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LAS IDENTIFICACIONES Y LA DESIDENTIFICACION EN EL PROCESO ANALITICO

Jorge E. García Badaracco

La inquietud por conocer y comprender lo que une a los hombres, lo que hay de auténtico y de fecundo en
la comunicación interhumana o más genéricamente qué es esa relación que une fundamentalmente a cada
hombre al mundo de los hombres y a los hombres entre sí (pareja, grupo, estructura social, masa, etc.),
que tiene un sentido específicamente humano y que coincide con la aparición del ser psíquico, nos
conduce al problema de la naturaleza de los vínculos, de la libido, de la investidura de objeto, de la
intersubjetividad, de la participación y en la particular de la identificación.
Sobre la base de una intersubjetividad anónima común a todos los hombres y características de la
condición humana, el ser psíquico nace y se desarrolla dentro de una matriz de intersubjetividad privada
en la que las identificaciones juegan un preponderante. La psicología tradicional se mantuvo centrada en
la conciencia y puso el acento en ella. El descubrimiento del inconsciente freudiano no solamente
introduce una dimensión nueva sino que descentra la noción de sujeto individualista haciendo surgir con
evidencia el carácter en esencia relacional del hecho psíquico.
La identificación es el primer vínculo estructurado del individuo con sus semejantes. La
intersubjetividad prepara estructuralmente al sujeto apareciendo primero en el otro y revelándole al
mismo tiempo su propia existencia. El sujeto se descubre identificando primero al otro y luego
identificándose él mismo. Tal vez no toma conciencia de sí mismo sino alienándose primero en el otro.
La relación entre lo psicológico individual y lo social se ha ido reconociendo cada vez más como una
relación de interpenetración. El individuo, en tanto singular, contiene una dimensión colectiva en su
profundidad, de la que se alimenta. Ya Freud dijo: “En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con
total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el
comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato,
pero enteramente legítimo”.
Mientras la práctica clínica psicoanalítica pone en evidencia la importancia de los mecanismos
de identificación para la comprensión de muchos aspectos de la patología mental, la teoría psicoanalítica
no parece haber avanzado tanto en este campo. Sin embargo, hay consenso general en que la
identificación es uno de los procesos básicos de la estructuración de la personalidad y que es una de las
piedras angulares de la teoría psicoanalítica. Los procesos identificatorios intervienen desde los
momentos más tempranos del desarrollo mental y, tal como lo sostuvo Freud, constituyen la forma más
primitiva del enlace afectivo con otras personas. Son esenciales en la organización del yo en sus
diferentes etapas, canalizan en muchos aspectos las vicisitudes de la libido, contribuyen a la elaboración y
resolución del complejo de Edipo, la formación del superyo y el ideal del yo e intervienen en la
estructuración definitiva del aparato psíquico, del carácter y de la identidad. Igualmente intervienen en los
mecanismos de elaboración onírica, en las fantasías inconscientes y ensueños diurnos y en la formación
de síntomas. También juegan un papel importante en la empatía, en el aprendizaje de la capacidad de
pensar, en el desarrollo de la simbolización, del lenguaje y de la creatividad. La instalación del superyo y
de los mecanismos de identificaciones recíprocas consolida la integración del individuo dentro de la
sociedad. El individuo es portador de pautas culturales determinadas y asegura la transmisión y
continuidad de las mismas a través de las generaciones.
El concepto de identificación que surge de la manera definición del término no da cuenta
acabadamente de la riqueza potencial de esos fenómenos, sea para comprender la dinámica intrapsíquica,
sea para captar la dinámica interpersonal. El uso que hizo Freud de este término a lo largo de su obra debe
ser abarcado en su totalidad. Conviene no desvirtuar su verdadero mensaje, recortando solamente
aspectos parciales. No es conveniente tomar las identificaciones como hechos consumados una vez por
todas o para siempre. Es importante considerarlas como elementos vivos dentro de cada ser humano.
En el terreno del trabajo psicoanalítico nos vamos a encontrar de entrada, en la relación paciente-
analista, con la necesidad por parte de este último de una capacidad de identificarse con el paciente para
poder comprenderlo. La empatía, con su componente afectivo –según muchos, básica para trabajar
psicoanalíticamente -, se vehiculiza a través de mecanismos identificatorios entre el paciente y el analista,
y viceversa. La transferencia, en medida en que incluya al analista en una de las series psíquicas que el
paciente ha formado (Freud), se da también de alguna manera a través de un proceso identificatorio. En
el trabajo interpretativo también podemos comprender que tanto la reconstrucción de circunstancias
históricas olvidadas como la detección de la repetición en el aquí y ahora de un vínculo internalizado se
realizan a través de procesos identificatorios actuantes en la relación transferencial-contratransferencial.
Con respecto a la teoría de la curación encontramos clásicamente la idea de cambio del “superyo” a través
de la tarea interpretativa y la “internalización” de aspectos más benignos del analista como ejemplo
clásico de reconstrucción de una estructura mental en la relación terapéutica.

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Estas consideraciones, aplicables en el psicoanálisis en general, adquieren todavía mayor
vigencia en el tratamiento de pacientes con patología mental grave con los que el analista se encuentra
incluido en un campo psicológico donde tendrán lugar fenómenos de variada naturaleza que, en muchos
aspectos, exceden los conocidos en el trabajo psicoanalítico clásico. Encontraremos la transferencia
psicótica y la identificación proyectiva masiva, la aparición de material escindido, las actuaciones
transferenciales, la actualización, en sesión o fuera de ella, de climas emocionales variados tales como
persecutorios, melancólicos o delirantes, por los que el analista se sentirá invadido y desbordado. Sentirá
que el paciente muchas veces no habla de sí mismo. Entrará así fácilmente en momentos contradictorios y
dilemáticos en los que se verá forzado a recurrir a la teoría para ordenar el caos, aunque esto, muy a
menudo, no dará resultado. Se sentirá por momentos llevado a contractuar la contratransferencia y tendrá
que controlar sus impulsos. Verá con angustia y preocupación que las interpretaciones tradicionales
muchas veces no actúan o aumentan la angustia en el paciente, sin llegar a ningún insight positivo.
Enfrentado a estas entre otras dificultades, encontrará un camino tratando de dejarse llevar por el paciente
en el sentido de reconstruir desde él mismo a qué situación vital puede corresponder lo que está diciendo,
o lo que está sintiendo, qué contexto significativo podemos reconstruir desde un sí mismo virtual, todavía
no desarrollado, qué ubicación pueden tener en ese contexto el analista y qué función terapéutica puede
desarrollar desde allí. Siempre existirá, por supuesto, el peligro de una contraidentificación patológica que
puede perturbar o detener el proceso psicoanalítico.

Las identificaciones en la vida psíquica

Si bien las primeras fases del desarrollo son prácticamente imposibles de rencontrar como tales, por el
proceso de represión primaria que instala la amnesia infantil, las identificaciones que tienen lugar en esta
etapa se conservan en huellas mnémicas inconscientes y se actualizan en los contenidos mentales, sea que
los llamemos representaciones (Freud), fantasías inconscientes (M. Klein), objetos internos (M. Klein y
Fairbairn) o fantasmas de identificación (A. de Mijolla), y se rencarnan y toman nueva vida dentro de
nosotros en nuevas puestas en escena en los sueño, en las ensoñaciones diurnas, en los pensamientos, en
los actos, en los síntomas, etc. Freud describió la riqueza de la vida mental en la que se realiza “la
satisfacción de los deseos inconscientes, surgidos de la privación y de la nostalgia” y comprendió que
“los cuentos imaginarios que uno se hace a uno mismo, cuidadosamente cultivados y puestos al abrigo,
son muchas veces considerados como los bienes más íntimos de la personalidad”. Freud descubrió que
esos sueños diurnos son luego olvidados intencionalmente, caen en el inconsciente por la represión, pero
siguen viviendo bajo la forma de fantasmas inconscientes de donde surgirán los síntomas histéricos.
Freud supo comprender que la vida psíquica es una actividad en gran medida destinada a
“elaborar” conflictos. Estos, en un primer momento fueron pensados fundamentalmente como conflictos
pulsionales. Pero al incluirse las relaciones de objeto con los objetos internos pudimos comprender mejor
la función de la actividad inconsciente como la forma en que en la vida psíquica se elaboran los conflictos
con los objetos externos a través de la actividad fantaseada con los objetos internos. En este sentido
recordemos la importancia que tiene la elaboración onírica en la vida mental en general. La capacidad de
elaborar conflictos o no a través de nuestra actividad psíquica dependerá en gran medida de las
características del funcionamiento mental puesto en acción para procesar esos conflictos, pero estas
características, a su vez, dependerán en gran parte de las características del funcionamiento mental de los
objetos parentales que incorporamos por identificación.
En este trabajo se trata entonces de comprender mejor el papel que ha jugado en la vida cada ser
humano estos procesos identificatorios y de iluminar algunos aspectos clínicos de difícil abordaje tanto en
lo intrapsíquico como en la intersubjetividad, con el instrumento para pensar que son las identificaciones.
Dicho de otra manera, qué ha hecho cada uno con las identificaciones, o con los elementos
identificatorios que ha tomado de los otros, en particular, de las figuras paretales. Además, consideramos
que el clima emocional en el que siguieron jugando un papel en la vida psíquica íntima de cada uno,
tienen una importancia fundamental para comprender las diferencias cualitativas de la actividad
fantasmática, es decir, las diferentes formas de funcionamiento mental que los seres humanos tenemos la
posibilidad de desarrollar y que además condicionan diferentes modalidades psicopatológicas.
La actividad mental puede tener entonces dos destinos. Cuando los fantasmas de identificación
sirven para crecer y desarrollarse o constituirse el yo desde el sí mismo, esta actividad sirve para el
desenvolvimiento del pensamiento simbólico. En cambio, cuando los fantasmas de identificación son
contenidos psíquicos que no pueden ser mentalizados, se mantienen como tales con una cualidad
compulsiva y son vividos como cuerpos extraños que deben ser mantenidos escindidos del curso
asociativo. Es de esta actividad que creemos que se producen las deformaciones del yo de que hablaba
Freud. La actividad de la fantasía en la pérdida de objeto conduce a la elaboración del duelo, mientras que
los fantasmas de identificación en el duelo patológico conducen a la melancolía, es decir, a la “erección

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del objeto en el yo” (Freud). Y muchas veces el tipo de actividad mental que conduce a la melancolía está
formado por identificaciones con las figuras parentales, incapaces de hacer el duelo ellas mismas e
incapaces de acompañar al yo en desarrollo para hacer sus propios duelos. Es a través de los fantasmas de
identificación que se repiten compulsivamente, como si el tiempo no pasara, sin cambios, que se
mantienen vivas las identificaciones patógenas. Son aquellas que se han producido en las llamadas
situaciones traumáticas, de las cuales las que describiera Freud son las paradigmáticas.
Recordemos que Freud había establecido que el yo tiene la función de enfrentar las tres
relaciones de dependencia o de vasallaje: de la realidad, del ello y del superyo, y que la exigencia más
difícil sería la de dominar las pulsiones instintivas del ello. Pero el superyo podía también constituir una
exigencia tan fuerte que puede paralizar las otras instancias. En los pacientes mentales severos, si bien
uno puede observar que el yo se paraliza tironeado por las pulsiones del ello y las exigencias del superyo,
lo que aparece como más llamativo son las dificultades del yo en la relación con los otros, que en realidad
no son verdaderamente otros sino la proyección de las identificaciones patógenas que se confunden con
las pulsiones del ello del sujeto. En estos pacientes la actividad psíquica tiene poca autonomía, está por
así decir siempre referida a otro y se despliega en el campo de la relación con los otros. Podemos decir
que esos otros funcionan como superyos tiránicos para el sí mismo. Pero en realidad se trata de vínculos
de interdependencia patológica y patógena que el sujeto vive con los otros como si fueran figuras
parentales enfermantes y enloquecedoras. Deberían haber sido precursores de un superyo, pero se
transformación en componentes de objetos o vínculos enloquecedores con los que el sí mismo queda
atrapado en identificaciones patógenas.
Es como si el yo de los pacientes se encontrara tironeado por tendencias imperiosas y
contradictorias; como si las dependencias o vasallajes del yo fueran más fuertes que nunca y como si el
yo reclamara asistencia. En esas condiciones es en la relación con los enfermos mentales más severos
donde la noción de déficit de recursos yoicos es más válida y pertinente que nunca. Se trata de personas
que sienten como si fueran manipuladas por fuerzas a las cuales no pueden aparentemente ofrecer
resistencia. Viven como habitadas y tironeadas por pulsiones, mandatos, órdenes, necesidades, deseos,
exigencias, reproches, reclamos o demandas, etc. , que no saben cómo enfrentar y con las cuales no saben
qué hacer. Se ven ellos mismos como paralizados frente a esas mociones pulsionales y como sometidos a
su poder inapelable. Confunden las fuerzas pulsionales propias con las exigencias y/o amenazas que
vienen desde los objetos internos, tanto en forma de mandatos como de fidelidades sometedoras.
Confunden reclamos genuinos propios con maldades que deben ser castigadas. Se trata siempre de la
reactivación de climas emocionales traumáticos vividos en la infancia que se reactivan ahora en forma
muy similar a lo que fue en la otra época.
Así, las obsesiones son pensamientos que se presentan a la mente y exigen una realización. Las
fobias son temores y angustias que producen desamparo y paralizan. Las conductas pulsionales o
pasionales de los histéricos y las crisis histéricas mismas aparecen como movidas por necesidades
imperiosas que exigen descarga motriz. Los delirios serían formas de funcionamiento mental a través de
las cuales un ser humano intenta, en una situación de Hilfosigkeit y de sufrimiento intolerable, la
construcción de un mundo delirante para poder sobrevivir. Los estados melancólicos aparecen como
escenarios imaginarios en los cuales un sujeto sumerge buscando un refugio para un poder emerger. En
todos los casos es como si el sí-mismo del ser humano se encontrar sumergido y sin defensa, como en una
situación traumática típica y severa en la cual los recursos yoicos han sido sobrepasados y la condición de
soledad en la que se encuentra se revela como una situación en la cual habría cerrado automáticamente las
puertas a la posibilidad de buscar y encontrar una asistencia eficaz en el mundo exterior. La soledad se
habría transformado así en “solitariedad”.
El repliegue autista aparece como una forma de aislamiento a través de la cual el enfermo pone
distancia entre él y los otros y se protege de experiencias traumáticas dolorosas cuya repetición trata de
evitar. En verdad, sin saberlo, él las está produciendo y repitiendo en su mundo interno. Pero encontramos
siempre que, de una manera secreta y subyacente, el paciente tiene necesidad de nosotros mucho más de
los que parece. Podemos decir, en general, que cuando surge la “necesidad del otro”, se trata de una
urgencia del yo de establecer una relación de dependencia que en los enfermos más graves se presenta
como una demanda del yo de fusionarse con otro exterior en la realidad, de una forma muy primitiva,
buscando establecer con él un vínculo que podemos llamar simbiótico en el sentido de que el yo puede
servirse (utilizar) los recursos yoicos del otro como si fueran propios.

¿Cómo viven los otros en nosotros?

Durante la vida de cada ser humano los procesos identificatorios pueden aportar elementos positivos para
el desarrollo de la personalidad o, por el contrario, condicionar incorporaciones negativas que
contribuyen a configurar estructuras patológicas. En otras palabras, podríamos diferenciar en los procesos

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identificatorios cualidades normogénicas y patogénicas. En la condición de indefensión con que nacemos,
el ser humano necesita asistencia. Tiende a “simbolizarse” con otro para poder utilizar sus recursos yoicos
como si fueran propios y necesita que el otro adivine y reconozca sus necesidades de sujeto para poder
asistirlo adecuadamente, evitando en lo posible las experiencias traumáticas. Con respecto, al objeto, en la
literatura psicoanalítica hay una tendencia a ver al objeto gratificante como bueno y al objeto frustrante
como malo. Nosotros pensamos que la condición de bueno o malo de un objeto está más bien en su
capacidad de dar “asistencia” o no al yo débil e inmaduro. El objeto bueno será aquel que aporte, por su
función estructurante, las condiciones para que una experiencia frustrante sea tolerable y una experiencia
de satisfacción pueda tener su límite. El objeto malo será aquel que, por su condición carencial propia, no
puede aportar esos elementos indispensables y se comporta –por el contrario- como un amplificador de
frustraciones, envidias y odios primitivos. Esto se relaciona con las características del objeto
enloquecedor.
Desde un punto de vista clínico, hemos postulado que las identificaciones que promueven la
estructuración normal del aparato psíquico contribuyen al desarrollo de recursos yoicos que servirán para
abordar la conflictiva mental que el ser humano está llamado a enfrentar a lo largo de su vida. Cuando las
identificaciones se hacen dentro de un vínculo simbiótico sano, en la dependencia, el hijo puede “utilizar”
a las figuras parentales como partes de sí mismo, desarrollando –por identificaciones estructurales con
recursos yoicos de los padres- recursos yoicos propios. En estas condiciones, los padres respaldan
permanentemente al yo espontáneo inmaduro que está haciendo experiencias. En este proceso de
crecimiento psicológico la interacción se realiza en gran medida en forma lúdica, creativa y reversible. El
niño en crecimiento puede jugar sus identificaciones en procesos de ensayo y error que configuran un
aprendizaje. En las identificaciones estructurantes se juegan mecanismos de asimilación y acomodación
entre el sujeto y el objeto de la relación objetal, mediante los cuales se enriquece el intercambio que, a
medida que transcurre el tiempo se hace cada vez más creativo. De la dependencia se va pasando así
paulatinamente a una interdependencia recíproca sana cada vez más rica en matices dentro de un vínculo
en donde aparece cada vez más la dimensión intersubjetiva que –simultáneamente- posibilita la
diferenciación yo-no yo, es decir yo y el otro. De la simbiosis primitiva, a través de un proceso de
desimbolización se llega a una creciente individualización y autonomía. De la etapa de ilusión pasando
por la desilusión se logra, creatividad mediante, una relación más realista de objeto.
Si en lugar de este proceso el sujeto sólo logra un desarrollo precario de su sí-mismo por
carencia de recursos yoicos del objeto su identidad pobre lo obligará a recurrir a vínculos patógenos
introyectados como forma de paliar la angustia de autodestrucción o desintegración por la que se sentirá
amenazado. Esta identificación será entonces una especie de salvavidas. Llegamos así a nuestro concepto
de identificación patógena, que será aquella que incorpora al psiquismo elementos que van a actuar como
una presencia invasora y exigente, obligando a una reestructuración y sometimiento de las demás
funciones mentales en función de esa “presencia”. En esos casos encontramos siempre una historia de
situaciones traumáticas y de intenso sufrimiento psíquico. Se estructuran vínculos asfixiantes de la
espontaneidad que generan sometimiento y paralización a través de mecanismos de introyección e
identificación introyectiva que parecen producirse por invasión en un yo frágil e inmaduro que, al no
poder defenderse, se ve obligado a transformarse en el otro, renunciando a su propia identidad. Esta

identificación será entonces alienante porque el yo ha sido reemplazado por un objeto extraño que se ha
posesionado del mismo modo y lo ha sometido a su arbitrariedad.
A favor del desarrollo, estas identificaciones patológicas van quedando disociadas y se organizan
como partes escindidas de la mente, como objetos internos “enloquecedores” que pasan a formar parte de
un inconsciente escindido –como decía Freud- y que deben ser mantenidos bajo control por fuertes
mecanismos de defensa, lo que representa un permanente desgaste de energías necesarias para la

estructuración del aparato psíquico . La presencia de estos objetos internos enloquecedores obliga a
organizaciones mentales patológicas para el logro de un equilibrio inestable, que será así
permanentemente amenazado desde dentro y desde fuera. En estas circunstancias, los precursores del yo
propiamente dicho no pueden estructurarse sobre la base de su espontaneidad y de sus experiencias con el
mundo exterior. Paralizado ante las otras instancias y ante la realidad exterior, se ve obligado a recurrir a


Las identificaciones alienantes que describe Haydée Faimberg coinciden en gran parte con algunos de los
conceptos que desarrollamos en este trabajo. En particular nos parece importante el análisis de la
reinterpretación narcisista que el paciente hace de la interpretación del analista, reinterpretación que
muchas veces anula el posible efecto terapéutico de éstas y se constituye en una de las resistencias más
difíciles de superar.
∗
Estos precursores sádicos y patológicos del superyo impiden precisamente la estructuración definitiva
del aparato psíquico de la que habla Freud (1924) en “El sepultamiento [Untergang] del complejo de
Edipo”. Véase “The Dissolution of the Oedipus Complex”. S.E., 19.

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identificaciones mimetizantes con diferentes aspectos de las figuras parentales que van a alimentar al
superyo, sin poder desarrollar un sí mismo con capacidad de intimidad personal y con capacidad de estar
solo. La personalidad “como si” constituye un prototipo de esta estructura. En todas las patologías vamos
a encontrar una dimensión “como si” subyacente a la patología manifiesta, que tendrá que ser trabajada
psicoanalíticamente en el proceso terapéutico.
Será importante entonces conocer cuáles son los factores en la historia de cada sujeto que han
intervenido para que las identificaciones hayan sido estructurantes o alienantes. Por alienante queremos
significar que la presencia del toro dentro del self, en particular de las figuras parentales, en vez de
haberle dado elementos a ese ser humano para poder ser él mismo, en realidad lo invadió, lo parasitó, lo
habitó, ocupó el lugar del sí-mismo propio, le impidió ser dueño de su propia vida y le condicionó vivir la
vida a la manera del otro, en referencia al otro, como pendiente del otro, ya sea en la realidad o
intrapsíquicamente.
Nos interesa en particular comprender entonces la naturaleza del hecho clínico de que ciertas
presencias de los otros en nosotros nos impide ser nosotros mismos, en particular, nos ha impedido hacer
un crecimiento psicológico propio a través del desarrollo de recursos yoicos genuinos para afrontar la
vida. Cualquiera sea el esquema referencial que utilicemos para comprender los procesos de crecimiento
psicológico o de individualización (sea la dialéctica que describe Freud entre un yo ideal y un ideal del
yo, surgido de aquél, que a su vez orienta o guía la constitución del yo como sujeto; sea lo que describe
Mahler desde una simbiosis primitiva a través de un proceso de desimbiotización hacia una
individuación; sea el interjuego de las identificaciones proyectivas e identificaciones introyectivas que
propine M. Klein), éstas son diferentes formas de visualizar la problemática que nos interesa, pero que a
nuestro modo de ver no han permitido visualizar suficientemente los procesos identificatorios en cada
historia individual y la importancia del clima emocional en el que estos procesos han tenido lugar.
El “Hombre de las ratas”, como dijo Freud, rechazaba la realidad de la muerte de su padre.
Parecía conseguirlo empleando medios que se sitúan en el registro de los fantasmas de identificación. En
una parte suya hace revivir a ese padre, desaparecido a partir de lo que sabe o de lo que ha supuesto, es
decir, de indicios recogidos o de confidencias expresadas por su madre. Pero el dolor psíquico inherente a
esa desaparición traumática y la ausencia de una figura sustitutiva válida le impide elaborar el duelo. Las
complicaciones que inventa para reembolsar su “deuda” al Teniente David, es decir, todos esos delirios,
como Freud los denominó de manera metafórica, nos muestran al “Hombre de las ratas” invadido por la
sombra de su padre, o sea habitado por la identificación inconsciente patógena. Retoma así, a su cargo,
escenas reconstruidas a partir de la vida de su padre. Las condenas que él prodiga o las sugerencias
suicidas que se dirige a sí mismo son la repetición compulsiva de una frase que, en otra época, un amigo
había proferido contra su padre, cuando este último había perdido en un juego de regimiento: “No te
queda otra que matarte; el que ha hecho eso debe matarse”. De tal manera, la mayor parte de los
comportamiento patológicos del “Hombre de las ratas” ponen en escena fragmentos de una historia que
no es manifiestamente la suya propia. Los síntomas denuncias así la presencia de lo que podemos llamar
identificaciones patógenas.

La desindentificación en el proceso analítico

En el proceso analítico hay identificaciones que, al igual de lo que pasa a veces en forma natural a lo
largo de la vida, pueden desarmarse a través del trabajo de la labor interpretativa. Ante el carácter
contradictorio o incompatible de ciertas identificaciones, algunas personas logran deshacerse de lo que se
presenta como inadecuado. Pero, en la mayor parte de los casos, las identificaciones son procesos
mentales mucho más difíciles de cambiar. Y más aún cuando se trata de identificaciones patógenas.
Ciertas identificaciones pueden estar sostenidas por algún depositario de un aspecto importante
del ideal del yo. Hay seres humanos que creen que perteneciendo a una institución, compartiendo una
ideología o siendo apreciados por una persona admirada, se tiene una identidad y “se es alguien”.
En el tratamiento analítico muchos pacientes consiguen una mejoría identificándose en alguna
forma con el analista que pasa a ocupar el lugar del ideal del yo. Estar en análisis puede ser, durante algún
tiempo, un soporte para sentirse mejor. Pero así como la vida coloca muy a menudo a los seres humanos
en situación de enfrentar desilusiones intensas que pueden hacer tambalear el equilibrio psíquico, también
el tratamiento analítico conduce necesariamente a enfrentar desilusiones de todo tipo y la necesidad de
tomar conciencia de que, si se vivió a base de identificaciones y no se pudieron armar los propios
recursos yoicos y una identidad consolidada, va a ser necesario enfrentar una crisis cuando algún factor
que provoque desequilibrio o desestabilización implique la necesidad de una modificación estructural.
El trabajo psicoanalítico nos enfrenta a diario con personas que viven con variadas formas de
seudoidentidad y con montos precarios de autoestima. Todos sabemos que las variaciones de la
autoestima pueden estar relacionadas con desilusiones. La persona depresiva presenta este fenómeno con

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marcada identidad y parece no estar preparada internamente para superarlo. Es como si no tuviera una
identidad suficientemente consolidada y no tuviera recursos yoicos propios para mantener la autoestima.
Ha dependido siempre de situaciones que funcionaron como un reaseguramiento externo del llamado
equilibrio narcisista: tales como poder, bienes materiales, afecto de los demás, luchar por el logro de
metas elevadas, etc. Ciertas personas o ciertos objetos idealizados formaban, por identificación, parte
integrante del self. El sí-mismo no alcanzó nunca un grado suficiente de autonomía. De tal manera, la
pérdida de ese objeto conduce a una situación de castración catastrófica. El sí-mismo se siente incapaz
(por sí mismo) para la vida. Necesita reconstruir inmediata y omnipotentemente la relación perdida a
través de la inyección de un objeto sustitutivo. Habiendo vivido siempre alimentándose de un objeto
idealizado, estos pacientes viven la pérdida como un derrumbe del yo. El trabajo analítico, ante la
evidencia de la vulnerabilidad subyacente de ese yo precario, tendrá que incluir, además de la labor
interpretativa, una segura función analítica de “asistencia” que permita un proceso de desarrollo de
recursos yoicos propios más genuinos.
En estos niveles más primitivos del funcionamiento mental nos estamos refiriendo a vínculos
narcisistas donde la relación de objeto se da en términos fusionales sin discriminación sujeto-objeto. Con
la introducción del narcisismo, Freud hizo un aporte fundamental para la comprensión de estos
fenómenos. Con una visión genial iluminó el abordaje de fenómenos tales como el enamoramiento, la
hipnosis y la relación de la masa con el líder. Y al mismo tiempo intentó penetrar en la psicopatología de
la homosexualidad y las psicosis, en especial la esquizofrenia (llamadas por él parafrenias), desde el
narcisismo. Pero, para el mismo Freud, concepto tales como la retención patógena de la libido de objeto o
de la libido del yo no daban cuenta cabal del fenómeno psicótico propiamente dicho y sólo eran un paso
más en el camino del abordaje de este campo tan complejo. Como venimos desarrollando en este trabajo,
los síntomas patológicos que se presentan en los pacientes mentales severos, incluyen en ellos la
actualización de experiencias traumáticas dolorosas y la presencia internalizadora de identificaciones
patológicas, si bien son siempre fenómenos que tienen lugar en niveles primitivos del narcisismo, no
pueden comprenderse acabadamente sólo por la condición narcisista que conllevan. En este sentido,
comparto con Alain de Mijolla la idea de que la diferenciación teórica neta establecida por Freud entre
identificación histérica (la primera en ser descrita) e identificación narcisista no parece estar tan
justificada, porque si uno se identifica narcisistamente con un objeto prohibido es también porque se
comparte con él algún deseo inconsciente del que él podía entonces representar la expresión (condición
misma de la identificación histérica). Pero deseo agregar la idea de que la apropiación (identificación)
sobre la base de “una misma pretensión etiológica”, que “expresa un como si” y que “deriva de un
elemento común que persiste en el inconsciente” (Freud) parece hacerse producido en una complicidad
secreta compartida (en parte consciente y luego inconsciente) con la figura parental que está ligada
consustancialmente con la experiencia traumática dolorosa y en la que la complicidad compartida se da en
términos de un funcionamiento mental perverso que adquiere fuerza pulsional porque sirve para
neutralizar un dolor psíquico o para canalizarlo masoquistamente. Es en este vínculo de complicidad
perversa donde parece producirse la identificación patógena.
En el caso de la melancolía, el objeto parece haber sido incorporado en el clima emocional
interno propio de la reactivación de la situación traumática original. En estas condiciones, invadió al sí
mismo ocupando su lugar, y este último, por identificación, quedó sometido tiránicamente al objeto
alienado en él (objeto enloquecedor). A consecuencia de una pérdida real o fantaseada, el paciente
depresivo- melancólico, dada su estructura mental previa, entra en un duelo que no puede elaborar. En los
fóbicos y obsesivos severos y en los esquizofrénicos, al igual que en los depresivos- melancólicos, las
fantasías identificatorias aparecen como armadas desde identificaciones patógenas, se presentan como
actuaciones y vienen muy cargadas de goce perverso.
En el trabajo analítico descubrimos que el funcionamiento mental que incluye goce perverso es,
en muchos pacientes, el mecanismo de defensa más utilizado para poder neutralizar el sufrimiento
psíquico. También vamos a encontrar este goce perverso incluido en la relación intrapsíquica que se da en
muchos pacientes con sus objetos internos persecutorios de la relación de objeto paranoide- esquizoide.
Lo que llamamos el superyo sádico y amenazador puede responder a esta estructura. Pensamos que, en
todos los síntomas mentales severos –tales como los delirios y alucinaciones, los pasajes al acto (exo-
actuaciones) psicóticos o psicopáticos, los síntomas compulsivos, obsesivos, fóbicos o histéricos graves-
a través del análisis vamos a descubrir vínculos sadomasoquistas y complicidades perversas con los
objetos primitivos de la infancia incorporados por identificación. Los fenómenos que estamos
describiendo tienen relación con la llamada defensa maníaca de la escuela kleiniana y aparecen en la
relación terapéutica negativa y en las impasses en análisis.

Un ejemplo clínico puede facilitar la comprensión de ciertos aspectos de lo que deseamos


exponer:

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Una paciente, a la que llamaremos Ana, había tenido dificultades en la adolescencia. Después de
muchos años de análisis había conseguido estabilizarse a través de éxitos en su trabajo. Su personalidad,
de estructura maníaca, le permitió múltiples realizaciones. Una deuda importante, contraída en un período
económico bueno, se convirtió en una pesada carga que amenazó la estabilidad económica familiar. La
paciente entró en un cuadro depresivo ansioso grave, con fuertes ideas de suicidio, del que pudo salir
solamente tres años después…
En los períodos más críticos de su tratamiento Ana tenía múltiples actuaciones. Movida por una
angustia intolerable amenazaba con suicidarse. Se consideraba totalmente arruinada y destruida. Viejos
resentimientos en la relación de pareja con su marido la llevaban a agredirlo constantemente y a
denigrarlo por variados motivos. No podía dejar de maltratarlo.
En su tratamiento analítico surgieron recuerdos de episodios que no habían sido analizados en
los tratamientos anteriores. Su padre había tenido un episodio depresivo. Recuerda que amenazaba tirarse
por el balcón y que su madre tenía que contenerlo. A veces toda la familia se movilizaba tratando de
evitar que se suicidara. Fue evidente en un momento de su análisis que su forma de expresión de la locura
y en particular las actuaciones psicóticas y las amenazas de suicidio eran actuadas desde identificaciones
patológicas con la imagen de su padre tratando de matarse.
En el caso de Ana los sufrimientos infantiles vividos en relación con la inseguridad de todo tipo
vivida en su niñez quedaron reprimidos o- tal vez mejor- escindidos. Un falso self se estructuró sobre
identificaciones con una madre fálica que llevó adelante a la familia con gran esfuerzo. La figura del
padre quedó totalmente desvalorizada y no pudo servir para una adecuada estructuración de su aparato
psíquico. Ana, identificada con su madre fálica, se casó con un hombre dependiente y apocado. A través
de un gran esfuerzo pudo lograr un bienestar económico que el marido no hubiera podido darle. Se
convirtió en la proveedora de dinero pero no pudo tener un contacto afectivo, satisfactorio con su hijo. En
realidad siempre esquivó el contacto íntimo cariñoso porque no conocía o no tenía experiencias
emocionales sanas. Su actitud maníaca incluyó durante toda su vida una manera de negar y disociar las
carencias profundas que arrastraba desde la infancia. En los tratamientos psicoanalíticos anteriores había
usado el análisis o la relación analítica para construir o reforzar un falso self más que para estructurar su
self auténtico y verdadero. El derrumbe se produjo ante la imposibilidad de seguir adelante con esta
estructura precaria cuando la situación económica constituyó ante la imposibilidad de seguir adelante con
esta estructura precaria cuando la situación económica constituyó una amenaza real a la integridad de su
familia y una situación real que ella no podía resolver por medio de sus mecanismos maníacos.
El trabajo analítico con Ana fue difícil. Además de una búsqueda de reconstruir el pasado vivido
y trabajar interpretativamente los contenidos mentales, tuve que tolerar la amenaza, por así decir, de
alguna actuación suicida, durante tres años. Si bien había momentos de calma en los que podíamos
trabajar bien psicoanalíticamente, había también períodos en los que el incremento de la angustia venía
acompañado de actuaciones transferenciales.
Poco a poco se fue haciendo claro que estas expresiones podían tener diferentes connotaciones; a
veces eran actuadas desde identificaciones patógenas con las figuras parentales. Otras parecían formas de
vengarse en el analista de viejos resentimientos hacia los padres de la infancia. Por momentos, parecían
intentos de desembarazarse, a través de identificaciones proyectivas masivas en la transferencia, de
objetos enloquecedores. Era claro que la reminiscencia aterradora de la escena traumática de un padre que
intentaba tirarse por la ventana y de una madre aterrorizada por la situación había quedado como una
identificación a través de la cual Ana sentía que en cualquier momento podía ser ella la que quisiera
tirarse por la ventana.
En el tratamiento psicoanalítico de los pacientes borderline, se presenta problemas clínicos muy
característicos de la existencia de identificaciones patógenas incompatibles entre sí. Son personas que
pasan por distintas modalidades de funcionamiento mental. En ellos se ve claramente que las escisiones
patológicas del self corresponden a la incompatibilidad de algunas de las identificaciones coexistentes, y
en esto, a veces, se parecen a las personalidades múltiples. Pero a diferencia de estas últimas, en los
borderline, ninguna de las organizaciones mentales de estos pacientes tiene suficiente autonomía como
para constituir una personalidad aparentemente estable, y se presenta más bien como formas particulares
de funcionamiento mental dentro de varias posibilidades alternativas y cambiantes.
Hay momentos de los borderline en donde se acentúa la característica “como si” de la
personalidad. El paciente funciona como un autómata –decimos que está robotizado. En realidad es útil
recordar que todo síntoma mental es un “como si”, en el sentido de que está armado, como dijimos antes,
desde identificaciones patógenas; aunque a veces sea egosintónico, es sin embargo un comportamiento
que no expresa verdaderamente autonomía ni autenticidad.
En los pacientes borderline, cuando se produce un desequilibrio o, en el tratamiento, cuando
aparece la necesidad del otro, se produce una tendencia a la simbiotización. En estos momentos se
condiciona un vínculo de dependencia en el que, muchas veces, se reactivan las situaciones traumáticas.

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Estos momentos del proceso analítico, difíciles de trabajar analíticamente porque pueden aparecer
reproches vengativos de gran intensidad y reclamos igualmente compulsivos dirigidos al analista, son sin
embargo momentos importantes desde el punto de vista terapéutico, porque a través de ellos es donde
pueden producirse los procesos de desidentificación y el desarrollo de recursos yoicos nuevos, lográndose
entonces cambios estructurales. La tendencia a establecer relaciones de interdependencia patológica y
patógena comienza a ceder . Los brotes de características psicóticas pierden violencia y la estructura
caraceropática o de encapsulamiento va perdiendo ese carácter de robotización por la inclusión de
mayores proporciones del sí mismo verdadero. Todo lo cual va generando la posibilidad para el paciente
de alcanzar una organización más neurótica. Así es como disminuyen también las situaciones incestuosas
de sexualidad polimorfa, bastante característica de ciertos tipos de borderline, a medida que se estabiliza
una posibilidad de vínculos más estables y satisfactorios donde la genitalización puede alcanzarse e
integrarse desde una identidad más consolidada.
Sabemos que el análisis sirve para elaborar conflictos. Lo que no es tan claro es por qué hay
tantas dificultades para elaborar ciertos conflictos. Hay síntomas que parecerían formar parte de la
identidad de una persona, y el paciente parece aferrarse a ellos. En muchos pacientes ciertos síntomas
persisten durante años y solamente aparecen realmente cuestionados muy al fin de un tratamiento. No es
suficiente darse cuenta y tomar conciencia. En muchos casos, para elaborar un conflicto hay que realizar
previamente un proceso de desidentificación de ciertas identificaciones patógenas. Al funcionar como
imprescindibles, las identificaciones patógenas conducen necesariamente a la repetición compulsiva o a la
recreación de las misma situación traumática donde se produjo esa identificación. A veces, el sujeto de la
“obsesión de transferencia”, se comporta como si fuera el objeto de la situación traumática, afirmándose
así omnipotentemente, con la omnipotencia delirante atribuida al objeto primario. El analista,
contratransferencialmente, puede sentir que el paciente lo pone a prueba reiteradamente en el sentido de
ser capaz de liberarlo de esas identificaciones patógenas, pero, al mismo tiempo, parece aferrarse a ellas
como si fueran lo más parecido de sí mismo. Y en el campo transferencial-contratransferencial detecta y
comprende que esas identificaciones patógenas son en realidad formas de funcionamiento mental que
corresponden a estructuras vinculares intrapsíquicas primitivas, de naturaleza perversa, que tienden a
incluir al analista en esos vínculos o en ese campo perverso.
El proceso de desidentificación se presenta siempre como algo doloroso y es vivido como
peligroso. Estando la identidad muy ligada a la identificación, se pueden experimentar vivencias de
desorganización y de despersonalización, angustias sin nombre, estados confusionales, y temor a la locura
y a la muerte. El paciente puede sentirse vacío. Acostumbrado a convivir con esas identificaciones
asfixiantes dentro de su aparato psíquico, comienza a sentir un sentimiento de soledad o extrañeza, como
si no supiera realmente quién es. A veces la vivencia de indefensión puede resultarle intolerable. El
analista percibe entonces por qué esa persona por una parte vino al análisis para curarse y por otra estuvo
evitando, negando y preservando estas identificaciones a los que sentía como vitales. Además, muchas
veces, la pérdida es vivida como infidelidad a esos objeto primarios tan queridos y necesitados.
Así, muchos homosexuales que llegan a renunciar a las actuaciones homosexuales, que han sido
conductas actuadas desde identificaciones patógenas, sienten que al dejar de ser homosexuales no son
nada o no son nadie. Pierden todo interés sexual, se sienten deslibidinizados y no pueden construir su
sexualidad desde el sí mismo. Observamos un fenómeno semejante en los pacientes delirantes en los que
los delirios expresan aspectos vitales de las identificaciones patógenas. Cuando en el proceso terapéutico
dejan de delirar sienten que sin delirios están vacíos, que no son nada y han perdido lo más valiosos de sí
mismos.
Las tremendas dificultades que algunos pacientes tienen para realizar un verdadero proceso
analítico ponen de manifiesto la complejidad de los fenómenos inherentes al proceso de desidentificación.
En particular, el incremento de la “violencia” que se presenta en el trabajo analítico a la que muchos
autores se refieren en términos de “defusión” instintiva o pulsional. El trabajo analítico sobre las
identificaciones patógenas nos hace revivir como analistas la reactivación de la situación traumática como
un trauma psíquico en un vínculo narcisista. Algunos autores intentan comprender el vínculo narcisista
desde identificaciones proyectivas del paciente sobre el analista. Pero en el trabajo analítico
reconstruimos que en este drama narcisista se trata más del narcisismo de la madre (o del padre) que del
narcisismo del niño, que se vio sometido al déficit de la función parental. Como psicoanalistas podemos
comprender que hubo violencia sobre el sujeto en indefensión por desconocimiento empático de sus
necesidades básicas, por no saber adivinarlas y anticiparse a ellas y no haber podido entonces tomarlas en
cuenta. Por su incapacidad de “reverie” (Bion) el objeto no pudo simbiotizarse sanamente con el niño
pequeño y al reactivarse en él (objeto) necesidades primitivas espera del sujeto en indefensión lo que no
obtuvo de su propia madre –en la madre se reactivan necesidades de bebé frente a bebé-, colocándolo en
una situación imposible.

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En algunos casos el drama del vínculo narcisista primario puede ser entendido como la soledad
en la que las figuras parentales dejan al niño que tiene que armar su vida psíquica solitariamente sobre
idealizaciones de sus propias realizaciones. Cuando una persona se ha armado sobre esas bases, el fracaso
frente a una situación concreta puede producir un derrumbe catastrófico del yo. En esos casos entendemos
que el ideal del yo fue solo una idealización que no tuvo un depositario confiable que fuera capaz de
sostener al yo en los momentos de zozobra. Es el momento en el que el yo, asistido por el objeto
estructurante hubiera podido construir sus recursos yoicos propios. Si este objeto asistente confiable no
existe, el yo se ve obligado a sacar fuerzas de flaquezas reconstruyendo la idealización para sostenerse
fantasmáticamente logrando sólo una sobrevivencia. En un vínculo narcisista de estas características el yo
fue forzado a una identificación patógena que sólo será un salvavidas.
Para poder comprender cómo esos intercambios en un vínculo narcisista dejan marcas por así
decir indelebles, como psicoanalistas tenemos que recurrir a visualizarlos en el escenario de un contexto
familiar (dimensión familiar del psicoanálisis) donde no solamente tendremos que ver las actuaciones del
sujeto sino también las devoluciones que obtuvo y obtiene de los objetos. Con estos enfoques pensamos
que estamos en mejores condiciones para trabajar psicoanalíticamente el problema de las identificaciones
patógenas, en particular en los casos de patología mental grave. Cuando la dificultad de elaborar un
conflicto es consustancial con la repetición compulsiva, desde una identificación patógena, de la situación
traumática, a través de la cual el sujeto reafirma su identidad, esta forma de funcionamiento mental es
una trampa patológica y patógena. El proceso analítico tendrá entonces que realizarse siempre en una
sucesiva alternancia de momentos de elaboración interpretativa, fases de desidentificación y desarrollo de
recursos yoicos nuevos, y procesos de elaboración y resolución de conflictos. Hay conflictos que no se
resuelven porque el analista no consigue que el paciente enlace a enfrentarlos. Si el sí mismo está
funcionando como otro, estará siempre escondido detrás de una identificación que habrá que
desenmascarar previamente para que pueda lograrse un proceso genuino y auténtico.

Resumen

El ser psíquico nace y se desarrolla dentro de una matriz de intersubjetividad en la que las
identificaciones juegan un papel preponderante. Estas constituyen uno de los procesos básicos de la
estructuración de la personalidad.
Las identificaciones de las primeras fases del desarrollo se conservan en huellas mnésicas
inconscientes, se actualizan en los contenidos mentales y se reencarnan y toman nueva vida dentro de
nosotros en nuevas puestas en escena, en los sueños, en las fantasías inconscientes, en las ensoñaciones
diurnas, en los pensamientos, en los actos y en los síntomas.
En este trabajo se plantea el problema de conocer mejor el papel que han jugado en cada ser
humano los procesos identificatorios, tanto en el crecimiento psicoemocional como en la enfermedad
mental. Entre otros factores hemos descubierto la importancia del clima emocional en que éstas tuvieron
lugar y las diferencias cualitativas de la actividad fantasmáticas en el funcionamiento mental normal y/o
patológico.
En relación con lo anterior se describen identificaciones normogénicas y patógenas y se plantea
el problema de cómo (a través de identificaciones) los otros viven en nosotros. Las identificaciones
patógenas pueden organizarse dentro de la mente como organizadores de caracteropatías o como objetos
enloquecedores descritos en trabajos anteriores.
Luego se aborda el tema de la importancia de los procesos de desidentificación en el proceso
analítico y se hacen referencias a diferentes formas de patología mental en términos de identificaciones
patógenas que han impedido el desarrollo de un sí-mismo con recursos yoicos genuinos y una identidad
consolidada. Para ilustrar lo dicho se aporta un material clínico.
Finalmente se habla de las dificultades inherentes a los procesos de desidentificación, de la
relación entre las dificultades para elaborar ciertos conflictos y de la necesidad del logro previo de ciertas
restructuración identificatoria.

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