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Ponencia:
Liliana Irizar
Universidad Sergio Arboleda
1
Cf. LLANO, A., Humanismo cívico; Barcelona, Ariel, 1999, p. 29.
3
2
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Centesimus Annus; Madrid, Ediciones Paulinas, 1991, n° 49.
4
Sin embargo, hemos de reconocer con el profesor Llano, que de ningún modo
sería justo atribuir toda la responsabilidad de lo que nos pasa al tecnosistema;
porque lo cierto es que Estado, mercado y medios de comunicación han avanzado
sobre nuestras vidas en la misma proporción en que se los hemos permitido3. Es
decir, esos tres ejes han arrasado con lo poco de humano que quedaba en
nuestras sociedades. Ciertamente, las legislaciones individualistas y pragmáticas
propias de una filosofía política de corte hobbesiano, encontraron también un
terreno apropiado para la devastación: seres humanos espiritualmente frágiles,
moralmente inermes; sujetos que, poco a poco, se fueron acomodando a ese
ejercicio equívoco de la libertad, conocido como libertad negativa: libertad
individualista y privatizada. Seguramente ambos factores se han ido
retroalimentando. Por un lado, encontramos una filosofía política materialista y
racionalista que prescindió de la categoría esencial de la vida social y política: la
persona humana y su dignidad esencial. Y, asimismo, una ciudadanía educada
bajo los parámetros y principios de una mentalidad y un proyecto (el moderno) que
subyace a esa misma filosofía política. Esto es, una ciudadanía sin sólidas bases
éticas y religiosas. Aquí simplemente me limito a mencionar las posibles raíces
filosóficas y culturales de una situación que nos conmueve e interpela
severamente hoy. Pero, sin duda, es un tema complejo que merece mayor
indagación y reflexión.
En todo caso, lo que está claro es que el hombre es un ser social, y también un
innato buscador de sentido; por eso, el aislamiento y el automatismo suponen para
él una enorme frustración. Y es esta sensación de una generalizada y profunda
insatisfacción lo que se percibe en nuestros ambientes familiares, de trabajo, de
estudio... Pero, precisamente, veo en esta situación de crisis una gran oportunidad
para revisar nuestras actitudes interiores; para hacer un inventario de nuestros
vacíos morales y religiosos. Entiendo que eso es, ante todo, lo que nos sugiere la
propuesta de Alejandro Llano, el humanismo cívico. Se trata de una invitación a
apostar lisa y llanamente por la sensatez, es decir, por la humilde cordura de
quienes se atreven a pensar por sí mismos, replanteándose desde la autenticidad
3
Cf. Ibid., p. 19.
5
de su ser personal quiénes son y hacia dónde quieren ir. En el siguiente apartado
analizaré un poco más en detalle la interesante y actualísima propuesta del
filósofo español. Ahora bien, aunque Llano es “el padre” de la versión que voy a
presentar -que en dicho autor recibe características y matices propios-, el
humanismo cívico, como él mismo afirma, se inserta en una tradición de
pensamiento que conocemos como humanismo clásico del que su máximo
representante es Aristóteles, también en su vertiente ético-política denominada,
precisamente, humanismo cívico, y del que encontramos magníficos exponentes
tanto en el humanismo del quatrocento y del cinquecento florentino como en la
filosofía contemporánea; tal es el caso de Hanna Arendt, en el pasado siglo, y el
de A. MacIntyre en la actualidad; por mencionar sólo algunos autores.
4
LLANO, A., El diablo es conservador; Pamplona, EUNSA, 2001, p. 94.
6
No podemos perder de vista, sin embargo, que habiendo vivido tantos años en el
convencimiento de que “todo eso (lo social, político) es asunto del Estado”, es
decir, habiendo vivido durante tanto tiempo como súbditos, mas no como
ciudadanos7, la tarea de recuperación del protagonismo ciudadano se presenta
como algo ingente. Tarea difícil, sin duda, pero abarcable y posible, porque
decíamos al comienzo que el centro de esta propuesta es la persona y la
revalorización de todas sus potencialidades y riquezas, esto es, de su dignidad;
pues bien, hacia ella es que hemos de mirar y por ella tenemos que apostar si
queremos situarnos en la perspectiva propia del humanismo cívico. En este orden
de ideas, y situando en el centro de nuestra propuesta a la persona humana, el
humanismo, o ese modo humano de hacer política, se asienta sobre unos pilares
que pasaré a analizar a continuación.
5
LLANO, A., Humanismo cívico..., p.7.
6
Cf LLANO, A., La vida lograda; Barcelona, Ariel, 2003.
7
Cf. TOCQUEVILLE, A., La democracia en América; Tr. L. Cuellar, México, Fondo de cultura
económica, 19572, segunda reimpresión, 2000, p. 102.
7
modifiquen sus leyes y sus costumbres o que perezcan, porque la fuente de las
virtudes públicas está en ellas como agotada, encontrándose todavía súbditos,
pero sin que se vean ya ciudadanos”.8 Muy bien, de lo que se trata es de vivificar
la urdimbre humana, es decir, ese entramado de ideales, proyectos, decisiones e
iniciativas sociales que debe sostener a toda comunidad humana auténtica. El
humanismo cívico se autodefine justamente como “la concepción que concede
relevancia pública a las virtudes ciudadanas”9, porque entiende que no es posible
una convivencia humana sin contar con seres humanos, aunque esto parezca una
obviedad. En efecto, cualquier intento actual, incluso sincero, por alcanzar la paz,
el diálogo, la justicia, la solidaridad o terminar con la corrupción..., está llamado a
un irremediable fracaso -como lo constatamos casi a diario- por la sencilla razón
de que esas metas tan sublimes sólo se construyen a partir de valores
efectivamente encarnados en los hombres y mujeres que habitan este mundo.
Los pasajes citados nos permiten inferir algunos de los elementos fundamentales
de los que depende la eficaz fecundidad que caracteriza a la praxis política del
humanismo cívico, y que analizaré a continuación.
8
Idem
9
LLANO, A., Humanismo cívico..., p.22.
10
ARISTÓTELES, Política; Tr. J.Palli Bonet, Barcelona, Bruguera, 19812 , II, IX.
11
ARISTÓTELES, Ética Nicomáquea; Tr. J. Palli Bonet, Madrid, Gredos, 1993, IX, 6, 1167b1-10.
8
Ahora bien, la clave para hacer posible y operante un humanismo cívico se cifra
en recuperar el valor crucial que representa para la polis la vida buena de los
ciudadanos, lo que equivale a postular:
derivarán graves consecuencias para la vida social y política que acusan una
clara raíz hobbesiana:
12
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles; Tr. A.M. Mallea,
Pamplona, EUNSA, 2000, X, n° 72.
10
Otra actitud indigna de la persona y, sin embargo, cada día más generalizada y
aceptada es la corrupción. Pero si compartimos con Aristóteles que “... la virtud del
hombre y la de los ciudadanos de la mejor ciudad son por necesidad idénticas”15,
admitiremos sin dificultad que es en esta despersonalización y, consiguiente,
relativización de la ética donde debemos buscar la raíz profunda de lo que
13
LLANO, A., Actualidad del humanismo clásico; Cuadernos de Pensamiento, (2002)15, pp.127-
142.
14
Idem.
15
ARISTÓTELES, Política, III, 18.
11
Finalmente, diremos que también la vida buena, orientada por definición al bien
común, representa la única respuesta humana y válida ante el drama de la
injusticia y de la insolidaridad globales. Es imposible, en efecto, que una
ciudadanía responsablemente centrada en conquistar para sí una vida plenamente
humana no sea capaz de trascender el pobre ámbito de los intereses personales
“Porque cuanto más dueño soy de mi propia subjetividad y de las acciones que de
ellas manan, más dilatada es la extensión de mis intereses que enseguida se
encuentran y se entreveran con intereses que inicialmente eran ajenos y acaban
por ser también propios”17.
16
ARISTÓTELES, E.N., I, 11, 1100b30-1101ª5.
17
LLANO, A., Humanismo cívico, pp. 96-97.
12
¿Qué duda cabe de que las enormes injusticias sociales que constituyen la
vergüenza del “cultísimo” y avanzado Occidente, son consecuencia directa de la
idolatría del poder y del individualismo consumista? Actitudes que, como todos
sabemos, arrojan como resultado dramático la creciente “globalización de la
miseria”. La solución, una vez más, no puede proceder, sino de una mutación
profunda de nuestro modo de pensar y de actuar. Estoy convencida de que el
hábito de pensar reflexivamente –al que me referiré más adelante- puede obrar
maravillas en lo que se refiere a la eliminación de ciertas categorías mentales –
éxito, brillo, poder, placer...- bajo las cuales estamos acostumbrados, hoy por hoy,
a evaluar nuestras opciones personales. Se trata de un proceso hondamente
transformador –el de la liberación de sí mismo o educación del corazón- que se
aprende comunitariamente y que, al tiempo, vierte sus efectos directamente sobre
la misma comunidad bajo la forma de lo que MacIntyre denomina “virtudes del
18
PIEPER, J., Antología; ¿Qué significa el bien común?, Tr. J. López de Castro, Barcelona,
Herder, 1984, p.75.
13
19
MACINTYRE, A., Animales racionales y dependientes. Por qué los seres humanos necesitamos las
virtudes; B. Martínez de Murguía, Barcelona, Piados, 2001, p.142.
20
LLANO, A., Humanismo cívico..., p. 96.
21
Ibid. p. 118.
14
sentido significa “estar libre de interferencias más allá de una frontera variable,
pero siempre reconocible.”22
Por otro lado, conviene tener presente que una libertad sin anclaje metafísico o
“desnaturalizada” equivale a una libertad sin verdad; verdad sobre el hombre,
sobre su origen y su destino en tanto que ser creado por amor y para el amor, es
decir, alguien que ha sido traído a la existencia para que, desde su libertad, aspire
a construir la plenitud existencial tanto personal como comunitaria. En dirección
opuesta se mueve, en cambio, la concepción moderna de libertad. Como señalaba
hace algunos años el entonces cardenal J. Ratzinger “La exigencia radical de
libertad que cada vez con más claridad comprobamos ser producto del curso
histórico de la Ilustración, sobre todo de la línea iniciada por Rousseau, y que en la
actualidad configura en gran medida la mentalidad general, prefiere no tener un de
dónde ni un adónde, no ser a partir de ni para, sino encontrarse plenamente en
libertad.”25 Ya es posible entrever, pues, el vínculo casi necesario que existe entre
una libertad sin metafísica y esa versión falseada y empobrecida de libertad o
libertad negativa, tal como se la ha concebido moderna y contemporáneamente.
22
BERLIN, I., Dos conceptos de libertad; Tr. A. Rivero, Madrid, Alianza, 2001, p.54.
23
LLANO, A., Humanismo cívico..., 1999.
24
Cf SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I-II, q. 83.
15
25
Card. RATZINGER, J., Verdad y libertad; Humanitas, (1999)14.
26
TOCQUEVILLE, A., Ob.cit., p. 633.
27
Ibid. p.634.
28
LLANO, A., El futuro de la libertad; Pamplona, EUNSA, 1985. pp. 79 y ss.; Humanismo cívico,p.
88 y ss.
29
LLANO, A., El futuro de la libertad... p. 81.
16
Podemos decir que los hábitos antropológicos dilatan las fuerzas del alma porque
amplían en “anchura y profundidad” nuestra percepción de lo real: "El hombre
bueno, en efecto, juzga bien todas las cosas, y en todas ellas se le muestra la
verdad (...) y, sin duda, en lo que más se distingue el hombre bueno es en ver la
verdad en todas las cosas, siendo como el canon y la medida de ellas"31 El sujeto
virtuoso conquista para sí una sabiduría práctica o prudencia que lo habilita para
dar lúcida y eficazmente con aquello que ansía nuestro ser más profundo: todo lo
verdadero, bueno y bello por lo que, en definitiva, vale la pena decidirse y vivir.
30
ABBÀ, G., Felicidad, vida buena y virtud ; Trad. Juan José García Norro, Barcelona,
EIUNSA, l992, p. 172.
31
ARISTÓTELES, E.N, III, 4, 1113a25-1113b1.
32
LLANO, A., El futuro de la libertad... pp. 79 y ss.; Humanismo cívico...pp. 80 y ss.
17
Para la antropología realista del humanismo cívico, entonces, el ser humano sale
al encuentro de su libertad cada vez que es capaz de trascenderse en sus
opciones y ejercer dicha libertad en la coexistencia o comunión ordenada con
otras libertades.35 Porque “yo no soy plenamente libre sólo por estar desligado de
toda pasiva dominación proveniente del poder de las cosas, de las personas, y de
33
LLANO, A., La vida lograda; Barcelona, Ariel, 2003, p. 111.
34
Comentando la Constitución pastoral Gaudium et spes,24, Juan Pablo II escribe: “El ser persona
significa tender a su realización (...) cosa que no puede llevar a cabo si no es ‘en la entrega sincera
de sí mismo a los demás’. El modelo de esta interpretación de la persona es Dios mismo como
Trinidad, como comunión de Personas. Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza
de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir “para” los demás, a convertirse
en un don.” Carta Apostólica La dignidad de la mujer; Bogotá, Ediciones Paulinas, 19965 , n° 7.
18
Conclusión
“Preámbulos de la esperanza”
35
Cf Card. Ratzinger, J., Ob. cit.
36
LLANO, A., El futuro de la libertad..., p. 84.
19
37
LLANO, A., Repensar la universidad. La universidad ante lo nuevo; Madrid, EIUNSA, 2003, p.
120.
38
LLANO, A., La vida lograda..., p. 27.
20
39
PIEPER, J., Antología. Contemplación terrenal... p.159.
40
LACHANCE, L., Humanismo político; Tr. J. Cervantes y J. Cruz Cruz, Pamplona, EUNSA, 2001,
p. 186; autor cuyas reflexiones sigo muy de cerca en este párrafo.
21
41
SANTO TOMÁS, In Eth., VI, VII, nº 1197: “(...) se denomina parte arquitectónica la que determina
lo que debe ser realizado por los demás.”
42
ARISTÓTELES, E.N., VI, 7, 1141a20-25; S.C.G., I, 1.
43
In Metaphysica., Proemio.
44
LACHANCE, L., Ob. cit., p. 184.
45
LLANO, A., El diablo es conservador; Pamplona, EUNSA, 2001, pp. 94-95.
22
46
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica; Texto latino de la edición crítica Leonina, Trad. y
anotaciones por una comisión de los PP. Dominicos presidida por F. Barbado Viejo O.P., l6 vol.,
Madrid, 1950-1964, I-II, q.66, a.5, ad.1.
47
S.Th., I-II, q.3, a.4, ad.5: "Pero, para la beatitud se requiere no querer nada mal, como una
debida disposición hacia ella. Ahora bien, la voluntad buena se encuentra entre el número de los
bienes que hacen feliz, en cuanto es cierta inclinación hacia ella..."
48
Cf LLANO, A., Humanismo cívico..., p. 172.
49
Cf LLANO, A., El diablo es conservador..., p. 94.
23
decir, seres humanos que encarnan -gracias a una vida espiritualmente rica y
éticamente intensa- los valores y las verdades que transmiten.
Los recursos espirituales que el maestro hace inteligibles y humanamente
hacederos, son las virtudes –intelectuales y morales-, modos de ser estables que
orientan y potencian la inteligencia y la afectividad hasta niveles de lo óptimo y
excelente, a las que ya he hecho referencia.
Entiendo que el equilibrio emocional y la unidad y firmeza de criterios representan
medios decisivos en la conformación de personalidades definidas y sólidas; es
decir, las únicas personalidades capaces de frenar el avasallamiento mediático y
burocrático. Porque un sujeto formado está en condiciones de descifrar, en medio
de las más diversas y complejas circunstancias históricas, el sentido de la vida
tanto personal como comunitaria; la existencia se vuelve así inteligible, y lo que se
proyecta y se construye humanamente deviene, por lo mismo, comprensible y
abarcable; obviamente, no desaparecen por eso la complejidad ni los problemas
de que está penetrada toda la existencia de los hombres y de las mujeres, pero se
trata ahora de problemas “humanos” (y no un presumible complot de poderes
anónimos), es decir, asuntos “nuestros”, que dialógicamente desciframos y les
damos –nosotros mismos- una dirección. Problemas o dificultades que, en lugar
de dejarnos a la “intemperie” y desarmados frente a la tiranía de presumibles
potencias ciegas que nos arrastran fatalmente; por el contrario, y gracias a la
inagotable capacidad humana de crear e innovar, potenciada por hábitos buenos,
se convierten en oportunidades de acción y de maduración propia y social.
Sobre estas presupuestos, realistamente sustentados por lo humano y firmemente
anclados en la esperanza, que se alimenta también y sobre todo, de lo divino, es
que podemos repetir con Alejandro Llano: “La historia no nos arrastra, la hacemos
nosotros, los verdaderos protagonistas del cambio social”.50
50
Ibid., p.74.
24
BIBLIOGRAFÍA
ABBÀ, G., Felicidad, vida buena y virtud ; Trad. Juan José García Norro,
Barcelona, EIUNSA, l992.
ABREVIATURAS