones legislativas
aprobadas entre 1835 y 1837, se acabó con las tierras y propiedades
eclesiásticas amortizadas. El artífice de las mismas fue el ministro de
Hacienda, el progresista Juan Álvarez Mendizábal. En 1836 se ordenó la
supresión y venta de los monasterios y conventos de las órdenes
religiosas masculinas y femeninas del clero regular, a excepción de los
edificios destinados a la beneficencia y a la educación. Todas las fincas
rústicas y los bienes inmuebles urbanos desamortizados fueron
subastados, en presencia del juez, en los locales de los distintos
ayuntamientos. Los compradores pudieron efectuar los pagos en plazos
de ocho años y abonar el precio en metálico o en títulos de deuda. En
realidad, únicamente el 15% de las compraventas fueron pagadas con
dinero.
En definitiva, la desamortización de 1836 fue la pieza maestra del
programa de Mendizábal para financiar la guerra contra los carlistas,
para sanear las cuentas de la Hacienda y para favorecer la creación de
una clase de propietarios afín a la causa liberal.
Estos tres objetivos se fueron concretando de la siguiente manera:
El objetivo prioritario era de carácter financiero, se trataba de
conseguir ingresos extraordinarios para pagar las deudas contraídas por
el Estado con los bancos extranjeros y con los ciudadanos españoles que
habían adquirido títulos de deuda pública. Con el dinero recaudado se
aspiraba a resolver los graves problemas hacendísticos y, además, se
obtenían nuevos fondos para costear la guerra contra los carlistas.
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El objetivo político consistía en ampliar el número de
simpatizantes del liberalismo, ya que los compradores de bienes
desamortizados perderían las tierras adquiridas en caso de una victoria
del bando carlista porque estos habían anunciado su disposición a
devolver las propiedades al clero.
El objetivo de tipo social era la creación de una clase media
agraria de campesinos propietarios.
Durante la Regencia de Espartero se elaboró una nueva norma
fundamental por la que se incluían los bienes del clero secular como
bienes nacionales. A lo largo de estos años, se vendió el equivalente a
tres quintas partes de los bienes de la Iglesia. No obstante, con la
llegada al poder de los moderados se paralizó el proceso, aunque se
confirmaba la propiedad de los que ya habían adquirido los bienes
desamortizados.
Sin embargo, la desamortización eclesiástica sólo sirvió para
aliviar parcialmente el abultado déficit público estatal. Además, los
liberales contemplaron cómo aumentaban sus enemigos dentro del
sector católico, por lo que se amplió todavía más el distanciamiento
entre el clero y el nuevo régimen liberal.

b. La desamortización municipal.

El otro gran proceso desamortizador del siglo XIX tuvo lugar


durante el Bienio Progresista (1854-1856). En este período, el
responsable del mismo fue el ministro de Hacienda, Pascual Madoz. El 1
de mayo de 1855 se promulgó un nuevo Decreto que afectó a las tierras
de propiedad municipal y significó la desaparición definitiva de los
bienes de “manos muertas” en España. Como en ocasiones anteriores,
la recaudación de fondos suplementarios para reducir el déficit estatal y
la obtención de nuevos ingresos para financiar obras públicas volvían a
ser los objetivos.
Sin embargo, la venta de tierras municipales arruinó a muchos
ayuntamientos, tampoco solucionó el problema de la deuda pública y
perjudicó a los vecinos más pobres, que perdieron el derecho al uso de
los terrenos comunales de su municipio, que eran unos terrenos de
aprovechamiento libre y gratuito donde podían recoger leña o llevar a
pastar a su ganado. Esto forzó a una parte de la población rural a
emigrar a las ciudades.
En cualquier caso, el alcance y la importancia cuantitativa de las
desamortizaciones de Mendizábal y Madoz fue extraordinario, ya que
afectaron al 20% del suelo español. El valor total aproximado de los
bienes desamortizados y vendidos en subasta, entre 1836 y 1875 superó
los 3000 millones de pesetas.
La mayor parte de los compradores estaban relacionados ya con la
tierra. Eran terratenientes, aristócratas, labradores pudientes, antiguos
arrendatarios, comerciantes e incluso clérigos. A estos se les unieron
compradores de las ciudades que, de este modo, vincularon sus
intereses a los de los poderosos locales. Se edificó así la nueva
oligarquía rural del siglo XIX. Los intereses nobiliarios y de los
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terratenientes absentistas se fundieron con los de los nuevos grandes
propietarios locales.
En numerosas ocasiones comenzaron a unirse por lazos
matrimoniales, constituyendo uno de los más firmes puntales de lo que
se ha denominado el “orden moderado”, es decir, la coalición de
intereses oligárquicos que sirvió de base social al Estado liberal.
El resultado global de las desamortizaciones eclesiástica y
municipal se ha interpretado como una ocasión perdida para la
verdadera reforma agraria, pendiente en la conciencia de todos los
reformistas hasta los años de la II República.

Conclusión.

El gigantesco proceso de desamortización de bienes eclesiásticos


y municipales que tuvo lugar en el siglo XIX fue el resultado de los
intentos liberalizadores que los gobiernos progresistas llevaron a cabo
en el suelo español. Al principio, se trataba de desvincular los bienes de
“manos muertas” y ponerlos a la venta para allegar ingresos a la
Hacienda.
Durante el período 1835-1837, en el contexto de la Primera Guerra
Carlista, la situación financiera del Estado liberal era precaria y el
ministro Mendizábal desamortizó los bienes del clero, pero, quizás, las
urgencias hacendísticas no permitieron aprovechar adecuadamente la
venta de los mismos, y la eficacia recaudatoria no fue muy grande. De
paso se intentaba crear una nueva clase de propietarios rurales leal a
los liberales pero, al mismo tiempo, crecía el número de enemigos entre
los sectores católicos.
A partir de 1855, con la desamortización de Madoz se pusieron a la
venta los bienes vinculados restantes. En esta ocasión, todos los bienes
de los municipios salieron al mercado, lo que supuso un grave perjuicio
para los campesinos más pobres, quienes no tuvieron más remedio que
emigrar a las ciudades en busca de mejores oportunidades.
Quienes resultaron más beneficiados de las desamortizaciones
fueron los grupos sociales más ricos, que aumentaron su patrimonio y,
desde ese momento, vincularon sus intereses a los de la aristocracia
terrateniente, formando la nueva oligarquía agraria que sería la base
social del Estado liberal.

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