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Resumen
El actual clima intelectual y cultural post-metafísico nos obliga a preguntarnos si
aún es viable algún tipo de metafísica a la luz de la cual sea posible examinar
los graves problemas de nuestra sociedad. Con este fin, hemos escogido la
metafísica de Tomás de Aquino, tal como ha sido revitalizada por el filósofo
canadiense Lawrence Dewan.
Palabras clave
Metafísica, sabiduría, contemplación, sentido de la vida, nihilismo, violencia,
Tomás de Aquino, Lawrence Dewan.
Abstract
The current cultural post-metaphysical climate urges us to ask whether it is still
possible some kind of Metaphysics under whose light we are able to consider
the serious problems in our society. In order to approach both issues we have
chosen Thomas Aquinas’ Metaphysics as it has been refreshed by the
Canadian philosopher Lawrence Dewan.
Key words
Metaphysics, wisdom, contemplation, meaning of life, nihilism, violence,
Thomas Aquinas, Lawrence Dewan.
Introducción
La filosofía en general, así como los parámetros culturales dominantes han
decretado el adiós a la metafísica. Básicamente se trata de una crítica dirigida
contra los planteamientos de la filosofía primera de tipo realista.
Frente a esta actitud intelectual netamente anti-metafísica cabe preguntarse, en
primer lugar, si aún es viable algún tipo de metafísica que pueda sobreponerse
a los cuestionamientos procedentes de las diversas posiciones que niegan la
posibilidad de un conocimiento de alcance metafísico y, por tanto, la
imposibilidad de tomarse en serio todo planteamiento que acuda, para
fundamentar su validez, a principios de índole ontológica. En realidad, como
afirma Lawrence Dewan (Cf. 2008b), siempre ha existido una especie de
guerra en torno al ser. Así, vemos en Sócrates y Platón una preocupación por
producir espíritus verdaderamente filosóficos frente a la amenaza del
materialismo (quedarse en el devenir) y de la sofística (quedarse en la mera
apariencia de los parámetros sociales dominantes).
Actualmente, la necesidad de renovar la metafísica está relacionada con el
desafío procedente del materialismo cientificista y agnóstico y la sofistería de la
cultura de la imagen y el fetichismo del símbolo.
En este orden de ideas, se partirá, entonces, de un presupuesto básico: la
perenne necesidad de renovar la metafísica. Lo cual equivale a repensar
incansablemente sus categorías y principios nucleares que son escasos en
número aunque densos en valor. En efecto, tal como enseña Aristóteles (Cf.
Trad. 1990), la metafísica trata de pocas cosas, sin embargo, son éstas las
más importantes.
La actitud del realismo clásico ha sido precisamente un intento siempre
renovado de ahondar en la realidad tal como es, y consciente de la riqueza y
complejidad de lo real se ha resistido a encasillarla en esquematismos y
categorías preconcebidas.
Sin embargo, y tal vez bajo el impulso tan hondamente humano de querer
explicarlo todo, se han venido repitiendo fórmulas cuyo contenido existencial se
ha ido desdibujando. Bajo este aspecto, el presente trabajo se propone mostrar
un anticipo de lo que constituye una labor metafísica de enorme significación
especulativa, y también práctica: la de repensar la relación forma-ser en el
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realismo metafísico de corte aristotélico-tomista con miras a mostrar el fondo
existencial sobre el que se da tal relación. Para tal cometido se han seguido
muy de cerca los análisis del filósofo tomista canadiense Lawrence Dewan.
En segundo lugar, y en estrecho nexo con lo anterior, aparece la ingente tarea
que consiste en tratar de responder al interrogante acerca de la importancia de
la metafísica para el hombre de hoy. Con tal fin, se intenta poner de relieve la
necesidad de una ciencia primera que aborde la realidad con la mayor
inmediación de que es capaz una inteligencia discursiva como la humana. Se
parte, para eso, de una convicción elemental: todo no puede ser cultura. Si
todo es mediación cultural, la cultura misma se diluye, pues, se cae en la
trivialización y en la dispersión, y el resultado final acaba en violencia. En
efecto, la ausencia de un sentido totalizante y definitivo de la propia existencia
ha de considerarse como uno de los factores primordiales, sino el principal, del
vacío existencial el que, cada vez con mayor frecuencia, es causa de suicidio,
especialmente entre los jóvenes. Además, el sinsentido explica, en buena
parte, las restantes manifestaciones de violencia que se dan a nivel nacional e
internacional.
En suma, si bien la filosofía de alcance metafísico y sapiencial de ningún modo
pretende ser una panacea, puede, no obstante, ofrecer elementos de
inspiración teóricos, e incluso prácticos, con miras a construir una cultura
orientada hacia la defensa de la dignidad de la persona y, por lo mismo,
promotora de una paz auténtica
¿Qué metafísica?
La metafísica de la que hablamos es la ciencia del ser en cuanto ser (Cf. Trad.
1990, VI, 1). Esto es, una ciencia, la única, que se ocupa de estudiar las cosas
bajo un aspecto que es común a todas: el ser, algo universalmente poseído por
todo lo que es o existe (Cf. Dewan, 2006, pág. 16). Con otras palabras, “por
‘metafísica’ se quiere significar aquí un conocimiento que considera las cosas
desde el punto de vista de su condición de seres” (Dewan, 2008a, pág. 59).
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integrales” (Cf. Dewan, 2006, pág. 22): el ente, la esencia o forma, y el acto de
ser. Denominamos ente a la cosa que es, o sustancia individual en cuanto tal.
La esencia es la que confiere identidad al ente (Cf. Dewan, 2006, pág. 202), le
permite ser algo determinado (un hombre, un gato, etc.) y por el acto de ser el
ente existe en acto (Cf. Tomás de Aquino, trad. 1953, 4.11). Por su parte, la
naturaleza, a la que nos vamos a referir particularmente aquí, es la misma
esencia en tanto que ordenada o dirigida hacia su operación propia como a su
fin (telos) o término (Cf. Tomás de Aquino, 2001d, c. 1; Dewan, 2006, pág.
212).
Pues bien, los estudios tomísticos siempre han enfatizado que los temas
nucleares de la metafísica de Santo Tomás se enrolan primordialmente en
torno a la doctrina del acto de ser (esse), doctrina cuya explicitación y
sistematización definitiva, es preciso reconocer, ha sido obra del genio
filosófico del Aquinate. Sin embargo, cabe preguntarse si acaso haber
prestigiado preponderantemente el esse no pudo haber conducido
insensiblemente a desplazar la forma del núcleo del pensamiento metafísico de
Tomás de Aquino. Si esto así, la novedad del planteamiento de Dewan radica
fundamentalmente en haber devuelto a la forma el lugar genuino que le
corresponde en metafísica. Asimismo, esto último supone, precisamente, una
visión más existencial de la metafísica. En efecto, con miras a comprender el
carácter indisociable del vínculo que enlaza forma y ser es necesario partir
desde una perspectiva siempre existencial, esto es, desde un enfoque
unitario que concibe la forma en función del esse, y entiende, a su vez, el
esse a la luz de la naturaleza propia de la forma.
Al hablar de forma, se quiere significar la esencia real que está íntima e
inseparablemente unida al esse en una relación existencial de índole acto-
potencial reiteradamente sostenida por el Aquinate y que Dewan pone de
relieve con un acento marcadamente característico de su metafísica. El filósofo
canadiense le da, así, pleno peso a la descripción tomasiana del esse como
acto de la esencia (Cf. Dewan, 1978).
Cabe apuntar, además, otra dimensión del pensamiento del profesor Dewan
que es preciso retener con miras a apreciar cabalmente la relación forma-ser
tal como ha sido desvelada por él. Se trata del ineludible lugar ocupado por la
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causalidad divina a la hora de entender el vínculo existente entre forma y ser.
En efecto, la forma es principio del ser y lo es a través de la causalidad divina
que participa el ser por medio de la forma: forma dat esse. Esta causalidad de
la forma presupone la agencia divina. Dios es la causa eficiente que da poder a
la forma, que si bien es potencia receptiva, en virtud de la intervención del
agente divino resulta capaz de ser, a su vez, activa. Forma y esencia son
causales, con relación al esse de la cosa, en tanto que instrumentos del primer
principio, que es la primera causa del ser. La causa final, hacia la cual se
encuentran orientadas la esencia y la forma, es el esse creado. Bajo la
perspectiva de la causalidad divina, se constata una vez más qué debe
entenderse cuando se afirma que la forma está orientada al ser (Cf. Dewan,
2007).
Nuestro objetivo se limita aquí a dejar anotado que la renovación de la
metafísica pasa, efectivamente, por atreverse a retomar ciertas categorías
abordándolas de modo más existencial y genuino. Bajo este aspecto,
consideramos que la obra de Lawrence Dewan puede constituir un terreno muy
fecundo para la indagación sapiencial atenta y libre de prejuicios intelectuales.
El profesor Dewan, en efecto, viene analizando con extraordinaria finura
intelectual y, a la vez, fidelidad al Aquinate, los planteamientos nucleares del
maestro. Y, precisamente, a través de sus reflexiones y de su misma actitud
científica, ha dado pasos certeros en esa dirección. Porque, tal como él mismo
sostiene: “La metafísica de Tomás de Aquino nos invita a examinar, incluso,
más cuidadosamente lo que ya se ha visto. Y es éste el camino que puede
augurar algún futuro para la metafísica” (Dewan, 2008b).
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vitales y, en general, cualquier manifestación de la libertad. Nadie tiene
derecho a creer que posee el conocimiento de la vía verdadera, ni en el plano
ético ni en el político. El diálogo, la tolerancia y la autonomía absoluta del
sujeto, los tres grandes baluartes del credo relativista, se constituyen, así, en
las únicas garantías democráticas plausibles frente al supuesto dogmatismo y
la intolerancia de quienes aún profesan su adhesión a la verdad.
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efecto, afirma Dewan (Cf. 2008a, pág. 46), cada cosa se encuentra inclinada a
su propia perfección, a la plenitud correspondiente a su ser específico. Se
deduce de ahí, que el ser humano posea una sed natural de llevar a plenitud su
racionalidad. Como comenta bellamente el profesor Dewan (2008a):
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la ilusión de que la embriaguez del carpe diem mitigue el hastío y el miedo de
una vida vivida de espaldas a la trascendencia.
En efecto, “Todo deseo es deseo ser”, ha escrito René Girad (1996, pág. 24).
Se trata de una afirmación especialmente sugerente, sobre todo, si se tiene en
cuenta el contexto en que el autor la pronuncia. Girard, lanza esta frase en la
ilación de uno de sus agudos análisis en torno al deseo mimético y los vínculos
profundos que éste mantiene con la rivalidad y la violencia. Su teoría mimética
ha develado, en efecto, que el deseo humano es, en buena medida, triangular.
Esto es, no se apetece la cosa tanto por sí misma, sino más bien porque el otro
la tiene. En la relación deseo-cosa, media un tercero que se convierte, según
Girard, en el verdadero objeto de deseo. Se aspira a ser como él, imitarlo y
para eso es necesario tener lo mismo que él tiene (Cf. Girard, 1977, pág. 145).
Pues bien, esta compulsión que es fuertemente estimulada por la sociedad de
consumo, acaba en violencia.
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Pero consideremos más de cerca la frase de Girard: “todo deseo es deseo de
ser”. Se trata de una afirmación que el profesor Dewan (2008a) ratifica y
descifra en clave ontológica: “El apetito (o deseo) humano es apetito de
plenitud de ser, del ser propio de la naturaleza intelectual: ser, de algún modo,
todas las cosas” (pág. 33). Los seres humanos tenemos sed de infinito: de una
libertad absoluta e ilimitada, de un amor y una felicidad que traspase las
fronteras del espacio y el tiempo. Lo semejante sólo se contenta con lo
semejante, y nuestra alma, que es espiritual, casi infinita, no se satisface con
nada que esté por debajo de su altura. Se entiende, entonces, por qué todo lo
que ponemos bajo la mira de nuestro deseo, no importa qué, tendemos
automáticamente a absolutizarlo, procurando por ese camino, acallar la
nostalgia de absoluto. La droga, el placer suicida, la exaltación de la violencia,
del tenor que sea, se explican así.
El presente clima cultural nos invita, ciertamente, a revisar el concepto que nos
hemos forjado de la vida humana y su sentido; y, consiguientemente, el que le
estamos transmitiendo a los jóvenes. Convendría hacernos estas preguntas:
“¿Qué valora nuestra sociedad? ¿Valoramos las ciencias, pero en función de
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su aplicación a las técnicas que sirven al confort y al placer humano? ¿Lo que
premiamos principalmente son los triunfos deportivos y empresariales?”
(Dewan, 2008a, pág. 97). Son éstas, preguntas sobre lo esencial. El tener la
voluntad de planteárnoslas es ya algo en sí mismo valioso, vital para la
sociedad actual, porque “El tipo de respuesta que se dé a estos interrogantes
marca todo el rumbo de la vida tanto individual como social” (Dewan, 2008a,
pág. 97).
Vistas así las cosas, no parece tan desatinado el discurso utilizado por algunos
jóvenes en defensa del carpe diem (¡vive el momento!). Muchos catalogan a
los ideales aludidos de miserables, y deducen, en buena lógica, que estudiar,
trabajar, esforzarse en suma, para eso (prestigio, dinero, etc.), definitivamente
carece de sentido. Concluyen, entonces, que, ante lo que el mundo de los
adultos les ofrece, lo único que vale pena, si hay algo, es agotar, el instante
presente, sorber hasta la última gota del placer que reporta el ahora. Y es que,
tal como ha advertido Aristóteles (Trad. 1993), el placer es de las cosas que se
eligen por sí mismas (Cf. X.5). La experiencia del deleite sensible proporciona
tal efecto de saciedad, al menos momentánea, que mientras se disfruta, a
nadie se le ocurre preguntarse para qué disfruta. Sin embargo, la constatación
de la precariedad de lo que aparentaba ser una promesa de felicidad,
conduce, consciente o inconscientemente, a la búsqueda de experiencias
placenteras cada vez más intensas, más poderosamente encadenantes
también. Nuestra sociedad exhibe dramáticas y constantes muestras del
altísimo precio que se suele pagar a cambio de estos espejismos de dicha.
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colmar las aspiraciones de un ser con vocación de infinito (Cf. Dewan, 2008a
pág. 73). A un ser así, sólo lo que carece de límites puede saciarlo.
Claro que, para una sociedad materialista como la nuestra resulta muy difícil de
asimilar lo que venimos afirmando. Efectivamente, si el ser humano queda
reducido sólo a su cuerpo, los bienes primordiales o, mejor, los únicos bienes
para el hombre son los que tienen que ver con la materia: la salud, la
supervivencia humana y los placeres sensibles. De ahí que, como apunta
Dewan (2008a) defender la tesis que defendemos, resulta hoy, definitivamente
audaz (Cf. pág. 73).
Con todo, nuestro status ontológico, nos permite intuir, e incluso constatar
prácticamente que efectivamente existen cosas que contribuyen a mantener
viva e incrementar nuestra densidad interior, es decir, que nos conducen por el
camino del crecimiento personal; nos van haciendo felices, plenos. Son los
bienes del alma, es decir, aquellas realidades proporcionadas al alma racional
(Dewan, 2008a, pág. 358), a las que Aristóteles (Trad. 1993) califica de “bienes
por excelencia” (I.8), entre los que destacan las funciones y actividades
anímicas estrictamente racionales: el conocimiento intelectual y el amor
electivo de la voluntad. Precisamente, es en el ejercicio de estas actividades
anímicas superiores que nuestra vida se abre a la totalidad de lo real
superando los límites de lo empírico, del “aquí y ahora”, donde están obligados
a permanecer sin remedio los seres meramente instintivos. Bajo este aspecto,
remarca Lawrence Dewan (2008a) que:
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bondad que realmente se adapta a la existencia humana.” (Dewan, 2008, pág.
73). Conocimiento intelectual, amor electivo y plenitud humana se pertenecen
recíproca e íntimamente.
Conclusión
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toda mediación, si es que esto es posible. Y esta tarea es imprescindible. Sin la
reflexión metafísica, es decir, sin la reflexión sobre lo esencial, ni siquiera hay
auténtica cultura. Entramos en la dispersión, la frivolidad y, finalmente, nos
despeñamos hacia la violencia (Cf. Inciarte y Llano, 2007, cap. 3).
Ahora bien, para que sea posible ir conquistando una mirada profunda,
orientada hacia lo esencial, es preciso reconocer la dimensión ontológica de lo
real y la capacidad metafísica o sapiencial que posee el ser humano para
acceder a dicha dimensión.
Se divisa, ahora, la necesidad imperiosa que tenemos de rehabilitar la reflexión
metafísica si queremos dar con el sentido profundo de nuestra vida conjurando,
así, los espectros del miedo indescifrable, del tedio existencial y la violencia. En
efecto, la percepción de la actividad contemplativa como fin de la vida humana
surge de considerar la jerarquía ontológica de la actividad humana. El deseo de
sobrevivir representa una inclinación primordial para un ser vivo, disfrutar es
un componente esencial de la existencia, sin embargo, para que nuestra vida
-la propia de seres inteligentes y libres- se vuelva valiosa, repleta de
significación, amable, realmente digna de ser vivida, necesitamos contemplar:
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Si uno quiere obtener la idea de lo que es la vida, no es posible enfatizar
suficientemente la importancia de la práctica de la contemplación. Vivimos una
atmósfera impregnada por el interés en el mero sobrevivir. Hemos alcanzado
una habilidad inimaginable para estudiar y conocer la naturaleza, y comunicar
tales conocimientos, sin embargo, nuestra mentalidad permanece pragmática:
pensamos que el conocimiento de las nuevas especies nos proporcionará
nuevas posibilidades médicas. Es verdad, pero hay una dimensión más
importante en juego. El conocimiento de los seres naturales es, en sí misma,
una perfección del espíritu, de la persona humana. Esto hace feliz al hombre;
hace la vida digna de ser vivida. Es una introducción a Dios. Una anticipación
de la vida eterna. (Dewan, 2008a, pág. 84)
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