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Angie: Rolling Stones

Perfectamente descansados, despertaron con el ronco bocinazo de la


sirena del barco que anunciaba su entrada a un puerto, Portsmouth, invadido
por gaviotas y buques de guerra. Atracaron y salieron rápida y
discretamente. En el mismo muelle tomaron un autobús rojo de dos pisos
que, rasgando la pálida niebla, les condujo a Londres, London le dicen los
ingleses.
Antes de llegar se cruzaron con un convoy de la policía en sentido
contrario. Ricamente sentados, imaginaron cómo entre brumas y a golpe de
sirena acordonarían el ferrys en el que descubrirían la furgoneta que ellos
ya no necesitaban, pues contaban con el metro, cuyo funcionamiento Leire y
Dámaris controlaban perfectamente.
Se encaminaron al Museo de Historia Natural para asegurarse del
lugar de origen del árbol que aparecía en el plano del tesoro. Casi no lo
consiguen, pues no había forma de apartar a Carlos del formidable esqueleto
de dinosaurio que ocupaba la sala de entrada y del que se había enamorado.
Finalmente acabaron asegurándose de que su destino era el lejano Oriente.
Sólo quedaba tomar un avión y... ¡A volar!

Pero salió la vena intelectual


de Ekaitz afirmando que no podían
irse sin visitar la ciudad. Así,
pusieron en hora sus relojes con el
Big Ben, subieron a la Torre de
Londres y atravesaron el Tower
Bridge sobre el río Támesis. En el Soho probaron comida y fruta exótica y
las coquetas de Nieves y Noemí se hicieron con braguitas fosforescentes en
un bazar chino. A Miguel lo sacaron arrastras del Spicker Corner, no paraba
de discursear a los sosos paseantes de Hyde Park. Finalmente, a propuesta
de Arkaitz y Mari Mar, que no aguantaban las mordidas de su estómago, en
Picadilly engulleron canapés de patata con mantequilla, hamburguesas y unos
pluncakes.

—¡Vaya comida basura! —afirmó seria Itziar— Si me ve mi aita…


Todos estuvieron de acuerdo en que eran una porquería en
comparación con las delicias que elaboraban con Manolo en cocina. Luego se
inflaron de caramelos, todos salvo Leire que no soporta las chucherías.
Acallados los estómagos, pensaron en los pasajes de avión. Se dieron
cuenta de que era necesario conseguir libras. Éstas no tienen nada que ver
con su masculino, libros, aunque en Londres eran tan necesarias como los
libros, puesto que es la moneda de los ingleses que, un poco raritos, utilizan
libras en vez de euros como el resto de los europeos.
En un bar —pub les llaman ellos—, solicitaban actores en vivo. Cuatro
actuaciones fueron suficientes. Itziar entró dura y enloqueció a los jóvenes
con su rap escolar, Mari Mar les relajó con sus malabares, una canción de
Noemí emocionó y arrancó los aplausos del público y, como colofón, el baile
del vientre que se marcó Ekaitz mareó a quienes aún no había mareado la
cerveza. A las once sonó una campana y todos a la calle. Los ocho salieron
con un considerable fajo de libras y rechazando mil ofertas de trabajo.
Descansaron en una pensión sencilla para no levantar sospechas y al
siguiente día fueron a una compañía aérea a comprar los pasajes para volar
al sur de Asia, el Lejano Oriente. Con gestos y un poco de inglés que se le
había pegado a Elena de un novio neocelandés con quien había ligado en San
Fermín, solicitaron los billetes de avión a la escuálida dependienta.
Nieves se dio cuenta de cómo la flaca de la agencia de viajes
telefoneaba a la policía. Lo hizo saber a sus colegas y salieron de estampida
para dirigirse a la estación del tren. Allí, en una máquina automática
consiguieron billetes para París y permanecieron en la penumbra de una sala
de espera para no ser reconocidos.
Dámaris, simulando bailar distraídamente al ritmo marcado por sus
auriculares, fue a ojear los periódicos. En la edición de “El País” para
ingleses, que se vendía en aquella estación, aparecían los titulares: “Cuadrilla
de amigos fugados desde el Vasque Country, localizados en London. La
furgoneta robada ha aparecido en un ferrys. Últimas informaciones apuntan
su supuesta intención de salir del país en avión”
—¡En avión! ¡Je, je! —río Dámaris.
Entraron sin problemas al tren. Una vez en el vagón, surgió la
discusión acerca de cómo un tren podía atravesar el mar.
—Se montará en un barco —supuso Leire.
—Si se monta en un barco, me cago —aseguró Arkaitz.
—Igual es el puente más largo del mundo, cruza el Canal de la Mancha
y el tren va por arriba —aventuró Miguel.
—¡Que aquí no está lo más grande del mundo! ¡Esto no es Larraga,
cariño! —repuso Carlos.
—¿Un puente de mogollón de kilómetros? ¡Qué guay! —exclamó Itziar.
—¡Guau! ¡Qué emoción! —añadió Nieves simulando escalofríos.
RETRATOS

FORMAS DE VIDA INGLESA

COCINA INGLESA

RECETA DE FISH AND CHIPS

El pescado con ese rebozado crujiente esta muy bueno, esta receta es del
programa de oliver twist.

Ingredientes:

• 1 bacalao fresco sin espinas


• 1 huevo
• 1 cerveza
• 1 vaso de harina
• 4 patatas grandes
• aceite de girasol
• salsas al gusto
Preparación: Batir el huevo con medio vaso de cerveza y uno de harina.
Rebozar el bacalao en esa pasta y ponerlo a freir a ser posible en freidora
ala vez que unas patatas cortadas gruesas. Si no es posible en freidora cada
vez una cosa. Servir como los ingleses sobre papel de periodico para que
absorva el aceite restante. Y acompañar con salsas: mahonesa, ketchup,
curry,…

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