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Valores que educan las emociones

Distinción ente valor y precio

La felicidad

La amistad

La responsabilidad

La motivación

El esfuerzo
Distinción entre valor y precio

Los valores son cualidades estimables de las cosas y de las acciones de las personas.
Por tanto, el valor es una estimación cualitativa.

Existe una jerarquía de valores, de modo que unos valen más que otros. Por ejemplo,
los valores intelectuales valen más que los materiales, y los morales más que los
intelectuales. Pero, puesto que los valores conforman la vida humana, los valores valen
por sí mismos y no tienen precio.

El precio sólo corresponde a un valor cuantitativo o monetario, pero no indica


aquella cualidad que nos lleva a la formación personal o moral propia de cada ser
humano.

La verdadera educación comporta una formación cualitativa; en este sentido las


emociones, deseos, sentimientos valen pero no son moneda de intercambio porque valen
por sí mismos. Amar, acoger al que lo necesita, ayudar son valores estimables pero no
tienen precio.

Si educar es intentar responder a las grandes cuestiones que inquietan hondamente la


vida de los seres humanos, se hace necesario descubrir al ser humano y los valores que
requieran asentimiento o compromiso personal.

Goethe afirmaba que “da más fuerza saberse amado que saberse fuerte”. Y el amor no
tiene precio.

La educación moral debe enseñarnos también a disfrutar del otro: de su amistad, de su


charla, de su risa, de su cercanía. Porque educación es valorar, es crecer, es
enriquecerse y no sólo desde el tener sino sobre todo y principalmente del ser, del
compartir con otro, de amar. Aquí no caben ni relativismos, ni desidias. La educación
es encuentro.

La felicidad

La felicidad es una aspiración del ser humano, un valor que orienta la vida y da
sentido a cualquier tristeza o contradicción concretas. La felicidad es, de nuevo, un
valor pero no tiene precio, ni puede intercambiarse de forma material.

La felicidad no se identifica con cosas, por ello es importante enseñar a ser y no a


tener y a valorar las virtudes por serlo y no ponerle un precio, por ejemplo al hijo o al
alumno que es generoso, servicial o atento.

Decimos esto porque aunque todos formalmente buscan la felicidad, también importa
saber a qué llamamos la felicidad. Para unos, por ejemplo Aristóteles, se encuentra en
la virtud, el ser buenos y no solo pensar el bien; para otros, consiste en tener, de aquí que
la felicidad entendida de forma clásica se ha transformado en un utilitarismo, buscar
aquello que me haga tener más y no sólo ser: ser persona, ser buena, ser buen padre o
buen hijo, o buen profesional, etc.

En efecto, tampoco Aristóteles desechó el hecho de tener: tener una familia, tener
amigos, tener un proyecto de vida, tener bienes. Porque, aunque la felicidad nunca es
completa porque constituye una aspiración humana siempre en búsqueda, consiste ésta
en la realización progresiva de nuestros proyectos según aquella realización primordial
que buscamos en nuestro vivir. Si nos referimos al amor, como bien inestimable,
consiste en una confianza como vínculo humano que es una herencia inigualable ante
desgracias futuras.

La amistad

La amistad se basa en la unión de los amigos por un bien común; lo contrario, como
plantea Aristóteles en su Ética a Nicómaco, será compadreo o mafia. Los amigos se
proponen ideales comunes y solo ellos son capaces de estimularse y se cambian entre sí,
sin imposición sino por admiración y afecto. En toda la literatura clásica se nombra a la
amistad como un auténtico don que enriquece la vida de quien la posee.

Aristóteles refiriéndose a la amistad dice que es una actitud amorosa que acepta a
los demás en su valor real porque los deja coincidir con su verdadero ser. Al mismo
tiempo motiva valores como el de la justicia.

En primer lugar, en cuanto nos proporciona una motivación efectiva para la


justicia: si deseamos que los hombres no actúen injustamente unos con otros, basta
con hacerlos amigos, pues los verdaderos amigos no cometen injusticias entre sí. El
cultivo de la amistad conlleva siempre otros valores, pues todos los valores se
relacionan entre sí.

Esta relación personal no consiste sólo en dar de nuestro tiempo, en mostrar o demostrar
algunas de nuestras habilidades, enseñar al que no sabe, asistir al desvalido, acompañar
al que está solo... porque no importa sólo este quehacer sino sobre todo la forma cómo
se llevan a cabo estas tareas. Esa manera peculiar de tratar al otro, que es el amigo,
consiste en conocer la situación del otro, ponerse en su lugar, interesarse por sus
preocupaciones, comprender sus puntos de vista, etc.

Para entablar esta relación personal hemos de ser, además, humildes. Nadie se
encuentra con otro si no es desde la humildad, que es primero reconocerse deudor, es
decir, con deseos de aprender del otro para saber qué ha de hacer, con ilusión por
saber.

La amistad, como el amor, comporta atención, cuidado, respeto y responsabilidad,


como señala Erich Fromm. Valores que no se alcanzan desde la prepotencia ni desde
la autosuficiencia. Sólo ama quien atiende, cuida, respeta y tiene en cuenta al otro.
Quien pasa al lado del otro sin atender, sin cuidar, sin respetar no ama, sólo se ama a sí
mismo.

La responsabilidad

La responsabilidad es un eje de toda conducta moral, pues se basa en la


dignidad y el respeto que los seres humanos se tienen porque valen por sí mismos.
El origen de la responsabilidad está en la dignidad humana y el respeto, que es atender
o mirar al otro por lo que es y vale en sí mismo. Respeto y responsabilidad que son
cualidades que acompañan al verdadero amor y permiten desenmascarar los falsos
amores.

La responsabilidad consiste en responder ante los demás, es más que una


consecuencia, es el envés de toda libertad y el tejido que nos une a los otros y nos
humaniza a cada uno. Pongamos algunos ejemplos, en los que vemos que cada valor
vivido nos lleva a vivir otros valores, y que esta vivencia nos hace ser responsables ante
los demás y con la naturaleza.

En muchos casos, la felicidad se ha convertido en una carrera aislada, solitaria y


competitiva sin caer en la cuenta que ésta es un bien compartido, donde lo
verdaderamente humano es tener como propio el bien ajeno. La libertad también se ha
entendido como una lucha por acaparar voluntades o intereses sin otear nunca el
horizonte de espacios amplios, que permitan que muchos respiren a pulmón abierto, y
sentir correr con espontaneidad aires distintos.

Si el ser humano es un ser en relación hemos de asumir la responsabilidad como


una nueva forma de vivir, en la que ha de abandonarse el autocentramiento en sí
mismo, plantearse la apertura que nos permite convivir y nos hace buscar lo mejor de
nosotros mismos en un proceso de considerar ante todo el bien común.

Victor Frankl en su obra El hombre en busca de sentido dice que la pregunta no


es pedirle a la vida qué me va a dar, sino qué puedo yo ofrecer.

La motivación

La motivación es una inclinación de nuestra conducta que nos lleva a la


acción. La motivación es un estímulo consciente en el ser humano que te inclina y te
proyecta para alcanzar un bien. Por tanto, las razones o las causas que llevan a alcanzar
los fines, las denominamos motivación. En muchos casos, porque la motivación parte
de nuestras consciencia interna también le denominamos intención. La mejor
motivación es el amor.

El amor es presencia de alguien o de un ideal que nos lleva a contar con él y a confiar.
Así se desprenden lazos, posibilidades del corazón que, de otro modo, no se darían.
Este carácter afectivo hace salir al hombre para ejercer el compromiso, el riesgo, la
responsabilidad que, al mismo tiempo, le realiza.

El amor es creación y es esperanza. En la voluntad está la sede de la creatividad y de la


solidaridad, porque sólo el amor que espera se hace solidario. El amor motiva, porque
si hay motivación y no amor entonces se puede caer fácilmente en la manipulación. Por
ejemplo, en el libro de Lipman: El descubrimiento de Harry (1989) se narra el
siguiente episodio entre unos niños:

_ Sigo pensando que la clase de Historia es horrible. De hecho, todas las clases en
esta escuela son horribles. Es una escuela horrible.
_ ¿Las hay mejores?_ preguntó Harry.
_ No -contestó Mark- seguramente nos las hay. Conozco a niños que van a
colegios privados, y otros que van a escuelas parroquiales, y por lo que me cuentan, las
escuelas son horribles en todas partes.
_ ¿Qué hace que sean tan malas? Preguntó Harry.
_ Las personas mayores -respondió Mark en seguida-. Organizan las escuelas
para su propia conveniencia. Mientras haces lo que te dicen, bien. Pero si no, te las has
cargado.
_ Mark -empezó María con calma- sólo lo hacen por nuestro bien.
_ Ya -dijo Mark - puedes estar segura de lo llamarán 'bien" hagan lo que hagan....
La verdadera cuestión es si las escuelas han de ser dirigidas por gente que sabe lo que
hace o por gente que no sabe lo que hace.
_ Harry se encogió de hombros. Que entienda, supongo -contestó. El que dirija
las escuelas debe entender a los niños.

La motivación es un hecho amoroso, más aún ningún valor es transmisible si no es


desde esta conciencia amorosa. Esta es la intención saludable, que debe crear un
clima de comunicación auténtica hasta poder darse la transformación, señal de
verdadero progreso educativo.

El esfuerzo

El esfuerzo es obligación que se impone uno a sí mismo para conseguir un fin, se


inscribe en la raíz de nuestra forma de pensar y de ser persona, desde él tomamos
consciencia de nuestras necesidades. En definitiva, el esfuerzo asumido es la
fuerza que impulsa al amor y rechaza cualquier miedo, impotencia o
injusticia que distancia del otro. Es energía positiva, fuerza que afirma lo bueno y tolera
lo negativo con el ánimo de cambiarlo en lo mejor. El esfuerzo va aparejado al valor de
la fortaleza, que supone ánimo frente a las adversidades. Se dice, con razón, que la
persona es madura si sabe asumir las contrariedades de la vida e intenta superarlas,
aún con esfuerzo.

El esfuerzo es un medio que anima a conductas positivas, aunque se nos aparezcan como
más difíciles de conseguir pero deseables por el valor que poseen en sí mismas. Lo
contrario:la dejadez, la desidia, la indiferencia son antivalores que nos impiden la
realización personal.

El igualitarismo, como ley del mínimo esfuerzo, no nos hace mejores y lleva aparejado
un confusionismo y un engaño que no educa sino que pone un velo de conformismo y
falsa igualdad, que no satisface a largo plazo ni a unos ni a otros. El esfuerzo nos permite
también alcanzar la libertad, pues libera de emociones vagas o pensamientos débiles
que impiden alcanzar aquello mejor a lo que se aspira. Pues el esfuerzo consiste
en no dejar de empeñarse en el bien, aunque resulte costoso en tiempo, en atención o en
dedicación.

La falta de esfuerzo o de decisión sume a la persona en una debilidad que no le hace


bien. El esfuerzo tiene que ver también con la libertad de elegir lo mejor y no cualquier
cosa, y aún más, la clave del esfuerzo es propia de una inteligencia afectiva porque
no es solo propio de la voluntad sino de tener una razón por la que esforzarse y vencer
cualquier contradicción.
TEMA 7 – Test

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