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En esta época aparece la fotografía que logra por primera vez en la historia la
maravillosa hazaña de poder obtener una imagen de la naturaleza sin la intervención
de la mano del artista. La luz vino a reemplazar la mano del artista y estos se sintieron
turbados porque la imagen así obtenida revelaba cosas que el ojo del artista jamás
había visto.
Las reacciones fueron diversas, algunos artistas declaran que “la pintura ha muerto”,
otros tratan de corregir los errores de los ojos y realizar una pintura fotográfica y otros
se apartarán voluntariamente de la realidad.
El cómo se convierte en el único valor importante del arte, el contenido primordial del
cuadro.
El periodo post impresionista no responde a una sola corriente, sino que está
compuesto por diferentes tendencias de artistas que trabajaron de forma
independiente. Por un lado están los puntillistas Paul Signac y Georges Seurat y
quienes trataron de encontrar deforma solitaria su propio camino: Vincent van Gogh,
Paul Cézanne y Paul Gauguin.
La experiencia que obtuvieron los impresionistas y los puntilllistas, aunque cada grupo
de forma diferente, de que la pintura también existe con independencia del objeto y
que tiene una forma de expresión propia, les abrió nuevos caminos, asimilando de esta
manera la autonomía impresionista.
Los franceses Paul Signac y Georges Seurat compusieron sus cuadros mediante
innumerables puntos diminutos y exactos, unían colores puros que se fundían ante los
ojos en tonos y matices suaves. Sin embargo esta descomposición prismática no podía
llevarse más lejos de lo que ya lo habían hecho y debido a esta limitación los artistas
perdieron cada vez más el interés por este cuadro óptico.
Paul Gauguin apostó por completo por la fuerza emocional y el contenido simbólico de
la forma y el color. No enfocaba sus cuadros como si fueran una copia de la realidad
visual, no estaba ligado ni a un colorido que se correspondiera fielmente con la
realidad ni a las leyes de la perspectiva para recrear el espacio. Gauguin simplificó las
formas y renunció tanto a las sombras moldeadoras como a los coloreados muy
detallados destacando las superficies mediante líneas de contorno.
La unión del mundo de la percepción con el mundo artístico, regido por unas leyes
propias, prestando atención al ritmo interior del cuadro, la ambientación y la armonía
del conjunto.
El cuadro ya no está ligado al objeto, ni por un colorido que corresponda fielmente con
la realidad (impresionistas) ni a las leyes de la perspectiva para recrear el espacio.
Tras la apropiación objetiva de la realidad guiada por los conocimientos científicos, tal
y como la habían llevado a cabo los impresionistas y los puntillistas, los artistas
echaban de menos la “profundidad espiritual” y la “idea importante” que debe expresar
una obra de arte.
La situación de cambio de finales del siglo XIX liberaba cada vez más al artista de las
ataduras del pasado y le hacía conciente de su individualidad y del papel de marginado
que desempeñaba en la sociedad.
Ensor recrea de forma simbólica la posición hostil del individuo y de la masa; y con ello
el conflicto que lo estuvo oprimiendo durante toda su vida: el aislamiento del artista en
la sociedad. Ensor convierte los desfiles multicolor del carnaval en la imagen de un
mundo absurdo lleno de una desesperación abismal. La expresión de lo amenazador y
desconocido es la máscara, que se convierte en el leitmotiv de la obra de Ensor.
Amedeo Modigliani, artista 15 años más joven que Matisse, renunció a la modelación
mediante la luz y las sombras y unía las superficies mediante el trazado de una línea
dibujada. Los motivos eran una excusa para representar la armonía interior del cuadro.
El pintor disolvía el motivo del cuadro en superficies exaltadas, suaves y redondeadas,
que proporcionan a la representación, con toda su artisticidad, una presencia
altamente sensual que a menudo se ve acentuada gracias a los reducido de la escena
que esta representada en el cuadro.
Focalizan la atención en la vida interior del cuadro y la armonía interna del mismo,
descartando los elementos entusiásticos y decorativos del simbolismo y el modernismo.
Salvaje e indomable libertad pictórica.
Los principales representantes son dos grupos de origen alemán: Die Brucke (El
puente), formado por Ernst Ludwing Kirchner, Erich Heckel, Kart Schmidt-Rpttluff y
Fritz Bleyl; y Der Blaue Reiter (El jinete Azul) formado entre otros por Franz Marc, Paul
Klee y Vasily Kandinsky.
Si bien los impresionistas confiaron en que se podía percibir todo el mundo con la
vista, en esta época la nueva generación de artistas criticó ferozmente este realismo
tan superficial. Los jóvenes deseaban mirar detrás de la apariencia de las cosas. Para
conseguir este objetivo se hizo necesario desarrollar un nuevo lenguaje pictórico.
La invención del automóvil, del avión, del telégrafo y de muchas otras cosas
concedieron una nueva dinámica a la vida cotidiana, la rapidez y el tiempo obtuvieron
una nueva dimensión y ahora requerían percepciones mucho mas aceleradas. Sin
embargo la cara oculta de la modernización: alienación, aislamiento y masificación
también quedó a la vista.
Con su estilo colectivista de pintar no solo confirmaron su agrupación sino que también
se rebelaron contra la concepción burguesa y tradicional de que el artista era un “genio
individual”. Emplearon un vocabulario estético muy simplificado con pocas formas que
han sido reducidas a lo esencial, cuerpos deformados y espacios disueltos sin
perspectiva. Colores brillantes y saturados conceden a los cuadros un carácter vigoroso
como si hubieran sido tallados en madera.
A diferencia de la forma ruda de pintar de los artistas de Die Bruke, el arte de El jinete
Azul es más exquisito, subjetivo y espiritual. El arte ya no debe “reproducir lo visible,
sino hacer visible”, como lo expresó Paul Klee. Los artistas pintaron cuadros cada vez
más abstractos, con el objeto de que éstos “pusieran en movimiento las almas”.
Empleo de un vocabulario estético muy simplificado con pocas formas que han sido
reducidas a lo esencial.