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Hasta hace poco tiempo era un profesionista que había logrado un buen puesto en
un grupo corporativo de la Ciudad. Y hoy, sin haber cumplido los 50 años, lucha
por encontrar un sentido a su vida en sus ratos conscientes.
El caso parece tomado de una novela de Gabriel García Márquez, pero no. Pasó en
verdad y sigue pasando cada semana a muchas familias en nuestra ciudad. El
drama no termina cerrando el libro y guardándolo en el cajón.
Cuando esto prevalece, el enfermo es tratado como una carga, cuando en verdad
merece respeto y estima cual si fuese sano. Los familiares sienten sobre todo
lástima por el enfermo, la manifiestan en sus actitudes y comentarios, ahuyentando
todo consuelo, y prefieren dejarlo solo a presenciar su sufrimiento.
"Mejor que lo atiendan manos expertas", dicen, pero nadie puede sustituir la
atención personal y cariñosa que sólo tu familia te puede brindar.
Los enfermos son héroes que han caído en la batalla, pero si los abandonamos los
hacemos caer en la deshonra.
Se nos hace fácil dejar las cosas para después porque pensamos que vamos a vivir
hasta los 100 años, pero de repente un compañero ve su vida acortarse y para
nosotros debe ser una llamada de atención, una oportunidad de corregir y mejorar
nuestro rumbo y de acelerar el paso para dejar huella y no sólo un "qué suerte que a
mí no me tocó".
A fin de cuentas, las personas estamos hechas para amar y ser amadas. Entre más
amables, más felices, porque la persona amable arranca para sí las sonrisas y los
afectos de los demás y los regresa con creces. Ante las enseñanzas de la enfermedad
propia o ajena lo mejor es aprovechar hasta el último suspiro que la vida nos regale
para amar y hacer el bien.