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Ellos, debido a que operan al margen de las diferentes leyes laborales peruanas,
pertenecen al sector “informal”. Cuando nuestra realidad era ajena al COVID – 19,
no era novedad el alto índice de informalidad y el impacto negativo que esta genera
a la economía del país. Según el INEI, en el 2019 alrededor de un 66.4% de la
población ocupada era informal; es decir, casi 7 de cada 10 personas con empleo
son informales en el Perú.
Las empresas informales son una competencia desleal para las empresas formales
porque ocasionan un sobrecosto al acceder a servicios públicos sin haber
contribuido a su mantenimiento. Además, esto afecta negativamente al Estado
porque deja de percibir impuestos y esto alimenta un patrón de corrupción.
A lo largo de los años se aplicaron incentivos para que esta brecha se acorte en el
tiempo, como por ejemplo la reducción de las cargas tributarias y el acceso a ciertos
créditos financieros.
Entonces nos preguntamos: ¿Cuál es el perfil promedio de una persona que trabaja
en la informalidad? Según el INEI, tiene cara femenina, es joven, registra ingresos
promedio por debajo de S/ 930 y se dedica a actividades relacionadas a los sectores
transporte, comercio y construcción.
¿Cómo es posible que una familia que vive de los ingresos diarios pueda seguir
haciéndolo más de tres meses sin trabajar? Si bien el subsidio económico del
Gobierno ha sido un apoyo para muchos, es evidente que no ha sido suficiente para
que las personas prefieran quedarse en casa y no salir a trabajar.
Se espera que los incentivos para este sector generen su formalización además de
beneficios económicos y, sobre todo, mejore el contexto sanitario en el país. Es un
duro camino y, con medidas empáticas, podremos mejorar la situación.
El drama de los ambulantes en la pandemia del COVID-19