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CHRIS MORRIS CONTRA EL MUNDO

Fernando Jiménez Manero, Febrero 2011

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Es pronto para saber si el próximo estreno en España de “Four Lions”, previsto para el próximo
29 de abril, pasará completamente desapercibido, como ha ocurrido en otras ocasiones con
ejemplos destacados de la comedia británica actual (todavía recuerdo el relampagueante paso
por las pantallas de “Hot Fuzz”/”Arma fatal”), o propiciará un interés entre público y crítica que
eleve la figura de Chris Morris al altar en que algunos ya le tenemos colocado. El lector quizás
haya encontrado menciones de la película en alguna de las múltiples listas de “lo mejor del
año” o en la relación de galardonados en los últimos premios del cine británico. Si le ha picado
la curiosidad, le aconsejo que se dirija sin más demora a las páginas que Jordi Costa dedica a
Morris en “Una risa nueva” (Ed. Nausicaä, 2010). A quien no tenga el libro a mano (¡mal!), o le
queden ganas de más, van dirigidas estas líneas.

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“Four Lions” es el primer largometraje de Christopher Morris (Reino Unido, 1962), pero éste
lleva a sus espaldas una larga carrera en la que ha construido una reputación cercana a la
leyenda, alimentada por su reticencia a los cantos de sirena de la popularidad y que ha dado
lugar a buen número de anécdotas de cuestionable autenticidad. A diferencia de la mayoría de
los cómicos británicos que pueden considerarse como sus compañeros de generación, no
procede del mundo del stand-up sino de la radio, medio en el que inició su carrera en la década
de los 80. De su trabajo radiofónico proceden su interés por las técnicas de producción y
manipulación de las noticias, así como su dominio de la dinámica de las interacciones entre
entrevistador, entrevistado, presentador y público que forman la base de sus trabajos más
conocidos.
En 1990 Armando Ianucci le llamó para trabajar en la BBC en un informativo paródico que se
llamaría “On the Hour” y posteriormente, en su versión televisiva, “The Day Today” (1994). En
“On the Tour”/”The Day Today” dieron sus primeros pasos algunas de las figuras más
relevantes de la comedia británica de los siguientes años: además de Morris y Ianucci (“The
Thick of It”, “In the Loop”) en el programa participaron Stewart Lee (“Jerry Springer: The
Opera”), Patrick Marber (“Closer”), Graham Linehan y Arthur Matthews (“Father Ted”, “The IT
Crowd”) y Steve Coogan (“I’m Alan Partridge”, “24 Hour Party People”, “A Cock and Bull Story”)
entre otros. Su colaboración ocasional en los años siguientes con actores y escritores como
Simon Pegg, Julia Davis, o Charlie Brooker permite situar a Morris en un hipotético nexo central
del humor británico contemporáneo; incluso podríamos imaginar el último episodio de “The Day
Today”, que incluía un segmento titulado “The Office” en forma de documental sobre los
empleados de una oficina que recibían la instrucción de un “experto en eficiencia”, encendiendo
una minúscula chispita en los cerebros de Ricky Gervais y Stephen Merchant. Por otra parte,
“Why Bother”, serie realizada en 1994 para BBC Radio 3, reunió a Morris con la generación de
cómicos de los años 60 a través de Peter Cook, en el que fue uno de los últimos trabajos de
éste antes de su muerte.

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Su consagración tuvo lugar con “Brass Eye”, una serie de 6 programas de televisión emitida por
Channel 4 en 1997 en la que, a través de parodias de reportajes sensacionalistas, se llevaban
al límite algunas de las líneas básicas de “The Day Today”: el tratamiento histérico de los
temas, la utilización de gráficos exageradamente llamativos y el deleite en el absurdo verbal y
visual. El nuevo formato y su condición de responsable principal le permitieron dirigir sus golpes
con mayor precisión y contundencia. Cada episodio estaba dedicado a un tema: el maltrato
animal, las drogas, el sexo, la ciencia, el crimen, y la decadencia de los valores morales.
Además de los sketches de ficción, los morceaux de bravure de los episodios de Brass Eye
eran las intervenciones de celebridades reales que, sin darse cuenta del engaño, prestaban su
apoyo a organizaciones benéficas ficticias, leyendo obedientemente las absurdas
declaraciones preparadas para ellos por Morris y sus guionistas (o improvisando de motu
proprio afirmaciones aún más absurdas) en apoyo a un elefante deprimido cuya trompa se
había atascado en su propio ano, o los campesinos de Sri Lanka en peligro de ser aplastados
por la “electricidad pesada” que caía de los cables eléctricos. En otras ocasiones eran
entrevistados por el propio Morris, quien conseguía, mediante una combinación de
avasalladora presencia física y verborrea pronunciada con total seguridad, llevar la
conversación al terreno del absurdo con la inconsciente colaboración del entrevistado.
Cuando empezaron a emitirse los programas y los famosos se dieron cuenta de que lo que
habían considerado entrevistas serias obedecían en realidad a un propósito satírico,
empezaron las protestas. Además de la (comprensible) rabia de aquellos que habían sido
burlados, las críticas se centraron en la legitimidad ética de utilizar el engaño para obtener
réditos cómicos. La defensa de Morris fue desde el primer momento la de la utilidad pública de
su trabajo, que ponía al descubierto la falta de criterio y el ansia de atención de los famosos,
dispuestos a todo con tal de salir en televisión; las víctimas de los montajes habían tenido
claramente ante sus ojos todas las evidencias de que se trataba de una burla, pero habían
elegido ignorarlas en su desenfrenada persecución de unos minutos ante las cámaras.
Algunos de los afectados, entre los cuales había miembros del parlamento engañados para
elevar una cuestión a la Cámara de los Comunes sobre una droga ficticia llamada “Pastel”,
llevaron sus quejas a la ITC, el organismo regulador de contenidos de la televisión comercial
británica. La ITC reconoció que el programa había actuado en contra del código, y la
intervención de uno de ellos fue omitida de las repeticiones del programa y la posterior edición
en DVD. Sin embargo, la institución reconoció el interés y calidad del programa y modificó su
regulación con lo que algunos conocen como “cláusula Brass Eye”, que permite el uso de
material grabado con un consentimiento dado por el sujeto para un propósito diferente al
realmente pretendido por los creadores del programa, siempre que existan razones de interés
público.
No fue ésta la única forma en que “Brass Eye” cambió la realidad de la televisión británica. Su
emisión tuvo como consecuencia la rebaja en el tono sensacionalista de muchos informativos
serios, que intentaron a toda costa evitar “momentos Chris Morris”; así mismo, su influencia
resulta claramente visible en las propuestas de Sacha Baron-Cohen (“Ali G”, “Borat”) y, algo
atenuada por la distancia y las diferencias culturales, en los programas de Jon Stewart y
Stephen Colbert en los Estados Unidos.

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Agotado y tal vez algo deprimido tras el esfuerzo de rodar y defender “Brass Eye”, Morris creó
su obra más personal. En “Blue Jam”, un programa de radio para la BBC, mezcló monólogos
surrealistas, una cuidada ambientación sonora de música electrónica y sketches de humor
negrísimo. Su difusión de madrugada favorecía la impresión del oyente de estar escuchando
una emisión procedente de las partes más oscuras de su propio subconsciente, en una tierra
de nadie entre el sueño y la vigilia. Además, sirvió para alejar de la atención masiva una obra
que jugaba con los límites de lo aceptable, introduciendo elementos como la violación, el
suicidio y el incesto. Jordi Costa menciona en el libro citado un sketch en el que una madre
llama a un fontanero para que “repare” a su bebé muerto, pero hay otros similarmente
perturbadores: historias como la del suicida que decide no arrojarse al vacío desde un piso 40,
sino 40 veces desde un primer piso por si en algún momento cambia de opinión; la de la mujer
que provoca accidentes para que las víctimas conversen con ella, “porque nadie te encuentra
aburrida cuando necesita ayuda”, o la de la epidemia que provoca que actores porno se
consuman hasta morir en una eyaculación incesante, confirman que estamos en territorio muy
lejano al de la comedia tradicional. De hecho, puede considerarse que “Blue Jam” es la imagen
invertida de la forma más típica del humor negro (al estilo de, por ejemplo, “La comedia de los
terrores” o “La familia Addams”), en el que se persigue el escape liberador de la risa mediante
un uso más o menos trasgresor de las imágenes de muerte y decadencia; aquí, por el
contrario, el humor (o las mecánicas del chiste y el sketch humorístico) son la herramienta, pero
el objetivo no es la risa ni la sonrisa, sino el desasosiego propio de algunos relatos de terror.
“Blue Jam” tuvo versión televisiva en “Jam” (2000), en la cual el efecto de extrañamiento creado
por la banda sonora original se reforzaba mediante la manipulación de las imágenes (cámara
lenta, montaje acelerado, sobreexposición, etc.) y técnicas como obligar a los actores a mover
los labios sobre el sonido del sketch de radio. “Jam” introdujo la idea de la remezcla musical en
la televisión mediante una versión titulada “Jaaaaam”, en la que las imágenes y la banda
sonora sufrían un grado adicional de distorsión. El concepto tiene una variante paródica en el
DVD de la serie, en el que cada episodio se presenta en la versión “normal” y otra “especial” en
la que la imagen es reducida a un tamaño minúsculo, acelerada a cámara rápida, o limitada a
los primeros 19 segundos. Aunque hay críticos que consideran “Jam” una obra
autocomplaciente y que funciona mejor como objeto sonoro que en su traslación visual, no se
puede negar su originalidad y su potencia desasosegante.

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Durante un tiempo corrieron rumores de una segunda tanda de episodios de “Brass Eye”, pero
su propio impacto parecía impedir una continuación: los famosos estaban ya sobre aviso y no
resultaban tan fáciles de engañar. Sin embargo, Morris se reservaba un golpe de efecto final.
Cuatro años después de la serie original se emitió el “Especial Pedofilia”, recibido desde el
primer momento como “el programa de televisión más enfermizo de la historia”. La prensa y los
políticos acusaron a Morris de hacer humor con el sufrimiento de las víctimas, pero como bien
señala Costa, el blanco de la sátira es son unos medios de comunicación que manipulan la
histeria popular en su persecución de mayores índices de audiencia. De nuevo el programa
obtiene sus momentos más memorables en los engaños a los famosos: la declaración del
locutor radiofónico Neil Fox de que los pedófilos tienen más genes en común con los cangrejos
que con el resto de los humanos (“Es un hecho científico: no hay pruebas reales pero es un
hecho científico”), seguida por un furioso ataque a un cangrejo con un martillo; la explicación de
la presentadora Philippa Forrester de un juego de ordenador que permite a los pederastas
abusar a través de Internet de los niños que lo utilizan; o la descripción del ex jugador del Barça
Gary Lineker del argot utilizado por los pederastas para comunicarse entre sí por SMS
(“BALTIMORA significa literalmente ‘voy corriendo hacia ellos con los pantalones bajados’”). La
histérica campaña de la prensa sensacionalista solicitando la reinstauración de la censura
pareció planificada por los propios guionistas de “Brass Eye”: un artículo del Daily Star
criticando el programa fue publicado al lado de otro sobre una cantante de 15 años ilustrado
por una fotografía en la que se llamaba la atención sobre el crecimiento de sus pechos bajo un
titular que rezaba: “Ahora ya es mayor”; el Daily Mail clamaba contra el programa junto a un
reportaje sobre las princesas Beatriz y Eugenia (entonces de 13 y 11 años) bañándose en
bikini.

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La resaca del escándalo del “Especial Pedofilia” parece haberse prolongado hasta 2010,
periodo en el que, a diferencia de la década anterior, Morris ha permanecido en un relativo
segundo plano. Durante ese tiempo, además de colaborar en la prensa escrita, inició su carrera
cinematográfica con el corto “My Wrongs #8245–8249 & 117” (2003), adaptación de un
monólogo de “Blue Jam” que ganó un premio BAFTA y está disponible en España dentro del
DVD colectivo “Cinema 16: Cortometrajes Europeos”. También ha participado como actor en la
primera temporada de “The IT Crowd” (“Los informáticos”, 2006) y como editor de guiones en
“Stewart Lee's Comedy Vehicle” (2009), en ambos casos con antiguos colaboradores (Linehan
y Matthews en el primer caso, Lee y Ianucci en el segundo). Su mayor proyecto en esta época
fue una serie de televisión coescrita con Charlie Brooker: “Nathan Barley” (2005), una sátira de
los “idiotas digitales” que prosperan en los nuevos medios de comunicación, fue recibida con
indiferencia por el público y los fans de Morris no parecen tenerla en gran estima (aquí tengo
que admitir que yo no la he visto, situación que espero solucionar en el futuro).

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La imagen de Chris Morris que emerge del repaso a su carrera es la de un hombre brillante,
perfeccionista y enfrentado ferozmente a todos los intentos por controlar su obra. Su
exploración de los límites de lo decible ha llenado su carrera de escaramuzas contra la censura
implícita o explícita, en la que sus contrincantes han sido con frecuencia precisamente aquellos
que le habían apoyado contratándole en primer lugar. Las tácticas utilizadas en esta guerra de
guerrillas incluyen la entrega sistemática de sus programas al límite de plazo para evitar la
posibilidad de modificaciones y la inclusión deliberada de segmentos exageradamente
ofensivos para atraer la atención del ojo censor, permitiendo que pasaran desapercibidos
aquellos que en otro caso seguramente se hubieran quedado por el camino. En ocasiones
Morris ha llevado su rebeldía a extremos que pueden calificarse de adolescentes: su
enfrentamiento con Michael Grade, jefe de Channel 4 en la época de emisión de “Brass Eye” le
llevó a insertar un mensaje insultante (“Grade is a cunt”) en un fotograma de uno de los últimos
episodios. Como contrapartida, entre sus colaboradores y subordinados Morris despierta una
lealtad casi militar.
La autoridad no sólo es el blanco sino también el tema sobre el que reflexiona el humor de
Morris. Uno de sus principales personajes es “Christopher Morris”, el Presentador de “On The
Hour/The Day Today”. Seguro de sí mismo hasta la arrogancia, insultante hacia los
entrevistados, los espectadores y sus propios compañeros, es un abusón que, como
presentador de un informativo, está en posesión de la verdad y por tanto tiene carta blanca
para pronunciar con total autoridad los mayores sinsentidos. Aunque mis habilidades como
traductor fueran capaces de hacer justicia a titulares como “Sacked chimney sweep pumps
boss full of mayonaisse”, “Headmaster suspended for using big.faced child as satellite dish” o
expresiones como “roboplegic wrongcock”, les faltaría el plus de locura introducida por la
enunciación pomposa y ultraprofesional de Morris. El poder de un lenguaje absurdo entregado
con total convicción desde una posición de autoridad es uno de los elementos básicos del
trabajo de Morris desde sus inicios en la radio. La sección “Speak Your Brains” de “On The
Tour/The Day Today” colocaba un micrófono ante paseantes anónimos y los instruía o los
manipulaba para pronunciar los mayores desatinos, de forma similar a como harían
posteriormente los famosos de “Brass Eye”. En estos segmentos, ante la presencia imponente
del entrevistador, reforzada por el poder de la cámara o el micrófono, los entrevistados se dejan
arrastrar por su deseo de complacer a aquel que parece estar al mando y renuncian a
reflexionar ante lo que se les pone delante, con cómicas (y algo intranquilizadoras)
consecuencias. A la inversa, en uno de los sketches de “The Day Today” las normas de la BBC
obligan a un portavoz del Sinn Fein a inhalar helio antes de hacer declaraciones para que su
voz aguda “disminuya su credibilidad”. La utilización de música machacante e hipertrofiados
gráficos informatizados en las cabeceras y entradillas de “The Day Today” y “Brass Eye”, sirve
de igual modo como recordatorio paródico de los intentos de los medios de reducir a la
sumisión el cerebro del espectador.
Aunque aparentemente no pueden ser más distintos, “(Blue) Jam” y “My Wrongs…” inciden en
aspectos relacionados. El otro gran personaje de Morris, el Monologuista que abre cada
programa de la serie, es más difícil de atrapar en una descripción breve, pero se revela como
un ser deprimido e impotente, completamente a merced de las circunstancias y conducido a la
humillación y el sufrimiento por aquellos que tienen la sartén por el mango o hablan como si la
tuvieran. Su utilización del lenguaje es tan inventiva como la del Presentador, pero en un
registro que podríamos llamar musical, en cuanto recuerda a los ambientes sonoros creados en
el programa: poético, vagamente amenazador, al borde de la ininteligibilidad, casi borroso
(“When dance with waif, and whirlden be too fast, and smash and snap and break in hands
beauty...” “When monkey cease to sing, though you carve slot in head, and slip in so much
coins that brainy gloop did ooze therefrom...”) En los sketches los personajes soportan abusos
desmesurados por parte de figuras de autoridad, frecuentemente médicos (los padres de
Morris, quien por lo que se sabe disfrutó de una infancia cómoda y feliz, eran ambos médicos)
sin oponer más resistencia que una expresión de pánico.
Morris se ha mostrado incómodo en varias ocasiones con el empleo del término “sátira”,
utilizado habitualmente (también aquí) para describir su trabajo. Asegura que la palabra lleva
implícita una posición de superioridad respecto al objeto del humor, posición que él rechaza. En
una actitud que recuerda a la de los maestros del cine clásico cuando eran entrevistados por
los jóvenes críticos franceses, niega tener más objetivo que hacer reír. También niega buscar
deliberadamente la provocación, aunque admite su valor: “Si haces un chiste en un área que
por alguna razón—normalmente aleatoria—se encuentra fuera de los límites, puedes dar con
algo valioso. Pero es cuestión de encontrarte en esa área más que de proponerte buscar
problemas.” (Entrevista en The Independent, 20 de abril de 2000). Lo cierto es que Morris se ha
encontrado en esa área tantas veces a lo largo de su carrera que sería ingenuo pensar que
pasaba por allí por casualidad.
Su condición activista se pone de manifiesto en las formas que utiliza para dar forma a su
mensaje: no se trata de alguien que se limite a mostrar los resultados de sus observaciones
sino que interviene de forma explícita, a menudo con una intención que puede calificarse sin
miedo de política. Esta intervención es previa, creando las situaciones prefabricadas en los
montajes a los famosos; simultánea, como en las entrevistas; o posterior, mediante la
manipulación de materiales grabados o rodados, como en sus polémicas remezclas de
materiales sonoros. La primera serie de “Blue Jam” terminaba precipitadamente con el corte a
mitad de emisión de un remontaje en el que el discurso fúnebre del Arzobispo de Canterbury a
la princesa Diana de Gales se convertía en una inventiva lunática en la que se rogaba a Dios
que infectara de SIDA a la familia real británica; “Bushwacked” es un collage de discursos de
George Bush que lleva al límite de su propio absurdo la política beligerante de la administración
estadounidense para terminar con la declaración de que el propósito de América es la
“destrucción del mundo civilizado.”

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El año 2010 supone el regreso de Chris Morris a la actualidad con el estreno de “Four Lions”,
un proyecto que llevaba gestándose al menos desde 2005. Los motivos del retraso son dos: en
primer lugar, la meticulosa labor de investigación previa a la escritura del guión, firmado junto a
Jesse Armstrong y Sam Bain (“That Mitchell and Webb Look”, “The Peep Show”, “The Thick of
It”); posteriormente, las dificultades de financiación del que originalmente iba a ser un proyecto
televisivo, pero que por su naturaleza sensible fue rechazado por la BBC y Channel 4.
Consciente de que se trataba de un momento clave en su carrera, Morris se ha volcado, al
menos según sus estándares, en la promoción de la película, concediendo entrevistas y
haciendo apariciones en los medios.
El tema no puede ser más congruente con la carrera anterior de Morris: el terrorismo islámico
es uno de los ¿pocos? temas que pueden considerarse potencialmente “peligrosos” o “fuera de
límites”. El tratamiento informativo del fenómeno parecía un terreno naturalmente abonado para
la visión satírica de Morris, pero éste, considerando que ya había explorado suficientemente en
sus trabajos anteriores el discurso de los medios, optó por profundizar en la investigación del
fenómeno en sí. El punto de partida fue la observación de que las noticias sobre terroristas
suicidas contienen en muchas ocasiones un elemento de farsa que tiende a pasar oculto tras el
horror. Tres años leyendo libros y transcripciones, entrevistando a periodistas, académicos,
radicales y ex radicales dieron forma a una imagen del terrorista en la que conviven la
banalidad, la estupidez y el terror; en la que en una misma conversación se tratan la doctrina
de la jihad y las cualidades interpretativas de Johnny Depp; en la que alguien que se dispone a
grabar su propio video de martirio se preocupa por si la barba le queda bien.
La película narra las peripecias de un grupo de musulmanes ingleses que deciden llevar a cabo
un atentado suicida durante la maratón de Londres, después de que dos de ellos hayan pasado
un periodo en un campo de entrenamiento de terroristas en Pakistán. Los protagonistas
resultan ser torpes, incompetentes, propensos a los accidentes y a pelearse entre ellos por los
motivos más nimios: una troupe cómica más que los perdedores radicales que describe Hans
Magnus Enzensberger. Morris, Armstrong y Bain no han escatimado esfuerzos para evitar
simplificar su presentación de la cultura islámica. La tensión entre las visiones más
fundamentalistas de la doctrina musulmana y otras más moderadas aparece reflejada con
matices inesperados (los personajes más fundamentalistas son inocentes y respetuosos de la
ley, mientras que entre los terroristas hay un aficionado al rap y un amante esposo y padre) que
parecen dirigidos a enfrentar al espectador con sus propios prejuicios. Tampoco la policía o los
británicos no musulmanes escapan a la burla de los cineastas. El mensaje podría ser que los
terroristas son seres humanos como nosotros, lo que significa que son tan estúpidos (y dignos
de compasión) como nosotros. Sin embargo, Morris no nos permite olvidarnos de que se trata
de personas que han decidido volarse a sí mismas por los aires y llevarse por delante a un
buen número de sus semejantes. Aunque durante el segundo tercio de la película ésta parece
correr el riesgo de quedar atascada en una sucesión de gags de tontos entrañables, el tramo
final pone en evidencia implacablemente el horror al que conduce la falsa lógica en la que
están atrapados los protagonistas.
Así las cosas, el éxito o el fracaso artístico de la propuesta es (siempre, pero aquí más que
nunca) una cuestión de tono. Lo que busca “Four Lions” es un equilibrio que muchos
consideran de partida imposible: aquellos que consideran que no pueden hacerse chistes sobre
el terrorismo (o sobre el Islam, o sobre el SIDA, o sobre el holocausto) o quienes rechazan
cualquier intento de incluir a los terroristas en las filas de la humanidad. Aunque se admita tal
posibilidad, resulta impensable un consenso universal sobre dónde está el punto de mezcla
adecuado. Las críticas más negativas han ido generalmente dirigidas a lo que a mí me parece
la mayor virtud de la película, la indefinición de su tono, a que no es lo suficientemente cómica
o lo bastante seria en su análisis. “Four Lions” coloca al espectador, divertido por algunas
escenas, conmovido por otras, y espantado por las demás, en un estado de permanente
interrogación sobre cual es la reacción apropiada hacia lo que está viendo. En estos días, “Four
Lions” es una película discutible y necesaria, o necesaria porque es discutible. Además, es muy
divertida.
PS: Dado que una de las referencias citadas por Morris en entrevistas es “Operación Ogro”
(1979), la película de Gillo Pontecorvo sobre el atentado de ETA que acabó con la vida de
Carrera Blanco (“Como [“Four Lions”], pero sin chistes”), surge naturalmente la cuestión de
cómo podría ser una película española que abordara el tema del terrorismo desde una óptica
similar, y cómo sería recibida. Quizás la próxima película de Borja Cobeaga, “Fe de etarras”,
tenga una respuesta.

9
Fuentes:
“The distorted world of Chris Morris” The Independent, 20 de abril de 2000
Wikipedia: entradas sobre Chris Morris, The Day Today, Brass Eye, Blue Jam
RANDALL, Lucian. Disgusting Bliss: the Brass Eye of Chris Morris. Simon & Shuster, Londres,
2010
“Four Lions: How satirist Chris Morris fixed his eye on ideology and bombers”. The Observer,
Sunday 24 January 2010

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