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2 Biografía3
Alberto Hurtado Cruchaga nació en Chile, en la ciudad de Viña del Mar el 22 de Enero de 1901, en
una familia muy cristiana y unida. Cuando sólo tenía 4 años murió su
padre, quedando su madre Anita, sola a cargo de su cuidado y al de
su hermano Miguel.
En 1909 entró al Colegio San Ignacio, donde se distinguió por ser
buen compañero, alegre, comunicativo y muy piadoso.
Con gran generosidad ocupaba su tiempo libre en visitar y ayudar a
los más necesitados. Terminado el colegio estudió leyes en la
Universidad Católica, trabajando al mismo tiempo para ayudar a su
madre, pero su vocación era otra: ser sacerdote. Largas horas
rezaba para poder realizarla y Dios oyó su oración, su madre recibió
1
Los textos que utilizamos son escritos suyos sacados de la página web del Centro de Estudios y Documentación «Padre
Hurtado», de la Pontificia Universidad Católica de Chile: http://www.puc.cl/hurtado/home_1004.htm.
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De la página web de la Fundación Padre Hurtado: http://www.padrealbertohurtado.cl/.
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Reproducción prácticamente integral de la biografía que está en la página web del Hogar de Cristo:
http://www.hogardecristo.com/p_hurtado/vida.htm. Hemos añadido algo más recogido de la página del Centro de
Estudios.
La entrega hasta el final, pasando por el dolor: «Acuérdate: «se va lejos, después que se
está fatigado». La gran ascética es no ponerse a recoger flores en el camino. El
sufrimiento, la cruz es sobre todo permanecer en el combate que se ha comenzado a librar.
Esto es lo que más configura con Cristo. Hay quienes quieren desarrollarse pero sin dolor.
No han comprendido aun lo que es crecer... Quieren desarrollarse por el canto, por el
estudio, por el placer, y no por el hambre, la angustia, el fracaso y el duro esfuerzo de cada
día, ni por la impotencia aceptada, que nos enseña a unirnos al poder de Dios; ni por el
abandono de los propios planes, que nos hace encontrar los planes de Dios. El dolor es
bienhechor porque me enseña mis limitaciones, me purifica, me hace extenderme en la
cruz de Cristo, me obliga a volverme a Dios.»
Dios elige la humanidad: «Es imposible un santo si no es un hombre; no digo un genio, pero
un hombre completo dentro de sus propias dimensiones.»
Las persecuciones: «Algunos quizás te van a perseguir en nosotros, Señor. «Os perseguirán
creyendo hacer una ofrenda agradable a Dios...», porque no te conocen (cf. Jn 16,2). Nos
aguardan días difíciles, pero que no desaparezca el deseo de servirte en mis hermanos,
formándote un pueblo santo, negándome a mí por ellos... En beneficio de ellos te pido,
Señor, que no dejéis se calme en mí el hambre y sed de justicia, y que ponga más alto que el
nivel de mi egoísmo el deseo de formaros un pueblo Santo. Y para ello Dios mío, fundirme
contigo, ser uno contigo. Tú me enseñas el camino: el misterio del agua y del vino: Ser
como el agua del cáliz, que se pierde en ti.»
«Si padecéis persecución por la justicia, no os desalentéis, Él la padeció primero, Él murió
por dar testimonio de la verdad y del amor, pero tened confianza, Él es el vencedor del
mundo y vosotros venceréis si no os separáis de sus enseñanzas y de sus ejemplos.»
El amor al Padre: «por ser fiel al mensaje de su Padre, murió Jesús, y después de Él, por
confesar un Dios Uno y Trino cuyo Hijo ha habitado entre nosotros, han muerto millones
de mártires.»
Amar lo despreciable, lo que nadie quiere: «Tomar en primer lugar la miseria del pueblo.
Es la menos merecida, la más tenaz, la que más oprime, la más fatal. Y el pueblo no tiene a
nadie para que lo preserve, para que lo saque de su estado.»
La obediencia y búsqueda de la voluntad del Padre: «Todo el trabajo de la vida sabia
consiste en esto: En conocer la voluntad de mi Señor y Padre. (…) ¿Qué quieres Señor de
mí? Esta es mi gran misión, mayor que hacer milagros.»
De sus escritos nos resulta evidente que no se cansaba de decir que cada persona humana está
llamada a ser otro Cristo y que, a la vez, cada uno es ya Cristo y eso cambia completamente nuestro
amor hacia los demás: «la razón magnífica que eleva nuestro amor al prójimo a una altura nunca
sospechada por sistema humano alguno, es que nuestro prójimo es Cristo». Esta es su comprensión
fundamentalmente la encarnación: nosotros somos humanidad de añadidura de Cristo, podemos
llegar a ser Dios por participación con Él, en sus sufrimientos, en su entrega hasta el final. Para él es
evidente que Dios ha querido necesitar de nosotros para seguir encarnándose. Alberto Hurtado
comprende que la intención de la encarnación, desde el principio, es la transmisión de Cristo, de
quien es Dios, a los demás.
«El Ángel anuncia a María la noticia de Isabel, y María se levanta a ayudar al prójimo. Tan
pronto es concebido el Verbo de Dios, María se levanta, hace preparativos de viaje y se pone
en camino con gran prisa para ayudar al prójimo. María ha comprendido su actitud de
cristiana. Ella es la primera que fue incorporada a Cristo y comprende inmediatamente la
lección de la Encarnación: no es digno de la Madre de Dios aferrarse a las prerrogativas de su
maternidad para gozar la dulzura de la contemplación, sino que hay que comunicar a Cristo.
Su papel es el de comunicar a Jesús a los otros.»
Repite constantemente que «Nuestra imitación de Cristo consiste en vivir la vida de Cristo, en
tener esa actitud interior y exterior que en todo se conforma a la de Cristo, en hacer lo que Cristo
haría si estuviese en mi lugar». Es algo de fundamental para su fe y todo su apostolado
Está claro que esto no se hace por que uno quiera sino que es Dios que obrando en la persona, lo
permite. Lo primero necesario es asimilarse a Él por la gracia, que es la participación en la vida
divina. Es Dios quien hace en la persona esa obra de conformación con Cristo, de dejar que él nos
comunique sus mismos sentimientos.
En una meditación titulada “¿A quiénes amar?” Alberto Hurtado intenta expresar como comprende
el amor concreto a los hermanos, que de alguna manera revelan su comprensión del amor de Cristo
con su vida y con toda la humanidad:
«A todos mis hermanos de humanidad. Sufrir con sus fracasos, con sus miserias, con la
opresión de que son víctima. Alegrarme de sus alegrías. (...) Aquellos de quienes he recibido la
vida, quienes me han dado la luz y el pan. (…) en mi barrio, en mi colegio, en la Universidad
(...) Aquellos a quienes he combatido, a quienes he causado dolor, amargura, daño... A todos
aquellos a quienes he socorrido, ayudado, sacado de un apuro... Los que me han contrastado,
me han despreciado, me han hecho daño. (…) Encerrarlos en mi corazón, todos a la vez. Cada
uno en su sitio, porque, naturalmente, hay sitios diferentes en el corazón del hombre. Ser
plenamente consciente de mi inmenso tesoro».
En una reflexión sobre la eucaristía Alberto Hurtado expresa que la humanidad de Cristo sigue
presente en la Hostia, que es el mismo Cristo el que está presente delante de nosotros, su misma
carne y sangre: ha querido quedarse con nosotros para siempre, también corporalmente.
«El Cristo Eucarístico se identifica con el Cristo de la historia y el de la eternidad. No hay dos
Cristos sino uno solo. Nosotros poseemos en la Hostia al Cristo del sermón de la montaña, al
Cristo de la Magdalena, al que descansa junto al pozo de Jacob con la samaritana, al Cristo
del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos y sentado a la diestra del
Padre. No es un Cristo el que posee la Iglesia de la tierra y otro el que contemplan los
bienaventurados en el cielo: ¡una sola Iglesia, un solo Cristo!»
De aquí le nace, como siempre, lo que tienen que ser nuestras vidas al encontrarnos con Cristo en
la eucaristía.
Las molestias y dolores se iban haciendo cada día mayores. En uno de los dolorosos vómitos,
(…) Sor Facundina, se daba vuelta para que el Padre no la viese llorar de emoción, al ver que
éste, pasado el vómito tuvo sólo un gesto, su sonrisa característica.
En los mayores dolores, repetía él la misma máxima que tanto aconsejaba y repetía en vida:
«Contento Señor Contento».
Del diario de enfermedad y muerte de Alberto Hurtado, Marta Holley de Benavente
«Con su buena sonrisa, me tiene la mano y me dice: «Mire, Marta, ¿cómo no estar contento?
¿Cómo no estar agradecido con Dios? ¡Qué fino es él! Todas mis obras han prosperado; en
lugar de una muerte violenta me manda una larga enfermedad para que pueda prepararme;
no me da dolores (sic), me sostiene mi cabeza para que pueda arreglar tantos asuntos; me da
el gusto de ver a tantos amigos... Verdaderamente Dios ha sido para mí un Padre cariñoso, el
mejor de los Padres».
«17 de agosto. Es domingo. A las 6:30 estamos de nuevo en el hospital para asistir a la misa
del Padre. Me quedo afuera sabiendo que se siente muy mal, pero me hace entrar. Sí, es ahora
el fin. Que deshecho y qué pálido está. Es la última vez que lo veo, Ricardo antes de la misa le
ha dado oxígeno y le ha puesto inyecciones para que pueda tragar algo del desayuno. Me
toma la mano entre las suyas, me mira sonriendo mientras dice: “Que gusto de verla. Que Dios
siga bendiciéndola y santificándola”. Pasa unos segundos sin soltarme la mano. Luego me
mira sonriendo y me dice: “Que bueno es vivir, Marta”. - Padre, le contesto, la verdadera vida
va a comenzar ahora. “No, me dice, la vida eterna comienza aquí abajo. Esta es la vida eterna,
conocerte a Ti o Padre, y al que Tú enviaste, Jesucristo”. Pensaba yo en la vida material, en la
vida eterna, pero creo ahora que lo que el Padre quería decir era la vida divina que palpitaba
en él, uno con Cristo... Es el sentido de: “Que bueno es vivir Martita”.»
Encuentro al Padre más cansado y deshecho que el sábado pasado. La fuerza de la mirada no
es la misma y el brío está velado. Le pido perdón de molestarlo, pero el mismo desea poner los
puntos sobre las íes. (…) Pero hay que escribir con una visión de eternidad como si las
personas que van a dirigir la Fraternidad no supieran nada.
“Es el espíritu lo que, vale... No me gusta precisar. Hay tantas Órdenes religiosas, tantos
Institutos llenos de Bulas e indulgencias y reglas, y todo se viene abajo porque falta el
espíritu. Ponga en relieve el espíritu, la entrega sin vuelta a Cristo, el amor porque la caridad
es la plenitud de la ley, y el resto vendrá solo. (…) Créame solo insinúelo". ¿No creé Ud. Padre
que se necesitará un control?... “¿Control? -me contesta- no me gusta esa palabra. Aquí no se
trata de control sino de amor. No olvide nunca que no se puede ser dura con los otros. Si Dios
la obliga a dar 7, no obligue a los demás a dar lo mismo. Mire a Cristo, no se canse de
contemplarlo. Soy muy jesuita y una cosa he admirado siempre en San Ignacio es el de no
haber confundido nunca los medios como si fueran fines, ni los fines propuestos como medios.
Lo que escriba debe de ser una cosa tan sencilla, que si mañana llegara N.N. y le dijera: deseo
entrar a la Fraternidad, usted pudiera contestarle es solo esto: Una entrega total a Cristo,
pero no ponga cosas imposibles de realizar desde el primer día. Retenga, el espíritu es el
amor, y este amor profundo a Dios trae la pobreza, la castidad, la obediencia, la humildad, y
todo lo demás. Más tarde se podrá precisar, más si es necesario. (…) Veo mi obra, veo el Hogar
de Cristo, nació a pesar de mi bajeza porque Dios quiso servirse de mí. Nunca he tenido cosas
extraordinarias, sin embargo recuerdo un sueño que tuve antes de mi viaje a Europa. Veía al
Hogar de Cristo crecer en plenitud y madurez y no veía sotanas a su alrededor sino laicos:
hombres, mujeres, niñas, entregadas a la perfección y sosteniendo el Hogar. Desperté con una
gran paz y una inmensa alegría que duró mucho. En Europa busqué entonces lo que había
visto en mi sueño. Las Fraternidades que existían no eran lo que había soñado... Y ahora está
realizado.