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Mi mamá está limpiando mis platos rotos, literalmente porque los otros los limpio yo

cortándome las piernas para que el castigo sea justo para el pecado, no soy católica, pero a
veces si penitente. El plato es blanco y si no fuera por la palidez de mi semblante no hubiera
cambiado la comida perdida por dos panes, ya me los he tragado con la acidez acumulada
de todo el día. Hoy ha sido uno de esos días en los que alguien adicta a la productividad se
queda dos horas abrazada a su perro, escuchando canciones que cuentan la historia de los
amigos imaginarios de la infancia que la ahogaron en la adolescencia. Hoy ha sido una
historia en la que mis predicados me llevan a ciudades mohosas y cubiertas de hollín, en
una urbanización cubierta de árboles y casas blancas entre las desgracias de la reserva.
Los días tranquilos salgo rodeada de las nubes, el suelo que piso emula una montaña, a
veces de arena, ardiente, cálida, traicionera y grumosa; otras de mierda al contacto con el
suelo helado, resbala y contamina lo que ya está contaminado. Las ocasiones en las que es
mierda sobre arena y surge ese recelo felino de parte del mundo, el ronroneo envarado,
esos días son los días como hoy. Quisiera meterlos a un cajón con naftalina, de la que
repele polillas, pero atrae gusanos que llenan las hojas de la confusión de ocaso, de
agujeros pequeños y mierda annelida. El compartimento luego es muy difícil de abrir,
apresta toda la habitación, toda la casa, como el vapor de una ducha hirviente demasiado
larga; llorar en la ducha, en esos días no sirve. El hogar entonces son cuentos llenos de
cosas que pueden explotar, apretar el gatillo no es simbólico y tampoco depende de uno
mismo, eso es la vida en las horas acumuladas de labores sin sentido cuando el cielo se
cae afuera. No llueve y si lloviera le tendría envidia al cielo, porque puede llorar y yo no
puedo, gracias a la pastilla que tengo encima, adentro, circulando y borboteando las
paredes desgastadas de mi estómago. Así se siente tener veinte años y haber pasado
viviendo al límite durante diez, al límite sin divertirse, al límite de un acantilado demasiado
inestable; al límite de la cama de un hotel en el que se ha estado tantas veces como para
vomitar con el aroma de los jabones; son nuevos, pero se siente como si fundieran los
jabones que se usan un poco para hacer otros, la misma forma y un olor cada vez más

Se siente cansado en los párpados y en el pecho, uno se pregunta si aquellas noches en


las que los huesos no podían sostener los órganos, alguien vino y quitó el peso
intercambiando las bolsas de sangre por las de un viejito aún más liviano que la doncella
que parece inconsciente mientras cierra los ojos en el vértigo de la cama. Es un día
dramático, me aprendí el guión con las anotaciones hechas con delineador de cejas
plomado e hice las pausas convenientes cuando el papel formaba el agujero de bala en las
camisas artificiales, seguramente hechas por un cigarrillo a punto de acabar.

-¿Cuál es esa obsesión tuya de andar apagando el cigarro en el papel?

-La misma por la cuál tu me preguntas por apagar y no por quemar.

En días como estos nos prendemos y nos apagamos sucesivamente, con la mirada puesta
en la fibra metálica que tengo dentro, que ella también tiene, pero la disimula con una
cubierta de vidrio opaco, el mío es transparente siempre y cuando no haya heladas
perentorias afuera; las ideas dentro respiran. No nos describimos los gestos porque tiene el
mismo propósito que vernos al espejo, juntar prosopografías sobre nuestros largos brazos,
la cintura marcada y las nalgas fuertes , la nariz respingada, pero demasiado largo; todo es
demasiado y tantas descripciones se convierten en la identidad narcisista que no
necesitamos en días como este. Somos bellas y eso qué, nos desean y de eso no nos sirve
la vida porque sería más útil no desearnos muertas, da asco de escuchar y hasta este
punto, usted también nos desea muertas.

No hay escultura con más grietas que las que las tiene inextricablemente rellenadas y el
rostro poco torneado, por la envidia evidente del escultor. Alguien las recogió del océano,
tenían dos conchas interregnas del reino de antártida sobre los pezones que nunca fueron
esculpidos; donde deberían ir los pezones. Son rupturas que no se ven, cada una tuvo el
impulso justificante de las escisiones morales de las personas que nos pusieron en los
salones, somos alérgicas a las pieles de animales muertos tratadas con veneno,
lastimosamente en esas salas de techos altos e inestables siempre hay una de estas
aberraciones. Nos han quebrado cuando...les servimos más a trozos. Mi madre nunca
recoge mis pedazos, un día el agua los arrastra y nos unimos de nuevo a manos de un
escultor que soñaba con ser mujer.

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