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La línea de demarcación
He aquí el fin de las coartadas. Y el hecho de que ello significa, ante todo, el fin de todos aquellos que
sostienen la mentira y la duda sobre el proyecto revolucionario. Por primera vez, en mayo de 1968, la
oportunidad acordada por la historia a la subjetividad individual ha trazado con nitidez la línea de
demarcación entre los reformistas de la supervivencia y los insurgentes de la voluntad de vivir. Pero el
reflujo del movimiento de emancipación global ha estimulado el retorno forzoso de los ideólogos y de su
pedante miseria, economistas, sociólogos, analistas políticos, artistas, especialistas de todo sobre nada,
promovidos - por el estado de las cosas - al estado de burócratas del poder en vías de cibernetización.
Lejos de borrar la frontera de mayo, la nueva estructura - donde el espectáculo se reorganiza recuperando
lo que ha fallado en destruirlo -, excava más la fosa.
En otro contexto histórico y fundamentalmente idéntico, la lucha de clases retoma los perfiles precisos
que ha conocido en las vísperas de las grandes sublevaciones. El combate contra el "millón dorado" al que
llamaba Graco Babeuf, renace - acuñado en una moderna devaluación, pero con la vieja rabia - en el
enfrentamiento que alientan contra los defensores de la supervivencia - contra el "millón podrido" del
partido de la descomposición -, los partidarios de reapasionar la vida, el "partido" de la superación.
La cuestión social ha dejado de postularse en términos de repartición del tener. Aparece ahora como lo
que ha sido siempre en realidad, una construcción del ser concreto, una emancipación no del ciudadano
sino del individuo social. Generalizándose bajo la presión de sus propias exigencias, el imperialismo de la
mercancía simplifica las elecciones. El sistema dominante traza sobre la piel de cada uno, con el humor de
un empleado de funeraria, la línea de puntos que hay que recortar. Es necesario reintegrarse enteramente
en su empresa y morir en ella o aceptar la mutilación y sobrevivir (que es, con mucho, lo más difícil) o
arruinarla para fundar la armonía social.
Los días de mayo del 68 han mostrado con suficiente estruendo que la complejidad de lo real se condensa
poco a poco en la simplicidad de los gestos; como en el propio movimiento de la verdad, para hacerse
entender ha necesitado de la voz de los adoquines. Y el efecto no se ha atenuado: mientras que la
conciencia de rechazo de la supervivencia progresa de manera discontinua - con sus precipitaciones y sus
regresiones -, una suerte de fatalidad se introduce en el campo de las mercancías de imágenes, del tiempo
libre y de los jabones de olor, una buena conciencia de ser objeto que extrae de la inmediatez del
beneficio - de la sumisión absoluta a la lógica mercantil, de la sucesión exacerbada de los quehaceres, del
cinismo de los roles, de la duración reducida de lo efímero -, un nuevo retrato-robot de la felicidad. ¿Es
que el urbanismo y el promotor inmobiliario - su piel de chivo emisario - no persiguen en vano y al
extremo opuesto el goce de sabotear las fábricas cuando demuelen los barrios viejos, expulsan a sus
habitantes y asumen el riesgo calculado de concluir los cadalsos de hormigón que vestirán a costa de los
ricos masoquistas? Su elección está hecha, irán hasta la meta, dejando la mala conciencia a los Jóvenes
Turcos de la contestación, que juegan al rojo o al negro en la ruleta de la promoción y del éxito
espectacular.
Así se unifica contradictoriamente una burguesía ligada por toda su práctica a la organización de la
supervivencia. Mientras tanto, enel otro extremo, el proletariado reagrupa a todo el que se encuentra
embarcado, sin poder real de control, en un sistema de cambio sin fin, donde todo está dispuesto para
arrancarlo a él y perderlo; el tiempo y la fuerza de vida se transforman en tiempo y fuerza de trabajo, el
tiempo y la fuerza de trabajo en salario, el salario en objetos de representación, en representaciones de
objetos y accesoriamente en bienes de subsistencia, las imágenes y los bienes consumibles en roles, y todo
en supervivencia en un momento que apunta - sin conseguirlo y sin que el proletariado pueda volver a
salir cuando lo desea - a extender la supervivencia al conjunto de la existencia.
En el movimiento de acumulación de la mercancía bajo todas sus formas, el espectáculo constituye el
momento fijo (y no obstante receptivo a los cambios) de la represión alienate y el Estado la forma
organizativa de la autorregulación que interviene en cada estadio contradictorio del desarrollo. La
evolución del sistema espectacular-mercantil hacia su fase totalitaria y última deja aparecer, inseparable y
tendencialmente, la reducción de la cultura al espectáculo, la reducción del Estado nacional a un poder
jerarquizado tecnocrático-policial (con posibilidades de autonomías regionales y de federaciones
internacionales), la reducción del capitalismo privado y de Estado en acumulación de la mercancía
socializada como valor de cambio simultáneamente concreto (producto) y abstracto (espectáculo).
La proletarización la carcome. La burguesía rica y dirigente de los tecnócratas, los líderes sindicales, los
hombres políticos, los obispos, los generales, los canas-jefes, entran en conflicto con la burguesía pobre y
explotada de los jefes de servicio, los subalternos, los pequeños comerciantes, los curas miserables, los
cuadros. Visión graciosa, si este bello mundo sifilítico no segregase una potencia ideológica tanto más
apta para enmascarar el debilitamiento cuanto que tiende a propagarse como una voluntad de muerte
colectiva.
Por un movimiento inverso, la fracción pasiva del proletariado sufre los efectos; participa - con una
verdadera ideología obrerista - en la descomposición general del viejo mundo, con sus variedades de
contestación y anticontestación, tanto es así que la contestación es la conciencia activa de la
descomposición, y que define por relación a ella todo lo que comienza a debilitarse.
El desaenlace del enfrentamiento por venir depende del poder ofensivo y defensivo del ala revolucionaria
del proletariado. De aquéllos que no solo poseen la conciencia, sino también el poder de intervenir: los
obreros de las fábricas de producción, de los establecimientos de distribución, de los centros agrícolas.
Son ellos los que tienen en sus manos la raíz del mundo invertido, los que pueden destruir la mercancía.
De escuderos recibiendo todos los golpes y sirviendo después de la batalla de pavés a los nuevos jefes,
van a convertirse en el arma absoluta de la autogestión generalizada.
No existe anticultura, ni contracultura, ni tampoco cultura paralela o subterránea. Bajo estas distinciones
de sociólogo se opera, sometida a un desarrollo contradictorio, la reducción progresiva de la cultura como
espectáculo, en un espectáculo que transforma en ideologías de bolsillo las imágenes de lo no vivido, y las
reagrupa en un espacio-tiempo donde la mercancía no sólo es producida, distribuida y consumida, sino
también generalizada como necesidad, azar, libertad, duración, representación; como suma de las
categorías de lo vivido reducidas a la supervivencia.
En el mercado de la cultura, el libro es, ante todo, un valor de cambio. Se vende o se compra como un
acondicionador lo una gaita electrónica. Aquí, la mercancía responde a la presunta demanda de una nueva
clientela; los contestatarios tan resueltamente dispuestos a farolear con su Coeurderoy bajo el brazo como
los porteros del distrito XVI con el último Montherland. Y como el uso de la inteligencia testimonia de
mayor imbecilidad a la izquierda que el usode la bestialidad a la derecha, las leyes del beneficio se aplican
por todas partes con una bella uniformidad.
Por otra parte, la cultura es también un dominio que el estallido del mito, hacia el fin de los regímenes
unitarios, condena a una mortal autonomía. Cuanto más la lectura se separa, como actividad específica,
del conjunto de la práctica social - ella también fragmentada -, más tiende a desparecer en tanto que tal.
Después de haber sido el refugio de la gratuidad y, en la época romántica, el templo prohibido de los
comerciantes, la cultura ha cedido a la lógica del sistema económico-social dominante. Entra en la
economía como artículo de lujo al alcance de todos, mientras que absorbiéndolo, el espectáculo confiere a
los espejismos de la realización subjetiva la etiqueta de intelectualidad. El proceso de la mercancía se
constituye así, por un movimiento de refuerzo y de debilitamiento simultáneos, en un medio organizativo
donde el espectáculo se estructura e identifica su esencia abstracta y su realidad concreta.
Con sus grandes aires de pasado, la cultura aporta al mundo espectacular la ilusión de una dimensión
histórica. Al modelo de organización que ella le ofrece en el derrumbamiento de las grandes ideologías - y
según la tradición del mito, según el espíritu de las religiones -., añade en premio su naturaleza de
fenómeno histórico, funda para la delectación morbosa de los cropófagos estructuralistas una estructura
espacio-temporal, un inagotable excremento de estudio donde se revuelven los gusanos de la sincronía y
de la diacronía.
Y la cultura es también el pensamiento del espectáculo, su inteligencia separada. Cuanto más funciona en
y para ella, más se hincha de conocimientos parciales. Cuanto más se aleja de la vida y cuanto más sufre la
atracción abstracta, más juega con las palabras dichas de todos los días de la misma manera que giran
habitualmente en el vacío. Antaño preocupados por la gloria o la posteridad, los artistas, los pensadores,
los bienmentadores agradables de lo inútil se inscriben hoy como los trabajadores calificados en las
fábricas del lenguaje, donde las palabras con éxito se pagan en fichas de prestigio, en moneda y patrón. Y
cuanto más se enriquece el lenguaje reemplazado por una notable cantidad de importancia nula, mejor
paga el poder.
La cultura se sitúa entre los mecanismos reguladores del poder. La incitación al sobreconsumo de
imágenes y de conocimientos responde a la necesidad de equilibrar la sobreproducción de actitudes
ideológicas, de mentiras sobre la cotidianidad, impuestas por la sociedad dominante (prestigio,
honorabilidad, tabúes... y sus contrarios). Poco importa que los conocimientos leven la fantasía o
participen de las ciencias llamadas exactas, porque la discusión que ellas suscitan no tiene otro fin que el
de apasionar en el vacío.
La cultura actual reúne desordenadamente, en una confunsión en donde los valores se adicionan para
llegar a cero, a Platón, los discursos de Nixon, Monsu Desiderio y el último disco de Sheila, el misterio de
las catedrales y la menopausia de la reina de los belgas, Paesiello y las informaciones del Courrier du
Bukavu, la genética y el imperio azteca, Bourbaki y el estrangulador de Boston, los efectos de la píldora y
la exhibición de los permisos pagados, la doctrina de los gnósticos y el Manuel de fornication familiale.
Los textos de Coeurderoy no escapan totalmente a esta fila india de descubrimientos, informaciones,
imágenes, encadenamientos retóricos, que pone cada vez más a los hombres tanto a enseñar como a ser
enseñados sin que su persona sea comprometida en lo que verdaderamente les concierne. Interpretado en
la perspectiva del poder y por consiguiente bajo su forma descarnada, Coeurderoy corre el riesgo de la
recuperación ni más ni menos que Sade.
Sin embargo, la perspectiva del poder no muestra más que el pueril reverso de las cosas. La cultura como
esfera separada testimonia sobre la separación, pero también atestigua contra ella. Salida de la vida
cotidiana y de su creatividad, la obra cultural no se deja reducir pura y simplemente al espectáculo sin
poner en evidencia, contradictoriamente, el rasgo de la práctica humana que la ha inspirado. Acorralada
en la aniquilación, revela la parte de creatividad no recuperada, libera las fuerzas de la realización
subjetiva momentáneamente fijadas en el glaciar cultural.
Antes de desaparecer, la cultura despliega la tradición de aquello que la niega radicalmente, la línea de
voluntad de vida que la imposible realización histórica ha desviado momentáneamente hacia su
cementerio de catalépticos. Todo sucede entonces como si el espectáculo, asechando poco a poco el lago
de la cultura pasada, dejase emerger las ciudades olvidadas, las construcciones que la refracción de las
aguas dejaba ver diferentemente, signos prestos a retomar vida hoy al primer choque. Luego, la
importancia de la meteria cultural llevada bajo un día nuevo - ya se trate de Don Deschamps, de
Rathegeber, de una tela de Altdorfer o de una estela babilónica - extrae sobre todo la coincidencia no
fortuita entre el resurgimiento de lo vivido momentáneamente petrificado y el movimiento de liberación
de la creatividad individual, que está en el centro del proyecto revolucionario.
De la misma manera que el lenguaje del poder no alcanza a suplantar a la poesía, y que la vida no se
transforma enteramente en supervivencia, el sistema mercantil fracasa al transformar en pura mercancía a
la creación cultural. La derrota marca, con el mismo golpe, el lugar de inversión de perspectiva, el punto
de reataque global - en el proyecto de la autogestión generalizada - de la creatividad salida del pasado.
El surrealismo toma el relevo de la ideología dadaísta. Conserva la ilusión de una cultura al servicio de la
vida, una cultura cebada, hasta la mutación o indigestión, de lo que ella siempre había tolerado muy mal,
Sade, Lautréamont, Fourier, los gritos de la locura y de la inocencia oprimidas. Pero precisamente la
cultura tiene necesidad de vacunas, de latigazos, de borbollones de vida verdadera.
Después de Dadá, la mentira consiste en hablar de cultura sin decir espectáculo, y en silenciar el proyecto
de realización del arte y de la filosofía. El surrealismo ha sido la última coherencia de esta mentira. Ha
merecido bien sus galones en el voyeurismo moderno. ¿Avcaso no ha combatido por la superabundancia
de imágenes, por el libre acceso a ese "todo está permitido" de supermercado en donde, evidentemente,
nada es verdad?
Bajo su bella inconsciencia lírica, el surrealismo - último acto del último arte y de la última filosofía
posibles fuera de lo autoparódico -, ha contribuido sobre todo a resucitar la feria de las apariencias, a
renovar el surtido de representaciones [3].
Gracias a él todas las imágenes tienen libre el camino, desde el termómetro en forma de pene hasta el Jefe
de Estado en forma de boludo; las prohibiciones forman parte del juego de su valorización - hasta un cana
inteligente lo comprende -.
Entre el clan de los indecisos y el clan de los que están seguros de todo, las apuestas son poermanentes.
Pero el partido de la vida ¿qué es lo que tiene que hacer?
Al sistema de muerte que nos domina, se opone el partido tomado de la emancipación total, de la
superación, de la armonía social, de la autogestión generalizada. La cultura no tiene más que desaparecer
en uno u otro sentido: reducirse al espectáculo como fragmento semiautónomo renovado e
inmediatamente absorbido o negarse realizándose en el poder absoluto de lo vivido.
En el intante en que ella redescubre su origen, la creación espiritual alcanza su fin también como actividad
separada. Aquellos que se esfuerzan en unirla a las raices de la vida multidimensional son indistinguibles
de aquellos que se preparan a divertir la historia para realizar lo imaginario. Realizar el arte y la filosofía
pertenecen al proyecto de la autogestión generalizada en la medida en que la actividad artística o
filosófica restaura la participación burocrática en el sistema espectacular-mercantil. La creatividad no
tiene más coartadas.
Antes de que el fetichismo de la mercancía se haya extendido a todos los aspectos de la vida, la
conciencia sensible de los peligros que amenazan al individuo y la inquietud de evitarlos, mediante la
búsqueda teórica y práctica de una verdadera armonía social, se manifiestan en diversos grados de alta
violencia con Sade, Blake, Fourier, Marx, Hölderlin, Coeurderoy, Déjacque, Lautréamont, Stirner,
Bakunin, Ravachol, Bonnot, Libertad, Pouget, Majno, Durruti. ¿Qué circunstancias históricas,
individuales y colectivas, incitan a la expresión profética o al análisis crítico? ¿Cuál es la unidad profunda
entre Hypérion y el ilegalismo? ¿De qué manera Coeurderoy y Lautréamont anuncian la Comuna como
poetas objetivos?
Estas son las cuestiones que no importa qué estudiante bien dotado para incendiar la universidad, edificio
e ideología, resolverá fácilmente luego del buen uso del petróleo y de su crítica. Sólo interesan entre golpe
y golpe contra la mercancía.