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LA LATENCIA DEL MALÓN:

POLÍS OLIGÁRQUICA E INVASIÓN

Juan Ezequiel Rogna

Resumen:
A través de un recorrido heterodoxo que parte del discurso historiográfico liberal
y arriba a la producción narrativa de Juan Diego Incardona (Villa Celina, 1971),
buscaremos señalar la vigencia y las transformaciones experimentadas por el tema
invasión dentro de la literatura argentina de las últimas décadas. La invasión (término
que recogemos del trabajo realizado por Andrés Avellaneda en El habla de la
ideología), circunscripta en un principio al “código cultural común” del liberalismo
como reacción hacia las manifestaciones populares (los malones indios, las montoneras
gauchas, los “descamisados” peronistas), será adoptada y reinterpretada desde otras
perspectivas ideológicas. En este sentido, analizaremos los casos de Pedro Orgambide
(1929-2003), Enrique Symns (1946) e Incardona. De tal manera, las diferentes
significaciones y re-significaciones de la invasión, tópico por antonomasia dentro de las
letras argentinas a la hora de traducir el conflicto civilización/barbarie en la
conformación y el sostenimiento del Estado moderno, nos permitirán reflexionar acerca
de las tensiones político-culturales existentes entre Buenos Aires (máxima polis
oligárquica de la República Argentina) y la “América profunda”.

Palabras clave: Narrativa argentina contemporánea - Cultura popular - Invasión

THE LATENCY OF INDIAN RAIDS:


OLIGARCHIC POLIS AND INVASION

Summary:
We will look to point out the current effect and the transformations experienced
by the topic of invasion within the last decades argentinian literature through an
heterodox journey starting from the liberal historiographic discourse and arriving to the
narrative production of Juan Diego Incardona (Villa Celina, 1971). The invasion (term
which we pick up from Andrés Avellaneda in El habla de la ideología), in the
beginning ascribed to the liberalism “common cultural code” as a reaction to popular
expressions (the Indian raids, the gauchos’ militia, the peronists descamisados –
“shirtless ones”–), will be adopted and reinterpreted form other ideological viewpoints.
In this sense, we will analyze the cases of Pedro Orgambide (1929-2003), Enrique
Symns (1946) and Incardona. In such ways, the different significations and re-
significations of the invasion, topic par excellence within the Argentine literature at the
time of translating the civilization/barbarism conflict in the modern state constitution
and support, will allow us to reflect upon the political-cultural tensions existing between
Buenos Aires (the greatest oligarchic polis in the Argentine Republic) and “the deep
America”.

Keywords: Contemporary argentine narrative - Popular culture – Invasion


A Heraldo Eslava, que luchó.
Y a los que la siguen peleando.

“Por la negrada cansada y hambrienta “Es imposible para las palabras


que rodea la ciudad. describir lo que es necesario
Crece la indiada en nuevas tolderías para aquellos que no saben
de los nietos del Pincén. lo que el horror significa.
Bravos caciques palpitan en la sangre El horror. El horror tiene una cara...
del humilde marginal. y uno debe hacerse amigo del horror.
Amontonados en villas de emergencia El horror y el terror moral
resisten el manoseo imperial. son tus amigos.
Malón mestizo, hoy como ayer. Si no lo son, son enemigos
Malón mestizo, tu causa es ley.” a los que hay que temer.
“Malón mestizo” Son enemigos de verdad.”
(Malón, Espíritu combativo, 1995) (Coronel Walter E. Kurtz,
Apocalypse now, 1979)

El malón fue la táctica militar predilecta de los pueblos originarios pampeanos y


patagónicos. Durante buena parte del siglo XIX, decenas, cientos, miles de indígenas
atacaban repentinamente los poblados del huinca. Esta palabra no es inocente. Aunque
hoy continúe siendo empleada para designar de manera genérica al hombre blanco, aún
conserva la definición que la nación mapuche hacía de quienes acabarían apoderándose,
con el impulso dado por el Remington, de todas sus tierras. El huinca, en efecto, es el
“ladrón”, el “asaltante”, el “usurpador”. Por eso, el malón constituía para los mapuches
y sus líderes político-militares un acto de justicia, una restitución parcial del robo
primigenio perpetrado por el conquistador español y sus descendientes. Entre las
décadas de 1820 y 1860, estos ataques pusieron en jaque al espíritu expansionista y
hegemonizador de las élites ilustradas porteñas, constriñendo las fronteras de la polis
porteña a una estrecha franja de tierras que no avanzaban mucho más allá del puerto de
Buenos Aires. Sin orden formal visible, pero con una eficacia abrumadora, munido de
lanzas y boleadoras, el malón robaba ganado y mujeres por igual, retirándose de la
misma rauda manera con la que había ingresado al poblado. Esta invasión generaba un
profundo horror en el huinca. Era la barbarie en estado puro ingresando en el espacio
civilizado delineado por la racionalidad occidental. Esta racionalidad blanca y
modernizadora acabará imponiéndose durante las décadas de 1870 y 1880, cuando la
Campaña del Desierto comandada por el General Julio A. Roca derrote a sangre y fuego
a los indómitos indígenas. La justificación de este proceder, auténtico acto fundacional
del Estado Argentino, será concisa y efectiva: la amenaza de la invasión bárbara debía
ser borrada de manera definitiva. Esos sujetos abyectos debían desaparecer. Los
escribas liberales utilizarán entonces, de manera capciosa, el término “desierto” para
referirse al vasto territorio poblado por los aborígenes. Tal denominación resulta
proyectiva: se trata de un objetivo a alcanzar a través de una campaña “desertificadora”,
de un genocidio, de una “masacre estatal” (de acuerdo al léxico jurídico empleado por el
Juez Eugenio Zaffaroni1) que pretenderá borrar, en nombre de la “paz” y la
“administración”, todo elemento perturbador del orden impuesto por la hegemonía
blanca. No lo logrará, pues el horror seguirá latente y la amenaza invasora adoptará
diferentes morfologías durante las décadas siguientes.

1
Entrevistado para el documental Tierra adentro (Ulises de la Orden, 2011).
Antes de trasladarnos en la línea temporal, creemos conveniente detenernos en
un suceso histórico de enorme trascendencia no sólo histórica y política, sino también
simbólica. El 23 de febrero de 1820, Estanislao López y Francisco Ramírez, destacados
caudillos del Litoral, por entonces máximos representantes del federalismo, ingresaron a
la ciudad de Buenos Aires. Llegaban victoriosos de la Batalla de Cepeda, un combate
tan decisivo como fugaz en el que habían derrotado a las fuerzas del porteño General
Rondeau. Su victoria abrirá una nueva etapa histórica para la Argentina, pues la política
centralista del Directorio porteño deberá ceder ante la aparición en escena de una fuerza
política antagónica y genuina de las provincias del interior. Sin embargo, esa histórica
jornada dio lugar a una escena, a una acción concreta llevada a cabo por los caudillos y
sus tropas, cuya importancia simbólica y cultural resulta equiparable a la de su triunfo
militar: las tropas de López y Ramírez amarran sus fletes a las rejas que circundaban a
la Pirámide de Mayo, emblema de la “polis oligárquica” porteña.2 Esto resulta
inconcebible para los ilustrados habitantes de Buenos Aires: la barbarie provinciana
penetraba insolentemente a la ciudad culta y los raídos gauchos se mofaban de sus
monumentos. Anarquía. La resonada “anarquía del año ‘20”, según la tradición
historiográfica liberal. Esta “anarquía” estará dada ni más ni menos que en la aparición
de un sujeto bárbaro en el corazón mismo de la ciudad civilizada, sujeto que resulta ser
la encarnación de una vieja-nueva fuerza política que, sin reparar en protocolos,
desviará los cauces de la historia nacional. Este suceso, como cabe esperar, nos será
dado a conocer a través de una pluma ilustrada, la de Vicente Fidel López, quien legará
a la posteridad un vivo testimonio del horror que suscita en la oligarquía porteña esta
bárbara invasión:

“La convención de la paz del Pilar fué ratificada el día 24. Sarratea,
cortesano y lisonjero, no tuvo bastante energía ó previsión para estorbar
que los jefes montoneros viniesen á ofender, más de lo que ya estaba, el
orgullo local de la ciudad. El día 25 regresó á ella acompañado de Ramírez
y de López, cuyas numerosas escoltas, compuestas de indios sucios y mal
traídos, en términos de dar asco, ataron sus caballos en los postes y
cadenas de la Pirámide de Mayo, mientras los jefes se solazaban en el salón
del Ayuntamiento.” (LÓPEZ, 1912: 133-134) –El destacado es nuestro-

Desde luego, la virulencia presente en esta descripción, como será habitual en


todas las caracterizaciones y relatos elaborados por las plumas liberales sinceradas, dan
cuenta sobre todo de la composición subjetiva del autor, de sus odios y prejuicios. El
“asco” se establece así como fundamento del discurso que éste elabora para justificar la
propia violencia ejercida sobre esa otredad a la que califica como abyecta.

La historia se repite, aunque con sustanciales variantes. En las décadas


siguientes, la causa federal será traicionada por Urquiza; la política mitrista abonará la
tierra con sangre de gaucho (tal como lo pedía Sarmiento) y de negros descendientes de
los sobrevivientes de la Guerra de Independencia y de los enfrentamientos civiles entre
unitarios y federales; los indios serán perseguidos y exterminados por las “fuerzas del
orden” durante la “Campaña Desertificadora”. El modelo agroexportador diseñado por
el Imperio Británico y asumido como propio por la “oligarquía con olor a bosta” (como
acabaría llamándola el mismo Sarmiento) será el destino fijado para la Argentina, “el

2
Denominación adoptada del pensador uruguayo Alberto Methol Ferré (2000).
granero del mundo”. Los sujetos eyectados por la industrialización europea, la “chusma
ultramarina” según la denominación empleada por los dirigentes de la Generación del
‘80 y sus herederos, llegarán a estas tierras por cientos de miles y, mezclándose en
convivencia con los humildes locales, modificarán para siempre el entramado
sociocultural argentino. Años después, el estallido de las Guerras Mundiales y el crack
financiero de 1929 dejarán al descubierto los pies de barro del modelo agroexportador y
una incipiente industrialización empujará a las poblaciones argentinas a migrar hacia las
grandes ciudades, Buenos Aires la primera de ellas. Es una invasión lenta, imperceptible
para el entablishment político pero evidente para el Coronel Juan Domingo Perón, quien
experimentará un meteórico ascenso político durante los primeros años de la década de
1940 gracias a los vínculos desarrollados con estos nuevos sujetos históricos. Los
“descamisados” renovarán el horror liberal cuando el 17 de Octubre de 1945, invadan el
centro de la polis oligárquica para pedir por la liberación de su líder. Se trata, sin
embargo, de una invasión desconcertante, pues la algarabía de esos rostros curtidos y su
“aspecto de murga”3 no se condicen con la imagen del feroz aborigen ni la del
aguerrido montonero. Pero están ahí, cantando y lavando sus “patas” en la fuente de la
Plaza de Mayo 4, insolentes, como aquellos caudillos federales con la caballada atada a
la Pirámide de Mayo. Otra vez la otredad abyecta llegando al corazón de la civilización.
Otra vez, el horror.

Mucho se ha escrito y debatido sobre el significado, las causas y las derivaciones


de este acontecimiento histórico. Sus protagonistas eran los descendientes del malón
indio y de la montonera gaucha, y buena parte de los cronistas era, por su parte,
heredera de la pluma de Vicente Fidel López. Así, los “indios sucios y mal trajeados”
serán caracterizados con nuevos epítetos racistas y descalificadores como “cabecitas
negras”, “descamisados” o “aluvión zoológico” por los voceros del entablishment
político que, como bien señala José Pablo Feinmann, habían desarrollado su proyecto
político trasladando sus intereses particulares a los del país, espacio al cual percibían
como una casa propia que será “tomada” por esos que lavan sus “patas” en la fuente.5-6

3
En Peronismo y pensamiento nacional. 1955-1973, Pablo José Hernández recoge las inmediatas
reacciones desconcertadas, desdeñosas y descalificadoras despertadas en distintos partidos políticos y
representantes de los sectores sociales hasta entonces hegemónicos frente a esta manifestación popular.
Allí podemos leer, por ejemplo, estas líneas aparecidas el 24 de octubre en Orientación, órgano ligado al
Partido Comunista: “(…) también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo
de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron
la ciudad no representan ninguna clase de la sociedad argentina.” –El destacado es nuestro-
(HERNÁNDEZ, 1997: 21)
4
Paula Cortés Rocca, analizando la temprana producción cuentística de Julio Cortázar, desliza la
siguiente interpretación: “‘Las puertas del cielo’ ficcionaliza eso mismo que el lenguaje cristaliza en la
frase ‘las patas en la fuente’ y que sintetiza la movilización obrera y sindical del 17 de octubre de 1945.
La clave de la frase no es sólo la metáfora que animaliza los cuerpos (y les confiere ‘patas’ en lugar de
‘pies`) sino, sobre todo, la sinécdoque que condensa, en un fragmento del cuerpo, la multiplicidad de un
fenómeno político. No se trata tanto de pensar que cierta clase o cierto grupo racial sólo pueda tener
patas. Se trata de advertir que eso (las masas, la clase popular, y su movilización política, lo que no tiene
una palabra y las convoca a todas), sólo puede representarse como pura corporalidad.” (AA.VV., 2010-a:
186)
5
Esta teoría sobre “la metáfora de la casa tomada” se basa en el relato “Casa tomada” de Julio Cortázar,
publicado en 1946 y aparecido en su primer volumen de cuentos, Bestiario (1951).
6
Diego Capusotto y Pedro Saborido diseñaron el sustrato ideológico del cantante de música pop Micky
Vainilla, uno de los personajes más destacados del programa Peter Capusotto y sus videos (2006-2010), a
través de la sátira irónica (Booth) de este discurso identitario de las clases hegemónicas de la Argentina.
Los cómicos recurren, en efecto, a la identificación que estos sectores realizaron y aún realizan entre casa
y país o casa y ciudad para rearticularla en el terreno paródico. En la emisión del programa
Si los intelectuales de la Generación del Centenario, con Leopoldo Lugones a la cabeza,
establecieron un potente discurso nacionalista para contrarrestar la amenaza del invasor
europeo que amenazaba los intereses de las élites locales con sus foráneas ideologías
socialistas y libertarias, la apertura de la acción política hacia las masas trabajadoras
propulsada por el peronismo encontrará una réplica discursiva que actualizará,
fundamentalmente desde la literatura liberal de la época, “el significado iterativo de
invasión”. Andrés Avellaneda, en El habla de la ideología, realizó un pormenorizado
estudio en torno a la producción narrativa de cinco autores representativos de esta
“réplica literaria” desarrollada durante los años ’40 y ’50: Ezequiel Martínez Estrada,
Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Enrique Anderson Imbert y Julio Cortázar. En
el Prefacio de su obra, Avellaneda nos dice:

“Hacia mediados de la década del cuarenta los grupos proveedores de


cohesión social, cultural y política provenían en la Argentina
fundamentalmente de las clase media y alta. Estos grupos experimentaron
con la aparición del peronismo un fuerte desafío planteado por otros
sectores que pugnaban agresivamente por construirse un espacio político y
cultural propio. Tal situación, de hecho un recorte de la anterior
hegemonía, fue percibida por los grupos de la clase media y alta como una
acometida contra una zona poseída por derecho natural: el tema invasión
aparece recurrentemente en la obra de escritores procedentes de esos
grupos.” (AVELLANEDA, 1983: 9-10)

El objetivo fundamental de Avellaneda será, entonces, establecer relaciones entre


los textos literarios y otros discursos extraliterarios para reconocer la “respuesta
cultural” ideológica presente en todos ellos, el “código cultural común que hizo que
ciertos signos (…) se repitieran más allá de los sistemas de producción propios de
cada escritor por separado.” (Ídem: 39) Esta respuesta cultural, agregamos, puede

correspondiente al 22 de julio del año 2008, la parodización de este discurso se presenta en la


justificación que Vainilla hace del contenido racista y xenófobo de una de sus letras: “Mirá, es simple. Es
simplísimo. Lo quieren hacer más difícil ustedes pero es muy simple. Se trata de lo que pasa en la ciudad.
Para mí, Buenos Aires es mi casa, Argentina, el país, es mi hogar. ¿A vos te gustaría llegar a tu casa y ver
a alguien en el living comiendo chipá? ¿O vendiéndolo? Y te aclaro que yo comí chipá, que me parece
una comida bastante exótica, sobre todo si la acompañás con un buen Malbec. Ahora, te pregunto, que la
vendan en tu casa, ¿a vos te parece que está bien?” (Ver:
http://www.youtube.com/watch?v=3N_hHk7Oru0) Como vemos, la identificación ciudad = “mi casa” se
establece de manera directa y el efecto cómico se potencia en la incompatibilidad del vínculo que Vainilla
establece entre el chipá y el “buen Malbec”. Sin embargo, este vínculo es posible justamente por la
distancia que el discurso del cantante establece entre ambos, pues el chipá es un alimento “exótico”,
propio de la cultura de quienes invaden la ciudad-casa al venderlo en la calle-living, mientras que el
“buen Malbec” es un bien de consumo característico de la “gente bien”, de los dueños de la ciudad-casa
ensuciada por aquellos elementos foráneos con los que no hay que mezclarse ni convivir. Ahora bien, si
consideramos que el referente intertextual contemporáneo más claro de la parodia elaborada por
Capusotto y Saborido se encuentra en las declaraciones discriminatorias del mismo Jefe de Gobierno de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el recientemente reelecto Mauricio Macri, podremos dimensionar los
alcances que la metáfora de la casa tomada tiene en la política argentina contemporánea, pues el principal
elemento aglutinador para más de la mitad del electorado de esa polis pretendidamente blanca y europea,
dentro su deshilachada retórica conservadora/liberal, ha sido la permanente estigmatización de la otredad,
la criminalización los sujetos de tez oscura que invaden la ciudad en carácter de limpiavidrios, cartoneros,
delincuentes. Tal como apunta Matías Muraca desde la Universidad Nacional de General Sarmiento,
“Capusotto y Saborido logran desmantelar un aparato discursivo que no dejaba ver o, mejor todavía, no
nos dejaba hablar, poner en palabras, ciertos aspectos nodales de nuestra sociedad profundamente liberal
y dudosamente democrática” (AA.VV., 2010-b: 15). Al mismo tiempo, señala: “las analogías de la casa
terminan de cerrar los fascismos, racismos y xenofobias de los temas de Vainilla.” (Ídem: 17)
encontrar su cifra extratextual en la extraña enfermedad cutánea padecida por Martínez
Estrada durante los años 1945 y 1955. Durante esa década, el tono desconcertado de la
pregunta “¿qué es esto?”, título de su obra ensayística de 1956 destinada a explicar el
fenómeno peronista, actualizaba la reacción de Fidel López frente a los desarrapados
gauchos del litoral o el desprecio que los miembros de la oligarquía de principios del
siglo pasado como Miguel Cané sintieron ante la amenaza del invasor ultramarino. El
horror, una vez más.

El “código cultural común” del liberalismo continuará produciendo durante las


décadas siguientes obras literarias en las que aparecerá de manera iterativa la invasión
de las masas peronistas y el trastrocamiento del tablero sociopolítico que ésta conllevó.
Se presentarán con el tiempo, eso sí, matices y distanciamientos humorísticos como los
presentes en la novela Enciclopedia secreta de una familia argentina (1987) de Marco
Denevi, en la que el autor ironiza sobre una familia argentina tilinga y medio pelo
(según la terminología jauretcheana aplicada por Abadie al análisis de la obra), los
Argento, cuyas ínfulas aristocráticas se da de bruces con la presencia concreta de las
masas peronistas en su histórica manifestación del 17 de Octubre de 1945. Denevi
emplea todo el arsenal léxico liberal, pletórico de racismo, para describir la siguiente
escena:

“Entonces (los Argento) oyeron aquel lejano fragor como de río


desbordado o como de terremoto inminente. Se asomaron para ver.
Vieron que por Humberto Primo, desde Paseo Colón, desafiando las
leyes de la gravedad del agua, subía una correntada negra y
tumultuosa. Primero les pareció el oleaje de un barro en pleno hervor.
Enseguida entendieron que el oleaje era de gente. Más bien, un aluvión
de retazos de hombres y de mujeres, cabezas, troncos y miembros
sueltos y entreverados en una misma masa informe que avanzaba
flotando sobre la creciente de un río. Pero esos despojos náufragos
batían un sonsonete, un ritornelo de apenas dos sílabas repetidas como
un conjuro o como un llamado. Salmodiaban pe-rón pe-rón, y el
estribillo, así coreado con la terquedad obsesa de un exorcismo, los
Argento no sabían si era una amenaza o una invocación.” (DENEVI,
1987: 223) –Los destacados son nuestros-

Sin embargo, un discurso ideológico de signo opuesto irá abriéndose paso en el


tratamiento literario del tema, apropiándose de los “signos” liberales recurrentes en las
letras argentinas para elaborar otras lecturas sobre el tema invasión. Si, tal como
propone Eva Perón desde su artículo “Significación social del ‘descamisado’”, los
sectores populares tienen la facultad de recoger los improperios vertidos en su contra
para “(transformarlos) en bandera de justicia, de trabajo y de paz” (PERÓN, 1982:
28), es posible pensar en la concreción de una operación literaria equivalente en la cual
se invierta el código cultural liberal desde una episteme amparada en la “apertura del
campo gnoseológico” generada por la aparición de las masas peronistas en el devenir
social y político argentino.7 Tal es el caso presentado por “La murga”, cuento de Pedro

7
En esta dirección, Jorge Torres Roggero sentencia: “Chusmas o descamisados, venían a perforar desde
‘los adentros’ mismos de su entraña a la totalidad clausa (la razón estructurada), y resultaron un revulsivo
capaz de ampliar el campo gnoseológico, de multiplicar los sujetos creadores; y por lo tanto, capaz de
instaurar gestos y ritos reconciliadores con el trabajo: no como forma de explotación, sino como codo con
codo, como liberación y fiesta.” (TORRES ROGGERO, 2002: 22)
Orgambide aparecido en Historias con tangos y corridos (1976). Con un título que
refiere de manera clara al epíteto de la “izquierda liberal” (Osvaldo Lamborghini dixit)
aplicado a los manifestantes del histórico 17 de Octubre, la murga se confundirá con el
malón. En efecto, la murga-malón se compone de “indios” y está encabezada por El
Director o Jefe y La Madre, denominaciones a cléf de Juan Perón y Eva Duarte,
respectivamente. Durante una soporífera noche suspendida en el tiempo, rodeada de
una atmósfera tan festiva como bélica, la murga-malón irrumpirá en la ciudad. En su
trayecto desde la periferia hacia el centro, armados con “palos de escobas con asta de
lata”, los indios se enfrentarán y derrotarán a los “gringos” (portugueses y españoles) y
a la “comparsa de los ingleses”; entretanto, sumarán a sus filas a niños de las villas de
emergencia, a “conscriptos”, a “sirvientas” y a “provincianos”. El narrador describirá el
desaforado avance de la murga-malón y, a través de una rica alegoría en la cual los
indios se ven reflejados en los espejos distorsionantes de un parque de diversiones, dará
cuenta de la amenaza de un “mundo al revés” que ellos representan, “ebrios de
confianza” a razón de sus victorias y de su bárbara fe volcada sobre la figura de La
Madre. Las fuerzas policiales intercederán sobre el final del relato para reestablecer el
orden, para desvanecer el temor por “la propiedad privada” amenazada por “los excesos
de esa turba” que canta y avanza. Las ametralladoras y las bombas derribarán uno a uno
a los integrantes de la murga-malón, quienes bailarán hasta el final “con más fuerza que
nunca, con una energía multiplicada por la sangre y el pánico.” (ORGAMBIDE, 1976:
13) Veinte años después de la publicación de este cuento, en uno de los ensayos
presentes en Ser argentino (1996), el mismo Orgambide nos proveerá de algunas claves
de lectura. A través de su análisis sobre “Sábado de gloria”, relato de Ezequiel Martínez
Estrada publicado en 1956 (veinte años antes de “La murga”), Orgambide subrayará los
“prejuicios” transformados “en materia literaria” por la reacción antiperonista de
escritores como Borges, Bioy Casares y el propio Martínez Estrada. Prejuicios desde
los cuales atacaban principalmente a “los excesos de la fiesta colectiva”, a “la
exteriorización festiva de las multitudes peronistas” (ORGAMBIDE, 1996: 174),
fuentes de un arraigado horror para estos representantes de la Buenos Aires culta y
europeizada. En relación a “Sábado de gloria”, Orgambide registrará la atmósfera
pesadillesca omnipresente en la “réplica literaria” antiperonista, atmósfera generada en
el relato de Estrada a través de un “cuadro realista-fantástico” en el cual “se
entrecruzan (…) los niveles de realidad y los tiempos históricos (…) y se lleva a un
nivel literario los hechos de la crónica.” (Ídem: 178) Hasta aquí, el análisis de
Orgambide. Por nuestra parte, y a partir de él, postulamos que “La murga” funciona
como una reescritura de “Sábado de gloria”, como un espejo que lo refleja
invirtiéndolo, reinterpretando la genealogía del horror liberal trazada por Martínez
Estrada. En este sentido, el asumido “realismo heterodoxo”8 de Orgambide es deudor
de las operaciones de escritura llevadas a cabo por la intelligentzia literaria de los años
’40 y ’50. Sin embargo, la atmósfera onírica de “La murga” y su mezcla de tiempos
históricos, así como el cruce que presenta entre datos provenientes tanto de la crónica
como de la creación ficcional, no buscan reflejar la “pesadilla” encarnada en la
aparición del peronismo. Por el contrario, esos elementos están allí para representar la
“ilusoria beatitud” de otro mundo posible, la esperanza de forjar una realidad diferente
canalizada por los sectores populares a través del peronismo. Cuenta el narrador:

8
“Soy un escritor realista heterodoxo. Yo me doy cuenta que a veces empiezo a escribir como un buen
escritor realista de los años veinte, y después me voy por cualquier lado, se me pianta la fantasía.” (Ver:
http://www.pagina12.com.ar/diario/cultura/subnotas/7-6194-2003-01-20.html)
“Entró la murga en el salón de los espejos y los gordos se vieron flacos y
los pobres se despertaron ricos, y de esa confusión, de esa ilusoria beatitud,
el Jefe sacó una esperanza, proyectó su fe, la contagió a los suyos.”
(ORGAMBIDE, 1976: 12)

Por otra parte, el relato puede leerse desde la situación que atravesaba la lucha
armada peronista para 1976, ya sofocada casi por completo. En esta dirección,
acotamos de manera breve que, desde su exilio en México, Orgambide establece en “La
murga” una relación atemporal entre las luchas populares, al tiempo que señala la
brecha que separa la potencia de las “bombas” y “ametralladoras” (empleadas por el
terrorismo de Estado argentino) de una contrafuerza civil mucho más débil,
representada simbólicamente en el relato por los “palos de escoba con astas de lata”. La
única respuesta posible para Los Indios de la murga-malón será, finalmente, la de morir
juntos bailando. Así, el fracaso del sueño revolucionario y la derrota de la “ilusoria
beatitud” peronista encontrarán su superación histórica en un acto poético: oponer al
fuego exterminador una acción vital y solidaria. Así, la alegría, “campo semántico
preferido del pensamiento plebeyo y su única vía de penetración en el fruncido mundo
de los ‘reyes y grandes señores’” (TORRES ROGGERO, 2005: 16), rescatará al sueño
de las garras de la tragedia y lo proyectará hacia el futuro. “La murga” culmina,
entonces, con estas palabras del narrador: “Los Indios danzaban, con rápidas y
elásticas contorsiones, mientras el Jefe con su lanza –un palo de escoba con asta de
lata- señalaba, a lo lejos, el resplandor de la fiesta.” (Ídem: 13)

El tema invasión no se detendrá allí. Tópico por antonomasia de las letras


argentinas a la hora de traducir el conflicto civilización/barbarie en la conformación y
el sostenimiento del Estado moderno, sus ondas raíces habilitarán múltiples
ramificaciones durante las últimas décadas del siglo XX. Una de ellas encontrará su
fruto maduro en “1999: El asalto a Buenos Aires”, folletín publicado por Enrique
Symns en el diario Sur entre junio y agosto del año 1988. Se trata de un relato futurista
sobre el “asalto” masivo de Buenos Aires por una “marabunta humana”. Mezclando el
caos y la efectividad de un malón inconmensurable, el carácter positivo de esta fuerza
arrolladora estará dado justamente en su capacidad de destrucción de un orden social
injusto, unidimensional y excluyente (del “complot”, en términos de Symns). Este autor
es un personaje multifacético y revulsivo dentro del campo cultural argentino, un
auténtico outsider carente de visibilidad en el sistema literario post-Borges. Fundador
de la revista Cerdos & Peces y temprano monologuista de bandas de rock como Los
Redonditos de Ricota, Bersuit Vergarabat y Los Piojos, su vida y su obra se aúnan en la
representación del espíritu romántico, libertario y contracultural. Para Symns, “todo lo
que la pasión construye, el conocimiento lo destruye” (SYMNS, 2004: 175). En este
sentido, “1999…” es elaborado como la crónica del avance de la “pasión insensata” por
sobre la ciudad entendida como espacio de la racionalidad. Martin Heidegger supo
advertir “el peligro” que conlleva la universalización del modo de “abrir el mundo” que
propone la técnica y la urgente necesidad de consagrarse a otro desocultar más
originario; un peligro que, dadas las actuales condiciones de desarrollo tecnológico y la
hegemonía cultural de la razón instrumental del tecnocapitalismo, abarca a la
humanidad entera. En sintonía con esta crítica de los basamentos mismos de la
civilización occidental y sus efectos devastadores, Symns buscará socavar el discurso
hegemónico y la “normalización” u “homogeneización” de las conciencias que éste
genera, tanto a través del trabajo periodístico (entendido como “antropología de la vida
cotidiana”), como por medio de su producción literaria (basada en una potente y
constante autorreferencialidad). Parafraseando a Rodolfo Kusch, “1999…” relata la
lucha entre el “mito de la pulcritud” y el “hedor de América” que invade la polis. Este
hedor invasor será la modalidad más radical de ese modo de desocultar más originario
por el que bregaba Heidegger. Por su parte, refiriéndose al desarrollo histórico que
conlleva la aparición de la polis, Kush escribía en América profunda (1962):

“Lo importante y lo más evidente de la ciudad eran las murallas. Ellas


separaban a la especie humana de todo un pasado de miedos y espantos
originales. En cierto modo separaba a la ciudad de la anti-ciudad. En la
ciudad se refugiaba la humanidad cabal, vigente y racional. En la anti-
ciudad, en cambio, estaban los miedos originales encarnados en el rayo, el
relámpago, el trueno y, detrás, la ira de Dios.” (KUSCH, 2007: 130)

En “1999…”, un multitudinario potpurrí lumpen y desclasado será la encarnación


de ese espanto original, una fuerza de la naturaleza que derribará las murallas invisibles
que separan a la polis pulcra de la América hedionda. Las metáforas empleadas por
Symns reforzarán este carácter, pues se trata de un “volcán” que erupciona, de una
“marabunta” humana. Si las clases hegemónicas han quitado a lo largo de nuestra
historia, de manera sistemática, todo estatuto humano a los sujetos que integran la masa,
Symns se apropiará de esta conferida condición animal para reivindicarla. La
“marabunta”, en el reino animal, es el resultado del acoplamiento de un sinnúmero de
hormigas guerreras que arrasan todo a su paso. De manera análoga, en “1999…” una
“marabunta humana”, “entre borracheras y discusiones absurdas” y en un “carnaval”
“no desprovisto de violencia”, penetrará en el corazón mismo de la polis oligárquica sin
otro plan que “salir a matar y a romper el mundo para no regresar nunca a sus
miserias” (SYMNS, 2008: 104). Esta “marabunta” dejará acéfalo de gobierno a un país
por primera vez en la historia de la humanidad9 y sus líderes de origen lumpen (un
traficante de drogas, un matarife italiano y un terrorista libanés) acabarán dando la
bienvenida al nuevo siglo desde los balcones de la Casa Rosada. “¡Aquí estamos!”, grita
uno de ellos al tiempo que estrella una botella vacía contra el asfalto. La ausencia de
futuro los encuentra allí, celebrando, atiborrados de presente. Entretanto, “las tropas
argentinas, alentadas por el avance de las fuerzas imperiales”10, se reagrupan y preparan
“un feroz contraataque sobre la ciudad”. El final es abierto. Con toda probabilidad, la
“marabunta” será arrasada por una potencia bélica tecnológicamente superior. Sin
embargo, con su paso ha demostrado que otra forma de vida es posible. Recurriendo a la
figura del intelectual extranjero que explica nuestros singulares fenómenos sociales, el
autor pondrá en boca de un tal Roger Philips el siguiente pasaje:

9
Sorprende el carácter anticipatorio de esta obra de Symns, pues lo que allí se narra como sucesos
acontecidos en diciembre de 1999 pueden ser reconocidos fácilmente como un vaticinio de lo que
efectivamente ocurrirá en nuestro país exactamente dos años después, cuando la acción de una
“marabunta humana” generará la antológica huida en helicóptero de la Casa Rosada del entonces
Presidente, Fernando de la Rua.
10
Este folletín pone de relieve el papel geopolítico de los EE.UU., “cerebro del imperio, cuya convicción
más inconsciente y misteriosa impulsaba al hombre más allá de los límites de la gravedad terrestre”
(SYMNS: 2008, 86). Asimismo, su carácter futurista introduce algunos elementos característicos de la
ciencia ficción en la aparición de Osiris I y Osiris II, dos supercomputadoras a las que sus creadores
norteamericanos llaman “Cerebros Planetarios”. Estos dioses tecnológicos, máximos exponentes de la
razón instrumental del tecnocapitalismo occidental, no podrán predecir, sin embargo, los movimientos de
la “marabunta” y sus desmanes mayúsculos. El exterminio será entonces la alternativa final para las
“fuerzas del imperialismo”.
“El principal enemigo de las instituciones democráticas no fue el grupo
rebelde. Fue la solidaridad. Cuando se formaron las primeras cooperativas
de consumo y de trabajo, cuando las radios clandestinas comenzaron a
conectarse entre sí y la prensa subterránea funcionó como un correo social,
cuando por las noches las puertas de las casas quedaron abiertas, el
sistema comenzó a derrumbarse.” (Ídem: 89)

Solidaridad. He aquí un elemento constitutivo de la cultura popular que establece


su principio vital fundamental: derribar las barreras visibles e invisibles entre los
hombres para consagrarse a una empresa común. Aunque la literatura de Symns se
encuentre lejos de establecer una relación empática con el peronismo, este elemento
marca una profunda familiaridad entre “La murga”, “1999…” y el próximo caso que
analizaremos, pues sólo desde una perspectiva solidaria es posible hablar de un
“nosotros”, de un sujeto colectivo que permita al individuo trascender en la comunidad.

El siglo XXI en la Argentina trae consigo un claro resurgir de la categoría


“pueblo”. Tal categoría, de innegable protagonismo dentro del discurso político del
propio Perón11 y sustituida por la de “ciudadanos” y “consumidores” en la retórica
neoliberal propia de la década en la que Carlos Saúl Menem presidió la Argentina, se
actualiza y resignifica durante el transcurso de los últimos años a través de las políticas
desarrolladas por Néstor Kirchner y Cristina Fernández. En sintonía con este fenómeno,
surge la propuesta literaria de Juan Diego Incardona. La obra de este escritor, nacido en
Villa Celina en 1971, se destaca dentro del vasto panorama de la Nueva Narrativa
Argentina por su tratamiento de la cultura popular del Conurbano Bonaerense y la
reivindicación de aquello que Eva Perón llamó “valores espirituales” del peronismo.
Dentro del imaginario colectivo propio de los sectores populares en donde se
desarrollan las historias de Incardona, estos “valores espirituales” se traducen en
diferentes prácticas colectivas solidarias, en la vigencia de las instituciones barriales (la
esquina, la parroquia, la unidad básica, etc.) y en la reivindicación de la mística
justicialista fuertemente desarrollada durante las primeras presidencias de Juan
Domingo Perón (1945-1955). Así, a diferencia de otras subrepresentaciones del
conurbano bonaerense como la realizada por Mariana Enriquez en Cómo desaparecer
completamente (2004) (en la cual el barrio es una “isla de la que se desea escapar” o
“un pantano sin instituciones” -VANOLI, VECINO, 2010: 266-), o el territorio
degradado socialmente y signado por la desigualdad presente en la novela Entre
hombres (2001) de Germán Maggiori, la Villa Celina de Incardona es, en los términos
específicos del léxico justicialista, una comunidad organizada. En las obras de
Incardona, en efecto, la plena realización de los individuos se encuentra, tal como
propugnaba Juan Domingo Perón en La comunidad organizada (1949), en el bienestar
general. Los ejemplos son numerosos e incluyen varios relatos presentes en los libros
Villa Celina (2008) (“Los reyes magos peronistas”, “El hijo de la maestra”, “El ataque
a Villa Celina”, “El canon de Pachelbel o La chinela de Don Juan”) y Rock barrial
(2010) (“Rock barrial”, “La mejor banda de los barrios”, “Viva Perón”). Este principio
de acción colectiva y solidaria resultará, además, el motor que impulsa a los héroes de
El campito (2009) -su obra más difundida-, unificando sus fuerzas en la encarnizada
lucha entre el “pueblo peronista” y “la oligarquía”. En esta novela/epopeya, así como

11
Desde la primigenia homologación del “pueblo” con el conjunto de los trabajadores argentinos hasta el
testamento político mediante el cual Perón declarará al “pueblo” como su “único heredero”. (Ver al
respecto: SIGAL, Silvia; VERÓN, Eliseo. 2003. Perón o muerte. Los fundamentos discursivos del
fenómeno peronista. Eudeba, Bs. As.)
en la nouvelle “Tomacorriente” (segunda parte de Rock barrial), el tema invasión será
retomado por Incardona desde nuevas perspectivas. 12 En el caso de El campito se
subraya una inversión del sentido, pues la acción invasora no surge de los habitantes de
los Barrios Bustos. Por el contrario, éstos deberán organizar la resistencia como una
reacción necesaria para la subsistencia frente al hostigamiento llevado a cabo por las
fuerzas de la oligarquía. De esta manera, Incardona trastoca la direccionalidad de la
violencia, determinándola como constitutiva del ego conqueror cortesiano que habita
en las clases hegemónicas. Ese “cerebro del imperio cuya convicción más inconsciente
y misteriosa”, tal como señalaba Symns, impulsa “al hombre más allá de los límites de
la gravedad terrestre”, está representado en la novela de Incardona por los satélites
“alquilados por las señoras de Barrio Norte a la NASA” (INCARDONA, 2009: 28).
Estos productos tecnológicos, tal como le dice Carlitos el Ciruja a Juan Diego, surgen
del miedo y destruyen la armonía entre el hombre y el Universo:

“Yo paso todo el tiempo en el campito. Para ubicarme, siempre miré las
estrellas. Jamás necesité otra cosa. No hay como el cielo para que el
hombre sepa en qué lugar de la tierra tiene los pies. Pero ahora este método
ya no sirve más, porque las constelaciones se están desfigurando, por
cuestiones políticas. (…) Lo que pasa es que en los últimos tiempos el cielo
se llenó de satélites. Los usan para espiar los barrios secretos que mandó a
construir Evita en La Matanza. Deben tener miedo.” (Ídem: 27-28) 13

Debemos agregar, de acuerdo a nuestra lectura de El campito, que el autor traduce


ese impulso expansionista de la oligarquía en la voluntad de eliminar toda otredad
antropológica disidente con el objetivo último de conquistar para sí no sólo la totalidad
del espacio sino, por sobre todo, la asunción de un unívoco estatuto humano.14 En El
campito, el “pueblo bravo y patriota”, fanático como Evita lo quería15, acabará
atravesando a sangre y fuego la frontera entre la Capital y el Conurbano, convertido,
12
Sobre este punto, cabe destacar la singularidad de Incardona dentro del panorama literario actual, pues
su reinterpretación del tema se diferencia de otras realizadas en obras contemporáneas. Viviana Plotnik, al
analizar las novelas La vida por Perón (Daniel Guebel, 2004) y La aventura de los bustos de Eva (Carlos
Gamerro, 2004), anota en ellas la inversión de los roles invasor/invadido que proponían los relatos “Casa
tomada” de Julio Cortázar y “Cabecita negra” de Germán Rozenmacher, pues ahora son jóvenes
integrantes de la clase media quienes, en su afán de proletarizarse y hacer la revolución, invaden casas de
obreros y fábricas. Como veremos a continuación, la lectura de Incardona será sustancialmente diferente.
13
En consonancia con este pasaje, Rodolfo Kusch sostenía que la técnica, como ingrávido dominio de las
superficies, “(…) siempre se aplica a algo que se deja aplicar, en un universo blando, ya conquistado, que
no coincide totalmente con todo el cosmos. Por eso en el planteo técnico no aparece nada nuevo. Se
reitera, se redunda. Quizá por eso la técnica es preferida. Quizás conviene tener una técnica para no
encontrarse con lo inesperado. ¿Es que detrás de la técnica hay miedo?” (KUSCH, 2007: 11) Por otra
parte, afirmaba: “(…) el pueblo no es un sujeto que se circunda técnicamente, sino una potencia que se
manifiesta súbitamente para dar todo de sí mismo.” (Ídem: 247)
14
Arturo Andrés Roigh, filósofo mendocino, decía en relación a esto: “(…) el ego cogito cartesiano
nunca tuvo una sola cara, en cuanto que la posesión de la ciencia no le era ajena, en absoluto, a la
posesión de la naturaleza y, con ella, esos seres a los que el colonialismo europeo bautizó con el nombre
de ‘naturales’. Las Cartas de la Conquista de México (1519-1526), de Hernán Cortés constituyen, por eso
mismo, algo así como la versión fáctica del Discurso del Método y el modo como, desde la tragedia, nos
abrimos a la modernidad. El ego cogito cartesiano tuvo siempre a su lado, para nosotros en particular, el
ego conqueror cortesiano. Cartesianismo y cortesianismo se nos dieron a la par y hasta podríamos decir
que el primero nos llegó con la cara del segundo”. (Ver: http://arje.hotusa.org/flatino19.htm)
15
“El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza
de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que
suene a corazón. Por eso los venceremos.” (Eva Perón, “Mi mensaje”, en:
http://www.elortiba.org/mimen.html)
dentro de la poética incardoniana, en metonimia de toda la Latinoamérica mestiza. El
malón constituido por una multiforme conjunción de sujetos levantados en armas,
avanzará hacia el otro lado de la Avenida General Paz, dimensión visible de la frontera
socio-política invisible, y terminará imponiéndose a las fuerzas de la oligarquía. El
carácter localista de la obra se abre entonces en una proyección infinita: el “ejército
peronista” será otra forma del malón y de la montonera; su lucha representará las luchas
de todos los que resistieron y aún resisten los embates de la oligarquía. 16
En “Tomacorriente”, extenso relato tripartito incluido en Rock barrial, Incardona
retoma el tema invasión para elaborar una alegoría en torno a los históricos sucesos del
19 y 20 diciembre del año 2001. Aunando vanguardia estética y política (consabidas
tradiciones de larga data en las letras argentinas), el autor experimenta con el lenguaje
al tiempo que delinea una vertiginosa crónica sobre el avance de una “guerrilla de
guachos” del Conurbano Bonaerense sobre la Capital. Un malón adolescente
compuesto por rolingas, hijos bastardos del desmembramiento neoliberal del Estado,
hijos huérfanos de padres obreros suicidados en masa, saquean y destruyen propiedades
en un torbellino humano en el que la muerte se da la mano con una exuberante
vitalidad:

“El comportamiento de los guachos es imprevisible. Su adolescencia es la


entropía del organismo social. (…) Los vecinos se asoman a las ventanas.
La manifestación los pone nerviosos. Gritos, caras extrañas, ropa
extravagante, armas caseras. (…) Es la hora de la venganza. (…) Es la hora
adolescente. Hombres pájaros vuelan sobre el humo de las gomas
quemadas. Hombres perros despellejan la piel de los negocios asaltados.
Hombres peces nadan por la zanja podrida donde escupen chorros, oscuros
de mugre y de sangre, los agujeros de los cordones que desaguan las
casas.” (INCARDONA, 2010: 138-139-140)

“Tomacorriente” se encuentra, así, tan cercano de “1999…” como de El campito.


Al igual que el relato de Symns, es la crónica de un espontáneo y brutal enfrentamiento
entre las fuerzas estatales de un sistema excluyente y aniquilador contra los sujetos
abyectos que procuran cobrar venganza por tanta humillación. Aquí tampoco hay un
plan por parte de los invasores. Lo que sí se presenta es un grito desahuciado que dice
“basta”. Como en “1999…”, el malón sucumbirá, pero los cadáveres, sobre el final de

16
La apertura de esta dimensión le permite a Incardona fusionar en la lucha a diferentes grupos y
corrientes originados dentro del Movimiento Peronista a lo largo de su historia: la Resistencia obrera de la
segunda mitad de la década del ’50, los militares leales a Perón, la Rama Femenina, la izquierda nacional,
la Juventud Peronista de los años ’70, etc. El autor da lugar, a través de los recursos brindados por el
discurso literario, a una superación de las divisiones coyunturales entre estos grupos en pos de la
realización de una empresa común. Podría decirse, en este sentido, que el legado marechaliano se
presenta en Incardona de manera especial, a través de la unificación de las batallas “terrestre” y “celeste”,
pues los personajes de El campito, a diferencia de Megafón y sus “formaciones especiales”, no buscan
una trascendencia metafísica; por el contrario, la trascendencia se produce en la novela de Incardona de
acuerdo a la relación que establecen unos cuerpos con otros dentro de ese presente de lucha que los
convoca para la defensa de su propio espacio geocultural. Dice Carlitos el Ciruja, metanarrador de la
historia de El campito: “Si las clases altas o medias –decían los enanos- se metieran en este barro
infectado, no sobrevivirían más de media hora, una hora a lo sumo –especulaban-. Era difícil imaginar
enemigos deseando conquistar un lugar así. Sólo nosotros, que estábamos hechos de su barro, de su agua,
de su mugre, podíamos amar esa tierra. (…) Todo era posible en el futuro. Ahora, había que pelear por
esa idea y resistir los embates de las clases dominantes, luchar por el Mercado Central y sus periferias, ya
fueran fértiles, ya desérticas, y no regalarles nada, ni siquiera la suciedad, ni siquiera el agua podrida, ni
siquiera la mierda.” (INCARDONA, 2009: 153)
la obra de Incardona, abonarán la tierra, transformándose en semillas y proyectándose,
de manera análoga al final de “La murga” 17, hacia el futuro. Por otro lado, al igual que
en El campito, existirá una permanente remisión al universo obrero y a la cultura
popular barrial. Por una parte, esta remisión se evidencia en la procedencia de clase de
los adolescentes sedientos de venganza, hijos de obreros y “nietos del Pincén”, cacique
aborigen cuya figura fue adoptada por el grupo Malón (en la letra que tomamos como
epígrafe para este ensayo) con el objeto de ligar la lucha de los “humildes marginales”
del Conurbano con la de los pueblos originarios.18 Asimismo, el universo obrero y la
cultura popular de los sectores barriales se presentará a través de la consagración del
“rock chabón” como manifestación sociocultural pasible de reivindicación dentro del
campo literario contemporáneo. En este sentido, Incardona declaraba en una entrevista:

“El rock barrial es el paria del rock argentino. Los músicos del rock
argentino desprecian al rock barrial. No ven nada bueno: las letras son
todas malas, la música es cuadrada, todo es berreta. Pero quizá por haber
vivido en esos barrios del conurbano, en el momento en que se gestó esa
movida, se me ocurrió armar un libro donde pudiera cruzar el mundo del
rolinga con el mundo obrero. El rolinga como el hijo del desocupado de los
’90, que sale de la escuela industrial y le cuesta conseguir trabajo. En un
momento en que se cerraron las instituciones y se marginalizó mucho el
conurbano, la esquina se transformó en el lugar de pertenencia donde se
gestaron las bandas. Evidentemente, el rock barrial es mucho más que las
canciones.”19

Relacionando las palabras de Incardona con la teoría kuscheana,


“Tomacorriente”, al igual que toda la obra del escritor de Villa Celina, presenta a la
cultura popular como “mucho más” que sus manifestaciones exteriores, es decir, una
cultura que se concibe no como acervo sino como actitud vital surgida desde el
domicilio existencial de una comunidad. En “Tomacorriente”, esto se expresa a través
del sangriento enfrentamiento entre los jóvenes del Conurbano y los snobs, asiduos
concurrentes de la galerías de arte que el “malón mestizo” arrasará en su invasión a la
Capital. De un lado, los ciudadanos. Del otro, los conurbanos, sujetos abyectos
sedientos de venganza. La manera horrorosa en la que Incardona describe las masacres
no sólo representa formalmente al perenne sentimiento de horror de las clases
hegemónicas frente a “lo otro” (así, cosificado) sino también a las horrorosas
consecuencias desprendidas de un sistema establecido sobre los pilares del egoísmo, el
privilegio sectario y la exclusión social.

17
Y de Megafón (1970), antecedente ineludible de “Tomacorriente” y El campito.
18
Respecto al trazado de genealogías, cabe la siguiente observación: la tradición peronista señala a Felipe
Vallese, obrero metalúrgico y dirigente de la JP desaparecido en 1962, como el primero de la historia
argentina; por su parte, los historiadores del anarquismo expropiador rioplatense establecen como
primeros a Miguel Arcángel Roscigna, Andrés Vázquez Paredes y Fernando Malvicini, desaparecidos en
1937; los representantes de la nación mapuche, por otra parte, declaran como primero a Vicente Catrinao
Pincén, bravo cacique capturado por el General Conrado Villegas y enviado a reclusión a la Isla Martín
García en 1878, de quien nada más se supo. Consideramos, en relación a estos casos, que las divergencias
en el plano de la literalidad cronológica se superan si logramos distinguir el hilo conductor que los
atraviesa. Ninguno de ellos ha sido estrictamente “el primer desaparecido”. Pero esto poco importa, pues
todos ponen nombre a las incontables y anónimas víctimas de la invariable reacción aniquiladora propia
de las clases hegemónicas durante el desarrollo de nuestra historia. Todos son, de alguna manera, el rostro
mismo del horror para aquellos que temen perder sus privilegios y sus posiciones de dominación. Por eso
han querido ser borrados, “desaparecidos”.
19
Ver: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-20395-2011-01-04.html
Desde el malón indio del siglo XIX hasta la “guerrilla de guachos” del Conurbano
partícipes de las revueltas del 2001: diferentes morfologías adoptadas por los invasores
para contrarrestar la violencia original ejercida sobre sus comunidades por las clases
hegemónicas refugiadas en la polis oligárquica. Sujetos abyectos que se niegan a
desaparecer, que miran a los ojos de los horrorizados ciudadanos para decir “aquí
estamos”.
La literatura argentina ha dado cuenta de ellos, ya sea desde el horror o desde la
empatía. Ya sea en una u otra modalidad, esto señala un hecho evidente: los “hombres
de letras” argentinos no pueden ni podrán ser indiferentes a las manifestaciones vivas
de quienes están decididos a encauzar con sus propias manos el barco de su destino en
común. En determinadas coyunturas históricas, esta fuerza se traducirá en proyecto de
recomposición de una perdida justicia primordial. En otras, será un torbellino
devastador. Si esta segunda opción acabara por imponerse, volver a empezar sería la
única posibilidad de futuro. Y los pueblos bien saben de eso.

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