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EDITORIAL
JULIA GALLO
Entrevista a
JOSÉ JAVIER ALEIXANDRE
ARTÍCULOS
AURELIANO SÁINZ
Elogio de la abstracción
ROSA JAÉN
Apuntes sobre académicas
ANA GAMERO
Libros, libros, libros
POESÍA
CARMEN RUBIO
Marina
Interior con círculo de luz
LUÍS ARRILLAGA
Agua y silencio
CRISTINA COCCA
Diario de alguien que cuenta la esperanza
ISABEL MIGUEL
No soy Ángel González
ANDRÉS R. BLANCO
Universal
ROLANDO REVAGLIATTI
A Paul Eluard
ÁNGELES LENCE
Evaluación
FERNANDO FIESTAS
"Ya no quedan preguntas"
NARRATIVA
JOAQUÍN MARTÍNEZ
Galopar entre las nubes
FEDERICO FAYERMAN
Ave César
MILAGROS SALVADOR
Caballito de Mar, beso o espuma
LIBROS RECIBIDOS
REVISTAS RECIBIDAS
Raíces de Papel
Revista de la Plataforma Cultural Raíces de Papel
Nº 3 - JULIO - 2010
Dirección:
Javier Bueno Jiménez y Juan Calderón Matador
raicesdepapel@gmail.com
http://raicesdepapel.blogspot.com/
ayesha_lr@yahoo.es
EDITORIAL
Parecía que nunca finalizaría el invierno, tan de lluvia y cielos grises, tristón y
desafiante como los propios tiempos que estamos atravesando de crisis e incertidumbre,
pero al final el verano ha llegado de sopetón con sus baúles cargados de calor,
dispuesto a cambiarnos la expresión del rostro y azuzarnos para salir a la calle, ligeritos
de ropa y equipaje, dispuestos a darle a las caderas al ritmo más de moda, a inflar el
flotador y pedirle al GPS que nos conduzca hasta la misma orilla de la playa o la
montaña más verde, donde nos aguarda el pino de cada año con su sombra de lujo y el
olor de la naturaleza guardado para nosotros durante largos meses. Pero, ay, esos deseos
quizás no sean más que una utopía, un sueño irrealizable; ¿o es que hemos olvidado
cómo nos ha dejado las cuentas bancarias esa mala bestia llamada Crisis? Es posible que
algunos españoles, pocos, no sepan aún de sus malas artes, pero otros, los más, ya han
tenido ocasión de comprobar sus oscuras intenciones, su afición desmedida al
"churrimangui", al timo legalizado, al desplume de los saldos, que aparecen ante
nuestros ojos como una codorniz flaca y pelada, dispuesta para ir al perol de la
desesperación. ¿Y qué decir de aquellos otros que de la noche a la mañana han
amanecido con una carta de despido entre las manos? Desnudos ante el espejo de la
impotencia, incapaces de ver la claridad que el estío despliega al otro lado de su puerta,
sin encontrar consuelo siquiera en esa melodía que le ofrece el canario de la vida, en la
que el estribillo repite una y mil veces que no es nada personal contra él, que hay
millones de personas en la misma circunstancia, no sólo en su calle, barrio, ciudad, ni
siquiera en España, que es un mal extendido a lo largo y ancho de todo el planeta. ¿Y
puede esa cantinela servirle de consuelo a quien mira a su familia y ve un nido lleno de
picos abiertos, demandando comida? Está claro que no; pero no olvidemos que estamos
en España y que éste es un país en el que el ingenio siempre ha estado en lo más alto del
podium. Estamos convencidos de que todos sabremos encontrar algún camino que nos
permita disfrutar del merecido veraneo. Qué no podemos enchufar la nevera por
habernos desconectado la luz, por falta de pago, pues no tenemos más que rescatar aquel
botijo de toda la vida para beber el agua bien fresquita. ¿O es que alguien ha probado
algo mejor que lo que sale por su pitorro? Y si el aire acondicionado no funciona, nada
mejor que volver a los abanicos y paipais de siempre, aquellos que, en su momento de
esplendor, tenían hasta lenguaje propio en manos de damiselas refinadas; de ellos
hemos llenado las páginas que preceden a este editorial, con la esperanza de que
refresquen un poquito la lectura. Qué no hay posibilidad este año de programar las
vacaciones en un lugar paradisíaco, pues recordemos la canción de Mecano: "Hawai,
Bombay, son dos paraísos/ que a veces yo/ me monto en mi piso". Pues claro que sí, hay
que ponerle alas a la imaginación y dejarla volar en libertad y, si no hay costa para
nadar, se hacen unos largos en la bañera, eso sí, con mucho cuidado no vaya a ser que
el tiburón nos pegue un bocado en algún lugar irreparable. Y si el sol apretase
demasiado y la cartera no nos da para la protección solar adecuada a nuestro tipo de
piel, pues no hay más que volver al bañador de los orígenes, con su pata larga, su
manguita hasta más abajo del codo, y su cuello a la caja, exactito al que nos propone
Ayesha López Rubio en nuestra portada, y ya estamos perfectamente protegidos de las
inclemencias del Astro Rey. Es fácil de encontrar, no hay más que buscar en el armario
de la abuela. Los más afortunados tal vez reciban la invitación de algún pariente
pueblerino, con casa fresquita de muros recios y despensa repleta de buen chorizo y
queso de su producción, una huerta ecológica en la que encontrar tomates que sepan a
tomate, donde un gazpacho, incomparable, puede sustituir, de forma más que digna, a la
paella de marisco en el chiringuito playero. Si usted no es una de esas personas
privilegiadas y le toca quedarse en casa durante las vacaciones, no se preocupe que un
buen libro puede hacerle vivir aventuras de lo más interesantes. Qué tampoco tiene
cash, como diría Carmen Lomana, para comprarse un libro, no hay problema alguno,
leer nuestra revista es completamente gratuito. Ya sé que no hemos contemplado todos
los casos, pero no podréis negarnos que algunas opciones os hemos ofrecido; las que
faltan os encomendamos la misión de irlas pensado vosotros, que es otra manera
entretenida de pasar el periodo vacacional. Os deseamos un magnífico verano, sea en las
condiciones que sea.
PREGUNTAS CON
RESPUESTA
JULIA GALLO SANZ
Entrevista al poeta
Narrador, poeta, ensayista, autor de teatro… ¿en qué faceta se siente más pleno?
Creo que con la poesía he alcanzado mi mayor plenitud después de más de setenta años
escribiendo. Sin embargo, he disfrutado especialmente con la narrativa y el teatro porque
además de crear pensamientos creaba vidas de personajes que no soy yo. Algo así como si
pudiera acercarme a ser Dios aunque, naturalmente, con minúscula.
Tenía trece años y sólo recuerdo que se trataba de un poemilla navideño, sin duda
malísimo, tarea de vacaciones de Navidad encargada por el profesor de Literatura a toda
la clase como ejercicio practico de la Preceptiva que estaba explicando en aquel momento.
Pero sí recuerdo de memoria, a pesar de los setenta y tres años transcurridos, mi segundo
intento: una octavilla italiana dedicada a una chica de la que andaba enamoriscado,
aunque únicamente había hablado con ella un par de veces.
Pero empecemos por su trabajo como periodista, y como corresponsal en Oriente
Medio. Imagino la gran cantidad de anécdotas y vivencias que esta profesión le ha
deparado. ¿Puede contarnos alguna acaecida con algún personaje popular o digno
de mención?
Hubo una época, hace ya muchos años, en la que cada semana publicaba en la revista “La
actualidad española”, de la que yo era redactor-jefe, una entrevista muy amplia con el
personaje que en ese preciso momento estaba en la cresta de la ola. Un actor, un tenor, un
político, un director de cine o de orquesta, un escritor, un humorista, un torero o una
bailarina. Daba igual. Lo que me hizo aprender mucho del roce con los mejores. Y todos
ellos quedaron muy satisfechos con mi interpretación de sus vidas. Por ejemplo, conservo
una carta del gran escritor José Maria Pemán en la que, refiriéndose a mi reportaje dice:
“Si yo pudiera reunir un concilio de Trento para mi uso particular, lo declararía, como
aquel la Biblia, único texto canónico”.
Además de estrenar tres obras propias, fui critico teatral en la revista “Ateneo” bajo el
seudónimo David Menor, y los días de estreno firmaba como “Corifeo” en el diario “YA”
unas breves entrevistas rápidas, al autor y a los principales interpretes, ilustradas con
caricaturas de “Usa”. (En una ocasión mi sección habitual coincidió con un estreno mío y,
sin confesar que “Corifeo” era yo, aunque se advertía en la caricatura, resolví el problema
diciendo que el periodista preguntaba al autor).
Fueron tiempos muy divertidos en los que pasaba muchas noches recorriendo camerinos
por distintos teatros o acudiendo a reuniones de cómicos después de terminada la última
función. Recuerdo una celebrada en el piso que tenía en la calle de los Madrazo la
extraordinaria actriz Mary Carrillo y su marido Diego Hurtado. En ella me recomendó
don Mariano Asquerino, al actor que mejor ha lucido el frac en la escena española, que si
quería “alegrarme” rápidamente en una fiesta me bebiera unas copas de champán
mezclado con pipermín, probé su formula y no sé cómo pude llegar a mi casa haciendo
eses por las calles, porque mi bolsillo no tenía entonces para taxi, y por lo avanzado de la
noche ya no funcionaban los trasportes públicos.
Capacitado para escribir con tanta eficacia y premura, ¿Qué le llevo a dejar de
brindar su pluma a ese mundo de bambalinas, focos, tablas y magia que es el teatro?
Lo dejé voluntariamente porque, fallecida mi mujer, no me sentía con ánimos para seguir
dedicando mi esfuerzo a mi trabajo como lo habían venido haciendo. Algún tiempo
después sentí haber abandonado. Y hoy no volvería por nada del mundo. Demasiado viejo
ya no me apetece romper la comodidad que tengo.
Digamos más bien que suponía, porque día a día mi actividad se va reduciendo. Disfruté
mucho ofreciendo todo lo que soy a quienes con gusto querían oírme, pero ya es el
momento de los más jóvenes que yo. Creo que hoy en la Republica de las Letras la
experiencia no se estima demasiado. Aunque no me puedo quejar. Los aplausos siguen
siendo muy generosos conmigo.
En este país la labor literaria es reconocida por grupos muy pequeños. Diría que se pueden
contar con los dedos de las manos los autores que son verdaderamente “seguidos”. No, yo
no soy uno de ellos. Tengo un grupo fiel al que me siento muy agradecido, y nada más.
Volviendo a la poesía, ¿Cómo y cuándo descubre usted su talento para la
complicada disciplina del verso?
¿La poesía es para usted catarsis en algún momento o simplemente vía de expresión?
Vicente Aleixandre
Nunca lo hizo. Y en toda nuestra vida común sólo le leí poemas míos en un par de
ocasiones. La última, cuando le concedieron el Nobel. Le escribí y le leí un extenso
poema. Me lo elogió mucho y creo que sinceramente. Pero como era un hombre tan bien
educado, cualquiera sabe.
Tengo que reconocer que la rima consonante está en decadencia. Van quedando muy
pocos poetas que la cultiven y bastantes de los que siguen haciéndolo es frecuente que con
poco éxito. El soneto, por ejemplo, es la estrofa mas bella que conozco, pero también la
más difícil. Pienso que muchos de los que lo denigran es porque no saben hacerlo. ¡Y se
disfruta tanto cuando a uno le sale un soneto “redondo”!
De un modo natural, porque la poesía evoluciona generalmente cuando maduran los años.
Y he llegado a la conclusión que donde más cómodo me hallo para expresar mis
sentimientos es no el verso libre, pero sí el verso blanco, que tiene medida y ritmo. Para
mí la poesía sin ritmo como sin emoción no tiene validez.
Su primer poemario, Ver y cantar, fue publicado en 1953. Después un silencio de 27
años, roto por el segundo libro de poemas titulado Erguida tierra, ¿de qué manera
puede llevar un escritor tan largo silencio?
Sin estar en silencio, aunque no se me oyera. Durante 27 años escribí sólo para mí muchos
poemas que no aparecieron en libro durante ese tiempo de aparente silencio. Estaba
demasiado entretenido en ganar algo más de dinero (dejé el periodismo activo) con muy
variadas ocupaciones sucesivas. En el comercio (fui alto directivo de “Galerías Preciados;
en Madrid, Jefe de Casa de “Sederías Carretas”; en Barcelona, Director General de “Jorba
–Preciados-“) o en la publicidad (redactor de textos en las agencias “Clarín” y
“Publinova” y Jefe de Publicidad de “Flex”) o en la industria (como Jefe de Información y
Relaciones Publicas de Altos Hornos del Mediterráneo entre Madrid y Sagunto). Y es que
mis hijos, que eran ya cinco, insistían en que querían seguir comiendo suficientemente
todos los días.
Así mismo: como un escaparate en el que cabe todo…, y en el que a mi me cuesta mucho
mirar porque soy muy torpe para manejar cualquier aparato.
Que son muy satisfactorios para quien los gana, y muy necesarios por lo poco que ayuda
la literatura –sobre todo la poesía- a la economía particular. Mi tío Vicente Aleixandre
decía que apenas daba para merendar.
Que lea mucho. No para repetir lo que ya han dicho los demás, sino precisamente para no
decirlo o para aprender a decirlo de una manera personal. Que se apasione y se deje llevar
por el corazón hasta desangrarse.
Tengo un libro inédito titulado “Sigo andando” que me gustaría poner al día eliminando
algunos poemas y sustituyéndolos por otros. Pero entre que la vista está flojeándome -¡ay,
estos años!- y me cuesta mucho leer y más aún escribir, y que –debo ser sincero- cada día
que pasa me vence más la pereza, me temo que no será fácil.
Desde luego, para nada practico. Sirve, eso sí, para alimentar al alma. Que ya es bastante.
Gracias, José Javier, por dedicarnos sus palabras que nos acercan más al escritor y al
hombre, ellas ratifican mi convencimiento de que cuanto mayor es el árbol más generosa
es su sombra. Su obra, capaz de emocionar, entretener y hacer pensar, quedará por
siempre en la memoria del lector y en el corazón de quienes le admiramos.
REYES CÁCERES MOLINERO
Entrevista a
Isabel Romero de León
“Teatro clásico para el pueblo, a quien pertenece, por villas y lugares, que mantendrá
en cierta medida la tradición de los viejos comediantes ambulantes”
¿Podrías trazar un breve recorrido del trabajo desarrollado por “Los Barracos” en
estos dos años de vida?
El resultado de estos dos años de andadura de Los Barracos ha sido un éxito, la
compañía ha entrado en la Red de Teatros de la Comunidad de Madrid, Red de Murcia,
Corral de Comedias de Alcalá de Henares, Jornadas del Siglo de Oro de Almería,
E.E.U.U. y México donde participamos en el Siglo de Oro Drama Festival, organizado
por Chamizal International Memorial, entre otros…
Y, tal y como hacía La Barraca de Lorca, contamos con unos profesionales en la parte
artística y de gestión con muchísimo prestigio y experiencia en el medio, como la propia
Amaya Curieses, Arturo Martín Burgos, Almudena R. Huertas, Marcos León, Jaume
Policarpo…
¿De tu trabajo hasta ahora en “Los Barracos” qué obra representada te gusta
más y con qué personaje te sientes más identificada?
No podría escoger, me encantan las dos. En “El caballero de Olmedo” tengo un
personaje con mucho peso en la trama, pero en “Peribáñez” he tenido la oportunidad de
hacer un trabajo precioso con objetos y en el espacio sonoro.
En los espectáculos de Los Barracos Lorca está muy presente. Siempre se empieza y se
acaba con palabras suyas. En este caso además se ha jugado con la música lorquiana, las
canciones populares que al poeta tanto gustaban. Están perfectamente integradas en la
historia y le dan una fuerza impresionante a los cambios de escena. Marcos León, que
ha sido el director musical, es además un experto en folklore. El resultado conmueve
(por lo menos a mí me emociona muchísimo cantar sus canciones).
Como toda la escenografía está basada fundamentalmente en objetos (un arcón, cestas
de enea, palos de madera, sábanas, etc…) Jaume Policarpo (de Bambalina Titelles) ideó
toda la creación de espacios e incluso animales y los propios Reyes, con estos
elementos. Es muy divertido y funciona de maravilla al espectador.
He leído que una de las innovaciones de “Los Barracos” es que representáis a uno
de los personajes que colaboraban en “La Barraca” ¿podrías contarme algo al
respecto?
De hecho a muchos de ellos. Es nuestro homenaje a aquellos estudiantes universitarios
que jugaban a ser actores. Algunos no sobrevivieron a la guerra Civil, pero otros
llegaron a ser grandes profesionales del medio. Eduardo Ugarte, por ejemplo, mano
derecha de Federico, trabajó con Buñuel como actor y guionista.
Lo bonito es que ves cómo cara al público esos personajes se transforman en los de
Lope y te olvidas de que en realidad no somos ellos sino actores del siglo XXI. Es como
retroceder en el tiempo, es mágico.
Me gusta pensar que contribuimos a que nadie los olvide y nos inventamos cómo eran y
se relacionaban entre ellos. Aunque mucha información la hemos sacado del libro de
Luis Sáenz de la Calzada sobre la Barraca.
No podemos olvidar la época de crisis en que nos ha tocado vivir. ¿En qué medida
os afecta y como resolvéis esto en el montaje de vuestras obras?
Nos afecta y mucho, porque los ayuntamientos no tienen solvencia y recortan siempre
primero de la cultura. Así que, o no contratan, o contratan y no te pagan en meses o
años (no todos, que conste).
Lo que nosotros hacemos es ajustar el cachet (el precio) de los espectáculos lo máximo.
Eres actriz de teatro. ¿Te has planteado en algún momento si te gustaría hacer
cine o TV?
Tengo compañía propia y estamos en plena gira de nuestro espectáculo “No hay perdiz
en el menú. Sátira musical para princesas descarriadas”. Ahora mismo vamos a
reestrenarlo con nueva escenografía, una auténtica preciosidad que nos están
construyendo los alumnos del Centro de Tecnología del Espectáculo, de Madrid.
Quedáis invitados.
R.–Con ordenador.
P. –Desmienta aquí la idea de que los mayores no aceptan las nuevas tecnologías.
R.– No puedo desmentirlo del todo porque existe un sector, bastante más amplio de lo
que muchos imaginan, que hemos aceptado el reto del progreso y nos servimos de las
nuevas tecnologías para mejorar nuestro trabajo y hacerlo más ágil. Pero también existe
otro sector que mira a los ordenadores, el fax o incluso el video y el DVD como objetos
fuera de su alcance.
R.- 1. Las revistas digitales me parecen muy bien. Son un medio de difusión de la
literatura que resulta barato. Abundan cada vez más. Pero me da la impresión de que se
leen poco, a pesar de que todos los directores de tales empresas se basan en el conteo de
visitas y dicen, por ejemplo: hemos tenido 7000 en dos semanas. Sí, pero cuantos han
leído algo.
2. Creo que no. Digo lo mismo que de las revistas. Yo, por ejemplo, abro El País en mi
ordenador y lo único que leo es los titulares y algún artículo si me interesa mucho.
Luego compro El País en papel.
En estos principios del siglo XXI conviven las nuevas generaciones con los
maestros como usted que han aceptado el progreso con ciertas reservas. ¿Le
gustaría ver sus poemarios editados en Ibook?
3. Quizás para los jóvenes será más fácil la lectura en pantalla, puesto que les nacen los
dientes en esta práctica. Mi nieta Inés, por ejemplo, se pone ante mi ordenador y me da
ciento y raya. Yo soy un fan de los ordenadores, a pesar de mi mucha edad. Pero creo
que me costaría trabajo habituarme a la lectura de un libro entero en ibook. Pero ya
digo, estoy hablando de mí y de mis contemporáneos, que por cierto cada vez quedan
menos. Los jóvenes, según puedo observar por mis nietas, son unos "mutantes" y sabe
Dios adónde van a parar.
R.–Distribuir bien el tiempo es algo primordial para que cunda y nos conceda mayores
espacios de vida. El ocio, yo no sé en mi caso lo que es, al menos que se entienda por
ocio la práctica de un trabajo gratificante. Siendo así me he pasado la vida en espacios
de ocio, porque ha sido siempre un placer cumplir con mi trabajo.
R.- Ahora acabo de cumplir 82 y tengo buena salud, aunque un poco artrósico; pero
como decía mi abuelo Pepe que llegó a centenario, lo que como me sienta bien, mi
trabajo es más intenso que cuando era joven. Los muchos años que llevo ya cobrando
mi pensión sin el trabajo de las aulas (que, por cierto, me encantaba), han sido de una
actividad constante. He seguido escribiendo, dando conferencias, publicando libros,
viajando a congresos y transformándome sin remedio en un prologuista profesional.
6. Será un honor que incluyas mi soneto sobre las cataratas en la revista. Le gustará al
Dr. Rementería que es una eminencia. Helo aquí:
CATARATAS
el universo se me aparecía,
¿La última pregunta, Profesor? ¿Cuántos libros tiene publicados y cuantos faltan
por publicar?
El profesor vuelve a sonreír y yo le doy las gracias por compararme con él.. Son
tantas las preguntas que quedan por hacerle. Charlar con el profesor López
Rueda es un auténtico placer del que necesariamente hay que despedirle para no
ocupar la revista entera. Tal vez en una próxima ocasión sigamos charlando con
él. Muchas gracias profesor.
JUAN CALDERÓN MATADOR
Pero, qué hace tu aquí, chiquillo. No me diga que a ti también ha ido a recogerte la de la
guadaña.
Déjate ya de tanto doña Lola, doña Lola, que nos conocemos desde hace mucho
tiempo; ¿no ves que aquí las cosas funcionan de otra manera? Aquí somos todos
iguales, aunque cada cual tenga, si lo desea, una vida a imagen y semejanza de la que
tuvimos. La de fotos que me hiciste entonces ¿te acuerdas?
Claro que me acuerdo. Y qué guapa salías siempre. Bien que te lo agradezco, no
creas. Más de un mes y más de dos pude llevar lo necesario a mi familia gracias a
tus reportajes. Siempre fuiste una mujer muy generosa.
¿Y aquí es igual?
Aquí, mi vida sigue siendo igualita, sólo que algunos de mis seres queridos no están a
mi lado en la forma que yo quisiera, ya sabes, los que aún están en la otra orilla. Daría
cualquier cosa por estar junto a ellos, de una forma física como antes, abrazarlos,
besarlos, sentir su piel y que ellos sintiesen la mía, esta piel tan nuestra, tan gitana, tan
de bronce, tan llena de cariño.
Como muy bien dices, algunos de tus seres más queridos se han quedado al otro
lado, pero qué ha sido de los que ya vinieron a tu encuentro.
Todos están en casa. En el Lerele hay sitio para todos.
¿El Lerele?
Claro. ¿Es que no sabes que la vida de aquí es a imagen y semejanza de la de allí?. Mi
casa sigue siendo la misma, con sus mismas habitaciones, las mismas cortinas, las
mismas flores, la misma cabaña de mi Antoñito...
Ya te he dicho que no están todos, pero los demás, los que ya cruzaron a este lado, no
podían estar en otra parte que no fuera el Lerele. Aquí está mi Antonio, mi Pescailla de
mi alma, cada vez más guapo, cada día tocando mejor la guitarra, si es que es posible
tocarla mejor de lo que ya lo hacía. Aquí hemos recuperado la costumbre de compartir
la cama.
¿Ya no está enfadado?
Me imagino que sabes que hay un hombre, un tal Antonio Carrasco, que ha
pasado por un plató de televisión, contando los pormenores de un romance que,
según asegura, mantuvo contigo a lo largo de casi treinta años, mientras estabas
casada con “El Pescailla”
¡Antonio Carrasco! ¡Ay, que recuerdos! Es verdad lo que ha dicho. “El Junco”, un
bailarín como pocos y guapo como más pocos todavía. Nos amamos, es cierto, con
locura, todo el mundo lo sabía. El amor, cuando estalla, no hay forma de tenerlo oculto.
Él fue mi pasión, el gran amor de mi vida. Eso no quiere decir que no quisiera a mi
marido. También lo quise ciegamente y además me regaló los tres hijos más bonitos que
Dios pudiera mandarme. Pero la vida es así y por más que me preguntase que ¿cómo
me las maravillaría yo?, no encontré mejor solución que compartirlos. Todos lo sabían
todo, mi marido, mis hijos, mi amante. Aquella relación estuvo basada en la sinceridad
y cada uno de nosotros supimos poner cuanto estuvo de nuestra parte para no hacernos
daño. Sólo al final, cuando la muerte dormía cada noche a los pies de mi cama, “El
Junco” me defraudó. Él sabe por qué lo digo, y me llevé conmigo la pena de su traición.
Eso no tiene importancia. Si me duele en alguna medida es por el mal papel que
socialmente les está correspondiendo a mis hijos y a mi marido. Si la vida no lo está
tratando bien y necesita dinero para sacar a flote a su familia, pues yo no tengo ninguna
objeción que ponerle. ¿Cómo voy a desearle mal alguno a la persona que tanto quise y
sigo queriendo?
Sabes que tus hijas, Lolita y Rosario van a querellarse contra Antonio Carrasco y
la cadena de televisión que emitió el reportaje ¿Qué les dirías a ellas al respecto?
¿Apoyarías su decisión?
Yo preferiría que dejasen correr el agua. El tiempo lo borra todo y yo no quiero hacerle
ningún daño a Antonio Carrasco, a pesar de todo, le deseo toda la felicidad del mundo.
Pero también comprendo que quieran proteger el honor de su padre, por lo que no deseo
meterme en su decisión. Lo que hagan estará bien hecho. La vida es un abanico que no
siempre se abre por el derecho.
Ya te he dicho que esta existencia es imitación de la anterior, y por tanto tampoco aquí
la felicidad es completa, pero de algún modo, sí, tengo que reconocer que atravesamos
un momento dulce. Cada domingo acuden, sin necesidad de ser invitados, todos esos
seres que gozan de nuestro cariño: mis padres, los de Antonio, Antoñito cuando no está
de gira, mi querido Manolo Caracol y tantos y tantos amigos que se han avecinado en
este barrio. Yo me convierto entonces en la mejor ama de casa y preparo una buena olla
podrida, con su buena pringá, como aquellas que tu mismo comiste tantas veces junto a
nosotros en otro tiempo, y después unas palmitas, unas guitarras, unas rumbitas bien
bailás... Ese es uno de nuestros momentos más felices.
Acabas de nombrar a tu hijo Antonio ¿ he entendido bien cuando has dicho que
sigue haciendo giras?
Naturalmente que sí. Mi Antoñito es un ser especial. No he visto un aura más hermosa
que la suya, espectacular como sus ojos.
Algunos aseguran que sus ojos eran una copia de los tuyos
Me lo han dicho muchas veces. Los míos también tienen lo suyo, pero nada que ver con
la fuerza y el magnetismo de Antoñito. Él es un ser privilegiado, es un ángel. Tan
pronto llegó aquí se lo disputaron los mejores locales de conciertos, y es que, no es por
que sea mi hijo pero, mi Antoñito es un monstruo componiendo.
¿Y que otra cosa podría yo hacer? Donde haya una buena bata de cola, una buena
peineta, un abanico y unos buenos tacones, estará Lola Flores. Habitualmente canto en
el tablao de Frascuelo; a la guitarra Antonio, a las palmas “Currito El Palmo”, el del
romance de Serrat
Aquí no existe la enfermedad. Mis brazos se alzan con todo el arte que Dios le dio, igual
que dos banderas mecidas por el viento.
Siempre fuiste muy inquieta. ¿Tienes bastante con tus actuaciones en el tablao?
¡Que bien me conoces, malaje! Claro que no es suficiente, sino no sería Lola Flores.
También trabajo en la televisión local. Me he convertido en la Lauren Postigo del canal
y presento un programa, diario, de coplas, se llama “Cantares”. ¿Quieres quedarte a
verlo? Venga, vente a comer con nosotros un arroz con bacalao, que hoy viene
Sarandonga.
Y no sólo me quedé a ver el programa y comer el arroz con bacalao, también fui a
verlos actuar en el tablao de Frascuelo, aquel día incluso acudió Antoñito. Allí
transcurrió el tiempo sin que yo lo notase y casi me censan. Lola no ha muerto, yo la he
visto, su éxito es inenarrable, su salud, su fuerza, su empuje como en los mejores
tiempos. No me hubiese importado quedarme junto a ella para siempre, pero cuando
mejor lo estaba pasando apareció aquel indescriptible recepcionista del que les hablé al
principio y me indicó el camino de vuelta, dijo que era imposible permanecer más
tiempo en el lugar. Lola, al ver que me marchaba, desde el escenario, me lanzó un beso
en el que se almacenaba toda la amistad, cariño y admiración que siempre nos tuvimos,
un beso que no estaba dirigido a mí sólo sino a sus hijas a las que ama cada segundo de
su existencia, y a todo su publico, aquel que la lloró en su momento y la sigue
admirando a pesar de los pesares.
Gracias, Lola, por este nuevo favor que has querido hacerme y que demuestra lo grande
y generosa que eres y siempre fuiste. Es posible que todo esto no haya sido más que un
sueño, pero yo te he sentido frente a mí, viva, feliz, y eso me reconforta. Ojalá no haya
habido ningún componente onírico en esta entrevista.
ARTÍCULOS
AURELIANO SÁINZ
Elogio de la abstracción
Presentación
Hace ya más de tres décadas que estoy en el campo de la enseñanza. En realidad este
hecho no es fortuito, pues a pesar de ser arquitecto, siempre he sentido vocación por la
docencia, por lo que durante muchos años compatibilicé ambos trabajos, hasta que al
sacar la plaza de titular, y posteriormente la cátedra, me decanté por esta última
actividad. Lo que sí fue casual es que accediera a lo que hoy es la Facultad de Ciencias
de la Educación, en la que se imparten los títulos de Magisterio y Psicopedagogía. Lo
habitual es que el arquitecto que desea impartir docencia lo haga en alguna de las
Escuela de Arquitectura de nuestro país; pero no pudo ser en mi caso, por razones que
exceden su explicación en este artículo.
Lo cierto es que cuando accedí a la docencia me encontré con que tenía que formar a
futuros maestros, lo que me supuso llevar a cabo ciertos ajustes en mis ideas previas:
por un lado, los alumnos de estas titulaciones no tenían una preparación especial en el
campo de las artes plásticas; es más, de manera generalizada su formación era bastante
precaria. Por otro lado, tenía que enfrentarme a prejuicio de estudiantes adultos que a
priori consideraban que “el dibujo y la pintura no se les da”. Otro aspecto a destacar, y
que con el tiempo me ha sido muy fructífero, es entendí que necesitaba formarme en el
arte infantil, hecho que hasta ese momento yo desconocía, puesto que iba a preparar a
futuros profesionales de la enseñanza.
De los tres puntos indicados, voy a empezar por el tercero, que como he manifestado,
ha sido de gran valor en mi trabajo profesional.
En el primer año en el que impartí docencia en la Universidad, me hice consciente de
que los futuros maestros deberían tener formación en la evolución del arte de los niños
para poder orientarles en sus aprendizajes. Por aquellas fechas, cayó en mis manos un
libro que ha sido clave en la historia de la enseñanza de las artes plásticas: Desarrollo
de la capacidad creadora de Viktor Lowenfeld. El título de esta obra me parece de lo
más adecuado, pues Viktor Lowenfeld, psicólogo austriaco exiliado a Estados Unidos
tras la invasión nazi de su país, se centró en el estudio de la creatividad infantil, dando
prioridad a las manifestaciones plásticas. Su tesis, que en gran medida comparto, es la
siguiente: todos los seres humanos nacemos con capacidades creadoras que hay que
potenciarlas y desarrollarlas; la creatividad no es privilegio de algunos dotados
genéticamente que pueden acabar siendo genios del arte. Cierto es que hay algunos con
más talento que otros, hay gente que se identifica con alguna actividad creativa más que
con otra, pero esto sucede en todas las disciplinas humanas, y no con ello se llega al
prejuicio de pensar “esto no se me da” de una manera tajante.
¿Entonces por qué dentro de la expresión plástica se interioriza tempranamente este
prejuicio, en el que sólo una minoría se considera capacitada y con cierta seguridad ante
el reto de un dibujo o una pintura? La respuesta la he ido conociendo a medida que me
formaba sólidamente en el campo del arte infantil. Sucede que niños y niñas se expresan
gráficamente desde muy temprano con una gran espontaneidad, llenos de imaginación,
disfrutando de sus creaciones como si fuera un juego… siempre que haya un clima de
libertad y de estímulo a sus iniciativas. Esto sólo sucede en el dibujo. De ahí que los
dibujos de los niños despierten la admiración de los mayores por su ingenuidad, por sus
arriesgadas y sorprendentes respuestas gráficas y por la libertad con la que interpretan el
mundo de las imágenes.
Pero todo este mundo, muy ligado a los años de la fantasía infantil, entra en crisis y
se produce lo que los autores que hemos investigado en ello denominamos como la
“crisis del dibujo”. Alrededor de los 11 o 12 años, coincidiendo con la finalización de
los estudios de Primaria, los escolares desean representar la realidad tal como se percibe
visualmente; ya no les gusta las formas esquemáticas con las que representaban
anteriormente. Se vuelven muy críticos con lo que hacen. Ya se dan cuenta de que lo
que realizan no se ajusta a la realidad exterior. Necesitan ayuda y orientación para
afrontar los nuevos retos del denominado realismo visual. Pero aquí entra en juego la
deplorable situación en la que se encuentra la educación artística en nuestro país, que es
verdaderamente penosa, y que no voy a entrar en detalles porque todo aquel que ha
pasado por las aulas escolares recordará, salvo casos excepcionales, lo lamentable de la
enseñanza de las arte plásticas en el país de Velázquez, Goya, Picasso, Dalí, Miró…
Comenzando
A lo largo de los años he tenido que afrontar la educación artística a los futuros
maestros con esos problemas iniciales: el que durante años no tuvieran ninguna relación
con el dibujo o la pintura, con lo cual el prejuicio de “no se me da” se convierte en un
verdadero obstáculo para dar una formación básica a los futuros docentes de los
primeros años del desarrollo humano.
¿Cómo lograr que empiecen a erradicar esta idea, al tiempo que comprendan que
tienen capacidades creativas y conseguir que disfruten del trabajo que yo les pudiera
proponer?
De entrada, tienen que entender que las actividades dentro del campo de las artes
plásticas son muy numerosas y que poseen capacidades para abordar con cierto nivel de
satisfacción algunas de ellas. Para recuperar ese nivel de confianza en sus propias
capacidades creativas, me tengo que situar a su nivel y olvidar proponerles modelos
figurativos, como puede ser el dibujo de la figura humana o las representaciones en
perspectiva, que exigen una formación previa. Sé que tienen un gusto intuitivo hacia el
color, por lo que parto de ese aspecto favorable para los trabajos iniciales. Por otro lado,
lo que en la actualidad entendemos como diseño gráfico se basa en formas abstractas, es
decir, no figurativas, con lo que es posible trabajar un ámbito que no exige destrezas
sólidas en el dibujo realista.
Teniendo en cuenta los dos aspectos anteriores, a lo largo de mi trayectoria
profesional como docente, he comenzado con composiciones de tipo abstracto, para que
los estudiantes vean que es posible alcanzar trabajos de alto valor creativo, partiendo de
sus niveles de formación. Por otro lado, los trabajos plásticos de tipo abstracto nos
sirven para estudiar los fundamentos de la teoría de la composición.
Como veremos los resultados son bastante interesantes y un buen punto de partida
para ir caminando hacia arriba, de modo que los alumnos, chicos y chicas, empiecen a
comprender que verdaderamente tienen capacidades creativas y que es necesario
cultivarlas.
En todo este proceso se da una paradoja: la mayoría de la población no entiende el
valor de la pintura o el dibujo abstractos, ya que parten de la idea de que cualquier
cuadro tiene una función narrativa, debe contar algo al espectador o, al menos, que lo
que se vea tenga un equivalente dentro del campo de la realidad de los objetos naturales;
en casos extremos, los cuadros abstractos los consideran como una tomadura de pelo o
se expresan diciendo “esto lo hace cualquiera”. Sin embargo, cuando los alumnos han
realizado sus primeras composiciones, todos saben que ellos no podrían explicar sus
trabajos narrándolos, como si tuvieran un argumento. Tras sentirse verdaderamente
satisfechos de los logros alcanzados, pueden hacer un análisis compositivo o cromático
de la obra. Esto supone un gran avance, pues, como he apuntado, aquellos que se
sentían bloqueados comienzan a adquirir confianza en sus capacidades creadoras, tal
como apuntaba Viktor Lowenfeld.
La propuesta
Uno de los aprendizajes que se pretenden con este punto es el uso del lápiz de grafito,
en sus distintas durezas y en su versatilidad para la obtención de diferentes tonalidades
de grises. Para ello, se puede comenzar con el negro, que, como todos sabemos, se logra
apretando con intensidad el lápiz; posteriormente, se pasaría por diversos grises,
obtenidos según la mayor o menor presión que se ejerza sobre el papel.
Con respecto a las formas, la variedad de soluciones es tan amplia que podríamos
decir que son ilimitadas, puesto que las posibilidades de la abstracción en base a las
líneas sólo encuentran el “freno” en los elementos de la composición que nos acercan a
creaciones valiosas desde el punto de vista estético: el equilibrio, el movimiento, el
contraste, la armonía, la simetría, la asimetría, etc.
Sí tengo que apuntar que en las composiciones que hemos denominado como “libres”
hay una tendencia por parte del alumnado hacia las “formas orgánicas”, es decir,
aquellas que nos sugieren o nos remiten a la naturaleza o a los elementos de la misma,
por la semejanza que pudieran tener con las plantas, las flores, el agua, el viento, las
montañas, etc. Esto es posible apreciarlo en los trabajos que van del 13 al 17.
Las composiciones de tipo geométrico, tal como su nombre indica, están
condicionadas por las formas resultantes dentro del orden métrico estable de los
márgenes del cuadro. Así, es posible ver algunas con una fuerte organización simétrica;
otras parcialmente simétricas; algunas con claras asimetrías, etc. Como ejemplo de ello,
he seleccionado las composiciones 18, 19 y 20.
La gama cromática
Para que puedan verse las diferentes sensaciones perceptivas que provocan en el
espectador una misma composición abstracta, una vez que se ha terminado la
composición acromática, los alumnos deben realizar su versión de tipo cromático.
Con el fin de que comprueben la amplitud de soluciones, les suelo proyectar algunos
ejemplos de sus compañeros de cursos anteriores, pues es frecuente que pregunten por
qué colores comenzar. El consejo que les suelo dar es que piensen en dos tonalidades
que les guste para aplicarlas a dos formas colindantes dentro de la composición, pues no
es posible hacerse una idea del resultado final del trabajo, dado que nuestra memoria o
inteligencia visual no es capaz de pensar en más de tres colores al mismo tiempo; y que
una vez se han decantado por dos tonalidades, pueden avanzar con otras en las formas
colindantes con las que han comenzado.
Cierto que hay una teoría de los colores: cálidos, fríos, armonía, contraste, equilibrio,
tonalidades fuertes o tonos pasteles… pero para mí es importante saber que todos los
alumnos, sean chicos o chicas, tienen un gusto intuitivo hacia los colores, de manera
que ellos mismos se dan cuenta cuando no armonizan las tonalidades que han
seleccionado.
Puesto que las posibilidades cromáticas, en la práctica, son ilimitadas, hay alumnos
que les da tiempo o desean ofrecer dos soluciones distintas. Esto lo podemos ver en los
trabajos que van del 21 al 24. De manera especial, el autor de los dibujos 23 y 24 ha
proporcionado dos soluciones cromáticas muy diferenciadas.
Entre la 25 y la 31 vemos la variedad de composiciones que en la clase se han
realizado. Si hubiera que apuntar algún aspecto común sería la tendencia, tal como
indiqué al principio, a la similitud con las formas orgánicas de la naturaleza. Hay casos,
como es el del dibujo 29 (al igual que en el 5 y 6), en los que asoman algunas formas
realistas o figurativas; no obstante, doy paso a estos trabajos, puesto que
mayoritariamente responden a criterios de tipo abstracto.
Cuando son composiciones geométricas, podemos percibir que en algunos casos el
centro geométrico del cuadro se convierte en el punto sobre el que pivota la
organización compositiva. Esto se aprecia en los dibujos que van del 32 al 36. Y, a
pesar del equilibrio del que se parte, es posible introducir el dinamismo o movimiento
según ciertos criterios muy ligados a la psicología de la percepción.
Como no podía ser de otro modo, en los trabajos ajustados a los criterios
geométricos, aparecen con frecuencia los polígonos, dentro de las composiciones
bidimensionales, y los volúmenes (cubo, cilindro, cono, etc.), en las que se han
elaborado con la idea de que el fondo sugiera un espacio tridimensional. Lo expuesto se
aprecia en algunas respuestas creativas de los trabajos que van del 37 al 40.
A modo de conclusión
Relación de autores
1 y 2. Ángela Marchán
3 y 4. Marta García
5 y 6. Verónica Romero
7 y 8. Irene Navarro
9 y 10. Silvia María Gallardo
11 y 12. Raquel Vega
13. Ana María Algaba
14. Cristina Molina
15. María Durán
16. Rosa María Bermudo
17. Irene Madueño
18. Estefanía Ordóñez
19. Marta Flores
20. Roxana Guijas
21 y 22. Ana María Crespo
23 y 24. Antonio Cobos
25. María Francisca Serrano
26. Juan Jesús Castro
27. María Dolores Torres
28. María Luque
29. Alberto Rodríguez
30. Rocío A. Mármol
31. Antonio Caballero
32. Rosa María Baena
33. Dolores Reyes
34. Rocío Gutiérrez
36. Marta Ortiz
37. Beatriz Martínez
38. Patricia Martínez
39. María Sánchez
40. María del Carmen Cabrera
ROSA JAEN
El citado artículo (I) decía: Tres académicas son las que figuran en este momento en la
Real Academia de la Lengua: Doña Ana María Matute, doña Carmen Iglesias y la
recientemente admitida doña Margarita Salas.
Tres mujeres, igual número a las que se propusieron en 1891 y que tan gran polvareda
levantaron, aunque el reconocimiento de sus méritos se esfumó con el viento. Doña
Emilia Pardo Bazán , había sido propuesta para acceder a la Academia Española de la
Lengua, la Duquesa de Alba para la de Historia y doña Concepción Arenal para la de
Ciencias Morales y Políticas, sillón que le correspondía por haber ganado un concurso
mediante oposición al grado de académico en el que superó con creces a don Pedro
Armengol y don Francisco Lastres que ganaron los accesits, éstos se adhieren a la
propuesta para que ocupe el cargo. La Condesa de Pardo Bazán estaba en la cumbre de
su obra literaria, novelista afamada, crítica erudita, cargada de honores. Hizo llegar su
instancia al director de la Academia, pero, la cuestión académica saltó a la calle y a los
periódicos.
Son muchos los que muestran su disconformidad, alegando que ya se había cometido
una injusticia con doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Efectivamente, en 1853, a la
muerte de Nicasio Gallego, doña Gertrudis solicitó ser admitida como miembro de
número en la Academia, para ello contaba con el aval de varios académicos, y sobre
todo, con una abundante y prestigiosa obra literaria pero su compleja vida personal no
era la más adecuada para los prejuicios de la época. Así que los sesudos académicos
votaron en contra, aunque al comunicarle la decisión no escatimaron elogios para su
buen hacer literario.
He aquí algunas de las opiniones expuestas por escritores, hombres políticos y
jurisconsultos en El Heraldo de Madrid (Junio de 1891).
“En mi concepto, el sexo está en la obra misma. Hay, literariamente, obras masculinas
y femeninas, sin que esto implique que hayan de ser necesariamente las unas obras de
varón y las otras de hembra. Por el contrario, de igual manera que se dijo de una ilustre
escritora “es mucho hombre esta mujer”, se puede decir de algún escritor “es mucha
mujer este hombre”. El cerebro contradice en muchas ocasiones lo que el sexo indica.
“El genio no tiene sexo”. (Rafael Salillas)
Rafael María de Labra reconoce los méritos de, “las mujeres que, sin dejar de ser
mujeres de su casa, madres cuidadosas y amantes de sus hijos piensan y escriben como
hombres y son dignas de toda clase de honores y distinciones”.
Juan Valera escribe un ensayo con fina ironía sobre la “Cuestión Académica” y en él
expresa la opinión de muchos, que, “le piden a Dios que se desista del empeño de elegir
académicas de número, porque acaso, satisfaciendo su vanidad, provocarán
desbarajustes, vejando con sus cursilerías y poniendo en solfa a las Academias”.
“Nadie, a no ser por ignorancia o por envidia, niega que las damas aludidas valen tanto
por su saber, su ingenio, su actividad literaria y su talento de escritoras como cualquiera
de los más dignos inmortales”. Pero, en un salón de buena compañía, “tendríamos que
ser académicos de pies a cabeza, en lugar de amigos discretos, donairosos y bien
humorados, que sin pelos en la lengua departen sobre asuntos entretenidos y aguzan el
ingenio. ¡Adiós a los chascarrillos!”
Juan Pérez de Guzmán escribe en la misma fecha: “Yo, desde hoy, me atrevo a pedir un
sitial en la Real Academia de la Lengua Española para doña Emilia Pardo Bazán, que
ha empuñado el cetro de nuestro mundo de las letras y conquistado las supremas
jerarquías. Otro para doña Concepción Arenal en la de Ciencias Morales y Políticas,
cuyos estudios sociológicos la colocan a la altura de los primeros escritores sociólogos
de los dos Mundos. Y no hablo de la de la Historia por no ofender la modestia de la
ilustre Duquesa de Alba”.
Muchos otros personajes se adhieren con sus manifestaciones a la inclusión de las tres
mujeres para los sitiales académicos, como Francisco Lastres, Manuel Mesonero
Romanos (“El Curioso Parlante”), Laureano Figuerola, expresidente del Senado,
Campoamor, Narciso Campillo, Romero Girón, Eugenio Montero Ríos, Luis Vidart,
entre otros. La “cuestión” fue que los anhelos académicos de las tres mujeres se
quedaron en el umbral de las Academias.
A doña Concepción, pese a serlo por oposición, se adujo que al ser la de Ciencias
Morales y Políticas, la Academia más joven no iba a dar el primer paso en pro de la
mujer si no lo hacía primero la Academia de la Lengua, para nada se tuvo en cuenta su
superior valía ni el hecho de haber representado a España en un Congreso de
Estocolmo. Nada sabemos sobre la reacción de la señora condesa, pero debió ser poco
académica, dado su carácter soberbio y mal genio, cuando viera cómo se cubrían las
vacantes a las que ella había aspirado. Otras tres mujeres mostraron su candidatura o las
presentaron posteriormente, pero también fueron rechazadas, aunque como en los
anteriores casos no les faltaban méritos, Blanca de los Ríos (1928), Concha Espina
(1930) y María Moliner (1972)
A todos los nombres expuestos deberíamos añadir o hacer referencia a doña María
Isidra Quintina Guzmán y de la Cerda (Madrid 1768- Córdoba 1803) Conocida
como la doctora de Alcalá. fue la primera en ostentar dicho título y la dignidad de
académico de la lengua. El 6 de junio de 1785, cuando contaba 17 años, previa
autorización del rey Carlos III, quien deseaba verla encumbrada académicamente y tras
examinarse es nombrada Doctora y Maestra en la Facultad de Artes y Letras humanas.
En febrero de 1786, el rey Carlos III la investía con los títulos de Académica de la
Lengua y Catedrática de Filosofía, conciliadora y examinadora. No llegó a ser
considerada académica por no haber ascendido a la categoría de numeraria, ni ejerció
como tal. En 1789 casó con el marqués de Guadalcázar, trasladándose a Andalucía y
falleciendo en Córdoba.
Futuras académicas
La noticia es que los miembros de la R.A.E. han pensado en estos últimos años en otras
dos mujeres para la asignación de sillones vacantes, y no por el hecho de ser mujeres,
sino por méritos de sus conocimientos y buen hacer.
El director de la RAE, Victor García de la Concha insistió en que Soledad Puértolas fue
elegida por sus méritos "por encima de todo". "Nunca la Academia va a elegir a un
académico por cuota, lo ha hecho por sus valores literarios y sus reflexiones sobre la
literatura", apostilló. Asimismo, reconoció que la institución tiene que pensar ahora en
incorporar poetas o gente del mundo del teatro, ya que quedan dos plazas vacantes.
ISABEL DIEZ SERRANO
Luís Rosales, de cuya palabra me enamoré enseguida, nada más conocerla, ésta me
hizo un guiño y sentía en mis adentros algo muy especial, un pellizco, un no sé qué. Su
“Casa encendida” o “El contenido del corazón”, fueron para mí dos libros puntales que
me hicieron pensar, detenerme, porque aquello que tenía entre mis manos y mis ojos no
era la poesía leída hasta el momento, era “otra cosa”. Luís Rosales empezó a ser único,
no se parecía a nadie, aquel ritmo interno, aquellos versos, a veces tan dispares,
surrealistas o no, significaban una forma diferente de expresión, no se puede decir que
fuesen metáforas extraordinarias, no símbolos, no comparaciones, sencillamente era su
forma de expresión “sencilla”, “auténtica”, casi diríamos cotidiana pero a la vez de muy
alta poética. Poema-libro en el que Rosales entremezcla lirismo y narración,
surrealismo y racionalidad, existencialismo y una imaginación encomiable y
desbordante, dando un cambio a su nueva poética personal que incorpora recurso de
Vallejo y Antonio Machado.
Poeta andaluz, nacido en Granada en el mes de Mayo y en 1910. Quien a sus 16 años
publica su primer poema y a este le sigue otro y así sucesivamente hasta que ya a sus
25 años publicara su primer libro: “Abril”, libro maduro ya que habría jugado de
antemano con la palabra, habría conocido a Juan Ramón y a Lorca, entre otros, de quien
fuera más tarde gran amigo a pesar de sus diferencias ideológicas. De estética en sus
principios y temática clásicas, influenciado tal vez por los hermanos Panero, Ruidrejo o
Vivanco, quien venían influenciados por Garcilaso y el resto de la lírica clásica
española. Con su obra “Rimas”, cuyo libro le valió la concesión del Premio Nacional
de Poesía en 1951, vuelve a demostrar, en poema corto, su gran versatilidad y dominio
técnico; destacando este poema por su gran popularidad:
AUTOBIOGRAFÍA
Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir
y las contase, y las volviese a contar, para contar errores,
hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un año y le cubre la frente,
así he vivido yo con una prudencia de caballo
de cartón en el baño
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.
Este premio fue por cierto muy discutido en aquella época por su condición de
falangista, pero la autenticidad del premio es innegable si conocemos el poemario. Más
tarde, abandona las formas clásicas, como decimos y va tomando un rumbo diferente
pero no por eso menos valioso; sin rima y con predilección por la sencillez y el
acercamiento al lector. En este poema autobiográfico Rosales no nos parece muy
optimista, es la edad de la madurez. El hombre no es mas que un náufrago, un ser
perdido pero qué poeta no se ha sentido alguna vez “náufrago”, yo misma sin ir más
lejos, sin preguntar. “Perdido”, yo misma nuevamente y ¡cuántos más! Poema pues que
hace reflexionar sobre la vida de cada ser humano. Poema bellamente expresado,
fácilmente entendible. La poesía de Luís Rosales, encuadrado en la generación del 36
aunque ya hemos hablado de sus anteriores amigos vinculados a la del 27, de quienes
comenta: “Antes no habíamos oído un poema que nos hiciera rechinar los dientes”
ahora lo hacemos gracias a ellos” y se refería precisamente a Vallejo, Federico,
Cernuda, Neruda, etc.
Desde sus libros de preguerra hasta sus libros de posguerra tiene en parte su origen en
la muerte de su gran amigo Federico, quien todos sabemos que ayudó ocultándolo en su
casa, por tanto a partir de este momento el poeta se alimenta del dolor, el dolor de un
cadáver y así la palabra de Luís Rosales, tanto en su poesía como en ensayos o en sus
conversaciones eran un puro desengaño, el desengaño de un cadáver muy querido y que
no pudo velar. Sólo pasados muchos años de aquella triste desgracia pudo Rosales
encontrar su inicial y lenta alegría, regada con la madurez del humor y el espejeo del
juego. Rosales es paciente frente al hedor de la calumnia, de los silencios que fueron en
derredor suyo como paciente fue también frente a la fama, la que nunca buscó. No
creyó nunca en sus beneficios, mucho menos en los de la poesía, él llevaba un camino
auténtico mucho más esencial, camino lento de creación poética. Su obra continúa ya
con una sencillez espiritual y sentimental, domina tanto el verso libre como el rimado,
siendo la ausencia de adjetivos otro de sus grandes méritos, resaltando eso sí, la
sustancia de las cosas.
En 1962 es nombrado miembro de la Real Academia Española y en 1982 recibe el
premio Cervantes por el conjunto de su obra literaria. Ya en aquella década había
aparecido “La carta entera” que contiene dos libros: La primera parte, llamada “ La
almadraba” en 1980 y a continuación “Un rostro en cada ola” Poemario en prosa que
no resta un ápice de su valor literario porque al contrario, lo enriquece dada la palabra
ya conocida de un Rosales tan imaginativo como genial en sus exposiciones, tan lírico y
tan cotidiano a la vez, intimista siempre, tan cerca del corazón de sus lectores, de los
lectores de ahora, de los que le siguen y le seguirán por su gran riqueza lingüística, su
legado poético. Originalidad, humor, ternura… “su contenido del corazón, en suma”,.
RECORDANDO UN TEMBLOR
EN EL BOSQUE DE LOS MUERTOS
Altamirano 34
SIEMPRE MAÑANA Y NUNCA MAÑANAMOS
AL DÍA SIGUIENTE,
--hoy—
al llegar a mi casa –Altamirano, 34—era de noche,
y ¿quién te cuida?, dime; no llovía;
el cielo estaba limpio;
--“ Buenas noches, don Luis”—dice el sereno,
y al mirar hacia arriba,
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,
las ventanas,
--sí, todas las ventanas--,
Gracias, Señor, la casa está encendida.
Comentario a un tríptico
El día 28 de noviembre de 1940, o el día 29, según otros autores, se lleva a cabo
la orden firmada el día 24 del mismo mes, para el traslado de Miguel Hernández a la
cárcel de Ocaña.
Según costa en el documento que se presenta, varios amigos del poeta se reúnen
en un homenaje y elaboran el recordatorio en el que firman y dibujan en su honor, entre
los que se encuentran Antonio de Amo, José Armero Pla, Juan Esteba, Juan Antonio
Areste, Efraín Fernández Morente, Fernando Fernández Revuelta, Francisco García de
la Peña, Florentino Hernández Girbal, Fidel Manzanares Muñoz, Domingo Martín
Vigil, y José Sánchez Rodríguez.
NIHILISMO
Schopenhauer – Liberación de la voluntad de vivir. Fundamento filosófico de
“l´ennui”
Richard Wagner – Leyó en 1854 El mundo como voluntad y representación de
Schopenhauer >una de las matrices de la idea que conduce al amor aniquilado, a través
de la muerte sublimada de Tristán. Pero esta vertiente pesimista no es lo más
característico de Wagner.
El nihilismo en Valle-Inclán – Valle posee una fuerte vitalidad, pero como todos los
modernistas españoles ofrece a veces un lánguido decadentismo. En las Sonatas, como
dice Zamora Vicente, languidez, fatiga, en una palabra “ennui”. (fatiga, vago
aburrimiento, conversaciones susurradas.)
Leer pp. 16 y 17.
Allí se ve la conexión con todo el Decadentismo europeo.
Baudelaire – Fleurs du mal. En el poema “Spleen”: “Rien n´égale en langueur les
boiteuses journées …
Manuel Machado – En Alma, el poema “Adelfos” : “¡Que la vida se tome la pena de
matarme, / ya que yo no me tomo la pena de vivir!” Asombroso poema, perfección y
elegancia suma. En el contenido, languidez, pereza sin límites, anulación de la voluntad
de vivir en la línea de Schopenhauer : “Yo soy como las gentes que a mi tierra
vinieron…Mi voluntad se ha muerto una noche de luna …En mi alma hermana de la
tarde no hay contornos …De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo …Nada os pido,
ni os amo ni os odio. Con dejarme …Mi voluntad se ha muerto una noche de luna …”
Charles Baudelaire – Dejó en su gran obra Les fleurs du mal una rebosante presencia
del sentimiento de “l´ennui”. Causas teológicas, filosóficas, morales, sociales,
existenciales y sobre todo genéticas, temperamentales. “Oisiveté perpetuelle
commandée par un malaise perpetuel”. Se autobautizaba “un gran fainéant”,
“ambitieux triste”, “illustre malheureux” y “le dieu de l´impuissance”. La tristeza,
estado consustancial con su alma y a la que encuentra cierta belleza y dulzura. Así
vemos la connotación de la mujer triste y misteriosa que fascina al poeta. Este mismo
rasgo lo encontramos tb. en D´Annunzio en el que veo bastante clara la influencia del
poeta francés.
En el poema “Madrigal triste” (F.M. 1861) Sois belle! Et sois triste! / ---Je t´aime
surtout quand la joie / s´enfuit de ton front terrassé; /Le atrae más cuando la alegría ha
huído de su rostro. Sería interesante profundizar en esto.
Este navegar hacia el ensueño que en parte engendra melancolía, nos recuerda a
Mallarmé. (Leer p. 19 ) “Des mendieurs d´azur ….” “L´azur” para él= símbolo de
belleza, espiritualidad, conexión con lo divino, la paz.
En su poema “Renouveau”, habla de “Le printemps maladif”, enfermizo. Hecho en
relación con temperamentos hipocondríacos. Sangre abatida y tristeEsterilidad que
rodea su vida. La tristeza, “l´ennui”, tienen matiz metafísico. La angustia le conduce al
sentimiento de la nada.
Rafael Ferreres en Verlaine y los modernistas españoles, analiza el vocabulario :
monótono, melancolía, aburrimiento, tedio, hastío, “spleen”. Intensificación de
“l´ennui” romántico. Color gris. El atardecer, hora preferida. D´A. “La Sera”(con il tuo
viso di perla ) La lluvia y el sentimiento de tristeza dulce que produce.
Jacques- Henri Bornecque analiza el poema de Verlaine dedicado a la lluvia. Compara
el lento caer de la lluvia con “le lent clapotis de l´ennui”. Poema maravilloso que
expresa la tristeza sin aparente motivo real. “De ne savoir pourquoi”. ( Leer, p.20).
G.D´Annunzio, figura cumbre del Decadentismo italiano.
Abatimiento, el sueño la única evasión.
Baudelaire escribió “De profundis clamavi” (FM, 1861).
D´A. “Suspiria de profundis” (Poema paradisiaco, 1891-92)
El poeta francés envidia la suerte de los animales, que pueden sumergirse “en un sueño
estúpido” sin preocupaciones y responsabilidades. (Leer p.21 el de D´Annunzio)
En el fondo comunican lo mismo ambos poetas : Sentimiento de huída de la vida,
“ennui” lleno de nihilismo. El punto de partida está en la Biblia : Salmos, 130, “De
profundis clamavi, te, Domine”, pero temáticamente no guarda relación con el salmo
ninguno de los dos poemas.
Tb. amargura y tristeza en el teatro de Benavente. En La noche del sábado, pesimismo
a lo Schopenhauer, muy de moda en los literatos de fin de siglo. Vila Selma dice que
Benavente no llega a conclusiones pesimistas sino que parte de principios pesimistas,
como en Los intereses creados.
También hay ráfagas de tristeza en Rubén Darío a pesar de su gran vitalidad. (Leer,
p.22)
En este poema, no tristeza por desengaño del amor o hastío del placer, localizable en el
orden moral. Tiene una raíz metafísica, pues parte de la condición del ser del poeta. Un
alma que nace inclinada al ensueño > vacío y melancolía en el punto de partida por el
choque con la realidad.Rubén Darío hará de toda su vida un canto exultante al amor y a
la Belleza, pero todo ese fulgor de vitalidad, ¿no será la voluntariosa afirmación que
intenta acallar esa angustia latente,esa convicción de nihilismo y melancolía? Pienso
que sí.
Manuel Machado. Poema titulado “Adelfos”. Abulia, falta de voluntad y de ilusión.
Como Schopenhauer , liberación de la voluntad de vivir. Indolencia y languidez.
Recuerda el “Langueur” de Verlaine. Al fin y al cabo “ennui”.
Y Villaespesa. Tal vez el de mayor nihilismo y tristeza. (Leer, p.23)
Este relacionar la Naturaleza con sus poemas, Valle-Inclán no lo hace.La inspiración
lírica de Valle como en Aromas de leyenda, se vierte más en la contemplación del
campo de Galicia y de sus gentes, sobre todo de los más desgraciados. Arrobamiento
ante el paisaje, emoción y misticismo. Parece como si le preocuparan más las tristezas
de los demás, de los más pobres y desvalidos que las suyas propias.
ANA GAMERO
Qué mejor foro para hablar de libros que una revista literaria como ésta y qué mejor
público lector que aquellos que os leéis hasta los prospectos de las medicinas para
hablar de lo que más me apasiona: los libros.
En estos tiempos, en los que todos andamos a vueltas con la crisis, el sector editorial
saca pecho y los lectores se aferran a este hábito tan instructivo y saludable que es leer.
Y es que si bien es cierto que aún nos queda mucho camino por andar para situarnos al
nivel de otros países europeos, la lectura se está consolidando en España como un
hobby que practicamos muchos.
Según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros elaborado por la
Federación de Gremios de Editores, el índice de lectura se sitúa en un 54,6% y aunque
ha bajado con respecto a años anteriores, supone un porcentaje importante en el
momento actual en el que nos encontramos. O será que yo defiendo la idea de que a
amar la lectura se aprende leyendo y que al igual que invitamos a alguien a una cerveza
en la terraza del bar podemos hacer campaña de la lectura a pié de calle regalando a un
amigo un buen libro, que además se convierte en un obsequio de lo más personal y un
pozo de conversaciones permanente. Porque no hay, al menos para mí, charla más
amena, divertida, instructiva y apasionada que la que versa sobre algún libro en
cuestión, un tema que genera debate, risas, emociones e incluso controversia, todo ello
enriquecedor para el alma y el espíritu.
Mi experiencia coincide con el informe sobre el perfil del lector español que
habla de una mujer joven, universitaria, con preferencia hacia la novela, que lee en el
hogar, en castellano y por entretenimiento. También a este dato he de apostillar que
cada vez son más las amas de casa que se están aficionando a la lectura y que han
encontrado en los libros una nueva forma de viajar, sentir, amar, conocer y ejercitarse
física y psicológicamente. De hecho, cada mañana, en la librería en la que trabajo- todo
un lujo, dicho sea de paso-, recibo a nuevas clientes que aunque llegan un poco tímidas
y desorientadas, buscan, ansían encontrar un libro a su medida, que colme sus
expectativas cada vez más exigentes.
Quizá son ellas las que, junto con la escuela y las actividades de animación a la lectura,
están incentivando el placer de leer entre sus hijos, niños que, tal y como se demuestra
en las encuestas, imitan a sus padres y que según los datos publicados en prensa, son el
colectivo de mayor consumo de libros, sobre todo aquellos cuyas edades oscilan entre
los 10 y los 13 años ( el 91,2%). Estos además reconocen que leen porque les gusta. Así,
con estos jovencitos situados como el principal grupo lector del país, entiendo que
nuestro futuro, el de los libros, está garantizado.
Tras ellos encontramos a los chavales de entre 14 y 24 años, con un índice de lectura del
70,5% y que además del libro en versión papel apuestan por las nuevas tecnologías
como forma de lectura a través de internet, el fenómeno e-book, los blogs, foros y
espacios literarios.
En el ranking de lectores por franja de edad aparece también la población de entre 25 y
54 años de edad , que suma un 60% y que apuesta por la novela histórica (35%) – La
catedral del Mar, la mano de Fátima y La emperatriz amarga por citar algunos-, el
relato de aventuras (21%)- Venganza en Sevilla y toda la saga del Capitán Alatriste-, el
misterio y la intriga ( 19%) - El hipnotista, Crimen en directo, Scarpetta, etc- y las de
ciencia ficción y fantásticas ( 16%)- La Cúpula, entre otras-.
Cabe destacar que aunque periódicamente aparecen listas de los libros más vendidos,
hasta el momento se llevan la palma sin discusión el clásico de Ken Follet, Los Pilares
de la Tierra, El niño con el pijama de rayas y Milennium.
MARINA
(Óleo)
Me vino a la memoria
la inquietante postal que guardaba mi madre:
una pálida niña que yacía,
con las alas cortadas debajo de la luna.
A mi hija Myriam
La tarde se ha tendido
mientras tu dedo imprime
un Peter Pan al vaho de los cristales.
Me pides que te cuente
la historia de la niña que llega con la lluvia;
la niña sin sonrisa que se asoma,
pegando la nariz a la ventana.
Todo el aire del cuarto está dispuesto;
tu boca recogida.
Una urgencia de gotas,
ajena a nuestros nombres, tabletea.
Érase, ya hace mucho, una niña de agua,
a la que le crecían
innumerables lotos en los ojos
y pasaba dejando mal cerradas las fuentes...
Lentamente, me pruebo
tu ademán al espejo y se me quita el frío.
CARMEN DE SILVA VELASCO
MESA DE DESPACHO
AGUA Y SILENCIO
A Charo Santiago,
con un ramillete de eternidad.
DÚCTILES ALAS
(Tras la divulgación de una noticia de maltrato infantil)
La sinrazón se impuso
sobre la dúctil ala
de su entraña infantil: una tormenta
indómita en la estirpe
de irreflexibles lobos,
a manera de padres,
la devoró en la noche
de su llanto más crudo y solitario.
Qué importaban después
las leyes de los hombres,
la aplicación del código,
si ya el maltrato puso en riesgo
las alas de los ángeles.
CRISTINA COCCA
día 1 (atardece)
Llegarás a mi piel,
oscuramente tuya, demorado su tacto,
tangible y renovada sobre la ardida luz
que ahueca los espejos, silenciando en la luna
su desnudez primera.
Cristóbal Toral
de barcos de papel
con las letras más grandes del periódico,
ese baúl que fuera
secreto recipiente de nostalgia.
A MARINA MARTINOTTI
Cabalgando palabras
entre limón y miel,
me llegó tu alegría de alud recién nacido
y se me abrió en las manos
toda la verde entraña de tu peregrinaje:
UNIVERSAL
MANOS INFINITAS
TRANSPARENCIA
Me busco en el espejo,
hace mucho que se rompió mi imagen.
Giro la cabeza
y ya no tengo sombra.
Me estoy volviendo
pequeña, vulnerable,
quebradiza
A PAUL ELUARD
de mi ciudad y en la periferia
de la dedicatoria se arraciman
perfiles emocionados
Resultado
sucede un tango
- ¿o es milonga? –
Deseo de Durar
escribo tu nombre.
ÁNGELES LENCE
EVALUACIÓN
La vida es un problema
difícil de resolver:
ninguna solución es exacta,
la incorrecta penaliza.
La media de aprobados es muy baja
y no puede recuperarse la materia.
Reivindico un No Presentado
en mi expediente.
FERNANDO FIESTAS
Ya no quedan preguntas
que horaden las palabras
en busca del candor perdido:
la vida es un trayecto
donde se puede caminar
con el corazón en la mano.
Ya no quedan preguntas
en este mundo de vestigios
donde se explica con señales
las dimensiones del silencio.
Prefiero abandonarme
a la apariencia de los grises
para cuando me mire en el espejo
sentir que soy el último erotema
de mi esperanza.
Contempla el cielo teñido de rojo y malva en las horas del ocaso. Se estira cuanto
puede, con los brazos hacia arriba y de puntillas. Mira hacia ambos lados. Nadie. Se
quita toda la ropa y entra poco a poco en el río a cuya vera había montado un pequeño
campamento y encendido una hoguera. En sus dientes porta un pequeño cuchillo de
piedra afilada y madera endurecida al fuego y, en su mano izquierda, un bastón de unos
cincuenta centímetros con símbolos pintados en negro y carmesí. Comienza a tiritar y
contrae su arrugado rostro pero no sale del agua.
Con esfuerzo llega al centro del cauce y mira río abajo. Sobre la línea del
horizonte, una nube se asemeja a un bisonte, lo que él interpreta como un buen augurio
de los dioses para continuar con el ritual. Estira entonces su brazo izquierdo con el
bastón bien aferrado frente a él. El brazo derecho lo levanta por el costado hasta estar
paralelo al agua. Cierra los ojos y, haciendo un arco pronunciado, toma el cuchillo de
sus dientes con su mano libre y vuelve a estirar el brazo a su posición anterior. Mantiene
el equilibrio gracias a sus fuertes piernas, impropias de alguien con los años que su faz
refleja, y la corriente no logra arrastrarlo.
El murmullo del agua chocando con las orillas le recuerda a la voz profunda del
padre de su abuelo cuando le enseñaba frente a una hoguera la antigua lengua de los
anasazi y le contaba cómo ya estaban todos ellos reunidos con los señores de la pradera
y el bosque y solo quedaban los rituales que se transmitían de padres a hijos y de
abuelos a nietos.
Mientras murmura unas palabras en la lengua de los desaparecidos, realiza
cuatro cortes paralelos con el cuchillo en el antebrazo izquierdo y deja caer la sangre al
río. Ninguno de ellos hace cambiar su gesto de concentración. En sus párpados cerrados
ve formarse las imágenes de los gigantescos rebaños y en sus oídos retumba el
estruendo de sus pezuñas al tocar la piel tensa de los infinitos prados en los que
pastaban hacía incontables lunas. Su cuerpo empieza a temblar mientras su voz se eleva.
Con un último grito finaliza el cántico. Abre su mano y deja caer el bastón. Encerrado
en el mutismo, lo observa alejarse hasta que pronto lo pierde de vista. Sus ancianos ojos
ya no atraviesan la noche como antaño.
Con dificultad abandona el río y se dirige al campamento. Se viste pronto y
aviva los rescoldos humeantes de la fogata. Cuando las llamas son los suficientemente
altas y hacen más profundas sus arrugas, el hombre saca una pipa tallada de su bolsa de
cuero y la prepara para disfrutarla. Su propia mezcla de diversas hierbas aromáticas
sirve para alejar a los insectos y renovar el calor perdido en el agua.
Pasa una hora en vela contemplando las llamas, buscando un patrón en las
lenguas que bailan con el viento, tratando de interpretar las señales ocultas. Empieza a
cabecear y sus ojos parpadean. Pone una manta sobre sus hombros, aspira los últimos
resquicios de su pipa, cruza las piernas y cierra los ojos, al tiempo que deja la pipa a un
costado. Murmura unas palabras y balancea su cuerpo.
El escenario cambia. El anciano se encuentra en una vasta llanura donde ve a enormes
animales pastando libres. Entre ellos destaca una gigantesca hembra con pelaje
completamente blanco. La reconoce como la primera de todos. La madre surgida de una
pluma del abuelo Halcón, caída en la nieve y arrastrada por el viento del norte hasta las
llanuras donde Coyote echó su aliento y le dio vida. El hombre se estremece al sentir
una brisa que él toma como el hálito del dios. Su cuerpo cambia. Cae al suelo y sus
piernas y brazos se tornan en poderosas patas. Un tupido pelaje negro cubre ahora todo
su cuerpo y su tamaño crece hasta ser mayor que el de todos los bisontes excepto el de
ella, a quien casi iguala. Se acerca a la inmensa manada y ve cómo todos sus miembros
se apartan, abriendo un pasillo que lo conduce hasta la gran hembra.
Cuando ambos se reúnen en el centro del grupo, el hombre-bisonte siente los
pensamientos de ella fluir a su cerebro. Le habla del origen de todo, del cosmos, los
planos y los mundos. Ante sus ojos discurren imágenes de seres y formas desconocidos,
grandes lagartos y diminutos seres de muchos brazos y ojos que nunca han existido en
esta tierra. Él comprende y su hocico sonríe. Una pausa y después una pregunta: “¿Estás
dispuesto?” Asiente y bufa para remarcar su gesto. Ella le entrega entonces el último
conocimiento, el saber de lo que aún está por venir. La locura viste los ojos del gran
animal negro y se siente caer, atravesar el tejido de la realidad a medida que
empequeñece y pierde cuernos y pelaje. Sus extremidades vuelven a ser humanas.
Finalmente, abre los ojos.
La hoguera está apagada y los primeros rayos del alba atraviesan las frondosas
copas y tiñen de oro viejo las aguas. El hombre se levanta a tientas. Sus ojos ya no ven
aunque aún pueden llorar. Lágrimas por lo que aún no ha pasado. Una imagen es lo
único grabado en su mente: la Nada.
Dos jóvenes exactamente iguales se acercan por entre los árboles. Las hojas caídas no
crujen bajos sus pies enfundados en mocasines. Sin decir palabra, se acercan al
tembloroso anciano y lo toman de los brazos. Su tacto es extraño. Etéreo. Efímero.
Caminan juntos nuevamente al río. Sólo el viejo deja una estela en el agua. Se dirigen
hacia el horizonte, donde una nube con forma de gran bisonte les contempla desde lo
alto unos minutos antes de galopar y deshacerse entre los cielos.
Los tres caminantes se funden con el entorno y desaparecen entre las aguas
acariciadas por las ramas bajas de los abetos.
© ANTONIA PONS COCH
Una lágrima, hermana de tantas otras, quedó a medio camino de su mejilla hacia su
boca. Pero se sentía, en su cansancio, por fin, libre.
Sin venir a cuento, recordó en el espejo su vestido blanco de novia y la ilusión mezclada
de temor por la inseguridad de afrontar una vida en la que ella sería la protagonista de
sus sueños…sueños…sueños… Se envolvió en la palabra y algo semejante al sopor
pareció ceñirla, rodearla y luego alejarse. ¿Dónde se había quedado en su recuerdo?
¡Ah, sí! Su vestido de novia. Sí. Y el escalofrío de placer de verse reflejada en los ojos
de Roberto.
Otra lágrima empapó sus pestañas y salió de la mancha cárdena y tumefacta que
convertía en paleta de pintor sus párpados y sus pómulos. ¿De qué estarían hechas las
lágrimas de una mujer?… La respuesta salió de lo más profundo de su vida y de si
misma…están hechas de silencios húmedos y sonrisas transparentes, de ternuras
compartidas y soledades absolutas, de mudas despedidas y luz de amaneceres, de niños
interiores y del alma de los besos, de piedras del camino y lecciones de la vida, de amor
vertido y derramado y de océanos condensados de dolor.
Nunca, en su mente adolescente, había asociado el amor al sufrimiento y al dolor. El
amor era para ella algo mágico que le permitía prescindir de todo lo demás. Era sueño,
latido, luz. Era un sentimiento capaz de relativizarlo todo. El tiempo, la sed, el hambre,
los amigos… Necesitaba amar y Roberto fue el objeto hacia el que dirigió todo el
caudal de sentimientos que su corazón era capaz de sentir y de inventar. Su vida estaba
enteramente orientada hacia él. Enlazada con la de él. Fagocitada por él. Y esta atadura
parecía que la hacía libre. Sin embargo, nunca pensó que la hiciera vulnerable.
Sintió un pinchazo en un brazo, pero no pudo volver la cabeza para ver la causa de la
molestia. El sopor pareció volver para alejarse de nuevo. El espejo. Tengo que regresar
al espejo.
La imagen le devolvió otro vestido blanco. ¡Cuánto tiempo había pasado desde aquel
vestido! Tenía ocho años. Su primer vestido largo. Blanco e inocente, entre otros
muchos vestidos blancos inocentes de sus amigas que se contemplaban mutuamente y
que sus pies ahuecaban haciéndolos girar y girar hasta convertir sus faldas vaporosas en
torbellinos de lazos y organdí. Su madre, como la echaba de menos, lo guardó y ahí
estaba todavía, envuelto en vapores de naftalina, en el arcón que compró en un
mercadillo medieval. El color blanco se había roto. El tiempo, indiferente, había
mancillado su infancia. Y en el espejo, pintados la memoria y el recuerdo. La retahíla de
las oraciones y el catecismo…El primero, amar a Dios. Roberto era su dios… El
segundo, no tomar el nombre de Dios en vano. El nombre de Roberto nunca se
pronunciaba en vano. Ni siquiera cuando estaba sola y le salía sin pensar, deslizando
cada sílaba con un roce de sus labios, como quien besara el aire que él respira… El
tercero, santificarás las fiestas… ¿Fiestas? ¿Qué fiestas? ¿Es que todavía había fiestas
en la vida de la gente? No había nada que santificar. Hacía mucho tiempo que todos los
días eran, para ella, idénticos. Como los garbanzos de un puchero… El cuarto… el
cuarto era… honrarás a tu padre y a tu madre. Eso es. El quinto… No podía recordar el
quinto y era incapaz de continuar la cadena, habiendo perdido un eslabón. Luego me
acordaré. ¡Mira que venirme esto a la memoria! ¿Qué decía el quito mandamiento?...
Se empecinó sólo una vez más.
Para ella, Dios se llamaba Roberto. Apenas cumplidos veinte años, se asomaba a un
mundo mucho más complejo que el lineal de me “ajuntas” no me “ajuntas” de las
amigas del colegio o me quieres, no me quieres de los ligues adolescentes.
Estaba un poco aturdida y atemorizada de aquel ramo de novia que la precipitaba en
brazos de Roberto. Realmente se sentía insegura por muchas cosas, pero en aquel
momento su inseguridad estaba materializada por los altos tacones que martilleaban las
baldosas de la iglesia y por si siempre su vida se vería así de hermosa. Lo que la
permitía avanzar `por el pasillo interminable hasta el altar, olor de incienso y cirio, fru-
frú de raso y seda, majestuosas notas desgranadas desde un órgano, era la fe ciega en el
amor de su marido.
La primera vez que le pegó, dejó en su mejilla derecha cinco lenguas de fuego. La
mejilla derecha. Roberto era zurdo. El catecismo que tuvo que aprender de pequeña para
ponerse el primer vestido blanco decía que, si te pegan en la mejilla derecha, hay que
presentar la izquierda… Esta evocación la llevó de nuevo al camino en el que antes se
había perdido. Pero, ¿cuál era el quinto mandamiento? Seguía sin poder evocar algo que
en un tiempo recitaba de corrido y sin tener que pensar en lo que decía. ¡Si pudiera
recordar el sonsonete con que lo acompañaba, seguro que las palabras volverían a ser
importantes y regresarían a su memoria!
La mejilla izquierda. Debía ser un error del catecismo. Las mejillas no están para eso.
Las mejillas están para la caricia y para el beso cálido de la amistad y de los niños, para
sentir la piel y el calor del afecto que te acoge, están como cunas para el rubor inocente
y como lienzos para el color apasionado del sol. Son caminos por los que puedan
discurrir y entregar las lágrimas de felicidad y amor… no para dejar prendido en ellas
lenguas de rabia, dolor y fuego.
Se quedó dolorida y humillada. Decidió guardar silencio. Era demasiado vergonzante y
no quería ver en los ojos de los demás la mano de su marido lanzada hacia su rostro…
el rostro que él también besaba… Si la imagen de él quedaba lastimada, ella no podría
resistirlo. Y su orgullo no le permitía decir al mundo que su vida era un fracaso. Y
además… le quería. ¿Qué sería de ella sin él?
La culpa es mía, se dijo. Él era tan inteligente y ella tan poca cosa ¿por qué creía ella
que alguna vez podía tener razón? Pero no era necesario humillarla delante de los
demás. Tenía asumida su insignificancia, no era necesario exponerla al escarnio público.
Si yo no le hubiera contrariado, si hubiera sido más sumisa, si hubiera dejado el trabajo
que tanto me costó conseguir pensando que la admiración que él dedicaba a sus amigas
independientes se volcaría también en ella, si no hubiera contestado al saludo del
vecino, ni siquiera sabía su nombre, con el que coincidía cada mañana en el ascensor,
buenos días, buenos días, si se hubiera bajado el dobladillo del vestido, si se hubiera
quedado en casa, si no hubiera respirado, si… Se sentía torpe, insegura,
desorientada…sola. Había perdido toda capacidad de respuesta y abandonada la
esperanza de que su vida pudiera parecerse alguna vez a la vida que imaginó caminando
con un ramo de jazmines en la mano, bajo las notas ingrávidas de un órgano que sonaba
para ella.
Los vestidos blancos son de una delicadeza absoluta. Enseguida se nota un roce, una
mancha. Cualquier mota atenta contra la esencia misma del color. También la violencia
iba contra la esencia misma del amor. Nunca, en su mente adolescente, había asociado
el amor al sufrimiento, pero ahora se había roto la magia y este amor había sido
contaminado. Como el vestido. Pero ni siquiera contaminado y ausente de magia podía
renunciar a él ni destruirlo. Las imágenes contenidas en el espejo y ella se encontraban
en dimensiones diferentes. Y en dimensiones diferentes se hallaban también Roberto y
el amor. Tan diferentes y antagónicos que no había conciliación posible. Sin embargo,
ambos se acunaban en su costado. Imposibles de conjugar, expoliando su inocencia,
carcomiendo su juventud.
Ni el tiempo ni los sueños ni los amigos eran ya tan siquiera relativos. Habían perdido
hasta su razón de ser. Ni siquiera era capaz de verlos en el espejo. Pero los sentimientos
y ellos dos se habían convertido en términos absolutos. Era el todo o nada. Y a ella le
había correspondido convertirse en nada.
Le faltaba el aire. Percibió voces que creía conocer, pero se sintió invadida por una
sensación de irrealidad que la obligó a buscar refugio en su propio mundo. Era una
escapada del dolor físico y del lastre de las piedras del alma.
Volvió a concentrarse en el espejo que le devolvía una imagen que parecía cada vez más
real y alejada de brumas que difuminaran su entorno. Aquella nueva luz le ofrecía una
inesperada sensación que excluía la pesadumbre, el quebranto físico, el dolor moral y la
culpa de ser ella como era. No podía dejar que, de nuevo, la niebla se hiciera sólida por
momentos. No podía disipar aquella luz. La luz en aquel espejo con su imagen que,
como el de Alicia, parecía tener camino a alguna parte. Y se entregó. Llevaba un vestido
nuevo y había flores y su imagen sonreía. Estaba hermosa. Más hermosa que el día de
su boda. No había cercos en sus ojos ni marcas en su cara. Una mano, que reconoció al
instante, se posó sobre la suya. Su madre. Percibió como un beso levitaba para dejarse
caer con suavidad sobre su frente, acompañado del suave y cálido aleteo de una
respiración. Sintió el amor sin condiciones, sintió que era importante para alguien, sintió
que no estaba sola. Todos los besos del mundo que merecía y la vida le había negado se
materializaban en su frente. La mano de su madre apretó la suya como cuando era
pequeña y la empujaba a caminar, a salir al mundo. La envolvió una sensación de paz
que desconocía hasta entonces y un sonsonete infantil empezó a recorrer su mente. En
seguida aparecieron las palabras, sólidas, rotundas, pero esta vez tenían sentido. Se
deslizaron como burbujas de luz y se colocaron obedientes, físicas, concretas, claras en
sus labios que no se movieron… el quinto… no matarás…
Tenía entonces terror a aquellos pajarracos de ojos grandes que surgían en la noche
y se posaban sobre los tocones de viejos alcornoques, en su mente de chiquillo le
parecían surgir de los avernos y buscar un momento de descuido de su progenitor para
arrastrarlo lejos, hasta el confín de la tierra, donde enemigos terribles darían cuenta de
él. Hasta que un día su madre le dijo que no debía temer nada de ellos, que su poder
rebasaba ya en mucho el de los viejos búhos y eran ellos quienes deberían ponerse a
salvo de sus nacientes armas. Y por primera vez supo entonces que su raza estaba
templada por el acero de los siglos, y descubrió aquellos pequeños bultos que se le
antojaron molestos caprichos de la naturaleza pero que, según su madre, le convertirían
en poco tiempo en el rey de las dehesas, sin enemigo invencible ni súbdito que no
respetara la razón de sus armas.
Junto a él, muy cerca de su madre, otras hembras deambulaban seguidas por sus
retoños, tímidos como él, que a veces corrían por los prados, alejándose unos metros de
la seguridad de sus progenitores, para volver impetuosos, galanteando de sus hazañas.
En una de esas ocasiones una veloz carrera le puso frente a Beleña. Ella se mostró arisca
en un principio, y casi se asustó cuando se acercó a oler de cerca su piel sudorosa,
oscura y tersa, como su propia mirada. Tardaron un rato en romper el muro de la
desconfianza, pero desde aquel día toda su vida comenzó a tener un sentido especial.
Nada más despuntar el amanecer buscaba a Beleña con la seguridad de que junto a ella
todo sería más estimulante, más indómito, más inescrutable, y el mundo se abriría a
ellos con toda la aventura que los mayores parecían desdeñar.
El mundo no tenía límites, o al menos así se dibujaba en sus recuerdos de
infante. Corría junto a Beleña siguiendo a la manada, adelantándose para beber en los
arroyos, escondiéndose tras las encinas e imitando a la vieja Loira, cuyo mal carácter
era por todos conocido. La dehesa parecía interminable, lejana hasta el infinito del
horizonte, donde nadie sabía a ciencia cierta si había o no un final. Ni siquiera los más
viejos de la manada habían corrido más allá de los prados del norte, en lo alto del valle,
donde nevaba en los inviernos. Algunos decían que más allá la dehesa seguía siendo
infinita, porque fuera de la dehesa no había nada. Otros, más cautos, hablaban del amo,
y afirmaban que tenía un lugar donde llevaba a los elegidos, otorgando a algunos el
derecho a la eternidad y condenando a otros a suplicios interminables hasta su muerte.
Fueron aquellos días los más hermosos de su pasado. Siempre había algo nuevo
que descubrir, algún animal al que asustar con una rápida carrera. Y por supuesto
estaban los días del terrible sol veraniego, que les hacía sestear bajo las encinas, y las
tardes maravillosas, interminables, recortándose en el horizonte cada vez más pronto a
medida que pasaban los días y el otoño hacía amarillear las hojas de los grandes robles.
Una de esas tardes, en las que los ciervos mugían en el corazón del monte,
conoció a Torvisco. Era poco mayor que él, pero su porte le hacía parecer ya casi un
adulto. En su primer encuentro apenas si se miraron, permanecieron un rato uno cerca
del otro, vigilándose por el rabillo del ojo, y luego Torvisco le hizo frente sabiendo que
su superioridad no encontraría resistencia alguna. Pero se equivocó, él no estaba
dispuesto a que aquel grandullón pudiera amedrentarle sin sentir el nervio que le
afloraba en sus entrañas. El envite pilló de sorpresa a Torvisco, que retrocedió
alarmado, después se rehizo y miró de frente a su virtual enemigo, con esos ojos negros
tan profundos como las noches más oscuras del bosque de encinas. El duelo no pudo ser
y no fue. A la primera arremetida él sintió por primera vez el golpe de unas armas
nacientes sobre su costado. Fue un empujón largo y furioso, nacido de muchos siglos de
luchas celtas en la vieja Vetonia.
Vencido, humillado, agachó la cabeza en señal de sumisión, y Torvisco se dio
por satisfecho. No era necesario seguir. Era el más fuerte y en el futuro sólo existiría
entre ellos la amistad, sin resquicios de violencia.
Pero lo más terrible de aquellos días fue la muerte de su madre. Había un regato
crecido en medio del valle y toda la manada comenzó a vadearlo por su parte este,
saltando por el lugar donde las piedras lo hacían más estrecho. De un brinco pasó el
obstáculo sin problema alguno, mostrando como estaba creciendo muy rápidamente,
pero cuando se volvió para ver a su madre apenas pudo descubrir su silueta tropezando
torpemente y cayendo de lado sobre el arroyo. Al principio parecía que aquel incidente
no tendría importancia, pero su madre comenzó a mugir de dolor. Por más que lo
intentaba no conseguía ponerse en pie. La mala suerte había querido que bajo las aguas
se encontrasen escondidos los restos de una guadaña oxidada que se había clavado en su
pecho. Las bravas aguas se transformaron entonces en un torrente de sangre impetuosa,
mientras los mugidos lastimeros hacían presagiar la llegada de la muerte.
Alguien intentó apartarle de aquella escena, mientras el resto de la manada
arropaba la agonía de la condenada, pero él no podía imaginar que el ser que le había
dado vida y protección fuera a morir. Ella era invencible, lo había demostrado una y
otra vez defendiéndole contra todos los enemigos del bosque, le había dado la seguridad
de su poder infinito, no era posible que un simple accidente pusiera en peligro toda
aquella magnificencia. Fueron minutos terribles, entrecortado el silencio del atardecer
del encinar por los lamentos moribundos de su progenitora mientras se desangraba
lentamente. Después las aguas cada vez fueron menos rojas y el cuerpo quedó tendido
en la orilla, a la espera de que con el nuevo día una corona de buitres viniera a buscarla
para llevar su cuerpo hasta la tierra prometida.
Se abrió entonces en su vida una época solitaria y distinta, en la que los cambios
se fueron sucediendo como los meses, convirtiéndole día tras día en un joven robusto,
bien proporcionado y peligrosamente armado, que podía correr brioso por los llanos sin
temer a nada. Quedaban lejos los temores a las aves nocturnas del bosque. En alguna
ocasión, para romper el maleficio de sus antiguos miedos había salido tras un búho,
cómodamente posado sobre el tronco de un árbol carbonizado por un rayo, y veía
entonces con satisfacción cómo el temido fantasma de sus sueños de niño escapaba
aterrado a su acometida.
Ahora podía hacer frente a Torvisco, que tenía un tamaño bastante similar al
suyo, y empujarse ambos por los llanos, hasta que el agotamiento hacía que uno de los
dos lograra hacer retirarse al otro varios metros, o en uno de los empujones uno de ellos
perdiera el pie y tuviera que darse momentáneamente por vencido.
Olía como aquella tarde, a tierra mojada. Los negros nubarrones prometían
descargar toda su furia sobre aquel escenario donde él era actor principal sin saber qué
papel le había deparado la vida hasta aquel instante, el momento en que vio el rostro
tenso de su verdugo, agrietado por la decisión de terminar de una vez por todas con la
sentencia de muerte.
Quién y por qué le condenaron. Una y otra vez se preguntaba qué maleficio había
obligado al amo a buscarlo en los prados y separarle de sus amigos, de Beleña, de
Torvisco, de sus recuerdos de infancia, acorralándole sobre aquellas extrañas bestias
que escapaban como el viento a sus intentos de defenderse y golpeándole con aquellos
palos largos que le habían hecho tanto daño.
Fue uno de los días más terribles de su vida. Por primera vez conoció seres más
poderosos que la manada, extraños diablos surgidos de las leyendas que una y otra vez
le habían contado, hiriéndoles con largas extremidades para separarles del resto de sus
seres queridos. También por primera vez conoció el miedo en los ojos de Torvisco, y en
los del resto de jóvenes que fueron conducidos hasta un corral. Después vino la espera,
fuera se escuchaban gritos entrecortados, y entre ellos se rumoreaba que se trataba del
bautizo de fuego. Nada había oído hasta entonces del bautizo, pero muy pronto sintió
como una rama le atrapaba por la cabeza y las patas, y le sacaban a tirones hasta la
arena, dejándolo inmovilizado sobre el suelo, presa de un miedo desesperado y terrible.
Después sintió la mordedura del fuego sobre su carne, un dolor intenso que le obligó a
lanzar un mugido desolador, pidiendo ayuda. Segundos más tarde le soltaron, y pudo
levantarse e intentar huir arrebatado por el miedo, juntándose con el resto de los jóvenes
que también habían sentido la quemazón. Allí estaba Beleña, llorando, y Torvisco,
lamiéndole tiernamente la herida cuya cicatriz triangular se repetía en los cuartos
traseros de todos ellos.
En aquel instante no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero bastaron
unos minutos para comprender que ya nada sería lo mismo. Por un momento tuvo la
impresión de que aquellas extrañas bestias le habían elegido, como a tantos otros, para
hacerle participar en el viaje del que según la leyenda nadie retornaba. Las viejas
historias de Cantueso, el viejo semental que retornó un lejano día con heridas en su
lomo, comenzaron a cobrar vida. Os llevarán a un lugar terrible, les dijo, os increparán
mientras varios os atacarán hasta la extenuación, después entrará uno de esos monstruos
y os abrirá las entrañas, pero no cejéis, luchad como lo hice yo, hasta conseguir
doblegar sus fuertes patas y abatirlo sobre la arena. Sólo el valor os permitirá la
clemencia de los amos y si volvéis las heridas cicatrizarán y los inviernos ya no serán
tan terribles.
La tierra pareció entonces abrirse a sus pies y conoció los temblores del miedo.
En sus sueños aparecían los todopoderosos diablos, más altos que los alcornoques,
hiriéndole con sus raíces afiladas hasta hacerle caer, y entonces volvía a sentir la
dentellada del fuego abrasándole la carne para purgar sus pecados por todas las
iniquidades cometidas durante su existencia. El amo de los demonios aparecía y le
preguntaba por la vez que intentó escapar de la cerca, empujando los postes con la
ayuda de Torvisco, o por la vez que atacó al viejo búho mientras reposaba sobre los
restos del alcornoque. Él enmudecía, sospechando que las justificaciones no harían sino
enfadar aún más al demonio y, entonces, de nuevo volvía a sentir la tortura del fuego y
el acero introduciéndose por sus entrañas.
Durante los días siguientes el sueño se fue trasformando en una obsesión
enloquecedora que le hacía correr por los campos alejándose de la manada, intentando
buscar un lugar en lo más intrincado del mundo donde poder sustraerse de los ojos del
demonio. Llegará el día del juicio y debéis estar preparados para purgar vuestros
pecados ante la justicia divina, le había dicho Zaino, el sacerdote, quien también había
sobrevivido al martirio y se dedicaba en su vejez a cubrir a las hembras junto a los
pocos elegidos. Zaino solía amedrentar a los jóvenes con sus alegatos sobre la virtud, la
honestidad y la sumisión. Hay otro lugar para nosotros, les decía, un lugar donde el
bosque no tiene límites y no existen los amos, sólo inmensos prados siempre verdes
bajo la luz del cálido sol, y allí irán los fieles y limpios de corazón para conocer la vida
eterna.
Los jóvenes no daban demasiado crédito a las palabras de Zaino, tenían eso sí,
miedo a las leyendas sobre los viajes sin retorno y el juicio de dios, pero nada más. El
resto parecía lejano cuando afilaban sus armas sobre los troncos de los viejos
alcornoques. Algunos juraban que darían su merecido a los diablos si algún día llegaban
a volver a verlos frente a frente, y cuanto más tiempo pasaba mayores eran las
bravuconadas y los juramentos, mayor el poder y mayor la seguridad de que las
historias de los viejos eran sólo patrañas nacidas de las aburridas tardes del rumiar en
los prados.
Su madre también apareció en su sueño. Fue la misma tarde que volvieron los diablos.
La vio levantarse de la orilla mientras la bandada de buitres se elevaba asustada, y venir
a su encuentro con un trote veloz y desconocido; todavía una impresionante guadaña le
laceraba el pecho, pero no sangraba. Tienes que mostrar todo el ardor que te han
otorgado los viejos encinares, le dijo, tienes que desear la eternidad, convertirte en uno
de los elegidos para que tus hijos lleven la sangre que te dio tu padre. No, no eres
invulnerable, como ningún ser de la tierra, pero no por eso eres menos poderoso. Habrá
un día en que tendrás que enfrentarte a tu destino, y tu destino es tan injusto como
terrible, pero yo estaré contigo y en tu sangre también correrá la sangre de mis
antepasados. Debes resistirte a la condena, debes amar la vida por encima de tu propia
debilidad. Los amos tampoco son invencibles, nadie está exento del destino común.
Y entonces llegaron ellos. De nuevo el miedo arrasó los corazones más valientes
y el terror hizo correr sin rumbo a los que habían jurado que terminarían con el yugo de
los amos. La palabra libertad perdió toda esperanza ante las armas de aquellos demonios
que poco a poco fueron separando a diez jóvenes de entre cuatro y cinco años del resto
de la manada, entre ellos a él y a Torvisco. Después fueron llevados hasta una
empalizada y desde allí otros extraños diablos ataviados con trajes azules les golpearon
con palos hasta meterlos todos juntos en unas cajas cerradas.
Fue una sensación extraña, desconocida, mágica, la tierra se movía sin que sus
pies hicieran movimiento alguno, girando hacia uno y otro lado mientras una ardiente
inquietud le consumía el estómago y le revolvía por dentro. Comenzó a sudar de miedo,
pero el olor de Torvisco, que estaba a su lado, apenas separado por unas tablas, le
tranquilizó. Todavía estaban juntos, y mientras estuvieran juntos siempre habría
esperanza. Uno de ellos, Amaranto, con sus apenas cuatro años recién cumplidos,
comenzó a vomitar, los pies le fallaron y si no cayó fue porque el reducido espacio no se
lo permitía. Cenizo, que hacía unos meses había sufrido la picadura de una víbora, no
pudo impedir un lamento terrible, desolador, nacido del miedo que le corroía por dentro.
Después se tranquilizó, la sensación de que todos estaban terriblemente asustados le
hacía sentirse más valiente. Todavía nada les había ocurrido, y quizá todo no fuera tan
horrible como pretendía la leyenda.
La caja metálica paró y por momentos soñó con las vastas praderas, los
alcornocales donde anidaban las grandes águilas y las noches de luna llena en las que
había escuchado el aullido de los lobos. Pero cuando se abrió el portalón sólo descubrió
una alta empalizada de madera y un reducto no muy grande, de arena, donde fueron
obligados a bajar uno a uno justo cuando las últimas luces del sol se extinguían por el
horizonte.
Durante varias horas estuvieron solos, temerosos, asustados de su condición de
seres castigados por un hecho que desconocían. Y permanecieron inertes como si la
inmovilidad fuera una garantía de que los demonios no sabrían distinguirlos de las
piedras y les dejarían permanecer allí por los siglos de los siglos. En medio de la noche
sintió junto a su oreja la voz tranquilizadora de Torvisco, casi en susurros, como
guardiana de un secreto que sólo a él debía ser descubierto. No te preocupes, le dijo,
muy pronto nos soltarán, ya verás como todas las leyendas no son más que patrañas, y si
alguien intenta algo le daré su merecido. No hay diablo que pueda con nosotros, debes
confiar en mí.
Así pasaron las horas, agrupados todos ellos en un pequeño espacio de aquel
circo de arena, ateridos de miedo y silenciosos bajo su porte poderoso, como queriendo
hacer frente juntos al devenir que les deparaba el día.
Y el día llegó. Desde la mañana comenzaron a aparecer amos que se asomaban
por la empalizada de madera para observarles. Pero ellos seguían hieráticos, presos de la
incertidumbre y los nervios, intentando confundir sus cuerpos negros con la arena sucia.
Alguien apareció por la parte posterior de la empalizada y les asustó golpeando las
maderas. Entonces se movieron y se agruparon de nuevo en el centro del lugar, después
les echaron agua y comida, pero ninguno probó bocado, convirtiéndose de nuevo en
estatuas eternas, magníficas, silenciosas, irrepetibles.
Con el paso de las horas tuvieron mucho tiempo para los recuerdos y las
fantasías. Unos y otras se entremezclaron formando pesadillas más terribles aún que las
viejas leyendas de Cantueso y Zaino. En un momento de la mañana Cenizo se orinó de
miedo y, tras romper el silencio, emitió un grito buscando a su madre, pero nadie
contestó, tan sólo en la empalizada aparecieron las cabezas de los amos, que poco
después se cansaron y se fueron.
El sol reinaba en los cielos. Hacía calor y los sudores por el miedo se unieron a
los de las altas temperaturas. Torvisco seguía a su lado, silencioso, concentrando todas
sus fuerzas para el momento en que, según la leyenda, uno a uno tendrían que
enfrentarse a los demonios. Entonces, sin previo aviso, comenzó el bullicio: decenas de
amos se asomaron a la empalizada y el ruido se hizo cada vez más intenso en las
cercanías. Durante un rato el ruido se fue amplificando, anunciando que llegaba el
momento en que la profecía se haría realidad. Sonó música, y las trompetas del
Apocalipsis anunciaron el juicio final del que tanto les hablara Zaino; después los amos
volvieron convertidos en demonios y separaron a Amaranto, castigándole hasta hacerle
huir contra los muros, y en aquel momento, como por arte de magia, se abrió una
puerta, y Amaranto huyó a través de ella.
Los ruidos se hicieron más intensos, sonó la música, se escucharon gritos de
muchos amos y muchos demonios, enraizados entre sí, inseparables en su condición de
verdugos. Cenizo volvió a gritar enloquecido por el miedo y, sin poder resistir más, él
también comenzó a orinarse.
De nuevo se abrió la puerta del muro y aparecieron los demonios armados con
sus largas extremidades. Uno de ellos señaló a Torvisco y comenzó entonces un acoso
terrible, durante el cual su poderoso amigo intentó hacer frente a las largas armas, para
finalmente refugiarse tras él, intentando evitar a toda costa el ser arrojado contra el
muro. No puedo, decía, van a matarme, lo sé; pero todo fue en vano, finalmente le
acorralaron y le obligaron a meterse por aquella puerta que llevaba sin duda al infierno.
Confundido por el actuar de Torvisco, paralizado por el pánico y sin poder
siquiera gritar al cielo su dolor, él concentró todos sus pensamientos en las palabras de
su madre. Tenía que haber una esperanza, los demonios no podían ser tan terribles. Él
no había hecho nada grave, sólo correr por los campos, intentar tirar una vez un poste
del cercado y perseguir a los búhos, pero fuera de todo aquello no había hecho más que
vivir y disfrutar su libertad. Los diablos no podían condenarle por ser libre o quizá,
pensó, la libertad le había estado vedada desde el mismo momento en que llegó al
mundo y todo fue un largo camino hacia el destino final. Recordó de nuevo a su madre,
con la guadaña oxidada clavada en su pecho y la corona de buitres que la llevaron a la
tierra prometida donde muy pronto se reuniría con ella, y resurgieron como un eco las
palabras de aquel fantasma que le pidió en sueños que luchara por la eternidad de la
sangre que corría por sus venas.
El oscuro portalón del muro se abrió una vez más. Los demonios le señalaron.
No había necesidad de oponerse, como había visto toda resistencia era inútil. Ante la
mirada atenta de los diablos se introdujo por la oquedad en un mundo de tinieblas. De
nuevo la música y las trompetas del Apocalipsis anunciaron su llegada. Un torrente de
dolorosa luz de sol penetró a raudales al abrirse otra oquedad y el hierro se introdujo
entonces en su carne, clavando en su espalda la inconfundible señal del juicio final. El
dolor despertó todos sus músculos, aletargados por el miedo, y salió en busca del
destino con la cabeza alta y sus armas dispuestas, tal como lo había hecho en los viejos
encinares cuando atacaba a los búhos y las lechuzas.
La leyenda era cierta. Cientos de amos gritaban desde lo alto, mientras sobre la
arena un demonio de vivos colores agitaba sus alas. Por dos veces le atacó sin conseguir
herir su cuerpo. Otras tantas persiguió sus alas para mostrarle el poder que nacía de los
viejos alcornocales, de las peleas de niño contra Torvisco, de la sangre de sus
antepasados, pero lejos de atemorizarse el diablo siguió amedrentándole, persiguiéndole
por la arena, mientras los amos emitían un sinfín de ruidos, exultantes por el sacrificio
que parecía inevitable. Las trompetas anunciaron la salida de un formidable diablo,
gigantesco, como nacido de las leyendas del viejo Cantueso. Arremetió contra él con
toda la fuerza que le nacía del miedo a la muerte, y entonces sintió hasta tres veces el
poderoso aguijón clavándose en su espalda y su cálida sangre comenzó a manar a
borbotones de la terrible herida.
FIN
RICARDO HERNANDEZ MEGÍAS
Muerte de un hombre
A mi amigo y hermano el poeta José Iglesias Benítez, por tantas tardes de tertulia
en los cafés de Madrid, con un buen vino en la mano y quitándonos la palabra de la
boca. El sabe de la sinceridad de este relato.
Sobre la torre de la iglesia, un cielo muy alto y lleno de estrellas se desparrama sobre los
contornos del pueblo sin llegar a oprimirlo. La luna en todo su esplendor hace que la
noche sea menos trágica y pinte a lo lejos la línea azulada de los montes. Todo es
silencio en el caserío y solamente se vislumbra alguna pobre luminaria que recorta el
perfil de las esquinas del pueblo o hace alargar las barandas de algún balcón principal.
Parece que todos duermen en su merecido descanso a la espera de un nuevo día. Todo
parece paz y tranquilidad en el vientre de la noche.
Y sin embargo…
En una de sus casas, alejada del núcleo principal del pueblo, si prestamos atención,
oiremos el susurro de una oración repetida al unísono por un coro de mujeres enlutadas.
Ayees de dolor se escapan de vez en vez dándole al acontecimiento una pátina de
tragedia; dos pobres cirios alumbran el recinto donde sobre la cama, aparece el bulto
aun caliente de un cadáver.
Aquí quiero yo callarme y cederle la palabra a aquel niño, hoy ya abuelo, que con ojos
asombrados, vivió los acontecimientos sin entender desde su recién estrenada vida lo
que era la trágica llegada de la muerte. Nunca, ni ahora que lentamente se acerca él a
ella, entendió el niño el por qué del abandono de su padre, como nunca entenderá para
qué sirve tanto dolor inútil. Pero dejemos que él nos lo cuente.
“Me cuentan las viejas enlutadas, que como un coro de sombras sin rostros me rodean,
que justo a esa hora, a las doce de la noche de un caluroso mes de junio, mi madre había
lanzado un grito de pánico ante lo incomprensible, lo impensable unas horas antes,
como era la muerte de mi padre.
Yo no lo vi. Horas antes del fatal suceso que habría de cambiar nuestras vidas y
sumirnos en un mundo de pobreza y desesperanzas, la familia había decidido
trasladarnos a los tres hermanos a la casa de unos amigos para no incordiar el descanso
del enfermo.
Ahora, ante el profundo agujero al que nos condenaba la muerte de aquel hombretón
admirado desde los ojos de mi niñez, puedo recuperar sin la mínima duda las últimas
horas del fatal desenlace.
Mi padre, ya desde el recuerdo, era un hombre grande, fuerte, muy fuerte, moldeado su
cuerpo músculo a músculo, en el hercúleo esfuerzo de la fragua del pueblo y en las
siempre agotadoras faenas de los campos de labranza.
Pero el drama, nuestro drama, había comenzado unas pocas horas antes.
Sobre las once de la mañana de ese fatídico día, mi padre, acontecimiento extrañísimo
en su diario laborar, se había presentado en casa con los ojos turbios, el paso cansino y
la cara encendida por los miles de soles que moldean el rostro del campesino
extremeño.
- Estoy ardiendo, creo que tengo fiebre. Seguro que he cogido una insolación.- Le dijo
mi padre a la asustada mujer que lo contemplaba fuera de sí.
- Es que no os cuidáis nada. Este sol alancea los cuerpos y os derrite los sesos; no os
protegéis de sus rayos; sois unos brutos y estas son las consecuencias. Voy a llamar al
médico- dijo mi madre.
- Pero mujer, ¿Tú crees que al campo vamos de romería, con sombrero de paja y
abanico? Tú sabes que el trabajo de la siega es duro y que de la unión del esfuerzo de
los hombres y del rápido trabajo de las máquinas dependen el éxito o el fracaso de todo
un año. En el campo no hay descanso; el trabajo es agotador mañana, tarde y noche,
pues una tormenta de verano tira por tierra todas las esperanzas de muchas familias.
No hay término medio: o le ganamos la batalla al tiempo, o éste nos cubre de hambre y
de desconsuelo para toda una campaña. No me riñas y llama al médico; en unas pocas
horas estaré nuevamente sobre las trilladoras- se justificó mi padre.
Cuenta mi madre, y siempre que lo cuenta se la saltan las lágrimas en un gesto de rabia
o de culpabilidad, que al darle la segunda pastilla en un estado febril rayano a la
inconsciencia, en un gesto de autodefensa y sabiendo el enfermo que la medicina, más
que curarle lo envenenaba, se la sacó de la boca y la arrojó al suelo despreciándola. Mi
madre se enfadó con el enfermo y entre riñas y mimos volvió a metérsela en la boca.
Dos niños, ajenos al terrible drama que a pocos metros nuestro se desarrollaba
jugábamos y nos peleábamos sobre una manta tirada en el pasillo, buscando el frescor
de la tenue corriente de aire que por él circulaba, desde el portal de la casa hacia el
corral, en aquellas calurosas horas de la siesta.
En medio del fragor de los gritos de los muchachos, el hombretón cubre con su enorme
estatura y el desmesurado ancho de sus hombros todo el marco de la puerta. Su cuerpo
se tambalea, sus manos accionan incontroladamente, sus ojos están encendidos como
carbuncos y de su boca silenciosa se escapa una flor de espuma blanca, dándole al
conjunto de su persona un aire cómico y estremecedor.
El mayor de los hermanos, quien estas páginas escribe desde el recuerdo, mira a su
padre con enorme extrañeza. A su siete años y en un medio rural en el que vive, ha visto
muchas veces a hombres borrachos, y aunque muchas veces con temor, siempre le han
parecido estos personajes como muñecos desmadejados, más cercanos a la risa cruel del
niño travieso que al posible peligro de un hombre descontrolado.
Por eso ahora ríe acobardado viendo a su padre acercarse con no se sabe que
intenciones. La presencia de la madre suaviza el tenso momento y retorna el enfermo a
su lecho de convaleciente.
A partir de ese momento crece un silencio que se emponzoña, que se pudre en la casa y
en la memoria. No tiene más recuerdos de esa horas que la llegada silente de algunos
familiares, sobre todo femeninos, que entran y salen cuchicheando y como queriendo
trasladarse con las miradas un secreto que se le escapa.
La tarde, calurosa, ardiente, con sus temibles rayos de fuego, ha dado paso a un
atardecer abochornado en el que, poco a poco, van apareciendo algunos miembros
masculinos de la familia y vecinos en su recogida de las faenas del campo, haciendo con
su silencio aun más trágica la escena interior.
El niño, los niños, no saben qué es lo que está pasando, pero intuyen el peligro y
silenciosos se recogen en un rincón alejado de la casa. Es el momento en el que algún
familiar o amigo caritativo decide la oportunidad de nuestro traslado, a la espera de los
acontecimientos venideros.
A las doce de la mañana, y ante el asombro del niño, doblan a muerto las cercanas
campanas de la iglesia. Se asombra porque nadie le ha llamado en este caso, y él es uno
de los dos monaguillos encargado de este menester tan repetido en un pueblo con tan
amplia como vieja población.
El reloj de la torre marca las seis de la tarde, cuando nuevamente doblan las campanas
anunciando el comienzo del funeral desconocido. Tan fuerte es su curiosidad y tan
profundo es el silencio que crece a su alrededor, que decide saltar sobre las tapias de la
casa-prisión buscando una respuesta.
Quien haya escuchado el tañido fúnebre de las campanas de un pueblo en las primeras
horas del atardecer, cuando el sol tornasola los campos y tiñe de oro las nobles paredes
de las casas del pueblo, habrá rememorado un momento mágico en el vivir cotidiano de
sus habitantes. El andar cansino de los familiares y amigos que levantan espesa capa de
polvo se acompasa al rumor en sordina de sus voces. Si la muerte es a cualquier edad un
acontecimiento trágico, la de un hombre joven y querido, deja en el ánimo del cortejo
como un sabor agrio que se pega al paladar y lo araña.
El niño, que se asoma subido a los viejos tapiales, observa con ademán alucinado
acercarse la comitiva con ojos de asombro y oyendo galopar su corazón en un pecho
angustiado y temeroso frente a lo que contempla.
Más tarde, cuando el cortejo roza las paredes roídas por el tiempo y pintadas de verdín,
su mirada se posa sobre el cura vestido con sus hábitos negros y en los monaguillos que
en ese momento le suplantan, ataviados para la ocasión, portando la cruz procesional y
el hisopo para los responsos.
Sin embargo, esta vez algo le llama la atención. Su mirada sobrepasa el ataúd alanceado
por los rayos del sol y van a posarse más detenidamente en las caras de los
acompañantes más próximos. El niño es rápido de mente y en pocos segundos se da
cuenta de que el fúnebre cuadro le afecta directamente. Su joven memoria retrocede
instantáneamente recuperando los acontecimientos acaecidos desde las turbias horas de
la siesta del día anterior; recuerda la cara descompuesta de su padre, sus ojos negros
brillando en la fragua de la fiebre, el pespunte blanco de la espuma sobre su boca
incapaz de pronunciar la menor queja.
El niño siente en su corazón una punzada de dolor que le traspasa; y grita; y se rebela; y
embiste contra sus carceleros, que cariñosamente pretenden cortarle el camino; y pasa
por la puerta con la premura de un quejido que se escapara de un pecho herido.
El poco trecho que separa las dos casas lo supera fugazmente y cuando alcanza el portal
de su casa contempla asustado el gentío, principalmente femenino, que lo ocupa. Un
murmullo de sorpresa y de dolor llega a sus oídos producido por lo inesperado de su
presencia. Y un coro de voces lastimeras, recordándole su orfandad, le hacen sentir un
estremecimiento de pánico.
El niño, ahora con lágrimas en los ojos, recorre el largo pasillo atestado de sillas bajas
de enea y de mujerucas con pañuelos negros, mientras que de sus bocas salen
exclamaciones de pena y de lástima hacia el infante.
Una bella mujer le espera asustada al final del pasillo. De sus grandes ojos azules se les
encapan silenciosas lágrimas de fuego, mientras que con un gesto muy femenino intenta
proteger su avanzado embarazo. De su boca no se escapa ningún grito, ningún lamento
y con gesto maternal recibe al hijo entre sus brazos. Sólo un susurro al oído:
¡Hijo!!Hijo! Qué va a ser de nosotros… Y silencio”.
FEDERICO FAYERMAN
Ave césar
Alto y carnoso; pelo de azogue y mueca sonriente. César espera como cada tarde, desde
hace un mes, la llegada del Ave.
La estación de Atocha hierve burbujeante de viajeros moviéndose de un lado a otro sin
parar, llenando y vaciando bares, andenes, pasillos, locales de prensa y aseos.
Una pareja de ancianos arrastra sus maletas lentamente entre el gentío, y trata de ganar
la puerta de salida, empujados por los altavoces parlanchines que no cesan en su
monólogo repetitivo. En un asiento de plástico marrón oscuro, un hombre corpulento y
melena descuidada sostiene sobre sus rodillas a una joven de piel morena y labios rojos,
mientras la manosea.
César consulta insistentemente, tras los gruesos cristales de sus gafas de pasta negra, el
panel electrónico del vestíbulo central de la estación, mientras se ajusta una y otra vez el
nudo de su corbata roja. En la mano izquierda sujeta con fuerza, un ramo de margaritas
pálidas.
La conoció una mañana de julio, sentado en una cafetería, en aquel mismo hall. Ella
paseaba con una pequeña maleta destartalada. Andaba mirando a su alrededor como
buscando algo, o quizá a alguien que pudiera quitarle ese gesto de desesperación de la
cara.
Pasó a su lado con andares inseguros. Entonces se volvió. Primero fijó los ojos en sus
zapatos relucientes y poco a poco levantó la cabeza hasta clavar la mirada en sus ojos
.Ocupó el taburete contiguo y le habló casi en un susurro.
-¿Por favor, podrías invitarme a un café y algo de comer?
Su cuerpo, escondido bajo un vestido largo de tonos marrones y amarillos era pequeño y
extremadamente delgado. Tenía una cara estirada, las mejillas de un azul aterciopelado
y los ojos verdes apagados. Las órbitas las tenía hundidas y cetrinas. Su boca despedía
un aliento pútrido que salía con cada palabra que articulaba, a través de una dentadura
gris e incompleta.
César pensó al principio que la chica podía ser menor de edad, pero al poco ella le dijo
que tenía veinte años, los mismos que él llevaba solo desde que murió Claudia.
-¿Cómo te llamas?
-Dulce
Después del café y el bocadillo ella le pidió dinero para el billete y él la acompañó a las
taquillas y se lo compró. Antes de subir al tren volvió a pedirle dinero. Él se lo dio y ella
le dijo que se lo devolvería a la semana siguiente, cuando regresara. Quedaron para
entonces.
Cesar se apoya en una columna de aluminio bruñido y consulta una vez más su reloj.
A las diez y cuarto, ya ha entrado el último Ave del día. Cuando Cesar entra, solo como
de costumbre en el bar de Luís, ya son más de las doce.
JAVIER BUENO JIMENEZ
Por aquel entonces, Isabel, que contaba diecinueve años, soñaba casarse con Joaquín.
Este sueño era de urgente materialización, ya que había quedado embarazada, y esto no
se podía hacer público en aquellos años, sin quedar marcada para siempre.
Joaquín, parrandero y jugador, como el de el corrido mejicano, no estaba por la labor
de formar una familia y puso pies en polvorosa, en busca de una vida menos
comprometida. Al cabo de un mes, Isabel recibió una postal, sin remite, con una vista de
la feria de Jalisco ,en la que le decía: Sólo a ti se te podía ocurrir quedarte embarazada.
Lo siento, no estoy preparado para ser padre. Que tengas suerte .
Cuando Isabel no pudo ocultar por mas tiempo su secreto, fue enviada por sus padres
a una lejana aldea del Pirineo Leridano, donde residía Francisca, prima hermana de la
madre. Allí dio a luz a dos gemelas, pero no pudo superar las dificultades del parto,
agravadas por la escasez de medios sanitarios, y murió. Los abuelos de las niñas,
acuciados por el disgusto y el bochorno, pero sobre todo por la desaparición de su
querida hija, cayeron en una depresión que terminó por llevarlos al cementerio.
Francisca, asustada por la pesada carga , decidió abandonar a uno de los bebés en un
convento de Lérida y criar a la otra niña, a la que llamó Angustias, nombré que eligió a
propósito de lo que se le venía encima. Como su tía era una mujer huraña, muy poco
cariñosa, que la maldecía una y otra vez por haberle complicado la existencia, a los
dieciséis años, Angustias se marchó a Barcelona, a vivir su vida. Aquella decisión
resultó dura para la joven, pues debió pasar por todo lo peor, desde prostíbulos de
carretera hasta hacer la calle cerca de las Atarazanas. Se unió sentimentalmente a un
chulo, que ejercía de carterista en las Ramblas y que, más tarde, formó una banda de
ladrones de bancos. Uno de sus atracos le llevó a pasar ocho años en La Modelo, lo
que supuso un respiro para Angustias, que se vio libre de su explotación y malos tratos.
Los años también pasaron para Ludivina , la niña abandonada en el convento, que,
empujada por el ambiente religioso que la rodeaba, tomó los hábitos. Un día llegó al
convento una carta, dirigida a una niña, abandonada hacía treinta y cinco años. En ella,
una tal Francisca, víctima de una grave enfermedad terminal, explicaba las
circunstancias que la obligaron a abandonarla y le pedía perdón. Así supo Ludivina que
era la mayor de dos gemelas, y que su hermana se marchó de casa a los dieciséis años.
Las lágrimas de la monja salpicaban la torpe caligrafía, escrita en el amarillento papel
de cuadrícula, donde su tía le comunicaba que los últimos datos sobre el paradero de
Angustias apuntaban a que se había entregado a la mala vida en Barcelona. Ludivina
decidió, en aquel mismo instante, recuperar a su perdida hermana. Pidió dispensas a la
superiora del convento y, vestida de seglar, se puso encaminó para buscarla. Tan pronto
como llegó a la capital frecuentó los más sórdidos ambientes de la noche Barcelonesa.
Un día fue confundida por un marinero. Decía haber estado con ella, tomando una copa,
la semana pasada, en un local nocturno del Paralel llamado El Molino, donde hacía un
número de Stripptease. Se mostró muy contrariado porque la monja no le reconociera.
Aseguraba que su nombre era An y que, aquella noche, llevaba una ropa mucho más
sexy. Ludivina sintió que su búsqueda estaba a punto de terminar. Lo vio claro al
escuchar aquel nombre. An, de Angustias, pensó, y los ojos se le llenaron de esperanza.
¡Tenía que ser ella! Por otra parte, el encuentro con el marinero le despertó sensaciones
muy placenteras y desconocidas.
Rápidamente se dirigió al local, donde al parecer trabajaba su hermana. Allí le dieron
la dirección de An. Fue hasta su casa y llamó, tímida y muy nerviosa, a la puerta. Al
ver a la mujer que abrió no tuvo dudas; era como verse reflejada en un espejo. Le contó
lo sucedido y ambas se abrazaron, lloraron y rieron juntas. Angustias manifestó estar
cansada de la vida que llevaba, y envidió la existencia tranquila y apacible del convento,
donde Ludivina se había criado. La monja, sin embargo envidiaba la de su hermana,
añoraba el disfrute carnal, que aún no había conocido, y propuso cambiar los papeles;
ella iría al Molino y su hermana al convento, así ambas podrían gozar, por algún
tiempo, las dos formas de vida tan distintas que el destino les había deparado.. Dado su
total parecido nadie sospecharía la suplantación de identidades. Y así lo hicieron.
Al cabo de unos años, Ludivina mandó una carta a la superiora del convento, contándole
toda la verdad, terminando con estas palabras: ¡Estoy de puta, Madre!
RESEÑAS
ENRIQUE GRACIA TRINIDAD
Cabe recomendar vivamente este Última puerta del silencio, como cualquiera de las
muchas otras obras anteriores de Ruiz de Torres. Y ya aviso al lector: Será la última
puerta pero se abre a tantos paisajes, a tantas estancias, a tantos otros lugares que en
absoluto se la puede considerar última en el estricto sentido —nos cuente el autor lo que
quiera contarnos—, y desde luego ni viene del silencio ni hacia él se dirige, sino que es
causa y ocasión para mucha voz, para muco pensamiento, para suficiente goce.
No se lo recomendarán las listas de más vendidos ni los críticos sabihondos de la cosa
literaria, pero no dejen de ir a ese libro y ya verán cómo coincidimos.
MILAGROS SALVADOR
Dos mujeres, una pintora e ilustradora y otra profesora de Lengua y Literatura y poeta,
se han dado cita en esta bella publicación, y han logrado una compenetración de
contenido y forma, dibujo color y palabra, digna de atención.
Constanza Zamora Pérez, con inteligente y a la vez emotiva palabra va desgranando sus
poemas entre imágenes, con un lenguaje directo y limpio, obedeciendo el ritmo vital
del latido que va marcando su propio corazón, en una inspiración continua que lleva
dentro la vivencia de su maternidad, que traduce bellamente en experiencia poética, y
que como leemos en el acertado prólogo, “la concepción , el alumbramiento y la
crianza constituyen una experiencia única en su paso por el mundo, posiblemente la
más rica en matices, y aprendizajes, - y en ocasiones , por que no admitirlo, la más
dura, - también pueden suponer una fuente de creatividad insospechada.”
La autora dice así:
Esta es una pequeña muestra del buen hacer poético y de cómo la vida y el arte se han
engarzado en esta obra de manera inseparable.
Cristina Pérez Gil, ha puesto su sabiduría estética en consonancia con un lenguaje
plástico entre los sueños y la imaginación “al servicio de la geometría poética de la
cualidad visual hasta lo onírico de las palabras. Versos e imágenes confluyen así en una
obra artística integral, capaz de trasmitir al mismo tiempo desde distintos códigos”,
como bien afirma Natalia Carbajosa.
Un obra en definitiva sugerente, inteligente, bella y original que nos ofrece el deleite de
su lectura.
El orgasmo fluvial de Lolita Valor
Los cuentos se enlazan y recuerdan esta bella tradición de contar cosas, que
traemos hasta nuestros días. Hoy mismo presentamos un clarísimo ejemplo de la mano
y de la escritura de un interesante cuentista, Javier Bueno Jiménez, que nos ofrece en su
libro El orgasmo fluvial de Lolita Valor una serie historias que nos regala su
imaginación, que es la primera cualidad que debe tener un buen escritor, no sólo por la
variedad de temas que Javier nos ofrece, sino también por la secuenciación y desarrollo
de las historias, en las que pretende, y lo consigue, deleitarnos y sorprendernos.
Javier Bueno nos demuestra su ingenio en las páginas del libro, envuelto en esa
magia de los antiguos contadores, porque al terminar cada cuento, nos deja esa
resonancia, como el sonido de la buena música que prende en nosotros y nos hace
recordar algunas de sus notas.
Tramas por las que se van enredando los hechos, ante el espectador, ante el
lector, que puede confirmar la intriga y el humor en “ Noche de carnaval”, la fina ironía
de “Crónicas de la oficina”, la capacidad de evocación y la sorpresa en “ Del convent al
paralel”,la ternura en “ la Verderona” y en “ Cuento de navidad sin nieve”, el
compromiso con la fantasía , en Jing Shi Shi, o en “ Nubes sobre Maniatan”, el misterio,
en “ La excursión”, o “El loft” , la fina ironía en “Tranquilo y luminoso”, lo
enigmático y fantástico en “La caja de taracea”, para terminar con el muy logrado
“Materlink”, un cuento con el que el autor mereció el Primer premio del III Certamen
de narrativa “ DULCE CHACÓN” , el año 2006.
Una batería de cuentos, en los que Javier Bueno nos demuestra la capacidad de
síntesis que el cuento requiere y que consigue plenamente, y que maneja muy bien
tanto en la construcción de los propios tramas, como en la economía del lenguaje, sin
herir el estilo, al que ya nos hemos referido, como limpio, claro y rotundo, porque
escribir cuentos es una acción a la que se exige un espacio material muy pequeño, en el
que se debe dar cabida toda la intensidad de la tensión que el autor pretende.
Y para terminar estas palabras, con las que he intentado provocar la curiosidad por este
buen libro de cuentos, sólo me queda decir que deseo a Javier Bueno Jiménez, todo el
éxito y el reconocimiento que merece la obra que hoy presentamos.
JOSÉ IGLESIAS BENITEZ
Juan Calderón, es poeta. Es un poeta que escribe cuentos -historias los llama él-,
pedazos sueltos de imaginación, que hilvana con palabra ágil, para hacernos participar
de su propios sueños, de la poesía de sus sueños. Con esto no quiero decir que Juan
Calderón nos entregue aquí un libro de poesía en prosa, no. Quiero decir, solamente,
que escribe magnífica prosa, como la de casi todos los poetas. Y que, a veces, el poeta
que le habita, se le asoma al teclado del ordenador y nos sorprende con ese pellizco en
el alma, con ese sobrecogimiento repentino, que solo los auténticos poetas son capaces
de proporcionarnos.
Lo sobrenatural es tratado con total normalidad, tanto, que aparece como algo
habitual, como común. Casi podríamos encuadrar estas historias en un “realismo
mágico” propio, trabajado a su medida, de modo que lo mágico es cotidiano, casi real, y
en cambio, la realidad se idealiza y se nos vuelve ensoñación, misterio. El puente de
Rosita y Saturnino, Las medias azules, El ángel rubio, Mesa de comedor y El trapecio
de Irina son buenos ejemplos de esto que venimos diciendo. Por medio de unas historias
aparentemente vulgares (un amor rural, la unión entre unos niños y la señora que los
cuida, un día de playa, una sencilla mesa de comedor o el espectáculo circense de un
artista fracasado) asistimos a hechos que serían sobrecogedores si la maestría del autor
no los librara de su dramatismo.
Hay también otro tipo de narraciones que, sin dejar de ser amables, reflejan el
mundo grotesco y zafio en que nos movemos. La Tenoria, El vecino de enfrente, Don
Quijote y su vespino, Un autobús singular, La comunión de Evangelina, Han matado al
príncipe, nos ofrecen una visión satírica sobre el poder de las apariencias en la sociedad
actual. La bondad, el amor limpio, la entrega, los sueños, son menospreciados en un
mundo de plástico y silicona, de brillos y neón, donde el fulgor del dinero apaga los
valores más puros del ser humano: la belleza física importa más que un corazón
bondadoso; la religión sólo se vive en las almas infantiles, fuera de ellas, es pura
máscara; si alguien ama de verdad corre el peligro de volverse loco… Y la sátira se
convierte en una farsa hilarante cuando se trata de representar el caos de la política
española actual (Una forastera en Valdelospilones).
Un tercer apartado temático podríamos establecer en esta serie de relatos de Juan
Calderón: los de contenido poético. Aquellos que nos llegan al corazón por la carga de
ternura que el escritor puso en ellos: La niña del primer vagón, Miércoles y sudokus,
Una mujer positiva, Y así pasaron varios años, Confianza ciega, De trenes y personas,
Una tarde en la filmoteca. Es como si el autor, sin perder su gesto amable, su tono
irónico; sin dejar que la sonrisa se nos caiga de los labios, intente darnos recetas contra
toda esa superficialidad que domina nuestra forma consumista de vivir. El primer amor
inocente, la soledad como refugio, la comprensión, el optimismo, la unión materno
filial… la nobleza del sentimiento frente a la fría realidad de un materialismo sin
conciencia. Y aunque, a veces, se le trasluce la tristeza por lo arduo del empeño,
siempre recobra la esperanza (como en las hojas verdes que el protagonista sabe que le
brotarán al Árbol sin hojas).
Y para terminar, nos obsequia con Un garbanzo negro que, como en todo cocido
que se precie, no puede faltar.
En fin, que estamos ante un libro de cuentos que nos dejará una sonrisa flotando
entre los labios. Y una reflexión candente en la cabeza, tras la lectura de cada uno de
ellos. Porque estas historias son mucho más que cuentos, y mucho más que “amables”
Juan Calderón Matador es un narrador excelente. Sus dos libros de cuentos, así
lo muestran. Si sus poemas nos cautivaron, sus relatos nos divierten, nos entretienen,
nos enseñan y nos hacen reflexionar sobre el mundo y el lugar que ocupamos en él. Casi
nada.
JUAN CALDERÓN MATADOR