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Barrabás o Jesucristo

Pbro. Dr. Enrique Cases

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De este Barrabás poco se sabe. Era un preso famoso que en una sedición había
cometido un homicidio, condenado por un motín y por un homicidio. ¿Era un
bandido, un malvado, un terrorista o un nacionalista extremo?. Poco importa,
pero lo cierto es que se trata de un hombre para el cual cualquier medio vale con
tal de conseguir sus fines, el contraste con Jesús inocente es más que notable.
Barrabás va a ser comparado con Cristo, el pueblo podrá elegir al que juzgue
mejor de los dos. Aquel hombre, sin proponérselo, se convierte en símbolo de lo
que había dicho Jesús: el que no está conmigo, está contra mí.

Pilato ofreció una alternativa al pueblo: liberar a Jesús o liberar a Barrabás. ¿Por
qué no los dos si realmente quiere salvar al inocente cercado por los envidiosos?.
El pueblo eligió a Barrabás en un acto que al principio parecía misericordioso, el
mal se revestía de bien una vez más, pero acabó pidiendo la muerte del inocente
Jesús; y la pidieron a gritos, para acallar mejor la voz de la conciencia.

Los hechos ocurrieron así: Pilato en vez de salir en defensa abierta del inocente,
como era su deber y se lo dictaba la conciencia, no quiere enfrentarse con los
sanedritas. Pretende una jugada política ingeniosa: que sea el pueblo quien libere
a Jesús. Es muy posible que sus medios de información fuesen buenos y le
constase que Jesús era bien visto entre la gente del pueblo. Pero Pilato era mal
psicólogo, desconocía el corazón humano, ignoraba la hondura de la envidia de
los enemigos del Señor, y desconocía también la debilidad del pueblo que, a pesar
de sus palabras y de sus milagros, no se ha atrevido a creer decididamente a
Jesús. Y los hechos sorprendieron al débil ignorante.

Así lo narran los Evangelios: En el día de la fiesta acostumbraba a soltarles uno


de los presos, el que pedían. Había uno llamado Barrabás, apresado con otros
sediciosos, que en una revuelta había cometido un homicidio. Mateo añade que
era un preso famoso, y Juan dice que era ladrón.

Pilato debió pensar que la liberación de Jesús era segura, pues era patente la
envidia de los acusadores, así como los delitos de Barrabás. El contraste entre
Jesús bueno y muy querido por el pueblo con el delincuente Barrabás era muy
grande. Lo lógico era que pidiesen la liberación de Jesús, Pilato pensaría que así
conseguía quedar bien con todos sin comprometerse demasiado.

Todo cuadraba. Pero le faltaba un dato no pequeño, aquella no era una cuestión
ordinaria sino de fe. Decidirse por Jesús significaba aceptar su mesianidad. Elegir
a Barrabás no significaba nada y se volvía a dejar a Jesús en manos del odiado
romano para que él decida condenarle o no. La perplejidad debió recorrer al
pueblo por el inesperado giro que tomaban los acontecimientos. Tenían que
elegir. Pilato había planteado la cuestión llamando a Jesús rey de los judíos y
también el llamado el Cristo. La cuestión era clara no cabían medias tintas.

La multitud se debate en la perplejidad. ¿A quién elegimos? ¿qué dices tú, y tú?,


¿qué dicen los sacerdotes?, ¿y Anás? ¿y Caifás?. Los sacerdotes y los príncipes de
los ancianos toman partido claro contra Jesús, sus seguidores agitarían al pueblo.
Pilato se retira y les deja tiempo para pensar; es entonces cuando su mujer le
comunica que ha tenido un sueño intentando que dejase libre a ese justo. Pilato
se inquieta. La muchedumbre se debate de un modo cada vez más apasionado.

Pero centrémonos en Barrabás. Algunos códices de los Evangelios recogen su


nombre completo que sorprendentemente es Jesús Barrabás. La palabra
Barrabás tiene dos posibles significados, una es "hijo del padre", otra es "hijo de
nuestro maestro", curiosa coincidencia, como si la opción entre uno y otro fuese
el signo de elegir entre el Padre Dios o el padre de la mentira. Por un lado está
Jesús el Hijo de Dios vivo, el Mesías, el Rey que viene a traer la salvación del
mundo; y por otro Jesús Barrabás simbolizando lo opuesto a Dios. Con criterio
sobrenatural se podía solucionar muy correctamente la cuestión. Por justicia se
concede la libertad al inocente, y por misericordia se indulta al culpable. Plantear
la elección como si fuesen iguales es una injusticia, pues es como elegir entre un
inocente y un culpable o más radicalmente elegir entre Dios o el hombre. Lo
correcto es elegir a Dios y al hombre. Pero la debilidad de Pilatos y la
incredulidad de los judíos llevaron a una alternativa llena de riesgos y de
trampas.

¿Qué pensó Barrabás en ese momento? No es difícil imaginar cuanto deseaba ser
indultado. Confiaría en sus amigos, los cuales se levantaron con él en la sedición
contra los romanos. No pensaría mucho en la inocencia de Jesús, sino en ese
indulto que dependía del capricho de las masas o de la habilidad de sus amigos.
Pero pensaría también en sus muchos enemigos, en aquellos que habían sido
víctimas de sus robos. Por otra parte miraría a Jesucristo, bien sabía que sólo
hacía cosas buenas, conocería sus milagros, quizá pensase que entraba dentro de
lo posible que hiciese un prodigio y todas sus esperanzas se desvaneciesen. Este
que se llamaba el Cristo tenía muchos amigos, pero éstos no habían aparecido.
Miraría con ardor al la multitud que se congregaba cada vez en mayor número
ante el pretorio, y se sorprendería del silencio del llamado Cristo.

Los minutos pasaban, la muchedumbre se va decantando poco a poco hacia


Barrabás. Hasta que Pilato vuelve al sitial de justicia y pregunta ¿A quién queréis
que os suelte?; parece convencido de que su juego político le hará salir bien de
aquel embrollo, pero escucha con asombro que ellos dijeron: A Barrabás. La
primera elección está hecha; piden la libertad de un preso, pero en realidad están
pidiendo la ejecución de un inocente. Pilato queda desconcertado, no puede creer
lo que oye: piden la libertad de un criminal en lugar de un inocente, el mismo que
siempre les hizo tanto bien, y entonces lanza la inútil segunda pregunta,
manifiestación de su debilidad: ¿Qué haré entonces con Jesús,el llamado Cristo?.
Lo que tenía que hacer estaba claro: dejar a Cristo libre, pero una cuestión mal
planteada no tiene fácil arreglo. Y la muchedumbre grita con furor, pues no
quiere reconocer a Cristo como el Mesías e intuye la debilidad de carácter de
Pilato gritan para doblegarle pues no quieren que salgan a la luz las verdaderas
razones: Crucifícale, crucifícale.

Pilato no saldría de su asombro. Más lógico sería la petición de dar libertad a los
dos, o que siguiese el juicio, o que le arreste, o cualquier otra pena; pero pedir la
muerte más ignominiosa es demasiado, no puede creerlo. Como si la lógica fuese
muy frecuente en los humanos cuando se da una cuestión importante. Por eso
por tercera vez les dijo: "Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él
ninguna causa de muerte; así que le pondré en libertad después de castigarlo".
Pero ellos insistían, pidiendo a grandes voces que fuese crucificado y sus voces se
imponían. Lo que empezó con un indulto sagaz, sigue con gritos de muerte y
continúa con grandes voces que intentan acallar con rabia la voz de la conciencia.

Pilato descubrió tarde que había cedido demasiado, había transigido contra la
justicia, y ahora se encontraba con una masa enfurecida incapaz de entrar en
razón. Empezó con la debilidad de jugar con la política y con los cálculos
humanos y acabó con un pecado grave. Todavía podía recurrir a la fuerza y actuar
según la justicia, pero no lo hace: ha tenido demasiadas debilidades. La multitud
lo mismo: empezó con duda y perplejidad, cedió un poco a los agitadores y una
vez hecha la primera cesión siguió la locura de pedir la crucifixión para el
Maestro bueno. Estos son los hechos.

"No dramaticemos interesadamente algo muy sencillo y cotidiano, que no es más


teatral que la vida misma: debidamente interrogados por el que manda, que se
declara neutral y se lava las manos, con plena libertad de elegir -vosotros lo
habéis querido-, se dice sí al malhechor y se condena al Justo. No hay que darle
más vueltas, lo importante no es Barrabás, sino los que gritan su nombre"

Jesús experimenta el desprecio de los suyos. Se desprecia a quien no se ama. Si


antes hubo amor se puede llegar a odiar con una fuerza extraña. Jesús siente ese
odio que antes fue amor en muchos y un dolor agudo entra en su alma. Jesús se
ve despreciado por unos hombres a los que ama uno a uno, y también ve el
abismo al que se arrojan aquellos que le rechazan.

Pero no miremos estos hechos como lejanos en la historia, como si no nos


afectasen a nosotros. El pecado de todos y cada uno de los hombres es el que
crucifica a Cristo. Aunque nos pese -y pido a Dios que nos aumente el dolor-, tú y
yo no somos ajenos a la muerte de Cristo, porque los pecados de los hombres
fueron los martillazos, que le cosieron con clavos al madero . El pecado mortal es
la causa de la condena y Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la gravedad
del pecado: ofender a Dios, matarlo, crucificarle.

El pecado más radical es el enfrentamiento cara a cara frente a Dios. Así fue el
pecado de Satanás. Así es el pecado contra el Espíritu Santo. Entre los hombres
es difícil encontrar un grado de malicia tan consciente, orgulloso, rebelde y
radical. Lo más habitual es que el pecado se presente revestido de apariencias de
bien. Esas apariencias engañan y llevan a la elección libre contra la Voluntad de
Dios.

No se llega a un pecado mortal de repente, suele ir precedido de pecados veniales,


de cesiones y omisiones. Una elección lleva a otra. Muchas elecciones seguidas
crean una costumbre. La costumbre empuja a elegir según la inclinación que se
ha creado en el alma. Esto es lo que ocurrió en la elección de Barrabás. Elegían la
libertad de un desgraciado delincuente, pero detrás estaba la alternativa de
rechazar la libertad de un inocente: el pecado se reviste de algo que se presenta
como menos malo.
Ahí está la gravedad del pecado venial: inicia un proceso difícil de controlar. Un
pecado venial es una ofensa leve contra Dios. Puede ser por la materia, por
inadvertencia o por un consentimiento menos libre. Pero todo pecado venial es
una elección contra Dios; éste es el problema. Primero es uno, luego varios, luego
se adhiere una costumbre equivocada, se instala la tibieza en el alma, y
deslizándose por ese plano inclinado van aumentando las desviaciones, hasta que
la telaraña del pecado mortal apresa al incauto, que no supo cortar a tiempo los
hilillos que acaban quitándole la vida de la gracia al aumentar su número y su red
de compromisos.

Santa Teresa enseña que cuando no sintáis disgusto por una falta que hayáis
cometido, temed siempre porque el pecado, aunque sea venial se debe sentir con
dolor hasta lo profundo del alma ... Por amor a Dios, procurad con toda diligencia
de no cometer jamás un solo pecado venial, por pequeño que sea.. ¿Qué cosa
puede ser pequeña siendo ofensa de una tan grande majestad? . Hay una gran
sensibilidad en sus palabras. Cabe pensar que es cuestión de personas muy
avanzadas en el camino de santidad, pero no es así, ¿acaso no ocurre lo mismo en
los amores humanos? ¿no duele una mala cara, o un olvido, o un desprecio, o no
ser amado como se esperaba, o ser abofeteado por el propio hijo?. Si se piensa
que sólo es cosa de seres especiales, será porque tampoco se valora el amor o los
desprecios de los seres queridos, o ya se vive alejado de Dios.

El pecado venial disminuye la caridad, introduce la tibieza, debilita la fuerzas del


alma. Hiere en aquello en que se peca.Traéme una persona que ame y entenderá
lo que digo decía San Agustín y añadía: Dame un varón de deseos, a uno que tiene
hambre, a uno que va peregrinando, y siente la sed del desierto y suspira por la
fuente de la patria eterna, traéme a ese hombre y entiende lo que digo. Pero si
hablo con un hombre frío no sabe lo que hablo.

La lucha debe ponerse incluso en superar las imperfecciones. El hombre con


ansia de amor quiere evitar lo que sea desamor o imperfeción, y los pecados
veniales son peores que las imperfecciones. Sería un error no preocuparse en los
pecados veniales por el hecho de no tener como pena el infierno con sus penas
eternas. Es cierto que no se va al infierno quien muere sólo con pecados veniales,
pero también lo es que necesitará la purificación del purgatorio, y que el pecado
mortal puede entrar, de una manera traicionera, por el portillo que han abierto
los pecados veniales, activos como virus o parálisis progresiva.

Newman veía así la malicia de los pecados veniales: ¡Dios mío, qué pago te damos
los hombres, y yo en particular, con el pecado! ¡Qué horrible ingratitud la
nuestra! Tú tienes derechos sobre mí: te pertenezco completamente, Dios mío.
Eres el Creador Todopoderoso: yo soy obra de tus manos y propiedad tuya... mi
único deber es servirte. Reconozco, Dios mío, haber olvidado, todo esto. son
innumerables las veces que he obrado como si fuera dueño de mí mismo,
portándome como un rebelde, buscando no la tuya sino mi propia satisfacción.
Me he endurecido hasta el punto de no darme cuenta ya de mi error, de no sentir
ya horror al pecado, de no odiarlo ya y temerlo, como debiera. El pecado no
produce en mí ni aversión ni repugnancia: al contrario, en lugar de indignarme
como de un insulto dirigido a tí, me tomo la libertad de juguetear con él, y
aunque no llego a pecar gravemente, me adapto sin gran dificultad a faltas más
leves. ¡Dios, que espantosamente distinto estoy de como debiera ser! .

Barrabás es un hombre que se cruzó en la vida Cristo. Fue utilizado por un


hombre débil y salvado por hombres también débiles. Su salvación llevó a los que
le defendían al pecado gravísimo de condenar a un inocente. Pilato y el pueblo no
rechazaron las componendas con el mal y cayeron en acciones repugnantes para
cualquier conciencia, y más para ellos que sabían bien lo que hacían:¡Séñor, que
no elija a nada ni nadie antes que a Tí, que aborrezca el pecado venial!.

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