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Grupo de investigación LUMEN
INFORME DE INVESTIGACIÓN
DE LA LLAGA AL AMOR
Dra. Liliana Irizar
Presentado por:
José Luis Martínez Taboada
Bogotá D. C., agosto 19 de 2010
INTRODUCCION
Amor… puede ser una expresión vana para algunos, pero finalmente influye en la realidad y
acarrea innegables consecuencias, aún si son subvaloradas; hay románticos que mueren por
amor donando sus vidas por quienes aman, para que vivan y tal vez, también puedan amar.
Amor… expresión de un impulso intenso que empuja a la conservación, sin conocimiento,
instintiva y natural, por el que los seres irracionales o inanimados tienden al bien según las
inclinaciones en la realidad que Sto. Tomás distingue en tres niveles señalados por Dewan;
me refiero aquí al primero, llamado apetito natural: “…hay que tener presente que, como
todas las cosas proceden de la voluntad divina, a su modo todas tienden al bien en virtud de
su apetito, si bien de distintas maneras. Las hay que únicamente tienden al bien por una
relación natural, pero sin conocimiento, como es el caso de las plantas y los seres
inanimados. Esta tendencia al bien se llama apetito natural. Otras tienden al bien por algún
conocimiento, pero no por conocer la razón misma de bien,…” (Dewan O.P, 2009, p. 116) en
el caso del yo que conoce aquello que quiere, muchas veces no sabe por qué lo quiere, pero
cuando lo sabe lo elige mejor. Por ejemplo, al elegir una madre la lonchera de su hijo para
enviarlo al colegio, aparecen opciones de alimentación no balanceada, compuestas de
frituras en paquete, gaseosas, confites, en fin, galguerías inapropiadas para otorgarle al
pequeño la energía y nutrientes necesarios para su adecuado desarrollo. Al contrario, una
alimentación balanceada, con el apoyo del punto de vista de los expertos en nutrición, que
hoy en día es muy accesible, se puede componer de fruta, jugos naturales, o todo aquello
que sí será apropiado para la adecuada complementación de vitaminas, proteínas, azúcares,
etc., necesarias para una correcta nutrición de un niño. Esto servirá también para que aquel
niño bien alimentado, al experimentar un desarrollo físico pleno y sano, aprenda lo que es
una buena alimentación y se haga autónomo para su propia nutrición y la transmita a sus
futuros hijos.
Así como el amor de una madre es natural, es natural elegir lo mejor frente a lo peor y es
natural que sea mejor lo original frente a sus imitaciones, como lo es la naturaleza frente al
arte.
La realidad nos invita a imitar lo más fielmente posible, su propósito cósmico a través de la
armonía universal, el complejo orden natural inmensamente superior a la comprensión de la
mente humana demuestra la necesidad de un impulso racional supremo al que todo tiende
y del que todo procede como señaló San Agustín buscando vestigios de esa inteligencia
universal en los seres naturales: “Pregunté a la tierra, y me dijo: No, no soy yo. Y todas las
demás cosas de la tierra me dijeron lo mismo. Pregunté al mar y a sus abismos y a sus
veloces reptiles, y me dijeron: No, no somos tu Dios; búscale más arriba. Pregunté a la brisa y
al aire que respiramos, y a los moradores del espacio, y el aire me dijo: Anaxímenes se
equivocó: yo no soy tu Dios. Pregunté en el cielo al sol, a la luna y a las estrellas, y me
respondieron: No, tampoco somos nosotros el Dios que buscas. Dije entonces a todas estas
cosas que están fuera de mí: Aunque vosotras no seáis Dios, decidme al menos algo de Él,
decidme algo de mi Dios. Y todas dijeron a grandes voces: ¡Él nos hizo! (Ayllón, 1998, p. 60 ‐
61) Nuestro universo, concebido por la voluntad divina necesariamente tiende al equilibrio:
“En este sentido, algunos nos hablan de Dios como “naturaleza y raíz de todas las
naturalezas” (natura naturans). Esa virtud busca el bien y conservación de todo el
universo,...” el propósito cósmico, reflejado ejemplarmente en la naturaleza que tiende a su
bien, nos enseña a inclinarnos naturalmente a nuestro bien.
DE LA LLAGA AL AMOR
La realidad evidencia un propósito por diversas vías, aún en los seres inanimados cuya
esencia de ser para otros como la piedra o el barro que forman un cauce guiando el río, o la
misma agua tan vital para los animales como para las plantas que la absorben, crecen y así
logran ser ellas mismas alimento que sustenta a las magnificas criaturas herbívoras (y
omnívoras) sin necesidad de proponérselo, simplemente siendo allí,1 ¿o tal vez pudiera
decirse que es la “voluntad” vegetal?, o más bien su deber ser y única opción. A su vez, otras
criaturas sublimes y muchas veces idolatradas por el ser humano, como los grandes felinos
exaltados por sus atributos salvajemente asombrosos, pues su esencia somete ferozmente a
otras bestias mientras protegen su manada que les proporciona recíprocamente su
bienestar, su satisfacción, están también destinadas a su ferocidad. Mas la persona humana,
sí se propone voluntariamente lo que desea y a pesar de ser capaz de ver el propósito de la
naturaleza como en el instinto de conservación, o la preservación de la especie, se atreve a
romper la armonía natural.
Pues entonces el propósito involuntario natural impreso en las criaturas irracionales
procede de la voluntad absoluta universal que mantiene la armonía entre la diversidad
ilimitada de involuntarios. Luego, la racionalidad mundana es capaz de elegir por principio
de operaciones,2 diversos propósitos incluso contrarios a la naturaleza, a la vida y al
equilibrio; “…hay que tener presente que, como todas las cosas proceden de la voluntad
divina, a su modo todas tienden al bien en virtud de su apetito, si bien de distintas
maneras.” (Dewan O.P, 2009, p. 116) Pensando al bien como aquello que se desea, criaturas
como las plantas desearán la luz del sol… “Esta tendencia al bien se llama apetito natural.
Otras tienden al bien por algún conocimiento, pero no por conocer la razón misma del bien,
sino porque conocen algún bien particular, como es el caso del sentido, que conoce lo que
es dulce, blanco, y similares. La tendencia que sigue a este conocimiento se llama apetito
1
El “ser ahí” heideggeriano que hace referencia condicional al estar en el mundo del ser, desde su mundanidad
entitativa precisamente es equiparable al ente clásico aristotélico y será utilizado indiscriminadamente con la
connotación recién señalada. Méndez, Rafael. Clásicos del Pensamiento Universal resumidos. Círculo de
Lectores, Bogotá, 2000, p. 327.
2
Cfr: Dewan, Lawrence. O.P., Fundamentos metafísicos de la ética. Universidad Sergio Arboleda, Bogotá, 2009,
p. 103 – 108.
sensitivo. Otras tienden al bien por un conocimiento que llega a conocer la razón misma de
bien. Éstas tienden al bien de un modo más perfecto, y no simplemente dirigidas al bien por
otro, como es el caso de los que carecen de entendimiento; ni solamente a un bien
particular, como las que no tienen más conocimiento que el sensitivo; sino que tienden al
mismo bien universal (in ipsum universale bonum). Esta tendencia se llama voluntad.”
(Dewan O.P., 2009, p. 116). Todo procede pues de la voluntad divina y todo tiende al bien,
ya sea por inclinación natural sin conocimiento, ya por el conocimiento de bienes
particulares, o ya por experimentar la atracción de la bondad como tal gracias a la razón y a
la voluntad ejercida por el libre albedrio.
Sea el que sea el nivel de inclinación de la realidad, siempre fluye ésta de la naturaleza, aún
la elección racional, pues la naturaleza antecede al entendimiento: “La naturaleza es
anterior al entendimiento, porque la naturaleza de un ser es su esencia (natura cuiscumque
rei est essentia eius). Por eso, lo que pertenece a la naturaleza es necesario que se
mantenga también en el ser dotado de entendimiento. Es común a toda naturaleza tener
alguna tendencia, que es el apetito natural o el amor.” (Dewan O.P., 2009, p. 117). El caso
de la humanidad y su voluntad natural, tiende a querer lo que quiere por su fin, derivándose
de allí el amor electivo: “Tratándose de la voluntad, el fin es, respecto a ella lo que los
principios son con respecto al entendimiento,…Por eso, la voluntad, tiende naturalmente al
fin último; pues por naturaleza todo hombre quiere la felicidad…” (Dewan O.P., 2009, p.
118) siendo el fin último principio de toda elección. “De manera semejante, la necesidad
natural no es contraria a la voluntad. Al contrario, es necesario que, así como el
entendimiento asiente por necesidad a los primeros principios, así también la voluntad se
adhiera al fin último, que es la bienaventuranza…” (Dewan O.P., 2009, p. 111). La tendencia
última será pues aquella que es, la unidad de las diversas tendencias particulares, las de los
apetitos natural y sensitivo,3 pues tiende al bien universal… “Esta tendencia se llama
voluntad.”. Puesto que el objeto en sí de toda tendencia es valioso y querido por el fin que
se alcanza, el objetivo final, la satisfacción o el placer, la felicidad o el bien, aquel objeto es
3
Cfr: Dewan, Lawrence. O.P. Fundamentos metafísicos de la ética. Universidad Sergio Arboleda, Bogotá, 2009
p. 116
un medio, que en el caso del ser humano, puede ser amado, así también el fin,
naturalmente, y todo amor derivado del natural es electivo.4
Ahora bien, ¿Qué es amar?, el ejercicio recae sobre un objeto y un sujeto a la vez, se ama al
bien en sí y para quien se quiere éste: “…el amor tiene siempre una doble dimensión: una, el
bien que quiere para alguien; otra, aquel para quien quiere el bien. Pues en esto consiste
propiamente amar a alguien: querer para él el bien…” (Dewan O.P., 2009, p. 119). Si se
quiere el bien para alguien es por amor subsistente (o amistad), pero si se quiere poseer
egoístamente al sujeto es por amor accidental (o concupiscencia). Así como las bestias, el
humano quiere el bien para sí, naturalmente, buscando satisfacer sus apetitos innatos,
(aunque claro, con la diferencia de la elección cognitiva) ya que la mismidad es objeto del
amor, por lo cual amamos a la familia por naturaleza o al prójimo que también es unidad
con los demás en la sociedad por virtud política5. Según las potencias del alma, explicará
Sto. Tomás, desearemos diversos bienes: “Por tanto, el hombre naturalmente quiere no
sólo el objeto de la voluntad, sino también lo que conviene a las otras potencias: como el
conocimiento de lo verdadero, que corresponde al entendimiento; o el ser, el vivir y otras
cosas semejantes, que se refieren a la consistencia natural. Todas estas cosas están
comprendidas en el objeto de la voluntad como bienes particulares.” (Dewan O.P., 2009, p.
121).
De lo anterior se infiere la dependencia del individuo respecto de las diferentes
asociaciones, o de la parte respecto del todo: “Ejemplo: La mano, sin deliberación, se
expone a herirse para conservar todo el cuerpo. Y como quiera que la razón imita la
naturaleza, encontramos también esta tendencia en las virtudes sociales. Así, lo propio del
ciudadano virtuoso es exponerse al peligro de la muerte para la conservación de todo el
Estado.” (Dewan O.P., 2009, p. 123) Con esto se evidencia que el amor por uno mismo no es
superior al amor por el bien supremo, ni el amor por los seres, superior al amor por el Ser al
que aquellos pertenecen y en el cual se unen. “Así, todas las criaturas permanecen en el ser
más por su relación con esta bondad que por sí mismas.” (Dewan O.P., 2009, p. 123). El ser
no cambia al no ser, sin embargo no debe temer al cambio pues es parte de la existencia,
4
Cfr: Dewan, Lawrence. O.P. Fundamentos metafísicos de la ética. Universidad Sergio Arboleda, Bogotá, 2009
p. 119
5
Ver: Dewan, Lawrence. Fundamentos metafísicos de la ética. p. 121.
parte del ser potencia y actualizarse ordenado al bien… “Pero Dios no es solamente el bien
de una especie, sino el mismo bien universal y absoluto. Por lo tanto, todo lo que existe,
cada cosa a su manera, ama naturalmente más a Dios que a sí misma”. (Dewan O.P., 2009,
p. 124).
Lo natural es el dominio de la inclinación por el propósito puesto allí en los seres, sin
embargo una inclinación electiva de una voluntad imitada, (la particular de la absoluta vale
decir) evidentemente yerra el propósito, o se desvía en la búsqueda del fin último con la
elección libre de sus actos, en muchos casos. Al arrasar con especies en su totalidad
llevándolas a la extinción como el Moa, el Dodo o el Lobo de Tasmania, por ejemplo, o de
pueblos enteros como los Cuncos, o los Onas, perpetrando genocidios incesantes, el
humano se opone al fin último oponiéndose a la conservación y a la armonía, pretendiendo
imponer intereses particulares que generalmente involucran dominar territorios y recursos
que puedan ser explotados.
Regularmente es sencillo detectar esta inclinación desviada del propósito cósmico que
antepone la parte al todo en numerosos ejemplos; individualismo, persecuciones
xenofóbicas, desigualdad social, etc., en una contemporaneidad donde la indiferencia reina
junto al egoísmo y la intolerancia. Las principales violaciones de libertad son protagonizadas
por gobiernos interesados en mantenerse en el poder provocando todo tipo de acciones
para controlar y dominar a cualquier costo… “todos estos príncipes nuestros tienen un
propósito, y puesto que nos es imposible conocer sus secretos, nos vemos obligados en parte
a inferirlo de las palabras y los actos que cumplen, y en parte a imaginarlo” (Maquiavelo,
1983, p. 94). Maquiavelo vive en los manuales básicos de la política actual, lo vemos
claramente en una constante anacrónica, en su objeto que sigue siendo el “poder”, ya se
sabrá para que se quería, lo que importa es alcanzarlo y mantenerlo por cualquier medio:
“Es pues, necesario que un príncipe que desea mantenerse, aprenda a poder no ser bueno,
y a servirse o no servirse de esta facultad según que las circunstancias lo exijan”.
(Maquiavelo, 1983, p. 59)
Pero incluso desde el principio de la historia se hizo fácil inclinarse al mal entre los
mortales; “…el hombre en estado de integridad ordenaba el amor de sí mismo a Dios como
a su fin, y como a su fin, y hacía otro tanto con el amor que tenía a las demás cosas. Y así
amaba a Dios más que a sí mismo y por encima de todo.” (Dewan O.P., 2009, p. 124) La
humanidad nació marcada con el pecado original, por lo cual se hace arduo realizar el fin
último autónomamente. Según afirma Dewan: “Como nosotros caemos en el pecado por
alejarnos gradualmente de lo que es connatural a la naturaleza racional,…” (Dewan O.P.,
2009, p. 125) siendo conscientes de que las acciones injustas acarrean consecuencias
inconvenientes y las acciones justas acarrean consecuencias beneficiosas, adulamos
insensatamente la frivolidad del alma, “…pero nuestra naturaleza racional está ordenada
hacia las virtudes, y en ese aspecto se ve cada vez más impedida a la hora de intentar
alcanzar el objetivo.” (Dewan O.P., 2009, p. 126) Claramente nosotros pecadores,
desordenadamente elegimos antinaturalmente el vicio ante la virtud y habitualmente
recaemos alejándonos más del fin.
Como a Kant… “Dos cosas me llenan de admiración: el cielo estrellado fuera de mí, y
el orden moral dentro de mí.” (Ayllón, 1998, p. 91). Al superar el egoísmo infantil, el
humano adquiere el sentido del deber de la mano del interés por el otro, y lo elige
libremente guiado por la luz de la razón; es por eso imperativo y categórico: “Kant reconoce
que el deber moral no es una imposición externa, sino el convencimiento interno de lo que
naturalmente me conviene. Un deber que me habla de lo que debo ser y hacer, y que pide
ser respetado por lo mismo que respetamos la finalidad natural de los ojos o de los
pulmones: porque ver y respirar son sus mejores posibilidades.” (Ayllon, 1998, p. 94). La
elección buena es la elección del bien, e implica pasar del pensamiento al acto, no basta
conocer nuestro deber si no lo cumplimos y como raza humana debemos tender a la
convivencia dándonos por la sociedad de la cual hacemos parte
Así pues, que al dirigir nuestros actos hacia Dios, reafirmaremos el verdadero amor
natural y racional. Claro está que con la ayuda de la gracia divina, y nuestra virtud,
podremos lograr el fin al sanar la llaga del pecado.
En conclusión, es menester de los pecadores orar y rogar por el restablecimiento de
la gracia perdida, siguiendo el decálogo divino con amor, cumpliendo con los sacramentos,
alejándonos del vicio y aplicando la virtud. Por la gracia alcanzaremos la vida eterna, siendo
dueños de nuestros actos moralmente valorables, los cuales han de ser guiados por el
ejemplo de Cristo, a quien estamos llamados a imitar.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
‐ Ayllón, José Ramón. Ética Razonada. Ediciones Palabra, S.A., Madrid. 1998.
‐ Dewan, Lawrence. Fundamentos metafísicos de la ética. Editorial Universidad Sergio
Arboleda, Bogotá 2009.
‐ Maquiavelo, Nicolás. El príncipe. Editorial oveja negra, Bogotá 1983.
‐ Méndez, Rafael. Clásicos del Pensamiento Universal resumidos. Círculo de Lectores,
Bogotá, 2000.