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Viento de cola o políticas activas

Sudamérica busca su modelo


por Fernando Peirano*
* Economista. Miembro de la Asociación de Economía para el Desarrollo de Argentina (
AEDA). Docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Univer
sidad de Buenos Aires.

COPETE:
A fines de los 90, la exclusión social, la subordinación política y la desarticulación p
roductiva se conjuraron para dar lugar a una ola de revueltas y fuertes turbulen
cias políticas y sociales. Fruto de ese traumático final de siglo, se fortaleció la vo
luntad política de impulsar un cambio. Tras una década de recuperación y replanteos, l
a actual crisis internacional jaquea a la región. Sin embargo, en esta oportunidad
, se cuenta con mejores herramientas y un mayor margen de acción para evitar sufri
r nuevos retrocesos. Más bien, se presentan desafíos que pueden ser superados a part
ir de reafirmar el rumbo.
DESTACADOS:
En los últimos treinta años, el salario real en Estados Unidos se mantuvo estancado.
Sin embargo, la fiebre consumista continuó.
La acumulación de reservas actuó como un seguro frente a los ataques especulativos y
los problemas de liquidez.
Avances más profundos requerirán cambios más drásticos en la estructura productiva y tri
butaria

TEXTO:
Gordon Brown anunció en la cumbre de abril del G20 que el orden económico neoliberal
había dejado de ser la guía para organizar la macroeconomía. Sentenció que “The old Washi
ngton Consensus is over” (El viejo consenso de Washington está acabado). Sudamérica ha
bía llegado a la misma conclusión algunos años atrás, luego de un traumático desenlace al
que condujo el recetario neoliberal. Sin embargo, para los países centrales, la ex
periencia latinoamericana no actuó como advertencia, debiendo sufrir en carne prop
ia sus consecuencias. Se insistía en que el neoliberalismo en Estados Unidos y Eur
opa había logrado solucionar el efecto colateral de la concentración del ingreso: la
tendencia a erosionar el dinamismo de la demanda agregada. Pero la solución resul
tó no sólo inconsistente sino también explosiva. En los últimos treinta años, el salario r
eal en Estados Unidos se mantuvo estancado. Sin embargo, la fiebre consumista no
dejó de incrementarse. ¿Cómo consumir más sin mejores salarios? Gracias a un impresiona
nte proceso de endeudamiento. El discurso económico naturalizó que, para las familia
s estadounidenses, los préstamos se convirtieran en la fuente de crecimiento de su
s ingresos. En el momento previo a la crisis, una familia promedio obtenía un terc
io de su ingreso en base a endeudamiento, ya sea por la vía de hipotecas, prendas
o tarjetas de crédito.
Así, mientras el neoliberalismo censuró el endeudamiento público limitando la capacida
d de los Estados para desarrollar políticas anticíclicas que eviten los excesos en l
os auges y reduzcan el impacto sobre los sectores más vulnerables durante las rece
siones, utilizó el estímulo monetario como palanca del crecimiento y alentó el endeuda
miento privado hasta límites en que la insolvencia dejó de ser un asunto de las part
es (bancos y deudores hipotecarios) para convertirse en un problema que involucr
a a todos los que han sido ajenos a los beneficios y comisiones que originó el neg
ocio financiero. Mientras se alentó la desregulación de mercados, el desmantelamient
o de derechos laborales, la apertura financiera y comercial con el argumento de
combatir la inflación y reducir costos, se convalidó una dinámica de expansión monetaria
y crediticia que condujo al fabuloso incremento en el precio de los activos bur
sátiles e inmobiliarios. Es decir, ya no quedan dudas sobre el sesgo y limitacione
s de la noción de estabilidad y crecimiento del neoliberalismo.
De esta manera, la actual crisis debería ser atribuida más directamente a una ideolo
gía tóxica que al efecto contagio que originaron un conjunto de activos envenenados
por la insolvencia de los deudores subprime (1).
¿Por qué la crisis afectó menos a América del Sur?
Ninguna economía es inmune a esta crisis. El crédito desapareció, los principales merc
ados de consumo entraron en recesión, el comercio internacional se derrumbó, las cue
ntas fiscales empeoraron y las expectativas se tornaron pesimistas. Estos son al
gunos de los hechos que pintan el panorama de la economía mundial y actúan como vect
or de contagio de la crisis. Pero las tendencias globales siempre esconden situa
ciones muy diferentes; por ello es importante evaluar el impacto de la crisis no
sólo desde las perspectivas nacionales o agregadas sino también de cómo se reparten s
us efectos al interior de los países.
En la década pasada, el neoliberalismo latinoamericano condenó a los sectores más vuln
erables a absorber todo el peso de las sucesivas crisis externas. Hoy, la mayor
participación del Estado en la economía y el cambio en la orientación macroeconómica amp
liaron la capacidad de respuesta de los países de la región para enfrentar esta nuev
a crisis financiera internacional. Una respuesta que se expresa tanto en la util
ización de nuevos instrumentos para neutralizar algunos de los efectos negativos c
omo en la posibilidad de afrontar de forma menos inequitativa los costos que no
puedan ser evitados. Esto ha sido el resultado de un proceso que combinó decisione
s políticas y económicas y que muestra que se ha logrado ir más allá de las críticas al Co
nsenso de Washington para comenzar a forjar un nuevo modelo de desarrollo para S
udamérica.
Este proceso implicó cambiar drásticamente la relación con el FMI y la comunidad finan
ciera internacional, que con sus préstamos condicionados limitaban cualquier cambi
o en la forma de organizar la macroeconomía. El contundente rechazo a la iniciativ
a del ALCA también marcó una transformación en las relaciones económicas intrarregionale
s y con el resto del mundo. En paralelo, en la mayoría de los países se amplió la matr
iz política, lo cual permitió que muchos sectores sociales y productivos, hasta el m
omento excluidos o sin reconocimiento institucional pleno, hagan valer sus derec
hos e intervengan en los procesos de decisión.
Otro de los ejes relevantes fue la intervención en los mercados de divisas. Aunque
en muchos países de América Latina el Banco Central planteó en lo discursivo la incon
veniencia de preocuparse por la evolución de la paridad cambiaria, en la práctica pr
imó una conducta dirigida a acumular reservas y sostener un tipo de cambio depreci
ado que favoreciera a las exportaciones y a la sustitución de importaciones. Ante
la comprobada ineficacia del FMI, la acumulación de reservas actuó como un seguro fr
ente a los ataques especulativos y los problemas de liquidez.
Un tercer aspecto clave fue el compromiso con la recuperación del salario mínimo rea
l y la extensión de las políticas sociales en varios países de la región (1). La demanda
interna volvió a ser el eje del proceso de acumulación y marcó un quiebre con la etap
a anterior donde la apuesta por el ahorro externo era dominante lo cual sesgó el p
roceso de inversión hacia un tipo de actividades poco fructíferas para el conjunto d
e la economía.
Sumado a esto, la recuperación del nivel de actividad y la expansión de las exportac
iones permitieron mejorar las cuentas fiscales. Un Estado ahogado por las deudas
o con un gasto público muy rígido carece de capacidad de intervención efectiva. También
se limitó el rol de los grandes grupos empresariales a través de la recuperación de e
mpresas estatales o la creación de nuevos tributos avanzando así en una dirección opue
sta a la de los 90. Sin embargo, estos resultados positivos se utilizaron con pr
udencia. Ante el imperativo de la redistribución del ingreso se respondió mediante l
a negociación salarial dejando las transferencias sólo para atender los casos de los
sectores más vulnerables. De forma complementaria, se le dio más protagonismo al ga
sto social y a la obra pública. Si bien los resultados varían de país en país, la tenden
cia general señala una fuerte reversión del retroceso que significó el Consenso de Was
hington. De todos modos, avances más profundos requerirán cambios más drásticos en la es
tructura productiva y tributaria, evitar que desequilibrios fiscales y monetario
s generen colapsos macroeconómicos y una oferta más generosa de bienes públicos vincul
ados a la salud y la educación.
La combinación de éstas y otras medidas redundó en un mayor protagonismo de la demanda
interna como motor de la economía. Esto marca una fuerte diferencia con los 90, c
uando se apostó a movilizar los recursos económicos en base a la llegada de capitale
s extranjeros, se abrió abruptamente la economía desalentando la inversión productiva
y se convalidó la concentración del ingreso. El achicamiento del Estado también restó a
la inversión la contribución de la obra pública y la expansión de la infraestructura. Es
tos cambios rápidamente se tradujeron en un creciente desempleo y retroceso del sa
lario, que reforzó la pérdida de peso de la demanda interna. Así, el crecimiento de la
economía quedó rehén de la evolución de la demanda externa, concentrada en unos pocos b
ienes y unos pocos destinos y cada vez más asociada a la llegada de capitales. A s
u vez, el grueso de las decisiones económicas y –con ello- la forma de enfrentar las
crisis externas, quedaron subsumidas en la lógica de las grandes corporaciones tr
asnacionales y los gestores del capital financiero. De hecho, estas respuestas n
o están ausentes en el presente escenario. Existen pero están en mayor o menor medid
a neutralizadas por la existencia de otros factores que contribuyen a conformar
una contratendencia lo suficientemente relevante para que el resultado agregado
esté lejos de los fenómenos de implosión económica que la región sufrió en el pasado.
La contratendencia es posible porque el mercado interno ganó peso en la demanda ag
regada. Para ello fue necesario revertir el círculo vicioso de los 90. El primer p
aso fue establecer un salario mínimo de hecho al crear nuevos programas de ayudas
sociales y subsidios. También se incrementó el poder de compra de las mayorías al reco
mponer jubilaciones y pensiones. En la misma dirección, se recuperó la negociación sal
arial colectiva. De esta forma, el crecimiento se expresó en una caída del desempleo
y una mejora del salario real, poniendo en marcha un proceso con efectos de ret
roalimentación pero ahora positivos. Esto motivó que la inversión productiva volviera
a exhibir un vigor que no se observaba desde hace décadas. La demanda agregada tam
bién encontró impulso en un gasto público donde su composición mutó dándole más lugar a la
ersión, el gasto social y el empleo y menos a las erogaciones vinculadas con el en
deudamiento y los costos financieros. Finalmente, la demanda externa siguió tenien
do un rol importante pero también con modificaciones relevantes en su composición. L
as exportaciones, aún muy centradas en la explotación de recursos naturales y mano d
e obra barata, tuvieron un desempeño aún mejor que en los 90, mientras que se redujo
el peso de los capitales externos llegados en calidad de inversiones financiera
s.
Viento de cola y el canto de sirenas
Economías cuya expansión interna depende de la entrada de capitales –o continúan siendo
demasiado dependientes de la exportación de materias primas- han sido de las más afe
ctadas. La ausencia de un mercado interno pujante genera una vulnerabilidad que
ante un estancamiento de la economía mundial se traduce fronteras adentro en una p
rofunda depresión económica, como es el caso de Irlanda y algunos de los tigres asiáti
cos que han profundizado el esquema liberal. A su vez, Islandia, España o los países
del Este europeo ofrecen muestras de los desajustes internos que pueden ocurrir
cuando se hace un uso excesivo del apalancamiento financiero externo.
En resumen, el motor de las economías latinoamericanas no sólo se diversificó en cuant
o a su fuente sino que su marcha tiene una dinámica que se retroalimenta en gran m
edida. A su vez, distintos actores públicos y privados, cuya suerte está principalme
nte ligada a lo que ocurra en el mercado interno, volvieron a formar parte de la
matriz de decisiones político-económicas. En consecuencia, si bien aún persisten estr
ucturas e intereses proclives al ajuste regresivo como respuesta a los shocks ex
ternos, la dinámica económica es menos vulnerable a este tipo de perturbaciones y ex
isten medios e intereses para defender la continuidad al proceso de expansión del
mercado interno. La recomposición del poder de arbitrio del Estado y el mejor repa
rto de los beneficios durante los auges están permitiendo absorber de una forma so
cialmente menos traumática la crisis internacional.
Muchos han intentado desacreditar las virtudes de este nuevo modelo de desarroll
o. Al no poder desconocer los logros, han buscado atribuirlo no ha decisiones so
beranas sino al contexto internacional. Así, han indicado que Sudamérica ha tenido “vi
ento de cola” favorable.
No hay duda que el festival de préstamos y la expansión de liquidez internacional ta
mbién tuvieron su reflejo en los mercados de commodities. Cuando los primeros síntom
as de la inconsistencia de este proceso de auge mundial comenzaron a percibirse,
los mercados de commodities pasaron a ser un refugio para quienes reconocían que
los instrumentos financieros alcanzaron un nivel de sofisticación y enredo que aún p
ara los más expertos resultaba difícil saber qué estaban comprando o vendiendo.
Este auge de las materias primas constituyó una prueba de fuego para las nuevas co
nvicciones post Consenso de Washington. Fue necesario desoír una vez más el consejo
de la comunidad financiera internacional y los organismos internacionales, quien
es aconsejaban responder al auge a través de la flexibilización cambiaria, lo cual h
ubiese implicado una profunda apreciación de las monedas y una sentencia de muerte
para las actividades productivas orientadas a abastecer al mercado interno (la
denominada “enfermedad holandesa”). Tampoco tardaron en surgir las tensiones con los
sectores exportadores de materias primas, quienes presionaron para retomar el s
endero del crecimiento centrado en la demanda externa, negando que la misma resp
ondiera a tendencias dominadas por repentinos y bruscos cambios de dirección.
Por el contrario, se apostó a incrementar el papel del Estado en la explotación de l
os recursos naturales y la gestión de las rentas extraordinarias originadas por un
contexto internacional plagado de distorsiones. En efecto, frente este desafío la
respuesta fue efectiva, aunque ha registrado fisuras y excepciones, y apuntaló el
modelo de desarrollo en ciernes. Entonces, para quienes los resultados son un m
ero reflejo de la expansión mundial, habría que recordarles que desde los tiempos de
Séneca, los vientos nunca resultan favorables para aquellos que no tienen rumbo.
Y América del Sur, después de mucho tiempo, ha vuelto a tenerlo.
Pensar en escala latinoamericana
Este nuevo modelo de desarrollo aún está en construcción y presenta rasgos propios en
cada economía latinoamericana, aunque con una orientación coincidente que permite su
stentar la idea de un cambio de tendencia e identificar la existencia de nuevos
pilares conceptuales.
Desde el escenario actual es posible percibir algunos cambios en la economía mundi
al respecto de los cuales los países de América Latina deben estar atentos. El prime
ro de ellos se vincula con un amplio proceso de reconfiguración del mapa del consu
mo mundial. En lo inmediato, la caída del comercio mundial y la recesión de las econ
omías desarrolladas han puesto un límite a la expansión de las exportaciones no tradic
ionales y prometen reducir el ritmo de crecimiento de las ventas externas de mat
erias primas. Y estas nuevas condiciones parecen haber llegado para quedarse. Lo
s países centrales intentarán recomponer sus niveles de empleo reduciendo su exposic
ión al mercado internacional e imponiendo mayores restricciones para muchos bienes
.
Los cambios en el mapa de consumo mundial también pueden impulsar el flujo de bien
es hacia América Latina. Los países en desarrollo que han logrado constituirse en po
los industriales –como es el caso de Brasil- buscarán compensar esta situación orienta
ndo su producción hacia otros mercados emergentes. Sin una administración competente
del comercio exterior, la estructura productiva que se ha conformado en estos últ
imos años podría verse reducida y con ello afectar tanto el empleo como el salario,
debilitando uno de los ejes del modelo de desarrollo. En el corto plazo, será muy
importante la habilidad para hacer de la orientación del consumo privado y del gas
to público un factor dinamizador del crecimiento. Y en el largo plazo, la mejora e
n la distribución del ingreso es la mejor forma de consolidar el nuevo modelo de d
esarrollo. En otras palabras, el carácter estratégico del mercado interno sale forta
lecido pero el desafío es no quedar atrapados en su estrechez en materia de escala
y presión competitiva. La integración de los mercados latinoamericanos siempre es u
na opción latente, pero para sacar provecho de esta fórmula se deberá concretar una re
visión profunda de los principios con que hasta ahora se ha intentado llevar adela
nte. Sin duda, no puede limitarse a los aspectos meramente arancelarios. Resulta
necesario incorporar la perspectiva productiva a fin de conformar una estructur
a más complementaria y avanzar en la integración de la infraestructura vial y energéti
ca. También debería apostarse en mayor escala a emprender desarrollos científicos y te
cnológicos conjuntos.
El segundo desafío tiene que ver con la dimensión financiera. América Latina no se ha
librado de la histórica restricción externa. Tarde o temprano la escasez de divisas
volverá a ser un inconveniente de primer orden. La puesta en funcionamiento del Ba
nco del Sur puede ser en este sentido un paso transcendente ya que permitiría, en
el corto plazo, minimizar el costo de la estrategia de acumulación de divisas y se
r una fuente de financiamiento para aliviar eventuales problemas de liquidez ext
erna.
También en el plano financiero existe otro desafío vinculado al creciente cuestionam
iento del dólar como moneda internacional. La hegemonía estadounidense devendrá en un
esquema de decisiones más multilateral pero este cambio por sí solo no es una garantía
de mejora relativa para Sudamérica. Tanto en Estados Unidos como en Europa, el po
der político está aún muy impregnado de los intereses de los propietarios de los activ
os financieros a reestructurarse, muchos de ellos fondos de jubilaciones y pensi
ones de las clases medias europeas. Los otros grandes acreedores son los países as
iáticos y los países petroleros, ambos con un poder creciente en el concierto intern
acional pero todavía sin la suficiente fortaleza para evitar correr con la mayor p
arte de los costos.
Posiblemente estemos en los comienzos de una carrera para desprenderse de los ac
tivos con más chances a desvalorizarse. Y dentro de este grupo, el dólar, que hasta
ahora siempre perteneció al conjunto de activos más seguro, ha cambiado de grupo. Po
r el momento, la carrera aún no se ha traducido en acciones sino que se desarrolla
en el plano de los movimientos estratégicos. Grandes operadores financieros y Est
ados nacionales están buscando mejorar sus chances para lograr una buena posición en
la pole position. Al mismo tiempo, se proclama la necesidad de una salida orden
ada, es decir, evitar una carrera sin reglas ni gradualismos. Para Sudamérica, est
e cambio reviste una importancia central. Desde los años 70, las monedas nacionale
s fueron privadas de una de sus funciones. Dejaron de ser instrumentos de ahorro
. Esto ha llevado a que la mayor parte del ahorro público y privado se encuentre a
cumulado en dólares: las reservas que tienen los Bancos Centrales y los ahorros de
las clases medias. Así que los gobiernos de la región deben presionar por participa
r en los espacios donde las reglas de reparto de los platos rotos se diseñan. De o
tra forma, no habrá oportunidad de resguardar el ahorro y evitar que este esfuerzo
social se esfume. Una vez más, la posibilidad de unificar estrategias entre los p
aíses de la región y la conformación de espacios de coordinación son el método más directo
ara ganar peso en el concierto internacional.
La tercera de las cuestiones sobre las cuales se debe estar atento corresponde a
la previsible reconfiguración de las estructuras productivas. En las últimas décadas,
la producción se apoyó de forma creciente en cadenas globales. Se desarrollaron esq
uemas y herramientas de gestión que permitieron una organización de la producción dond
e cada una de las fases de transformación se localizó allí donde resultaba más eficiente
y rentable (deslocalización). Este despliegue de las actividades de las grandes c
orporaciones a través del globo alejó geográficamente los espacios de consumo y produc
ción. Entonces, resulta previsible que busquen desandar parte del camino recorrido
. El mayor protagonismo del discurso proteccionista posiblemente conduzca a que
las grandes corporaciones intenten mejorar su reputación en los países centrales y,
para ello, volverán a abastecer los principales puntos de consumo con bienes hecho
s con la mano de obra local. Esto puede representar que algunas corporaciones de
cidan desprenderse de sus instalaciones productivas o finalicen sus contratos de
abastecimiento con proveedores ubicados en países en desarrollo. En estos casos,
será necesario asegurarse que estas capacidades productivas y las fuentes de traba
jo no se pierdan sino que puedan ser reorientadas hacia nuevos destinos. Esto pu
ede requerir reconvertir los productos o ampliar el proceso productivo para obte
ner ya no bienes intermedios sino bienes finales. Para ello se necesitarán políticas
de aliento y apoyo a la innovación, la capacitación y la inversión. Y, nuevamente, la
perspectiva regional es una opción disponible aunque requiere de acciones deliber
adas.
Por otro lado, también es esperable que luego de despejarse las incertidumbres com
erciales y financieras haya una ola de adquisiciones y fusiones. En el capitalis
mo, las crisis siempre impulsan procesos de concentración empresarial. Muchas firm
as no estarán en condiciones de superar el mal momento y se verán forzadas a salir d
el mercado liquidando sus activos a favor de quienes se encuentran con liquidez.
Y aquí también el compromiso de los países con los actuales lineamientos económicos y l
a integración regional se pondrán a prueba. Sería conveniente evitar que la reconfigur
ación empresarial se convierta en una ventaja para las firmas de los países más grande
s y con mayor disponibilidad de financiamiento.
1 “Evolución de los Salarios en América latina 1995-2006” (OIT) http://www.oitchi
le.cl/pdf/08-52.pdf
El salario mínimo real –aunque no así el salario real a secas- mejora en Argentina, Br
asil, Bolivia o Chile. Es una tendencia general de la región y clave como base par
a un progresivo fortalecimiento del mercado interno. Dejamos de lado acá ciertos p
untos débiles metodológicos del informe y tomamos una tendencia general que describe
.
F.P.
LMD –edición boliviana

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