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De este Barrabás poco se sabe. Era un preso famoso que en una sedición había
cometido un homicidio, condenado por un motín y por un homicidio. ¿Era un
bandido, un malvado, un terrorista o un nacionalista extremo?. Poco importa,
pero lo cierto es que se trata de un hombre para el cual cualquier medio vale con
tal de conseguir sus fines, el contraste con Jesús inocente es más que notable.
Barrabás va a ser comparado con Cristo, el pueblo podrá elegir al que juzgue
mejor de los dos. Aquel hombre, sin proponérselo, se convierte en símbolo de lo
que había dicho Jesús: el que no está conmigo, está contra mí.
Pilato ofreció una alternativa al pueblo: liberar a Jesús o liberar a Barrabás. ¿Por
qué no los dos si realmente quiere salvar al inocente cercado por los envidiosos?.
El pueblo eligió a Barrabás en un acto que al principio parecía misericordioso, el
mal se revestía de bien una vez más, pero acabó pidiendo la muerte del inocente
Jesús; y la pidieron a gritos, para acallar mejor la voz de la conciencia.
Los hechos ocurrieron así: Pilato en vez de salir en defensa abierta del inocente,
como era su deber y se lo dictaba la conciencia, no quiere enfrentarse con los
sanedritas. Pretende una jugada política ingeniosa: que sea el pueblo quien libere
a Jesús. Es muy posible que sus medios de información fuesen buenos y le
constase que Jesús era bien visto entre la gente del pueblo. Pero Pilato era mal
psicólogo, desconocía el corazón humano, ignoraba la hondura de la envidia de
los enemigos del Señor, y desconocía también la debilidad del pueblo que, a pesar
de sus palabras y de sus milagros, no se ha atrevido a creer decididamente a
Jesús. Y los hechos sorprendieron al débil ignorante.
Pilato debió pensar que la liberación de Jesús era segura, pues era patente la
envidia de los acusadores, así como los delitos de Barrabás. El contraste entre
Jesús bueno y muy querido por el pueblo con el delincuente Barrabás era muy
grande. Lo lógico era que pidiesen la liberación de Jesús, Pilato pensaría que así
conseguía quedar bien con todos sin comprometerse demasiado.
Todo cuadraba. Pero le faltaba un dato no pequeño, aquella no era una cuestión
ordinaria sino de fe. Decidirse por Jesús significaba aceptar su mesianidad. Elegir
a Barrabás no significaba nada y se volvía a dejar a Jesús en manos del odiado
romano para que él decida condenarle o no. La perplejidad debió recorrer al
pueblo por el inesperado giro que tomaban los acontecimientos. Tenían que
elegir. Pilato había planteado la cuestión llamando a Jesús rey de los judíos y
también el llamado el Cristo. La cuestión era clara no cabían medias tintas.
¿Qué pensó Barrabás en ese momento? No es difícil imaginar cuanto deseaba ser
indultado. Confiaría en sus amigos, los cuales se levantaron con él en la sedición
contra los romanos. No pensaría mucho en la inocencia de Jesús, sino en ese
indulto que dependía del capricho de las masas o de la habilidad de sus amigos.
Pero pensaría también en sus muchos enemigos, en aquellos que habían sido
víctimas de sus robos. Por otra parte miraría a Jesucristo, bien sabía que sólo
hacía cosas buenas, conocería sus milagros, quizá pensase que entraba dentro de
lo posible que hiciese un prodigio y todas sus esperanzas se desvaneciesen. Este
que se llamaba el Cristo tenía muchos amigos, pero éstos no habían aparecido.
Miraría con ardor al la multitud que se congregaba cada vez en mayor número
ante el pretorio, y se sorprendería del silencio del llamado Cristo.
Pilato no saldría de su asombro. Más lógico sería la petición de dar libertad a los
dos, o que siguiese el juicio, o que le arreste, o cualquier otra pena; pero pedir la
muerte más ignominiosa es demasiado, no puede creerlo. Como si la lógica fuese
muy frecuente en los humanos cuando se da una cuestión importante. Por eso
por tercera vez les dijo: "Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él
ninguna causa de muerte; así que le pondré en libertad después de castigarlo".
Pero ellos insistían, pidiendo a grandes voces que fuese crucificado y sus voces se
imponían. Lo que empezó con un indulto sagaz, sigue con gritos de muerte y
continúa con grandes voces que intentan acallar con rabia la voz de la conciencia.
Pilato descubrió tarde que había cedido demasiado, había transigido contra la
justicia, y ahora se encontraba con una masa enfurecida incapaz de entrar en
razón. Empezó con la debilidad de jugar con la política y con los cálculos
humanos y acabó con un pecado grave. Todavía podía recurrir a la fuerza y actuar
según la justicia, pero no lo hace: ha tenido demasiadas debilidades. La multitud
lo mismo: empezó con duda y perplejidad, cedió un poco a los agitadores y una
vez hecha la primera cesión siguió la locura de pedir la crucifixión para el
Maestro bueno. Estos son los hechos.
El pecado más radical es el enfrentamiento cara a cara frente a Dios. Así fue el
pecado de Satanás. Así es el pecado contra el Espíritu Santo. Entre los hombres
es difícil encontrar un grado de malicia tan consciente, orgulloso, rebelde y
radical. Lo más habitual es que el pecado se presente revestido de apariencias de
bien. Esas apariencias engañan y llevan a la elección libre contra la Voluntad de
Dios.
Santa Teresa enseña que cuando no sintáis disgusto por una falta que hayáis
cometido, temed siempre porque el pecado, aunque sea venial se debe sentir con
dolor hasta lo profundo del alma ... Por amor a Dios, procurad con toda diligencia
de no cometer jamás un solo pecado venial, por pequeño que sea.. ¿Qué cosa
puede ser pequeña siendo ofensa de una tan grande majestad? . Hay una gran
sensibilidad en sus palabras. Cabe pensar que es cuestión de personas muy
avanzadas en el camino de santidad, pero no es así, ¿acaso no ocurre lo mismo en
los amores humanos? ¿no duele una mala cara, o un olvido, o un desprecio, o no
ser amado como se esperaba, o ser abofeteado por el propio hijo?. Si se piensa
que sólo es cosa de seres especiales, será porque tampoco se valora el amor o los
desprecios de los seres queridos, o ya se vive alejado de Dios.
Newman veía así la malicia de los pecados veniales: ¡Dios mío, qué pago te damos
los hombres, y yo en particular, con el pecado! ¡Qué horrible ingratitud la
nuestra! Tú tienes derechos sobre mí: te pertenezco completamente, Dios mío.
Eres el Creador Todopoderoso: yo soy obra de tus manos y propiedad tuya... mi
único deber es servirte. Reconozco, Dios mío, haber olvidado, todo esto. son
innumerables las veces que he obrado como si fuera dueño de mí mismo,
portándome como un rebelde, buscando no la tuya sino mi propia satisfacción.
Me he endurecido hasta el punto de no darme cuenta ya de mi error, de no sentir
ya horror al pecado, de no odiarlo ya y temerlo, como debiera. El pecado no
produce en mí ni aversión ni repugnancia: al contrario, en lugar de indignarme
como de un insulto dirigido a tí, me tomo la libertad de juguetear con él, y
aunque no llego a pecar gravemente, me adapto sin gran dificultad a faltas más
leves. ¡Dios, que espantosamente distinto estoy de como debiera ser! .