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La lectura ¿experiencia individual o colectiva?

- Mario Siddhartha Portugal R. -

Días atrás, este medio publicó un artículo que tomaba el cierre de una librería como punto de
partida para reflexionar sobre el hábito de la lectura en Santa Cruz. Dicha nota establecía una
relación entre la falta de hábito para la lectura y el cierre de la librería, lo cual, sin dejar de ser
cierto, puede crear tendencia a dar una explicaciones unívocas a fenómenos similares. De esta
forma, podríamos caer en tautologías tales como que el cierre de una tienda de calzado es indicio
de que la gente prefiere ahora andar descalza.

El cierre de una librería ciertamente puede significar que la población prefiere invertir su capital en
otras actividades distintas a la lectura, pero concluir a partir de ello que no hay hábito por la
lectura es tendencioso, pues se ignora la posibilidad del acceso a la lectura por diferentes medios
además de la piratería, como ser libros usados, fotocopias, biblioteca o medios electrónicos.

Esto también nos lleva a preguntarnos qué debe ser considerada una lectura. Leer un diario, una
revista, un comic, etc. ¿Deben considerarse también como lectura? Y aún si limitamos la
“verdadera” lectura a los libros, no se necesita ser demasiado avispado para darse cuenta de que
no hay una sola lectura: novelas, cuentos, biografías, libros de autoyuda, investigación en
diferentes disciplinas, etc. ¿Puede entonces darse menor o mayor valor a un tipo de lectura? Y si
resolvemos esta pregunta ¿Podríamos también categorizar a los lectores entre los de “buena” y
“mala” lectura? Vemos entonces que se hace necesaria una “sociología de la lectura” (o
determinar el “campo de la lectura”, parafraseando a Bourdieu) en nuestra ciudad para así evitar
dar explicaciones desde nuestra particularidad como lectores.

Y en el caso de intentar hacer esta sociología, no debe olvidarse que las virtudes que otorgamos a
la lectura son una construcción social que debe ser descrita antes de intentar explicar el hábito de
la lectura en nuestra ciudad.

Lectura, individualismo y capitalismo

Hace varias décadas, el filósofo Walter Benjamin, observaba que la lectura y la escritura eran
fenómenos indisociables del establecimiento del capitalismo industrial y del estilo de vida burgués.
Mucho antes, la lectura y la escritura se caracterizaban por ser acontecimientos colectivos en los
cuales narrador y público eran partícipes: la existencia de uno sin el otro no era posible. Así,
muchas historias llegaron hasta nuestros días, por ejemplo, algunos cuentos rescatados por
Perrault o las mismísimas narraciones bíblicas, son producto de la transmisión oral de generación
en generación. La propia literatura, hace homenaje a la transmisión oral, así por ejemplo el
Decamerón de Boccaccio. Sin embargo, el capitalismo industrial cambió el soporte mediático, de
uno oral hacia uno impreso, creando una nueva subjetividad: el del lector solitario. Así, la lectura y
la escritura como acto introspectivo, individual, se rodearon también de un aura de romanticismo
que Proust sintetizaba cuando comparaba el leer a tener una “conversación con las personas más
interesantes de los siglos pasados”. Así, el libro se constituyó no sólo en un medio de conservación
y transferencia de información, sino también de expresión vital.

Sin embargo, el “homo psychologicus” de la era industrial tendió a replegarse del espacio público
hacia el privado y usó el libro como un medio para evadirse, puesto que “busca asiduamente en la
lectura aquello que ya no encuentra en la sociedad moderna: un sentido explícito y reconocido”.
No es de extrañar entonces, que en la segunda mitad del siglo XX, Marshall Mcluhan celebrase que
los medios hot (donde ubicaba a los libros) de mucha información, poca participación y que habían
“estimulado y promovido un proceso de fragmentación”, cedieran ante el advenimiento de los
medios cool: pobres en información pero ricos en participación (teléfono, televisión y otro medios
electrónicos), que además promovían la “unificación y el envolvimiento”. Aunque desde un
enfoque determinista, Mcluhan quería dar respuesta a una pregunta que muchos de sus
contemporáneos se hacían ¿Por qué cada vez se lee menos? Lo cual como vemos, es un
cuestionamiento que se hacen a menudo todas las sociedades y cuya respuesta no es nada
sencilla.

Santa Cruz y la lectura

A estas alturas, es una perogrullada decir que en los países latinoamericanos, las tentativas de
construir sociedades modernas al estilo europeo no tuvieron los resultados esperados, surgiendo
más bien culturas híbridas. Este parece ser el caso de Santa Cruz, en la cual antropólogo
Waldmann observa una sociedad “feuderna”, donde lo comunicativo es un elemento fundamental
para su comprensión.

Una cultura oral donde el principio comunitario sigue vigente, al menos en el imaginario colectivo,
aunque en constante pugna contra un creciente individualismo. De esta manera, no es de extrañar
que aún haya preferencia por experiencias vitales colectivas, en detrimento de las individuales,
como la lectura.

Es posible entonces, que para fomentar la lectura en Santa Cruz y en nuestro país, además de
hacer asequibles económicamente a los libros, sea necesario hacer de la lectura una experiencia
de comunidad y no sólo individual. Con esto no quiero sugerir que no existan ya iniciativas de esta
índole (hay clubes de lectura y otros eventos con características de comunidad) sino que
posiblemente estos cuenten con limitada difusión y apertura. Prestar atención a estos espacios
entonces, quizás sea más útil que lamentarnos por el cierre de una librería.

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